Alguien dijo una vez...
Rizzo, el Bardo
No es que cante mal, es que no saben escuchar.
[Común] [C-Pasado] Una expedición indeterminada
Dharkel
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Dharkel no podía aguantar más. Un barco de gran tamaño era también peligroso, pero las condiciones en las que se estaba viendo obligado a viajar en las últimas semanas eran nefastas. Se agarró firmemente a un lateral de la pequeña embarcación, sacó la cabeza y vomitó. Acto seguido reculó. Temblando de miedo miró hacia sus compañeros, que a diferencia de él parecía que incluso lo estaban disfrutando. Debido al gran tamaño de Balagus, apenas había espacio para los tres.
 
- Céntrate en el bote, solo tienes que centrarte en el bote – se murmuró a sí mismo intentando tranquilizarse mediante un ejercicio de relajación autógena. Mas fue imposible.
 
Pocos metros antes de llegar a tierra, en una zona de poca profundidad en la que sabía que podía hacer pie, saltó al agua y se dirigió caminando pesadamente hasta la orilla. Al llegar tiró su última moneda al océano y se arrodilló en forma de agradecimiento, quedándose sentado. Verdes árboles poblaban la isla hasta donde alcanzase la vista. Empezó a sentir la suave brisa marina y el calor del sol, calmándose poco a poco.
 
- No podemos seguir así. Me vais a acabar matando – dijo aun temblando -. Necesitamos un barco. Uno propio y dejar de “tomar prestados durante tiempos indefinidos” botes ajenos. – Alzó ambas manos e hizo gestos de comillas con los dedos. Extrajo un cigarro de la pitillera y lo encendió mientras intentaba vislumbrar el interior del bosque, más allá de la primera verde capa de árboles, buscando el más mínimo atisbo de vida civilizada -. Parece que de momento estamos seguros. ¿Hacia dónde queréis ir primero? - Se acercó a los árboles, observó la dirección en la que crecía el musgo y la posición del sol -. A juzgar por la elevación del terreno y esa bahía de allí – empezó a desdoblar un viejo mapa pintado a carboncillo -, diría que estamos aquí – Concluyó señalando una ubicación del mapa con el dedo.
#1
Silver
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El capitán bajó del pequeño bote con un gesto de resignación, observando cómo Dharkel, aún temblando, hacía una especie de ritual de agradecimiento al océano. Balagus, como era habitual, apenas necesitó hacer esfuerzo para pisar la arena con su imponente estatura, mientras el propio Silver se sacudía la humedad de la chaqueta, observando con una leve sonrisa la escena.

Tranquilo, Dharkel —dijo el capitán con tono tranquilizador, aunque con su habitual toque irónico—. Sobreviviste otra vez. Aunque debo decir que me sigue sorprendiendo verte al borde del colapso cada vez que zarpamos.

Syxel observó a su alrededor, la brisa marina era refrescante, y el paisaje natural de la isla era, sin duda, atractivo. Aunque él no compartía la incomodidad de su compañero con respecto al mar, entendía que la vida marina no era para todos. Sin embargo, en ese momento lo que realmente le preocupaba era la falta de recursos. Sus bolsillos estaban tan vacíos como el estómago de Balagus.

Dharkel se acercó al borde del bosque, observando el terreno y orientándose con su mapa en mano, mientras Balagus seguía a una distancia prudente, manteniéndose en silencio pero atento. Silver observó el entorno con ojos atentos, buscando algún punto de referencia en la línea de árboles.

Guiándonos por el paisaje —comenzó a decir mientras Dharkel hacía su análisis—, diría que no estamos lejos del poblado. Las elevaciones coinciden con lo que hemos visto desde el bote, y la bahía que mencionas parece ser un buen punto de referencia.

El capitán se acercó al mapa que Dharkel sostenía y lo examinó por un momento. Había algo en la calma de la isla que le resultaba casi desconcertante, especialmente después de tantas semanas en situaciones mucho más tensas. Aunque quizá eso mismo era lo que necesitaban por ahora: un momento de calma para planear sus próximos movimientos.

No estamos lejos, diría que si seguimos este camino —continuó, señalando una dirección que seguía la línea de árboles—, llegaremos al poblado en cuestión de unas horas, tal vez menos si no nos desviamos.

Los recursos escaseaban, y necesitaban hacer algo al respecto cuanto antes. Pero también estaba teniendo en cuenta la importancia de moverse con cautela, especialmente en una isla desconocida.

Bien —dijo mientras devolvía el mapa, volviendo su atención a sus compañeros—, propongo que avancemos hacia el poblado. Con un poco de suerte, encontraremos algo útil. Quizá trabajo, algo de comida o, si la fortuna está de nuestro lado, una oportunidad para reabastecernos.

Dirigió una rápida mirada a Balagus, esperando que el gigante estuviera de acuerdo con el plan. Sabía que su paciencia no era infinita, y aunque solía seguir sus decisiones, también podía volverse impaciente si las cosas no avanzaban con rapidez.

¿Qué opináis? —preguntó con un tono despreocupado.
#2
Balagus
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Pudiendo tomar tierra antes que su capitán y que su compañero por su evidente ventaja de tamaño, Balagus empujó el bote para acercarlo un poco más rápido a la costa. Viajar en él había sido una de las experiencias más incómodas de su vida, sólo aliviada por ver a Dharkel sufriendo lo indecible al estar tan próximo al mar.
 
Con todo, no había mostrado una sola mueca de diversión ni burla hacia el pobre desdichado. Lo despreciaba, eso era cierto, pero no tanto como para regodearse en sus penas. Y sentir los crujidos del bote, cediendo poco a poco ante su peso, mientras el agua le calaba el culo y los pies, le ayudaban a centrar su mal humor en tan precario método de transporte.
 
Nunca lo diría en alto, pero coincidía con Dharkel: necesitaban un puñetero barco mejor. Y propio.
 
Sin el peso de los otros dos ocupantes, internar la barca en la arena fue mucho más sencillo. Más adelante, ambos parecían estar discutiendo ya el plan de acción, mirando un trozo de papel viejo. O algo por el estilo. No se le había pasado por alto el extraño ritual que Dharkel había realizado, pero ahora bien, ¿quién era él para andar juzgando las manías de los demás? Bastante era ya que el pobre hubiera sobrevivido al viaje de una pieza.
 
Con un rápido movimiento, llevó la mano hasta una bolsa sujeta de su enorme cinturón de piel, y rebuscó con creciente frustración en su interior. Sólo cuando sacó unas bolas de carne seca, apenas tan grandes como un puño humano promedio entre las dos, se permitió relajarse un poco.
 
“Se me están acabando.” Pensó para sus adentros, inquieto. “Necesito cazar algo para reaprovisionarme.”

Fue entonces que Silver compartió su idea, porque llamarlo “plan de acción” tampoco parecía justo, con ellos, y miró al oni, esperando su respuesta. Todavía masticando, Balagus cerró los ojos momentáneamente, y asintió lentamente, dejando escapar un largo bufido exasperado por la nariz.
 
- Opino que la suerte es para los necios y los torpes. – Replicó secamente, apenas hubo tragado, y mientras daba alcance a su capitán y sacaba el hacha de guerra de sus sujeciones a la espalda. - Pero incluso probar suerte es mejor que quedarse en esta playa, esperando a quemarnos como langostas al sol. -
 
Y, sin más preámbulos, se aproximó hacia la dirección a la que sabía que sus compañeros habían estado mirando mientras discutían, y, con su arma, descargó un potente barrido que cercenó toda la maleza que creciera junto a la arena a su alcance.
#3
Dharkel
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El capitán se acercó a Dharkel para examinar las descuidadas líneas del mapa improvisado que había conseguido meses atrás en un juego de azar que solo el ojo inexperto cuestionaría de amañado. El ojo experto lo afirmaría con rotundidez. Nunca pensó que fuese a ser de alguna utilidad, especialmente tratándose de una isla que se conocía por ser tranquila, pero aun así decidió conservarlo. En parte por un síndrome de Diógenes que estaba en proceso de superación y en parte porque quien lo usó a modo de apuesta aseguró que dicho mapa llevaba a un tesoro. No uno particularmente grande, pero sí para poder tomarse un par de quincenas de descanso sin ningún tipo de preocupaciones. Algo que necesitaban urgentemente. Y aunque la reputación de las gentes y los tugurios de mala muerte que solía frecuentar antaño eran más que dudables, incluso entre piratas, donde la palabra de uno valía menos que una puñalada en la boca del estómago, la tentación de la posibilidad de que fuese real no era nada despreciable.
 
Silver propuso el camino a tomar, señalando una dirección que seguía la línea de árboles y devolvió el mapa a su dueño. Balagus replicó, liberó el hacha de guerra de sus ataduras y comenzó a abrir un camino entre la vegetación en el trayecto indicado a base de tajos indiscriminados.
 
- Si no fuese por la suerte, probablemente ya estaríamos muertos – le dijo al capitán encogiéndose de hombros cuando el oni se encontraba a una distancia prudencial.
 
Estaba intentando sanar una relación emponzoñada desde los propios cimientos de la misma. Sabía que sería un proceso largo y difícil, que tendría que demostrarle a Balagus innumerables veces que podía confiar en él, que era digno de cubrir su espalda. Haría todo lo que estuviese en su mano para ganar una confianza que nunca existió, pues gran parte de la culpa sabía que había sido suya.
 
Se adelantó, quedándose en la espalda del bárbaro a una distancia cautelar.
 
- Blablabla blablabla – empezó a decir gesticulando con las manos e imitando una conversación a dos -. Ya sé que las conversaciones triviales no son lo tuyo. – Volvió a adoptar un tono serio y firme -. Y lo entiendo. No tienes por qué decir nada. Un gruñido o dos me sirven. No voy a tratar de excusarme diciendo que la mitad de las veces no fue culpa mía, ni que me vi expuesto a las malas influencias de ciertos personajes pintorescos que nos acompañaron durante un tiempo, porque ambos sabemos que sería mentira. No puedo cambiar el pasado y no pretendo hacerlo, pero estoy intentando hacer las cosas bien ahora. – Soltó un bufido -. Todo lo bien que se puede para ser un pirata, claro. – Calló durante unos segundos, esperando una réplica por parte de Balagus que quizás nunca llegaría. – También sé que las palabras vacías no valen nada para ti, así que a la más mínima oportunidad te lo demostraré con actos.
 
No tenía claro cómo afectarían sus palabras a aquel hombre. Si eran bien recibidas habría dado un paso en la mejora de su relación. Pequeño. Minúsculo incluso teniendo en cuenta su tamaño, pero un paso, al fin y al cabo. Si eran mal recibidas llegarían antes a su destino, donde podría descansar e indagar en los misterios de aquel trozo de papel, de haberlos.
#4
Balagus
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Balagus miró a Dharkel con la misma atención con la que alguien miraría un mosquito al que acaba de pillar picándole en el brazo, sin dejar de masticar lentamente los resecos pedazos de carne, sacándoles poco a poco el sabor sin abrir la boca para ello. Dejó que su compañero se expresase sin interrumpirle, salvo por un nuevo tajo con el hacha para deshacerse de la vegetación que se interponía en su camino.
 
Cuando Dharkel hubo terminado de hablar, el oni se detuvo unos segundos para mirarle, dando la sensación de que estaba sopesando la respuesta y tensionando el ambiente por momentos. Realmente, sólo estaba haciendo tiempo para poder machacar la bola de carne más grande y guardar la segunda en un rincón de la boca.
 
- Usas demasiadas palabras para decir tan poca cosa. – Replicó secamente. - ¿Quieres que nos llevemos bien? Tú ya sabes cómo conseguirlo. – Apartó la vista del hombre para encarar la maleza de nuevo y lanzar un tajo contra ella, reanudando la marcha mientras seguía contestando. - ¿Tienes un pasado terrible que te persigue? Bravo, pero no eres especial, y no necesito que me des la murga y que te justifiques por todo. –
 
Volvió a blandir el arma un par de veces más, abriendo camino entre una espesura que, metro a metro, empezaba a clarear. Viendo que no necesitaría abrir mucho más camino más adelante, se detuvo un momento y volvió a girarse hacia Dharkel, apuntándole con el hacha, pero sin actitud hostil.
 
- No voy a repetir esto de nuevo, ¿de acuerdo? No quiero tus excusas, ni tus disculpas, ni tus explicaciones. Lo que tenga que pasar, pasará. –
 
Viendo que Silver venía detrás de ellos, le hizo un gesto con la cabeza para que se adelantara y caminara al frente del grupo. Si estaban cerca del pueblo que habían visto, sería lo mejor que él abriese camino allí.
#5
Silver
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Silver observaba en silencio cómo sus compañeros intercambiaban palabras tensas. Dharkel, con elocuencia, intentaba suavizar las cosas con Balagus, pero la respuesta seca del grandullón no le sorprendió. El capitán conocía bien la relación frágil entre ellos, una de esas que podían romperse o endurecerse en cualquier momento. Aun así, no pudo evitar sentir una ligera incomodidad al ver el hacha de Balagus apuntando al arqueólogo. No por la amenaza implícita, sino porque sabía que Balagus tenía su propio código: directo y brutal, pero honesto. Y en el fondo, Dharkel también lo sabía.

Syxel caminó hacia el frente, tomando la iniciativa sin decir nada más. El aroma del bosque, la brisa cálida que soplaba desde la playa, y el sonido de sus botas aplastando la hierba le recordaban lo diferente que era Kolima de las peligrosas islas a las que estaban acostumbrados. Pero en su experiencia, incluso los lugares más tranquilos podían ocultar sus propios peligros.

Mientras avanzaban, Silver sacó su petaca de ron, tomó un trago y la guardó rápidamente en su chaqueta. Era más una costumbre que una necesidad en ese momento, pero mantener el licor cerca siempre le daba un poco de paz.

Bien, si el poblado está cerca, no perdamos más tiempo —dijo sin volverse, asegurándose de mantener el ritmo constante—. Si hay algún trabajo disponible, lo tomaremos. No estamos en posición de ser selectivos.

El peso de la deuda seguía ahí, en el fondo de su mente, como una cadena invisible que limitaba sus decisiones. Necesitaban dinero, y lo necesitaban rápido. El estómago vacío de Balagus y la fragilidad de su situación no dejaban lugar para errores.

A medida que se internaban más en la espesura, Syxel pensó en cómo lidiarían con los aldeanos. Confiaba en que su carisma natural podría abrir puertas, pero una vez dentro, ¿qué pasaría? ¿Encontrarían oportunidades o simplemente otro callejón sin salida? No había forma de estar seguro, pero lo que sí sabía era que no podían permitirse un fracaso.

Las copas de los árboles comenzaron a clarear, señal de que se acercaban al límite del bosque. Desde la distancia, se podían escuchar débiles ecos de actividad, lo que confirmaba que el poblado estaba a la vuelta de la esquina.

No os pongáis demasiado cómodos —dijo en voz baja—, pero tampoco olvidéis sonreír. Nunca se sabe qué tipo de recibimiento nos espera.
#6


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