¿Sabías que…?
... Eiichiro Oda empezó la serie con la idea de terminarla en 5 años, pero se dio cuenta de que en esos 5 años que la trama ni siquiera llegaba al 50%.
Meando fuera del tiesto
Tofun
El Largo
 06:21 de la mañana, 8 de Verano de 724
Isla Kilombo, paseo hacia el faro.

Había sido una noche larga. Bueno, ¿a quién engaño? ¡Todas las noches desde que salí de la cárcel habían sido largas! No recordaba cuánto había bebido… ni me importaba, si te soy sincero. Dejé de contar las consumiciones de alcohol allá por los 18 años. ¿Tú cuentas los vasos de agua que bebes? Pues yo no cuento las botellas de ron. Si hiciera eso, estaría más sobrio que un monje tibetano, y nadie quiere eso, ¿verdad?

Avanzaba a oscuras por el camino terroso que llevaba a la zona norte de la Isla Kilombo, una ruta verde y traicionera, con más piedras que recuerdos en mi cabeza. El sendero bordeaba los acantilados, y aunque tenía el equilibrio de un pulpo cojo, me gustaba sentir la brisa marina golpeándome la cara antes de desplomarme en cualquier esquina y quedarme frito hasta que el sol me echara a patadas del lecho improvisado. Mi vida era como un barco a la deriva, pero... ¡Hey! No estaba seguro si realmente me molestaba. Algo en el fondo de mi esperaba que llegase ya la misión del Ejército Revolucionario, pero hasta que llegara, mi fuerza de voluntad tenía la consistencia de un queso derretido por lo que no iba a romper mi particular rutina.

Llegué a una zona de acantilados, unos 10 metros por encima del nivel del mar. Abajo, una pequeña cala de piedras me saludaba con indiferencia, y el horizonte era un lienzo azul oscuro, cubierto por el manto la densa noche. Saqué fuerzas y, con la elegancia de un chimpancé, bajé la bragueta, tambaleándome mientras trataba de mantener la dignidad intacta. En la mano derecha, mi querido palo mayor que comenzaba a regar las aguas de un líquido amarillento, y en la izquierda, mi botella de ron, que escancié sobre mi boca con precisión… bueno, más o menos. Después lancé la botella al agua y me limpié el bigote con la manga, como todo caballero que se quiere hacer respetar. Eructé con tenacidad para comenzar a entonar.

¡Soy capitán! ¡Hip! ¡Del Santa Inés! ¡Y en cada pueeeerto tengo una mujer! ¡Hip! — Comencé con una de mis canciones favoritas aunque a tirones pues luchaba contra el hipo que parecía querer más protagonismo que yo. Me balanceaba hacia adelante y hacia atrás, como si estuviera en época de apareamiento, mientras continuaba orinando sin miedo ni vergüenza. — ¡La rubia es...! — Proseguí entusiasmado.

Sin saberlo, mientras mi orgullo y mi hipo bailaban en aquel acantilado, estaba a punto de invocar una de las mayores calamidades del East Blue, algo más temible que la resaca del siglo: una calamidad de la nueva generación, de la que no había escuchado ni un murmullo. Después de todo, soy Tofun "El Largo", maestro en perderme los detalles importantes y en beberme los insignificantes.

Personaje

- Tan solo llevo un arma tipo guantalete aplicable a mis manos, en realidad es un anillo.
- Llevo las ropas de mi imagen de perfil.
- No tengo mi Akuma aprobada pero si no es molestia y tu me confirmas, utilizaré sus usos básicos narrativos.
#1
Umibozu
-
8 de verano del año 724 a las 6:21 de la mañana,
Isla Kilobo,
cerca del faro de Rostock.

Dormía plácidamente arropado suavemente por el vaivén de las olas rompiendo contra el acantilado que tenía a escasos metros delante de mi cabeza. Las algas masajeaban mi pecho, al tiempo que los brazos rodeaban una gran roca que hacía las veces de almohada. Podía escuchar, aún en el mundo de Morfeo, el crepitar de la espuma salina generada por el impacto de las olas contra las rocas. Los peces autóctonos parecían haberse acostumbrado a mi presencia después de una larga y tranquila noche en la que me había limitado a girar sobre mí mismo para adoptar la postura que más cómoda me pareciese en cada momento. Aunque no podía entenderlos, menos aún dormido, me era fácil saber que muchos me estaban usando de escondite o elemento disuasorio, como si de un gran protector o peligrosa gruta me tratase. Dado que no me molestaban, tampoco tenía motivos para espantarlos o privarlos de mis servicios pasivos.

Pero aquel día no estaba destinada a ser un día más. Mi plácido sueño se vio truncado cuando un objeto cayó del cielo al mar. Abrí tímidamente el ojo derecho, el que quedaba en la parte superior, presuponiendo que había sido un ave con mal ojo o algún pez envalentonado por mi inmovilidad que había calculado mal y me había golpeado. Encendí la linterna de mi antena para ver con claridad, pues el día aún no había despuntado y la Luna seguía vigilando en su guardia. Sin embargo lo que vi despertó una ira alimentada por un fuego tan intenso que ni toda el agua del océano podría apagar. ¡Una botella! Y una pequeña mancha amarillenta que rápidamente se diluía y perdía en la infinidad del vasto mar. El orín podría haberlo dejado pasar, pues a fin y al cabo todos los peces meábamos bajo la superficie, pero el hecho de hacerlo desde fuera del mar tras haber lanzado una botella me parecía una intolerable falta de respeto que no podía dejar pasar. Me alcé furioso, rugiendo, para hacer frente al ser que hubiera osado cometer tal falta de respeto y de aquella manera liberar el sentimiento que me consumía. En el movimiento, tomé esa misma botella para limpiar la superficie y, de paso, reventársela en la cabeza al culpable. Puse la mano derecha cóncava y así tomé tan diminuto objeto junto a una pequeña masa de agua. La botella ahora residía en el fondo del pequeño lago formado en mi mano.

Apenas unos segundos desde la caída del vidrio y la lluvia dorada habían pasado cuando mi cabeza llegó al final del acantilado. Diez metros de roca separaban el fondo marino del suelo, quedando mi cabeza aún muy por encima del suelo. Miré con furia al lugar y… ¿No había nadie? El desconcierto se apoderó de mi enorme ser. Toda la furia se congeló en un instante, tornándose estupidez. Ahora mismo no había un ser en toda la superficie terrestre, ni bajo el mar azul que se sintiera más ridículo que yo. Miré al cielo, rascándome la parte superior de la cabeza con la mano libre, por si hubiera sido cosa de algún ave madrugadora, pero no había ninguna cerca. Todas estaban mar adentro, donde el peligro de matarse contra una roca al caer en picado a por la presa era mínimo - ¿Hola-lurk? - barría el lugar con la mirada. No había tampoco arbustos, ni árboles en los que esconderse. Tampoco tiempo material para huir de allí sin ser visto - ¿Hay alguien aquí-lurk? - volví a preguntar rascándome de nuevo. Una gran gota de sudor nació en la sien derecha. Un sonido gutural similar a un bufido brotó de mi garganta - ¡Hmgrrr! - Completamente desconcertado volví a mirar al cielo para comprobar de lo que ya era consciente. También para comprobar que nadie había testigo de mi ridiculez y que el único herido de gravedad era mi ego. Nadie en el cielo, nadie en el suelo, tan solo el ser más grande y estúpido de la faz de la tierra… ¿O quizás no?

Personaje


Aclaraciones

#2
Tofun
El Largo
En medio de mi sagrado ritual de evacuación de efluvios corporales un estruendo sacudió el aire, casi haciendo que me olvidara de lo que estaba haciendo... casi. Confuso, miré a la derecha, a la izquierda, y luego al cielo. "¿Está tronando o es que mi hígado ha decidido finalmente abandonar el barco?" pensaba mientras intentaba mantener el equilibrio. Pero no, el trueno venía de algo mucho peor. Al enfocar la vista una gigantesca figura de al menos 15 metros de altura emergió en la oscuridad como si el mismo infierno hubiera decidido hacer una visita turística a  Isla Kilombo.

De repente, me sentí más pequeño que mi dedo meñique. Y, créeme, eso es decir mucho para alguien que mide 30 centímetros. Caí de rodillas en el pasto, la chorra aún expuesta al mundo, mientras mis ojos trataban de procesar lo que veía. ¿Acaso estaba soñando? ¿O tal vez era un delirio alcohólico? Pero no... la realidad me golpeaba en la cara tan fuerte como un barril de ron rodando colina abajo. Para colmo, como si el universo tuviera sentido del humor, una música épica de fondo comenzó a sonar. No sé si era el mismísimo creador poniendo banda sonora al encuentro o si venía de algún bar de Rostock donde los músicos habían perdido la cabeza, pero, por la barba de mi abuelo, el ambiente era de película.



La criatura era descomunal, al menos tres veces más grande que cualquier semigigante que hubiera conocido, y créeme, he conocido a varios... por motivos que prefiero no recordar. ¿15 metros? ¡Bah! Excedía el acantilado por al menos 5 metros, lo que significa que solo podía ver su torso iluminado por una luz azul bioluminiscente. ¡Azul bioluminiscente! ¡Como si ser un monstruo gigante no fuera suficiente, tenía que brillar en la oscuridad también! Sus escamas estaban cubiertas de púas y deformaciones tan horribles que podrían competir en un concurso de belleza... ¡del inframundo! Y su rostro... bueno, parecía el trabajo de un pintor esquizofrénico con serios problemas para dormir. Su boca estaba llena de dientes afilados que de seguro habían probado buffet de ballena. Sus ojos amarillos, enormes y sin vida. ¡No tenían ni iris joder!

Y si eso no fuera suficiente, de su frente salía una antena... ¡una maldita antena con una bombilla natural al final! Iluminaba la zona como si estuviéramos en una persecución de GTA San Andreas. Solo faltaba un helicóptero de la Marina persiguiéndonos y yo robando un barco de la manera más torpe posible. El mero hecho de ser enfocado por ella ya me hacia sentir culpable de haber nacido.

Me dejé caer al suelo, sin haber terminado de subirme los pantalones, si te vas a morir, al menos que sea con estilo. ¿No? Espiaba de reojo cada movimiento de aquella cosa. Desde la distancia, los habitantes de Rostock señalaban hacia el monstruo como si estuvieran viendo el faro de la ciudad levantarse y caminar hacia ellos. "Hazte el muerto", me repetí una y otra vez. Tal vez si me quedaba quieto, me confundiría con un arbusto... un arbusto peludo... y borracho... Estaba acojonado, para qué negarlo.

Entonces, para mi sorpresa, la bestia habló. ¡Habló! Y en lengua común, nada menos. Preguntó si había alguien ahí. Fue en ese momento cuando, con el corazón acelerado y las rodillas más flojas que mi último intento de ligar, pensé: "No puedes morir aún, Tofun. ¡Todavía tienes sueños por cumplir, maldita sea! ¡Tienes que abrir tu propio bar, aunque solo sea para beberte todas las existencias!"

Así que, poniéndome en pie y tambaleándome como un árbol al borde del derrumbe, levanté la mano y dije con toda la serenidad de un borracho a punto de morir:

¡Hola! Acabo de ver a un tipo... ¡Hip! Correr colina abajo – Farfullé, intentando mantener la compostura mientras mis pantalones seguían colgando alrededor de mis tobillos.  – Estaba meando, lanzó una botella... Era feísimo. No... como tu y yo, ya me entiendes. Se fue por allí. – Señalé hacia Rostock con una cara pálida y descompuesta, mientras, muy lentamente, intentaba alejarme caminando hacia el lado contrario. Claro, fue en ese preciso momento cuando me di cuenta de que mis pantalones seguían bajados. Tropecé a causa de ello. Mientras intentaba subirmelos no dejé de mirar a la calamidad... Por si acaso decidía que un tontatta sabía mejor en formato batido.


Off: Te parece bien una distancia de 15 metros? Sino hablamos por privado!
#3
Umibozu
-
Mis palabras volaron libres cuales gaviotas al amanecer. Nadie parecía haber en el lugar, más allá de una apocalíptica música que había comenzado a sonar desde el pueblo. La melodía era potente, poderosa y vibrantemente terrorífica. Era fácil sentir e imaginar hordas de demonios tratando de poner fin a la existencia de la vida en la faz de la tierra o, cuanto menos, tratar de esclavizarla. Se me erizaron las escamas. Volví a mirar al cielo y al camino para confirmar por tercera y última vez cuán estúpido era. Lo que no sabía es que frente a mí tenía a un diminuto ser, poco más grande que un insecto, y que rivalizaría contra mí en grandeza y sería todo un titán frente a mi autoestima en ese momento. La estupidez me había desprovisto de toda ella.

Flexionaba ya las piernas para bajar de nuevo al mar y perderme más allá del acantilado, como el topillo que se hunde en su madriguera o los tentáculos de la anémona se repliegan sobre sus tubos, cuando escuché una voz. La escuché frente a mí, mas no había nadie – Es el viento-lurk, y nada más-lurk – me dije a mí mismo parafraseando a quién se midió contra un cuervo. Pero la voz siguió dando explicaciones. Su origen era cercano, tan cercano que lo sentía a tan solo unos cinco metros. Quizás un par de metros más, pero no más lejos. Centré la mirada en el punto exacto del origen de la voz y, entonces, lo vi. Acerqué la cara, apoyando la mano libre sobre el suelo como quien se apoya sobre una mesa alta. Agaché el rostro y posé la antena sobre aquel diminuto ser para verlo con claridad. El resto del lugar se llenaba de luces y sombras a causa de mi bioluminiscencia, pero la zona del insecto parlante se veía clara, incluso a varios metros alrededor de él. ¡Me estaba hablando a mí! ¿Los insectos podían hablar? Un vistazo algo más detallado y próximo me reveló que en realidad era un, ¿humano? ¿Había humanos de ese tamaño? Miré en la dirección que señalaba – Gracias-lurk – comenté desorientado. El esperpento de la situación acababa de alcanzar límites nunca antes vistos. A pesar de mi gran tamaño, me sentí más pequeño que el tipo que me acababa de hablar, pues había sido testigo de toda la escena desde el inicio. Y pasó.

Al mirarlo de nuevo vi que aquel insignificante ser, poco más grande que un insecto común y quizás, más pequeño que otros tantos, me estaba enseñando el culo descaradamente. Los pantalones por los tobillos, ojete al aire como si quisiera que inhalara sus ventosidades… Rugí de nuevo con toda la furia que era capaz. Esta misma regresó a mí con más fuerza y contundencia que antes, pidiendo venganza contra aquel que no solo había lanzado la botella al mar, sino que también me había mentido y había tratado de ridiculizarme como hacía tiempo que nadie lo hacía. Las membranas de mi cuello se abrieron violentamente, aumentando las dimensiones de mi cabeza y dándome un aspecto aún más aterrador. Fugazmente pensé que la vida había tratado de advertirme de la verdadera personalidad de aquel enano con la banda sonora de fondo. Esa música tan solo podía representar a la peor de las calamidades. Frente a mí tenía a un auténtico demonio. Un ser del inframundo que se había burlado de mí y tratado de convertirme en poco más que una estúpida medusa.

Sin darle tiempo, lancé la botella y toda la masa de agua que tenía en la mano. Difícilmente conseguiría acertarle con la botella, pero por su tamaño esa cantidad de agua tendría que ser suficiente para ahogarlo. Por si acaso, eso no fuera necesario, contraje en brazo libre y lancé un golpe en la dirección que estaba el diminuto ser todavía subiéndose los pantalones con la intención de aplastarlo como la cucaracha que era. El mundo estaba mejor sin según qué tipo de seres. Entre ellos, él.

Aclaraciones

Tecnicas y daños


#4
Tofun
El Largo
Por un momento, respiré profundo y sentí el aire de la libertad, ese que sabe a que vas a vivir un día más. Juraría que mi treta había sido suficiente para distraer al terror de los mares, pero mi torpe tropiezo, acompañado por mis nalgas al aire, delató mi gran mentira. En cuanto me levanté, mientras intentaba abrocharme los pantalones, lo supe: el titán estaba furioso. Rugió, y sus branquias vibraron como si fueran dos ventiladores encendidos a máxima potencia, hinchando su cara. Joder... ¿Qué clase de demonio marino era este?

Sentía su luz apuntándome como si fuera un foco de un interrogatorio celestial, o mejor dicho, infernal. Solo con su mirada ya me sentía culpable. Y, para qué engañarnos, lo era. Creedme, si salía de esta, no lo volvería a hacer... lo juro. Pero no parecía que me fuera a dar la oportunidad de alegar ni pedir menos condena leve. La furia del mar caería sobre mí como un cañonazo.

Pude prever el ataque, pero por mucho que me sintiera más rápido que la bestia, no podía hacer nada contra ese tamaño. Di una gran bocanada de aire. Era inminente. El agua me cayó encima con la fuerza de un embalse recién abierto, aplastándome contra el suelo. Me cubrí como si eso fuera a ayudar, había visto cómo la bestia levantaba su otra mano para golpearme. 

No tengo ni idea de qué parte de su ¿mano? me golpeó, pero sentí un dolor peor que cuando Ragnir me lanzó contra el campanario después de que accidentalmente. Juraría que hasta la tierra tembló. Solté el aire de golpe creando burbujas que buscaban salir del agua marina, pero lo más fuerte fue la corriente del agua tras el impacto. Me elevó y me arrastró a tal velocidad que pareció que estaba en una atracción acuática. Sentí que me enredaba con algo, palpé buscando aferrarme. ¡Un árbol! ¡Y menos mal que no era un cactus!

Pronto, el agua comenzó a bajar, dejando el suelo recién regado. Tosí intentando no hacer mucho ruido, encajado entre las ramas y oculto en el árbol, que debía tener unos tres metros de altura. 

Apreté los dientes, sacando fuerzas de donde no sabía que me quedaban. El agua me había quitado parte de la borrachera, como cuando te lanzan un cubo de agua fría tras una fiesta demasiado larga. Me acomodé en el árbol y, antes de volver a la acción, me quité la ropa empapada: camisa, pantalón, zapatos y calcetines, quedándome en mis calzones blancos con corazoncitos rojos. 

Esperaba que la espesura de mi escondite me diera alguna ventaja. Ya había comprobado que, por muy rápido que me creyera, no podía huir del tamaño de aquella cosa. Doblé las rodillas y me preparé. Tragué saliva. Solo había una opción.

Salté con todas mis fuerzas, rompiendo las ramas del árbol que me sostenían y sacudiéndolo de manera que la mitad de sus hojas abandonaron su hogar. Salí disparado como un torpedo, directo hacia su hombro izquierdo. Si conseguía llegar, le iba a dar con ambos puños, con los dedos entrelazados. Iba a comprobar cuán resistente era este Kraken. Si salía de esta, iba a ser mi mejor historia, iba a cansarme de contarla.  Si todo salía bien, me quedaría en su hombro, listo para lo que se viniera. Y si no... bueno, supongo que siempre pude haberme quedado en casa ese día.

Contenido Oculto

Los habitantes de Rostock que aún seguían despiertos no podían creer lo que veían: una pelea entre una mosca y un terror marino. Algunos, medio tambaleándose por el alcohol, señalaban la escena con asombro mientras intentaban decidir si estaban soñando o si el vino era más fuerte de lo normal. Por suerte, a esas horas, la mayoría eran borrachos a los que pocos tomarían en serio. Pero era suficiente, seguro que esta historia se convertiría en el rumor más delirante de la temporada.

Personaje

Resumen

Datos
#5
Umibozu
-
La masa de agua impactó contra el microbio, ahogándolo parcialmente. Sin embargo, su tamaño resultó ser condena y bendición al mismo tiempo. Como el juez que imparte justicia absoluta, la masa de agua lo desplazó de su posición original, librándolo de la muerte segura que era ser aplastado por el ataque siguiente aunque para mí ya hubiera muerto tras semejante ataque. Nuevamente, su tamaño fue su salvación, que sumado a la oscuridad reinante y tan solo desafiada por mi capacidad lumínica, le permitieron pasar totalmente inadvertido durante su vuelo hasta el árbol más cercano. El impacto contra el suelo destrozó el saliente del acantilado parcialmente, derrumbándolo en cientos de piedras de diferentes tamaños que comenzarían a caer al mar, presas libres ahora de la gravedad. Junto a ellas, tendría que estar el despreciable ser del inframundo que me había ofendido a mí y al mar de esa forma – Ya tenéis desayuno-lurk – dije en voz alta a los peces que merodeaban por mis pies. No esperaba que me escucharan, por supuesto, sino que más bien había sido una expresión para dirigirme a mí mismo. La furia que había sentido la había descargado en ese golpe y, al igual que el suelo, ya se había roto en mil pedazos y regresaba al lugar del que emanaba: el fondo del mar.

Los pueblerinos más curiosos, y osados, se habían acercado hasta el lugar, más o menos, atraídos por mi luz, como las presas en el fondo abisal. Al igual que pequeños insectos descerebrados, habían acudido al reclamo que sin duda tendría como fin la conclusión de sus vidas. De no haber sido por el kilómetro largo que nos separaba y la oscuridad, podría haber visto sus atónitas miradas y mandíbulas desencajadas. Uno de ellos se frotó los ojos, como si estuviera en un sueño y quisiera comprobar que lo que tenía frente a sí era real. Mi comportamiento completamente normal y agradable, como si el hecho de ser un ser gigante luminiscente que acababa de destrozar parte del acantilado fuera tan cotidiano como pasear una mañana camino al mercado a comprar un par de manzanas y dos barras de pan. Sentía paz y un extraño vacío placentero en mi cuerpo. Ese bienestar y pequeña euforia que dejaba el liberar las tensiones acumuladas después de hacer ejercicio y nadar cuarenta o cincuenta kilómetros. ¿Qué? Soy un pez y además grande, las distancias son relativas.

Inicié el movimiento para sumergirme de nuevo, cuando lo vi. O más bien, vi una mosca que volaba inusualmente directa hacia mí y a una gran velocidad. Pude verla cuando ya la tenía casi encima y había entrado en el radio de luz de mi habilidad abisal. La sorpresa se mezcló con el desconcierto - ¿Tú no estabas muerto-lurk? - pregunté al aire, incrédulo. Traté de levantar el brazo para capturarlo como a un insecto volador, pero como tal, se escapó entre los dedos. Sentí el impacto de lleno. Lo sentí en mi hombro, donde ahora reposaba el diminuto ser. El Profanador del Mar. El Contaminador de Océanos. El golpe dolió, pero no fue nada que no pudiera soportar. A penas un golpe sin importancia. ¡Me había hecho más daño chocándome contra algún arrecife de coral! Sin embargo, el envite sí consigió que el pie derecho retrocediera un metro para estabilizarme, quedándome en el mismo sitio prácticamente. Rápidamente, golpeé en mi hombro izquierdo con la mano derecha para aplastar al ser del inframundo como el mosquito que era, cerrando la mano tras golpear para buscar encerrarlo allí y evitar que escapase.

Aclaraciones


Técnicas y daños


Personaje



#6
Tofun
El Largo
Mi estrategia fue un éxito rotundo: logré pasar desapercibido el tiempo suficiente para que la bestia marina me diera por puré de tontatta. Había bajado la guardia y ahora me buscaba sin mucho ímpetu, ¡momento perfecto para lanzarme cual torpedo hacia su hombro! Y así lo hice, me acerqué y le di un fuerte golpe. ¿El resultado? Ni fu ni fa. Más o menos lo esperado. Confiaba en mis capacidades y en que, aunque pequeño, matón. Sin embargo, el colosal porte de aquel bicho también tenía algo que decir. Adaptó su postura para amortiguar el impacto, y apenas le hice un rasguño.

¡Y allí estaba yo! Encima de una bestia marina humanoide de 15 metros de altura, mirándola cara a cara desde su hombro. - ¿Seh pue saberrr qué te he hecho io? ¡Hip! - pregunté con dificultad, ya que pronunciar esas últimas palabras era casi una hazaña en sí misma [Karma Olvidadizo: Olvido porque estamos en esta situación]. No había tiempo para detenerse, menos aún para conversar. El pez del averno levantó su gran mano derecha con una fuerza que podría aplastarme como una mosca. ¡Bien! A pesar del riesgo inminente de ser convertido en papilla, el plan iba como lo previsto [Revelo Hide del turno anterior]. Creía ser más rápido que aquel ser, así que con un nuevo salto me desplacé a toda velocidad para evadir su manotazo.

¿Hacia dónde iba? Hacia su conducto auditivo, sí, así como lo lees. Ser tan grande tiene sus desventajas contra un ser tan pequeño como yo. Lo había aprendido con el paso del tiempo, con los sustos y los golpes. Me dirigí directo hacia su extraña, rugosa y fea oreja como si estuviese cruzando en ese instante las puertas del infierno. Avancé firme, sin miedo, directo al interior. En cuanto vi una superficie similar a la de un tímpano (o vete tu a saber que era eso), estiré mis piernas hacia adelante y le iba a dar una fuerte patada voladora. ¡Se iba a enterar! Justo después empecé a darle puñetazos como un loco mientras gritaba, tenía que aprovechar cada segundo.

¡IEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEE!

¡Lo mismo le dejaba sordo! Esa era mi baza, se iba a cagar. Solo esperaba que no tuviese alguna extraña capacidad para cerrar la entrada a la oreja y dejarme allí atrapado. Después de todo, era un ser tan raro que su fisiología era un completo misterio para mí. Y si conseguía hacerlo, tal vez podría ganar tiempo para preparar mi próximo movimiento. Mientras tanto, rezaba para no encontrarme atrapado en un embotellamiento auditivo en la cabeza de un Kraken. ¿De que tamaño sería su cerebro?

Resumen
#7
Umibozu
-
El ataque contra aquel infernal y diminuto ser terminó en un terrible golpe contra mí mismo - ¡Grrph! – gruñí ante el impacto. La adrenalina y la furia del momento habían provocado que me excediera de entusiasmo y contundencia, olvidando que aún habiendo aplastado y esparcido su sangre por mis escamas, como la de un mosquito, aquel terrible golpe me habría terminado hiriendo a mí también. Antes de ello, El Profanador de Mares quiso reírse un poco más de mí - ¡LO SABES PERFECTAMENTE! – respondí airadamente, alzando la voz más de lo que sería mi tono habitual, pero sin llegar a gritar a pleno pulmón. El daño en mi hombro habría sido un pequeño precio que habría pagado muy gustosamente por su sangre resbalando por las escamas y aquel insecto espachurrado bajo el peso de la venganza, sin embargo consiguió esquivar el golpe. No tardé en perderlo de vista - ¡Eres un incordio-lurk! – pero no tardé en saber exactamente dónde estaba. Una presión tan pequeña como la que ejercía en mis duras escamas me dificultaba identificar su posición con exactitud, pero el zumbido de sus pasos y el dolor de sus golpes ¡en el interior de mi oído! no dejaba lugar a dudas.

-¡Aaaaarg! – grité presa del dolor de sus ataques allí dónde no podía defenderme. A pesar de su corto tamaño, tenía unos buenos pulmones y el grito reverberando una y otra vez contra la membrana timpánica era muy molesto. Rápidamente me llevé la mano a la oreja para cerrar la única salida posible que tenía. Con la otra, me tapé la nariz, inspiré profundamente para llenar los pulmones al máximo, apreté los labios con firmeza y traté de expulsar todo el aire inspirado por la nariz en una exhalación violenta. El aire, que no tendría por dónde salir, lo haría por los oídos. Aquello era una práctica muy habitual para desentaponar los oídos cuando aumentaba o disminuía la presión. Confiaba en que una vez más, la diferencia de tamaño y envergadura jugara a mi favor y el aire expulsado sacara al Contaminador de Océanos de mi interior. En cuanto saliera, con la misma mano que había tapado la oreja en la que se encontraba, le propinaría un potente golpe diagonal descendente, para lanzarlo contra la pared del acantilado en lugar de contra el suelo del mismo donde había estado antes. Una vez fuera de mi oído, estaría presa de la gravedad y en caída libre, por lo que esquivar sería difícil. Confiaba en que el ataque y posterior golpe terminaran de acabar con aquel desgraciado ser o que cayera al mar y fuera comida para alguno de mis compañeros marinos, aunque su pequeño tamaño nuevamente le facilitaría quedarse en cualquier pequeño saliente de la superficie irregular de la roca. En cualquier caso, de ser así no tendría dónde escapar tampoco.

Aclaraciones


Daños recibidos


Técnicas


#8
Tofun
El Largo
Me sentía en una cápsula del tiempo, encerrado por paredes de carne marina, golpeando un oído interno como si fuera un saco de boxeo a toda velocidad, jugándome la vida con cada golpe. El sudor me resbalaba por la frente, mis nudillos estaban rojos como tomates, pero no me detuve. Y entonces, lo noté. Como si un ventilador gigante se hubiese encendido, mi cuerpo dejó de tener voluntad propia y fui lanzado por una corriente de aire. Intenté agarrarme de lo que pudiera, pero lo único que noté fue el aire fresco exterior cargado de salitre. ¡Y ahí estaba! La mano de la calamidad marina, viniendo hacia mí con la fuerza de un tifón. Junté mis brazos delante del cuerpo recibiendo el impacto.

Salí disparado, antes me había convertido en un torpedo por voluntad propia; ahora lo hacía por voluntad ajena. Sentí cómo mi cuerpo chocaba contra una superficie dura e irregular. Más que chocar, me incrusté en ella, rasgando mis ropas y arañando mi piel. - Cof... -  Intenté ubicarme. Todo estaba muy oscuro, y al intentar moverme, mis extremidades estaban atrapadas. ¿Qué era ese tacto? Roca. A través de un pequeño agujero en forma de mi cuerpo estirado, pude ver la luz bioluminiscente de mi temible enemigo. ¡Me había incrustado en el maldito acantilado! A un par de metros de profundidad horizontal, como si fuese un clavo en la pared. Tal vez mi pequeño tamaño le haría difícil encontrar en qué grieta me había metido… 

En aquel escondrijo, malherido, asustado, y más borracho que un capitán pirata que no ha visto mar en una quincena, una idea me cruzó la mente. Aquella bestia podía comunicarse. ¿Y si lograba ficharla para mi campaña revolucionaria? ¡Imagínate! ¡Sería el fichaje del año! La revolución entera me recibiría con los brazos abiertos si aparecía con una bestia abisal capaz de derrumbar murallas y hundir barcos. ¡Sería la jugada maestra! Pero, claro, antes tendría que sobrevivir para hacerle la oferta. Así que no había otra opción: tenía que noquearlo. ¡Y para eso, iba a invocar a mi mejor arma! Mi obra maestra, al hacedor de viajes, al precursor de la chispa, a la inspiración etílica: El ascensor. Con seriedad, segregué en mi boca una mezcla especial de licores y bebí un largo trago activando el...

Camino del borracho.

Mis mofletes se sonrojaron, mi mente estaba en la zona, había ascendido. Si antes había sido un torpedo, ahora sería un caza de combate. Salí disparado, abriendo un boquete en la roca donde había estado incrustado.

— ¡Descorche! —

Grité, mientras me lanzaba con la cabeza por delante, como un corcho salido de una botella de champán. Mi objetivo era esa pelota luminiscente que el titán tenía por cuerno.

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#9
Umibozu
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Profanador de Mares salió de mi oído. Lo pude sentir al notar como la presión se aliviaba y el aire inicialmente obstruido y comprimido fluía raudo y ligero. La sensación era la misma que al estornudar y arrojar a gran velocidad un gran moco seco por la nariz. De repente sentías como podías respirar sin problemas y con una ligereza que difícilmente conseguías unos instantes antes. Aquel era un buen símil, pues aquel ser bien podía considerarse un molesto moco debido a su tamaño y comportamiento. No era más que un simple insecto molesto que no tenía nada más que hacer en la vida que incordiar. Apenas sentí el impacto contra su diminuto cuerpo, pero sí pude verlo salir volando como un misil contra la pared del acantilado tras mi golpe. Me agarré ambas manos entrelazando los dedos y las llevé por encima de mi hombro derecho agitándolas en señal de victoria y felicidad, como el bateador que acaba de hacer un home run y se felicita por ello. El oído todavía continuaba zumbando e intuía que aún seguiría así un rato más. Ya comenzaba a acusar los estragos del combate contra el ser del averno. ¿Qué esperaba? ¿Qué el infierno me arrojara a un ser mediocre?

Me agaché ligeramente para alumbrar y comprobar que aquel insecto infernal había muerto de una vez por todas. Ya había subestimado una vez su resistencia y capacidad, pero no me pasaría una segunda vez. No lo daría por muerto hasta que no viera su cadáver inerte frente a mí. Y aún así, comprobaría que no era un embuste; una treta típica de tales seres desconfiables. El impacto había generado una pequeña grieta en la pared. No tenía claro con certeza el lugar exacto, ¡maldita sea! ¿por qué tenía que ser tan pequeño?, pero si aproximado. Al agacharme, unos instantes más tarde, pasó lo que ya adivinaba que pasaría. Apenas vi un ser diminuto saltando contra mi cabeza. ¡No iba a caer dos veces en la misma trampa! Más bien sería al revés. Sin embargo, el Contaminador de Océanos voló esta vez mucho más rápido que la vez anterior - ¡Por las ancas de mi tía! ¡Aún le quedan trucos en la manga! – por lo que a pesar de retirar la cabeza para ganar distancia me golpeó. Pero esta vez lo hizo donde cualquier presa, carente de neuronas complejas, lo haría. Se dirigió justo al apéndice bioluminiscente de mi antena. No voy a mentir, el golpe dolió. Y aunque lo esperaba, aquello resultó ser el detonador de la auténtica furia que mi enorme cuerpo podía albergar - ¡¡¡YA ESTO HARTO DE TI!!! – rugí fiero a pleno pulmón. Sentí liberar una gran presión de mi cuerpo, proyectándose al entorno. En aquel instante, fugaz, a penas una ínfima fracción de segundo, me sentí vacío internamente, como si acabase de liberar por completo mi ser. Furia, voluntad, desesperación, rabia, dolor. Todo salió a la vez en un tsunami que arrasaría con todo a su paso. No fue más que un instante. Tras él quedaba una extraña sensación de tranquilidad y cansancio. La misma que quedaba después caer casi extenuado tras un último gran esfuerzo final en una carrera. Y del mismo modo que al sacar el agua de la arena, inmediatamente y de forma automática, mi ser regresó.

El instinto de depredador marino hizo que capturase con la mano derecha a mi rival, que ya caía al mar presa de la gravedad. Lo hice con fuerza, haciendo presión con toda la mano, evitando que pudiera escapar. Tampoco quería que pudiera moverse. Quería aplastarlo como el insecto despreciable y molesto que era. En el mismo movimiento, tras apresarlo, lo lancé al interior de la boca, al extremo final derecho y la cerré buscando masticarlo una única vez antes de tragar y poner fin a aquella pesadilla. Ya había durado suficiente.

Tras aquello, deglutí tragando así al Profanador de Mares; al Contaminador de Océanos; al ser infernal. Justo en aquel momento, la música infernal del pueblo dejó de sonar, queriendo así acompañar al fin de la titánica y epopéyica batalla. Y con el silencio de la música, también llegaría el del que era conocido como El Largo… ¿O quizás no?

Aclaraciones


Técnicas y Daños



#10


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