¿Sabías que…?
... Oda tenía pensado bautizar al cocinero de los Mugiwaras con el nombre de Naruto, pero justo en ese momento, el manga del ninja de Konoha empezó a tener mucho éxito y en consecuencia, el autor de One Piece decidió cambiarle el nombre a Sanji.
Tema cerrado 
[C-Presente] IFBB Mr. Universe de peso Sirena / Privado Ragnheidr
Asradi
Völva
 Día 16 de Verano del año 724

No sabía cómo pero había aceptando el acompañar a Ragn a... ¿Había dicho un campeonato? Sí, eso le había entendido, pero no lograba captar todavía de qué. Lo peor de todo es que apenas y había amanecido. No se esperaba que el “temprano” fuese TAN temprano. Estaba teniendo un rico y reparador sueño cuando el vozarrón del rubio la había despertado con crueldad. Lo primero que había hecho Asradi habia sido acurrucarse más en la improvisada cama en la casa de Airgid. Podían haber ido al barco, pero al parecer había cosas entremedias y lo mejor era permanecer, por ahora, en tierra. La pelinegra rezongó algo en algún idioma que, probablemente, solo el mismo Ragnheidr reconocería, pero estaba tan amodorrada que apenas y lo había balbuceado de manera ininteligible.

Solo cuando un nuevo llamado del grandullón hizo retumbar un poco la estancia, fue que Asradi decidió que lo mejor era hacerle caso.

¡Ya voy, ya voy! Qué prisas... — Se llevó, delicadamente, una mano a la boca, escondiendo así el bostezo que no pudo evitar. Luego de eso, se frotó un tanto los ojos y se puso en pie.

Mejor se aseaba y se vestía rápido antes de que Ragnheidr se le ocurriese irrumpir en el cuartito que Airgid le había prestado para tener un poco de intimidad, como quien dice. Tras lavarse la cara para quitarse las legañas, y espabilarse, Asradi se acomodó la ropa para, sobre todo, ocultar la cola que, ahora, se estremeció levemente a modo de desperezamiento. También se puso una camiseta de tirantes que, al menos, cubría toda la parte de su espalda y, esta vez, se dejó el largo cabello negro suelto. Generalmente lo ataba a una trenza, por simple comodidad, pero iban con prisas. O, más bien, Ragnheidr iba con prisas.

¿No nos da tiempo tan siquiera a desayunar algo? — Preguntó, echándose su mochila a la espalda, donde llevaba sus útiles. Siempre los llevaba consigo, por si acaso.

Tras desperezarse un poco más, estirando un tanto la espalda, se acercó al enorme rubio con aquellos graciosos saltitos que tanto la caracterizaban ya. Tenía hambre. Siempre tenía hambre al despertar, quizás pudiesen pillar algo por el camino.

Ojalá. Quizás unos huevos revueltos, o unas brocheta de pollo. Cualquier cosa con proteínas le servía. Era lo único que necesitaba para empezar bien el día.
#1
Ragnheidr Grosdttir
Stormbreaker
El Buccaner, después de una intensa jornada con el grupo, Ubben, Asradi y la coja Airgid, decidió prepararse para el concurso de culturismo más importante de la isla Kilombo. Eran días esperando el momento, logró convencer a Asradi para que le acompañara, ya que sería un buen momento para que pudiera ver a seres de otro mundo. Con su estatura imponente de cinco metros y su cuerpo musculoso, su físico ya era una obra de arte, más que la mayoría. Pasó toda la noche entrenando, levantando pesas de varios cientos de kilos y realizando rutinas exigentes bajo la luz tenue de la luna, que parecía más brillante que de costumbre en el cielo despejado. Cada movimiento de Ragn resonaba en el silencio de la noche, sus músculos trabajando al máximo mientras realizaba series de flexiones, levantamientos de troncos gigantes y carreras de velocidad a lo largo de la costa rocosa de la isla. Cada ejercicio lo acercaba más a su objetivo: dominar la competencia y mostrar al mundo su fuerza sobrehumana. ¿Lo necesitaba? para nada, pero qué más se podía hacer allí. Que aquella competición hubiera llegado justo en ese momento, era un llamado del destino. El entrenamiento lo dejó exhausto, pero satisfecho. Sabía que su esfuerzo no había sido en vano. Justo antes del amanecer, decidió detenerse, su cuerpo brillaba con sudor y sus músculos vibraban por el esfuerzo, era el momento de descansar. Ragn se tumbó en una gran roca cerca de la playa, cerrando lentamente sus ojos mientras el sonido de las olas lo adormecía. Se le hacía raro no tener a Rompetomentas encima, isn embargo debía adaptarse. En su sueño, todo comenzó a cambiar. Sintió que su cuerpo empezaba a crecer. Primero, sus músculos se expandieron aún más, hasta el punto en que cada fibra parecía un río de poder. Luego, su altura comenzó a aumentar. Pasó de sus ya impresionantes cinco metros a diez, luego a quince y finalmente a veinte metros.

Ahora era un coloso, un gigante imponente cuya cabeza casi tocaba las nubes. Desde esa altura, Ragn podía ver toda la isla Kilombo como si fuera una maqueta a sus pies. Sentía una fuerza que nunca había experimentado antes, su respiración hacía temblar los árboles y cada paso hacía que el suelo se estremeciera bajo su peso. En su mente, el concurso de culturismo se había transformado, ya no era una competencia común, sino un escenario donde su gigantismo lo convertía en el rey indiscutible. Ragn flexionaba sus titánicos músculos mientras las montañas y los valles observaban su poder. En su sueño, las ovaciones de miles de personas resonaban desde el centro de la isla, aplaudiendo y vitoreando al gigante musculoso que dominaba el horizonte. Finalmente, mientras seguía disfrutando de su nueva fuerza y tamaño, una suave luz comenzó a aparecer en el cielo. El sol del amanecer lo hizo regresar lentamente a la realidad. Despertó en su forma habitual, con el cuerpo descansado y revitalizado, listo para enfrentar el día del concurso. Aunque ya no era el gigante de sus sueños, Ragn sabía que, con todo el esfuerzo que había invertido, estaba preparado para ser el campeón.

Después de haber entrenado toda la noche, Ragn regresó a casa (la de Airgid donde vivía desde hacía un par de noches)a las tres de la mañana. Su cuerpo agotado, pero satisfecho, lo llevó directo a la cama, donde se desplomó casi de inmediato. Cerró los ojos y, en un instante, el agotamiento lo arrastró a un sueño profundo. Sabía que el descanso sería breve, ya que el campeonato de culturismo comenzaba pronto. A las cinco en punto, su cuerpo enorme y musculoso despertó naturalmente. Se levantó de un salto, listo para el gran día, y su primera misión fue preparar un desayuno titánico. — ¡Mujeeeeerrrrr! — Gritó. Se dirigió a la cocina y comenzó a cocinar con una velocidad y precisión impresionantes para un hombre de su tamaño. Cortó varios kilos de carne, rompió una docena de huevos y mezcló grandes porciones de avena y batidos de proteínas. El aroma de su banquete inundó toda la casa. Mientras devoraba su desayuno monumental, recordó que no podía hacerlo todo solo. Asradi todavía estaba en la cama. Ragn revisó el reloj y se dio cuenta de que el tiempo se estaba agotando. El campeonato estaba a punto de comenzar, y no podían llegar tarde. Al fin escuchó la voz de la fémina y la vería aparecer por el comedor. — Clarrro que sí. — Comentó con una pata de jamón en la boca. Se estaba comiendo un jamón a bocados y se la estaba pelando de una forma genuina. Se la sacó de la boca y se la ofreció, pero rápidamente declinó el ofrecimiento. Era obvio que Asradi era una mujer normal, comía en cantidades humanas, una pata de jamón igual le duraba mucho y quizás era necesario algo más ligero. Bendita sea la suerte de tener a un cocinero de la talla de Ragn.

Con sencillez, cocinó varios huevos fritos, en su punto. Abrió las yemas con cuidado y añadió algo de pollo desmenuzado con un ligero toque dulce que daba varias gotas de miel. Entre los cientos de kilos de carne y proteínas varias, asomaba aquel plato construido con suma delicadeza. — ¡Comeerrr! — Golpeó la mesa, después recordó que había más gente viviendo allí y se arrepintió, arrugando el ceño. — Hoy serr grrran día ... — Le susurró.
#2
Asradi
Völva
Literalmente era como tener un mamut en una cacharrería. Asradi no entendía cómo los demás no se despertaban con la potente voz de Ragn a esas horas. Porque era terriblemente temprano. Al menos, mientras el hombretón había estado fuera durante la madrugada, había podido conciliar bien el sueño. Aunque, por las horas que eran, se notaba que había sido insuficiente. Pero se lo había prometido, y no quería que ninguno de los dos se pudiese sentir mal si le rechazaba, de repente, aquel pequeño favor o invitación.

Para cuando llegó a la cocina, si es que a la pobre zona se le podía llamar ya así, vió a Ragn ya tomando su calórico desayuno. Junto con una pata de jamón que le ofreció muy alegremente. Algo que Asradi declinó. No porque no le gustase el jamón, al contrario. Sino porque ya estaba baboseada. No solía ser muy tiquismiquis, pero no cruzaría ese límite.

Tiene buena pinta. — Le dijo, con respecto al desayuno que él estaba tomando.

Se acercó un taburete y con un pequeño saltito a modo de impulso, se sentó en el mismo. Mientras contemplaba como Ragnheidr se afanaba en hacerle un desayuno a ella. No tan grande como el suyo, pero era suficiente. Sí, Asradi podía tener la apariencia de una mujer humana común y corriente, pero tenía un apetito digno de un tiburón.

Y este huele mucho mejor. — Ya casi se le estaba haciendo la boca agua en cuanto vió como las yemas se abrían y el pollo desmenuzado servía de colofón a ese plato.

La verdad es que, viendo a Ragn, jamás se hubiese esperado que fuese tan buen cocinero. Era obvio que no parecían irle los platos muy ordenaditos o muy “pijos”. Pero sí estaban muy bueno, tenían sentido y los ingredientes eran fáciles de conseguir. Ella, generalmente, sobrevivía con lo que pescaba o cazaba en el mar. Ya fuese vivo o cocinado, dependía del día que tuviese y cómo le apeteciese. Y, a pesar de lo bruto que era, el plato había sido construído y hecho con delicadeza. Con toda la que Ragn poseía. Eso también le hizo esbozar una sonrisa suave, casi enternecida.

Gracias, grandullón. Tendrás que enseñarme a cocinar así. — Le miró, medio en broma y medio en serio, antes de coger uno de los cubiertos cercanos, arrimar un poco de comida en él, soplar ligeramente, con un gesto gracioso y dar la primera probada.

Asradi parpadeó, quedándose un momento sin palabras. La yema explotando dentro de su boca, con el dulce sabor del pollo y las gotitas de miel. Miró abiertamente al varón y luego de nuevo a la comida. Tragó el bocado y se relamió los labios.

Ragn... — La mirada azul de la chica, brillante ahora, estaba fija en el grandote. — ¡Esto está de muerte!

Alzó la voz sin poder evitarlo, en un chillido de emoción que acompañó también al vozarrón del otro, antes de reírse nerviosamente.

¡Shhh, shhh! Están durmiendo. Nos van a crujir. — No pudo evitar una sonrisa mucho más divertida.

Asintió a Ragnheidr cuando dijo que hoy era el gran día.

Sí, tendrás que llevarme a cuestas si quieres que lleguemos a tiempo. Ya sabes... — Suspiró levemente. A veces se sentía un poco lastre con el tema de su cola. Aunque estaba bien orgullosa de lo que era y no lo cambiaría por nada. Pero en ocasiones le daba algo de reparo retrasarles de alguna manera por este mismo motivo.

Ojalá aprendiese pronto o tuviese la capacidad para dividir su cola en piernas, como otras sirenas de mayor edad o experiencia podían hacer.
#3
Ragnheidr Grosdttir
Stormbreaker
Asradi saboreó cada bocado del desayuno que Ragn le había preparado, notando cómo el dulzor de la miel se combinaba a la perfección con la suavidad del huevo. ¡Era una receta milenaria! La mezcla era inusualmente deliciosa, una armonía entre lo dulce y lo salado que no esperaba encontrar en las manos de un guerrero vikingo. Alzó la vista, sorprendida, observando cómo Ragn, con su imponente figura, se movía con una destreza y delicadeza que contradecía su apariencia ruda y sus cicatrices de batalla. Mirar a la mujer directamente a los ojos, tuvo una reacción en su miembro casi instintiva. No recordaba que fuera tan atractiva ... Intentó apartar la mirada. A pesar de su tamaño y su fama como guerrero feroz, manejaba los ingredientes como si se tratara de una obra de arte, muy diferente que a las mujeres, que o era demasiado bruto o su físico tenía extrañas respuestas a cosas comunes como una agradable mirada.

El contraste era fascinante. Las manos que blandían hachas y espadas, que defendían a quién merecía ser defendido en el fragor de la batalla, eran las mismas que ahora batían huevos, vertían miel con precisión, y preparaban platos que bien podrían ser servidos en los banquetes de la realeza. Ragn no era solo un guerrero, había en él un refinamiento oculto, una faceta que rara vez mostraba, pero que ahora brillaba ante los ojos de Asradi. ¿Su estilo preferido? los que tuvieran que ver con carne y por supuesto, peces. Era su oficio, pescar, así que la mayoría de sus grandes platos tenían que ver con ello.

La joven entendió en silencio lo que tuvo que hacer Ragn para prepararlo, concentrado en esos últimos detalles de la comida, mostrando una paciencia y una atención que le resultaban cautivadoras. Para alguien acostumbrado a una vida muy diferente a la que tenían los demás, Ragn demostraba un sorprendente respeto por las artes culinarias, como si en cada plato pusiera el mismo cuidado que pondría en la conquista de una mujer o en las curvas de Rompetormentas. — Tú salvarrr mi vida. No olvidarrr.— La miró fijamente. — ¡Yo prreparrrar cossina para tí siempre que pueda! — Volvió a golpear la mesa y volvió a sentirse un poco mal. Contestó ligeramente con una sonrisa que acompañó la de la fémina. Tanto ella como Airgid, merecían toda la atención posible en lo mejor que se le daba al rubio, en este caso era la cocina. Si viajaban junto a Ragn, jamás les faltaría un refinado plato de comida en la mesa.

Como si fuera algo muy común, se levantó, tomó a Asradi por las caderas y la levantó ligeramente. La transportó como si fuera un sofá hasta la puerta de salida y una vez fuera, la subió a hombros. Depositando su trasero sobre el hombro derecho. — Debe pesar entre cuarenta o cincuenta kilos. — Pensamiento intrusivo detectado. Comenzó a caminar de camino al evento, emocionado. — ¿Querrer irrr algún lugarr antess? — Preguntó, esta vez sin mirarla, pues era complicado, tendría que partirse el cuello.
#4
Asradi
Völva
Oh, bueno. Si el haberle tratado aquella fiebre y demás le servía para tener comida gratis de por vida, siempre y cuando viajase con Ragnheidr, había valido aquel esfuerzo y los sustos posteriores con toda aquella gente con la que, al final, se había juntado. Asradi le volvió a sonreír mientras degustaba la comida. Se fue quedando con los ingredientes y, sobre todo, con el sabor que desprendían. Podía estar comiendo eso mismo durante toda una semana y no se quejaría para nada. Ya había pasado hambre en otras ocasiones, malas y peores. Así que, a excepción de la fruta, no era quejica con la comida.

Una vez ambos dieron buena cuenta de sus proteicos desayunos, se prepararon para partir. La sirena se acomodó la larga falda que cubría, esencialmente, su cola de tiburón y se dejó alzar por los fuertes brazos de Ragn. Al principio, e incluso ahora a veces, le resultaba bastante bochornoso. Pero a pesar del poco tiempo que llevaba junto a Ragnheidr, Airgid y compañía, comenzaba a ver eso con otros ojos. Quizás como una ventaja en según qué ocasiones.

No, vayamos directamente a lo tuyo. — Se acomodó en el amplio y fuerte hombro del hombretón, llevando una mano hacia esa misma zona para mantenerse ahí equilibrada y no caerse. Y también para que él no estuviese incómodo. Le dió, de hecho, una palmadita suave como indicándole que podía comenzar a caminar.

El estar, también, a esa altura, era también una ventaja. Y las vistas eran buenas desde ahí. Tampoco se cansaba. En fin, todo estaba bien. La sonrisa de la pelinegra se amplió ligeramente cuando miró a su alrededor una vez estuvieron fuera. El clima era bueno, así que esperaba que se mantuviese.

A la vuelta compraremos comida o así si es necesario. O lo que veamos que haga falta. — Le explicó, mirándole de reojo. — Explícame en qué consiste, exactamente, ese evento al que vamos.

Porque sí, más o menos se lo había dicho, pero Asradi no se había enterado de mucho. Y, lo más importante...

¿Hay algún tipo de premio monetario para el ganador? — Preguntó.

Lo primero era lo primero.
#5
Ragnheidr Grosdttir
Stormbreaker
No. — Respondió de forma tosca el Buccaneer. Comenzó a caminar en dirección a la competición, aún quedaba tiempo, pero siempre era mejor llegar de los primeros para pillar sitio. Al salir por la puerta, como comenzaba a ser costumbre ya, el vecino se asomó, sentía una extraña sensación de atracción hacia el gigantón o algo parecido. Al principio le daba igual, pero eso ya comenzaba a ser obsesivo y Ragn no iba a pasar ni una mariconada más. — ¡Hmm! — Gruñó cuál animal. Nuestro queridísimo protagonista, además de ser una masa de músculos sin fin, también era un hombre aparentemente abierto, hasta cierto punto. Venía de un lugar donde las tradiciones eran antiguas. En ellas las mujeres y los hombres tenían roles muy determinados y por supuesto que existía la homosexualidad, pero era vista con cierta preocupación. No mucho por Ragn, quizás también porque se marchó muy joven de allí. ¿Su religión prohibía algo como aquello? Desde luego no, de hecho eso era una grandísima pregunta ¿que se consideraba pecado dentro de las nuevas leyes religiosas del vikingo? sus diosas no tenían iglesias. Tampoco "palabras sagradas" o un libro divino. Eran diosas que solo seguía él y que por supuesto, de historia tenían cero.

Era un tema al que darle vueltas, desde luego.

Al alejarse ligeramente del lugar urbanístico, comenzaron el trayecto por un sendero de tierra que bordeaba un extenso bosque, el cual se extendía a ambos lados del camino. Asradi, la mujer de dominante delantera, seguía en su hombro cual lorillo en dominio de un pirata cualquiera. El contraste entre la masiva figura de Ragn y la diminuta presencia de Asradi era llamativo, pero nadie que los conociera dudaría de la dupla en momento de necesidad. El sol se encontraba en su punto más alto, irradiando una calidez apacible, mientras las sombras de los árboles se alargaban como dedos extendidos sobre el camino. El destino que les aguardaba era una de las competiciones de culturismo más importantes del reino, un evento donde la fuerza y el poder físico se celebraban con admiración casi religiosa. Ragn, que era mucho más grande que cualquier competidor (seguro), tenía la intención de participar no solo por demostrar su fuerza, sino porque, para él, era una especie de ritual personal, un tributo a sus ancestros. Sentía que necesitaba medirse con otros hombres físicamente, de manera constante. Habían pasado unos minutos, pero el Buccaneer respondió a la última pregunta. — ¿Dinerrro? ¡Já! — Levantó ambas extremidades. — Dinerrro serrr prremio parrra humano pequeñññiiio. — Chocó sus palmas. — Parrra un hijo de Elbaf, serrr orrrgullo desstrrrrossarrr hombrrría de hombrrres en competisssión. — Diría con una sonrisa intensa. Le pegaba una barba, una de semanas, pero siempre se afeitaba cada tres días, su cuadrada barbilla remarcaba senderos del rostro que los feos y obesos necesitaban ocultar con pelo. ¡El pelo para las focas! Como si ese comentario tuviera sentido.

A medida que avanzaban, se encontraron con un par de viajeros al borde del camino. Dos figuras discutían acaloradamente junto a un carro volcado que, a todas luces, había sufrido un accidente. Eran un mercader de barba espesa (qué casualidad) y un joven aprendiz, ambos de baja estatura, que levantaban las manos al aire mientras intentaban, sin éxito, reincorporar el vehículo. Pareciera ser que aquellos humanos inútiles necesitaban de la fuerza de un GRAN hombre. Ragn esperó allí parado, con los brazos en jarra, esperando que le pidieran ayuda ...
#6
Asradi
Völva
Asradi frunció ligeramente el ceño con la respuesta negativa y tan tosca del procedente de Elbaf. Pero, poco a poco, iba habituándose a ese trato y reacciones rudas del varón. Aunque todavía le chocaba un poco, debido también a su carácter, todavía estaba tratando de conocerle. Cierto era, le había salvado la vida, pero ella no creía que Ragn le debiese algo. Lo de la comida estaba bien, eso no se lo iba a negar a sí misma. Pero se lo tomaba, más bien, como una situación divertida y que, de todas maneras, él no estaba obligado a cumplir. Después de salir de donde Airgid vivía, de ver con cierto divertimento el gruñido de perro que le dedicó al pobre vecino, continuaron su camino.

Y, con respecto al vecino... Asradi no pudo evitar quedarse pensando mientras continuaba, muy cómodamente, sentada en el hombro de Ragn. Llevaban apenas un día y unas pocas horas desde que se habían encontrado todo aquel pintoresco grupo. Pero ya había notado cierta extraña fijación de aquel hombre por el particular hombretón de cinco metros. ¿Era simple admiración o era algo más? Cierto es que era innegable que la fornida y enorme presencia de Ragnheidr llamaba poderosamente la atención de cualquiera con el que se cruzase en su camino. Había sucedido con ella misma, todo sea dicho. Todavía sucedía de vez en cuando, pues era consciente del atractivo físico que ese hombre tenía. Quizás no fuese tanto su tipo, pero los ojos estaban para mirar, ¿no? Y regalarse la vista de vez en cuando no le hacía daño a nadie.

Tras alejarse del pueblo en sí, se adentraron a un camino que iba limítrofe con el bosque. El aroma de los pinos y de otros árboles inundaron, agradablemente, su nariz, así como el sonido de los pájaros, mezclados con las poderosas pisadas de su improvisada montura, como quien dice. Era como estar sentada y dejándose llevar por una ola más salvaje de lo habitual, aunque ahora fuese bastante tranquilito. La verdad es que todavía no se había recorrido abiertamente la isla o, al menos, las cercanías del pueblo. Con todo lo que había pasado el día anterior no había tenido ni tiempo ni, tampoco, las ganas. Y tampoco era sensato que lo hiciese estando sola. Por eso, aprovecharía ese momento.

El dinero soluciona muchas cosas. Aunque a veces también las empeora... — Dependía del caso, claro. — Además, ¿qué pasaría si pierdes? El destrozado serías tú.

Pero, a juzgar por como Ragn estaba considerando el inexistente premio monetario, Asradi solo suspiró ligeramente. Vamos, en resumen: el premio para él era medirse la polla con el resto de competidores y ver cuál era el que la tenía más grande. Metafóricamente hablando, claro. Porque no creía que, en algún momento estúpido, se fuesen a sacar el miembro para...

El rostro de la sirena tomó coloraciones más rojizas cuando su mente le jugó tan mala pasada. No, mejor no. Prefería ni tan siquiera imaginárselo. Por inercia se llevó ambas manos a las mejillas, dándose un par de palmaditas en la mismas para espabilarse y quitarse esa idea de la cabeza.

¡Ey, vosotros! ¡El grandullón! ¡Si, tú, acércate!

Por fortuna, una voz ajena a ellos la sacó de su ensimismamiento y ayudó a apartar aquellas situaciones de la cabeza. Desde su privilegiado asiento, la pelinegra le dió un suave toquecito a Ragn en el hombro.

Allí, en el borde del camino, se encontraban una pareja de hombres, uno más mayor que el otro. Y también más desaliñado, quizás. Junto a una carreta que había volcado, y con parte de los enseres que transportaban también esparcidos por el suelo. No parecía haber nada más dañado, aparte de que no estaban siendo capaces de enderezar el medio de transporte.

Asradi parpadeó.

Creo que te están llamando. — Le señaló a Ragnheidr, con un sutil cabeceo hacia dicha dirección.

Efectivamente, el mercader que parecía más experimentado, pareció suspirar con alivio, tras unos comentarios altisonantes por la mala suerte que habían tenido antes.

Tienes buenos brazos, zagal, ¿nos ayudarías a levantar la carreta? El zangurrio de mi aprendiz todavía no sabe manejar bien cual es la izquierda y cuál la derecha... — Le dirigió una mirada acusatoria al más joven. — … El caso es que necesitamos continuar el camino hacia el pueblo.

Esperaba, el de espesa pelambrera, que aquel par se apiadase de su desgracia.
#7
Ragnheidr Grosdttir
Stormbreaker
Rragnheidrrr Grosdttir no perrrderrr. — Confirmó, esbozando una alegre sonrisa. Tenía mucha fe en sí mismo, era algo de lo que había aprendido a enorgullecerse a lo largo del tiempo. No siempre fue así.

¿Estaba lloviendo? El cuerpo de Asradi parecía estar aumentando de temperatura. — Seguro que es aguachirri. — Los golpecitos de la morena guiaban los pasos del titán, cuál montura experimentada. Los dos hombres, que hasta ese momento charlaban en voz baja, sintieron el peso de una presencia descomunal que parecía tragarse el aire a su alrededor. Cuando levantaron la vista, sus palabras murieron en sus gargantas. Ragn avanzaba hacia ellos. Su sombra era imponente, una colosal figura que, aunque apenas se movía con esfuerzo, parecía sacudir el suelo bajo sus pies. Cada paso que daba resonaba como un eco lejano, como si el mismo suelo temiera al gigante. En su hombro derecho, con una tranquilidad casi aterradora, descansaba Asradi, tan pequeña a su lado que parecía una extensión más de su cuerpo. Una hermosa extensión.

Los hombres sintieron el frío recorrerles la espina dorsal. Era como si el miedo tuviera una forma tangible, envolviéndolos, impidiéndoles siquiera retroceder. La piel se les erizaba, sus corazones palpitaban con violencia, y sus miradas se encontraron por un segundo, en un silencio que solo podía albergar desesperación. Los ojos azules como el mar del vikingo quisieron toparse con los de Asradi. Casi que estaba esperando un permiso, aunque la realidad era otra. Estaba a punto de jugarle su propio comentario en contra. — Sentirrr, perrro compañerrra, no querrrer que gastarrr tiempo si no haberrr dinerrro de porrr medio. — Le levantó el pulgar a Asradi, buscando su aprobación, aunque realmente estaba soltando una ironía colosal. Para entender aquel juego, era necesario conocer al rubio bien. Su tosca manera de comunicarse en esa vergüenza de idioma, se había dado cuenta que daba la imagen a los demás de alguien casi "cortito" sin ningún tipo de capacidad de soltar ironías, dobles sentidos o comentarios más rebuscados. Tenía más que asumido que así era, por eso disfrutaba cuando nadie esperaba una vuelta de situación al elaborar, por pequeña que sea, una jovial broma.

Ambos tragaron saliva al mismo tiempo, el nudo en sus gargantas era palpable. Sus manos temblaban ligeramente mientras intercambiaban una mirada cargada de desesperación, buscando en los ojos del otro alguna señal de escape, pero lo único que encontraron fue el mismo terror incontrolable. El cuerpo de Ragn, poderoso y colosal, era una amenaza silenciosa, su presencia un recordatorio de que no había escapatoria. Asradi, ligera en el hombro derecho del gigante, no hacía nada por aminorar el miedo; era como si su propia quietud aumentara la tensión, como si supiera que no había peligro para ellos… porque ya estaban condenados.
#8
Asradi
Völva
A decir verdad, Ragnheidr imponía. Mucho. Incluso para ella que ya estaba medio habituada a verle en las últimas horas. Los tipos, aunque espabilados, al menos el que había hablado, ahora se percataban de la verdadera envergadura del buccaneer una vez se acercaron. Con Asradi subida a su hombro como quien maneja, a toquecitos, a una bestia parda. Pero el grandullón, para ella, era más amable de lo que podía aparentar, a pesar de la brusquedad con la que, a veces, hacía y decía las cosas.

Uno de ellos tragó saliva y el otro no se meó encima del susto de puro milagro. Aún así, señalaron la carreta que, todavía, seguía volcada en la cuneta, con algunos sacos y cajas desperdigados. ¿Cómo diantres se habían metido ahí? El camino era ancho. La sirena plasmó su mirada primero en uno y luego en el otro. Y luego haciendo un pequeño fruncimiento de ceño ante las palabras de Ragn.

A ver, claro que quería ganar dinero, o sacar unas monedas si tenía la oportunidad. Pero no a costa de gente inocente. En una competición, bueno... Un premio monetario solía ser lo habitual.

Pero no tenemos nada... Solo las provisiones que íbamos a vender en Kilombo. — Musitó uno de ellos, intercambiando un par de miradas, precisamente, con uno de los sacos repletos y luego con el grandote.

Tragó saliva cuando vió el peligroso portento que eran aquellos brazos. Seguro que podía espachurrar sus cabezas como quien casca una sandía.

Los ojos claros de Asradi se entrecruzaron, durante un momento, con los también azules de Ragnheidr. Y luego suspiró. Los hombres habían posado la vista en ella, casi con desesperación. Como rogándole que no dirigiese a aquel gigante contra ellos.

Ayúdales, Ragn. — Le dió una caricia más sutil en el nacimiento del cuello. — Bastará con que nos hagan algún descuento en su tienda cuando regresemos.

Seguía siendo una ligera ganancia, al fin y al cabo. Y todos ganaban. Los mercantes tendrían de nuevo su carreta en activo y entera, pudiendo continuar su camino hacia el pueblo. Y ellos un descuento. Tampoco estaba tan mal.

Luego le explicaría al grandullón su concepto de ganar dinero a costa de otros. No de todos, claro. Pero sabía que el rubio no era estúpido. Luego de eso, miró a su compañero.

¿Necesitas que me baje? — Preguntó, esta vez con una suave sonrisa. No creía que fuese necesario, pero tampoco quería que Ragnheidr estuviese incómodo con ella al hombro si necesitaba mover la carreta. Podía esperar pacientemente en tierra firme durante unos segundos.
#9
Ragnheidr Grosdttir
Stormbreaker
¿Tanto imponía? sí, es verdad que la complexión física del vikingo solía impresionar, pero apenas había recitado ni una palabreja y ya estaban medio temblando. Aquello le gustaba al rubio, en parte, porque tenía una mujer cerca. Instintos básicos, supongo. Bufó ligeramente mientras daba un par de pasos hasta la carreta. — Grrrasiossa. — Contestó y justo en ese instante depositó su áspera diestra sobre la madera roída del carruaje. Lo alzó sin miramientos. Como si pesara diez kilos y no doscientos. No pasó inadvertido la caricia para nuestro protagonista. Recordó el análisis casi esquemático que hizo del cuerpo de Asradi, contemplando las posibilidades de realizar la cópula en algún momento.

Se sacudió la cabeza.

Esos pensamientos lascivos dignos de un varón con exceso de testosterona, le jugaban desgraciadamente en contra. Ahora estaba viviendo con ella y con Airgid, debía controlar impulsos innecesarios. Al menos, los referidos al tema sexual. — Nunca nadie darrr rrrecompenssaa. — Cierto era. Todo el mundo anhelaba ayuda, pero nadie pagar por ella. Desde luego eso convertía el ser buena persona en algo prácticamente vocacional. Entonces se le ocurrió una ida magnífica. Depositó con cierta calma el cuerpo de la sirena sobre algunas frutas que aún quedaban en sus sacos. — Llevarrr a mujerrrr. — Fijó la mirada en los hombres. — Ese serrr pago parrra mi. — Como era la vida, los hombrecillos tendrían que hacer dos pagos, el descuento y hacer de taxi.

Es lo que tenía no poder elegir.

Ante ellos se extendía un camino angosto, serpenteante entre las colinas, apenas lo suficiente para que la pequeña carreta avanzara sin problemas. El terreno estaba cubierto de hierba alta y rocas dispersas, y en algunas partes, las raíces de los árboles cercanos rompían la superficie, añadiendo dificultad al trayecto. Asradi, sentada en la carreta, podría observar el paisaje con serenidad, mientras Ragn, con la mirada fija en el camino, aprovechaba el terreno irregular para entrenar su destreza. Los baches y las subidas del camino hacían que Ragn tuviera que ajustar su postura constantemente, equilibrando la fuerza y la estabilidad. Cada vez que el camino se empinaba o se hacía más pedregoso, Ragn sentía cómo sus músculos se tensaban, adaptándose al esfuerzo, dominando su respiración. Era una oportunidad perfecta para entrenar su resistencia, sentir el peso de la carreta y aprender a mantener el control en situaciones difíciles.
#10
Tema cerrado 


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