Alguien dijo una vez...
Monkey D. Luffy
Digamos que hay un pedazo de carne. Los piratas tendrían un banquete y se lo comerían, pero los héroes lo compartirían con otras personas. ¡Yo quiero toda la carne!
[Común] [C-Pasado] De la necesidad, virtud
Masao Toduro
El niño de los lloros
Masao guio al tiburón por los callejones, ahora si procurando evitar las cuadrillas que bajaban a toda prisa al puerto, al parecer la noticia se había extendido como la pólvora y habrían decidido reforzar los alrededores de los almacenes lo mejor que pudieran.

Es por eso por lo que agradeció que la zona por la que él vivía hubiera quedado algo más libre, después de todo el bicho de cuatro o incluso cinco metros no era algo precisamente discreto.

 Una vez llegaron cerca de su casa, no tuvo más remedio que indicarle que espera ahí, después de todo no le parecía lo más sensato del mundo decirle a un monstruo donde vivía su familia, independientemente de que se pudiera llegar a razones o no con el ser, este no dejaba de ser algo ajeno, y en vistas de a lo que se dedicaba, tampoco parecía trigo limpio, aunque tampoco estaba yo como para dar lecciones de moral a nadie, lo mismo el tiburón también tenía todo un banco de los suyos que alimentar y que por eso se había visto forzado a encontrar un porvenir en la superficie. Aquel pensamiento le abordó muchas preguntas que le fueron saltando una detrás de otra ¿Cómo sería la sociedad de aquellos seres si es que tenían? ¿También utilizaban los berries o tenían sus propias monedas? ¿Tenían casas en forma de piña debajo del mar como en la serie de dibujos que veía su hermano pequeño? ¿O se parecerían más a series de su época como las aventuras de Sharky y George, los caza-cacos de alta mar? Este tiburón no era rosa, por lo que finalmente deduje que si eran familia debían de ser lejanos, estilo, primos terceros o similar…

Mientras dejaba la mercancía en la casa, y le entregaba a Nana su china de rigor, asomé por la puerta del dormitorio y donde se encontraban sus hermanos, los cuales andaban todos tirados y dormidos, con las piernas y brazos entrelazados, como si fuera un ovillo de hilo tirado por el suelo y tras el meneo de un gato. No pude evitar sonreir al ver la escena, más si tenía en cuenta el esfuerzo que habí ahecho en que todos hubieran quedado de una forma ordenada, pero bueno, al menos estaban dormidos y habían podido cenar bien esa noche. Cerrando con cuidado la puerta, se giró a hablar con la anciana y pedirle de nuevo consejo.

—He encotrao un socio Nana, es un tiburón, pero ni figuradamente, eh un hombre pez de ezo— le comenté —Tu sabeh si zon de fiar esos o me tengo que andar con mucho ojo— le pregunté con tono serio y preocupado.

—Déjame que te tire una tirada de cartas-— replicó la anciana, mientras encendía una vela rápidamente  comenzaba a escuchar tres cartas del tarot, me quede de pie esperando algún tipo de advertencia de la vieja, intento ver los dibujos de las cartas los cuales eran intrincados y muchos más confusos que los estampas de la virgen que guardaba en su chaqueta —Algo va a cambiar en la isla, no sé, no se cuando, pero hay peligro, aun así las cartas te prometen que estarás más seguro con un amigo… Incierto y nublado el futuro está, pero todo parece indicar que es de fiar— finalizó la mujer antes de darme su bendición y desearme de nuevo buena fortuna.

Aprovechando que volvía tome una de las botellas de jerez del borracho de mi padre, para cuando volviera a casa ya no se acordaría ni de que la tenía, si es que volvía algún día, ya habían pasado dos meses desde la última vez que se cruzó con él y ciertamente no lo esperaba de vuelta en su complicada vida.

—Perdona por la espera picha, te he traído un jereh de aquí del barrio, me ha costado encontrarlo— le dije propinando un trago para que se fiara antes de lanzársela a su mano, o aleta —¿Y bien qué quiere sabeh que te pueda deci y qué plan tieneh pa encontrar el tesoro? ¿Por qué iremos a pachas, no? — pregunté a la bestia, tal vez abusando algo más de la suerte que había tenido esa noche.
#11
Octojin
El terror blanco
Octojin esperó en la sombra, escondido en la penumbra de la noche mientras su mente divagaba en preguntas que no solía hacerse muy a menudo. ¿Estaba haciendo lo correcto? ¿De verdad era prudente unirse a ese humano en la búsqueda de un objeto brillante que, sin duda, tenía un gran valor? No parecía muy de fiar, pero sí que aparentaba tener un don para hacerse con lo ajeno. Desde que había dejado la Isla Gyojin y comenzado a moverse entre los humanos, había tomado decisiones arriesgadas, pero ahora, con cada paso que daba, la duda empezaba a arraigarse. No conocía realmente a ese tal Masao, y confiar en humanos nunca había sido su primera opción. Aunque no todos los humanos eran iguales, algunos habían demostrado ser dignos de respeto, otros eran lo peor de la basura terrestre. Y aún no sabía en qué categoría encajaría su nuevo "socio".

Mientras esas preguntas seguían carcomiéndole por dentro, su mirada se perdió en la luna llena, que lucía preciosa en el oscuro cielo. Aquel círculo plateado siempre le había fascinado, desde niño. Era un recuerdo constante de las noches pasadas bajo el agua, cuando los rayos de la luna penetraban las profundidades y daban una luz suave y misteriosa al mundo subacuático. Se preguntaba si sería posible llegar hasta ella, si en algún momento la tecnología o la fuerza podrían permitirle tocarla, como tocaba las aguas de la superficie cuando emergía del océano. Era una idea absurda, pero en la inmensidad de la noche y con las dudas que lo rodeaban, era un pensamiento que le ofrecía una pausa momentánea.

El crujido de pasos lo sacó de sus cavilaciones. Masao había regresado, cargando algo entre sus manos. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, el humano le lanzó una botella. Un Jereh, que debía ser una buena marca de vinos.

Octojin atrapó la botella en el aire sin esfuerzo, pero la miró con escepticismo. Nunca había probado vino antes. No solía consumir alcohol, a excepción de cerveza o sake, y eso en raras ocasiones. Su paladar estaba acostumbrado a los sabores fuertes de las bebidas tradicionales de su isla natal, no a los refinados gustos de la superficie, que bajo su juicio, postureaba mucho con ciertas bebidas que parecían sacadas para niños pequeños. Decidió darle una oportunidad, si bien más por cortesía que por auténtico interés. Levantó la botella y bebió un trago. Al bajar la botella y notar el sabor metálico y fuerte en su boca, vio el líquido en la botella, de un color tan oscuro que le recordó a la sangre.

Inmediatamente, una sensación extraña lo invadió. Algo en su interior despertó. Sus ojos, por un breve instante, se tornaron rojizos como si el vino hubiese desatado algún instinto más primitivo en él. No era realmente sangre, lo sabía, pero la similitud visual fue suficiente para que su semblante cambiara, volviéndose más serio y un poco más agresivo. ¿Qué diablos era aquél brebaje? Se tomó unos segundos más para tranquilizarse mientras notaba como su corazón bombeaba más rápido para después ir volviendo a la normalidad. Aquella sustancia desde luego le producía algún tipo de alteración.

—No iremos a medias —dijo con una voz más grave de lo habitual, mientras bajaba la botella y miraba directamente a Masao—. Mi objetivo es el cristal brillante que están custodiando esos mafiosos. No me interesa el resto de sus tesoros o mercancías. A cambio de tu ayuda, recibirás tres contenedores llenos de algunas cajas como la que metí en tu casa. Son las de la orilla, que ahora están en el fondo del mar. Las recuperaré cuando todo se tranquilice y te las daré, no me interesa lo más mínimo lo que hay ahí dentro.

Octojin hizo una pausa y su mirada se fijó en los ojos de Masao, como si estuviera evaluando la reacción del humano ante lo que acababa de decir. Le tenía bastante desconcertado con sus reacciones y quería intentar aprender a valorarlas. ¿Con qué saldría ahora?

—¿Las viste caer? —preguntó, queriendo confirmar si el humano había notado el cargamento que él había arrojado al fondo del mar antes de que se encontraran. El tiburón estaba casi seguro de que le había visto, pues una persona había dado la voz de alarma y en un principio pensó que era él.

Mientras esperaba la respuesta de Masao, Octojin se apartó ligeramente, tomando otro trago del vino. Esta vez, ya preparado para el sabor y el color, lo bebió con más calma, aunque no se podía deshacer de la sensación que le había causado el primer trago. Algo en el vino seguía recordándole a la sangre, lo que encendía una chispa en su interior, pero supo controlarla.

La noche seguía avanzando, y aunque las dudas iniciales seguían presentes en su mente, Octojin empezaba a sentir que esta alianza con Masao, por muy temporal que fuera, podía ser beneficiosa.

—Dale un trago si quieres —comentó a la par que le tendía la botella sin muchas ganas. Aquella bebida le había gustado —. Pero déjame un par de tragos al final.
#12
Masao Toduro
El niño de los lloros
Al tiburón pareció gustarle el jereh, no tal vez en el primer trago, pero si al segundo, su mirada y aspecto se tornaron aún más intimidantes si cabían, tal vez su gesto de buena voluntad no hubiera sido del todo correcto. Independientemente de aquello decidí fiarme del criterio de la “yaya” y de lo que decía el tiburón.

Evidentemente, no pude evitar fruncir el ceño al escuchar que el hombre pez no iba a repartir el botín de forma equitativa, de todas formas, tampoco se veía en condiciones de ponerse a pelear contra aquel tipejo de cuatro metros

¿Bueno tal vez si me lo podría bajar? comencé a dudar, volviendo a sobrestimar mis propias capacidades como de costumbre Bueno, como cristo rey nos dice de compartir con los más necesitados y la avaricia era al final de un día un pecado, con tener suficiente como para una temporada debería bastar terminé resolviendo en mi cabeza, mentalizándome para aceptar las condiciones propuestas.

Estah bien picha, pero podías haberte estiro a cuatro cajas, niño le replicó mesándose el mentón y esperando unos segundos para ver si le mejoraba la oferta -En fin, trato hecho- terminó estirando la mano, en señal de que aceptaba la oferta, aunque lo mismo el bicho no entendía aquella costumbre humana no se de qué cajas hablas, pero me fio de que las tengas a buen recaudo- replique a la pregunta que me había hecho, y es que si bien había dado la voz de alarma cuando vio lo que le parecía un tiburón en el puerto, no alcanzo a ver mucho más pese a lo imponente que era, posiblemente porque ya se había sumergido con la mercancía o similar.
Finalmente, rehusé de volver a beber, indicándole al hombre pez que podía terminarse la botella.

Veoh que te ha gustao la sangre de cristo, eh le repliqué en tono jovial, intentando descender un poco más el ambiente Puedeh apurarla tú si quieres, no tengoh necesidad de beber ahora le maticé, y es que nunca le gustaba embotarse la cabeza antes de “trabajar” -Bueno, dijo dando un par de palmadas, vamos al lío ¿Qué tenía pensao?- le pregunté con respecto a como pensaba hacerse con la gema.

Yo la verdad es que, si bien me consideraba un genio táctico para mi edad, quería saber qué perspectiva tenía el tiburón y trabajar desde una postura dada, y es que el hecho de no haber trabajado con nadie con sus capacidades tenía dudas de como un tipo como aquel podía llegar a hacer y que cojones, yo siempre había sido muy “apañao” por lo que podría adaptarme a cualquier contratiempo siempre que no involucrará vivir bajo del agua.
#13


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