Alguien dijo una vez...
Iro
Luego os escribo que ahora no os puedo escribir.
[Autonarrada] Octojin y el viaje de la mosca
Octojin
El terror blanco
La cama del tiburón no era una excesivamente cómoda. Ni siquiera de su tamaño. Pero había hecho el gran esfuerzo de intentar descansar en ella. Y no le iba del todo mal… Se encontraba en un intenso sueño del cual no quería despertar.



Octojin se encontraba en mitad de un mar, nadando a toda velocidad en dirección a una isla teóricamente desierta. Estaba siguiendo el rastro de un mapa antiguo que había encontrado en el camarote de un barco naufragado. Lo cierto es que no sabia leer mapas -ni leer en general-, pero las instrucciones eran extremadamente sencillas. Solo debía seguir unas cuantas horas en dirección al noroeste. Y no sabría dónde se encontraba el noroeste de no ser por una pequeña brújula que se encontraba junto al mapa. Vio los mismos símbolos tanto en el mapa como en la brújula y allí se dirigió, sin saber muy bien qué le depararía el futuro.

El océano se extendía interminable ante él, las aguas agitadas por tormentas recientes que azotaban la región le hacían difícil la travesía, y aunque su cuerpo estaba adaptado a las profundidades y los peligros del mar, la fatiga empezaba a hacerse notar. El viento aullaba sobre la superficie del agua, y el cielo se oscurecía en intervalos irregulares, presagiando más tempestades. Las corrientes marinas, fuertes y traicioneras, lo arrastraban de un lado a otro, haciendo que su avance fuera lento y extenuante.

A lo largo del camino, Octojin tuvo que enfrentar múltiples obstáculos naturales. Olas gigantes se alzaban como muros acuáticos que chocaban contra él con una fuerza abrumadora, obligándolo a detenerse y redirigir su rumbo. En varios momentos, bancos de medusas venenosas emergían de las profundidades, forzándolo a maniobrar con rapidez para evitar sus tentáculos urticantes. También se cruzó con corrientes que arrastraban restos de otro naufragio, incluyendo tablones de madera astillada que podían dañarle. Cada uno de estos encuentros lo hacía perder energía, sumando al cansancio acumulado en su cuerpo.

Sin embargo, su determinación era inquebrantable. Tenía una misión que cumplir, una necesidad de probar su valía, y no iba a dejar que los elementos le impidieran llegar a su destino. La isla desierta que se vislumbraba en el horizonte era su única esperanza de encontrar un lugar donde descansar, reponerse y quizás encontrar algún recurso que pudiera utilizar. El viaje había sido largo, y aunque Octojin estaba acostumbrado a la vida en el mar, sabía que hasta los guerreros más fuertes necesitaban reponer fuerzas.

Después de lo que parecieron horas interminables, finalmente divisó la silueta de la isla en el horizonte. Era un pedazo de tierra pequeño y escarpado, con acantilados que caían abruptamente al mar y una densa vegetación que cubría su superficie. El gyojin redobló sus esfuerzos, impulsándose con las últimas reservas de energía que le quedaban, deseando con todas sus fuerzas tocar tierra firme.

Al llegar a la orilla, Octojin se dejó caer pesadamente sobre la arena, jadeando por el esfuerzo. Sus músculos, tensos y agotados, temblaban de puro cansancio. El agua salada goteaba de su cuerpo, formando pequeños charcos en la arena bajo él. Durante unos minutos, simplemente se quedó allí, sintiendo la solidez de la tierra bajo su cuerpo y disfrutando del hecho de que, al menos por un tiempo, estaba a salvo de los peligros del mar.

Pero entonces, una enorme tormenta surgida de la nada empezó a provocar un tremendo estruendo. Truenos que no dejaban de golpear los oídos del escualo, que por un momento pensó que era el fin del mundo. Se levantó y…



Y estaba en su habitación. El sudor le caía por todas las partes del cuerpo. Asustado durante unos segundos, pronto se dio cuenta que todo era producto de su imaginación. Un realista producto que sin duda era mucho más divertido que la realidad de su día a día.

Una vez que recuperó algo de aliento, se incorporó con esfuerzo y abrió la puerta. Los truenos habían sido potentes golpes de algún marine que quería levantarle. Allí simplemente encontró un papel que no supo leer. Pero el mismo papel estaba en la puerta de al lado, y el marine le que lo recogió le hizo un gesto y comentó algo de que otra vez les tocaba custodiar un cargamento.

El hambre lo invadía, y aunque podía ir a desayunar al comedor, la sorpresa y el interés por su nueva misión le hicieron cambiar el rumbo. Sus ojos recorrieron el denso pasillo y tras ello, entró a ducharse y cambiarse de ropa. Un nuevo uniforme algo menos grande que el temporal que le habían dado le esperaba.


El gyojin estaba listo para salir de allí. Con un paso raudo y decidido, terminó llegando a la sala que le había dicho su compañero. Allí esperó unos minutos hasta que un superior llegó y le contó lo que tenía que hacer.

—Buenos días —comentó a la par que pasaba hojas en una carpeta —. El trabajo de hoy será fácil. Custodiar estos paquetes incautados a unos piratas. Deberéis hacer inventario, y una vez acabéis, esperar hasta que vengamos a por ellos. Hoy tenemos mucho lío, así que vendremos casi de noche. Que nadie entre a esta habitación a excepción de vosotros y de mi.

Aquel nivel de secretismo despertó en el escualo una gran sorpresa. No sabían que estaban incautando pero parecía importante. Así que el humano que tenía por compañero y él entraron en la sala y la cerraron bajo llave.

—¿Qué será? —preguntó el humano mientras ojeaba las cajas con una mirada de curiosidad.

—No lo sé —respondió el habitante del mar, acercándose a ellas—. Pero parece importante. Muy importante.

La conversación pareció acabar allí. Al menos durante unos minutos. El humano propuso un plan de acción que al escualo le pareció bien. Mientras él contabilizaba las cajas y las apuntaba en el inventario, el gyojin miraría en su interior que ninguna estuviera vacía, y las pesaría para ver si todas tenían el mismo peso.

Lo cierto es que no era una tarea que les hubiesen pedido. Pero a veces hacer un trabajo extra estaba bien valorado. Además, que la curiosidad picaba a ambos seres hasta el punto de plantearse hacer aquello bajo la justificación de que estaban aportando más valor a la misión de la solicitada.

Cuando el tiburón abrió la primera caja, no se creyó lo que había allí. Aquello era una planta baja, con hojas grandes y carnosas, de un verde brillante que contrastaba con el resto de la flora que tenía en su memoria. En el centro de cada hoja había un fruto pequeño, de color púrpura intenso, que parecía jugoso y maduro.

El cansancio y el hambre le hicieron bajar la guardia. Sin pensarlo demasiado, arrancó uno de los frutos y lo examinó brevemente. Olía dulce y apetitoso, una promesa de energía inmediata que su cuerpo necesitaba desesperadamente. Sin dudarlo más, se llevó el fruto a la boca y lo mordió, saboreando el jugo que se deslizaba por su lengua. Era delicioso, con un sabor que le recordaba a las frutas que solía comer en su infancia en las profundidades del océano. Sintió cómo una oleada de energía comenzaba a recorrer su cuerpo, renovando sus fuerzas.

—Es una especie de fruta, Mike —le dijo a su compañero mientras este iba a verlo.

—¿Qué has hecho? —exclamó llevándose las manos a la cabeza— ¡Ese fruto es venenoso!

Si algo destacaba en el interior del tiburón, era su estómago. Era a prueba de bombas, así que se rió y ni le dio más importancia. Después de todo había tomado un simple fruto. Sin embargo, poco después de haber consumido el fruto, y mientras seguía pesando las cajas, comenzó a notar algo extraño. Su visión empezó a distorsionarse, y las formas a su alrededor comenzaron a ondularse como si estuvieran bajo el agua. Los colores se intensificaron, volviéndose más brillantes y vibrantes, casi cegadores. El suelo bajo sus pies comenzó a sentirse inestable, como si la tierra misma estuviera respirando y moviéndose. Octojin parpadeó, intentando aclarar su mente, pero el mundo a su alrededor continuaba deformándose, desafiando toda lógica.

De repente, sintió un mareo abrumador que lo obligó a caer de rodillas. Su cuerpo se sentía extraño, como si estuviera flotando, y la sensación de que algo andaba terriblemente mal se apoderó de él. Intentó levantarse, pero sus extremidades no respondían como deberían. Fue entonces cuando su percepción cambió por completo. Su entorno se desvaneció, y de repente, se encontró a sí mismo flotando en el aire, observando su propio cuerpo caído en el frío suelo desde arriba.

Pero eso no fue lo más impactante. Al mirar hacia abajo, Octojin se dio cuenta de que ya no era el gyojin de imponente figura que había sido siempre. Ahora era... una mosca. Una diminuta, e insignificante mosca que revoloteaba sin rumbo en medio de la base marine. Pudo ver sus propias patas, pequeñas y frágiles, moviéndose de forma errática mientras intentaba entender lo que estaba sucediendo. Sentía las vibraciones del aire a su alrededor, los olores que se intensificaban en su diminuto cuerpo, y el constante zumbido que parecía provenir de él mismo.

El miedo y la confusión se apoderaron de él. ¿Qué clase de locura era esa? Intentó moverse, pero sus movimientos eran torpes y descoordinados. No tenía control sobre su nuevo cuerpo, y la desesperación creció en su interior. Todo a su alrededor era gigantesco, y el mundo que conocía parecía una pesadilla distorsionada.

Durante lo que pareció una eternidad, Octojin voló sin rumbo, tratando de adaptarse a su nueva realidad. Podía ver los muebles gigantes que se alzaban como colosos a su alrededor, sus puertas convirtiéndose en enormes sombras bajo las cuales se sentía aún más pequeño e indefenso. Cada objeto era un obstáculo, cada pequeño insecto una amenaza. El zumbido constante en sus oídos, que ahora era su propia voz, lo llenaba de pánico.

Finalmente, después de lo que parecieron horas de un vuelo errático, comenzó a notar que su percepción empezaba a cambiar nuevamente. Las formas y colores se volvían menos intensos, y la sensación de estar atrapado en el cuerpo de una mosca empezó a desvanecerse. Con un esfuerzo monumental, se obligó a concentrarse en sí mismo, intentando recordar quién era realmente, aferrándose a su identidad con todas sus fuerzas.

Lentamente, la distorsión se disipó, y Octojin sintió como su cuerpo volvía a la normalidad. La sensación de tener cuatro patas y un par de alas desapareció, y fue reemplazada por el peso familiar de su cuerpo musculoso y sus aletas. Volvió a sentirse sólido, real, aunque su mente aún estaba aturdida por la experiencia. El mundo recuperó su tamaño y forma habituales, y se encontró nuevamente en la base de la Marina, con el sabor amargo del fruto aún en su boca y Mike asustado a su lado.

Se tumbó en el suelo mientras oía las quejas y el sermón que le daba el humano mientras respiraba con dificultad. El habitante del mar intentaba recuperar el control de sus pensamientos. El mareo persistía, y las náuseas amenazaban con abrumarlo en cualquier momento. Sentía como si hubiera atravesado una tormenta mental tan intensa como la que podría haber enfrentado en el mar, y su cuerpo todavía temblaba por el esfuerzo.

— Nunca más... —murmuró para sí mismo, cerrando los ojos mientras el sudor frío empapaba su frente—. Nunca más comeré nada de lo que encuentre en estas malditas cajas.

El arrepentimiento se apoderó de él. Había subestimado los peligros de la naturaleza, y había pagado el precio con un viaje que jamás querría repetir. La lección era clara: la supervivencia en un entorno, ya fuese conocido o desconocido, no se limitaba solo a los peligros visibles, sino también a aquellos que se escondían en lo más inocuo, como un simple fruto de apariencia apetecible.

Pasaron varios minutos antes de que Octojin sintiera que podía moverse nuevamente. Con cuidado, se incorporó, apoyándose en sus brazos mientras intentaba estabilizarse y con una ayuda casi inútil por parte de Mike. Levantar 200 kgs a pulso no era tarea simple para un humano común.

Sus músculos estaban entumecidos, como si aquella sensación de haber volado le hubiese causado tal cansancio. Pero lo cierto era que el dolor físico era un alivio comparado con el caos que había experimentado en su mente.

Miró a Mile a la cara, y tras ello llevó la mirada al resto de la sala. Nunca había pensado que vería aquella habitación de la Marina como un territorio hostil lleno de trampas invisibles. Aunque quizá estaba siendo demasiado dramático. Al fin y al cabo, de haber seguido las instrucciones de sus superiores al pie de la letra, no hubiera habido ningún problema.

Decidido a evitar cualquier otro percance, Octojin se sacudió la cabeza y enfocó la mirada en su compañero humano de nuevo.

—Vaya movida… Era una puta mosca.

—Podías haber muerto, tío. Eso que has hecho es una temeridad.

Y lo cierto era que aquello que Mike decía era una verdad como un templo. Como siempre lo había hecho todo solo, nunca se había pasado a reflexionar. Pero por ahora, necesitaba descansar, reponerse del horroroso viaje que había emprendido sin desearlo, y dejar que el tiempo borrara las huellas de aquella experiencia.

Mike accedió a acabar aquella tarea de contar cajas, y mientras tanto, el tiburón se fue a su habitación. Pactaron decir que le había dado un fuerte dolor de estómago. Ninguna mentira por otro lado. Durante horas, Octojin permaneció en la cama, meditando sobre lo ocurrido. Ahí deseó estar cerca del océano. Aquello era lo único que le devolvía la paz que había perdido, y el sonido rítmico de las olas lo envolvería, tranquilizando su mente.

Se prometió a sí mismo que no volvería a cometer el error de subestimar el poder de la naturaleza. Ni ir más allá de sus superiores con el simple fin de impresionarles. Había aprendido una valiosa lección, aunque el precio había sido alto. Sabía que debía seguir adelante, buscando una forma de fortalecer su cuerpo y su espíritu para enfrentar los desafíos que aún le esperaban.

Octojin cerró los ojos y decidió descansar. Sabía que ya no podía confiar ciegamente en lo que encontrara en su vida, pero también era consciente de que no podía quedarse inmóvil y dejarse llevar por el miedo. Necesitaba encontrar una fuente de seguridad, y si eso significaba explorar más a fondo todo, lo haría, pero con una mente clara y un corazón preparado para enfrentar cualquier desafío.
#1
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