¿Sabías que…?
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[Pasado] Quiero ese filo, estoy dispuesto a pagar.
Byron
Que me lo otorguen
Primavera 68 - 724


Con un aura de satisfacción en el rostro, Byron caminaba de forma alegre por la zona comercial de Logue Town. El encontronazo que tuvo con un pato mitad humano el día anterior, no alteró lo más mínimo su felicidad, pues a pesar de él, por fin había llegado a la ciudad que tanto deseaba, la ciudad del inicio y el fin. Entonando una pequeña cancioncilla feliz, el muchacho de pelo violeta merodeaba sin rumbo por aquellas callejuelas llenas de comercios, realmente no sabía que hacía allí, pude que con el dinero que había recaudado tuviese de sobra para darse un capricho, pero su prioridad era aún hacerse con un barco y volver a Kilombo.

Los alaridos de los comerciantes impregnaban el lugar, ofreciéndote sus baratijas en cuanto pasabas por su lado, intentando casi desesperadamente venderte algo de lo que mostraban en sus puestos. De forma invasiva dirigían sus palabras ante cualquier transeúnte que se acercase, incluso algunos llegaban a trazar la línea del espacio personal para intentar hacerte partícipe de su cometido intentando ganarse la confianza de los incautos. Por suerte Byron, a pesar de tener en su rostro un cartel de cliente fácil debido a su animado semblante, rechazaba con soltura todo ofrecimiento con un leve gesto de mano, sin siquiera echar una mirada a la persona que le interrumpía con sus palabras.

Por supuesto, echaba alguna mirada tímida a los objetos sobre el mostrador del puesto, más siempre la retiraba en cuanto veía como acechaban las miradas de hacer dinero, después de todo, no eran utensilios que Byron quisiese, o siquiera pudiese dar uso. Ser alguien que no tenía oficio o siquiera vocación, por algún tipo de actividad más que experimentar una aventura, le hacían simplemente no prestar atención cuando veía algún instrumento musical, algún serrucho o martillo. Por desgracia para los presentes, era alguien difícil de engatusar en este tipo de encuentros sociales.

Se fijaba en los encabezados de aquellos comercios, buscando algo que realmente llamase su atención, pero poco encontró, en aquellas calles lo que más abundaban eran los puestos de comidas locales y materiales para artesanos. Aunque sí que hubo algo que lo hizo salir de aquel trivial paseo, algo que necesitaba más de lo que podía admitir.

Tras aquellos puestos que invadían la calle, también se encontraban edificios con participando en este festival del gasto, aquellos que tenían un local en su piso bajo. Encabezando la puerta de uno de estos, pequeño y sin grandilocuencia, casi buscando a propósito el pasar desapercibido por su desgastada y poco cuidada entrada, una tabla de madera con las siguientes palabras grabadas "Filos Ballena Azul". Con una expresión dubitativa miró su pequeña bolsa de dinero atada a su cintura, la sostuvo por un momento para sentir el peso sin quitarla de su lugar, y posteriormente cogió su filosa y leal compañera. Sosteniéndola en sus manos y con una mirada pensativa, la sacó un poco de su funda, para encontrarse con el ya mellado acero, volvió a mirar al cartel, y con una ligera respiración y un aura de pesadumbre, la volvió a colocar en su cintura entrando en aquel establecimiento.

- Con permiso...- Dijo abriendo la puerta y pasando a la pequeña sala con distintas armas apilalas en estanterías y colgadas en paredes.

No se dirigió al mostrador, a pesar de su saludo no quería entablar conversación, sabía distinguir una buena espada sin necesitar ayuda. Toqueteó las diversas espadas, pocas clásicas, la mayoría hojas curvas o katanas, no iba con su estilo, tampoco las grandes hachas que presidían la sala colgada en la pared, él buscaba una buena espada recta. No dudaba de su calidad, ese desde luego no era el problema, el resplandeciente filo daban a entender sus buenas capacidades y el mimo puesto en sus vainas era algo encomiable, pero simplemente no iban con él, no buscaba armas que solo portasen una parte afilada.

Pensativo se quedó allí, revisando a ver si encontraba algo que llamase su atención, solo acababa de llegar, aún quedaba mucho del material que podía ofrecer aquel pequeño escondite.
#1
Asradi
Völva
El mar siempre proveía. Asradi era una firme creyente de esa frase. No solo eso, sino que lo sabía a ciencia cierta. Y tener un poco de cara dura también, todo sea dicho. Se decía que la suerte favorecía a quienes se arriesgaban. Bueno, pues quien no arriesgaba, claramente no ganaba. Y ella había ganado una buena espada que había logrado birlar a unos despistados. Véase a eses despistados como las pobres víctimas del canto de una despiadada sirena que les había birlado hasta los calzoncillos. Bueno, no, tanto no. ¿Para qué quería ella su sucia ropa interior? Los había dejado bien noqueados y se había llevado lo importante. Al fin y al cabo, la vida estaba cara. Y había que comer.

Vale... Podía alimentarse cazando en el mar o pescando. Tenía la habilidad y era una depredadora nata en ese terreno. Pero a veces le gustaban las cosas un poco más sofisticadas. O darse un capricho, como una chica bonita que se precie. Así pues, había envuelto su botín en una tela, con cuidado de que no se estropease, lo ató a su espalda y se dirigió buceando a buena velocidad hacia Loguetown. Era la ciudad más cercana en la ruta que estaba siguiendo.

Atravesó las corrientes y llegó a una playa apartada que no conectaba con el puerto. Una vez allí se escurrió un poco el pelo, se puso la falda que ocultaba su cola sirénida y, con su botín a buen recaudo a su espalda, fue callejeando por la ciudad. Tenía que haber algún lugar donde pudiese vender eso. Era una buena espada, con un filo más que decente. Aunque ella no entendía de ese tipo de armas, sí era consciente de que era una manufactura de las buenas. Con suerte sacaba una buena tajada. ¿Podía quedársela para sí misma? Por supuesto, ¿pero para qué? Ella no tenía ni la soltura ni el conocimiento para manejar un arma de ese estilo. Además de que nunca le habían gustado y para nadar o así eran un tanto incómodas, al menos para ella.

Callejeó y preguntó lo suficiente como para terminar en una calle colindante al mercado central. No había tanto bullicio pero esperaba encontrar un buen lugar. Una tienda o algo.

Qué calor... — Murmuró, con un suspiro.

Se detuvo unos momentos, pues el peso del arma también era un ligero lastre para ella, sumado a su torpeza para moverse por tierra firme. Aprovechó eses segundos para tomar aire y, de paso, mirar un poco a su alrededor. Entonces lo vió.

“Filos Ballena Azul”.

Los ojos azules de Asradi se iluminaron, así como la sonrisa que, prontamente, se esbozó en sus labios. Una tienda de armas de filo, ¡genial! Lo intentaría ahí.

Luego de unos segundos, la puerta se abrió dejando paso a la chica de cabellera negra.

¡Buenas! Vengo a ofrecerle una venta. — Lo dijo así, tan panchamente. Vió que había alguien más, un chico, pero no le hizo el más mínimo caso. No por ahora, al menos. — ¿Cuánto me daría por esto?

Con toda su cara, se adelantó hacia el mostrador de madera, dejando el objeto sobre el mismo y retirando cuidadosamente la tela, así como la vaina que protegía el acero. Bajo ésta, se mostraba la consabida espada, con la hoja cuidadosamente afilada y un mango fuerte. Se veía, inicialmente, un arma bastante equilibrada.
#2
Byron
Que me lo otorguen
Con sumo cuidado, Byron pasaba su mano desnuda, desprovista del guante que solía usar, por los distintos aceros filosos que se encontraban en aquella sala, y después de esto, si la hoja le convencía, la empuñaba con disimulo con un par de movimientos para sentir el peso y la carga que el chico tendría que soportar en sus cortes en arco y embestidas. No, definitivamente no encontraba nada allí que complaciese su exquisito gusto, unas no le satisfacían por sus cuestionables materiales, otras por su mal pulido metal y otras por cuestiones de peso y longitud, todo eso sin contar aquellas que había desechado usar por su diseño o por no ser capaz de blandirlas por sus elevados requerimientos para hacerlas efectivas. No podía evitar tener ganas de tirar la toalla.

La cascada puerta se abrió, abriéndose paso un nuevo cliente, una hermosa mujer morena de ojos azules, que por el curioso sonido que hacían sus pasos, parecía andar a pequeños saltitos, aunque no podía asegurarse de ello pues vestía una larga falda que tapaban el movimiento de estos. No pudo evitar quedarse mirando aquella joya que cargaba algo a su espalda, casi prendido por sus resplandecientes ojos del color del cielo. Aunque posiblemente fuese debido al seguro comentario que soltó alegremente, ofreciendo una venta antes siquiera de saludar a los allí presentes, nada más poner un pie en el establecimiento.

La observó acercarse alegre, pero lentamente al mostrador, curioso, el muchacho espadachín se acercó al mismo ritmo, tras ella. Un abultamiento extraño en su falda, en la zona baja de su espalda, que hacía descender esta de forma holgada, solo podía significar una cosa, la figura que escondía esa prenda era de lo más apetecible, y casi hipnotizado por lo que él imaginaba que eran dos "poderosos caparazones" siguió sus pasos con la atención en aquellas posaderas.

La mujer posó sobre aquel mostrador de madera lo que tenía atado a la espalda, apartando la tela que escondía aquel objeto, dejando ver a los ojos de los presentes de que se trataba. Una espada recta, elegantemente guardada en su funda color zafiro con un acabado metalizado que reflejaba las luces que iluminaban aquel local, al sacarla de su funda un brillante acero bien templado y pulido, afilado hasta el punto de que, si dejases caer una hoja de papel sobre este, se cortaría. Rematando el perfecto trabajo realizado, su guarnición recta con unos pequeños grabados, encabezaban la firme empuñadura envuelta en cuero negro, finalizando en un pomo a juego con la guarnición, del mismo material y poseyendo los mismos grabados.

El muchacho no pudo evitar enamorarse, precisamente eso es lo que venía buscando, algo clásico pero refinado por el buen hacer de su creador. Quería esa arma, quería blandirla en un combate, la emoción de él imaginándose con aquella arma batiéndose en duelo le hicieron no pensarlo demasiado, y cortando al hombre dueño de aquel pequeño comercio, se puso a su misma altura, a su lado junto al mostrador, cargando su peso sobre este, con sus dos brazos apoyados.

- Pues te daría...

- Je, je, je.- Rio cortando a aquel hombre nada más apoyarse, con la respiración algo agitada debido al entusiasmo. - Perdón por entrometerme, pero esta conversación me interesa.- Dijo mirando fijamente a sus profundos ojos azules, con una sonrisa torcida.

La atención estaba captada, podía notarlo en la correspondida mirada que le lanzó, reflejando dudas con ella, era normal, después de todo, un poco más y parecía que iba a asaltarla. Se incorporó para relajar el ambiente, en aquella posición podía parecer un trastornado, quedándose totalmente erguido frente a ella. Aclaró la voz llevándose el puño cerrado a la boca, acompañado de un pequeño gruñido para eliminar flemas o cualquier cosa que se interpusiese en sus palabras.

- Ejem, ejem, verás, estoy muy interesado en esta preciosidad, dime, ¿cuánto pides? Estoy dispuesto a pagar más que este hombre de ser necesario.- Le sonrió ampliamente para intentar que la situación fuese más cómoda y familiar, y terminar de relajar, aquella chocante escena.
#3
Asradi
Völva
Ahora mismo la atención de Asradi estaba puesta única y exclusivamente en el tendero y dueño del establecimiento y, por supuesto, en la magnífica espada que había birlado y por la que, ahora, pretendía sacar una buena tajada de dinero. Considerando que no tenía mucha idea de esas cosas y que sus finanzas eran más bien las justas, se conformaba con un buen precio que le llamase la atención. Aunque, por supuesto, intentaría siempre sacar más tajada, de ser posible. Sí que era verdad que había atisbado que no estaba sola. Es decir, había un par de clientes rondando por el interior, pero ella ni les había hecho caso. No más allá de una frugal mirada.

El comerciante se aproximó, ajustándose las gafas mientras contemplaba el arma que, muy alegremente, la chica de cabellera oscura le había puesto sobre el mostrador de madera. El arma de filo era de una belleza considerable. Custodiada en una funda de color zafiro y, una vez fuera de la misma, presumiendo de aquel acero templado de excelente manufactura, así como otros detalles que evidenciaban que se trataba de una espada de bastante calidad.

Asradi sonrió ya imaginándose la buena cantidad que podría sacar por aquello. Y era una sonrisa no solo encantadora, sino también afilada. Le gustaba el dinero, sí. Sobre todo en su bolsillo, aunque nunca se dedicaría a robarlo como tal. Bueno, quizás sí. Pero sobre todo a eses imbéciles a los que les sobraban los berries y se dedicaban a maltratar al resto del personal. O a los que no tenían tanta suerte en la vida.

Pues te daría...

La voz del hombre la sacó de sus pensamientos haciendo que, ahora, prestase todavía mucha más atención. ¿Interesada? Sí, a ver... Se trataba de su economía. La comida no era gratis (bueno, a veces sí) y a veces tener un poco de desahogo monetario no estaba demás. Pero alguien más, al parecer interesado en la espada, decidió interrumpirles.

La risita que había cortado la frase del mayor hizo que Asradi enarcase ligeramente una ceja y, por ende, se fijase en el tipo en cuestión. Por favor, que no se hubiese topado con un loco. Otro más no. Contó mentalmente hasta diez hasta que su mirada se topó, directamente, con la del chico de cabellera clara.

¿Ah, sí? — Se hubiese cruzado de hombros, pero se había puesto un poco a la defensiva. Si el otro había dicho que le interesaba, estaría dispuesta a escuchar si tenía dinero suficiente para ofrecer. Porque, obviamente, no la iba a dar así de gratis.

Antes les arrancaba las manos a mordiscos a todos los presentes.

¿De verdad? — Una sonrisa encantadora, y falsa esta vez, se dibujó en los preciosos y sonrosados labios de la sirena. Se acomodó hasta quedar frente a frente con el chico. Los ojos azules de ella clavándose en los violáceos contrarios. Se llevó una mano al cabello, jugando primorosamente con algunos mechones. — ¿Cuánto estás dispuesto tú a ofrecer? Escucho ofertas.

Su piel, ligeramente tostada, era una pura delicia, así como aquellos labios carnosos que se curvaban en aquella sonrisa que, ahora mismo, le dedicaba única y exclusivamente a él. Un afortunado, dirían algunos.

Seguro que un caballero como tú ofrecería una sustanciosa cantidad. — Era terriblemente manipuladora cuando se lo proponía.

Así era la supervivencia.
#4
Byron
Que me lo otorguen
La hermosa doncella respondió, mientras cruzaban miradas. El tono de su voz, dulce, casi meloso, pudo notar el cambio cuando se dirigió a él, al parecer, con un simple vistazo hacia su persona, Byron había conseguido arrebatarla la sartén, y ser él quién podía aprovecharse de la fortuita situación. Sonrió, amablemente, esforzándose en ser más encantador de lo habitual, no le costó mostrar una actuación creíble, el joven espadachín estaba demasiado acostumbrado a este tipo de prácticas. El como aquella dama acariciaba su oscuro y brillante cabello, no hacía más que confirmar al muchacho, que esa mujer, había caído presa de sus encantos, sin siquiera intentarlo, como muchas otras hicieron antes que ella.

Mantuvo su tierna mirada fija en ella, mirando sutilmente sus delicados matices, sus labios, sus mejillas, hasta sus pequeñas orejas, reflejando un deseo con cada acto de su angelical rostro. Le resultaba más fácil de lo habitual, pues no era fingido, aunque en aquel momento solo deseaba jugar al cortejo para llevársela a su terreno y poder sacar una buena rebaja, si, teniendo éxito en su cometido, la situación se terciaba, no desaprovecharía la oportunidad de dejar marcados sus incisivos en su fino y delicado cuello.

Con cierta espera, acercándose lentamente a su oído, de forma totalmente intencional, para que el ansia por sentir su aliento en el pescuezo fuese llevado a su punto más álgido. La susurró, ante los ojos estupefactos del encargado, quien no daba crédito por ver una escena así en este tipo de local.

- Puedo darte lo que pidas...- Y metió su mano dentro de su ancha camisa, parecía que iba a desabrocharse los botones, para seguir seduciéndola, pero en su lugar sacó un saco de berries, lo bastante abultado como para resultar absurdo que no se notase que lo llevaba ahí.

Su alma sonría, su yo interior gozaba de alegría, viendo como aquella mujer caía en sus redes. No era especial, por muy bella que fuese su apariencia, no era más que otra simple mujer que había caído bajo el influjo de su atractivo único. Su manera coqueta de actuar, esa tímida sonrisa, incluso su cuerpo pareció temblar en cuanto acercó su rostro, estaba hecho, una víctima más.

Sin romper su papel volvió a su posición inicial, arreglándose los mechones de pelo de su frente, pasando la mano con sutileza por ellos, seguro de sí mismo, conociendo su escultural porte, con intención de aumentar ese apetito antes de decir la cifra. Se mordió el labio tímidamente, como guinda del pastel mientras soltaba un último vistazo sin disimulo, para que se sintiese deseada.

- Te parecen bien, ¿5 millones? - Solo faltaba el sí, y estaba seguro de que no tardaría en pronunciarlo.
#5
Asradi
Völva
Vaya, vaya, si tenía delante a un coqueto. Y, parecía que también había llamado su atención. La sonrosada curvatura en los labios de la sirena pareció ensancharse de manera ínfima, sus ojos azules permanecieron puestos, fijos, sobre el muchacho en todo momento. Y cuando éste se aproximó como un pavo agitando las plumas coloridas, la sirena se mordió el labio inferior, al sentir el aliento tan próximo de su dermis.

No podía ser que fuese tan terriblemente sencillo.

¿Lo que yo quiera? ¿De verdad vas a darme todo lo que yo pida? — El brillo oceánico de su mirada se posó en el varón.

El dueño de la tienda debía de estar flipando, el pobre, viendo a aquel par coquetearse mutuamente. O, quizás, eso era lo que ellos creían. Fuese como fuese, Asradi elevó una mano cuando escuchó el monto de cinco millones. ¿Cinco? No, no era suficiente. Y él había dicho que le daría lo que pidiese. Pues iba a tomarle la palabra. Se le daba bien regatear. Tanto para arriba, como para abajo. La cuestión era, siempre, sacar beneficio. Para ella, claro.

No lo sé... — Rozó, con sus dedos, la mejilla contraria, sintiendo la calidez de la piel al hacer contacto. Y como realizando un camino sinuoso, fue bajando lentamente por el lateral del cuello del chico. Con extrema lentitud, como si estuviese disfrutando de cada milímetro. Como si quisiese hacerle disfrutar a él con tan solo ese fantasmagórico roce. En silencio, dejando solo el justo y necesario para que él quisiese más.

La expresión de ella era encantadora y, de hecho, esto lo hizo a propósito: variar el timbre de su voz. Era una sirena, tenían esa habilidad. El de engatusar con tan solo el tono de voz. Para ella era terriblemente sencillo. No todos caían presa, por supuesto, pues dependía de la voluntad de cada criatura. ¿Pero perdía algo? No.

Yo creo que un trato justo son siete millones. — Su tono de voz, suavizado y vibrante, casi con un toque dulce, pronunció la nueva cantidad.

Junto con un halo de fingida timidez que hizo arrebolar sus mejillas.
#6
Byron
Que me lo otorguen
¿Cómo que no sé? Era la pregunta que transitaba la mente de Byron de forma constante. El sentir sus cálidos y suaves dedos por sus mejillas le complacía, pero aquellas palabras, no hacían más que arremolinar sus pensamientos. No parecía ser consciente del privilegio ante el que se encontraba aquella mujer, muchos, varones incluidos, hubiesen deseado poder tocar su angelical rostro, y muchos, se hubiesen visto henchidos de fortuna con el simple hecho de que el violáceo muchacho les siguiese el juego de cortejo. Aun así, esas sutiles caricias era innegable que enturbiaban su selecto juicio.

Dejándose llevar, e ignorando su frase dubitativa, Byron se acercó de nuevo, apartándola con delicadeza el pelo oscuro de su frente, apreciando bien su hermoso rostro. Un impulso, por un momento tuvo ganas de besarla allí mismo y catar aquellos deliciosos labios, pero no era el momento, ni el lugar, el muchacho poco a poco parecía olvidar el motivo real de aquella pequeña conversación. Las ganas se apoderaban de él, pero, no por ello iba a perder el duelo, a pesar de que un placentero escalofrío recorría su espalda.

- Sí... Realmente eres bella, seguro que tienes muchos pretendientes en esta ciudad.- Murmuró de forma melosa, mientras terminaba de colocarla el flequillo.

A pesar de sus palabras, no se podía negar que se encontraba con el orgullo herido, no era experto siguiendo los deseos de presas, después de todo, estaba acostumbrado a tener que apartar pretendientas. Se apartó por un momento, dejando reposar su cuerpo coquetamente sobre el mostrador, intentando hacerse el interesante, pensando en su siguiente movimiento.

Fue en ese entonces cuando se dio cuenta, al pronunciar la nueva cantidad, subiendo el precio. Había caído, lo que parecía una encantadora sirena obediente, resultó ser una víbora tenaz. Lo había manipulado para conseguir lo que ella quería, y tampoco era algo que pudiese echarla en cara, después de todo él estaba haciendo lo mismo, incluso había sido más arrogante intentando llevarse un premio doble. Para él, era normal caer, la falta de experiencia en este campo fue fundamental, más, no podía evitar sentir en su interior a su alma personificada haciendo una pataleta.

Sin mostrar estos sentimientos, aceptó a regañadientes su derrota, no era un mal precio para la calidad de aquel filo. Manteniendo su coqueto ser, y con la esperanza de por lo menos, ganar la segunda ronda, sacó otros dos millones en un saco más pequeño, posándolo en sus delicadas manos con ternura, agarrando estas seguidamente y acariciando su dorso mientras la miraba melosamente.

- Aquí los tienes princesa... Tiene que estar a punto de anochecer, dime... ¿Te apetece un romántico paseo a la luz de la luna?- La susurró, ante los ojos de aquel tendero, que veía la escena como si de una telenovela se tratase.

Si, este era el segundo round que planteaba, cortejarla, igual ella había conseguido la primera victoria, pero, el premio de consolación seguía en la mesa de juego, y en aquel momento, debido a su orgulloso ser, este partido era el que más ganas tenía de ganar.
#7
Asradi
Völva
Era complicado manipularla cuando se trataba de dinero. Si había algo por lo que Asradi fuese complicada ese era, precisamente, el dinero. Podía ser muy irritante si se lo proponía. O muy manipuladora. El caso era realmente el mismo. Y, ahora, se había encontrado con alguien del que, creía, podía sacar una buena tajada. Solo tenía que jugar bien sus cartas.

Los ojos azules y preciosos de Asradi se mantuvieron en el chico, de manera coqueta y encantadora. Incluso mordiéndose sutilmente el labio inferior cuando la mano de él rozó, sutilmente, su frente al apartar parte de su oscuro flequillo. Ambos se habían enzarzado en una batalla silenciosa por ver quien sacaba mejor tajada del otro. Asradi era orgullosa, terriblemente orgullosa, no tenía pensado perder, a ser posible. Y utilizaría todo lo que estuviese a su alcance para conseguirlo.

¿Tú crees? Tú podrías ser uno especial si tan solo... — Le sonrió con un deje de dulzura cuando, posteriormente, alzó el monto del precio que el muchacho había ofrecido de manera inicial.

Asradi no era tonta. Siempre iba a usar sus artimañas en cuanto tuviese la menor oportunidad. Por eso había cambiado el tono de su voz, la forma de vibrar para que otros la escuchasen de tal forma que resultase ser irresistible.

Cuando el muchacho pareció aceptar el precio, la sonrisa de la joven pelinegra se ensanchó. Ya estaba hecho. No creía que hubiese sido tan fácil, pero había merecido la pena. Sobre todo cuando se vió con el dinero, guardado en sendos saquitos, en sus manos. El brillo azul de la sirena se tornó ligeramente codicioso, pero también satisfecho. Como si nada, resguardó el monto de dinero en su mochila, a buen recaudo.

Entonces es un buen trato. Ten. — Sin más, le hizo entrega de la espada que, todavía, se encontraba sobre el mostrador. Lo sentía por el tendero, pero había encontrado una mejor oferta y que sí le satisfacía.

Ahora bien, no se esperaba que lo siguiente que fuese a formular el chico fuese una invitación, directamente, a una cita.

Asradi enarcó una ceja, sin poder evitarlo. Y sin poder disimularlo tampoco.

¿Un paseo? — No era algo que le llamase la atención, todo sea dicho. Mucho menos con aires románticos y con alguien a quien no conocía de nada.

Pero llevaba todo el día dando vueltas buscando un lugar donde pudiese vender la espada. Y ahora estaba hambrienta y cansada. Miró de reojo al chico. Había pensado en negarse y dejarle ahí, con dos palmos de narices, pero...

Si incluyes una buena cena, quizás me lo piense. — Le sonrió de forma esplendorosa.

Aprovechada no. Lo siguiente.
#8
Byron
Que me lo otorguen
Pudo notarlo, ese pequeño, pero sutil cambio en sus ojos y sonrisa, por un instante su fachada se vio expuesta, reflejando en sus azules ojos su alma codiciosa, y como si fuese consciente de tener que mantener aquel papel en esta circunstancial obra, se esfumó, volviendo aquella personalidad coqueta. Byron sonrió a pesar de haber perdido, aparentando el trato justo, por lo menos fue capaz de percatarse a tiempo y ahora sabía el tipo de mujer con el que estaba tratando confirmando por completo aquella intuición. Ahora, siendo el muchacho conocedor de las verdaderas reglas del juego, iba a poner patas arriba la mesa, con una apuesta arriesgada, pero con una buena mano bajo su manga.

Siguiendo aparentando ser aquel inofensivo hombre, prendado de la figura de aquella doncella, agarró la espada como si no supiese el juego de manipulación que había perdido, dejándose ver coqueto a sus ojos, de la misma manera que lo había hecho antes.

Con la espada en el mango acolchado con cuero negro, deslizo los dedos de su mano sobrante por la empuñadura con dulzura, aun habiéndose dejado una buena suma, la calidad de la misma le gritaba en la oreja que le había salido por una ganga. Dejando esa caricia al acero de lado, desabrochó su cinturón, y desenganchó su vieja espada mellada por las batallas y entrenamientos, pues se encontraba amarrada a este. Con algo de pena en rostro, miró por última vez su filo desenfundando solo unos centímetros de esta, y volvió a encajarla en su funda con un seco movimiento cerrando sus ojos por un instante, aquello parecía un ritual de despedida, y para el joven, era totalmente honesta. Para finalizar, la colocó con cuidado al lado de la nueva adquisición, para posteriormente recoger la nueva, y amarrarla al lugar que ocupaba la anterior con sumo cuidado, pero firmemente, pues no quería que en un descuido, cayese de su cintura.

- Por favor, utilice el acero de esta para crear una nueva, hágala renacer con sus habilidades.- Le dijo al tendero, que por su expresión, no esperaba este tipo de proposición. - No busco dinero por ella, solo, que se la quede. - Tras sus palabras una reverencia cordial, y se alejó del mostrador, no sin antes agarrar la mano de la chica que acababa de conocer.- Por cierto, soy Byron, espero que disfrutemos la velada de esta noche, y tranquila, que la cena corre de mi cuenta.- Dijo con una amable sonrisa.

Salieron del establecimiento, el sol había caído hace escasos segundos, aún podía verse su naranja tiñendo el cielo del lejano horizonte. Los comercios comenzaban a cerrar, y la luz artificial de antorchas y los diales de luz que se utilizaban para alumbrar las calles se hacían presentes, así como los candelabros encargados de iluminar los restaurantes con un aura romántica. Deambularon unos minutos sin rumbo buscando un lugar en el cual cenar, hasta que finalmente llegaron a una calle con algún que otro local lujoso que servirían para llenar sus estómagos, y Byron, conseguir finalmente su revancha.

Manteniéndose en su coqueto papel, miró a su acompañante, a la cual sostenía por su delicada mano. Sin querer sobreactuar, hizo una pregunta de forma más casual, después de todo aquel ambiente de flirteo se había perdido una vez salieron de la anterior estancia. Había que volver a crear esa aura de seducción, sus intenciones serían totalmente expuestas de seguir con aquel tono después de haberse enfriado con aquel paseo. Así pues, buscando con la mirada los lujosos locales, y barajando opciones, preguntó.

- Dime, ¿Cuál de estos te tienta más? Dejo la elección a tu criterio.
#9
Asradi
Völva
En cierta forma, parecía que había conseguido más de lo que quería. El chico, llamado Byron, no solo le había pagado los siete millones que le había pedido, sino que también la iba a invitar a cenar. Asradi estaba exultante en ese aspecto. No iba a gastar ni un mísero berry esa noche, por lo que salía ganando. A veces, encontrarse con uno de estes no era tan malo. Y parecía que el muchacho no era tan baboso, por ahora, como otros que había conocido. Eso le daba un punto a favor. No muy grande, pero un puntito.

Contempló, mientras, como Byron entregaba su vieja espada en pos de que el experto hombre pudiese hacer uso de ella. Del metal, aunque fuese. Acto seguido, la pelinegra le regaló una suave sonrisa.

Yo me llamo Asradi, un placer. — ¿Lo era? Ya lo iría descubriendo. Por el momento ya había sacado una buena tajada, así que eso la tenía más que satisfecha por ahora.

Tras unos momentos, salieron al fin del establecimiento, dejando atrás al hombre con su montón de espadas y armas a la venta. La luz del atardecer incidía en los ojos azules de la chica, acompañando a Byron con ese peculiar “andar” que la caracterizaba por tener que ocultar su cola bajo una prenda de ropa. El ambiente por el lugar parecía agradable y ya no se veía demasiada gente por la calle. Sobre todo a juzgar por las tiendas que ya comenzaban a cerrar y a finiquitar su día comercial.

Ahora bien, aunque al principio se dejó guiar cuando Byron tuvo la osadía de tomarla de la mano, los dedos de la pelinegra no tardaron en escurrírsele de dicho agarre. Con cierta gracia y soltura, sin ser brusca o maleducada. No necesitaba ese tipo de contacto de alguien al cual acababa de conocer.

Ya que tú vas a pagar, dejaré que me sorprendas. Mientras no sea un lugar vegano. — Era la única condición que le ponía. Del resto, dejaría que Byron se decantase, a ver si era capaz de satisfacerla, al menos, en el aspecto de tener una buena cena.

Le guiñó un ojo, en un gesto premeditadamente coqueto. Si iban a jugar así, ella estaba dispuesta a ser la ganadora. Fuese como fuese.
#10
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