Alguien dijo una vez...
Iro
Luego os escribo que ahora no os puedo escribir.
[Aventura] [AuT1] Coliseo Chatarra, Campeones de Inmundicia.
Percival Höllenstern
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Día 3 del Verano de 724

El Coliseo Chatarra me recibió con su caos habitual. Como siempre, el aire olía a metal oxidado y sudor frío. El Club era lo peor de lo peor: una arena clandestina donde las bestias más salvajes y las almas más perdidas competían por una gloria que rara vez sobrevivía a la noche. Pero esta vez, no era una pelea en la arena lo que me esperaba. Esta vez, la Hyozan me había enviado con un propósito claro: eliminar a Don Brum, un traidor con más peso, en todos los sentidos, del que podía permitirse, o al menos según la idiosincrasia de la propia organización.

El camino hacia su refugio privado estaba más silencioso de lo normal. Algo no andaba bien, y lo sentía en mis entrañas. El Club podía ser muchas cosas, pero nunca un lugar en el que los sonidos del combate se apagaran. Mi misión era clara: entrar, hacer lo necesario, y salir. Pero algo en la forma en que me habían entregado esta tarea me había dejado intranquilo. ¿Por qué yo? ¿Por qué ahora? Era como si la Hyozan supiera que la situación era más complicada de lo que me hacían creer. Tal vez me enviaban porque esperaban que fracasara.

La puerta de la suite de Don Brum estaba entreabierta. Ni siquiera me molesté en tocar, entrando en silencio, mis ojos recorriendo cada rincón de la habitación antes de que me moviera un centímetro más. Las paredes estaban recubiertas de gruesas cortinas, y el mobiliario era de una opulencia absurda para un lugar como ese. Entonces lo vi: sentado en su trono de cuero gastado, con una sonrisa que solo se ampliaba mientras me acercaba. La imagen de Don Brum era grotesca, una montaña de carne apilada sobre sí misma, con pequeños ojos astutos que brillaban en su rostro redondeado.

Percival—gruñó, su voz profunda resonando como si las paredes del Club fueran de papel—. Sabía que vendrías. Sabía que la Hyozan no tardaría en enviarte después de todo lo que hice—. comentó con palabras pesadas, mientras soltaba una bocanada de un humo rancio proveniente del puro que tenía encendido.

No respondí. Había aprendido que, en situaciones como esta, el silencio era mi mejor aliado. Si él hablaba primero, yo ganaba tiempo para evaluar. Siempre calculando, siempre observando. Sabía que Don Brum no sería un combate fácil. Si estaba vivo y bien alimentado en un lugar como este, significaba que tenía algo más que simple astucia de su lado.

Es curioso, ¿no te parece?—continuó, ignorando mi falta de respuesta mientras volvía a repasar un puro y lo encendía de nuevo, con manos sorprendentemente ágiles—. He visto muchos como tú, fieles hasta la médula a la banda, a la causa, hasta que se dan cuenta de que el mundo es más grande que una simple pandilla. Y sé lo que te preguntas: ¿por qué yo? ¿Por qué me han enviado a mí?

Don Brum siempre había sido un hablador, dicharachero incluso, pero esta vez parecía querer más que solo aire. Dio una profunda calada al puro antes de proseguir.

La Hyozan no te ha enviado porque confíen en ti, Percival. Te han enviado porque no les importas. Si me matas, haces su trabajo sucio. Si no lo logras… bueno, para ellos sigues siendo prescindible— habló poniendo en tela de juicio la veracidad de la banda.

Mis dedos se tensaron y crují mis dedos casi de manera inconsciente. Su tono, esa maldita arrogancia en su voz, estaba buscando desestabilizarme. Pero no mordería el anzuelo tan fácilmente. Di un paso más hacia adelante, y por fin hablé.

Ya no controlas este tablero, Don Brum. No estoy aquí para filosofar contigo ni para escuchar tus justificaciones. Haz las paces con tus dioses, si es que crees en alguno. Sabes de mi efectividad— espeté con cierto orgullo, de una manera rápida y afilada.

Sonrió de nuevo, esta vez con una chispa en sus ojos que no me gustó nada en un atisbo de furia.

¿Crees que he sobrevivido tanto tiempo siendo simplemente una presa fácil? Oh, Percival… estás subestimando el poder que me ha mantenido con vida— comentó sin mayor dilación, echándose hacia adelante con un rápido movimiento intimidatorio.

Antes de que pudiera reaccionar, Don Brum se levantó con una agilidad imposible para alguien de su tamaño. El aire en la habitación cambió, y en un parpadeo, sacó una pesada maza que había estado oculta tras su trono. El arma era casi tan masiva como él, similar a un martillo de superficie redondeada.

Sin pensarlo, tomé mano de mis dagas, pero Don Brum ya había lanzado el primer golpe. El impacto de su maza contra el suelo envió una vibración a través de mis piernas, y tuve que saltar hacia atrás para evitar ser aplastado por el siguiente ataque. El coloso no era tan lento como su cuerpo sugería. Sus movimientos, aunque bruscos, tenían una precisión aterradora, y su fuerza era abrumadora. Cada golpe que lanzaba hacía que el suelo bajo nuestros pies temblara.

¡Vamos, Percival!—rugió mientras lanzaba otro ataque hacia mi dirección—. ¿Esto es todo lo que tienes? ¿Un simple perrito faldero de la Hyozan? ¡Muéstrame de qué estás hecho!— gritó sin más mediación.

Esquivé por un pelo el golpe de su maza, pero la fuerza del impacto levantó una nube de polvo y escombros que me cegó por un momento. Aprovechando el momento de confusión, me lancé hacia un lado, buscando una apertura. Pero no había ninguna. Don Brum no era un oponente común. Había peleado en este tipo de entornos toda su vida, y conocía cada truco en el libro.

Me encontré de nuevo esquivando otro ataque, pero esta vez fue diferente. Don Brum no intentaba aplastarme. Me estaba empujando hacia una dirección específica, arrinconándome hacia una pared. Y entonces entendí: este era su terreno, y yo estaba cayendo en su trampa.

Estás luchando una batalla que no puedes ganar, Percival—me gruñó, levantando la maza una vez más—. La Hyozan te ha abandonado, incluso si aún no lo sabes. Y pronto lo descubrirás por ti mismo.— finalizó en un rápido envite en el que le perdí de vista.

Antes de que pudiera reaccionar, algo explotó detrás de mí. Sentí un golpe seco en mi costado, y el dolor recorrió mi cuerpo mientras salía disparado hacia una pared cercana. Don Brum había activado algún tipo de trampa oculta en el suelo, una explosión que me lanzó hacia el otro lado de la habitación. Apenas tuve tiempo de rodar y ponerme en pie antes de que él volviera a lanzarse hacia mí, su maza descendiendo con la furia de un demonio.

Logré bloquear el ataque desviándole al atacarle con mis dagas desde cierta distancia, pero la fuerza detrás del golpe aun me hizo retroceder varios metros. Sentía el dolor irradiando por todo mi cuerpo. Cada músculo gritaba de agotamiento, pero sabía que no podía darme el lujo de flaquear. Este era un combate de resistencia tanto como de habilidad, y Don Brum no estaba dando señales de agotarse.

Te daré una última oportunidad, Percival—dijo, su tono esta vez más frío, calculador—. Únete a mí. Sé que no eres solo otro peón. Eres más inteligente que eso. Sabes que la Hyozan te está utilizando. No hay gloria ni futuro en seguir sus órdenes ciegamente. Pero conmigo… podemos cambiar las reglas del juego. Tengo poder, conexiones, y más que eso… tengo lo que necesitas.

Escupí al suelo, mi respiración entrecortada, casi en gesto de desafío, mientras la sangre escarlata decoraba su suelo.

Don Brum rió, una carcajada profunda que retumbó en la habitación.

Lo que realmente necesitas, Percival, es información. ¿Sabes por qué te enviaron a matarme? No fue solo por una traición menor. Hay algo más grande en marcha, algo que ni siquiera la Hyozan controla. Están siendo manipulados, y no son más que una pequeña banda. Yo la abandoné y me uní a un socio aun mejor— comentó de nuevo, profiriendo una patada que me elevó unos metros a golpear con la espalda la pared, momento en el que aproveché para ejecutar mi movimiento.

Me enderecé, limpiándome la sangre de la boca y retornando a la verticalidad mirándole a los ojos de manera pesada y sonriendo.

Hablas mucho, Don Brum. Pero las palabras no te salvarán ahora.— comenté crujiéndome los dedos y demostrando como en mi mano ya no había ninguna daga y con la otra mano, señalándome a mí mismo a la garganta, como ejemplo de dónde se encontraba la ubicación actual de mi arma.

Don Brum no lo entendió al principio. Ni siquiera cuando mis dedos trazaron el arco hacia mi garganta, marcando con teatralidad la ubicación exacta del corte invisible. La mente de un hombre tan corpulento, habituada a golpes contundentes y a estrategias brutas, no estaba hecha para procesar el tipo de sutileza que acababa de introducir en su realidad. Un guerrero como él no veía venir el veneno que se desliza suave y sin aviso, o el filo de una daga tan fina que su toque es más un susurro que una herida.


¿Qué estás haciendo, Percival? —rugió, aunque su voz llevaba ahora una vacilación que antes no había—. No juegues conmigo, ¡maldito seas!

Di un paso hacia él, y su mirada, confundida al principio, comenzó a mostrar un destello de comprensión. La sangre brotó lenta pero imparable de la base de su cuello, justo donde la piel se estiraba sobre su grasa y músculo. Era un hilillo al principio, una grieta roja que parecía inocente. Pero cuando intentó gritar nuevamente, el aire que necesitaba escapó a través de esa pequeña abertura, un siseo en lugar del rugido que pretendía.

¿Cómo…? —susurró, llevándose la mano al cuello, sus ojos dilatados por la incredulidad.

Cada segundo que pasaba, la sangre fluía más libremente, empapando su grueso chaleco de cuero, tiñendo la tela oscura de un rojo profundo. Me acerqué, manteniendo mi paso firme y seguro, mientras Don Brum se tambaleaba, aferrándose con una mezcla de furia y pánico a su vida que se desvanecía. Intentó levantar la maza una vez más, pero ya no tenía la fuerza. Su brazo se movió torpemente, como un títere cuyos hilos estaban siendo cortados, uno por uno.

¿Realmente pensabas que sería tan fácil? —le susurré, acercándome lo suficiente como para que pudiera oírme sin tener que esforzarse—. Que tu tamaño y tu fuerza te protegerían de todo. Pero no puedes protegerte de lo que no ves, Brum. La Hyozan no me envió aquí solo para matarte, me enviaron porque sabían que yo no fallaría en hacerlo de la manera más silenciosa posible.

La sangre brotaba ahora en grandes cantidades, y Don Brum empezó a caer de rodillas, su enorme masa chocando contra el suelo con un retumbar sordo. Intentaba hablar, pero lo único que salía de su boca era un gorgoteo ahogado. La furia en sus ojos se fue apagando poco a poco, dejando solo la sombra de lo que había sido un gigante en vida.

El silencio que siguió fue casi opresivo. Podía escuchar el latido de mi corazón y el ritmo irregular de la respiración de Brum mientras su vida se desvanecía, cada inhalación más débil que la anterior. Sus ojos, que habían sido tan astutos y crueles momentos antes, ahora estaban nublados, fijos en mí con una mezcla de odio y asombro. Era la mirada de un hombre que nunca imaginó que el fin le llegaría de esta forma.

El coloso exhaló una última vez, y su cuerpo se desplomó por completo, su cabeza inclinada hacia un lado, inerte. Observé cómo su vida se extinguía frente a mí, sintiendo una extraña mezcla de satisfacción y vacío. No había placer en la muerte de un hombre, pero sí en la victoria sobre un enemigo que había subestimado lo que era capaz de hacer.

Tiré los guantes ensangrentados en el cenicero aún con colillas que se encontraba cercano, un simple gesto para desprenderme del último vestigio físico de lo que acababa de hacer. Don Brum estaba muerto, pero su peso, tanto literal como simbólicamente, aún flotaba en la habitación. Había eliminado a un traidor, a una amenaza para la Hyozan. Pero al mismo tiempo, sus palabras finales resonaban en mi mente, como un eco imposible de ignorar.

La Hyozan me había enviado a matarlo, eso era cierto. Pero, ¿por qué? Brum tenía razón en algo: esto no había sido una simple traición. Si todo lo que había hecho era irse y unirse a otro grupo, no habrían mandado a alguien como yo. Su mención de una conspiración más grande, de la manipulación de la propia Hyozan, ahora parecía más que una táctica para salvarse la vida.

Y en el fondo, lo sabía. Sabía que, en el fondo de todo esto, había algo que la organización no me estaba contando. Había algo que había sido enterrado, ocultado a plena vista. Tal vez era el momento de desenterrarlo.

Antes de salir, revisé el cuerpo de Don Brum en busca de cualquier cosa que pudiera arrojar más luz sobre su traición. Encontré lo que esperaba: un pequeño sobre, escondido entre los pliegues de su chaleco, con el sello de una organización que no reconocía. Lo guardé sin abrirlo, sabiendo que este sobre contenía respuestas, pero no las que podía permitirme descubrir aquí y ahora.

La misión había terminado. Pero el verdadero juego apenas estaba comenzando.

Y esta vez, no me detendría hasta descubrir toda la verdad, aunque eso significara enfrentarme a la propia Hyozan.
#1
Moderadora Perona
Ghost Princess
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#2


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