Hay rumores sobre…
... una bestia enorme y terrible atemoriza a cualquier infeliz que se acerque a la Isla Momobami.
[Aventura] [T1 - Airgid Vanaidiam] Un vistazo al pasado.
Ragnheidr Grosdttir
The Storm
17 de Verano del año 724.
5;45 de la mañana.
Hogar de Airgid.



Volver hogar a un lugar, era dotarlo de personalidad, de objetos que recordaran a los que vivían o han vivido en el. En este caso, Airgid volvió la mitad de su casa en un garaje, debido a que vivía sola desde hacía demasiado tiempo. Se podría decir que las tuercas y las manchas de aceite dotaban a ese sitio de la personalidad que Airgid emanaba. La carismatica mujer estaba a punto de darse cuenta, que ni si quiera conocía el lugar donde estaba viviendo. El destino de la fémina se encontraba a sus pies ...

La entrada al sótano en la "casa/garaje" de Airgid era casi imposible de detectar, incluso para alguien tan minuciosa como la rubia. Detrás de un antiguo estante de herramientas oxidadas, cubierto por décadas de polvo y telarañas, se encontraba una pequeña trampilla de madera que parecía una tabla más del suelo desgastado. Los bordes de la madera eran ásperos, disimulados por la mugre acumulada y el desuso. Era una zona a la que la mujer nunca había dado uso y para añadir más, siempre creyó que formaba parte de un "estudio" que alguno de sus padres tuvo en algúna ocasión. Para abrirla, se requería girar una manivela oculta entre la estructura del estante, la cual hacía un leve click casi imperceptible, liberando el mecanismo de apertura. Al levantar la trampilla, un escalofrío subía por la columna vertebral de cualquiera que accediera. El polvo caía en gruesas capas, formando nubes grisáceas que flotaban en el aire viciado del sótano. Los escalones de madera chirriaban al ser pisados, y las paredes, apenas iluminadas por un tenue resplandor que se filtraba por pequeñas ranuras en el techo, estaban cubiertas por una gruesa capa de moho. El sótano había sido diseñado con una inteligencia cruda pero eficaz. Estaba estratégicamente escondido entre paredes reforzadas con piedras y tierra compacta, aseguraba que cualquier sonido o actividad quedara en completo silencio. Nadie, ni siquiera la rubia, podría haber imaginado que bajo la sucia fachada del garaje, Airgid albergaba un escondite de revolucionarios. O al menos, de lo que fue el "origen" de los mismos.

El lugar olía a humedad y abandono, pero también a historia. Antiguos papeles amarillentos y mapas con líneas marcadas y rutas estratégicas yacían esparcidos sobre una mesa de madera corroída. Era el refugio perfecto, una guarida que había permanecido oculta en las sombras, incluso para su propia dueña, la niña de una pata. Sin embargo, también es cierto que aquello estaba abandonadisimo. Tan descuidado por que nadie recordaba ya lo que fue una base de operaciones, quizás. Entre los papeles polvorientos y desordenados, había un grupo de notas que destacaban de las demás por su apariencia y el inusual cuidado con el que habían sido redactadas. Eran más gruesas, hechas de un papel rugoso y ligeramente amarillento, pero con un tacto más resistente que los otros documentos que se desmoronaban con el lugarr. En cada una de estas notas, en la esquina derecha, aparecía un sello inconfundible, un dragón elegantemente dibujado, cuyas alas envolvían un círculo de fuego. El trazo del dibujo era delicado pero poderoso, como si quien lo hubiese hecho hubiera invertido una precisión casi obsesiva en cada detalle de la criatura.  Entre los documentos y notas dispersas por la mesa, algunas referencias curiosas sobresalían al leerlas con detenimiento. Aunque las cartas selladas con el dragón tenían un aire más misterioso, otros papeles, escritos de manera más descuidada y con un lenguaje casi coloquial, mencionaban una serie de nombres que parecían seudónimos. "El Largo", "El Máquina" y una peculiar dupla conocida como "Piqui y Miqui". Estos graciosillos nombres aparecían en fragmentos que sugerían unos roles específicos o personalidades clave dentro del grupo. Las referencias a estos personajes pintaban una imagen de un grupo bastante curioso y peculiar, pero bien coordinado. Cada uno tenía un rol particular en los engranajes de la resistencia, lo que los hacía, a su manera, indispensables en las operaciones de los revolucionarios o lo que fueran, ya que la revolución como tal no existía. Los nombres de los padres de Airgid también se podían ver en varias notas, tachados en otras ...

No parecían representar nada conocido (las notas/cartas con el sello), pero al mismo tiempo llamaban la atención en comparación al resto de cosas que uno podía ver ahí dentro.  Lo que llamaba más la atención era la firma, casi imperceptible a simple vista. "Domsdey Crimsolth", escrita con una caligrafía fina, apenas visible, como si el autor quisiera dejar su marca sin ser detectada fácilmente. Aquellas cartas no parecían mensajes comunes entre los revolucionarios. Estaban cargadas de un misterio más profundo, un mensaje oculto entre líneas, como si estuvieran destinadas solo a ciertos ojos. Las letras eran compactas, casi como si estuvieran codificadas, y aunque a primera vista parecían simples informes, la presencia del sello del dragón y la enigmática firma de Domsdey daban la sensación de que algo más grande y oscuro estaba en juego. ¿Quién era este Domsdey Crimsolth? Airgid podría llegar a recordar que Ragn le había hablado de un viejecito al que ayudó, podría llegar a recordar aquel extraño nombre después de leerlo, quizas ...

El sótano era realmente pequeño, sin embargo había un pequeño pasillo repleto de libros que daba a una estancia más grande, donde habían ... Sí, más libros. Incluso una luz parpadeante, como si alguien hubiera estado ahí hace no mucho. 
[Imagen: 9f9005966eeee7bb9d5c9ce821667984.jpg]

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#1
Airgid Vanaidiam
Metalhead
Personaje


De normal, Airgid estaba bastante acostumbrada a levantarse pronto para poder aprovechar al máximo la mañana. Entrenaba, desayunaba y preparaba las cosas para abrir su tiendecita. Pero llevaba un par de días que eso se había sumado a que le estaba costando conciliar el sueño. No por nada malo... solo se encontraba tremendamente nerviosa en cuanto al viaje se refería. Pronto abandonaría el que había sido su hogar durante tantos años, ya no solo aquella casa/garaje, si no la isla en sí misma. Una isla que había llegado a conocer de un extremo al otro, que había recorrido tantas veces, que había sido testigo de tantos momentos importantes en su vida. Le tenía un enorme cariño, pero a la vez sentía ganas y excitación por descubrir lo que aún no conocía del mundo. Una contradicción, eso solía ser la nostalgia. Por las noches, la ansiedad carcomía la mente de la rubia, haciéndole pensar en todas las cosas que tenía que hacer antes de abandonar isla Kilombo. Buscar la fruta del diablo, que eso lo haría ese mismo día pero más tarde... despedirse de los amigos que aún le quedaban en aquella isla, barrer su casa por completo... la costumbre desorganizada de Airgid había hecho de aquella casa un desastre, así que tendría que mirar por cada esquina, ordenarla y buscar todo lo que hubiera, todo lo que hubiera ido almacenando durante tanto tiempo, con el objetivo de rescatar lo más útil para llevárselo con ella. Sus inventos, sus herramientas, toda su ropa y accesorios, su mascarilla del pelo... Es que se ponía nerviosa solo de pensar en todo lo que tenía que organizar.

Así que decidió dejar de dar vueltas en la cama sin poder conciliar el sueño y levantarse, comenzar con aquella labor, un poco coñazo pero necesaria a la vez. Puso la casa patas arriba, total, pronto se iría de allí. Lo removió todo, incluídos los muebles, pues una nunca sabía lo que podía esconderse detrás de un estante viejo de herramientas... ¿qué era eso del suelo? La mujer se agachó para observarlo mejor. No era fácil percatarse de esa leve pero existente diferencia en la madera, de un tablón a otro. Terminó por apartar el estante del todo y entonces lo vio con mejor claridad. Había una trampilla. Tantos años oculta, invisible a los ojos de la rubia, esperando pacientemente a que ésta cayera en su cuenta. La curiosidad era tan grande que podría adoptar un cuerpo propio, así que Airgid decidió que era momento de saciarla. Lo más seguro es que fuera solo un sótano con reservas de... comida, quizás. Una pequeña guarida por si ocurría lo que fuera, para esconderse. Pero joder, ojalá lo hubiera descubierto antes, podría haber creado una sala de estar la mar de cómoda para cuando no quisiera que nadie le diera por culo. O un laboratorio más privado, donde asegurarse que nadie tocara nada.

Sin embargo, cuando lo abrió y entró, se dio cuenta de que era un lugar muy diferente a lo que se había imaginado. Lo primero que le dio la bienvenida fue el polvo, que se levantó como un vendabal. Luego, el chirrido de los escalones al apoyar el peso de la mujer. Daba la sensación de que todo era tremendamente frágil y delicado, así que tendría que andarse con cuidado si no quería derrumbarlo todo. Los ojos miel de la mujer analizaron el lugar en silencio durante unos segundos, asombrándose ante aquel espectáculo de libros y de moho. Parecía la habitación de un museo antiguo, una ventana a una época diferente. Una cosa estaba clara, le flipaba. Que pena haberlo descubierto tan tarde. Pero no era momento como para lamentarse de nada, si no para aprovechar y explorar.

Pasando entre los libros, Airgid se preguntó qué tipo de persona vivía antes allí, en esa casa. Quién sería el dueño de aquel sótano que ahora estaba ella explorando. Vio muchos libros interesantes y que llamaron su atención, ya estaba pensando en dónde guardarlos para poder llevárselos con ella. Pero entre todo ese caos organizado, destacaba un escritorio lleno de notas y papeles ligeramente amarillentos por el tiempo, robustos al tacto. Le resultó curioso a la rubia el símbolito que presentaban en la esquina, como el dibujo de un dragón con llamas. Leyendo un poco por encima, dejándose llevar por la curiosidad, encontró algunos nombres pero que no le sonaban de nada. "El Largo", "El Máquina" y "Piqui y Miqui". ¿Serían apodos en clave? Mencionaban algo de una especie de organización, se hablaba de reuniones secretas y de planes lo suficientemente confidenciales como para no quedar por escrito. Sus ojos se vieron varias veces atraídos por unos nombres en concreto. Airgid no sabía que sus padres figuraban en esos escritos. No conocía sus nombres, ni sus caras, había asumido que murieron hacía mucho tiempo, pero ni eso lo tenía claro. Entonces distinguió una firma entre todos esos nombres extraños, la de un tal Domsdey Crimsolth. ¿Ese no era...? La rubia giró levemente la cabeza, como hacían los perrillos al escuchar algo que les llamaba la atención. ¡Sí, era él! Ragnheidr le había mencionado ese nombre hace poco, dijo que se trataba de un menudo ancianito que le había hablado sobre... la revolución, o algo parecido. ¿Qué pintaba ese hombre en todo aquello? ¿Solía este sótano pertenecerle? Con más preguntas que respuestas, Airgid continuaba leyendo.

Al menos hasta que la presencia de una luz que tintineaba llamó su atención. Sacando sus narices de las notas y los libros. Atravesó el pequeño pasillo hasta dar con la sala de donde provenía la luz, todo lleno de libros hasta reventar. Podría abrir una librería con todo eso. Pero eso no era lo más llamativo. ¿Qué hacía una luz encendida ahí, de repente? ¿Es que alguien más se paseaba por aquel sótano?

Off
#2
Ragnheidr Grosdttir
The Storm
Las arañas descendían en caída libre prácticamente en cualquier esquina. Mucho de los libros que se veían a simple vista, estaban corroídos por el polvo, alimentando a otros tantos insectos más. Era el hogar perfecto para cualquier parásito que viviera genial entre la abundante mierda. En aquel pequeño lugar, difícil de ver, se puede observar pequeños destrozos en las paredes de madera, dando la bienvenida a agujeros, que sin luz, parecían que conectaban con el vacío absoluto. Dichas paredes presentaban numerosas malformaciones que, a simple vista, parecían simples protuberancias causadas por el paso del tiempo o por algún error en la construcción. Sin embargo, al fijarse con más detenimiento, esas irregularidades comenzaban a tomar forma, delineándose como si intentaran revelar algo más. Algunas de las malformaciones tenían contornos vagamente rectangulares, similares a puertas antiguas que hubieran sido cubiertas o selladas mucho tiempo atrás. Las líneas no eran perfectas, pero lo suficiente clara como para que la mente comenzara a imaginar lo que podría haber detrás. En ciertos puntos, las paredes parecían abultarse hacia adentro, como si algo intentara forzar su salida desde el otro lado. Los bordes de estas "puertas" se entrelazaban con la piedra, casi como si estuvieran a punto de desprenderse o abrirse con un mínimo estímulo. La luz que entraba en el sótano era tenue y parpadeante, proyectando sombras irregulares que acentuaban aún más las deformaciones. En algunos rincones, la humedad había acumulado musgo y manchas oscuras, acentuando la sensación de decadencia.

El ambiente rezumaba conocimiento ... El conocimiento perdido de libros que ya no se publicaban desde hace décadas o de planos estratégicos de los que no se hicieron copias. Realmente, ahí había una fortuna en papel. En las paredes estaban colgadas fotografías de otras épocas, donde los padres de Airgid se veían jóvenes y felices. Sus nombres figuraban en muchos lugares de aquel despacho, al igual que el de Domsdey Crimsolth. Todo un misterio. El parecido de la madre de Airgid con la misma era tal, que no sería extraño ver conexiones entre ambas. Cuando puso el primer pie en la cochambrosa madera, varias luces parpadearon, pero se apagaron mágicamente segundos después. Como un mecanismo de alarma. Cada paso era recibido por la madera con dolor, crujiendo bajo las suelas. La chica era grande y pesada para su edad. Esos músculos merecían un respeto natural y el respeto lo daba la naturaleza, al "quejarse" a cada paso. Para unos, un insulto, para otros como Airgid o Ragn, un halago.

Chinochano. — Se escuchó detrás de la pared. Un hombrecillo de una estatua inferior a un humano promedio, abrió lo que parecía la pared como si fuera una puerta, saliendo de ella a toda velocidad. — Vaya, vaya ... Bueno, era de esperar que supieras de este escondite. — Parecía estar más que alertado sobre la posibilidad de que Airgid lograra encontrar aquel lugar. — No te asustes. — Adelantó a decir. — ¡Bienvenida a mi guarida! — Levantó el tono repentinamente. — Bueno, es mía hace unos años, esto era de tus padres ... — Se acercó a la rubia, pasando por la mesa. En ella pasó su mano izquierda, melancólico. — Qué jóvenes estaban aquí. — Tomó una de las fotografías. — Es increíble lo preciosa que era tu madre, siempre que la recuerdo ... — El anciano se quitó las gafas para limpiarse los cristales con esmero. — Ahora que te miro bien ... — Se las puso de nuevo. — Tenéis un gran parecido. Tu estilo es más ... ¿Varonil? ella era toda una señorita. — Balbuceó algo al terminar, pero era indescifrable. — Qué estúpido, hablándote como si tú no conocieras a tu propia madre jihejihe. — Se sentó sobre una pila de libros roñosos. — Bueno. — Cruzó las piernas. — ¿Qué quieres? — Preguntó en un tono defensivo. ¿Por qué estaba allí la chica? Domsdey dedujo que si no sabía de aquel lugar es porque no le interesaba y en su mente existía la idea de que realmente si no quiso saber nunca nada, por qué ahora.



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Domsdey Crimsolth
#3
Airgid Vanaidiam
Metalhead
Mientras se hacía paso por el suelo con cuidado, tratando de llegar hasta el pasillo, no pudo evitar ir fijándose en los cuadros colgados de las paredes, y es que cada detalle de habitación que miraba estaba cargado de historia. ¿Quiénes serían esas personas? La mayoría de ellos se repetían, concretamente la de un hombre y una mujer que parecían ser pareja. Las fotos retrataban no solo el paso del tiempo, sino también la sólida relación que aparentaban tener. Se mostraban cariñosos en algunas de ellas, mientras en otras, más grupales, destilaban el olor de la camaradería. Parecía un conjunto de personas bastante consolidado, como si se conocieran de toda la vida. Por un instante le cruzó por la mente el fugaz pensamiento de que... se parecía un poco a esa mujer, ¿no?

Al poner el pie sobre la madera del pasillo, unas luces parpadearon rápidamente antes de volver a apagarse. Podía deberse a un mero fallo eléctrico, pero fue tan coordinado que parecía más una señal, una alarma. La mujer se quedó quita, nerviosa por si había estropeado algo, o por si había llamado la atención de alguien. Con cuidado y delicadeza, continuó avanzando, poco a poco, hasta llegar a la habitación. — ¿Hola? — Preguntó la rubia, con un poco de miedo por si el propio eco de su voz terminaba por derrumbar aquel lugar. Realmente no se esperaba que nadie le respondiera, pero como había visto luz... tampoco lo descartaba del todo.

Y ocurrió, una voz le respondió, una voz que Airgid no supo distinguir su procedencia. Y además había dicho una palabra tan rara, "chinochano", ¿qué significaba eso? ¿Y de dónde venía? No podía ver a nadie. No le dio tiempo a preguntar acerca de nada, antes de que pudiera abrir la boca, un mecanismo se accionó y la pared se abrió como si de una puerta se tratase. De su interior salió un pequeño hombre que no reconoció en ese momento. Sí, Ragnheidr se lo había descrito más o menos, pero no le había visto nunca físicamente. Aunque tampoco sería raro darse cuenta de que se trataba del mismísimo Domsdey, teniendo en cuenta la de notas en donde su nombre figuraba.

El tío avanzó como si estuviera en su propia casa, completamente despreocupado, tranquilito. La rubia parpadeó un par de rápidas veces, estupefacta, escuchándole hablar. No parecía ser una persona agresvia, al fin y al cabo era un ancianito bastante afable. Pero lo más curioso es que hablaba como dando por hecho que Airgid conocía ese lugar desde hace tiempo, cuando realmente se lo acababa de encontrar por pura casualidad. ¿Su guarida? A ver, sí, parecía una guarida, y desde luego no era suya, aunque se encontrara en el sótano de su casa. ¿Todo estos años había tenido a un viejo durmiendo debajo suya? A la rubia le entró un cómico escalofrío al pensar en ello, así que prefirió no pensarlo mucho. — Espera, ¿qué has dicho? — Salió del estado de sorpresa al escuchar esa frase. "Esto era de tus padres", ¿cómo? Pero el anciano no se quedó ahí, pasó por su lado y agarró una de las fotos que había sobre el escritorio.

De repente, las piezas del puzle comenzaron a encajar. Aquella mujer de las fotos, la que ella misma había pensado que se le parecía, era realmente su madre. Ese hombre que aparecía a su lado en la mayoría de ellas era su padre. Y aquel hombre debía ser Domsdey, el anciano que le habló a Ragnheidr de la revolución. El hombrecillo se sentó sobre una pila de libros antiguos, pero Airgid ni si quiera le miró, tardó de hecho en responder a su pregunta. Se acercó a otra foto que le quedaba cercana, colgada en una de las paredes y la observó con detenimiento. En ella se podía ver a los que acababa de descubrir que eran sus padres. Su madre estaba sentada sobre un sillón, rodeada de libros, un lápiz colocado en la oreja y unas gafas de vista sobre los ojos, parecía tremendamente concentrada en lo que estaba estudiando. Mientras tanto, su padre enseñaba en un plano un poco más cercano lo que parecía ser un nuevo invento, un telescopio del que presumía con una postura victoriosa. Se dio cuenta de que en esa foto, la tripa de su madre parecía ligeramente abultada, como si estuviera en uno de los primeros meses del embarazo.

Se giró, ahora sí, a Domsdey. — ¿Que qué quiero? Solo... respuestas. — Parecía extrañamente seria para lo que ella era, aquel no solía ser su carácter normal. Se acercó un poco a él. — Te equivocas, nunca conocí a mi madre, ni a mi padre tampoco. — Sintió un nudo en el estómago, como si tuviera ganas de llorar. Obviamente, se contuvo. No era el momento ni el lugar. — ¿Quiénes eran mis padres? ¿Qué tienes que ver tú con ellos? — A pesar de sus preguntas, sus palabras, Airgid hablaba con un tono de voz tan suave como la seda. Estaba claro que aquel tema le afectaba. — Eres Domsdey, ¿no? El amigo de Ragnheidr. ¿Vives aquí? — Solo por asegurarse.

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#4
Ragnheidr Grosdttir
The Storm
"El amigo de Ragnheidr" sonrió al escuchar eso. — Uy, qué metedura de pata la mía, desconocía que ... Desconocieras tanta información. — Le hizo gracia algo tan simple como utilizar en el mismo contexto dos veces "desconocieras". — Sí, se podría decir que el tipo grande es un potencial ... Muy potencial. — Se quedó ahí, estuvo a punto de decir algo, pero se contuvo. La chica tenía una carga emocional con el "sujeto" que es como llamaba a Ragn a escondidas o lo apuntaba con ese apodo. Alterarla no era una gran idea. — A ti no te he contemplado nunca como posible potencial, que lo tienes, no me malinterpretes. — Se atusó los cuatro pelos blancos que le quedaban. — Pero lo que me dijo tu madre ... Y luego está lo de tu padre ... Uy uy que jaleito. — No terminaba una puta frase del todo, se quedaba a medias todo el rato, podía ser desesperante.

El viejete daría dos pasos hatsa la mesa que tenía detrás, donde parecía estar apuntando algo. — Vamos por partes. A lo último, sí, soy Domsdey. — Tachó algo. — Tus padres fueron miembros de lo que hoy se llama "revolución". Es un grupo armado que combate al gobierno mundial. Aunque cuando formaban parte de esto, ni siquiera teníamos unas bases de la organización. — Volvió a tachar. — Que no conozcas a tus padres es, sin duda, un dato bastante relevante que podría explicar por qué has descubierto hoy, tantos años después, que existía esto. — Volvió a tachar. Después volvió a su asiento. — ¿Estás enfadada? no lo estés, utilizo esta habitación mucho antes de que tú estuvieras viva, de hecho, en los papeles de propiedad ... Bueno, sale mi nombre. — Sonrió.

Volvió a atusarse el cabello. — Pero tranquila, no he pensado nunca en reclamar tu hogar. Podría, eso está bien que lo recuerdes, pero jamás le haría eso a Lilyd y Morthus. Eran mis amigos, sabes. — Golpeó el suelo con el bastón y todo tembló. — Que tengas a un Buccaneer por casa correteando, ha debilitado gravemente los cimientos de esto ... Tenemos que tener cuidado. — Ajá, el viejo confirmó que sabía "qué era" Ragn. Su raza siempre había sido un misterio, especialmente porque no existían muchos Buccaneer. — Si tienes más preguntas, tendrá que ser de camino Al Faro. Allí tengo información, ¿sabes? más valiosa. — Caminó tan pancho hacia la puertecita de la pared. — Vamos chica, vamosssss — Se metió y empezó a caminar. Para Airgid sería complicado encajar en aquel hueco. — ¡Tienes demasiado músculo! eso te da tamaño y te quita velocidad. — Se quejó.
#5
Airgid Vanaidiam
Metalhead
Con cada cosa nueva que escuchaba se quedaba más a cuadros. Domsdey le pareció increíblemente avispado para la edad que tenía, quiero decir, no es que pensase que por ser anciano fuera a ser estúpido, pero tenía como un tono de sarcasmo que no se lo esperaba. Empezó hablando sobre Ragnheidr, confirmando así sus sospechas de que realmente se trataba del mismo Domsdey que ella creía, del que el rubio le había hablado. Dijo que había visto "potencial" en él, uno que aún no había contemplado en ella. Eso no le importó, a fin de cuentas no se conocían de nada, pero también mencionó algo que supuestamente había dicho su madre, y también algo sobre su padre. ¿Jaleíto? ¿El qué exactamente?

No le dio tiempo a preguntarle más, el anciano cambiaba de un tema a otro con una soltura y rapidez increíble. Se acercó a la mesa, y ella hizo lo mismo, quedando frente a él, un poco sin palabras. Estaba todavía aturdida por todo lo que estaba descubriendo. Comenzó a tachar cosas mientras iba soltando una de datos de los que había sido completamente ajena durante toda su vida. De repente era como si fuera una persona... diferente, como si el conocimiento de cuestiones sobre su pasado la hubiera cambiado. No de forma real, ella seguía siendo la misma, pero desde luego era una sensación muy extraña averigüar de esa forma cosas sobre tus orígenes, tus raíces. Airgid se preguntaba hasta que punto se parecería a ellos.

Domsdey le habló sobre la revolución, la mujer se quedó de nuevo embobada, solo reaccionó cuando le preguntó si estaba enfadada. — No, no. — Lo raro que era ver así de cortada a Airgid, una tía normalmente tan extrovertida, que tenía una palabra para cualquier cosa... no sabía ni qué decir. — Perdona, es que, mi madre, no me esperaba nada de esto. — Decía la verdad, enfadada no estaba, aunque fuera raro que un hombrecillo se encontrara debajo de su casa durante tanto tiempo... pero tampoco era suya del todo, o eso había dicho.

Sonrió levemente al escuchar los nombres de sus padres y cómo aquel anciano les llamaba "amigos", abandonando así esa expresión de sorpresa que había mantenido durante ya un rato. Lilyd y Morthus. Aunque antes de que pudiera perderse en pensamientos sobre sus padres, Domsdey volvió a mencionar algo tremendamente curioso. — ¿Buccaner? — ¿Qué raza era esa? A Airgid no le sonaba de nada, pero la verdad es que tenía sentido que no fuera del todo humano. Su forma de hablar, su único carácter, aquel enorme tamaño... estaba claro que no era como los demás, como nadie que hubiera conocido antes. O eso que recordase. Domsdey le dijo que si tenía más preguntas tendría que hacérselas de camino al faro, así que despejó su mente de aquellos pensamientos y procedió a seguirle lo más rápida que pudo. El huequito por el que pasaban era bastante estrecho, sobre todo para los músculos de la rubia, pero por suerte también era bastante ágil. No pudo evitar soltar una carcajada cuando escuchó a Domsdey quejarse de su tamaño. — ¡Gracias! — Se lo tomó como un cumplido, esbozando aquella característica sonrisa suya.

Aprovechó el momento para hacer algunas de esas preguntas que el anciano ya había asumido que tendría. — Mis padres... ¿están muertos? — Sacó aquella pregunta de una forma quizás repentina, pasando de un tono divertido a uno más serio de repente. — Tenía asumido que sí, pero ahora ya no tengo idea de nada. ¿Cómo eran? En las fotos parecían... quererse mucho. Y eran revolucionarios... ahí, luchando por una causa justa... coño. No sé, nunca lo hubiera imaginao. — Desvarió un poquito en voz alta, pero la verdad es que no era para menos, acababa de descubrir tantas cosas que aún tenía que asimilarlo. — ¿Cómo sabes la raza de Ragn? — Ella también pasaba de un tema a otro con bastante facilidad, en eso se sentía un poco identificada con el anciano.

OFF
#6
Ragnheidr Grosdttir
The Storm
Domsdey se abrió paso tras la pared y la mujercita haría lo mismo. Cada pocos pasos el anciano la iba ojeando para ver si iba bien, ya que aquel hueco en la pared y el viaje hasta el faro, que prácticamente conectaban, era muy ... Incómodo, sobre todo por el tamaño. Domsdey sonrió ligeramente al ver que Airgid contestó positivamente a su comentario, algo que hizo el mismísimo Buccaneer días atrás. — Ah, ¿no lo sabías? — Contestó a lo de la raza del vikingo. — ¿Tampoco eso? — Ahora a lo de sus padres. — Sabes muy pocas cosas, no puedes ir por la vida tan desinformada, niña. — Golpeó el húmedo suelo rocoso con el bastón. Un intento de acelerar para llegar cuanto antes.

Pasados unos minutos, el anciano levantó un trozo de roca que estaba tapado por musgo, y al asomar la cabeza, podría Airgid contemplar el faro, prácticamente en frente. El viaje había sido corto, pero realmente corrieron como mulas. Estaba muy bien escondido entre la naturaleza. Sacó unas llaves, abrió la puerta y esperó a que la enorme mujer pasara primero. Las paredes del faro estaban hechas de piedra cubiertas con madera en su interior. Había una larga escalera de caracol que se perdía en un piso superior pero que no parecía ser la estancia más alta. El interior estaba decorado con algunas fotos antiguas, un pequeño perchero donde colocar los abrigos y una mesa con algunas sillitas alrededor. Parecía haber sido el hogar de alguien, pues conectaba con la casita que había al lado por medio de una puesta de madera.

Domsdey depositó el bastón cerca de un sofá y en el mismo, se lanzó. — Bien, a ver ... Puedes sentarte donde gustes, querida, pero intenta no romper nada, todo lo que ves aquí tiene un valor incalculable. Monetario y sentimentalmente. — Le guiñó un ojo. — Tus padres, era el tema por el que tenías más interés. — Se cruzó de piernas. — Antes de empezar esta conversación, debo darte una mala noticia. Tus padres han muerto. — Comentó rotundo, sin el más mínimo tacto sobre un tema como ese. — Bueno, no del todo. ¡Bueno no sé! es complicado, ¿sabes? — Golpeó el sofá con la mano. — Lo último que supe de Lilyd fue que desapareció en la última misión de infiltración. — Bajó repentinamente la voz. — Morthus sí tengo constancia de que ... Bueno. — Por lo que decía, daba al padre de Airgid por muerto, pero desconocía mucha de la información. Sin embargo a la madre la estaba dando por desaparecida.

Tu madre era especialista en infiltración. Tu padre sin embargo era un gran combatiente, creo que has sacado más de él, que de ella. Salvo esa carita ... — Se notó profundamente esa melancolía que detallaba en sus palabras. — Morthus fue todo un líder, sin él no hubiéramos conseguido nada ... Pero Lilyd ... Qué mujer. Ojalá la hubieras conocido. — Balbuceó, escapándosele una lágrima. — De todos modos, jovencita, no he visto el cadáver de ninguno, no soy nadie para decirte que están muertos. — Se levantó, acercándose a lo más parecido a una cocina que tenía, donde había café algo frio que sirvió en la primera taza que vio. — ¿Lo que yo creo? eso no importa. Importa lo que creas tú. — Finalizó.
#7
Airgid Vanaidiam
Metalhead
Le dio un poco de vergüenza darse cuenta de todo de lo que no era consciente, todo lo que no conocía. Incluso Domsdey se sorprendió de ello, lo que le hizo soltar una risilla nerviosa. — No si ya, me estoy dando cuenta. — Soltó con toda la naturalidad, asumiendo lo evidente. Había muchas cosas que no sabía, ni siquiera de su propio pasado. En Isla Kilombo había tantos huérfanos, o hubo al menos. La pequeña acabó formando grupillo con más niños que compartían su misma situación y siempre había asumido simplemente que sus padres habían muerto, que ya no estaban y que nunca conocería nada de ellos pues su memoria no alcanzaba a recordarlos. Su nombre se lo puso un amigo suyo, y su apellido se lo apropió ella misma. Y acababa de caer en que seguramente, sus padres pensaron en su momento algún nombre para ella. Tendría que preguntarle a Domsdey más adelante, si es que lo sabía.

Siguiendo el camino marcado por el bajito anciano, llegaron a un trozo de piedra que el hombre levantó, revelando que se encontraban prácticamente en frente del faro. Ambos salieron y se aproximaron a la casita, usando unas llaves para abrir la puerta. Airgid había estado muchas veces en el faro, tanto por fuera como por dentro. De manera normal solo se podía entrar si tenías la llave, pero claro, Airgid fue una niña un poco pilla y habían sido varias las ocasiones en las que se había colado en el interior del faro y de la casita que se encontraba al lado. De vez en cuando sus amigos y ella aprovechaban que estaba abandonado para contar con un techo firme sobre el que refugiarse, sobre todo cuando llovía o hacía mucho frío. Nunca pensó que sus padres pudieran tener alguna relación con aquel lugar.

El anciano tomó sitio en el sofá, mientras la joven tomó una de las sillas que se encontraban junto a la mesa. De repente le soltó que sus padres habían muerto. A ver, era lo que Airgid había pensado durante toda su vida, así que no era información nueva... aún así le dolía un poco. Pero de repente dijo que no lo sabía, que no estaba seguro. La joven lanzó un suspiro, un poco de alivio pero también algo frustrada. Decidió no interrumpirle, dejarle que terminara de explicarse o sino aquello se volvería un gallinero con lo mucho que hablaban los dos.

Al parecer su madre había desaparecido en una misión de infiltración... su padre había sido el líder, y uno bueno por lo que decía, pero era del que más dudas tenía sobre si había sobrevivido o no. Aún así, dijo que al no ver el cuerpo de ninguno de los dos no podía confirmar nada, lo cual tenía mucho sentido, pero claro. Las probabilidades no parecían ser muy altas. Algo se revolvió en su interior cuando Domsdey le dijo que ojalá hubiera conocido a su madre. Sonrió, con cierta melancolía. Y ahora la pregunta del millón. ¿Qué era lo que creía ella? Tomó aire antes de responder. — ¿Sabes? Con respecto a mis padres siempre he sido... pragmática, es decir, tenía ya asumido que estaban muertos. Lo tenía superado, incluso. Pero después de hoy... — Ahora sí, se le escapó una lagrimilla que no fue capaz de contener. — He descubierto cosas que creía imposible. He visto sus caras, conozco sus nombres... Había perdido la esperanza de llegar a saber nada de eso. Y hoy la he recuperado. Sé que es improbable que sigan con vida, pero me da igual. Voy a tener fe en que siguen por ahí, en algún lado. — Le sonrió al anciano, una sonrisa genuina, sincera y feliz. — Gracias por todo, Domsdey. — Se limpió la lagrimilla, que ya había llegado hasta su mentón. — ¿Qué hacemos aquí, a todo esto? — No es que no le gustase el faro, de hecho, le encantaba, pero tenía curiosidad respecto a sus ganas de ir hasta allí.
#8
Ragnheidr Grosdttir
The Storm
Domsdey se reclinó en el viejo sofá de cuero que ha soportado tantos años como él mismo. La sala, aunque acogedora, parece no ser más que un marco desdibujado en el tiempo, una burbuja de nostalgia que lo envuelve. Las arrugas en su rostro, profundas como los surcos de una tierra que ha conocido demasiados inviernos, se relajan mientras su mente vaga por los caminos del pasado. Airgid, sentada frente a él, joven, fuerte, con su cabello rubio cayendo en cascada sobre sus hombros, es un recordatorio constante de una vida que ya no le pertenece. La mira con una mezcla de ternura y melancolía mientras la escucha paciente, y en sus ojos, detrás de la neblina de la vejez, brilla un destello de tiempos gloriosos.

En su mente, la pesada niebla del presente se disuelve, y Domsdey siente cómo el peso de los años se esfuma. De repente, ya no es el anciano frágil de casi 90 años. Está de pie en un campo abierto, bajo un cielo que arde con la luz del atardecer. El aire es denso con el aroma de la pólvora y el humo. Alrededor suyo, las sombras de sus viejos compañeros de lucha cobran vida. Los padres de Airgid aparecen como figuras vibrantes y llenas de energía, como si el tiempo hubiera retrocedido a aquellos días de fuego y revolución. El padre de Airgid, un hombre robusto con una barba salvaje, grita órdenes mientras lidera a un grupo de revolucionarios hacia una barricada, su puño en alto, símbolo de la resistencia. La madre de Airgid, feroz y decidida, le sigue de cerca, empuñando una bandera que ondea al viento, símbolo de la libertad de los pueblos oprimidos por los que tanto lucharon.

Domsdey camina entre ellos, sintiendo el calor de su juventud, el latir de su corazón acelerado como en los viejos tiempos. Cada paso que da resuena como un eco de su pasado, y aunque todo a su alrededor es caos, él se siente en casa. Recuerda los días de clandestinidad, las noches en que se reunían en sótanos oscuros y húmedos como aquel maldito faro, planificando la siguiente operación, susurrando sobre ideales de justicia y libertad. Recuerda el sonido de los disparos en la distancia y el frío metal de las armas en sus manos, pero también las miradas compartidas entre camaradas que sabían que lo que hacían tenía un propósito más grande que ellos mismos. Mientras sigue sumido en ese recuerdo, las imágenes se vuelven aún más vívidas. No solo están luchando contra la opresión de un gobierno tiránico, están librando una batalla que trasciende lo terrenal. Domsdey siente que en esos momentos, estaban conectados a algo más grande, una causa tan antigua como la humanidad misma. La opresión que combatían no era solo la de un régimen, sino la de una oscuridad que siempre ha intentado aplastar la luz de la esperanza... El gobierno mundial.

El tiempo y el espacio parecen fundirse, y Domsdey se ve a sí mismo en múltiples lugares y épocas, luchando en nombre de aquellos que no podían luchar por sí mismos, junto a los padres de Airgid, almas que compartían el mismo fervor. La sala de estar comienza a desvanecerse, y Domsdey se siente como si estuviera entrando en un viaje astral. El sofá debajo de él desaparece, y el viejo revolucionario flota en un vasto océano de recuerdos. Ve los rostros de aquellos que cayeron en batalla, sus ojos brillando con el mismo fuego que aún arde en el pecho de Domsdey. Oye sus voces en un coro de resistencia, un eco lejano que todavía resuena en su alma. Siente la camaradería, el amor y la tragedia. De repente, Domsdey siente una mano cálida sobre la suya. Es la mano de Airgid, aunque ha sido él, de forma inconsciente y el rostro repleto de lágrimas quién ha ido a al contacto. La habitación vuelve a cobrar forma, y el sofá, rígido bajo su cuerpo cansado, le recuerda que ya no es el joven que una vez fue. Pero algo dentro de él se niega a aceptar esa realidad del todo. Porque aunque su cuerpo esté aquí, débil y viejo, su mente sigue siendo el guerrero que alguna vez fue. Los padres de Airgid, sus compañeros de lucha, ya no están, pero viven en él, en cada fibra de su ser.

Domsdey sonríe suavemente y aprieta la mano de Airgid. — Tú serías un orgullo para ellos. — Esbozó una melancólica sonrisa. Porque aunque los tiempos han cambiado, las luchas continúan, y Airgid es ahora la portadora de esa antorcha, la joven que encarna todo por lo que ellos lucharon. El viejo revolucionario, a pesar de los años, sigue siendo un alma en combate, y aunque su guerra haya terminado, sabe que la lucha sigue viva en la sangre de los que vienen después de él. Domsdey se levantó, cruzó de nuevo todo aquel "comedor" y tomó otra taza de café frío que le entregó a la mujer de pelo rubio. — Puede que ya no sea el que fui, pero no he dejado ni un solo segundo de perseguir lo que perseguía. — Se sentó. — El mundo os necesita. — Tomó un sorbo y lo dejó en la mesita del costado. — A ti y al chico vikingo. La revolución necesita de personas como vosotros. Seréis líderes, conseguiréis más que nosotros .. Debéis ... Tenéis ... — El cansancio parecía hacer mella en la actitud del anciano, el cansancio atacaba de nuevo. — Perdona ... Mi cabeza ya no funciona tan bien ... A veces, me hace ver cosas ... — La miró a la cara, pero se encontró el rostro de Lilyd, lo que sobresaltó al anciano, haciéndole caer al suelo.
#9
Airgid Vanaidiam
Metalhead
El anciano revolucionario parecía estar nadando en una nube de pensamientos , demasiado abstraído de la realidad como para darse cuenta de la pregunta que la rubia le había hecho. Tampoco le importó. Sonrió suavemente mientras ella también aprovechaba ese momento de calma para reflexionar sobre todo lo que acababa de descubrir. Nunca había conocido mucho acerca de la revolución, y no es como si el hecho de saber que sus padres eran revolucionarios fueran a transformarla de repente, como un chasquido de dedos, pero... despertó en ella una curiosidad inevitable. ¿Qué habría sido lo que habría empujado a sus padres a volverse revolucionarios, a luchar contra el gobierno mundial? Quizás podría encontrar algunas de esas respuestas en los libros del sótano, un lugar que tenía por seguro que volvería a visitar más pronto que tarde. Tenía que investigar bien ese sitio, buscar si hay algo importante que pudiera llevarse en su viaje. Por supuesto, también alguna foto de sus padres. De repente había crecido en ella un sentimiento de orgullo que antes no existía. No les había conocido, no sabía qué carácter tenían ni si se enfadaban con facilidad, las manías que tenían, si eran risueños y decían tonterías como ella... había muchas cosas aún que eran una incógnita, pero simplemente por la forma en la que Domsdey hablaba de ellos, con esa sonrisa en la cara, le hacía pensar que debían de tratarse de grandes personas.

Le pilló por sorpresa el notar la mano de Domsdey sobre la suya, un movimiento que la sacó de su trance de forma abrupta pero dulce a la vez. Acababa de conocer a ese ancianito entrañable, pero estaba claro que la unión entre ellos era profunda, como las raíces de un viejo árbol. Para él, ella no era una joven cualquiera, era el vivo reflejo de una gran amistad, y Airgid sentía esa emoción en sus carnes de forma tan intensa que se le erizaban toda la piel del cuerpo. Había poder en su mirada, en sus palabras. La mujer correspondió aquel leve apretón en su mano y guardó aquella frase en un rinconcito especial de su cerebro. No pudo decir nada, solo sonreír.

Entonces se levantó, se acercó a lo más parecido a un "comedor" que había en el interior de la casita y le tendió una tacita de café que no dudó en tomar. Estaba frío, pero eso no le importaba, le dio un trago igualmente mientras le escuchaba mencionar también a Ragnheidr, decir que el mundo les necesitaba a los dos. Que tenían que conseguir grandes cosas. Por un momento la rubia se lo imaginó, la imagen de ellos dos como líderes de la revolución, tratando de hacer del mundo un lugar mejor, codo a codo. Y no le desagradó en absoluto. Pero en un sobresalto, al anciano le fallaron las piernas y casi cayó al suelo. Menos mal que Airgid se dio cuenta a tiempo, sujetándole con sus manos antes de que se estrellara contra la piedra. Le ayudó a sentarse de nuevo en el sillón, colocándose ahora a su lado. — ¿Estás bien? — A pesar de que sentía cierta... tristeza, la sonrisa en el rostro de Airgid era inmutable. No podía evitarlo. El anciano no parecía herido, solo cansado, aturdido por todos los recuerdos que debían estar inundándole. — Yo... no sé aún qué pensará Ragn. Tengo que hablar con él de todo esto. Y tengo que pensar muchas cosas, conocer un poco mejor esta revolución antes de poder prometer nada. — Tampoco quería atarse las manos del todo, no en un arrebato. — Pero estoy segura de que si mis padres eran revolucionarios debía ser porque la causa que defendían era justa, era buena. — La expresión de su rostro se tornó un poco juguetona, afilando la sonrisa. — Creo que va siendo hora de buscar a más revolucionarios. Quiero conocerles, conocer sus planes... parece que estoy destinada a acabar siendo una de ellos, pero antes quiero estar segura de que no lo hago solo por un legado, de que lo hago también por mi misma. — Concluyó, contenta con la decisión que había tomado.

En aquella casita charlaron durante un rato más, antes de que tuviera que volver a sus quehaceres en el pueblo de Rostock. La joven Airgid acompañó a Domsdey Crimsolth hasta una zona más céntrica, solo por asegurarse de que no volvían a traicionarle las piernas y de que llegaba al lugar a salvo. Se despidió de él con un fuerte abrazo antes de volver a su casa, aunque acababa de descubrir que no era del todo suya... pero eso le daba igual. Se tumbó sobre la cama un momento. Solo para descansar de una mañana llena de emociones. Sentía el pecho hinchado, el cuerpo... más "completo" que antes, como si algunas piezas que antes faltaban hubieran encontrado su lugar. Y pudo dormir en paz un par de horas, antes de que tuviera que levantarse de nuevo para una misión muy importante. Era curioso cómo desde la llegada de Ragnheidr a la puerta de su casa no habían dejado de sucederle cosas increíbles. No podía ser casualidad. Ese hombre tenía una extraña magia a su alrededor que le hacía dudar de todo lo que había conocido anteriormente. Una magia que incluso Domsdey había sido capaz de ver también, a pesar de que su encuentro fue bastante breve. Ragn... ¿de qué le sonaba ese nombre?
#10


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