Alguien dijo una vez...
Monkey D. Luffy
Digamos que hay un pedazo de carne. Los piratas tendrían un banquete y se lo comerían, pero los héroes lo compartirían con otras personas. ¡Yo quiero toda la carne!
[Aventura] [A-T1 | Autonarrada] Podría hacer esto todo el día
Camille Montpellier
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82 de Otoño del año 723, G-31 de Loguetown.

Habían pasado cerca de dos meses desde que se había concluido el proceso de instrucción, con toda una nueva remesa de reclutas pasando a formar parte de las filas del G-31 en Loguetown. Alrededor de doscientos hombres y mujeres habían entrado en las rutinas del día a día de la base, acostumbrándose a la vida que los integrantes del puño armado del Gobierno Mundial tenían. Otro par de centenas más se habían visto incapacitados para superar el proceso de selección y tendrían que esperar a los nuevos reclutamientos en unos meses, salvo que intentasen alistarse por cuenta propia —lo que a veces era aceptado, pero que ocurría con poca frecuencia y debía contar con un fuerte respaldo para conseguir ser aceptado—.

De entre todos ellos, había tan solo unos pocos individuos que habían sido capaces de destacar por encima del resto, pudiendo contarse su número con los dedos de las dos manos. Entre estos fuera de serie, la que era superior no solo en capacidades sino en su evidente e imponente tamaño era Camille, nuestra protagonista. No fue ninguna sorpresa para nadie que hubiera llegado a completar el proceso de instrucción, mucho menos que lo hubiera hecho con nota: no solo había demostrado unas capacidades físicas sin precedentes que iban más allá de las propias de su especie, sino que además se aseguró de mostrar cualidades como la entrega al deber y la disciplina que rozaban lo virtuoso. No era para menos, y es que pocas personas podrían encontrarse a lo largo de los manes con más ganas que ella de engrosar las filas de la Marina. Lejos de crecerse en su éxito, la oni tan solo sintió alivio por no haber echado por tierra las expectativas que algunos oficiales —entre ellos la capitana Montpellier— habían puesto en ella. Había quien, sin embargo, tachaba su promoción de una clara evidencia de favoritismo por su relación con Beatrice. Nada más lejos de la realidad.

Con el paso de las semanas, la nueva recluta estaba más que hecha a las tareas que se le iban asignando de forma rutinaria. A decir verdad, pocas de ellas llegaron como algo nuevo o inesperado para ella, quizá porque se había criado entre aquellos muros y se conocía el funcionamiento de la base y de su personal casi al dedillo. Para ella, después de todo, el G-31 era su hogar y... ¿Quién no se sabía las rutinas de su propia casa?

Por supuesto, por mucho que le pesase a algunos de sus compañeros de promoción, la presencia de su madre adoptiva poco o nada había tenido que ver en su aprobación, siendo algo más que evidente si uno se paraba a fijarse en las tareas que desempeñaba la oni. Lejos de tener un día a día más llevadero que el del resto, su rutina era incluso más activa de lo normal, prácticamente ocupada durante toda la jornada en una u otra cosa. Incluso tras finalizar las tareas que le hubieran asignado, una vez quedaba fuera de servicio a menudo podía verse ayudando a otros, entrenando e incluso estudiando, pues parecía que había desarrollado un interés genuino por la navegación y todo lo que rodeaba a esta. Sin embargo, lo que ocurriría durante aquel día se saldría de la norma incluso para ella.

—Recluta Montpellier. —La capitana apareció de la nada en la cafetería, momento en el que varios grupos de reclutas se encontraban descansando ahora que habían terminado sus quehaceres. Entre ellos se encontraba Camille. Todos se levantaron para ponerse firmes y saludar, ante lo que la oficial hizo un gesto perezoso para restarle importancia—. Descansad, descansad. Que estáis de descanso, hombre. Bueno, tú no —refiriéndose a la oni—. Tú te vienes conmigo.

Camille, lejos de poner pegas o preguntar al respecto, se limitó a asentir, recoger la bandeja que había utilizado y seguir a su superior hacia el exterior.

Debían ser cerca de las ocho de la tarde, de modo que el sol empezaba a ocultarse en el horizonte y todo cuanto quedaba era una Loguetown cubierta por el manto de la penumbra. Poco a poco las luces de la ciudad habían empezado a encenderse en calles y hogares, algo que se replicó a lo largo del G-31. El trayecto que ambas seguían iba acompañado por un perpetuo silencio que Camille no se atrevía a romper. ¿Quizá había cometido algún error? ¿Por qué motivo necesitaba apartarla de sus compañeros? También se le pasó por la mente la idea de que fueran a asignarle alguna otra tarea extra, una que posiblemente le quitase tiempo de descanso y hasta horas de sueño. No iba muy desencaminada, pero no se trataba de eso.

—¿Sabes? Hoy tenía la mañana bastante desocupada, así que pensé que sería buena idea pasarme a ver los entrenamientos matutinos de la nueva promoción —empezó como si nada, hablando con aquel tono relajado que tanto caracterizaba a la capitana—. He visto que vas bastante bien. Casi diría que sobrada —dirigió su mirada de reojo a la oni, alzándola para alcanzar a ver su rostro—. Quizá demasiado sobrada.

La morena tragó un poco de saliva, sin saber muy bien a dónde quería llegar con todo eso.

Yo... no creo que sea así —empezó, negando con la cabeza—. El resto de mis compañeros son tan competentes como yo.

—Venga, venga, no me saques esa modestia tuya. Literalmente barres el suelo con ello cada vez que os toca entrenar. Eso no puede ser, ¿no crees? —Y la miró con severidad—. ¿Cómo vas a mejorar si los ejercicios no te suponen un reto? Eso tiene que cambiar.

Sus caminos les llevaron más allá de los campos de entrenamiento del G-31 o mejor dicho, a una zona menos visible y más privada de estos: el área de entrenamiento de los oficiales. Una zona más íntima donde lidiar sin interrupciones con la voluntad de la capitana que, en esos momentos, no era otra sino la intención de exprimir sus energías por completo.

—Sé que has entrenado esta mañana, pero hoy vas a tener que invertir un extra de tu tiempo. Además, ¿hace cuánto que no entrenas con tu madre?

Las palabras de Beatrice salieron con una mezcla de burla y broma. Nunca se había considerado del todo su madre, aunque a ojos de Camille nadie más que ella podía ocupar su lugar. Quizá fuera por su conducta distraída o su completa ausencia de responsabilidad en ocasiones, motivos por los que tal vez no se veía como un modelo a seguir para la oni. Sin embargo, había sido no solo la persona que le salvó la vida sino también quien se había asegurado de darle un techo y un futuro. No solo eso, sino que además le había inculcado valores que hasta ese día consideraba inquebrantables, así como una meta y un propósito que perseguir. Asintió con una sonrisa desafiante ante la propuesta.

¿Estás segura? A tu edad igual ya no estás para muchos trotes —le soltó ahora que estaban solas con mayor confianza, ante lo que la capitana chasqueó la lengua antes de lanzarle al vuelo su odachi. ¿De dónde la había sacado?

—Yo que tú no me andaría con esos aires, no vayas a tener que tragarte tus palabras, mocosa.

Las palabras fueron bruscas, pero el tono y la sonrisa que dibujó la mayor en su rostro delataban la complicidad con la que se trataban. Ahora que no había ojos de nadie más que ellas dos podían tratarse como lo que eran: madre e hija. Algo que Camille a veces echaba de menos, aunque no fuera a decirlo nunca en voz alta.

Con calma, desenvainó la espada y lanzó hacia un lado la vaina para que no molestase y evitar tropiezos tontos. Aquella no era una espada de entrenamiento, sino la letal herramienta con la que llevaba a cabo el ejercicio de su deber. Un arma que en ningún caso se usaría en un entrenamiento ordinario, pero que en el caso de Beatrice era casi necesaria por igualar un poco las cosas. Tampoco es que ninguna de las dos confiase en que Camille sería capaz de asestarle una herida fatal a su superior por mucho empeño que pusiera, algo que casi quedaría en evidencia durante los primeros momentos de su combate.

—¿Lista? —preguntó Beatrice al tiempo que se quitaba la chaqueta de los hombros y la dejaba apoyada en un soporte de armas cercano—. Más te vale esmerarte si no quieres llevarte una buena tunda.

Lo tendré en cuenta.

Al momento de pronunciar aquellas palabras, Camille ya se había lanzado directa hacia la capitana blandiendo la espada con ambas manos. No se movía excesivamente rápido, de modo que acortar la distancia con ella le llevó un par de segundos, pero una vez llegase al cuerpo a cuerpo la cosa sería muy diferente. Beatrice tuvo tiempo de sobra para prepararse, aunque su postura apenas varió durante los instantes que tardó en alcanzarla. El arma trazó un amplio arco que descendía en un ángulo oblicuo para cruzar el torso de su objetivo, pero a la mujer le bastó con ladear el cuerpo lo justo y necesario para que el filo pasase de largo, chocando contra el suelo. Acto seguido, su puño se movió a toda velocidad y en un parpadeo se quedó a escasos milímetros del rostro de la recluta, quien sintió el viento que la potencia de este había revuelto.

—Un poco lento, ¿no?

La mofa provocó que frunciera el ceño, apartando de un revés el brazo de la capitana y trazando rápidamente otro veloz tajo con la espada que esta volvió a esquivar con escaso esmero. Esta misma situación se sucedió hasta tres veces más de forma continuada, esquivando la mayor los envites de su hija con la misma facilidad que se le roba el caramelo a un niño, siendo en este caso el caramelo la esperanza de Camille por acertarle o siquiera rozar a su madre. Poco a poco la frustración de la oni iba aumentando, pero no por eso su empeño.

—Atacas sin ton ni son —le decía la contraria mientras se apartaba de la trayectoria de la odachi—. Si no piensas te vuelves predecible —esquivó otro más—, y si eres predecible no podrás ganarle a nadie igual o superior a ti.

La chica rugió en su siguiente embate, uno incluso más rápido que los anteriores pero que no supuso ningún tipo de diferencia. Beatrice volvió a echarse a un lado, esta vez plantando su bota sobre la espada en el momento en que tocó el suelo, impidiendo que la oni pese a su desmesurada fuerza fuera capaz de alzarla de nuevo. Tan rápido como el primero, el puñetazo de la capitana llegó esta vez para encajarse en el rostro de Camille, saliendo la recluta despedida varios metros hacia atrás sin remedio. Vistas de cerca, con semejante diferencia de estatura, cualquiera apostaría porque de las dos la grandullona era quien más fuerza física tendría, pero ella conocía perfectamente la realidad. El golpe había sido más fuerte que cualquiera que ella misma pudiera dar, y no es que pegase flojo precisamente. Notó un poco de sangre en la boca y se forzó a escupirla hacia un lado. Al menos no había perdido la espada.

Otra vez —exigió, ante lo que su superior se puso en guardia y asintió.

Los embates que ambas lanzaban, sumados a los rugidos y gruñidos de Camille, terminaron por atraer miradas indiscretas que se acercaron a ver qué estaba ocurriendo a esas horas de la noche. Durante lo que debieron ser horas, madre e hija se mantuvieron enzarzadas en aquel duelo que distaba mucho de ser justo pero que, por algún motivo, parecía no tener fin. Beatrice no se agotaba, pero la morena tampoco parecía dispuesta a darse por vencida, por más golpes que se llevaba. Al final, algunos sargentos y tenientes se quedaron prendados del espectáculo que estaban dando las dos mujeres, preguntándose cuánto tiempo sería capaz de aguantar la más joven de ellas.

Este ciclo de esquivas y golpes se repitió un buen rato, durante el cual la oni se llenó de arañazos, contusiones y alguna que otra herida abierta a golpes en su piel, pero no parecía darse por rendida.

—Creo que por hoy es suficiente —le dijo la capitana, observando cómo se levantaba del suelo poco a poco tras el último puñetazo que le había encajado.

¿Suficiente...? —inquirió mientras usaba su odachi de apoyo para terminar de ponerse en pie. Tras esto se estiró y apuntó con el filo a la mayor, sonriendo un poco, la respiración agitada—. Podría hacer esto todo el día... y toda la noche.

Beatrice sonrió también y le hizo un gesto para que se volviera a lanzar contra ella, a lo que Camille no tardó en responder cargando con vehemencia. Nuevamente trató de lanzar un tajo que cruzase el torso de la capitana, como tantas veces había intentado a lo largo de la noche y, por supuesto, la oficial ni se despeinó aquella vez en esquivarlo. Sin embargo, justo cuando empezó a hacerlo, la recluta soltó la espada y con su diestra proyectó un puñetazo que iba cargado con todas las fuerzas que aún le quedaban.

La mayor abrió los ojos de par en par y, no viéndose a tiempo de evitarlo, alzó los brazos y los cruzó para recibir el impacto. El aire a su alrededor vibró con fuerza en el momento del choque y la marine salió proyectada varios metros hacia atrás arrastrando los pies, lo que dejó dos surcos paralelos a lo largo del campo de entrenamiento de los oficiales. Camille se quedó observándola con incredulidad: era el primer golpe que lograba encajarle en todo el combate, aunque lo hubiera bloqueado. Beatrice bajó los brazos despacio, frotándose alternativamente la zona donde había recibido el puño de su hija, como si la tuviera algo dolorida. Sus labios dibujaron una sonrisa al tiempo que unos pocos aplausos provenientes del resto de oficiales empezaron a hacer eco en el lugar.

—¿Ves? Si piensas antes de actuar es más probable que consigas lo que te propongas. Creo que ahora sí que es suficiente, ¿no?

La morena se rio, asintiendo antes de dejarse caer sobre el suelo con las piernas cruzadas y los brazos hacia atrás, tomando aire con agotamiento. Sentía todo su cuerpo entumecido ahora que se habían detenido... y tenía la certeza de que sería incapaz de moverse al día siguiente. Quizá se había venido arriba al asegurar tan rápido que habría podido seguir mucho más tiempo.
#1
Moderador Sengoku
Sengoku el Buda
¡Buen combate! Espero ver pronto una revancha entre las Montpellier.
Recompensas:
● 30 de Experiencia (965.02 > 995.02)
● 1 Nika (47 > 48)
● 200.000 Berries (3.630.000 > 3.830.000)
● 5 de Reputación [Positiva] (10 > 15)
#2


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