Alguien dijo una vez...
Rizzo, el Bardo
No es que cante mal, es que no saben escuchar.
[Aventura T1] Todo huele a revolución
Airgid Vanaidiam
Metalhead
Durante la estancia de nuestro protagonista en la isla Kilombo, varias habían sido las veces que se había pasado por la casa de Airgid Vanaidiam, esa preciosa rubia de bonitas manos que había conocido hacía más tiempo del que él mismo recordaba. De la misma manera, varias habían sido las veces en las que, sin saberlo, se había cruzado con un curioso Domsdey Crimsolth. Ese anciano se había estado interesando en el buccaner desde aquel furtivo y casual encuentro que tuvieron bajo la solitaria farola durante la noche, cuando le salvó de unos vándalos. El viejo revolucionario ya de por sí solía pasar de forma más o menos recurrente por la calle donde Airgid vivía, por el motivo que fuera, y le sorprendió enterarse de que el enorme rubio también había tomado por costumbre parar en aquel garaje. También, dejándose llevar por la curiosidad, observó aquel encuentro que tuvo con el que llevaba siendo revolucionario casi los mismo años que él. Quizás... quizás estuviera más destinado a la revolución de lo que ni él mismo imaginó en un primer momento. Desde luego, el mundo era un pañuelo, y las casualidades no lo eran tanto.

La noche anterior, Domsdey colocó en la puerta de la casa de Airgid una pequeña nota, como si estuviera seguro de que sería Ragnheidr el que llegara a leerla. Y a la mañana siguiente, todo parecería normal a excepción de la presencia de ese papel pegado en la puerta. El mensaje era escueto, escrito con una bonita y cuidada caligrafía, así es como escribiría alguien minucioso y que dedicaba tiempo a cada una de las palabras. Ya pocas personas tenían paciencia suficiente como para molestarse en la presentación como lo había hecho él. La nota decía así:

"Para Ragnheidr:

Soy Domsdey Crimsolth, el viejete al que salvaste de esos jóvenes, ¡espero que no te hayas olvidado de mí! Me gustaría reunirme contigo, tengo una propuesta que quizás te interese. ¿Te reunirías conmigo esta noche en el faro de Rostock? ¡Te espero!
"

Su firma era igual de cuidada y curvilínea que la caligrafía, finalizando así aquella invitación que acababa de lanzarle al rubio. El anciano desconocía si aquel hombre estaría dispuesto a aceptar su propuesta, pero era un hombre de fe, de confianza ciega. Y confiaba en que aparecería. Domsdey esperaba a las afueras del faro, observando el atardecer, cómo cada vez se hacía más y más de noche. Poco a poco se fueron encendiendo las farolas de la ciudad, anunciando el fin del día. Hacía buen tiempo, típico de una noche veraniega, sin una sola nube en el cielo y una ligera brisa que apaciguaba el sofocante calor hasta volver el clima agradable. Mientras se deleitaba con aquella visión, el viejo Domsdey pensaba en la de veces que se había reunido en aquel mismo lugar con sus viejos compañeros de revolución. Aunque en aquellos años no existía la revolución como tal, pero siempre habían existido grupos antisistema, desde el inicio de los tiempos. Y por otro lado, había aceptado que su tiempo estaba pasando, que ya aquella época no le pertenecía. Quizás pudiera relegar ese futuro en una nueva generación de revolucionarios, quizás Ragnheidr pudiera convertirse en un miembro dentro de ese idílico plan. Puede que no le conociera mucho, pero algo dentro de él, llamémoleste intuición, le decía que aquel hombre estaba destinado a una causa mayor. Tenía fe en que así fuera.


[Imagen: Isla101_One_Piece_Gaiden_Foro_Rol.jpg]


Info
#1
Ragnheidr Grosdttir
Stormbreaker
Personaje


17 de Verano del año 724.

Ragnheidr estaba agotado después de un día intenso de competición, apenas sentía fuerzas para seguir en pie cuando llegó a la casa de Airgid. Cada músculo de su cuerpo protestaba con cada paso, deseando el refugio del descanso. Sin embargo, al acercarse a la puerta, sus ojos se posaron en un trozo de papel. Al principio no le prestó mucha atención, pensando que sería un mensaje de Airgid, quizás algo sin importancia como que dejara de mearse en el sofá o mierdas así. Pero el nombre que encabezaba la nota llamó su atención al instante, Domsdey Crimsolth. El rostro de Ragn se iluminó con una chispa de reconocimiento y emoción contenida. — ¡El viejete! — Murmuró para sí, esbozando una leve sonrisa. Había pasado algún tiempo desde aquel encuentro, cuando había defendido a ese anciano de un grupo de jóvenes problemáticos en las calles de Rostock. Crimsolth había agradecido su ayuda en su momento, pero nunca imaginó que volvería a saber de él.

Leyó con atención la nota, cada palabra parecía avivar en él una nueva energía. La mención de una "propuesta" hizo que su mente comenzara a trabajar a toda velocidad. ¿Una propuesta? No podía evitar sentir curiosidad. Sabía que aquel anciano no era un hombre común, había notado algo especial en él, algo en sus ojos que delataba una sabiduría y una historia profunda. La emción en el Buccaneer era palpable ... Y la referencia al faro, un lugar solitario y siempre envuelto en misterio, solo añadía más intriga. Ragn respiró hondo, el cansancio físico seguía presente, pero ahora su mente estaba alerta, más despierta que nunca. El faro de Rostock no quedaba lejos, y la noche ya había caído, envolviendo la ciudad en un manto de sombras y silencio. — Perfecto para una conversación importante — Pensó.

Mientras se colocaba su particular capa roja, sintió una emoción creciente en su pecho. Era la oportunidad de saber más sobre Crimsolth, de descubrir lo que se ocultaba tras aquella fachada de "viejete". Además, algo en su interior le decía que esta "propuesta" podría estar relacionada con lo que venía escuchando mucho en sus alrededores (con Asradi, Airgid y Ubben), rumores de la revolución. Todos parecían estar inquietos con el tema de poder hacer más, de llegar más lejos, tanto que el vikingo comenzó a interesarse bastante. Su instinto, fino por naturaleza, le susurraba que Crimsolth estaba envuelto en algo grande, algo que podría cambiarlo todo. Y él quería ser parte de eso. Ragnheidr salió sin dudarlo. Cada paso hacia el faro lo sentía más ligero, como si la promesa de lo desconocido le diera fuerza. La fatiga que lo había abatido minutos antes desapareció, sustituida por una mezcla de anticipación y emoción contenida. Mientras avanzaba por las calles vacías, su mente no dejaba de imaginar lo que podría descubrir esa noche. El faro se alzaba a lo lejos, su luz brillando intermitente en la oscuridad como una señal, como un llamado.

¡¡¡Vieeeejoooooo!!! — Se animó a gritar desde el exterior. Había un viejo hogar cerca, si estaba allí también le escucharía. Repetiría el aviso unas tres o cuatro veces, dándole igual si podía molestar o no, no era su estilo desde luego. Esa noche no portaba a Rompetormentas, estaba acostumbrándose a ir sin ella, lo cual le disgustaba de sobre manera, pero debía aprender a moverse sin la fiel ayuda de su filo. De utilizar su akuma, darle una utilidad real. Para algo la tenía. Ragn sentía los músculos tensos, demasiado quizás. Su espalda ancha y sus hombros macizos, acostumbrados al peso de la batalla, ahora se podían herguir como una muralla ante la figura de un frágil anciano. Intentaba, sin éxito, liberar aquella tensión que lo acompañaba desde que tenía memoria. Cada fibra de su cuerpo, cada cicatriz grabada en su piel, era un recordatorio de los innumerables combates que había librado, y por instinto, su cuerpo siempre estaba en alerta, preparado para la lucha. Pero esta vez no había enemigo al que enfrentar. El anciano no representaba ningún peligro. Aun así, Ragn sentía el peso de su propia presencia. Sabía que su tamaño, su aspecto, podía intimidar fácilmente a alguien como el viejete, alguien que no había visto tanto del mundo cruel y violento del que Ragn provenía (O eso creía). Intentó suavizar sus movimientos, aflojar el agarre de sus manos, que casi siempre estaban listas para empuñar una espada, y dejó escapar un suspiro profundo, como queriendo liberar también parte del peso que cargaba en su mente. La tensión en sus músculos no era solo física. Era el rastro invisible llevar el cuerpo al límite. Sin embargo, ahí y ahora, eso no tenía lugar. Hizo un esfuerzo consciente para relajar sus hombros, dejar que sus brazos colgaran un poco más sueltos, pero la dureza de su porte seguía siendo evidente. Lo último que deseaba era joder aquella oportunidad por no saberse controlar.


#2
Airgid Vanaidiam
Metalhead
Una cosa buena que tenían las personas mayores es que, por lo general, no les importaba mucho esperar sin hacer nada concretamente. Domsdey Crimsolth era un hombre de noventa y dos años, y muchas veces el mero hecho de quedarse observando cómo el cielo se oscurecía cada vez más era suficiente entretenimiento para él. Los atardeceres en el mar siempre resultaban más bonitos de lo normal. Pero vaya, sí que se estaba retrasando, ¿no? Quizás es que había tenido un día lleno de cosas que hacer, quizás era un hombre más ocupado de lo que creía... o quizás es que de verdad se había olvidado de él. Le costaría creérselo, pero podría ser, ¿no? Aún así, Domsdey no perdía la esperanza. Aún no era demasiado tarde, aún había tiempo para que Ragnheidr apareciera. Confiaba en ello.

Y aunque le había estado esperando, cuando le escuchó gritar en su busca dio un respingo inevitable, sacudiendo todo su pequeñito y fino cuerpo como si fueran unas maracas. A pesar del susto inicial que se había llevado, rápidamente se le dibujó una sonrisa en aquel rostro agrietado por el paso del tiempo, una que aún destilaba cierta inocencia. — ¡Ragnheidr, estoy aquí, amigo! — Le había llamado como tres o cuatro veces sin darse cuenta de que se encontraba casi en el borde del precipicio, al fin y al cabo la diferencia de tamaños entre él y el rubio era tan grande que no le sorprendió ni mucho menos le ofendió que no le viera de primeras. Pero él era imposible de ignorar. Domsdey inició una pequeña carrerita hasta llegar frente al casi gigante. Tomó un poco de aire, aunque se movía con energía, estaba claro que se cansaba con muy poquito. — Así que al final has venido, jejeje. — Se trataba de un viejecillo risueño, sobretodo alrededor de Ragn. Le caía bien, a pesar de lo poco que había visto de él por el momento.

De hecho, una de las razones por las que quería reunirse con él era en parte por conocerle un poco mejor. Le había visto llevándose bastante bien con la hija de unos antiguos compañeros suyos de la revolución, quedándose en su propia casa muchas veces. También le vio conocer a Tofun, ese pequeño que había entrado en la cárcel justo por el motivo de pertenecer a una organización revolucionaria. Y a él mismo le había salvado de la cruel mano de unos jóvenes. Tenía casi la certeza de que aquel hombre era una buena persona, un buen fichaje para la causa. Pero tenía que comprobarlo de primera mano. — ¡Ven, pasa, pasa! — Inició la marcha hacia el interior del faro, un lugar que no era lo que aparentaba ser en un primer vistazo.

Mientras caminaba y abría la puerta, iba hablando, desvariando un pelín. — Uy, hacía tanto tiempo que no entraba aquí... Jeje. No es mío, está bastante abandonado en realidad, siempre lo ha estado. Menos mal que es alto, ¿eh? Creo que cabrás bien. — La verdad es que el faro era bastante grande, mediría alrededor de unos cincuenta metros. Al entrar, había espacio de sobre como para que el enorme Ragnheidr no diera con la cabeza contra nada, aunque era un pelín estrecho en cuanto a anchura. Aún así, era suficiente como para poder estar los dos sin demasiados agobios. — Había planeado enseñarte una sala especial, pero claro, se me olvidó que eras tan enorme, jeje. Pero no te preocupes, no pasa nada. — La verdad es que era un ancianito entrañable. — Bueno, te estarás preguntando qué era lo que quería proponerte, lo que te escribí en la carta. — Echó un vistazo a su alrededor antes de hablar. Las paredes del faro estaban hechas de piedra cubiertas con madera en su interior. Había una larga escalera de caracol que se perdía en un piso superior pero que no parecía ser la estancia más alta. El interior estaba decorado con algunas fotos antiguas, un pequeño perchero donde colocar los abrigos y una mesa con algunas sillitas alrededor. Parecía haber sido el hogar de alguien, pues conectaba con la casita que había al lado por medio de una puesta de madera. Pero como bien había dicho, también daba la impresión de llevar mucho tiempo abandonado, como si nadie se ocupara ahora de él. Había telarañas, polvo, y algunas de las luces estaban fundidas o tintineando ligeramente. Aún así, la luz del faro funcionaba perfectamente. — Solía venir a veces a esta lugar, sí, era uno de nuestros sitios de reunión, donde hablábamos de nuestros planes en secreto... otro de esos lugares era la casa de tu amiga, ¿lo sabías? — Miró a Ragnheidr con una sonrisa afable. — ¿Crees en el destino, Ragn? No sé como lo haces, pero es como si todo a tu alrededor te conduciese a la revolución. Puedo contarte más al respecto. Aquí donde me ves, cuando tenía tu edad más o menos, formaba parte de un grupo, jeje. Sí... qué tiempos... creíamos que íbamos a poder cambiar el mundo... — El tono de su voz se fue disipando poco a poco. — Quizás vosotros podáis hacerlo. — Concluyó, más para sí mismo.
#3
Ragnheidr Grosdttir
Stormbreaker
Ragn avanzaba con paso firme, su enorme silueta sobresaliendo entre las sombras de las paredes decoradas con fotografías. Las imágenes, aunque llenas de rostros humanos, le eran indistinguibles, solo figuras diminutas que, para alguien de su tamaño, no tenían importancia inmediata. Mientras caminaba junto al anciano, un hombrecillo que había ganado su respeto y su curiosidad, Ragn no dejaba de observar su entorno, en busca de alguna señal que le confirmara o desmintiera la seguridad del lugar. Aunque no había signos evidentes de peligro, algo en su instinto guerrero le hacía permanecer alerta. El viejo, de cabellos grises y andar pausado, había resultado ser más que una simple figura frágil y de pocas palabras. Aunque era físicamente diminuto en comparación con el imponente vikingo, su aura, su presencia, tenía un peso indiscutible. No era alguien que pasara desapercibido, no por lo menos ante los ojos de alguien como Ragn, cuyo juicio estaba forjado por años de batalla y convivencia con hombres de distintas naturalezas.Con cada paso que daban juntos, algo más que una simple caminata estaba teniendo lugar. Había un intercambio sutil, una especie de acuerdo tácito en el aire, una tensión entre la desconfianza y el respeto. Ragn no sabía exactamente qué hacía allí, en aquel lugar que no dejaba de resultar extraño a pesar de su aparente normalidad. No podía dejar de preguntarse qué rol jugaba este anciano, y más aún, cuál era su verdadera agenda. No era un hombre común, de eso no cabía duda. No cualquiera enviaba cartas al gran Ragnheidr ni lo invitaba a un lugar que, según las primeras impresiones, no parecía ser el campo de batalla que su vida solía exigir. El vikingo, de por sí una criatura marcada por su instinto de supervivencia y combate, mantenía una postura firme, siempre preparado para lo inesperado. A pesar de que en aquel momento no había motivos visibles para alarmarse, su naturaleza no le permitía bajar la guardia. Al menor indicio de peligro, cualquier señal que confirmara sus sospechas, reaccionaría. Había sido traicionado antes, y no estaba dispuesto a permitir que eso volviera a ocurrir. En su mundo, las lecciones se aprendían rápido y a menudo con sangre. Este anciano, con su aire tranquilo y su caminar lento, representaba algo desconocido, y por lo tanto, potencialmente peligroso.Mientras seguían recorriendo el lugar, Ragn comenzó a notar más detalles en el entorno. Las paredes, antes simplemente decoradas con fotografías, ahora le parecían un tanto más significativas. Había algo en la disposición de los objetos, algo en la atmósfera del lugar, que le daba la sensación de que había más de lo que se veía a simple vista. Los objetos que adornaban las estanterías y mesas parecían colocados con una intención específica, como si el lugar contara una historia, una que aún no había sido revelada.

El silencio entre ambos comenzaba a alargarse, lo que no era un problema para Ragn. No necesitaba de palabras para entender a las personas o para sentir lo que estaba en el aire. Su vida como pirata, guerrero y viajero le había enseñado a leer los silencios con más claridad que las palabras. Sin embargo, la ausencia de diálogo le daba tiempo para meditar sobre las dudas que habían comenzado a formarse en su mente desde que llegó.Una de esas dudas, la más insistente, tenía que ver con la naturaleza de la relación entre él y el anciano. No era frecuente que alguien que pertenecía a un grupo peligroso como la Revolución se acercara a él de forma tan directa, y mucho menos que lo hiciera con un tono amistoso. Si bien no había sido un enemigo declarado de ese tipo de movimientos, Ragn no solía involucrarse en sus luchas. Su vida estaba regida por otras prioridades: su tripulación, su propio código de honor, su búsqueda de desafíos dignos de su fuerza. ¿Por qué, entonces, alguien como este hombre habría decidido buscarlo?La respuesta no era clara, pero Ragn no podía evitar sentirse intrigado. No se trataba solo de la carta que había recibido, sino del modo en que todo se estaba desenvolviendo. El hecho de que ahora estuviera caminando junto a este hombre, recorriendo un lugar que parecía alejado de cualquier conflicto inmediato, era en sí mismo un enigma. Su instinto le decía que algo importante estaba por revelarse, algo que trascendía las palabras y los pequeños detalles del entorno. La tensión en el aire, aunque sutil, estaba ahí, y Ragn la sentía en cada fibra de su ser.A medida que avanzaban, comenzaron a pasar por una serie de pasillos que parecían conducir más profundamente en el lugar. Las paredes, que antes estaban llenas de fotografías, ahora estaban más desnudas, y el ambiente se volvía ligeramente más sombrío. La luz era más tenue, lo que hacía que el entorno se sintiera un tanto más cerrado, casi opresivo. Ragn, sin embargo, no mostró signos de incomodidad. Su estatura, su fuerza y su presencia hacían que cualquier espacio pareciera más pequeño de lo que realmente era, y si bien la luz disminuía, su confianza en sí mismo no lo hacía.

Finalmente, llegaron a una habitación que parecía ser el destino final de su recorrido. No era muy grande, pero estaba bien amueblada. Había una mesa en el centro, y sobre ella, una serie de documentos, mapas y otros objetos que parecían estar ahí esperando. El anciano se detuvo frente a la mesa, haciendo un gesto para que Ragn se acercara. El vikingo lo hizo, aunque con cierta cautela. No era hombre de confiar ciegamente, y este lugar, por muy seguro que pareciera, aún no le daba la confianza completa que requería para bajar la guardia.Al llegar junto a la mesa, Ragn echó un vistazo a los papeles y mapas. Eran detallados, representaciones claras de zonas que conocía vagamente y otras que le resultaban completamente desconocidas. Había algo en ellos que sugería planificación, estrategia, algo más grande que una simple reunión o intercambio de ideas. Esto no era solo una visita social. El anciano había estado tramando algo, y ahora, parecía que el momento de revelar sus intenciones estaba cerca.Aunque no había diálogo, Ragn podía sentir el cambio en la atmósfera. Algo importante estaba por ocurrir, y estaba listo para lo que viniera. Se cruzó de brazos, adoptando una postura firme pero relajada, sin apartar la vista del anciano. El hombrecillo, por su parte, comenzó a revisar los documentos, moviendo algunos de un lado a otro, como si buscara algo específico. Finalmente, tras un momento de búsqueda, sacó uno de los mapas y lo extendió sobre la mesa.Ragn lo observó con atención. El mapa mostraba una isla, una que no reconocía de inmediato. Los detalles eran claros, las líneas bien trazadas, pero no era un lugar que hubiera visitado o escuchado mencionar antes. El anciano, sin decir una palabra, señaló una pequeña zona en el mapa, un punto que parecía estar marcado con una especie de símbolo. El gesto fue suficiente para hacer que Ragn comprendiera que ese lugar, ese pequeño punto en el mapa, era el centro de todo lo que estaba ocurriendo.Aunque las palabras aún no habían sido pronunciadas, Ragn comprendió que el anciano lo estaba invitando a algo más grande, algo que iba más allá de una simple conversación o encuentro fortuito. La Revolución, la isla, los enemigos, todo parecía confluir en ese pequeño punto en el mapa. Y ahora, él tenía que decidir si quería ser parte de ello o si prefería seguir su camino.

El silencio que había reinado hasta ese momento comenzó a sentirse aún más pesado. El viejo levantó la mirada hacia Ragn, sus ojos reflejando una sabiduría acumulada por años de experiencia. Ragn, por su parte, mantuvo su postura firme, pero ahora con una mezcla de curiosidad y cautela. Las piezas comenzaban a encajar, pero aún quedaban muchas preguntas sin respuesta.Ragn sabía que este encuentro, este momento, era solo el comienzo de algo más grande. Una nueva aventura, un nuevo desafío. Y aunque no lo había buscado, el destino, como siempre, parecía haberlo encontrado a él.
#4
Airgid Vanaidiam
Metalhead
La repentina desconfianza de Ragnheidr despertó en Domsdey una nueva curiosidad. Daba la impresión de ser tan bonachón que ya prácticamente había pasado por alto que que no estab ahablando con cualquier persona, sino con un poderoso buccaner que tenía motivos para desconfiar de él. Al fin y al cabo, casi que acababan de conocerse por muy bien que se llevaran los dos. El vikingo buscaba respuestas, y Domsdey estaba dispuesto a dárselas, todas las explicaciones que necesitara. Aunque también le tocaría al rubio aguantar un poco sus divagaciones de anciano.

No se trata de ninguna emboscada, mi nórdico amigo. — Avanzó por la estancia despacito, con su bastón, hasta alcanzar una taza de café frío. — Hace unas horas estuve aquí con Airgid... sus padres eran también parte del grupo de revolucionarios del que te hablé antes. Yo pensaba que los conocía, pero la pobre no tenía ni idea de nada. Me preguntó por ti, incluso. Jejejej, es una joven muy enérgica, muy positiva, sí. — Le tendió a Ragnheidr otra tacita, aunque era tan pequeña que igual ni si quiera le servía al buccaner. Aún así, era mejor ser cortés que quedar como un maleducado. — He oído que dentro de poco os iréis de la isla, ¿cierto? También me he enterado de que has conocido a Tofun, el pequeñín borracho. — Soltó una risilla al recordarle, Tofun no había sido parte de su grupo, él y su amigos enanitos eran una organización aparte, pero sí que se habían conocido. Sí que habían compartido charlas y sobre todo, borracheras. — No es que sea un cotilla, pero... son gajes del oficio, uno nunca olvida los métodos. — Sonrió, con un gesto afable y sincero, como si ser revolucionario lo llevara dentro del código genético. — Vais al Reino de Oykot... la situación de allí es bastante delicada, sí sí. Desde luego, necesitan toda la ayuda que les podáis ofrecer. — Empezaba a desvariar un pelín.

Pero antes de perderse del todo, recondució de nuevo la conversación. — Ragnheidr, sé que quizás solo soy un anciano pidiendo demasiado, abusando de tu confianza, pero hoy he visto en vosotros dos a unos futuros líderes de la revolución. Cambiando el mundo, luchando por un futuro mejor... quiero darte algo antes de que te vayas. — Sacó una llave, con ella abrió un cajón de uno de los muebles de madera de la estancia. Al abrirlo, reveló en su interior un baúl de un tamaño considerable que tomó entre sus manos a duras penas, dejándolo sobre la mesa haciendo acopio de todas sus fuerzas. — ¿Sabes? Tu caso es bastante especial, ya son varios buccaners como tú que conozco que o se interesan por este movimiento o son directamente líderes... sois una raza con mucha historia, sí. — Comentó un poco por encima, dejando volar sus pensamientos. El baúl necesitaba otra llave, una que él poseía, pero primero quería escucharle antes de abrirlo y revelar su contenido.
#5
Ragnheidr Grosdttir
Stormbreaker
Ragn escuchó atento lo que tenía que decir, hasta que llegó a Airgid, es decir, lo primero que dijo. — ¿Estarr aquí? — Aquello era ¿Bueno? — Airrrgid salvarrr mi vida. Yo, cuidarrrr la suya. — Afirmó con la cabeza. Tardaría mucho en olvidar que la rubia y la morena salvaron su vida, de hecho, sería bastante extraño que no se recordara, para qué mentir. — Tofun serrr grrran perrrsonaje. Sí, quedarrr poco en isla Kilombo, al fin. — Llevado por la nueva aparente comodidad, el vikingo dejó caer su trasero al suelo, sentándose en el mismo. Por un instante toda la estructura del faro tembló, debido al peso gigantesco que había soltado así como si nada.

Habló de Oykot y de que la situación en aquella isla estaba delicada. Aquello no dejó más que anonadado al pequeñín de cinco metros. ¿Todo el mundo conocía la situación de los balleneros? ¿Menos él? o Tofun se había encargado, muy eficazmente, de entregar esa información a todo dios o el vikingo estaba especialmente mal informado y no se enteraba de una mierda. De no ser por el enano borracho... Fue en sus últimas palabras que la desesperanza de la ignorancia atacó. Habló de Buccaneers y de que conoció a varios que fueron líderes, pero ... — ¿Buccaneerrrr? — Preguntó con la máxima honestidad que le cabía en el cuerpo. Tanto él, como muchos otros, eran incapaces de entender esa relación, básicamente por lo que representaba ser un híbrido de ese tipo, tan extraño.

Ragn asumió enseguida que quizás era una forma de llamar a la "gente grande" sin tener que usar el adjetivo de "gigante" lo cual entendía, comprendía y hasta podía pasar por alto. Los humanos necesitaban una palabra para todo, no sería él quién culpase esa forma de hacer las cosas. — No tenerrr que convenssserrr, anssiano. Ya hablarrr con Tofun. Ya arrreglar prrroblema en Oykot prrrróximamente. Rrragnheidrrr se ocupa. — Se golpeó el pecho con el puño derecho, evocando el cierre de un pacto que iba más allá de su palabra.

La palabra para un ser como Ragn, era más valiosa que apuntarla en un contrato ... Que prometerlo por toda tu familia ... Que realmente rellenar con más palabras la promesa. La palabra de un AUTÉNTICO varón, era simple y llanamente, el pacto más poderoso que podía llegar a realizar.
#6
Airgid Vanaidiam
Metalhead
A pesar de la leve desconfianza inicial, la conversación fluía de manera prácticamente natural. Ragnheidr parecía sorprendido ante todas las cosas que conocía el viejo Domsdey, no es que el gigante fuera un ignorante ni mucho menos, sino que él mismo era una persona muy puesta en este tipo de asuntos. Con una red de contactos muhco más grande de lo que el rubio pudiera imaginarse en un primer momento, una que se extendía por casi todas las islas del East Blue. Y es que olía a revolución en Oykot, era un olor que llevaba ya un tiempo macerándose, y ahora él y su grupo se dirigían hacia allí. No sería casualidad, seguramente Tofun ya había hecho su parte del trabajo y les estaría intantando reclutar para sus filas... el anciano esbozó una sonrisilla. Sí que era avispado ese enano. Y desde luego, aquel grupo despertaba una más que especial curiosidad, la suficiente como para que dos revolucionarios veteranos como ellos pusieran a la vez sus ojos en ellos.

¿No te suena esa palabra? Hm, a decir verdad, tiene sentido... siempre ha sido una especie de "secreto". — Divagó acerca de los buccaners, dándose cuenta él solo de que el propio hecho de pertenecer a aquella híbrida raza ya suponía un peligro en sí mismo, algo perseguido. Quizás por eso mismo, los pocos que conocía se acabaron volviendo a la revolución. Cuando tu propia existencia era un crimen, resultaba imposible seguir el sistema que te condenaba y juzgaba.

Esbozó una sonrisa de satisfacción cuando escuchó las palabras convencidas de Ragnheidr, tan seguro de sí mismo. Decía que se ocuparía de arreglar el problema de Oykot, y la verdad es que dejaba tan poco espacio a la duda que ni Domsdey se atrevió a rebatirle nada. La verdad es que confiaba en él. — Oh, te creo, te creo. — Soltó una risita, alegre, contento por haber decidido reunirse con él aquel día. Había sido una gran idea, finalmente. Tomó una llave más pequeña y terminó de abrir el baúl que había sacado del mueble. Le tomó su tiempecito, eso sí, el anciano se movía a su propio ritmo, pero entonces desveló ante los azules ojos de Ragnheidr el contenido del mismo. — Estuve en Elbaf hace muchos años... me traje esto de allí, pero creo que estaría mejor en tus manos. — En el interior se podía ver un enorme cuerno vacío, tallado y decorado, con un pequeño forro de cuero que tomaba forma de asa. Era un cuerno para beber, típico de las tierras de los gigantes, solo había que ver el tamaño que tenía. En su juventud, Domsdey recorrió muchas islas, infinidad de ellas, y de cada una siempre trataba conservar algún recuerdo. Aquel día perdería uno de ellos, pero en su interior no le importaba, sabía que no servía de nada tener allí un objeto artesanal tan exquisito cogiendo polvo, completamente olvidado. Quería que Ragnheidr lo tuviera, y que cuando lo usara recordara su tierra a pesar de la distancia.
#7
Ragnheidr Grosdttir
Stormbreaker
Ragn esbozó una gigantesca sonrisa, junto a una carcajada que bien podría hundir al pobre anciano contra la pared. Tomó con mucha gratitud el obsequio del revolucionario, anclando el mismo a su cintura, como tenía el den den mushi, justo al costado. Después terminarían hablando un poco sobre los Buccaneer o los viajes del señor a Elbaf, la mágica isla de los gigantes. Era un sin fin de conocimientos extravagantes a los que tirarles el lazo.

Dentro de que todo el mundo creyera que era un cuento, ahí estaba el buen Domsdey, que incluso la había visitado en sus años mozos. Puede incluso que él fuera parte de la culpa de que la hermana de Ragn se alistara a la revolución cuando el vikingo aún era muy pequeño, quién sabe.

Se despidió de Domsdey y tomó ruta a casa. Es decir, la casa de Airgid, que hasta ese día estaba siendo su hogar provisional. Sin embargo el plan pasaba por destrozarle la puta casa y que así tuviera que irse con él sin remedio alguno. Una menete maquiavélica ahí donde lo ves el rubio. Recordó, de camino, que Airgid también era una conocida del anciano, la importante historia de los padres de la rubia dentro del movimiento, sus hazañas y etc ... No fue una conversación corta, qué va, se volvió densa como la marea, pero eso era lo que necesitaba, información.

El Buccanner ardía en deseos de toparse con Airgid y escupirle la información que tenía a la cara. ¿Le había estado mintiendo? ¿qué tipo de amistad era esa? Para Ragn, así era, aunque la verdad es que la mecánica tampoco conocía la historia como tal, de hecho, en este momento exacto de la historia, Ragn conocía más a los padres de Airgid que la propia Airgid, lo cual era ... Extraño.
#8
Moderador OppenGarphimer
Nuclear Impact
¡Recompensas por aventura T1!

Ragnheidr
  • Berries: 3610060  ➠ 4360060 [+750.000]
  • Nikas: 43  ➠ 48 [+5]
  • Experiencia: 1494  ➠ 1524 [+30]
  • Reputación: 15  ➠ 25 (+10 Positiva) [+5]

Airgid (Narradora)
  • Berries: 3300000  ➠ 3550000 [+250.000]
  • Nikas: 32  ➠ 38 [+6]
  • Experiencia: 1802  ➠ 1832 [+30]
  • +1 cofre decente

[Imagen: garp.gif]
#9


Salto de foro:


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