Hay rumores sobre…
... que en cierta isla del East Blue, hubo hasta hace poco tiempo un reino muy prospero y poderoso, pero que desapareció de la faz de la tierra en apenas un día.
[Autonarrada] [Tier 2]Escapando de la Calle de las Especias
Percival Höllenstern
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Día 10 del Verano de 724

Aquella noche en Grey Terminal, el hedor a cenizas y escombros lo llenaba todo. Las luces parpadeantes de los fuegos que ardían en la distancia apenas iluminaban los pasadizos estrechos y retorcidos de basura donde reinaba el caos. La tarea era clara: eliminar a Tenji, una amenaza para la Hyozan. Pero algo en el ambiente presagiaba que no sería un trabajo rutinario. Sabía que era ciego, y, cuando lo encontré sentado entre montones de chatarra, su calma me desconcertó.


— ¿Por qué sigues haciéndolo? — su voz rompió el silencio mientras mi mano se deslizaba hacia la empuñadura de mi daga. Me quedé quieto, sorprendido de que el hombre al que debía eliminar tuviera tal serenidad.

— Simplemente es un trabajo — respondí, seco, sin apartar la vista de él.

Tenji inclinó la cabeza, como si pudiera ver a través de mis palabras.

— Tú sabes que no es solo eso. No eres un hombre de la Hyozan. Ellos te utilizan... — sus dedos rozaron la tierra —. ¿Cuánto tiempo más crees que soportarás esas cadenas? — comentó con un tono casi paternal.

Mi cuerpo se tensó. ¿Cómo sabía tanto de mí? Sus palabras se hundieron en lo profundo, como si llevara años esperando a que alguien me las dijera. La Hyozan, al principio, era mi salvación, mi escape del infierno en el que había estado atrapado. Pero, con el tiempo, las cadenas de esa organización comenzaron a sentirse igual de pesadas que las de mis antiguos amos.

— La Revolución lucha por algo más que el oro o el poder. Luchamos para que hombres como tú nunca más sean esclavos —su tono era firme, casi paternal, y por primera vez en mucho tiempo, me hizo dudar.

Permanecí en silencio, escuchando. Mis dedos se tensaban en la empuñadura, pero no era la tensión habitual antes de un asesinato. Era algo más profundo, algo que me golpeaba desde dentro.

Ven conmigo —dijo finalmente—. Hay otra forma de vivir— comentó, con una sonrisa casi cándida mientras ofrecía su mano por delante.

Lo observé. Sus palabras despertaban un eco de algo que había intentado enterrar: la esperanza de libertad. Pero, aunque sabía que mis días en la Hyozan estaban contados, una traición abierta sería peligrosa. Demasiado peligrosa.

Volví a la realidad, tras semanas desde aquel encuentro en lo más profundo del mercado, había sucedido. Había decidido mantenerme en la sombra, observar, trazar mi plan. Sabía que no podría simplemente abandonar a la Hyozan sin consecuencias. Tenji tenía razón: era solo un peón, y tarde o temprano acabarían conmigo como lo hacían con cualquiera que ya no les fuera útil.

Por eso, cada paso que di desde ese día fue meticulosamente calculado. Me presentaba en las reuniones, seguía las órdenes y cumplía con las tareas que me encomendaban, pero en secreto, comenzaba a desmantelar la organización desde dentro.

Primero fueron pequeños detalles: informes incompletos, operaciones ajenas que fallaban por pequeños errores felices que parecían casuales. Luego, contactos clave desaparecieron misteriosamente o fueron entregados al amparo de identidades falsas que no se podían rastrear. 

La confianza que la Hyozan tenía en mí se desmoronaba poco a poco, pero siempre lo hacía parecer como si fueran ellos los que habían cometido los errores.
Y mientras la desconfianza crecía, mi lealtad a la Revolución comenzaba a florecer en las sombras. A través de mis acciones, debilitaba a la banda desde dentro, dando a Tenji y a sus aliados el tiempo y el espacio que necesitaban para infiltrarse y socavar el control de la Hyozan en Grey Terminal.

La oportunidad para la traición final llegó cuando la Hyozan planeaba una gran operación, una redada en la que pretendían eliminar a un grupo de revolucionarios clave. Fui el encargado de dirigirla. En lugar de llevar a cabo la misión, alerté a al ciego, y juntos diseñamos una emboscada perfecta.

Esa noche, bajo la cobertura de la oscuridad, conduje a los hombres de la Hyozan directo hacia la trampa. Cuando el cruzar de las armas resonó y los gritos llenaban el aire viciado por el calor purificador de las llamas, sentí una mezcla de alivio y vértigo. Había terminado con una parte de mi vida que me había mantenido encadenado durante demasiado tiempo.

Del fragor de la batalla, logré escapar ileso, dejando que la banda que me había atado durante años cayera en su propia trampa. No miré atrás. Sabía que mi destino ya no estaba ligado a ellos. La Revolución había completado la promesa con la cual me habían dotado.

Me uní a la Revolución, pero lo hice a mi manera, sin jurar lealtad ciega a nadie. Había aprendido, quizás de la forma más dura posible, que el poder y el miedo eran buenos compañeros de cama y que nadie, ni siquiera quienes luchan por la libertad, está exento de esa verdad. Mi camino seguiría siendo el de un hombre libre, que elige sus batallas. 

Y, por primera vez en años, me sentí aliviado, con unas ganas regeneradas de cambiar quién era y el mundo, aunque quizá no a un antiguo sistema, sino a la verdad de un nuevo amanecer.
#1
Moderador OppenGarphimer
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