¿Sabías que…?
... un concepto de isla Yotsuba está inspirado en los juegos de Pokemon de tercera generación.
[Aventura] [T2] Una enfermedad incurable
Silver
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El ambiente en la zona este de Oykot era denso, con un aire viciado que parecía no moverse, atrapando el humo en una neblina gris que envolvía las callejuelas. Las calles estaban sucias, con charcos de aceite que reflejaban la luz tenue de las farolas. Aquí, el bullicio del puerto no era de mercancías costosas, sino de pescadores exhaustos que descargaban los restos de sus faenas, principalmente ballenas, cuyas partes eran arrastradas hasta los talleres. Un olor fuerte y acre lo invadía todo, un hedor que Marvolath podía identificar fácilmente como tóxico.

A lo lejos, el gran río que dividía Oykot en dos avanzaba lentamente, su superficie oscura salpicada de desechos que bajaban de la central hidroeléctrica recientemente construida. Al otro lado del río, la zona oeste brillaba con una luz distinta: mercados, mansiones, y la gran estructura del castillo donde la realeza de la isla gobernaba con indiferencia.



Marvolath avanzaba observando su entorno: casas modestas, algunas casi en ruinas, y pequeñas embarcaciones desgastadas por el tiempo, amarradas cerca del puerto ballenero. El eco distante del trabajo de los astilleros y los mercados de pescado resonaba a lo largo de las calles.

Una figura emergió de entre las sombras de un callejón, un hombre de mediana edad, flaco y con las ropas raídas por el uso. Se le quedó mirando por unos momentos, desconfiado, antes de acercarse lentamente. Sus ojos recorrieron a Marvolath de pies a cabeza, notando las ropas que, aunque elegantes, ya mostraban signos de desgaste. Claramente no era de allí.

—Tú no eres de por aquí, ¿verdad muchacho? —dijo el hombre con una voz ronca, forzada por lo que parecía ser una tos mal controlada—. Los forasteros no suelen venir a esta parte de Oykot.

El hombre se encogió de hombros, sin esperar una respuesta, y señaló con un leve movimiento de cabeza hacia una de las calles adyacentes.

—Si buscas problemas, no te van a faltar...

El hombre dio un paso hacia atrás, con un gesto vago, como si no quisiera involucrarse más de lo necesario. A su alrededor, los habitantes de la zona este continuaban con su rutina: niños corriendo por las calles cubiertas de hollín, pescadores cargando los restos de las ballenas, y uno que otro habitante que los observaba con disimulo, desde ventanas o esquinas.

La contaminación parecía estar presente en cada rincón, desde el olor acre que emanaba de los talleres hasta las caras de los habitantes, muchos de los cuales mostraban signos visibles de fatiga, con ojos enrojecidos y respiraciones entrecortadas.

A lo lejos, el murmullo constante del río era acompañado por el ruido mecánico de la central hidroeléctrica, cuya estructura sobresalía por encima de los edificios más modestos.

Información
#1
Marvolath
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Personaje

Inventario

Esperaba encontrar suciedad y enfermedad. Había venido a esta ciudad precisamente porque esperaba encontrarlo. Las lámparas de aceite ardiendo todas las noches en espacios cerrados, nulo interés por la higiene, una dieta a base de carne alta en grasa, el consumo ocioso de alcohol y tabaco eran un jardín XXX para que proliferaran las enfermedades. Pero no esperaba tanta suciedad y enfermedad.

Los años viviendo en compañía del mar lo habían vuelto inmune al penetrante hedor del pescado, incluso cuando éste estuviera en tan mal estado como en esta ciudad. Pero el resto de olores eran una tortura para los sentidos. Acercarse demasiado a cualquier marinero suponía arriesgarse a la nauseabunda mezcla de sudor rancio, alcohol barato, y tabaco de segunda mano. Las calles más limpias golpe aban con el agudo olor de la orina, y las menos limpias... mejor no pensar en ello. Y, entre todos ellos, había una nota constante: un olor denso impregnaba cada rincón de la ciudad y cada persona, un olor que llenaba la nariz como algodones húmedos y dejaba en la boca un regusto a comida grasienta. El aceite de ballena.

Llevaba horas en la ciudad, deambulando sin rumbo, tratando de acostumbrarse a aquel popurrí de esencias que le saturaba los sentidos y el pensamiento, cuando alguien se dirigió a él, sacándolo de sus pensamientos. Varón, 70... 50 años. Desnutrición avanzada, con marcado deterioro físico. Complicaciones respiratorias, sin esputo hemoptoico. Sin recursos.

- No busco problemas, sino pacientes. Soy médico - acompañó sus palabras con un gesto hacia su mochila, como si esto explicase algo -. ¿Sabe de alguien que...?

El hombre se había retirado antes de que pudiese acabar la pregunta. Un público difícil. Miró con curiosidad la calle que había señalado su fugaz interlocutor con aparente temor. Era cierto que no buscaba problemas, pero también era cierto que donde había problemas había dinero y heridos; y no tenía intención de pasar tanto tiempo en la ciudad como para que los olores formasen parte de él.

Se alisó y desempolvó las ropas, se ajustó la mochila, y se adentró con seguridad, marcando cada paso con la punta del bastón. En estos entornos donde cada sombra tiene un par de ojos y al menos una oreja era imposible pasar desapercibido. Y si lo iban a ver debía dar una buena primera impresión, pues bien podía ser la última si no era la apropiada.

Resumen
#2
Silver
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Las sombras de los callejones envolvían la estrecha calle que Marvolath había decidido explorar, sus pasos resonando en el pavimento sucio a medida que avanzaba, cada uno acompañado del sonido sutil de su bastón golpeando el suelo. A su alrededor, los murmullos de los pocos habitantes que se atrevían a salir a esas horas parecían detenerse cuando lo veían pasar. Sin embargo, tras un breve recorrido, un grito sofocado resonó desde el fondo de la calle.

Una figura delgada, de complexión débil, se asomó desde la puerta de una pequeña casucha. La mujer, que no tendría más de cuarenta años, pero cuyo rostro parecía haber envejecido dos décadas adicionales, lo observaba con desesperación en sus ojos. Sus mejillas estaban hundidas, y las manos, que se aferraban a la puerta, temblaban visiblemente.

—¿Eres... médico? —su voz, apenas audible, estaba teñida de un tono agudo por la ansiedad—. Por favor, ayúdame... Mi hijo...

No esperó a que Marvolath respondiera antes de darle la espalda y desaparecer dentro de la casa, asumiendo que lo seguiría. La puerta se cerró tras ellos con un crujido seco, dejando solo una delgada línea de luz que escapaba por las rendijas.

Al entrar, el hedor a humedad y enfermedad lo golpeó de inmediato. El interior era oscuro, apenas iluminado por una lámpara de aceite que parpadeaba en una esquina, proyectando sombras alargadas en las paredes de madera mohosas. En una cama improvisada hecha de cajas y mantas sucias, yacía un niño de no más de diez años, con el rostro pálido y sudoroso. Su respiración era superficial y entrecortada, y su cuerpo, delgado hasta los huesos, temblaba bajo el peso de una fiebre evidente.

—No sé qué hacer... —dijo la mujer, con lágrimas acumulándose en sus ojos—. Ha estado así por días. Primero fue la tos... Luego la fiebre, y ahora... Apenas puede respirar. Los otros médicos no pueden ayudarme... dicen que es por el humo, que todos aquí estamos igual. Pero él... —su voz se quebró—, él es solo un niño.
#3
Marvolath
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La calle parecía más apacible de lo que se había temido, algo más oscura que el resto de la ciudad pero un ambiente similar, quizá algo más cargado por los abarrotados muros que impedían circular el aire. Aunque no convenía bajar la guardia: los cazadores más hábiles acechan bajo las aguas tranquilas.

No tardó mucho en encontrar lo que buscaba, o lo que buscaba lo encontró a él: una mujer le pedía con urgencia que ayudase a su hijo. Dudó, sopesando las posibilidades. Era demasiado conveniente que le ofreciesen trabajo cuando aún no se había anunciado, y no sería la primera emboscada en la que cae por seguir confiado a alguien hasta un lugar apartado. Pero confiaba en salir de esta igual que había salido de las demás, y aunque era altamente improbable que tuvieran recursos para pagarle era un primer paso en hacerse un nombre que atrajese mejores pacientes.

- Con permiso - dijo al entrar, tapándose discretamente boca y nariz para paliar el bofetón del hedor.

Inspeccionó brevemente el interior de la vivienda con la luz que tuvo tiempo de cruzar la puerta antes de que la mujer la cerrase, dando paso a la titilante y ambarina luz de las lámparas de aceite. A juzgar por el estado y el escaso mobiliario, más parecía un almacén. Al menos, no había mucho espacio para asaltantes escondidos. Centró su atención en el paciente, mientras la mujer narraba los antecedentes.

El médico se inclinó sobre el niño, examinando con atención cada detalle. La piel era demasiado pálida, especialmente para un niño que estaría acostumbrado a -en el mejor de los casos- jugar en el exterior. La respiración, lenta y pesada, parecía una lucha que estaba a punto de perder. Acercó la oreja sobre el pecho del niño, escuchando en silencio la respiración, cargada con leves silbidos y gorgoteos. Asintió, conforme con su diagnóstico.

- Necesitaré un trapo y una cubeta con agua, tan fría como le sea posible. También una manta para darle calor en el pecho. Ponga a hervir agua, unas cuatro tazas.

Rebuscó en su mochila, sacando pequeños saquitos de tela hasta dar con el que buscaba. Llenó una cucharilla de medida con una mezcla de hierbas trituradas, que vertió en la pequeña tetera que habían colocado al fuego. Cuando el agua ya hervía, incorporó al niño con facilidad sentándolo de forma que pudiese respirar los vapores.

- Respira, tan hondo como puedas. Está caliente y te dolerá, pero se pasará.

Lo sostuvo unos minutos, asegurándose de que no apartase la cabeza para evitar el sofocante calor húmedo de los vapores. Poco a poco el chico dejó de resistirse, a medida que su respiración se volvía más relajada. Cuando se hubo asegurado de que no se iría, se acercó a la madre.

- Necesita comer y beber. Preferiblemente caldo u otro alimento líquido. No use agua de mar, ni de esta parte del río, si es posible. Mantenga su pecho caliente con las mantas, y paños húmedos con agua fría en la frente para bajar la frente. Repita la inhalación de vapores cada día durante... - agitó el saquito de hierbas, con un gesto de disgusto por el poco peso, antes de entregárselo - mientras dure. Y procure dejar la puerta abierta más a menudo, o las lámparas apagadas.

Había hecho todo lo que estaba en su mano. No tenía suficientes hierbas para un tratamiento completo, pero si mejoraba lo suficiente sería capaz de luchar por sí mismo. Ahora venía el silencio incómodo de los honorarios que sabía que no le iban a poder pagar. Se limitó a suspirar y recoger las escasas pertenencias que tenía.

Resumen
#4
Silver
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La madre observaba a Marvolath mientras recogía sus pocas pertenencias, con su rostro todavía marcado por la preocupación. El niño, aunque aún débil, respiraba con menos dificultad, y eso parecía darle algo de consuelo. Sin embargo, la sombra de algo más grande pesaba sobre ella.

—No sé cómo podré pagarle por lo que ha hecho, doctor... —dijo, con voz quebrada—. Aquí en el este de Oykot... la vida es dura, y casi nadie tiene dinero de sobra.

Se detuvo por un momento, sopesando sus palabras antes de continuar.

—Pero, si necesita un lugar donde quedarse... puede usar esta casa. No es mucho, pero tiene un techo y una cama. —El tono de su voz mostraba más gratitud que vergüenza—. Es lo menos que puedo ofrecerle por ayudar a mi hijo. Aquí no es seguro dejar la puerta abierta mucho tiempo... pero con usted aquí, me sentiría más tranquila.

Hizo una pausa antes de mencionar lo que parecía haberse guardado hasta ese momento.

—Además... si busca trabajo, tal vez debería visitar el almacén del puerto. —Sus palabras eran rápidas y entrecortadas, como si temiera ser escuchada—. Muchos de los que trabajan en los talleres y la planta terminan yendo allí... es un lugar donde la gente se reúne cuando ya no pueden más con la enfermedad. No es un hospital, pero... un médico como usted podría encontrar allí más pacientes. Quizás incluso alguien que pueda pagarle.

La mujer torció las manos en su delantal, nerviosa, mientras dirigía una última mirada a su hijo, ahora durmiendo más calmado.

—No sé qué más decirle, solo que... que tenga cuidado. Hay cosas en esta ciudad que es mejor no saber. —Sus ojos revelaban un miedo profundo, aunque sus labios no lo dijeron—. Aún así, quizás en ese almacén pueda encontrar más respuestas que aquí.

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#5
Marvolath
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Alojamiento bajo techo. Volvió a inspeccionar la habitación, hasta detenerse en el cajón donde descansaba el niño. Miró a la mujer con ojos inexpresivos, y asintió lentamente en señal de agradecimiento. No eran gran cosa y tendría que conformarse con dormir en el suelo, pero en caso de apuro sería mejor que dormir a la intemperie.

La mejor recompensa había sido, sin duda, la información de aquella clase de hospital en el puerto. Por la descripción que le había dado parecía más un hospicio, y eso significaba pacientes desesperados, que darían todo lo que tienen y más por la promesa de curarse. Pacientes que nadie echaría de menos. Un pinchazo de culpabilidad le mordió el pecho. Ese pensamiento no era suyo, sino de un pasado que creía haber enterrado que, en ocasiones, conseguía regresar.

Desanduvo el camino que lo había llevado a aquella casa, por aquel callejón que ahora no le parecía tan oscuro ni que trajese tantos problemas. Se perdió entre las calles, navegando a ciegas entre el gentío que recorría afanoso el laberinto de chozas, cajas, y pequeños puestos que no se molestó en mirar al no tener con qué pagar. Sea por fortuna o porque no le quedaban más calles que recorrer, llegó al puerto.

La actividad era más frenética si cabe, con hileras de marineros que descargaban los pesqueros, mercaderes que compraban a pie de calle, y porteadores y carretas que se llevaban los artículos para repartirlos en la ciudad. Aunque encontró varios almacenes, reconoció sin problema el que le habían hablado: era el único que sin más actividad que unos pocos hombres sentados en la puerta, mendigando.

Se adentró, ignorando las miradas extrañadas de los enfermos que flanqueaban la puerta. Alguien tenía que estar al mando allí dentro, y debía ganarse su confianza o, al menos su respeto, demostrar que les era útil. Y ahora que se había quedado sin las hierbas necesarias sería especialmente difícil. Apretó los dientes. Ya habían pasado veinte años desde que partió para encontrar una nueva forma de medicina que no requiriese nada más que al propio médico, pues los remedios habían demostrado no ser suficientes.

Deambuló por las salas y pasillos acompañado por el olor a enfermedad, desinfectante rancio, y humo de lámpara de aceite; y del eco de la tos y los gemidos. Exploró visualmente a los enfermos, haciéndose una idea de las dolencias comunes y estudiando qué caso podría tratar de resolver para impresionar al personal, si es que llegaba a encontrar a alguno.

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#6
Silver
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El ambiente dentro del almacén-hospital era pesado, con el aire cargado de humo de lámpara y el olor a cuerpos que llevaban demasiado tiempo sin moverse. Los pacientes yacían en camas improvisadas, apenas catres de madera con mantas sucias. Algunos de los enfermos lo miraban con ojos cansados, demasiado débiles para prestar atención al nuevo rostro que había entrado. Otros, con rostros cubiertos de sudor, murmuraban en sueños febriles.

Mientras Marvolath avanzaba por el pasillo oscuro, notó una figura sentada junto a uno de los catres. Un hombre mayor, con una barba gris y aspecto agotado, lo observaba de reojo. Su semblante mostraba el cansancio de quien lleva mucho tiempo cuidando de los enfermos, pero al ver a Marvolath, su mirada cambió de desconfiada a esperanzada.

—¿Buscas algo? —preguntó el hombre, su voz grave, aunque entrecortada por la fatiga—. Aquí no hay mucho que puedas encontrar. Solo moribundos y enfermos que ya ni siquiera saben si despertarán mañana.

A su lado, sobre el catre, yacía un joven que no parecía mayor de treinta años. Su piel estaba pálida, su pecho se movía de forma errática con cada respiración, y su fiebre era evidente a simple vista. Los labios agrietados y la piel reseca eran un claro indicio de deshidratación.

—Es mi hijo —dijo el hombre, con una mezcla de tristeza y resignación—. No hemos podido pagar a un médico en días... Si puedes hacer algo, cualquier cosa...

El joven presentaba claros signos de deshidratación severa y lo que parecía ser una infección pulmonar. A juzgar por los síntomas, era posible que el aceite de ballena, combinado con la contaminación, hubiera agravado una enfermedad previa. Sin embargo, los recursos a disposición eran escasos: solo quedaban unos trapos viejos, algo de agua tibia y un poco de alcohol medicinal en el almacén.

El hombre permanecía a su lado, observando atentamente, esperando una respuesta.

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#7
Marvolath
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Lo habían encontrado a él antes de que él encontrase lo que buscaba. Otro padre desesperado y otro niño enfermo, aparentemente con los mismos síntomas. Esta era precisamente la razón por la que había venido, pero había cometido el error de subestimar la severidad de la enfermedad y la cantidad  de pacientes. Había calculado que sus provisiones de hierbas le durarían al menos unos días, suficientes como para encontrar un cliente que pagase y así poder comprar más. Sin embargo, había necesitado todo su inventario sólo para paliar los síntomas del primero, y a juzgar por lo que había visto recorriendo los pasillos del hospital no era el peor caso.

La mirada esperanzada del padre le traspasaba y se revolvía en su interior junto a la decepción que sentía por ser incapaz de hacer nada por la mayoría de estos pacientes. Suspiró. De momento.

- Busco al director. - respondió con la estéril máscara de médico - O a quién se esté encargando de este hospital. Vengo a ofrecer mis servicios, y me temo que no podré atender... - suspiró mientras se le escapaba la voz, incapaz de aceptar lo que estaba a punto de decir y sintiendo como la máscara comenzaba a deslizarse ante el pequeño enfermo.

Sacó un frasquito con polvos de color color azul oscuro. Al abrirlo, un olor de plantas mustias luchó en vano de impregnar la habitación, viéndose superado por el hedor que se había adueñado del lugar. Tomó el vaso de agua junto al camastro y uso la cucharita más pequeña que tenía para echar unos pocos polvos en el agua, intensificando el olor que, en comparación, no resultaba tan desagradable.

- Sólo lo calmará, pero no tengo nada que pueda ayudarle realmente. Que lo beba lentamente, sin atragantarse. - dijo con pesar mientras tendía el vaso al padre - Necesito encontrar a alguien con autoridad para darme acceso a los medicamentos, si es que acaso tienen algo.

La idea de que el hospital no contase con los recursos necesarios lo alarmó. Seguramente no sabrían qué hierbas utilizar, por lo que era poco probable que tuviesen una reserva. E incluso peor sería que sí lo supiesen, porque en ese caso habrían agotado las existencias en la ciudad tratando de cuidar a los pacientes.

- ¿Hay algún boticario cerca? Alguien que venda hierbas medicinales. O simplemente hierbas. - inquirió al padre, tomándolo de la mano y garabateando unas palabras en su palma - Ve, y pregunta por estas hierbas. Averigua si ha vendido al hospital, y de no ser así consigue toda la que te fíe o puedas pagar. Yo trataré de aliviar a los niños. - miró a su alrededor, antes de añadir en voz baja - Llévate ese alcohol. Quizá te lo acepten a cambio, y no servirá de nada sin las hierbas.

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#8
Silver
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El aire en el almacén-hospital seguía denso y viciado, cargado del hedor a enfermedad y a cuerpos debilitados por la falta de atención adecuada. El padre terminó de administrar el calmante al joven, asegurándose de que bebiera con lentitud, mientras Marvolath lo observaba con evidente preocupación. Cuando el hombre recibió las instrucciones, antes de que pudiera hacer más preguntas, otro hombre se acercó. Tenía el aspecto agotado de quien lleva demasiado tiempo cuidando de los enfermos sin los medios necesarios. Su cabello era gris y desordenado, y su ropa, aunque algo más limpia, mostraba signos de desgaste por el uso continuo.

—Soy Rael, estoy a cargo de este lugar... —se presentó con una leve inclinación de cabeza—. No soy médico, pero... bueno, soy lo más cercano que tenemos por aquí. Los doctores de verdad hace tiempo que dejaron de venir, y desde entonces, intento ayudar como puedo. Aunque, como ya habrás visto, no tenemos casi nada.

Rael observó el frasquito que Marvolath había utilizado y luego al paciente que comenzaba a calmarse. Sus ojos revelaban una mezcla de cansancio y gratitud.

—Parece que tú sí sabes lo que haces... Necesitamos toda la ayuda que podamos conseguir. —Rael le hizo un gesto al padre del joven, que todavía sostenía el vaso en las manos—. Aquí... toma esto.

Rael le entregó unas pocas monedas, aparentemente todo lo que le quedaba.

—Con esto deberías poder comprar las hierbas que el médico necesita. Hazlo rápido, antes de que se acabe el día.

El hombre asintió y salió apresuradamente, siguiendo las instrucciones de Marvolath y Rael. Mientras tanto, el sanador se volvió de nuevo hacia el pequeño médico, con una expresión más seria.

—Este pueblo siempre ha estado mal... —empezó a explicar, cruzando los brazos—. El humo del aceite de ballena ha estado envenenándonos por años, pero lo que pasa ahora es diferente. Desde que empezaron a construir esa maldita central hidroeléctrica, la contaminación ha empeorado, y la enfermedad con ella, pero nadie quiere hablar de ello. Todos creen que es solo cuestión de tiempo hasta que sea demasiado tarde.

Rael suspiró, como queriendo recuperar fuerzas, y luego continuó:

—No sabemos qué más hacer. Las pocas medicinas que teníamos están agotadas, y no nos queda dinero para comprar más. Al menos no en las cantidades que necesitamos. Si sigues dispuesto a ayudarnos, haremos lo que podamos para apoyarte.

El almacén se sumió en un silencio pesado, roto solo por el murmullo de los enfermos. Pasaron varios minutos antes de que el padre del joven regresara, pero cuando lo hizo, estaba malherido y apoyado contra el marco de la puerta. Sangraba por la frente, respirando con dificultad.

—Me... me han atacado —balbuceó, intentando mantener la compostura—. Volvía con las hierbas... pero unos matones me asaltaron a la salida del boticario. Me golpearon y se llevaron todo.

Rael lo ayudó a sentarse en una silla improvisada, y el hombre, jadeante, señaló con la mano temblorosa hacia la calle.

—Se fueron por el callejón junto a la vieja taberna. No pueden estar muy lejos...

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#9
Marvolath
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Asintió, confirmando la suposición de Rael sobre sus conocimientos.

- Me llamo Marvolath y sí, tengo formación en medicina. Aunque esto es sólo un calmante. O lo era cuando aún estaba fresco. No me va mucho mejor que a ti y rara vez consigo comprar medicamentos en buen estado, pero la mayoría aún conservan algún efecto útil.

Cuando el padre del muchacho hubo partido Rael puso a Marvolath al día sobre cómo habían llegado a esta situación. Al parecer, la enfermedad no es sólo producto del aceite de ballena, sino de algún contaminante producido por la central hidroeléctrica que recientemente abastecía de electricidad al lado adinerado de Oykot. Eso explicaría por qué los síntomas eran tan graves. Respiró parcialmente aliviado, sabiendo que sus cálculos no fueron tan desacertados.

- ¿Una central hidroeléctrica? - pregunto extrañado, tratando de hacer memoria - Hace tiempo... un conocido me explicó algunas cosas sobre ingeniería. Mi interés era la aplicación a la medicina, pero por lo que recuerdo sobre electricidad... una central hidroeléctrica no debería de contaminar. ¿Has analizado una muestra de agua? ¿O tienes equipo para ello? Me encantaría...

Un alboroto en el exterior precedió al padre del joven, que se desplomó sobre el quicio de la puerta. Le habían atracado y robado las hierbas. ¿Quién podría tener tanto interés en unas hierbas que sólo sirven para...? Sólo había una explicación.

- ¿Sabrás encargarte de las heridas? Yo voy a por las hierbas.

Salió corriendo, casi saltando, en dirección a la taberna. Recordaba haberla visto al recorrer las calles buscando el almacén, y no tardó en encontrar el callejón, señalado por la mancha de sangre resultado del asalto. Entró sin dudarlo, mostrándose sin miedo.

- SOY MÉDICO. SÉ QUE HAN HERIDO A ALGUIEN AQUÍ, HE VISTO LA SANGRE. PUEDO CURARTE. NO TENGAS MIEDO. - anunció a quién pudiera estar escuchando.

Si habían robado las hierbas sólo podía ser porque conocían su utilidad. Y si no querían que una cura tampoco querrían a un médico. Se apoyó en su bastón, sujetándolo con fuerza, preparándose para el inminente ataque.

Resumen
#10


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