¿Sabías que…?
... el concepto de isla Demontooth hace referencia a una rivalidad legendaria en la obra.
[Común] [Entrenamiento] Cuando las ideas se defienden con sangre.
Atlas
Nowhere
Día 23 de Verano del 724

Las labores de reconstrucción del ala este del G-31 habían iniciado el día después de la devastación de la misma. Durante la mañana todos y cada uno de los escuadrones habían empleado el resto de las instalaciones para llevar a cabo sus entrenamientos habituales, sin modificaciones y casi como si nada hubiese pasado. No obstante, durante la tarde se habían formado grupos destinados a iniciar el desalojo de escombros para despejar la zona en la que se erguiría de nuevo el ala este. La zona en cuestión se había divido en numerosos cuadrantes que se habían asignado a cada uno de los grupos. En mi caso, y dado que me habían alineado junto a Camille y Octojin, me encontraba en una zona aparta del resto donde habían caído numerosos fragmentos del techo.

Al haber estado menos expuestos a las llamar, los trozos de techo eran más grandes que la mayoría de los desprendidos de las paredes. Era por ello que habían escogido a dos de los marines más grandes, corpulentos y fuertes de la base para trabajar en ese área. En mi caso, me encontraba allí porque había descubierto que podía volar y, por tanto, transportar según que material distancias considerables en menos tiempo que alguien que fuese a pie. Para aquella tarea, cabe decir, no intenté escaquearme ni durante un segundo. Hasta alguien como yo sabía identificar cuándo había que arrimar el hombro, incluso aunque fuese una tarea de lo más ingrata.

—Estoy harto ya —dije inmediatamente después de descargar un fragmento de metal enorme en una pila de escombros situada a al menos setenta metros de la posición que ocupábamos. Lo dije mientras mi cuerpo iba mutando poco a poco para recuperar su naturaleza humana—. Siempre somos el objetivo de algún grupo de infelices descontento con el mundo. Si no te gusta, quédate en casa y haz lo posible por cambiarlo dentro del margen de maniobra que tienes, pero no dañes a quien intenta mantener un poco de orden y sentido común, ¿no os parece?

Molesto, me senté durante unos instantes sobre un pequeño cúmulo de piedras que el tiburón había apilado a un lado. Desde allí, observé a mis compañeros trabajar durante unos segundos antes de pensar en reincorporarme al trabajo. Lo cierto era que durante las últimas horas un sinfín de pensamientos e ideas de lo más dispares habían circulado por mi mente. Entre otras muchas cosas, me había preguntado si no sería culpa nuestra —no del grupo, sino de la Marina como tal— que nos hubiesen atacado de ese modo, pero no había tardado en esforzarme por desechar ese tipo de ideas. También había coqueteado durante unos instantes con las ideas más autoritarias y contrarias a mi manera real de ver el mundo, como el estado de supuesta paz universal al que se llegaría si todo el mundo estuviese sometido al férreo poder del Gobierno Mundial, sin posibilidad de réplica o súplica alguna. Aquellas ideas también habían pasado a mejor vida, quedando únicamente un gran aire de abatimiento y la desidia con la que había expresado mi comentario anterior.

—Es una estupidez, lo sé, pero ayer incluso estuve pensando durante un rato que todo estaría mejor si no hubiese discordancia de opiniones, si sólo hubiese una voz que se impusiese a las demás sin que nadie se pudiera oponer... Como si así se pudiesen evitar situaciones como ésta, pero en fin, son pensamientos estúpidos de alguien estúpido en un momento vulnerable, supongo. Eso sí, en cuanto pille a esa panda de desgraciados les voy a dar una buena. Me da igual por qué lo hayan hecho o dejado de hacer. Hay cosas que no tienen justificación y no merecen nada diferente a un castigo.
#1
Octojin
El terror blanco
Octojin se encontraba en medio del caos de la reconstrucción, con el olor a madera y polvo en el aire llenando sus branquias. El ala este del G-31 estaba parcialmente destruida, y él, junto con sus compañeros Camille y Atlas, había sido asignado a las labores de reparación. No le molestaba; después de todo, poner su talento de carpintero al servicio de la Marina le daba cierta paz y le permitía demostrar que era más que una mole de músculos que servían de contención en peleas contra piratas.

Con sus grandes manos, recogía maderas de todos los tamaños y las apilaba con facilidad gracias a su fuerza. La satisfacción de reparar algo dañado se mostraba en cada movimiento de sus brazos mientras cortaba, alisaba y encajaba las piezas, como si se tratase de un puzle. Le sorprendió la calidad de las herramientas que poseía la marina, aunque después esbozó una sonrisa e incluso una pequeña carcajada vino a su mente, que intentó no exteriorizar, aunque no fue realmente consciente de si lo hizo. ¿Quién iba a tener mejores herramientas que el gobierno? Al fin y al cabo, recaudaban impuestos por todos lados, por lo que el dinero seguro que no sería un problema. Al menos, en aquella cuestión, parecía estar bien invertido.

Mientras trabajaba, escuchó la queja de Atlas. Parecía estar cansado de ser el objetivo continuo de los maleantes. Aquello sorprendió al habitante del mar. ¿La marina sufría tanto como el rubio decía? A él no le daba esa sensación, pero como llevaba poco tiempo en la base, se limitó a mantener el silencio como respuesta.

Cuando Atlas terminó su discurso, se sentó sobre un cúmulo de piedras que había apilado previamente el escualo. Lo había hecho con un gran esfuerzo, intentando separar las piezas que podían ser reutilizadas de las que no. Y entonces, el humano lanzó una barbaridad a los ojos del gyojin, que apretó el puño intentando contenerse.

No pudo evitar fruncir el ceño ante sus palabras. El tiburón estaba acostumbrado a la idea de que la vida era una lucha constante por sobrevivir, especialmente después de todo lo que había vivido en la Isla Gyojin. Pero lo que le irritaba no era que Atlas se quejara de los ataques o de la reconstrucción, sino que mencionara la idea de que la sociedad debería someterse a una única voz que controlara a todos.

Aquello era un disparate en muchos sentidos. Octojin se detuvo, dejando caer el martillo y el trozo de madera que sujetaba en ese momento. Respiró profundamente, en un acto de control de ira que rara vez le salía bien. Su pecho se inflaba mientras tomaba aire para después volver a su forma inicial. Caminó hacia el cúmulo de piedras donde Atlas se encontraba, de manera tranquila y sin pretender llamar la atención. Se mantuvo de pie, con su sombra cubriendo al humano mientras lo miraba fijamente.

—¿Que todo estaría mejor si solo hubiese una voz que se impusiera? —comenzó, con un tono grave y cargado de un enojo contenido. Cerró los ojos por un momento, como si intentara ordenar las palabras en su mente antes de continuar, y en un vano intento por contener su ira—. Eso es una estupidez monumental, Atlas. ¿De verdad crees que la paz se consigue callando a todo el mundo? ¿Que el orden se impone eliminando la voluntad de las personas?

Octojin caminó de un lado a otro, tratando de calmarse. El solo pensar en esa idea le revolvía las tripas. Lo que Atlas sugería era algo que había visto muchas veces; había conocido el sufrimiento de los suyos en la Isla Gyojin, el yugo que se imponía cuando una única fuerza trataba de dominarlo todo. Aquello siempre era el fin de algo. Era el qué no hacer en una sociedad. No podía creer lo que estaba oyendo.

—El problema no es que haya discordancia de opiniones, ¡el problema es que algunos creen que su forma de pensar debe imponerse por la fuerza! —rugió, señalando con su enorme mano las ruinas que los rodeaban— ¿Y quieres saber algo? Las ideas se defienden con sangre, Atlas. No porque queramos, sino porque hay gente que nos quiere obligar a hacer lo contrario. Nosotros estamos aquí para reconstruir, no para someter. ¿Cuánta gente crees que ha muerto para que tú estés aquí ahora? Estás muy equivocado, Atlas.

El tiburón sintió la tensión acumulada en sus músculos y apretó los dientes. Observó las piezas de madera que había estado manejando hasta hace unos momentos y cerró los puños.

—Claro que hay personas que hacen cosas que merecen ser castigadas —continuó, con la voz más calmada pero igual de intensa—. Pero no porque piensen diferente. No porque se atrevan a cuestionar el mundo en el que viven. Les castigamos porque traspasan los límites, porque dañan a los demás. No porque nosotros queramos ser los únicos con la verdad.

Octojin se cruzó de brazos, lanzando una última mirada de desafío hacia Atlas.

—No se trata de tener una única voz que lo controle todo. Se trata de proteger las distintas voces que existen, incluso si a veces chocan entre sí. Porque si vamos por el camino que tú planteas, acabaremos siendo tan tiranos como aquellos a los que queremos detener.

Tras ello, se inclinó para recoger las maderas que había dejado caer y retomó su tarea, aunque su semblante seguía mostrando rastros de ira contenida y su cabreo iba en aumento, ya que no se podía quitar de la mente las frases soltadas por Atlas.
#2
Camille Montpellier
-
Camille depositó junto a un montón de escombros con cuidado lo que alguna vez había sido una sección de un muro, ahora tan solo convertida en una mole de ladrillo y masilla que a duras penas los mantenía unidos. Mover algo tan pesado habría sido impensable para muchos de los marines que habitaban en el G-31, y justo en el área que les habían designado a ellos había una gran cantidad de pedruscos, vigas y restos especialmente pesados, todos ellos pertenecientes a la derruida ala este de la base de Loguetown. Parecía evidente que ese era el motivo por el que también habían mandado a Octojin allí con ellos.

En aquella situación, la oni se sentía particularmente triste y frustrada. Por un lado, no era capaz de zafarse del intenso dolor emocional que atenazaba su pecho desde que habían empezado a ayudar con las tareas de reconstrucción. Quizá ya debería haberse mentalizado, pero ver tan de cerca el destrozo que se había hecho en su casa —pues no podía ver aquel lugar como algo diferente— le impedía sacarse ciertas ideas de la cabeza. Aún no estaba segura de si todo aquello había sido culpa de sus malas decisiones o de si habrían podido evitarlo actuando de otra forma. Habían evitado que los daños se propagasen al resto de la base, sí, pero aquello no borraba el hecho de que habían sido incapaces de proteger su hogar. La insignia de orgullo que conformaba el G-31 para la Marina había sido mancillada; una muestra de debilidad y vergüenza por parte del Gobierno Mundial que estaba a la vista de todos.

No sabía ni cuántas horas llevaban trabajando bajo el sol inclemente del Verano, pero sentía los dedos agarrotados y una intensa necesidad por darse un baño. Siendo sinceros, esto último lo llevaba deseando desde los primeros cinco minutos, que fue lo que tardó en empezar a sudar como un pollo. De este modo, a su pesadumbre y abatimiento se le sumaban unos nervios crispados por el calor, su principal némesis. La risa contenida de Octojin le sacó de aquel bucle dañino, haciendo que le buscase con la mirada. Había resultado que además de fuerte e imponente, el más reciente de sus compañeros no carecía precisamente de habilidad en el desempeño de su oficio: la carpintería. Una cualidad que, sin duda alguna, la Marina se había apresurado en aprovechar para las tareas de reconstrucción. Allí estaba, quizá alejado de ideas oscuras y decadentes, arreglando con las herramientas que le habían proporcionado cuanto podía ser recuperable.

Esas fregonas son un poco raras —bromeó, señalando las sierras, martillos y demás utensilios que tenía a mano.

Había algo de tristeza en sus palabras, si bien estaba lejos de representar cómo se sentía realmente con aquella situación. El escualo, contra todo pronóstico, había acabado convirtiéndose en uno de sus compañeros, un desenlace que aún le resultaba inaudito a la oni. Y cuanto habían podido ofrecerle en agradecimiento hasta ese momento tan solo habían sido dolores de cabeza y un marrón tan monumental como las ruinas del ala este. Pese a ello ahí estaba, sonriendo, y esa sonrisa se le contagió también a Camille... aunque se borró rápidamente.

Atlas llegó volando al poco tiempo, haciendo alarde de aquel despliegue de llamas aladas que era su transformación de fénix. Verlo transformado siempre atraía las miradas de los demás y ella no era una excepción pero, ¿Cómo serlo? Era como ver una criatura de cuento cobrando vida en el mundo real. Sin embargo, este espejismo de calma se desvaneció en el momento en que el rubio soltó lo que llevaba consigo, volviendo a su forma humana para despotricar. Sus palabras salieron con rabia contenida, cargadas con un veneno que solo podía nacer de la frustración que ella misma sentía en ese momento. Algo en ella sabía —o creía saber— que no era Atlas quien hablaba, sino su dolor. No podía juzgarle por ello, pero tampoco hacer oídos sordos a lo que salió de su boca. Entendía por qué lo decía, ella misma había llegado a pensar cosas similares en sus momentos más bajos, siempre volviendo después a la senda que creía correcta. Beatrice, después de todo, le había enseñado a ver la justicia como una espada y un escudo a la vez; una más inclinada a dañar, el otro a proteger. Sin embargo, ambas partes debían ser lo suficientemente flexibles para complementar a su homónimo, y era en esa flexibilidad donde se hallaba la verdadera justicia para ella.

Quiso decir algo, pero antes de tener la oportunidad Octojin ya se había situado frente al rubio. Su lenguaje corporal dejaba claro que algo no iba bien: la postura tensa, los puños cerrados, la forma en la que se erguía sobre su compañero. Por un momento temió que fuera a soltarle un puñetazo, una idea que se fue reafirmando a medida que hablaba. Se notaba que trataba de razonar e incluso comprender lo que había llevado a Atlas a decir todo aquello, pero a su vez aquellas palabras habían calado en el alma del gyojin como una daga en una herida abierta. Parecía tratar de controlarse, buscando relajar el tono incluso, pero fuera cual fuese la realidad del pasado del tiburón, no le permitía ceder del todo.

Camille dejó lo que estaba haciendo y empezó a caminar hacia ellos, colocándose en un punto intermedio en el que pudiera dirigirse a ambos. Sus brazos se extendieron, gesticulando con las manos para tratar de restarle importancia a lo que había ocurrido.

Entiendo lo que queréis decir los dos, pero creo que os estáis dejando llevar por el cansancio y la frustración de todo esto —les dijo en un tono sosegado pero firme, intentando hacerles entrar en razón.
#3
Atlas
Nowhere
Pues sí que le había sentado mal un simple comentario. No dejaba de ser una suposición, algo irreal que se encontraba tremendamente lejos de mis ideas y mi forma de ver el mundo. Lo peor es que estaba seguro de que en el fondo él también lo sabía. Desde el día que nos conocimos le había dejado claras mis dudas acerca de si lo que hacíamos en la Marina y, sobre todo, cómo lo hacíamos, estaba bien o mal. No me molestaba en absoluto que Octojin no estuviese de acuerdo con ese supuesto, dado que ni yo mismo lo estaba. Por el contrario, lo que me resultaba irritante era ese aura de superioridad moral que se había asignado para decirme dónde estaba el bien y dónde estaba el mal.

A día de hoy sigo sin saber decir si fue sin querer o de manera intencionada. Por un lado, como digo, quería rebajar la tensión generada por mi pequeño y estúpido discurso. Por otro, quería protestar y hacer ver que allí nadie estaba en situación de dar lecciones a nadie, que ninguno era adalid de la justicia o la verdad ni un enviado divino destinado a señalar la senda hacia la virtud. ¿Qué pesó más? A saber, pero mi cabeza pensó una cosa y mi cuerpo hizo otra.

—Vamos, no te enfades. Sabes de sobra que ninguno de los que estamos aquí querría someter el mundo —dije al tiburón, intentando mostrar una sonrisa sincera que no pude evitar tensionar ligeramente por lo incómodo del momento.

Al mismo tiempo, mi mano derecha agarró una piedra de aproximadamente su tamaño, que para el gyojin no debía equivaler a más que un pequeño guijarro. En lo que pretendía ser un gesto juguetón de cordialidad se la lancé, pero incluso yo me di cuenta de que la velocidad con la que iba podía ser interpretada como muchas cosas, pero no como inofensiva. Del mismo modo, mi intención había sido dirigirla a su torso, donde con toda seguridad ni le molestaría, mas salió despedida directamente hacia su mentón.

No muy lejos de nosotros, Camille intentaba imponer un poco de paz y cordura. Todas y cada una de sus palabras, aunque pocas, eran el fiel reflejo de una situación que imperaba en toda la base... y más aún en nosotros. Quizás  si la única persona que hubiese abierto la boca esa tarde fuese Camille no se hubiera formado la que se formó. Tal vez si hubiésemos escuchado sus palabras desde el primer momento la capitana Montpellier no nos habría hecho llamar después, colérica como nunca la habíamos visto, para estar a punto de expulsarnos de la Marina por una ristra insalvable de infracciones que habíamos cometido en apenas un rato. Podía ser que si yo hubiera sido menos bocazas y más comedido y Octojin menos impulsivo la situación no se hubiera desmadrado. A lo mejor sí no hubiésemos sacado de sus casillas a Camille hasta el extremo habríamos podido controlar la situación antes de alcanzar determinados extremos.

Lo más seguro era que si el ataque al ala este del G-31 no hubiera sucedido jamás, nunca nos habríamos visto involucrados en el lío que dio inicio a raíz de mi estupidez mayúscula. Pero bueno, supongo que agua pasada no mueve molino, ¿no?
#4
Octojin
El terror blanco
Personaje


La ira inundaba la mente de Octojin mientras se alejaba de la zona. Las palabras de Camille intentaban calmarlo, pero no tenían el impacto suficiente para sofocar el fuego que ardía dentro de él. Seguía dándole vueltas al disparate que Atlas había soltado. ¿Dónde había quedado aquel Atlas que conoció en los muelles de Loguetown? Aquel que tenía un interés genuino por la Marina, por las personas que la componían, y que cuestionaba lo que hacían allí sin ser un mero títere del sistema. Lo que había escuchado en ese momento no era ni la sombra de ese hombre.

El tiburón siguió caminando, intentando alejar esos pensamientos de su mente, algo que sin duda facilitaría esa acción era seguir con su trabajo de carpintería . Notaba cómo sus músculos se tensaban, sus puños, que permanecían apretados alrededor del pilar de madera que cargaba, iban poco a poco ejerciendo más presión, sin que fuera consciente. No entendía cómo Atlas podía pensar de esa manera, cómo podía siquiera imaginar un mundo donde todos se sometieran a una única voz. ¿Qué estupidez era esa?. No hacía más que preguntárselo una y otra vez, incapaz de comprender cómo alguien podía albergar esas ideas en su mente. El simple hecho de verbalizarlas era suficiente como para hacerse a la idea de que, en algún momento, las había tenido en cuenta.

A lo lejos, escuchó la voz de Atlas que intentaba justificar sus palabras. El humano alegaba que no tenía por qué enfadarse, que ninguno de los allí presentes querría algo así. Pero Octojin no pudo procesar más; fue entonces cuando algo lo sacó de sus pensamientos. Sintió un impacto repentino en su mentón. El dolor fue agudo, inesperado. Y tras ello, el objeto que le impactó cayó al suelo ¿Una piedra? ¿Le había lanzado una piedra?

El tiburón se giró con una furia descomunal en su mirada, buscando al responsable. Sus ojos se clavaron en Atlas, quien parecía haber sido el lanzador. ¿Cómo se atrevía? ¿Cómo osaba atacarlo de esa forma después de lo que había dicho? Una furia oscura y primitiva se despertó dentro de Octojin, y ya no pudo contenerla.

—¡¿CÓMO TE ATREVES?! —rugió, con una voz profunda y llena de ira.

Sin pensarlo dos veces, levantó el pilar de madera que tenía en la mano y lo lanzó con toda su fuerza hacia Atlas. El enorme trozo de madera cortó el aire con un silbido, dirigiéndose hacia el humano con una velocidad y poder que dejaban claro el estado del tiburón. No satisfecho con eso, Octojin lanzó el martillo que tenía en la otra mano inmediatamente después. En ese momento, ya no le importaba nada más. Estaba cegado por la ira y el desprecio.

—¡Eres un hipócrita! —gritó mientras comenzaba a correr hacia Atlas a gran velocidad, impulsándose en sus piernas con una fuerza sobrehumana. El suelo temblaba ligeramente con cada paso que daba, mientras las tablas crujían bajo su peso—. ¡Un falso que habla de justicia y luego lanza piedras como un cobarde!

Los músculos de Octojin se tensaban mientras corría, su mandíbula apretada y sus ojos llenos de una furia que solo se ve en las criaturas más feroces del océano. No le importaba la calma que Camille había intentado traer; no le importaba si Atlas se disculpaba o daba excusas. Lo único que le importaba ahora era hacer que su ira se sintiera, que su indignación se descargara sobre el humano.

Mientras avanzaba hacia Atlas, siguió gritando, mientras su voz ejercía la fuerza de su enojo, y el suelo sufría la ira de su peso.

—¡Hablas de orden y sentido común! ¡¿Acaso entiendes lo que significa realmente?! ¡Gente como tú es la que destruye el mundo y luego se esconde detrás de discursos vacíos!

El gyojin seguía avanzando mientras la distancia entre él y Atlas se iba acortando rápidamente. La sangre hervía en sus venas, cada fibra de su ser clamaba por soltar todo el desprecio y el dolor acumulado por las palabras y acciones de Atlas. Y no se iba a detener, no hasta que sintiera que había dejado clara su postura, no hasta que aquella falsa imagen de superioridad del humano se rompiera en pedazos.

En ese momento, ni la oni, ni ningún marine más le importaban, solo golpear a ese estúpido humano llamado Atlas que alguna vez le cayó bien. Él había sido, en parte, causante de que el gyojin se alistase en la marina. Y, aunque había visto la verdad en sus ojos cuando hablaron por primera vez...  ¿Fue acaso un trapo sucio? ¿Una simple mentira para manipularle?

Aquello no tenía buena pinta, la verdad. Pero si una cosa estaba segura, es que el tiburón no pararía su ofensiva de ningún modo. Había llegado a un nivel de ira en el cual estaba cerca de no controlarse. Si bien había pocos temas que le sacaran de sus casillas de tal manera, aquél era uno de ellos. Y vaya si lo había hecho.

Datos
#5


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