Alguien dijo una vez...
Bon Clay
Incluso en las profundidades del infierno.. la semilla de la amistad florece.. dejando volar pétalos sobre las olas del mar como si fueran recuerdos.. Y algún día volverá a florecer.. ¡Okama Way!
[Autonarrada] Nunca fue un camino de rosas.
Ragnheidr Grosdttir
Stormbreaker
Ragn despertó con la sensación de un suave vaivén, el crujido de madera bajo su cuerpo, y un aire salado que le acariciaba el rostro. Su mente, aún nublada por la fatiga y el dolor, tardó en ubicarlo. Abrió los ojos lentamente, parpadeando ante la claridad del sol que se filtraba por las rendijas de una pequeña cabaña de madera. El olor a sal y pescado le recordó inmediatamente dónde estaba, en el mar. Su cuerpo, aún dolorido y pesado, estaba cubierto por vendajes rudimentarios. Las heridas, aunque aún frescas, habían sido limpiadas y tratadas. A su alrededor, el pequeño camarote del barco pesquero lo acogía con una tranquilidad inesperada. —Ya despertaste, ¿eh? — Dijo una voz amable a su lado. Ragn giró lentamente la cabeza y vio a un hombre delgado, de rostro curtido por el sol y los años en el mar. Sus ojos brillaban con la sabiduría de alguien que había visto muchas cosas, pero también con la humildad del pescador que sabe su lugar en el vasto océano.

Soy Alf. —Dijo el hombre, mientras le ofrecía un cuenco de agua — Has estado inconsciente por días, pensé que no lo lograrías. — ¿Estaban en tierra? lo último que el vikingo recordaba era estar en un barco ... Al parecer, pudo haber sido un sueño. Ragn tomó el cuenco con manos temblorosas, sorbiendo el agua lentamente. El líquido frío le recorrió la garganta, refrescándolo y dándole una chispa de energía. Sus músculos se sentían pesados, pero la claridad volvía poco a poco. A su lado, Alf lo observaba con calma. — Nos costó levantarte. —Continuó Alf con una sonrisa apenas perceptible — Mi hermano Mich y yo tuvimos que usar todas nuestras fuerzas para subirte a bordo. Eres más grande que cualquier hombre que haya visto. Casi me rompo la espalda cargándote. — Ragn intentó esbozar una sonrisa, pero el dolor en su rostro lo detuvo. Agradeció con una leve inclinación de cabeza. Alf se levantó del pequeño taburete y se dirigió hacia la puerta. —Descansa un poco más. Mich está en la cubierta, deberías subir cuando sientas que tienes fuerzas. El mar te devolverá lo que te ha quitado, si sabes escucharlo. — Ragn abrió los ojos con rapidez. ¿Entonces no estaban en tierra? la cabeza le daba vueltas, no saber donde se encontraba, formaba parte del problema.

El Buccaneer asintió, viendo cómo el pescador se alejaba. Cerró los ojos por un momento, respirando hondo, llenando sus pulmones con el aire marino. En su interior, un sentimiento de alivio crecía lentamente. Estaba vivo. Había escapado de Dawn. No sabía cómo, ni por qué la suerte lo seguía protegiendo, pero no era el momento de hacerse preguntas. Se había salvado, de nuevo. Los pescadores, simples hombres del mar, lo habían acogido sin conocerlo, sin juzgarlo. Y él, un Buccaneer marcado por el caos y la guerra, encontraba en ese barco una extraña sensación de paz. Con esfuerzo, se levantó del improvisado lecho. Cada movimiento era una lucha, sus músculos protestaban, pero su determinación era más fuerte. Tropezando ligeramente, Ragn se apoyó en las paredes de la cabaña mientras ascendía los pequeños escalones que lo llevaban a la cubierta. La luz del día lo recibió con intensidad, y el vasto océano se desplegaba ante sus ojos. A lo lejos, la isla de Dawn, ese infierno de metal y desechos, se desdibujaba en el horizonte. Mich, un hombre más robusto que Alf pero igualmente marcado por el tiempo en el mar, lo saludó con un gesto silencioso mientras trabajaba con las redes. No necesitaba palabras, ambos sabían que el mar hablaba por sí solo. Ragn se acercó a la borda, observando las olas romper suavemente contra el casco del pequeño barco pesquero. El sonido del agua, el ritmo de las mareas, lo envolvía con una sensación casi hipnótica. Era como si, después de tanto sufrimiento, el mar estuviera ofreciéndole un respiro.

Sin embargo, esa paz no duró mucho. A lo lejos, entre la bruma del amanecer, una silueta se perfilaba en el horizonte. Era grande, mucho más que el pequeño barco pesquero. Una embarcación que Ragn conocía demasiado bien, la Marina. Su distintivo estandarte ondeaba al viento, una advertencia silenciosa que estremeció su cuerpo. No era cualquier nave de la Marina, por el tamaño y la robustez de su estructura, debía ser un navío de patrulla, diseñado para cazar piratas y mercenarios. Y allí, en el centro del océano, los pescadores eran presa fácil. Ragn se tensó de inmediato, su mente volviendo a la alerta. Las heridas en su cuerpo dolían, pero su instinto de supervivencia se activaba. No podían enfrentarse a la Marina, no en ese estado, no en un barco tan pequeño. Giró la cabeza hacia Mich, quien había notado también la aparición del barco. —¿Problemas? —preguntó Mich, manteniendo la calma a pesar de la gravedad de la situación. —Podrrrían serrrlo si nos ven. —Gruñó Ragn, sus ojos azules fijos en el barco enemigo— No estarrr en condissiones de lucharrr. — Alf, que había subido a la cubierta al escuchar la conversación, observó con preocupación. —Nosotros no somos piratas, solo somos pescadores. No tienen razón para atacarnos, ¿verdad? — Ragn soltó una risa amarga, que le dolió en el pecho. —Eso no detenerrr. Si pensarrr que trrransporrrrtan a fugitivo o alguien con una rrrrecompensa ... Nesssesitarrr alejarrrrnos. —Finalizó, alterado.

Los pescadores intercambiaron miradas, sabiendo que la situación era crítica. Alf tomó el timón, con las manos firmes, mientras Mich comenzó a recoger las redes a toda velocidad. El barco pesquero no era precisamente rápido, pero con algo de suerte, podrían desviar su rumbo lo suficiente para evitar un enfrentamiento. El viento se levantó, llenando las velas, y el pequeño barco comenzó a alejarse en dirección opuesta. Sin embargo, la suerte no parecía estar de su lado ese día. El barco de la Marina había girado en su dirección, y las campanas de advertencia comenzaron a sonar a bordo. Ragn maldijo en voz baja. No había duda, los habían visto —Nos alcanzarán pronto. —Dijo Mich, observando la velocidad con la que la nave enemiga se acercaba. Ragn se preparó mentalmente para lo peor. Sabía que si la Marina lo atrapaba, no habría piedad. Pero no iba a permitir que esos dos pescadores inocentes pagaran el precio por ayudarlo. De repente el gigantesco barco marine se detuvo y comenzó a girar en otra dirección. Lo que parecía ser la mayor suerte de la historia, no fue tal, pues uno más pequeño se desligó del gigante, uno del mismo tamaño que el barco pesquero.

¡No interrrferrrirrr! —Gritó. Mientras el gran barco se alegaba, la pequeña nave se acercaba. En ella dos tipos con unas pintas ... Extravagantes. Fue un momento, el cuerpo de Ragn desapareció, volviéndose gas. Ni siquiera llegarían a pisar el barco de Mich y su hermano, pues algo les atrapó por el cuello, una bruma invisible que les quitaba el aire hasta que desfallecieron. Ragn se recompuso de nuevo, cansado, herido. Le sangraba un costado. Mich salió de su escondite, sujetando como buenamente pudo al titán de Elbaf. — Has ... ¿Acabado con ellos? — Le miró. — ¿Cómo es posible? — No respondió, tan solo esperó a que el pesquero avanzara, dejando aquella nave abandonada en pleno mar.

La bruma comenzaba a disiparse, pero la tensión aún palpaba en el aire, enredada en las velas y el maderamen del pequeño barco pesquero que avanzaba lentamente por el vasto océano. Ragn, exhausto y herido, se dejó caer en la cubierta de madera, apoyando su espalda contra el mástil mientras su mirada se perdía en el horizonte. Su mente se sentía embotada, y sus pensamientos, aletargados por el dolor y la fatiga, parecían hundirse en el oleaje de recuerdos y percepciones borrosas. El vaivén constante del barco lo mantenía en un estado de alerta, y sin embargo, su cuerpo le pedía descanso. Aunque el dolor le desgarraba cada movimiento, se obligó a respirar profundo, llenando sus pulmones con el aire salado y frío que el océano le ofrecía. Era un bálsamo para sus sentidos, una conexión inmediata y visceral con el mundo que le rodeaba. En ese momento, el océano dejaba de ser un mero telón de fondo, convirtiéndose en una presencia, un ser vivo que lo envolvía y sostenía.Sentado en la cubierta, Ragn comenzó a percibir de forma más aguda los detalles a su alrededor. El chirriar de la madera bajo el peso del agua y del tiempo, el tintineo de los anzuelos y redes meciéndose en sincronía con el movimiento del barco, y el batir de las olas contra el casco parecían formar una melodía antigua y constante. Esta armonía natural, por momentos, le ofrecía una paz que no había experimentado en años. La amenaza del barco de la Marina seguía latente, y aunque la había repelido de forma temporal, Ragn sabía que solo era una victoria momentánea, una pequeña tregua en una batalla infinita por su supervivencia.

El mar, con su inmensidad y poder indomable, le hacía sentir a la vez vulnerable e invencible. Había algo en la magnitud de aquel entorno, en la vastedad sin fin del horizonte, que lo hacía reflexionar sobre su propia existencia, sobre el peso de su vida y las marcas de las cicatrices que llevaba en el cuerpo y en el alma. Las heridas visibles eran pocas comparadas con las que se alojaban en su espíritu, en su corazón curtido por la guerra y el caos. Sin embargo, allí, rodeado de los elementos y del mar infinito, esas cicatrices parecían atenuarse, como si el océano estuviera dispuesto a acoger, si no a curar, aquella carga que el guerrero cargaba.Ragn alzó la vista, y sus ojos recorrieron la silueta de Mich, que continuaba en su labor, concentrado y metódico, revisando las redes y los aparejos. Cada gesto del pescador era preciso y eficiente, y transmitía una quietud interna que contrastaba con la naturaleza turbulenta de Ragn. La sencillez de esa vida, de ese hombre que dedicaba sus días a enfrentar los caprichos del mar, despertaba en Ragn un sentimiento de respeto. Mich, al igual que Alf, no había juzgado, no había cuestionado ni pedido nada a cambio. Ellos vivían una existencia libre de los rencores y las ambiciones que gobernaban el mundo del cual Ragn provenía.

Mientras el barco continuaba su curso, un cansancio casi etéreo comenzó a invadir sus sentidos. La fatiga física, sumada al esfuerzo de haber utilizado su habilidad en el momento de la emboscada, se mezclaba con una fatiga emocional que Ragn había arrastrado por años, tal vez incluso antes de haberse embarcado en una vida de batallas y huidas. Cerró los ojos por un instante, permitiéndose unos segundos de tregua. Su mente lo llevó a recuerdos enterrados, a lugares de su pasado que había intentado olvidar. Allí, entre la bruma de la memoria, visualizó escenas de un tiempo más inocente, antes de que el caos y la violencia se apoderaran de su existencia.En ese estado, pudo imaginarse por un momento viviendo una vida diferente, una en la que la paz y la estabilidad fueran posibles. Quizá una vida similar a la de Alf y Mich, que día tras día luchaban con el mar, pero de una manera diferente a la que él estaba acostumbrado. La guerra en la que ellos se hallaban inmersos no era contra otros hombres, sino contra las fuerzas impredecibles y salvajes de la naturaleza. Y aunque también existía peligro, era un peligro honesto, transparente, libre de las complejidades de las traiciones y la sed de poder.

El sol comenzó a descender lentamente, tiñendo el cielo de tonos anaranjados y rosados, mientras el barco avanzaba bajo el manto del crepúsculo. Con el ocaso, el mar adquiría una tonalidad dorada que reflejaba las luces del cielo como un espejo en calma. Ragn percibía, a través del juego de colores y sombras, una transición natural que en su propia vida parecía imposible de alcanzar. Los ciclos de la naturaleza, siempre constantes e inmutables, le recordaban que había algo eterno y ajeno a las miserias humanas, algo que él había ignorado en su lucha por sobrevivir. Allí, bajo el cielo cambiante y el vasto océano, comprendió que había fuerzas mucho más grandes y más antiguas que él mismo, fuerzas que lo superaban en todo sentido.El ritmo del barco y la serenidad del entorno parecieron entrar en resonancia con sus propios pensamientos, ralentizando su respiración y llenando su mente de una calma que se sentía tan frágil como preciosa. Quizá, en otro tiempo y en otro lugar, podría haber abrazado esa vida de tranquilidad, esa comunión con el mar que parecía prometer una paz genuina. Sin embargo, el guerrero que habitaba en él, el hombre marcado por el conflicto y la supervivencia, lo mantenía atado a sus instintos, a la certeza de que esa paz no podía durar. La vida que él conocía, la única que había conocido desde hacía tiempo, era una vida de lucha y huida.

Los primeros destellos de estrellas comenzaron a aparecer, y el cielo se fue oscureciendo, transformándose en un manto infinito de luces titilantes que se reflejaban en las aguas serenas del océano. Bajo ese cielo estrellado, Ragn se sintió minúsculo y a la vez parte de algo más grande, un entramado cósmico que le recordaba lo efímera que era su existencia frente a la eternidad del universo. Aquel pensamiento, aunque inquietante, también lo reconfortaba. Su vida, con todas sus batallas y sus heridas, era solo una mota en el vasto mar de la creación, un destello fugaz en el río del tiempo.Esa noche, mientras el barco navegaba suavemente y el sonido del agua se entremezclaba con el silencio del océano, Ragn permaneció en vigilia, meditando sobre la naturaleza de su propia existencia, sobre el precio de la libertad y el peso de sus decisiones. Los pescadores, dormidos en algún rincón de la pequeña embarcación, le brindaban sin saberlo un refugio, un espacio en el que podía permitirse ser algo más que un guerrero o un fugitivo. Allí, en medio de la nada y rodeado de inmensidad, tuvo la sensación de que el mar le estaba hablando, susurrándole secretos que solo aquellos que habían sobrevivido a innumerables tormentas podían entender.

Con el primer rayo de luz, Ragn sintió un renovado sentido de propósito. No era una paz duradera, pero sí un respiro, un instante de calma en un mundo lleno de tormentas. Sabía que los días de quietud junto a aquellos pescadores eran un regalo del mar, un recordatorio de que incluso en la vida más turbulenta, había momentos de tregua. Mientras la luz del amanecer comenzaba a envolver el barco, llenando el aire de un brillo dorado, Ragn se sintió preparado para enfrentar lo que viniera, con la certeza de que, aunque el mundo a su alrededor se empeñara en hundirlo en el caos, él siempre encontraría un rincón de paz en el vasto y eterno mar.Sin embargo, Ragn también entendía que ese momento de sosiego no podía durar eternamente. Los hombres de la Marina regresarían, o quizás un nuevo enemigo surgiría en el horizonte. Pero esa mañana, mientras los primeros rayos de sol tocaban el agua, Ragn experimentó algo cercano a la esperanza, y una paz que, aunque efímera, se sentía como un ancla, algo a lo cual aferrarse en medio de la tempestad.
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