Alguien dijo una vez...
Bon Clay
Incluso en las profundidades del infierno.. la semilla de la amistad florece.. dejando volar pétalos sobre las olas del mar como si fueran recuerdos.. Y algún día volverá a florecer.. ¡Okama Way!
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[Común] [C-Presente] Mareas de cambio / Octojin
Asradi
Völva
El aroma continuó persiguiéndola durante todo el camino en el que Octojin la fue guiando por las callejuelas menos transitadas de Loguetown. No era desagradable como tal, pero era demasiado fuerte para lo que ella estaba habituada. No recordaba una fragancia similar como esa en sus viajes, mucho menos en isla Gyojin o similar. O a lo mejor era su imaginación. Aún así, el camino se hizo bastante ameno gracias a la conversación que ambos habitantes del mar mantenían. Había logrado hacer algo medio decente con la ropa para semi ocultar su cola. No era algo que le avergonzase enseñar, al contrario. Estaba muy orgullosa de su especie y de su linaje. Pero sabía que en la superficie debía ocultarse, aunque no estuviese de acuerdo con eso. Era totalmente injusto. Aceptó, también, el dial de agua, con el que aprovechó para limpiarse un poco la sangre del costado. Al menos también para refrescar la zona.

Y, entonces, durante el camino, Octojin comenzó a explicarse. Claro que a Asradi no le pasó desapercibido el sonrojo del gyojin. Como para no verlo, con las escamas tan blancas que tenía. La expresión de la sirena pasó, primeramente, de un gesto de curiosidad a uno de gracia, a juzgar por la suave sonrisa divertida que, al final, se le había acabado dibujando en los labios.

Así que eras tú. Ya me parecía que ese olor me estaba siguiendo a todos lados. — Bromeó un poco, para quitarle hierro al asunto.

Así que un perfume. Asradi volvió a inspirar aire, suavemente, para captar de nuevo el aroma. Ese gesto le hizo, ahora sí, estornudar un par de veces de forma graciosa, antes de reírse un poco.

No es desagradable, solo que me resulta un poco fuerte. — No estaba habituada, al fin y al cabo. ¿Octojin quería que ella le ayudase a elegir otro? Asradi ladeó ligeramente la cabeza, pensativa, antes de negar de manera sutil. — Yo creo que estás mejor sin perfume. Tu aroma natural es agradable.

Y lo dijo así, sin tapujos. Para ella era algo normal. Aunque se le hizo tierno ver a ese grandullón tan sonrojado. Era como un faro blanco de cuatro metros a su lado.

Además, ¿para qué te lo has echado? — Preguntó, mientras comenzaban a entrar en la posada. — ¡No me digas que te interesa alguien! — No tuvo reparo alguno en darle un codazo juguetón y amistoso, junto con una risa suave de la misma índole. No pretendía meterse con él, pero le nacía esa camaradería y esa cercanía con el escualo.

Era como si su tan sola presencia le mejorase el humor y el día en el que se encontrase. Al igual que aquella vez en la selva. La situación había sido distinta, pero la sirena agradecía aquellos momentos que habían pasado, en compañía del otro, en aquel lugar. Ahora bien, todo ese buen humor se esfumó cuando, según pusieron un pie en el interior, el posadero decidió tener su momento de cuñado. Y aunque Octojin se interpuso, la mirada que le dedicó la sirena fue una de advertencia.

Déjale, lo mejor es ignorarle. — No valía la pena.

Asradi no era estúpida, sabía lo que implicaba llevarse una mujer a una habitación. Más todavía en una posada. Pero lo que pensasen los demás, le daba reverendamente igual. Por un lado, solo iban a asearse y a curarse las heridas. Los ojos de la sirena todavía se posaban, de vez en cuando, en la que el gyojin tenía en el hombro. Y, por otro lado, confiaba en el escualo con los ojos cerrados, si hiciese falta.

Una vez llegaron al cuarto, Asradi suspiró y se permitió desperezarse un poco, aunque chasqueó la lengua cuando, con ese gesto, notó el pinchazo de nuevo en la herida. Aflojó la mochila con los útiles médicos y más cosas que siempre llevaba a la espalda, y ahora la sujetó entre los brazos, pero por delante de su pecho.

Gracias. — Le dedicó una sonrisa dulce a Octojin antes de perderse al otro lado de la puerta.

En realidad no tardó demasiado. Se dió una ducha rápida para quitarse el polvo del camino y también aprovechó para cambiarse de ropa. Al menos la parte superior, que se había ensuciado con la reyerta y el polvo del camino. No consideró cubrirse la cola, pues estaba con Octojin y ambos en un lugar que, ahora mismo, ella consideraba seguro. Al menos por el momento.

Para cuando la pelinegra salió, con una sonrisa de oreja a oreja, ya había aprovechado también para tratarse la herida de su costado, ahora cubierta con una gasa que había impregnado de uno de sus medicamentos. Era refrescante, así que ayudaría con la quemadura que el roce de la bala le había dejado.

¡Me ha sentado genial! — Dijo, de manera animada, mientras terminaba de anudarse la blusa que cubría la anatomía femenina superior. — Vaya, parece que pasó algo aquí mientras.

La habitación estaba repentinamente ordenada, y el gyojin sentadito en la cama, esperando su turno, como un cachorro grande bien portado. Estaba sonrojado de nuevo, y eso hizo que a ella también se le subiesen un poco los colores, casi por inercia. Pero, al mismo tiempo, le hizo algo de gracia.

¿Estás bien, Octojin? — Preguntó, al notarle, quizás, algo cohibido.

Tenía que reconocérselo a sí misma. Era su tipo, y era un amor a pesar de su imponente tamaño. Claro que podía dar miedo. Un tiburón siempre daba miedo, y más uno de esa envergadura. Pero había pasado buenos momentos con Octojin, éste le había demostrado lo que había debajo de aquella coraza. Solo habían sido un par de días a lo sumo, pero para ella había sido suficientes como para encariñarse con él.
#11
Octojin
El terror blanco
Desde el momento en que Asradi se había reunido con él en Loguetown, Octojin no había podido sacudir esa extraña sensación en su estómago. No era la primera vez que ocurría; cada vez que la miraba, cuando sonreía o incluso cuando se preocupaba por él, esa punzada incómoda le recorría las entrañas. Era como si le hiciera sentirse más ligero, a la vez que le llenaba de nerviosismo. Mientras caminaban hacia la posada, la sirena le preguntó si había alguien que le interesara, lo que hizo que sintiese una suma vergüenza. No se sonrojó más porque realmente no era físicamente posible, ya estaba lo suficientemente rojo como para aumentar aún más la tonalidad. Pero sí que pensó durante unos segundos la respuesta, sin dar con una clara.

— Si... o... no. No, hombre, quién va a haber —dijo, con un tono dubitativo mientras hacía una nueva pausa, viendo a dónde le llevaba esa situación, sin saber muy bien qué salida coger—. Es simplemente que... Llevo un tiempo oliendo a los humanos con distintos tipos de perfumes y pensé que podía tomar prestada esa costumbre humana, pero veo que no ha sido muy acertada. Ya decía yo que la gente me miraba particularmente raro, debe ser por eso —finalizó, dando un pequeño golpe en el brazo a la sirena, a modo de colegueo que quizá fue un poco más fuerte de lo que debiese haber sido, fruto de la tensión que estaba sintiendo el escualo.

Tras la lamentable situación con el tipo de la posada —que le dejó momentáneamente avergonzado, a pesar de que Asradi hiciese un esfuerzo por restarle importancia—, el escualo esperó pacientemente sentado en la cama a la sirena, que salió de la ducha más rápido de lo que esperaba. No pudo evitar quedarse algo embobado al verla, moviéndose de aquella manera tan sutil con una amplia sonrisa y mientras se colocaba la blusa. Aquello seguía provocando esa extraña sensación en su estómago. Y un poco más debajo de su estómago también provocaba cierta curiosidad.

—Sí, estoy bien —respondió con una voz algo dudosa, rascándose la nuca—. Solo que… siento algo raro en el estómago, como un poco de dolor. Quizá solo sea hambre.

No tenía del todo claro qué le pasaba, pero algo sí sabía: Asradi le hacía sentirse diferente. Quizá era por esa extraña sensación de haber encontrado a una igual, o puede que simplemente se sintiese tan bien por la forma de ser de la sirena. En cualquier caso, quería que el tiempo se parara para poder seguir disfrutando de esa sensación.

Una vez la ducha estaba libre, se fue hasta el baño, dejando la cama libre por si la sirena la necesitaba para sentarse y vestirse con mayor facilidad. Se quitó la ropa y la dejó en el suelo, y justo antes de meterse en la ducha se dio cuenta que se había dejado la ropa preparada en la cama. Pero por suerte había varias toallas con las que cubrirse una vez acabase.

Mientras caía el agua fría de la ducha, empezó a tararear al otro lado de la puerta una canción que había escuchado en un bar, aunque la manera en la que lo hacía no era la mejor para identificarla, desde luego. Si en su cabeza ya no sonaba demasiado bien, no quería ni pensar cómo le estaría sonando a la sirena. Así que se dispuso a abandonar su intento de tarareo y decidió seguir los consejos de Asradi para dejar su aroma natural, evitando usar geles, champús y desodorantes en el proceso de la ducha. Aunque al principio dudó, pensó que, si ella lo había dicho, debía haber una razón. Salió de la ducha, empapado y renovado, y se secó rápidamente con una toalla. Luego se cubrió la parte inferior de su cuerpo con un par de toallas, asegurándolas en su cintura.

Al volver a la habitación, se dejó caer sobre la cama, esperando a que Asradi le tratara la herida del hombro. Sentía un leve dolor, pero la preocupación de la sirena lo reconfortaba. La observó mientras ella preparaba las cosas para atenderle. La toalla se aflojó y se abrió ligeramente, pero él no se dio cuenta; estaba concentrado en mantener la calma y no pensar en el dolor.

—¿Qué te ha traído a la isla? —le preguntó, intentando aliviar la incomodidad que sentía por la herida y que, por lógica, se incrementaría con el tratamiento de la sirena—. No esperaba encontrarte por aquí. Y... si te apetece más tarde, podríamos ir a una taberna que conozco. Recuerdo que me dijiste que te gustaba la carne en la isla en la que nos conocimos, y aquí tienen una que preparan muy bien.

Mientras hablaba, su tono de voz reflejaba la comodidad que sentía estando cerca de ella. Estaba tan metido en la conversación que no se percató de que la toalla se estaba abriendo ligeramente por momentos, revelando más de lo que pretendía y, seguramente, de lo que la sirena quería ver en aquella situación.
#12
Asradi
Völva
La reacción de Octojin a su indiscreta pregunta había arrancado una risa divertida a la sirena. No pretendía molestarle o que se sintiese muy incómodo. Y tampoco lo había hecho por mal, pero es que era terriblemente adorable cuando se ponía así. Tan grandullón y tan tímido. Definitivamente, le encantaba esa faceta, tenía que reconocerlo. La ducha le había sentado a lo grande. Le hacía falta para destensar los músculos y quitarse todo el polvo del camino, así como la sangre del costado. Tras haberse tratado la herida, había salido luego del baño.

Y había notado un tanto azorado o raro a Octojin, asi que no dudó en acercarse a él tras haber formulado la pregunta.

¿Estás seguro? — La preocupación que se mostraba en el rostro de Asradi era genuina. Hasta que escuchó el mal que aquejaba al varón. — ¿Te han herido en el abdomen, acaso? — Ella solo había visto, a primera instancia, la del hombro, porque parecía ser la más llamativa.

Intentó echar un vistazo, pero ya para ese momento, Octojin se había puesto en pie y se había dirigido a la ducha. La sirena exhaló un suspiro, un poco frustrado. O, más bien, preocupado, y siguió al gyojin con la mirada hasta que la puerta del baño se cerró, dejándole con ese runrun en la cabeza. No solo eso, sino también esa sensación cálida que ella misma tenía en el pecho. La compañía de Octojin, para ella, era harto agradable. Se sentía cómoda y confiada a su lado. Simplemente sentía que podía bajar la guardia sin tener que preocuparse de absolutamente nada más. Mientras su cabeza era un hervidero de cuestiones, preparaba los utensilios para comenzar a tratar la herida del escualo. Y, de paso, esperaba poder revisarle el abdomen, si antes se había quejado de dolor.

De vez en cuando le escuchaba canturrear al otro lado de la puerta, y eso arrancó una risita en la sirena. Claro que no iba a juzgar sus dotes de canto ni mucho menos. Además, se notaba que, de alguna manera, Octojin lo estaba disfrutando. Y ella también, las cosas como eran. Físicamente, le gustaba mucho ese gyojin, aunque nunca se había parado a pensar antes en ese tipo de cuestiones. Pero no era imbécil, y tenía ojos en la cara. Colocó un par de rollos de venda sobre la cama y, a su lado, un bote de pasta desinfectante, de un color verde parduzco que, seguramente, Octojin reconociese de aquel tiempo donde habían pasado ese tiempo en la selva. Donde se lo había encontrado cubierto en fiebre a causa de aquel veneno. El recordar aquello le revolvió las entrañas. Por unos momentos había creído que el gyojin no lo contaba.

Por fortuna, no había sido así.

Ah, ya saliste. Ven, vamos a... — Todo lo que Asradi tenía pensado pronunciar se quedó en la nada en cuanto vió salir a Octojin con tan solo... una toalla cubriéndole de cintura para abajo. Sin poder evitarlo, y casi en automático, los ojos de la sirena fueron viajando por aquella portentosa anatomía esculpida, literalmente, por los mares. Los músculos marcados, la aleta dorsal y las protuberancias que, afiladas, se enmarcaban en sus brazos. Notó un inmediato calor en las mejillas que no fue capaz ni de disimular.

Asradi carraspeó, apartando la mirada casi como si quemase, intentando centrarse en los útiles que había desperdigado un poco por la cama. Sintió el cambio de peso en el colchón cuando Octojin se sentó.

Decidí detenerme para descansar un poco. — Murmuró, mientras era ella la que, ahora, se acomodaba “de pie” frente a la cama. O, más bien, frente a Octojin. Pasó delicada y cuidadosamente las manos por la herida que el escualo tenía en el hombro. Por fortuna, el disparo de la ballesta no había causado grandes daños, pero esa herida tenía que ser tratada. — Voy a tener que darte puntos, Octo. Cerrará mejor.

Miró de reojo al gyojin cuando le dijo esto. No le estaba pidiendo permiso, pero sí le anunciaba el procedimiento que seguiría. Lo primero que hizo fue comenzar a limpiar alrededor y a desinfectar. Eso tenía que estar listo antes de clavar la aguja y pasar el hilo.

Y también pensé que podría hacer algo de turisteo. — Continuó con la conversación que se había iniciado, mientras se esmeraba en el tratamiento de él. Por inercia, la parte baja de su abdomen rozaba, de vez en cuando, con las rodillas del grandullón, cada vez que Asradi se movía para seguir tratándole la herida. Eso provocó también que, por inercia, también la toalla que portaba el macho se moviese ligeramente. — Pero al final todo se torció. Quizás lo intente mañana o así, cuando las cosas se calmen un poco.

Aunque no estaba segura, pues después de la pelea que se había suscitado, podrían reconocerla. Asradi suspiró. Tras terminar con el tratamiento inicial, se separó un poco para tomar el hilo y la aguja que tenía en una cajita, ya desinfectada la primera.

¿Te sigue doliendo el estómago? — Preguntó.

Y, por inercia, la mirada de Asradi descendió hacia dicha zona. Pero por algún motivo, algo le llamó la atención.

. . . — Las mejillas de la sirena comenzaron a ponerse todavía más rojas. De hecho, se le habían sonrojado un tanto hasta las orejas, de forma graciosa y adorable.

La toalla que Octojin tenía para cubrir sus partes masculinas, se había abierto y movido de tal forma que... Bueno, quizás mostrase más de lo que el habitante del mar quisiese o fuese consciente de ello. Y ahí lo estaba viendo ella, en casi todo su esplendor.

¡Por las barbas de Neptuno! ¿Cómo es posible el tamaño de... de...

Los ojos azules de la sirena estaban abiertos de par en par. Lo peor de todo no era eso, sino que también se estaba imaginando el otro portento. ¡Porque los tiburones tienen dos! ¡DOS! Por puro instinto, su aleta caudal se agitó un poco y se tuvo que obligar a apartar la mirada de allí, casi como si le diesen un bofetón. La parte graciosa del asunto es que terminó mirando directamente a los ojos oscuros del escualo. Como si hubiese visto un fantasma.

O dos.

Asradi carraspeó un poco. A ver, no era precisamente tan tímida, pero eso no se lo esperaba para nada. ¿Y ahora qué hacía? ¿Le movía ella la toalla? ¿Le avisaba? ¿Seguía con lo suyo? No, no podía seguir con lo suyo tan tranquilamente cuando en su cabeza todavía tenía esa imagen mental. Quizás si se lo decía directamente, sería bochornoso para Octojin. Pero temía agarrar la punta de la toalla y rozar de más sin pretenderlo. Y entonces todo sería peor.

Así que lo único que se le ocurrió fue darle un par de señales visuales. Mirando hacia la toalla y hacia él un par de veces. A ver si se daba de cuenta.

Ella estaba tan roja como un pez beta.
#13
Octojin
El terror blanco
La aguja atravesó la piel de su hombro con una punzada aguda y certera. Octojin cerró los ojos y se mordió el labio para no quejarse, sintiendo un ardor que le recorrió el brazo como un relámpago. Asradi estaba siendo cuidadosa, pero el dolor era inevitable, como un zarpazo que se retorcía bajo su piel cada vez que ella tiraba del hilo. Aunque en peores se había visto, claro. El escualo respiró profundamente, concentrándose en el sonido del roce de la aguja y el hilo en su carne para evitar perder la compostura. No podía hacerlo. No en aquella situación, al menos.

Se había mentalizado para aguantar el tratamiento, por eso decidió no mirar. Solo se centró en las palabras de la sirena mientras hablaba, asintiendo de vez en cuando para demostrar que la escuchaba. Pero cuando Asradi cambió de tema y le preguntó si le dolía el estómago, abrió los ojos. Aquello merecía una respuesta más elaborada y, que quizá, debía cambiar el rumbo según fuese formulándola.

Fue entonces cuando la vio. La sirena estaba frente a él, pero algo había cambiado. Tenía las mejillas sonrojadas y parecía inquieta, como si tuviese calor o hubiese visto algo que la incomodara. Lo que más desconcertó al tiburón fueron las extrañas señales que Asradi estaba haciendo, moviendo los ojos de un lado a otro, mirando primero hacia él y luego hacia abajo. ¿Qué estaba intentando decirle?

Octojin ladeó la cabeza, totalmente confuso. Seguía sin entender qué le quería comunicar. Creyó que formaba parte de un juego, e intentó verle la gracia, pero es que no la tenía. Habían estado hablando hasta hacía unos segundos, y ahora aquellas señas le desconcertaron totalmente. Hasta que, finalmente, decidió seguir su mirada hacia su propio cuerpo en busca de qué era lo que estaba ocurriendo. Al hacerlo, su semblante se tornó en un estado de horror y vergüenza que le recorrió por completo. La toalla que había atado en su cintura se había abierto, y ahí estaba, mostrando sus partes íntimas sin ningún tipo de pudor ni conocimiento. Permaneció un par de segundos, quizá tres, mirando la apertura de la toalla sin saber cómo reaccionar.

Un torbellino de pensamientos se desató en su cabeza. ¿¡Cómo había podido pasar!? ¿Cómo no se había dado cuenta? Con el rostro completamente pálido y sus ojos abiertos como platos, Octojin se quedó paralizado por un instante, sintiéndose completamente destruido por dentro. Toda la dignidad que había intentado mantener se había esfumado. Un continuo esfuerzo trabajando por parecer normal, por intentar integrarse con la sirena, se acababan de ir al garete por un descuido desafortunado.

Con un movimiento ágil y torpe, se giró rápidamente, intentando cubrirse. Al hacerlo, cogió la ropa que había preparado previamente, dispuesto a salir corriendo de la habitación para arreglar aquel desastre. Sin embargo, la fortuna no estaba de su lado. La toalla cayó al suelo, y mientras intentaba cubrirse, tropezó con ella. El tiburón perdió el equilibrio y cayó de bruces al suelo, dejando su enorme cuerpo completamente expuesto por unos segundos. La situación se volvía más ridícula por momentos. Con un gruñido, comenzó a gatear hacia la puerta del baño, tratando de alejarse lo más rápido posible, aunque no hacía más que empeorar las cosas. Aquello sin duda sería una imagen poco digna de él, pero ya no podía hacer nada más.

Al entrar al baño, se detuvo, mirando la madera con expresión de desesperación. ¿Qué demonios había pasado? El bochorno lo envolvía como una niebla densa. Tomó unos segundos para analizar el desastre que acababa de ocurrir, pensando que aquello no podía ponerse peor.

Se incorporó lentamente y se giró hacia la pared. Luego, sin decir palabra, golpeó suavemente su cabeza contra ella, como si estuviera escenificando el monumental error que acababa de cometer. Después de ese breve momento de autocrítica, agarró los pantalones y se los puso rápidamente, cubriendo su cuerpo al fin.

Completamente avergonzado, salió del baño y se volvió hacia Asradi. Caminó de vuelta a la cama y se sentó, evitando mirarla a los ojos, sintiéndose más pequeño de lo que jamás había imaginado, y en una situación que nunca hubiese podido pensar que se daría. En la cama, con una sirena al lado que había visto sus genitales por error —y no solo eso, había visto todo su cuerpo al desnudo, realmente—, y con un dolor de estómago desconocido, mientras intentaba recomponerse sin saber cómo y con una herida que no sabía ni si estaba completamente tratada. Un día para olvidar, desde luego.

—Lo siento —murmuró, con una voz llena de remordimiento—. Estaba tan concentrado en no sentir dolor que no me di cuenta de que... Bueno, de eso. Pensé que estabas jugando a algo, luego que me pedías una toalla, y después ya vi los... En fin. Que lo siento mucho.

Se quedó en silencio un momento, mordiéndose el interior del labio antes de añadir, casi en un susurro y sin realmente querer pronunciarlo unas palabras que, después de salir de su boca, le hicieron sentir una tremenda tristeza.

—Entendería si decides irte... Esto ha sido muy incómodo. Pero te prometo que no era mi intención —dijo mientras posaba las manos sobre sus rodillas, mirando al suelo—. Últimamente no sé qué me pasa, de verdad. Todo me sale mal, voy a desayunar y se quema el desayuno, elijo un perfume y resulta ser el peor de la tienda, estoy a solas con la sirena que me gusta y la cago, y encima acabo de darme cuenta de que hoy es Miércoles, y los Miércoles cierran el asador de Jim, que es donde te iba a llevar a probar la carne.

Espera... ¿Había dicho qué? Vaya arrebato de sinceridad se acababa de marcar el escualo. Sin duda aquel día no se le olvidaría en mucho tiempo. Y lo peor es que no se había dado cuenta de lo que había dicho, así que se limitó a mirar a los ojos a la sirena, buscando una respuesta a todo. Aunque lo que más le dolía era no poder llevarla al asador de Jim. Al menos de lo que era consciente que había dicho.
#14
Asradi
Völva
Si es que parecía tonta. ¿Porqué simplemente no se lo decía y ya? Quizás hasta fuese menos bochornoso para él y más natural. De hecho, estaba ya a punto de mencionárselo cuando, ¡bingo!, Octojin había decidido bajar la mirada hacia abajo. Específicamente, hacia aquella parte de la anatomía que la toalla, traviesa ella, había decidido mostrar parcialmente.

Ese simple y único gesto fue lo que provocó la hecatombe y el caos posterior. Asradi solo pudo contemplar en silencio, entre divertida y sonrojada, como todo sucedía en un baile de infortunios para el pobre escualo. No iba a reírse, ni mucho menos, pues no quería que él se sintiese peor. Pero las mejillas de ella se fueron coloreando un poc más cuando la toalla decidió traicionar al gyojin y éste terminó con sus pobres huesos en el suelo.

Completamente desnudo, con todo al aire. Y más que se le vió cuando empezó a gatear, avergonzado, hacia el baño. Solo cuando la puerta se cerró y ella se quedó totalmente a solas en la habitación, sentada en la cama, fue que no pudo evitar una pequeña risita, procurando que no se le escuchase. Todavía sentía ese calor en las mejillas, pero...

Tiene buen culo... — Murmuró para sí misma, antes de sacudir la cabeza al darse cuenta de que lo había dicho en voz alta. Por suerte, nadie más había escuchado, o eso esperaba.

Cuando miró a su alrededor, se dió de cuenta de que Octojin se había ido, sí. Y se había llevado con él, todavía colgando, la aguja e hilo en la herida de su hombro. Todo había sido muy abrupto y repentino, pero tampoco quería avergonzarle más llamando a la puerta del baño para indicarle ese hecho. No, esperaría. Y se quedaría, de momento, con sus pensamientos. Solo se levantó para recoger la toalla que se había quedado abandonada y tirada en el suelo, y que había provocado una de las desgracias más del pobre escualo. La dobló tranquilamente y la volvió a dejar en la cama, mientras recolocaba un poco los útiles médicos que se habían desperdigado por el movimiento brusco del gyojin cuando se levantó del colchón.

Solo cuando, finalmente, la puerta se abrió tras unos momentos, la sirena posó su mirada, y toda su atención, en el enorme gyojin que salía, como cachorro regañado y avergonzado, de nuevo hacia la cama. Ya vestido o, al menos, con un pantalón. Notó que no la estaba mirando en ningún momento, y tampoco le culpó por ello. Mucho menos cuando el grandullón comenzó a disculparse.

No tienes que pedir perdón. No lo has hecho a propósito. — Había sido un simple descuido, nada más. Vergonzoso, sí, pero un descuido. — No te muevas, anda. — Volvió a colocase en posición para, al menos, terminar de coserle la herida. Una vez hecho esto, se la cubrió para protegerla mejor.

Por fortuna para Octojin, apenas quedaban dos o tres puntos más y Asradi finiquitó la tarea sin hacerle sufrir mucho más al respecto. Iba a decir algo cuando fue él quien se adelantó. La sirena le miró de reojo, totalmente anonadada desde su posición. De nuevo sintió ese cosquilleo en el estómago, esa calidez que embargaba su pecho. El sentimiento de que, por algún motivo, no estaba sola.

Las mejillas de la sirena, ante tamaña confesión, se tornaron más rojas, pero luego un suspiro suave brotó de entre los labios de ella. Sin reparo alguno, llevó sus manos hasta el rostro del escualo, sintiendo el contacto de su piel alba al instante. Le hizo mirarle o, al menos, ella sí buscó aquella mirada oscura.

Escúchame bien, grandullón. Y que te quede claro. — Lo estaba diciendo con terrible seriedad. Asradi no se andaba con medias tintas en ese sentido. — Todos tenemos días malos y días buenos. Por desgracia, se te han juntado varias cosas. Pero eso no es el fin del mundo.

Los ojos azules de ella permanecían serios, fijos en los de él. Estaba siendo quizás demasiado directa, pero ella era así.

Si se te quema el desayuno, aprendes y te haces otro. Si el perfume no es el mejor, ¡no pasa nada! Sigue probando con otros que a ti te gusten. — Aunque ella, al final, le había confesado que estaba mejor al natural en ese sentido.

Y, ahora mismo, dudó unos momentos. O, más bien, su expresión se suavizó sintiendo ese cosquilleo en las manos, acariciando ambas mejillas del escualo. Era un gesto muy suave, casi rozando las yemas. Al menos antes de apartarlas lentamente para no seguir incomodándole.

No la has cagado, porque a mi también me gustas, ¿vale? No sé cómo ha sucedido esto, pero... — Tomó aire unos segundos, desviando un momento la mirada. — Sé que es una locura, nos acabamos de reencontrar y apenas pasamos un tiempo juntos en aquella selva endiablada.

Era verdad, ni se conocían lo suficiente en ese aspecto y, al menos la sirena, todavía tenía algo que esconder. Algo que se ocultaba grabado a fuego en su espalda. Pero ella no era imbécil, tenía ojos en la cara. No íbamos a hablar de sentimientos como tal, no profundos, al menos. Pero el escualo, a sus ojos, era atractivo. Había visto su lado tierno, por así decirlo. Y eso le gustaba mucho.

Pero me gusta estar contigo, estoy cómoda y físicamente me atraes. — Lo dijo así, sin pelos en la lengua. Se atrevió, entonces, a sonreírle para destensar un poco el ambiente. — Y no te pongas así, tienes un buen culo al menos.

Le dió una palmadita muy sutil en el hombro.

Si el asador está cerrado, podemos ir a otro. O, incluso, ir a cazar nosotros por nuestra cuenta. — No le importaba, incluso le agradaba en cierto sentido aquello. — Así que, quizás, al fin y al cabo, el día no ha terminado tan mal, ¿no crees?

Le sonrió de vuelta, esta vez de manera mucho más suave.
#15
Octojin
El terror blanco
Octojin se quedó paralizado por un instante, sin saber cómo procesar las palabras de Asradi. La sensación de alivio le recorrió como un río en calma. No había arruinado el momento, o sí, pero la pelinegra le había restado importancia hasta tal punto que le hizo creer que no lo había hecho. Y es que la sirena parecía ser mucho más comprensiva y directa de lo que él había imaginado. Su rostro se tiñó de un rojo intenso cuando ella le tomó por las mejillas, notando la calidez y la suavidad de las manos de la sirena. Hizo un jugueteo con sus dedos golpeando las mejillas que le dejó perplejo.

Los ojos azules de Asradi lo atravesaban como un océano profundo, y se sintió atrapado en esa mirada. Aun siendo un tiburón, esa sensación de conexión lo intimidaba y lo hacía sentir una extraña timidez que nunca antes había experimentado. Al igual que ese sentimiento también era nuevo para él. Ella lo miraba con tanta firmeza y determinación que Octojin casi no podía sostenerle la mirada.

"Joder, ¿cómo lo hace?", pensó, sintiéndose más pequeño que nunca de nuevo, a pesar de su enorme tamaño. Aquello le ponía bien en su sitio, sin duda.

Cuando la sirena le habló sobre tener días buenos y malos, y de que no pasaba nada por cometer errores, Octojin sintió cómo se derretía un poco más por dentro. La seriedad en la voz de Asradi, seguida por el toque suave de sus manos, le hizo estremecerse. Lo que sintió en aquél momento era un agradecimiento por la suerte que estaba teniendo mientras ella retiraba las manos de su rostro. Por un momento, pensó en lo increíble que era tener a alguien que no lo juzgaba por sus errores ni por lo que él consideraba fallos. Sino que le animaba a seguir intentándolo. Jamás había tenido algo así, y experimentarlo por primera vez era cuanto menos extraño, pero sin duda placentero.

Sin embargo, la sorpresa real llegó cuando Asradi le confesó que también sentía algo por él. ¿Qué? ¿En serio? Se preguntó a sí mismo si aquello sería real, casi incapaz de asimilarlo. Sentía que el corazón le latía a mil por hora, y se aceleró bastante en ese momento, aunque intentó disimularlo, seguramente sin mucho éxito. Su pecho se hinchó de una extraña mezcla de orgullo, alegría y… vergüenza. No sabía qué responder. Al escuchar su confesión y la broma sobre su trasero, dejó escapar una risa nerviosa.

—Bueno, mi trabajo requiere tener un buen culo, ¿no? —Intentó bromear, aunque la situación lo tenía completamente avergonzado, quería quitarle hierro al asunto e intentar dejar de estar tan cohibido —Hago muchas sentadillas con pesas… además del trabajo de carpintería —añadió, intentando sonar relajado, aunque sabía que no estaba logrando disimular lo sonrojado que estaba.

Pero cuando Asradi dijo que le gustaba estar con él y que también se sentía atraída, todo cambió. La mente del tiburón se quedó en blanco por un segundo. Había dejado salir esas palabras, que flotaban en el aire como una verdad sólida e irrefutable. Aquello debía ser un sueño. El tiburón pensó que no podía ser real, incapaz de controlar la marea de emociones que lo embargaba.

—Sí... sí, supongo que el día no ha sido tan malo después de todo —respondió, con una tímida sonrisa. La idea de ir a cazar por su cuenta le sonaba muy bien. No solo sería una aventura, sino una oportunidad para pasar más tiempo con la sirena. Quizá, de alguna manera, podría impresionar a Asradi y… quién sabe, tal vez aquello los llevaría a un buen final.

—Me parece una idea genial. La comida no sabe igual si la cazas tú que si te la ponen en el plato, eso solo lo sabemos los que cazamos, ¿verdad? —dijo, ganando algo de confianza —El mar siempre es generoso si sabes dónde buscar. Podemos ir a cazar algo, y luego preparar una buena cena. Así evitamos el problema de los locales cerrados y la mala comida —Octojin estaba emocionado con la idea, aunque no podía quitarse de encima la vergüenza que le habían causado los momentos previos.

Se puso en pie y, mirando a Asradi con una mezcla de firmeza y dulzura, le tendió la mano, para que se incorporase con él.

—Entonces, ¿vamos al mar? Tengo el presentimiento de que será una buena aventura —Su voz temblaba ligeramente, pero había un brillo decidido en sus ojos oscuros, reflejo de la emoción por lo que estaba por venir y la aventura que le esperaba junto a la sirena.
#16
Asradi
Völva
No había tenido ningún tipo de reparo en soltarle tamaño sermón a Octojin. Era gracioso teniendo en cuenta la diferencia de tamaños y complexión de cada uno. Sobre todo ver como aquel gyojin tiburón, que podía tumbarte de una bofetada, estaba ahora tan cohibido y avergonzado por todo. Le resultaba tierno, no podía mentirse a sí misma. Y eso solo le corroboraba el buen fondo que el escualo tenía. No le costaba nada imaginar que, seguramente, muchos nada más habrían visto el peligroso físico y solo eso. Sin preocuparse por lo que Octojin pudiese sentir.

Se rió ligeramente con él, ante aquella broma con respecto a sus posaderas. No quería que estuviese tenso o avergonzado por lo que había sucedido. Era verdad que ella tampoco se esperaba una visión similar (en su fuero interno no se quejaba), pero no había sido culpa del escualo. Un tropezón o un descuido, al fin y al cabo, lo tiene cualquiera.

Te queda bien el sonrojo, por cierto. — Dijo al aire mientras, ahora, se volvía para volver a guardar las medicinas que había sacado de su mochila, con una ligera sonrisa divertida.

Una vez hecho esto, procedió a hacerse una trenza para sujetar su cabello oscuro. Era mucho más cómodo así, y ahora teniendo en cuenta que los planes sobre ir a comer habían variado. El pelo recogido era mucho más cómodo si iban a cazar. Ese pensamiento le hizo burbujear el estómago de manera agradable. Ya estaba sintiendo esa sensación de adrenalina que tanto le gustaba cuando estaba en el mar. Y, ahora, no iba a hacerlo sola.

Es verdad. La comida siempre sabe mejor después de un trabajo bien hecho. — En este caso, conseguirla por sus propios medios. — Además, así no nos arriesgamos a que nos molesten. — En realidad, lo hacía para que él no se volviese a meter en una pelea por protegerla. Lo hacía por protegerle a él de alguna manera, aunque Octojin pudiese defenderse mucho mejor que ella.

Cuando le tendió la mano, la sirena le dedicó una sonrisa atrevida, aceptando dicho ofrecimiento y sirviéndose también del apoyo para ponerse en pie.

De todas formas, no te fuerces mucho. — Aprovechó también para advertirle, en lo que volvía a ocultar su cola con la única muda que le quedaba. Tendría que conseguir un par más de faldas largas, en cuanto pudiese. — Te acabo de coser la herida y no es plan de que se te reabran los puntos.

Así pues, dispuesta a seguir a Octojin, ambos salieron tranquilamente de la habitación. Por supuesto que recibieron una mirada picantona del posadero en cuanto bajaron por las escaleras. Y cuando el hombre parecía que iba a abrir la boca una vez más, los ojos azules de Asradi se tornaron peligrosamente opacos. Oscuros.

Mejor no digas nada si quieres conservar la lengua. — Siseó, solo para que el hombre le escuchase.

Que aceptase, en aquel cuarto y en la intimidad que les proporcionaba, que se sentía atraída por Octojin no quería decir que fuese a permitir comentarios de mal gusto al respecto. Mucho menos de gente como esa. Por fortuna, eso pareció ser suficiente como para que el hombre volviese a cerrar, en automático, el agujero que tenía en la cara. Acto seguido, volvió su atención al escualo, la cual sonrió de manera encantadora, aunque había ese aire pillo que tanto la caracterizaba en según qué momentos y situaciones.

Podemos buscarnos una playa tranquila y asar ahí lo que cacemos. O, simplemente, en crudo. — La verdad es que ambas opciones le parecían perfectas. — Además, la compañía es lo que cuenta. — Le guiñó un ojo con confianza. Y también con un deje coqueto y natural. Todavía sentía ese cosquilleo agradable en el estómago. Eses nervios tontos y cálidos. Y, al mismo tiempo... Una preocupación en el fondo de su cabeza que intentaba mantener en esa misma oscuridad. El día estaba siendo bueno. Muy bueno. No quería que esa punzada de miedo y culpabilidad arruinasen el momento.

Decidió distraerse comenzando una nueva conversación.

Cuéntame más sobre tu trabajo. No pudimos hablar mucho en Momobami al respecto. — Habían estado centrados, sobre todo, en sobrevivir. Y ella en curar y mantener con vida, en ese aspecto, al escualo. — ¿Eres carpintero, entonces? Me encantaría ver alguna cosa que hayas hecho. — Lo decía de forma sincera.
#17
Octojin
El terror blanco
Octojin sintió un gran alivio al escuchar las palabras de Asradi. Su suave tono y su manera de bromear lo tranquilizaban, aliviando la tensión acumulada por todo lo que acababa de suceder. Aun así, cuando la sirena le dijo que le quedaba bien el sonrojo, no pudo evitar ruborizarse aún más, hasta tal punto que seguro que un tomate y su cara no se distinguían mucho.

"¿Cómo puede decir eso tan tranquila?", pensó mientras intentaba esconder su rostro tras una mano, a modo de coña, intentando que realmente su sonrojo cesara y aquello fuera una situación algo más normal.

Cuando Asradi comenzó a prepararse, recogiendo su larga melena en una trenza, el tiburón se quedó mirándola en silencio, totalmente absorto en lo que estaba viendo. No pudo evitar quedarse embelesado ante la mirada fija de la sirena, esos ojos azules en los que sentía que podía perderse. Esos ojos... ¿Cómo lograba mirarle así, sin desviar la mirada? No podía evitar preguntárselo, sintiendo que el corazón le latía más rápido. Era como si lo analizara, lo desnudara con esa mirada tan directa. Esto lo hacía sentir tanto nervioso como curioso; la intensidad de la sirena era desconcertante y fascinante al mismo tiempo.

Cuando Asradi aceptó su mano para levantarse, Octojin le dedicó una sonrisa. La preocupación de la sirena por su herida le hizo recordar que tenía que tomárselo con calma. Aunque no era nada que le preocupase mucho, no limitaba sus movimientos así que podía continuar con su vida. Una herida más que sumar a la casi interminable lista que ya tenía.

—No te preocupes, Asradi. Soy más resistente de lo que parezco —dijo, aunque sabía que ella tenía razón; tenía que cuidarse, al menos por un tiempo. La herida en el hombro no era un chiste, y la sirena había sido lo suficientemente clara con él —. Pero por si acaso, ahora tengo a quién me proteja —finalizó, guiñando el ojo de una forma un tanto particular, pues no le salía demasiado bien ese gesto.

Ya listos, bajaron las escaleras de la posada, donde el posadero les dedicó una mirada picante. Octojin bufó internamente, mientras seguía avanzando al lado de Asradi. La manera en la que ella le plantó cara al posadero fue, como siempre, directa y firme, algo que él respetaba profundamente. Vaya carácter tenía la sirena. Aunque le gustaba al tiburón y sentía un extraño orgullo por ella, no pudo evitar pensar cómo se daría la primera pelea entre ellos. Quizá aquello no acabase muy bien. Ambos parecían tener un carácter fuerte, de los de soltar y después preguntar. Pero quizá se complementasen bien, quién sabe.

Cuando Asradi le guiñó un ojo y le habló de buscar una playa tranquila, Octojin asintió con entusiasmo. Era justo lo que necesitaban, tranquilidad después de la que se había liado en la plaza, además de la liada en su habitación, aunque aquello había sido distinto, pues, haciendo balance, había traído más cosas positivas que negativas al final. Y probablemente era una historia diferente que contar. ¿Quién se había declarado de una forma tan... extraña? Desde luego muy común no debía ser tener una historia tan particular.

—Me parece una gran idea — respondió mientras se imaginaba ya sumergiéndose en el agua —. Asar lo que cacemos o comerlo crudo, me da igual también. Si encontramos algo para hacer una fogata lo asamos, y sino pues crudo. Lo importante es que será una aventura más y, como dices, la compañía —su semblante cambió ligeramente cuando Asradi le pidió que hablara más sobre su trabajo. La pregunta le hizo recordar los días en los muelles de Loguetown y todo lo que había hecho como carpintero.

— Pues sí, soy carpintero —dijo, mientras caminaban por las callejuelas hacia la salida de la ciudad —. Empecé hace años, jugando en la calle con madera. Se me daba bastante bien darle forma y hacer juguetes. Siempre tenía las mejores espadas de la Isla Gyojin, y a veces no me dejaban jugar porque siempre ganaba. Y así fui moviéndome y ganándome la vida con ello. He de decir que no me resultó muy difícil —hizo una pausa en la que se acercó un poco a ella, aunque sin atreverse a poner su mano sobre su hombro—. En los muelles de Loguetown pedí trabajo hace unos días. Al principio, solo me dejaban hacer reparaciones sencillas: arreglar un par de tablas, reforzar un mástil... Pero poco a poco fui ganándome la confianza de los trabajadores y empecé a construir barcos desde cero. Es una tarea super satisfactoria, aunque cansa bastante, la verdad. Es un trabajo muy físico para el cual no vale cualquiera —mientras hablaba, su rostro mostraba una mezcla de nostalgia y orgullo.

—Construir barcos es lo que más me gusta. Escoger la madera correcta, cortar cada pieza a medida, asegurarse de que el casco sea resistente y no tenga fugas... Es un trabajo duro, pero cuando ves el barco terminado y sabes que podrá surcar los mares... No hay nada igual —continuó, perdiéndose un poco en sus recuerdos. Se sentía orgulloso de su trabajo, y compartirlo con Asradi le hacía sentir que la sirena estaba conociendo una parte importante de él.

Se detuvo un momento cuando casi habían llegado al muelle, como si reflexionara sobre lo que iba a decir a continuación.

—Pero aunque me encante hacer barcos, también construyo cosas más pequeñas. Muebles, por ejemplo. Hice un par de sillas y una mesa para una taberna en la ciudad, justo a la que te quería llevar. El tabernero siempre me reserva esa mesa, porque dice que es más resistente que las demás, y yo peso lo mío —comentó a la par que se tocaba el estómago, haciendo ver que su peso era bastante superior a la media—. Me gusta pensar que mis manos pueden crear cosas útiles, que sirvan a los demás. Que puedo crearles algo que les ayude en su día a día. Además, te tengo algo reservado. Cuando acabemos, si quieres, volvemos a la habitación y te lo doy. Es una tontería, pero así siempre te acordarás de mi— mientras hablaba, posó su mirada de reojo para ver la reacción de la pelinegra. Su expresión tras ello se suavizó.

Mientras seguían caminando, Octojin decidió cambiar de tema, recordando su propuesta anterior, mientras llegaban cerca del agua del muelle y la inmersión parecía cada vez más cercana.

—Y dime, ¿qué haces en tu tiempo libre? ¿Qué es en lo que más inviertes tu tiempo?
#18
Asradi
Völva
Si había algo que le gustaba en demasía, era escuchar hablar a la gente. Ella no era tampoco muy habladora, quizás, pero sí que disfrutaba escuchando a los demás. Ya fuese por simple desahogo de ellos o por escuchar historias de otros lugares. Así pues, Asradi estaba totalmente entretenida y atenta mientras Octojin, que caminaba a su lado, le expresaba no solo su visto bueno por ir a cazar algo y luego disfrutar de dicha comida en una playa tranquila, sin nadie que les molestase. O, peor aún, les juzgase. Si no también el escucharle hablar sobre la carpintería. La trata de las maderas no era algo sencillo. Ella había tallado alguna vez. Pero cosas muy pequeñas y muy burdas o rudimentarias. No era buena en eso.

Una sonrisa fue asomándose en los labios de la sirena mientras caminaba a su lado. Cuando él se aproximó más a ella, Asradi hizo también un poco lo propio. Su mano apenas rozó la contraria. Un gesto sutil, suave, casi fantasmagórico, que dejaba esa sensación de vacío y jugueteo al mismo tiempo. Lo estaba haciendo un poco a propósito para ver cómo reaccionaba. Era tan tímido para algunas cosas, según estaba notando, en ese cuerpo tan grande, que era hasta tierno.

Claro que ganabas. Si eras igual de fuerte que ahora, siendo un niño, y hacías las mejores espadas de madera, ya jugabas con ventaja. — No pudo evitar reírse de manera muy suave, imaginando todo aquello. Si ya Octojin era terriblemente grande ahora, de niño tendría que haber resaltado también. — Seguro que eras una monada.

No lo decía por mal, quizás solo un poquito para picarle, pero lo disfrutaba enormemente dentro del respeto y del cariño que sentía por el escualo.

Suena bien. Además, tienes unas buenas manos. Y no solo eso... — Le miró de reojo, aunque teniendo que alzar ligeramente el mentón para poder contemplarle a los ojos, debido a la diferencia de alturas entre ambos. — Se nota que te gusta ayudar a la gente. No todos pueden decir lo mismo.

Sobre todo teniendo en cuenta todos los perjuicios que había entre gyojins y humanos. Por ambas partes, en realidad. Pero también era bueno ver que se hacían esfuerzos por limar esas asperezas. En ese aspecto, estaba orgullosa de Octojin, aunque no se lo dijese.

Por lo que cuentas, es algo trabajoso, pero tienes un buen físico. — Le dió una palmadita suave en los músculos. ¡Benditos músculos! — Y, aunque sea cansado, si para ti es satisfactorio y te gusta, entonces tienes mi total apoyo y respeto. Siempre disfruta con lo que hagas.

Fue una sonrisa la que le regaló a Octojin. En una mezcla de orgullo por lo que estaba haciendo y de admiración también. Pero esa expresión se tornó a una de avergonzada sorpresa cuando, de repente, le dijo que tenía algo para ella. Para que se acordase siempre de él. Las mejillas de Asradi se colorearon ligeramente y ella desvió la mirada.

Me he acordado más de una vez de ti, que lo sepas... — Murmuró con un ligero halo de timidez, aunque sería perfectamente audible para su acompañante. — Pero... Gracias. Y no creo que sea una tontería. Para mi no lo es.

En ese momento, no dijo nada más, pero no era necesario. Estaba terriblemente halagada y no sabía muy bien que decir, sobre todo ante esa confesión. Sí era verdad que no solía tener pelos en la lengua durante la mayor parte del tiempo. Pero cuando se trataba de decir lo que sentía, de otra manera, le costaba a veces más. Por desgracia, solía ser bastante cerrada en cuanto a sus sentimientos para no terminar dañada de alguna manera. Por eso, durante eses segundos posteriores de silencio, lo único que hizo fue buscar la mano de Octojin y enredar ligeramente un par de dedos en los contrarios. En el más completo de los silencios.

Al menos, hasta que esta vez fue él quien se interesó por ella. Por lo que hacía. Por fortuna, había tenido tiempo de recuperarse de ese acceso de vergüenza repentino.

En medicina, sobre todo. — Le respondió, pues era también algo que el escualo había visto. — Vengo de una estirpe de curanderas y por ahora soy la última generación de ellas. — No le dijo que, simplemente, se había tenido que ir. O, más bien... Que había tenido que aceptar ciertas cosas para que los suyos estuviesen a salvo.

Asradi se mordisqueó un poco el labio inferior. El secreto que se ocultaba, impreso, en su espalda. No podía contárselo, no todavía. Sabía que, de alguna manera u otra, lo terminaría metiendo en un problema más gordo. Y Octojin no se merecía tal cosa.

De todas maneras, no estaba dispuesta a que ese día se arruinase, así que apartó tales funestos pensamientos de su cabeza.

Me gusta viajar para aprender cosas nuevas, conocer gente y costumbres de otras razas. Creo que eso sirve también para que no nos tengan tanto prejuicio por ser gyojins. Y no tenérselo nosotros a ellos. — No tanto, al menos, en cuanto a los humanos. — Me sirve también para aprender medicina de otros lugares, y poder mejorar.

Se silenció un par de segundos, como buscando las palabras correctas. Antes de sonreírle con sinceridad.

En realidad, me encantaría ayudar a la gente, en general. Aunque no sea mucho, poner mi propio granito de arena ante las injusticias que hay en el mundo. — No solo para los de su especie, sino para los verdaderos inocentes en general.
#19
Octojin
El terror blanco
Octojin se sentía relajado mientras caminaba junto a Asradi, aunque cada vez que la sirena le tocaba, especialmente cuando entrelazaba sus dedos con los suyos, su corazón se aceleraba y el calor subía a su rostro. ¡Maldita sea! ¿Por qué se sentía así? Era extraño para él, pero de alguna manera también lo encontraba agradable. Él se limitó a aceptar la mano de la pelinegra de una manera natural, intentando que fuese un gesto cada vez menos vergonzoso para él. La sonrisa y el tono juguetón de Asradi cuando hablaba de su pasado lo hacían sentir expuesto, y eso solo intensificaba el color rojizo en sus mejillas.

—Claro, claro, era una ventaja, sí... —respondió, intentando bromear y disimular su nerviosismo, aunque por dentro se sentía un poco vulnerable. Cuando ella mencionó que debió haber sido una monada, se rascó la nuca, desviando la mirada hacia otro lado y buscando qué palabras decir. Lo cierto es que no había sido una vida sencilla, y quizá no tenía recuerdos de cuando era aún más pequeño, donde sí que podría haber sido una monada. En cualquier caso, se limitó a cerrar la conversación con un tono algo menos cómico —. Bueno... digamos que destacaba un poco. Para bien y para mal —finalizó con una risa algo nerviosa.

Cada palabra de Asradi lo desconcertaba más. ¿Cómo podía hablar de sus logros con tanta admiración? La manera en la que lo miraba, con esos ojos azules profundos, era suficiente para que todo su mundo se redujera a ella. Cuando ella le miró directamente a los ojos, Octojin sintió como si se estuviera reflejando en su océano personal. Bajó la mirada, completamente cohibido. ¿Por qué le era tan difícil mantener la compostura? Aquella situación no hacía sino atormentarle más aún. Se encontraba totalmente confuso por aquello, y pensó que, quizá, debía reflexionar sobre cómo estaba gestionando aquella situación. Una tan bonita e inesperada que no podía asumir en su totalidad.

El tiburón trató de concentrarse en las preguntas de Asradi para calmarse. Al fin y al cabo, manteniendo la mente ocupada en ello, dejaría de cuestionarse sus acciones. Cuando mencionó su trabajo y lo reconoció, Octojin se sintió un poco más cómodo y logró recuperar algo de su aplomo, intentando que lo que iba a decir devolviese un tono blanquecino a su color de piel, que había pasado a un algo más rojizo.

—Sí... la carpintería es bastante laboriosa—respondió mientras se tocaba los músculos del brazo, medio bromeando—. Este culo no se hace solo, ¿eh? —añadió, intentando mostrarse menos tenso y expulsando una ligera carcajada. Pero en cuanto terminó la frase y soltó la carcajada, se quedó paralizado. ¿De verdad había dicho eso? Sintió que el calor volvía a subir por su rostro. Carraspeó, tratando de no dejar ver lo nervioso que realmente estaba—. Bueno... sí, son muchas sentadillas... y ejercicios de... de todo tipo, ya sabes. Uno tiene que cuidar su cuerpo porque nunca sabe cuándo una sirena va a aparecer en su vida y la va a tener que salvar —finalizó aquello último con una sonrisa y mirándola, dejando ver que él también era bromista.

El ambiente entre ambos se tornaba más ligero a medida que hablaban y caminaban por la isla, alejándose del bullicio principal. Finalmente, después de dar unas cuantas vueltas, llegaron a una playa natural. Era una zona menos concurrida y mucho más tranquila, con algunas personas dispersas a lo lejos. El lugar era perfecto; una pequeña playa con el mar tan cerca que casi parecía invitarles a sumergirse.

Octojin vio una fogata hecha con piedras, ya marcada en la arena. Al verla, su plan tomó forma. Volvió la mirada hacia Asradi y, con un gesto, le indicó que se prepararan para entrar al agua.

—Mira, hay una fogata ya preparada —dijo señalándola—. Si cazamos algo, podríamos asarlo aquí y cenar mientras vemos las estrellas. ¿Qué te parece? —Le guiñó un ojo, sintiéndose más confiado y ciertamente menos nervioso.

El gyojin se dirigiría hacia el agua, acompañando a la sirena. Octojin sintió el cambio inmediato en su cuerpo cuando sus pies tocaron la primera ola. Su instinto de cazador se activó. Le dedicó una última mirada a Asradi antes de sumergirse por completo, con la intención de ir un poco más profundo y explorar el lugar.

—Vamos más profundo, a ver si encontramos alguna presa —dijo justo antes de lanzarse al agua. La suave presión del océano a su alrededor le resultaba reconfortante, una sensación familiar y cálida que siempre lo hacía sentir en casa. Estaba listo para vivir esta pequeña aventura con Asradi, y esperaba que aquel momento tuviera un final perfecto.
#20
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