¿Sabías que…?
... existe una isla en el East Blue donde el Sherif es la ley.
[C-Pasado] La edad del pavo
Octojin
El terror blanco
Octojin se sintió ligeramente abrumado ante la intensidad de Airgid. Aunque había prometido "bajar las revoluciones", el tiburón sentía que la humana seguía siendo un torbellino incontrolable de energía. Quizá era la edad, o puede que simplemente su forma de ser fuese así. Era una chispa constante de preguntas y comentarios, gesticulando de manera tan exagerada que, pese a estar acostumbrado a un entorno diferente, no pudo evitar sentirse desbordado a todos los niveles. Sin embargo, la forma en que Airgid gesticulaba y explicaba sus ideas lo desarmaba un poco. No podía evitar que una gran sonrisa se le escapara al verla hablar con tanta pasión, especialmente cuando empezó a escenificar su idea de una moto voladora.

Aquellos sonidos, gestos y escenificaciones parecían ser sacados de un sketch de humor. Lo tenían todo realmente. Y lo mejor de todo es que situaban al oyente en el mismo sitio sitio en el que simulaba estar la humana —o eso creía el gyojin, ya que estar en la mente de Airgid debía ser sumamente complicado—. Aún así, no pudo evitar irse a su pasado con aquella improvisada obra montada por la joven.

—Me recuerdas mucho a un tipo que vivía en la Isla Gyojin —comentó mientras la veía mover las manos con entusiasmo—. Era un humorista que solía actuar en un sitio llamado "La Chocita del Pez Loro". Contaba monólogos y hacía reír a todos. Tú tienes ese mismo toque —añadió con una risa que resonó en todo el lugar. La carcajada del tiburón fue sincera y profunda, algo que pocas veces permitía salir, pero la intensidad y energía de Airgid lo hacían imposible de contener.

Asintió cuando la humana comentó lo de la moto, y sin dudarlo, le respondió que ambos oficios podían casar bien. Él, como carpintero, había trabajado en muchas cosas relacionadas con la construcción y la reparación de navíos, pero siempre había sentido curiosidad por los inventores y los ingenieros que trabajaban con metal y máquinas. Aquello le parecía mucho más complejo. Había que usar más el intelecto, hacer pruebas y ver cómo funcionaban, fallar muchas veces hasta acertar, y aquello le daba una pereza absoluta. Su trabajo era mucho más rutinario, quizá, pero siempre iba a lo seguro.

—Puede que tengamos una buena combinación aquí —comentó mientras la observaba—. Tú inventas y yo trabajo la madera, podríamos crear cosas interesantes.

Sin embargo, lo que lo dejó atónito fue cuando Airgid propuso una competencia de levantamiento de peso. La sonrisa de Octojin se congeló un segundo, y luego sus ojos se abrieron ampliamente en una expresión de sorpresa genuina. No esperaba que la humana, tan menuda y delgada en comparación con él, tuviera semejante confianza en sus capacidades. No pudo evitar soltar una carcajada, aunque esta vez de incredulidad. La ojeó varias veces de arriba a abajo, algo atónito, y esperando que realmente tuviese una inmensa fuerza y no simplemente un exceso de autoconfianza.

—¿De verdad crees que puedes ganarme en una competencia de fuerza? —le preguntó, aún con una sonrisa en el rostro, aunque con un toque de desafío.

Decidido a demostrarle que no hablaba en vano cuando decía que era capaz de levantar toneladas, Octojin caminó unos metros hasta un bidón gigante de metal que había visto desde su posición y se encontraba entre los montones de chatarra del Gray Terminal. El bidón, oxidado por el tiempo y visiblemente pesado, parecía un desafío considerable para cualquier humano, pero no para Octojin. Parecía haber sido un contenedor de gasolina o cualquier otro líquido infamable, ya que aunque estaba oxidado, se veían varios símbolos de peligro por material inflamable.

Flexionando sus rodillas, el escualo se colocó en posición para levantarlo y, con un potente impulso y un leve esfuerzo, lo alzó con una sentadilla perfecta, manteniéndolo sobre sus hombros por unos segundos antes de dejarlo caer con suavidad. Esos segundos le valieron para hacerse a una idea de lo que el bidón pesaba.

—Vamos, tu turno —le dijo mientras señalaba el bidón, con un tono desafiante pero sin perder el humor. No sabía qué esperar de Airgid, pero la competencia le parecía entretenida—. Eso debe pesar entre trescientos y seiscientos kilos, está bien para ir calentando.

Airgid, con esa energía inagotable, parecía más que dispuesta a intentarlo, y Octojin la observaba con curiosidad. El tiburón, aunque imponente, empezaba a sentir algo más que respeto por esa humana tan decidida y llena de pasión. Le estaba despertando un lado de ternura que habría dado por imposible cuando la conoció. Puede que después de todo no fuese tan sencillo ganarle.

Y con una sonrisa en los labios, se preparó para ver el intento de su nueva compañera en esa inusual competencia, a la par que ojeaba el lugar para ver si había algo más pesado que aquél bidón en los alrededores. Si la humana levantaba aquél bidón... ¿Cuál sería el siguiente intento?
#11
Airgid Vanaidiam
Metalhead
La comparación que hizo Octojin la pilló por sorpresa, dijo que le recordaba a un tipo de la isla Gyojin que hacía monólogos y que, al parecer, debía ser bastante gracioso, porque dijo que hacía reír a todo el mundo. La risa del tiburón al recordar aquel humorista fue potente, acompañando su apariencia, pero también agradable. La rubia la acompañó con una risa un poco más leve, como de cierta vergüenza. Puede que otra persona no se lo tomara así, pero para ella acababa de lanzarle un halago muy bueno, además. Y Airgid no llevaba bien eso de aceptar los halagos, siempre se quedaba un poco cortada sin saber bien qué decir o cómo reaccionar. — Me... me lo apuntaré, quizás algún día pueda ir. — Le respondió al final, saliendo del paso un poco e intentando que no se notase su repentino cambio de actitud. Una que no tardó en relajarse cuando su acuático compañero hizo la misma observación que ella acerca de sus profesiones. Puede que al final acabaran siendo más parecidos de lo que parecía en un primer momento. La carpintería era un oficio que respetaba, aunque le pareciera un poco aburrido -sin ofender, claro-, aún así le gustaba. Ella misma tenía un amigo que es como si fuera su hermano, que se dedicaba a ello, gracias a él Airgid tenía un techito sobre el que poder dormir. Y la madera siempre quedaba mejor con una placa de metal reforzándola. Se mordió ligeramente la lengua al escuchar sus palabras, imaginándose la gran cantidad de combinaciones que podrían hacer. — Me gustaría. Aunque trabajá en equipo siempre é un reto, y encima los dó tenemo la mecha má corta que un deo chico. — Soltó una risilla. — Seguro que acabamo diciéndono de tó. Pero eso sería divertío, también. — Al final ella estaba acostumbrada a trabajar sola, él seguramente también por lo que había visto, y ya hemos visto lo fácil que salta la chispa. Pero también lo fácil que se apacigua. Desde luego, verles trabajar mano a mano en un mismo proyecto sería todo un espectáculo.

Airgid notó el interés en la voz de Octojin cuando preguntó acerca de esa competición de fuerza. La rubia correspondió su sonrisa con una muy parecida. — ¿Quién sabe? No me subetime, nene. — Le guiñó un ojo, antes de que el tiburón se levantase de su lado y buscara algo lo suficientemente pesado como para levantarlo. Airgid le observó con curiosidad, mordiéndose suavemente una uña, como con cierta impaciencia o inquietud. Estaba deseando ver qué demostración le hacía. Cualquiera podría pensar que Airgid estaba loca, retando a un tipo así a una competición de ese tipo. No era tonta, sabía que perdería contra alguien como él, pero eso no lo haría menos divertido. Últimamente la rubia estaba planteándose tomarse su forma física más en serio, de hecho, ya había empezado a entrenar más intensamente, interesándose en conseguir un aspecto más... musculoso, no tan flaco. Quería sentirse más fuerte, más poderosa, no depender únicamente de su puntería y su pistola. Quería saber defenderse cuando los matones intentasen darle una paliza.

Finalmente, el tiburón decidió que era buena idea tratar de levantar un enorme bidón con pinta de peligroso. Lo bueno es que ya estaba vacío, lo malo es que se veía pesadísimo, oxidado y en definitiva, imposible para ella. El tío, por su parte, lo levantó mientras le dedicaba una sentadilla, sosteniéndolo unos segundos sobre sus hombros antes de dejarlo caer con suavidad de nuevo en el suelo. ¿Seiscientos kilos? ¿Perdón? Sí, era claramente un reto imposible para ella. Pero no iba a dejar que eso la intimidase. Con una sonrisilla confiada se levantó de su asiento y se acercó a Octojin. — Se supone que tenía que elegí algo un poquito menos pesao y luego ir aumentando, ¿sabe? ¡Pero vale, vale! No me voy a achantá. Sújetame esto. — Le dejó su cinturón de herramientas y su pistola, lo llevaba a la cintura pero sabía que le incordiaría durante su intento. Tomándose su propio tiempo para prepararse, tomó una de las gomas de su muñeca y se hizo una coleta alta para apartarse los mechones de la cara. Luego tomó otra y le hizo un nudo a su holgada camiseta, recogiéndola para que quedase a modo de top. La zona de su abdomen quedó ahora al descubierto, mostrando la ligera sombra de unos abdominales que aún estaban luchando por marcarse. Ahora sí, estaba preparada. Lista para perder, ¿a la primera? Airgid no temía al fracaso ni a quedar en ridículo, le ocurría muchas veces, sabía que la verdadera pérdida era no intentarlo siquiera.

Imitando el mismo gesto que había hecho Octojin, flexionó las rodillas, realizando una sentadilla. Tomó aire un par de veces, tratando de concentrarse, y posando las manos en el bidón. Vale, es fácil, Airgid, solo tienes que tirar con todas tus fuerzas, como si te fuera la vida en ello. Una... dos... ¡y tres! La rubia puso todo su empeño, todo su ímpetu en tratar de levantar aquel bidón. No, en el primer intento no lo conseguiría. Pero eso no le hizo perder la esperanza. Tomó aire de nuevo y lo volvió a intentar una vez más, siendo el segundo intento, ya sabía más o menos a cuánto peso se estaba enfrentando. Una burrada, sí, pero... De nuevo, puso todas sus ganas, tiró y tiró, poniendo una cara de frustración al ver que pasaban los segundos y no era capaz. Tenía ganas de liarse a decirle barbaridades al puto bidón, pero eso solo le haría perder aire, algo que necesitaba. Dio un último impulso antes de rendirse, y entonces ocurrió. Pudo separarlo unos centímetros del suelo. Sujetarlo en el aire, a ras de la basura, pero en el aire al fin y al cabo. Con una nueva sonrisa en la cara, intentó levantarlo aún más. Pero eso ya era pedir demasiado, el bidón cedió y Airgid casi se deja los dedos al dejar el objeto de forma brusca en el suelo.

No se sentía los brazos, tenía ganas de tumbarse y quedarse dormidita, pero no, tenía que celebrarlo, coño. Vale, puede que no hubiera ganado, pero... había conseguido mucho más de lo que se había imaginado. — ¡Lo hice! ¡Lo has visto, eh! ¡Lo he levantao! — Dio un par de saltitos hacia Octojin, pero estaba tan cansada que le temblaron las piernas y acabó cayéndose contra él. La rubia no le dio importancia, de hecho, empezó a descojonarse ante su propia torpeza y estupidez. — Taba claro que no iba a ganá. Pero ha sío divertío. — Continuó riéndose, con los músculos tan agotados que era como si estuviera borracha.
#12
Octojin
El terror blanco
El levantamiento del bidón había salido bien, y su cuerpo reaccionó perfectamente, así que simplemente le cedió el turno a la humana. Hizo un par de intercambios de mirada entre la humana y el bidón y se preguntó si realmente sería capaz de levantarlo. La humana parecía bastante menuda, la verdad, aunque por alguna razón, el tiburón sintió que la podía sorprender.

Las palabras de Airgid lo sorprendieron, tornando su semblante algo confuso. ¿Acaso era cierto que había empezado muy fuerte? ¡Aquello solo había sido un calentamiento para él! Octojin la observó detenidamente mientras se preparaba. No cabía ninguna duda en que se lo tomaba muy en serio, más de lo que el habitante del mar se hubiese esperado, desde luego. Incluso pensó que podía ser peligroso que fuese tan tozuda y se lo tomase con tanta pasión. Al ver cómo se preparaba, el gyojin no pudo evitar esbozar una sonrisa. Le recordó a sus comienzos, cuando los gyojins de su isla natal hacían levantamientos de pesas y él, siendo un niño, apenas podía con una décima parte que los mayores y se sentía continuamente decepcionado.

Aunque en aquella ocasión, si por alguna razón la humana no lo conseguía, no se reiría de ella, como sí hicieron sus iguales con él. Quizá aquello fuese el principio de alguno de los muchos traumas que el escualo tenía, aunque bueno, él no era muy consciente de ello y era más cómodo para él culpar a esos estúpidos humanos de todo. Y no solo más fácil, sino más cómodo también. ¿Habría gyojins psicólogos especializados en traumas de la niñez? La verdad es que no conocía ninguno, y seguramente por su tozudez no fuese nunca a visitarlo, pero... Bueno, podría ser una opción.

En cualquier caso, la humana parecía decidida a superar su pelea con el bidón oxidado. Tras un par de intentos fallidos, Octojin la observó luchar con su metálico rival. Vio cómo tensaba todos los músculos de su cuerpo, esforzándose al máximo. Cuando finalmente logró levantarlo unos centímetros del suelo, el tiburón no pudo evitar sonreír y sentir un genuino orgullo por ella. Lo había conseguido, aunque fuese un palmo, lo había hecho.

—¡Eso es! —le dijo mientras le chocaba la mano— ¡Buen trabajo!

Airgid cayó contra él, claramente agotada, y comenzó a reírse. Octojin se unió a la risa, contagiado por su entusiasmo y determinación a la par que le tendía la mano para levantarla.

—Te he visto, lo levantaste —afirmó con una sonrisa en el rostro—. Aunque... si quieres, la próxima vez puedo darte un par de consejos para que te cueste menos, pero será mejor dejarlo para otro día. Parece que hoy te has quedado sin energías. Has tirado mucho de la espalda... Que no te sorprenda que mañana te duela. Pero creo que tu alegría será mayor, ¿verdad?

Observando cómo le temblaban las piernas, supo que el esfuerzo había sido grande para ella. Airgid realmente se lo había tomado en serio, y había tenido su ansiada recompensa. El escualo había pensado en ponerse al otro lado y ayudarla un poco si no lo conseguía. Al fin y al cabo, solo hubiera sido una pequeña ayuda que podría tomar como una futura motivación. Pero afortunadamente, no había sido necesario.

—¿Qué te parece si vamos a comer algo? Seguro que con este esfuerzo te ha entrado hambre, ¿no? Invito yo, que te mereces el premio—dijo mientras le devolvía su cinturón de herramientas y la pistola.

Airgid era un espécimen bastante curioso para el tiburón. Nunca se había topado con un humano que se acercase a ella. No solo por su carácter y energía desbordante, sino también por la forma en que se tomaba todo como un reto personal. Eso era algo que el tiburón respetaba profundamente, y que no podía evitar que le llamase bastante la atención.

Con una sonrisa en la cara, el gyojin esperó que la humana le recomendase un sitio de la zona. Aunque a juzgar por donde estaban, no sabía si habría algo parecido a un restaurante. Y, de haberlo, desconfiaba de su calidad. Pero lo importante no era la comida en sí. El gyojin estaba expectante por qué le deleitaría la humana en aquella situación. Aunque... ¿Por qué no sorprenderla a ella?

El tiburón pensó que podía estar gracioso... Sí, seguro que se lo tomaba bien. Con un —quizá demasiado brusco— movimiento, el escualo cogió con la mano izquierda el brazo de la humana y con la derecha su pierna, y la alzó para ponérsela a la altura de los hombros, portándola allí con la intención de que no se cansara más. Al fin y al cabo, con las piernas temblorosas que llevaba, no descartaba que de camino a sabe dios qué taberna se cayese un par de veces más.

—Aquí irás mejor —comentó a la par que daba un par de ligeros saltos, colocando el cuerpo de la humana donde menos daño le hacía su posición —. ¿Qué tal se ve el mundo desde esa altura? —Finalizó, esperando ver si la humana se sentía bien desde allí. Aunque quizá debería haber preguntado antes... Puede que tuviese pánico a las alturas. O quizá no le gustara que la llevasen así. Pero bueno, de haber preguntado seguro que no hubiera sido tan divertido.
#13
Airgid Vanaidiam
Metalhead
Aunque Airgid solo fue capaz de sostener ese bidón unos pocos segundos antes de dejarlo caer estrepitosamente, estaba tremendamente orgullosa de su propio logro, tanto que acabó tirándose encima del tiburón con toda la confianza del mundo, extasiada por toda la energía que acababa de liberar, todas las endorfinas. Lo que no se esperó es que Octojin reaccionara de forma tan positiva. Le hacía un tío mucho más... serio. Y verle reaccionar de esa manera, chocándole la mano y acompañando su carcajada la desencajó durante un instante, antes de alargar aún más su sonrisa. Estaba claro que no había que fiarse para nada del envoltorio, que había que abrir el libro para poder juzgarlo. Octojin había resultado ser una sorpresa más que agradable para ella.

El gyojin se ofreció con toda la amabilidad del mundo a darle unos cuantos consejos con los que poder mejorar, sobre todo en la cuestión de la técnica. También le avisó de que al parecer, había tirado demasiado de la espalda y que eso haría que mañana le doliera horrores, pero como bien había anticipado, eso no le importaba mucho a la rubia. — ¡Del tirón! Me ha dolío un coño, pero ha sío gratificante de la hostia, agradecería mucho unos consejos tuyos, la verdá. — Si ya tenía dentro suya un pequeño gusanillo de curiosidad y ganas por mejorar su forma física, aquel reto no había hecho más que alimentarlo, que volverlo más grande y gordo. — Así que la espalda, ¿eh? — Seguía agarrada a él como una lapilla, temiendo que si se soltara fuera a caerse de cara contra el suelo. — A mi me duele más el culo. — Confesó con total naturalidad, madre mía, esa sentadilla la recordaría durante mucho tiempo.

Habría reaccionado con mucho más impetú a su idea de ir a comer algo si no fuera porque estaba realmente agotada. En su lugar, levantó en el aire el brazo derecho, como proclamando su victoria. — ¡COMIDA, COMIDA! ¡VAMOS, VAMOS! — No hacía falta mucho para convencer a Airgid de ir a tomar algo. Incluso le sonó un poco la tripa al escuchar la oferta de su nuevo amigo, y es que la rubia a pesar de su delgadita figura comía como un hipopótamo. Pocas cosas había en la vida que disfrutara más que una buena comida acompañada de su coca colita, sobre todo cuando ella no pagaba... la verdad es que le daba vergüenza admitirlo y que la invitaran, pero no tenía un puto duro. Toda su vida se había movido en la pobreza, sobreviviendo a base de robar en los puestos del pueblo y cazar alguna ardilla o conejo en el bosque. Nunca había sido fan del capitalismo, o quizás es que se sentía tan rechazada por el sistema que ella misma había acabado rechazándolo también. Una época verdaderamente anarquista, se podría decir.

Tomó su cinturón de herramientas, atándoselo de nuevo alrededor de la cintura y la pistola, colocándola peligrosamente en el interior de los shorts, contra su piel. Alguna vez se le había disparado sin querer y no se había hecho polvo a sí misma de milagro, pero la seguía guardando ahí porque solía pecar de confiada. — Vale, a vé, una taberna... — La chica se quedó pensativa unos segundos, intentando hacer memoria de algún lugar donde poder comer y que quedase relativamente cerca. Sí o sí tendrían que salir del vertedero para encontrar algo, pero no estaban demasiado lejos del distrito industrial. No era el sitio más lujoso ni limpio del mundo, ni el sitio al que llevarías a alguien a comer, pero era zona obrera y los locales de allí solían ser baratos. Seguro que alguna de esas tabernas serviría. Pero antes de que fuera capaz de decir nada, el tiburón la sorprendió con un movimiento repentinamente brusco. La tomó con una mano por el brazo y con la otra por el muslo y la alzó, como si fuera una mera muñequita, colocándola y sentándola sobre sus hombros. La rubia no se esperó eso para nada, por lo que soltó un pequeño gritito al notar cómo era levantada cual damisela en apuros. Al alcanzar lo que sería su nuevo asiento, se quedó unos segundos completamente callada, como cortada. La verdad es que aquella descarada y pícara muchacha acababa de ser desarmada con un gesto tan simple. Se le pusieron las mejillas rojas y debido a los nervios, se mordió la lengua con una fuerza inusual. Ni siquiera entendía porqué había reaccionado así. Lo cierto es que la rubia no estaba nada acostumbrada a que la gente la tratara con ese... ¿cuidado? Preocupándose por si no tenía suficiente fuerza como para avanzar con normalidad. Los colegas con los que convivía la trataban como ella quería que la tratasen: con dureza, sin concesiones, que no sintieran piedad de ella ni la hicieran sentir menos fuerte por el hecho de ser una chica con menos aguante que los chicos con los que se rodeaba. Estaba acostumbrada a ser un "tío" más dentro del grupo, los hombres con los que se relacionaba ni si quiera la veían como una mujer, sino como un colega más. Y lo más seguro es que Octojin ni si quiera fuera consciente de estar provocando esa extraña sensación en ella, al fin y al cabo, había sido una tontería. El resumen de todo esto es fácil: Airgid estaba en una edad mú mala, donde cualquier gesto por parte del género contrario te hacía pensar cosas como: "¿Es que le gusto? ¿Por qué me trata así sino? ¿O es que se piensa que soy una cría?", aunque en realidad no se tratara de nada de eso, sino solo ocurrencias provocadas por una joven adolescente que nunca había se había sentido interesante ante la mirada masculina. Definitivamente, la edad del pavo.

La amalgama de sentimientos ocasionaron en ella un leve cabreo. — No soy inválida, ¿sabe? Ni soy una cría, ni una debilucha como pa que me cargue así. — Su tono era más juguetón que realmente enfadado, pero enseguida, después de pronunciar aquellas palabras, se arrepintió. — ... Pero... gracias, sí, estoy mejor. — Aceptó finalmente, con la boca pequeñita y más en un susurro que otra cosa, dejándose cargar. Lo agradecía sinceramente, a pesar de su cansancio estaba acostumbrada a aguantar, a no quejarse y continuar. Puede que hubiera ido más lenta, pero habría llegado a su objetivo. Pero era agradable no tener que cargar con todo, a veces. Su pregunta le hizo sonreír, olvidándose de aquel sentimiento de vergüenza que empezaba a disiparse cada vez más. — Ojalá yo fuera así de alta. — Respondió observando a su alrededor desde su privilegiada posición. Las vistas no es que fueran las más bonitas del mundo, montañas y montañas de basura por todos lados. Pero también fue capaz de vez el inicio del distrito industrial, donde segundos atrás había pensado que podría ser un buen sitio donde buscar una taberna. La rubia señaló la dirección con la zurda. — ¡Allí! Eso e el distrito industriá, no es mu fisno y seguro que la cocina que tienen está llena de aceite, pero habrá tabernas fijo, llenas de trabajadore borrachos de alcohol barato y hamburguesas del tamaño de tu cabeza. — Soltó una risilla y de nuevo le rugió la tripa al pensar en comida. Como bien había anunciado, no sería comida propia de un restaurante cinco estrellas, pero a veces el sitio más ruinoso y barato de la ciudad era el que acababa teniendo la hamburguesa más rica. A veces, el mundo era un sitio maravilloso y podías encontrar pequeñas joyas en los lugares más inesperados. — Oye, Octimus. — Acababa de ponerle aquel mote, y no iba a bajarse de esa burra pronto. Por otro lado, el viaje les tomaría un ratito, así que tenían tiempo para charlar. Tomó un mechón dorado de su coleta y empezó a jugar con él, más cómoda. — No te quiero agobiá, sé que a vece hago demasiá pregunta del tirón, ¿pero te puedo hace una cuanta de camino? — Esbozó una sonrisilla ligeramente... malévola. ¿Qué se tramaba? Nada malo, en realidad, se había tomado la molestia de preguntar incluso, pero es que la curiosidad de Airgid no se saciaba fácilmente.
#14
Octojin
El terror blanco
Octojin sintió el malestar en el tono de Airgid cuando la levantó y se se la puso en los hombros. Lo cierto es que él mismo había notado que quizá había sido demasiado brusco, aunque la queja de la humana no iba ciertamente por ahí. Realmente era una queja en general, no tanto por el movimiento sino por lo que éste significaba, que parecía ponerla en una posición de debilidad que no le gustaba nada a la rubia. Aunque pronto le agradeció, eso sí, empleando un tono mucho más bajo. Aquello le hizo ver de nuevo lo orgullosa que era. Y, realmente, aquello le hizo sonreír internamente; la humana tenía una fortaleza y determinación que él encontraba fascinante y que había formado parte de su vida durante mucho tiempo. No queriendo que se sintiera incómoda, giró un poco sobre sí mismo mientras caminaba a una velocidad tranquila, para que ella pudiera ver mejor lo que había a su alrededor desde su altura, con el fin de localizar una salida cercana o una taberna donde refrescarse.

Mientras giraba, vio cómo ella señalaba una dirección, indicando el distrito industrial. La salida no parecía lejana, pero tardarían unos minutos en llegar, eso sin duda.

—Me parece bien, eso suena a una buena zona —dijo con una risa grave —.Tabernas de batalla, ¿eh? Cuanto más grasienta esté la puerta al entrar, mejor es la comida que sirven. Seguro encontramos algo decente. Aún recuerdo la última a la que fui. Al entrar el suelo estaba pegajoso, tanto que caminar era un reto. Parecían arenas movedizas, de verdad. El cocinero tenía las uñas amarillas y bastante largas, y el pelo super grasiento y sucio. Fueron las mejores albóndigas que probé en mi vida.

Aquello era una trola como una catedral. No había existido ese sitio, o al menos no había sido visitado por el gyojin. Sí que había usado distintas vivencias de varios sitios de mala muerte que había visitado y las había unido en una. Como coger lo peor de cada taberna que había visitado. Pero intentó indagar si la humana era tan escrupulosa como orgullosa. Había notado cómo su tripa crujía cada vez que hablaban de comida... ¿Lo haría también en aquella ocasión? ¿O tendría sus limites?

Con paso firme, Octojin se dirigió hacia la zona señalada. Mientras caminaban, observaba con atención su entorno. La multitud de metales y restos de basura hacían que el paisaje perdiese un poco de belleza. Pero el tiburón seguía viendo algo interesante en él. Cada vez que veía algún trozo de metal con potencial para ser usado por la rubia le daba un par de golpecitos con la palma de la mano a la altura de la espinilla. Si bien no tenía ni idea de cómo trabajaría la humana, le parecía divertido llamar su atención e interesarse por su trabajo. Seguro que al tercer o cuarto golpe la humana ya estaba hasta las narices, pero él siguió ahí, indagando con esos golpecitos. El peaje de ejercer de taxi, supongo.

Entonces, la chica pidió permiso para continuar haciendo más preguntas, algo que sin duda le sacó una gran sonrisa al tiburón, que se contuvo la risa. Y encima le había bautizado como Octimus. ¿A qué vendría el el mote? ¿Quizá sería una mezcla entre su nombre y zumo? Había visto esos carteles de un tipo bastante musculoso que defendía a su primo y, aparentemente, estaba tan fuerte por beber un zumo. ¿O sería una mezcla entre su nombre y la palabra humus? Aquello tampoco tenía mucho sentido, pero viniendo de la humana cualquier cosa podía ser.

En cualquier caso, toda esa sucesión de hechos le pareció bastante graciosa. Hacía unos minutos había lanzado una batería de preguntas que por poco le tiran al suelo, y ahora preguntaba si podía hacer alguna. El escualo dejó pasar un par de segundos, y tras ello se decidió a responder. Lo cierto es que le gustaban las preguntas de la humana. Lanzaba todo sin tapujos, y a veces aquello hacía pensar en cosas que generalmente el habitante del mar no le daba importancia. O algunas que creía olvidadas. En cualquier caso, no estaba de más pensar y reflexionar sobre ciertos temas de vez en cuando. Abrir los ojos ante lo que venía, y aprovecharía la inquietud de la rubia para ello.

—Claro que puedes preguntar —le dijo, con un tono sereno—. No te preocupes por agobiarme. Pero piensa antes las preguntas, lánzalas de dos en dos, o como mucho tres del tirón, porque sino se quedarán en el aire. Soy todo oídos. Aunque... Antes de tus preguntas, iré yo con una —dijo aquello último con cierto recochineo, intentando picarla de nuevo—. Dime, Airgid, ¿sueles ir mucho al distrito industrial?

Lo cierto es que se estaban acercando ya. El distrito industrial tenía un aire rudo y un tanto abandonado. Grandes edificios de ladrillo, muchas veces cubiertos de hollín y suciedad, se alzaban alrededor, con chimeneas de metal expulsando nubes de humo gris que se alzaban hacia el cielo. El ruido de máquinas y martillos resonaba a lo lejos, y el olor del aceite y del hierro le recordaba a los muelles, aunque con un toque más urbano. Por el camino se cruzaron con trabajadores que, al ver al tiburón llevando a la humana en sus hombros, alzaban una ceja y continuaban con lo suyo, demasiado acostumbrados a la variedad de personajes que pasaban por allí, se imaginó el gyojin. Aunque bien visto, debía ser una estampa curiosa, cuanto menos.

Mientras recorrían las calles empedradas, Octojin se perdió en sus pensamientos. Pensaba en las particularidades de la joven, en la curiosidad con la que lo miraba y la energía que irradiaba. Suspiró levemente. Había algo en ella que le intriga demasiado. Era joven, ruidosa, y un poco testaruda, pero también tenía una autenticidad que le agradaba. Un cóctel difícil de digerir, ciertamente, y que lo más normal es que no gustase al tiburón, pero por alguna razón, le llamaba la atención.
#15
Airgid Vanaidiam
Metalhead
Asumiendo a regañadientes su nuevo papel como mujer desvalida que necesitaba de ayuda para poder moverse, Airgid se acomodó en los hombros del tiburón, tratando de centrarse más en la conversación y en las chulísimas vistas que tenía desde ahí en lugar de lo negativo. Las montañas de chatarra tenían algo extrañamente encantador. Airgid se sentía como en casa, podría refugiarse casi en cualquier lugar, encontrar materiales y herramientas útiles en cada esquina... y estaba lleno de maleantes. Un día más en su alborotada vida. Lo cierto es que la adolescente no parecía temerle a nada, y muchas veces era difícil distinguir sobre si se debía a su coraje o a su estupidez. Cualquier otra persona que se hubiera encontrado a aquel enorme tiburón sentado sobre placas de metal habría decidido dar media vuelta y rezar porque éste no le increpara de alguna manera. Pero Airgid no, ella se había acercado a él y con todo su morro le recriminó una completa tontería. Había sido una gilipollez, sí, pero si no lo hubiera hecho no le habría conocido en absoluto y se habría perdido un momento muy divertido con esa competición de peso. En definitiva, que Airgid era una chavala que se dejaba llevar mucho por las corazonadas y los impulsos repentinos, era una de esas personas que prefería arrepentirse por haber hecho algo y haberla cagado, que por no haber hecho absolutamente nada y aburrirse. Los problemas también eran divertidos, y una fuente de conocimiento y sabiduría.

La incomodidad no tardó mucho en desaparecer, al final el tiburón se había mostrado tremendamente amable con ella. Es decir, si hubiera querido hacerle algo, ya había tenido oportunidades de sobra para hacerlo, sobre todo con lo débil que se encontraba después de levantar ese bidón. Confiaba en sus intenciones, al menos un poquito, de momento. La rubia escuchó su historia con atención, los ojos bien abiertos, completamente ajena al hecho de que le estaba colando una mentira como una catedral. No es que Airgid fuera excesivamente ingenua, pero joder, tampoco había ninguna señal de mentira en lo que le estaba contando, así que simplemente se lo creyó sin problema alguno. Peores cosas habían pasado, o más estrafalarias al menos. La rubia se echó una buena carcajada al escuchar el desenlace de tal descripción del infierno. — ¡Entonces mereció la pena! — Soltó sin inmutarse demasiado por lo asqueroso que había pintado la escena. Es decir, si la comida estaba buena, ¿qué mas daba que el tío tuviera el pelo grasiento y las uñas amarillas? Estaba rico y punto. Y el apetito de Airgid hacía ascos a poquitas cosas, es lo que pasaba cuando habías llevado años viviendo con lo mínimo. — Ahora quiero albóndigas... ¿existirá la hamburguesa de albóndigas? — Se le hacía la boca agua solo de pensar en aquella posibilidad. No estaba segura del todo, pero tenía claro que las hamburguesas eran unas de sus comidas favoritas del mundo mundial. Por un momento recordó "El Desván", una hamburguesería barata, un poco sucia, con un cocinero completamente desagradable que a pesar de odiar a los "vagabundos" como la llamaba a ella, siempre le acababa guardando una hamburguesa antes de cerrar el negocio a la una de la mañana. Un buen tío.

Durante el camino, el tiburón se dedicó a ir dándole golpecitos en la pierna a la rubia para indicarle que había visto un buen trozo de metal, en buenas condiciones. A Airgid le hacía gracia que demostrara aquel genuino interés por sus intereses, era incluso un poco adorable. Aquel lugar le encantaba también por eso, había potencial por todos lados, era prácticamente tener una mina de materia prima de forma gratuita. Vale que había que rebuscar un poquito, que apartar los trozos oxidados, pero por lo general... no estaba nada mal. La rubia hizo caso a cada una de sus indicaciones con entusiasmo. — Es como el cielo de lo ingeniero. — Se echó una risilla, sin molestarse en ningún momento por la insistencia de Octojin, qué va.

Pero sin duda, lo más importante era que había accedido a aquel tercer grado que Airgid planeaba hacerle. Su sonrisilla maliciosa se ensanchó un pelín más al tiempo que su mirada se afilaba. Aunque sí, le advirtió de que no fuera tan... efusiva de nuevo, de que no soltara veinticinco preguntas a la vez porque alguna se acabaría quedando olvidada en el tintero. Vale, vale, eso podía hacerlo. Solo tenía que no ser ansiosa, que recordar que no es como si fueran las últimas preguntas que podría hacerle en toda la noche. Aún quedaba tiempo por delante, ¿por qué no disfrutarlo de una forma más calmada? Iba en contra de todos sus instintos, pero bueno, una tendría que esforzarse un poco. Estuvo a punto de abrir la boca, cuando Octojin puso una pega más. Dijo que primero quería hacerle él una pregunta. Y lo hizo con cierto recochineo, Airgid lo notó claramente. Le sacó la lengua con una expresión molesta, aunque no iba en serio, claramente. No le importaba responderle, pero que la dejaran con la palabra en la boca, encima a propósito, le chinchaba irremediablemente. — ¡No! — Respondió, escueta y enérgica. Aunque decidió profundizar un poco, sino él también podría pagárselo con la misma moneda y responder a sus preguntas a medias. — He llegao a Dawn hace poco, así que no he estao mucho en ningún lao. Bueno, sí, se podría decí que en ese distrito es donde má he estao, pero que tampoco ha sío mucho, ¿sabe? Lo conozco un pelíiiin solo. Pero ya sé que e de mis sitio favorito. La otra parte de la ciudá es... demasiao pija, no sé, creo que me miran peor ahí que entre la gente de aquí, fíjate. — No había dicho ninguna mentira, sus puras impresiones y la realidad que había vivido.

Finalmente llegaron al distrito mencionado. No sería difícil encontrar una taberna donde ofrecieran algo de comer, había muchas fábricas pero también, por pura necesidad, había buenos lugares donde descansar después de la jornada. Además, las fábricas ya habían cerrado en su mayoría, así que los lugares que quedaban con algo de iluminación eran todo bares y restaurantes de confusa calidad. — Elige tú el sitio, al fin y al cabo vas a pagar... — Ahora le tocaba a ella recochinearse un poquito, guiñando un ojo de forma más encantadora que otra cosa. Le sabía un poco mal, pero ahora no estaba el ambiente como para sacar esa conversación. En su lugar, prefirió volver al tema de las preguntas, antes de que Octojin la dejara a medias. — ¡Me toca! — Anunció con entusiasmo. — ¿Cuántos años tienes? ¿Cómo é eso de que cazas maleantes? ¿Eres poli? No tienes pinta de poli. — La gente les miraba de forma extraña, pero qué más da.
#16
Octojin
El terror blanco
Octojin avanzaba con paso firme por el vertedero, llevando a la humana sobre sus hombros. Aunque al principio la situación le había hecho sentir algo incómodo, notó cómo Airgid iba relajándose, dejándose llevar por el ambiente y la conversación. Le hacía gracia que, a pesar de su apariencia despreocupada y actitud descarada, la humana tenía una chispa de vida y curiosidad que era difícil de ignorar.

El tiburón sonrió, mostrando sus afilados dientes, al escuchar la carcajada de la joven cuando le contó su historia sobre la taberna más "interesante" que había encontrado por allí. Le encantaba cómo Airgid se lo tomaba todo tan a la ligera, incluso cuando describía a un cocinero sucio y desagradable, con uñas amarillas, mientras seguía entusiasmada por la idea de una buena comida. La comida, después de todo, era comida. ¿Qué más daría si te la sirve una bella dama que un tipo sacado del mismísimo inframundo?

—¡Claro que mereció la pena! —contestó Octojin con una sonrisa— En estos sitios, cuanto más "auténticos" son, mejor sabe la comida. Aunque... una hamburguesa de albóndigas suena a una locura. Pero una locura que no me importaría probar.

Lo cierto es que le había entrado hambre hablando de comida, y su apetito no se saciaba demasiado fácil. Mientras seguían caminando, Octojin no podía evitar continuar señalándole cada trozo de metal que encontraba en buenas condiciones. Notaba la emoción de Airgid, su entusiasmo cada vez que él le indicaba un pedazo interesante. Era como estar en un mercado al aire libre, pero rodeados de montañas de chatarra. Al verla disfrutar, sintió una especie de satisfacción; le agradaba poder compartir esos pequeños detalles con alguien que los valorara.

—Esto es como un paraíso para ti, ¿eh? —dijo, riendo mientras seguía caminando. No le molestaba la cantidad de veces que señalaba algo, más bien disfrutaba viendo cómo sus ojos brillaban al encontrar algo nuevo.

Cuando Airgid se preparó para hacer su "interrogatorio", Octojin la miró de reojo y soltó una risa suave al ver su expresión maliciosa. Parecía tan emocionada por hacer preguntas que esta vez evitó interrumpirla y volver a colarse, aunque francamente era su idea inicial.

Escuchó con atención cuando ella habló de sus impresiones sobre Dawn. Su relato le sonaba familiar: la atracción por las zonas menos refinadas y más auténticas, lejos de los lugares que solo se preocupaban por las apariencias. Aquél era su mundo, y parecía que el de la rubia también.

—Te entiendo —contestó—. La otra parte de la ciudad puede ser demasiado... estirada. Aquí, al menos, la gente es más... real, aunque no siempre sea fácil de tratar.

Finalmente, llegaron al distrito industrial. Las fábricas ya estaban cerradas, y las calles estaban iluminadas por los locales que aún permanecían abiertos: tabernas y restaurantes de aspecto un tanto dudoso, ideales para el tipo de experiencia que Airgid parecía buscar. El tiburón escuchó cómo le dejaba a él la elección, sabiendo que tendría que pagar. No pudo evitar reírse entre dientes.

—Vaya, así que soy el que paga, ¿eh? Bueno, está bien. Yo elijo entonces —dijo, buscando con la mirada un sitio que prometiera una comida abundante, sin importar la apariencia.

Antes de que pudiera decidirse, Airgid lanzó su batería de preguntas con la misma energía que la caracterizaba. Octojin sacudió la cabeza, divertido por la insistencia y la velocidad con la que disparaba las preguntas.

—¿Cuántos años tengo? —repitió, pensando—. Veintidós. Y no, no soy un poli —añadió con una ligera risa—. Digamos que... me encargo de aquellos que se pasan de la raya. Sí, soy cazarrecompensas, aunque no busco cualquier objetivo. Voy tras los que, según mi código, merecen ser llevados ante la justicia.

Siguió caminando, dándole una palmada en la pierna para señalar un local que tenía un cartel de madera desgastado, "La Garra del Atún". ¿Qué nombre era aquél? Extraño, cuanto menos. Tenía muchas historias de sitios con dudosa limpieza, con comida de curiosa apariencia, pero no había muchas de sitios con nombres que, en principio, no tenían mucho sentido. Quizá inaugurara una nueva categoría de historias en su haber, empezando por aquél antro cuyo nombre era... Extravagante, digamos.

—Ese sitio pinta bien. Y ahora te toca a ti responder. Creo que... Dos preguntas —continuó mientras se dirigía hacia la taberna—. ¿Qué harías si te concediesen un deseo?  ¿Cuál es tu sueño?

Vaya preguntas le soltó el tiburón a una adolescente. ¿Qué pretendía? ¿Que se pusiera a filosofar? El escaso trato con los humanos parecía pasarle factura, eso estaba claro. Con un ligero movimiento, esta vez mucho más medido que antes, el escualo agarró a la humana y la dejó en el suelo, no sin antes estirar del todo sus brazos para que la humana llegase hasta el punto más alto que el gyojin le podía ofrecer. Un pequeño regalo que seguramente la humana no supiera por dónde coger.

Sin esperar demasiado, Octojin empujó la puerta del establecimiento, dejando entrar a Airgid primero antes de seguirle. Como de costumbre, tuvo que entrar agachando la cabeza. El lugar era exactamente lo que esperaba: mesas de madera algo desgastadas, un ambiente cargado por el olor a comida, y clientes ruidosos que disfrutaban de su descanso tras la jornada laboral. Un auténtico bar.

Una vez la humana hubiese elegido una mesa, se sentaría y llamaría al camarero, dejando que la rubia eligiese lo que iban a tomar. No sabía si eso era una buena decisión, seguramente no, pero era lo que en ese momento le pedía el cuerpo. Airgid probablemente no se cortase, pero se había ganado una buena comilona. Y encima gratis.
#17
Airgid Vanaidiam
Metalhead
Airgid estaba atenta a todo lo que Octojin le contaba, curiosa e interesada por la conversación. Aunque una parte de su cerebro no podía evitar pensar en esa hamburguesa de albóndigas y en el pedazo de refresco que le apetecía meterse entre pecho y espalda nada más llegar a la taberna. Y al parecer no era la única, pues el tiburón compartió con ella lo bien que sonaba ese plato que se le acababa de ocurrir. — Calla, calla, me muero, creo que si no me como una ahora mismo me muero. — Obviamente estaba exagerando, pero se le antojaba tanto... Como no hubiera en el local, desde luego sería una enorme decepción. Aunque le valía un bocata de albóndigas, o albóndigas solas con un poco de patatas... lo que más le apetecía era una albóndiga, estaba claro.

Al menos, el constante toqueteo de Octojin contra su pierna cada vez que veía una buena tabla de metal la mantenía distraída del pensamiento de la comida. — ¿Sabe? Me gusta el metal, es brillante, útil, duro, pero se ablanda con el caló... pero me gustan las... cosa en generá. Los objetos, sobre tó los rotos, no sé, me gusta arreglarlos y darles un uso nuevo, cada uno tiene su personalidá, su sitio en el que le gusta estar. — Había empezado a desvariar un pelín, pero es que era un tema del que le gustaba hablar. Airgid tenía pocas cosas que consideraba verdaderamente suyas, así que siempre intentaba cuidarlas todo lo que podía. Si se rompían, lo arreglaba, y para ella era como un símil de las propias personas, de cómo podían ir cambiando con el tiempo pero mantener siempre su esencia, su materia prima. Pero sabía que lo que acababa de decir podía sonar un poco ridículo, así de primeras, sin conocerla apenas, así que soltó una carcajada para quitarle hierro al asunto. — Olvídalo, es el hambre que me hase decí tontería. — Y es que ahora debían concentrarse en algo más importante: buscar una taberna donde comer.

Octojin había aceptado de buen grado ser el que pagaba. Menos mal, la verdad, no lo admitiría pero es que Airgid no tenía ni un cuarto de berry encima. Mientras ojeaban el distrito, el gyojin comenzó a responder sus preguntas. Al final había sido una buena idea eso de ir poco a poco, pues pudo extenderse un poco más a la hora de contestar y eso lo hacía bastante más interesante. Al parecer no era poli, pero sí que iba tras los criminales, solo que guiándose más por su propio código moral que por lo que dictaminaba la ley. — ¿Veintidós? — Repitió un poco sorprendida. Bueno, la verdad es que sí, aparentaba ser mayor que ella, pero no esperaba que tanto. Se le hacía un mundo de diferencia entre su edad y la del gyojin, al menos en ese momento en el que solo tenía casi dieciséis. Estaba cerca de cumplirlos. — Eres un carcamal, ¿eh? Tas pulío, como quién dice. — Esbozó una sonrisilla picarona, buscando meterse un poco con él pero no a malas, sino como un juego. Le encanta jugar a picar, aunque luego cuando se lo hacían a ella se le iba la boca enseguida. — Mola lo de cazarrecompensa. Es como de tío duro, ¿no? Un poco mercenario, a tu rollo, de aquí pa'llá, peleando tol día... con razón ere tan fuerte. Aunque lo de la moral es un tema. ¿Los ladrone te caen bien? — Preguntó, quizás delatándose un poco a sí misma. Pero es que la curiosidad era lo más la movía, tanto para lo bueno como para lo malo.

Finalmente, Octojin se decantó por un lugar con un nombre bastante gracioso, "La Garra del Atún", era una incoherencia, pero era divertido. A Airgid le gustaban los sitios así. Y ahora le tocaba a ella responder las preguntas del tiburón. La verdad es que no le desagradaba ese juego de preguntas y respuestas, le generaba curiosidad ver por qué caminos podría llevarles esa conversación. — Oh. — Soltó sin pensar al escuchar lo que le había preguntado. Aquella cuestión la dejó pensativa. Era mucho más profundo de lo que se esperaba, y se merecía una respuesta acorde, una bien pensada. Octojín la tomó de nuevo entre sus brazos para bajarla de sus hombros, elevándola primero todo lo que pudo antes de hacerla descender, regalándole una visión increíble de aquella zona de la ciudad. Pero no supo valorarlo del todo, pues su mente estaba ocupada pensando en qué deseo pediría, en cual era su sueño. Un deseo daba a entender de que se trataría de algo imposible, algo que solo la magia podría concederle. Y un sueño era más profundo que algo que simplemente deseaba, era un objetivo de vida. ¿Airgid tenía de eso, siquiera?

Entraron a la taberna y de forma prácticamente automática, Airgid se dirigió a una de las mesas que se encontraban pegadas a la pared, al lado de una ventana. Le gustaba tener como un punto de apoyo, y le encantaba asomarse y poder ver el exterior. Estaba extrañamente silenciosa, reflexiva, incluso se le había cambiado la expresión de la cara. El camarero llegó, momento en el que rompió su silencio solo para pedir. — ¿Tenéis hamburguesas? — El tipo afirmó con la cabeza, se le notaba desganado y sinceramente, hasta los cojones de trabajar en ese sitio. — ¿Y albóndigas? — El tipo volvió a asentir. — Matemático, ¿podría por favó ponerme las albóndiga dentro de la hamburguesa? — El hombre la miró con una expresión de incredulidad, sin saber distinguir si estaba de coña o no. — Era la receta que siempre me hacía mi tata cuando era mi cumple, pero ya no está y bueno... yo no se hacer albóndiga. ¿Por favó? — El tipo finalmente lo apuntó en su libretilla. — ¿Algo más? — Preguntó, parecía que el gesto de su rostro se había relajado un poco, puede que su historia le hubiera ablandado un poco. — Una cola extra grande. Y lo que quiera mi colegui Octimus. — Le sonrió, dejándole su espacio para que pidiera lo que quisiera.

Una vez el camarero se fue, habiendo tenido un poco más de tiempo para reflexionar, fue ella la que tomó la palabra. — Era mentira lo de mi tata, por si te lo preguntabas. Antes me has preguntao que que pediría si me concedieran un deseo, me quedé un poco rallá, pero la verdá es que lo tengo mu' claro. Pediría saber si mis padres están vivos o no. — Se le notaba en el tono de la voz que aquel tema, el familiar, le afectaba un poco. A veces escuchaba historias de otros chicos sobre situaciones típicas con sus padres, con sus abuelos, cómo estos les cuidaban incluso en las tonterías más mundanas como dejarte hecho tu bocadillo favorito antes de salir a la calle. Eran chorradas, puro costumbrismo, pero era algo que ella sentía que le faltaba. Y ya no solo eso, sino la inquietud de no saber si sus padres seguían o no con vida. Si estaban muertos, lo entendía, así era la vida. Pero en caso de que no... ¿la habían abandonado? ¿Es que no la querían? Decidió dejar de pensar en ello, no quería cambiar el tono del ambiente tan bueno que tenían, así que se apresuró a contestar su segunda pregunta. Esta vez sonrió un poco más, alejando esa expresión más seria que se le había puesto al pensar en su familia. — Me encantaría ser inventora. O sea, una buena, no famosa ni ná de eso, pero descubrir algo nuevo, hacer experimentos, no sé, me flipa la puta ciencia y lo que se puede hacé con ella. Creo que es el futuro, y me gustaría poner aunque sea un granito de arena pa contribuir en él. — Podría haber dicho que su sueño era hacerse al mar y explorar. Pero estaba harta de decir eso. Era sincero, pero también típico, y por el motivo que fuera, le apetecía abrirse un poco más con él, no ser tan superficial.

¿Me toca? Te pregunto lo mismo, yo me he abierto así que espero lo mismo de ti, ¿eh? — Le advirtió, frunciendo una ceja y elevando la otra en una expresión ligeramente desafiante. Más le valía al tiburón ser igual de sincero que ella, o sino se cabrearía, y mucho.
#18
Octojin
El terror blanco
Octojin caminaba al lado de Airgid mientras ella divagaba sobre el metal y cómo le gustaba arreglar cosas, quizá por ello lo que más le gustaba de allí eran los objetos rotos, como ella misma confesó. Aunque parecía una niña impulsiva, había una profundidad en sus palabras que el habitante del mar no esperaba. Hablar sobre objetos rotos, darles una nueva vida... eso resonaba con algo dentro de él. Sabía lo que era estar roto, al menos en cierto sentido, y también sabía lo que era intentar repararse.

Sin embargo, cuando la conversación giró hacia los ladrones, algo en Octojin cambió. Airgid le había preguntado si le caían bien los ladrones, y él, aprovechando su enorme presencia y el aura intimidante que lo rodeaba, sumado a la indefensa posición de la humana, decidió jugarle una pequeña broma.

— Especialmente esos son los que me caen peor —dijo, con voz baja pero grave—. De hecho, estoy aquí por una razón, Airgid. Me dijeron que había una rubia adolescente que andaba robando cosas por el distrito. He venido a por ella.

La tensión en el aire era palpable. Por unos segundos, Octojin mantuvo la expresión seria, disfrutando un poco del pequeño susto que le estaba intentando dar. Pero pronto no pudo contener más la risa y dejó escapar una sonora carcajada que resonó en el aire.

— ¡Es broma, es broma! —dijo, dándose una palmada en el muslo mientras se reía— Los ladrones son el menor de mis problemas. La mayoría roban por necesidad, y los que lo hacen por avaricia… bueno, esos terminan cometiendo crímenes mucho peores, y a esos es a los que realmente persigo.

Las bromas del escualo no solían darse muy a menudo. Pero generalmente, cuando se daban, te dejaban cierta incomodidad. Como si no estuvieras seguro de si debías reír o preocuparte de verdad. Octojin, en ese momento, sintió un pequeño pinchazo de duda. ¿Quizá había sido demasiado intenso? Tal vez no todos estaban acostumbrados a su tipo de humor, especialmente alguien como ella, que probablemente había lidiado con su propia cuota de problemas.

Entonces la rubia se desquitó probablemente de la broma volviéndose a meter con él, esta vez con su edad. Parecía que por tener veintidós años, el gyojin estaba cerca de la residencia. Una mueca de sonrisa se esbozó en su cara con los comentarios de la humana, que no dudaba en expresar todo lo que se le venía a la cabeza.

Finalmente, ya en la taberna "La Garra del Atún", notaron cómo el lugar era cálido y acogedor, con un aire de familiaridad que hizo que ambos se sintieran más cómodos. Mientras se sentaban, Airgid rápidamente pidió su hamburguesa de albóndigas, usando una historia sentimental sobre su "tata" para asegurarse de que el camarero cumpliera su petición. Octojin observaba en silencio, impresionado por la habilidad de la joven para manipular la situación.

—Póngame dos iguales, por favor —añadió el tiburón con una sonrisa—. Aunque no lo parezca, somos hermanos, y la tata nos quería tanto... Y tráiganos dos jarras grandes de cerveza también.

El camarero, que había pasado de la incredulidad a la resignación, anotó los pedidos y se alejó, dejándolos a solas. Quizá la parte de la humana había sonado creíble y la suya no, pero lo importante es que tendrían las hamburguesas de albóndigas.

Mientras esperaban la comida, la actitud de Airgid cambió de repente. La jovialidad y energía que siempre había mostrado se desvanecieron por un momento, y lo que emergió fue una joven mucho más vulnerable. Cuando habló, su voz tenía un matiz de tristeza que Octojin no había notado antes. Y entonces, lo soltó. Su deseo era ni más ni menos que saber si sus padres estaban vivos o no.

Octojin se quedó en silencio, observando cómo sus palabras llevaban consigo una carga emocional enorme. Airgid, en ese momento, no era la niña despreocupada que aparentaba ser. Era alguien que, como tantas personas, llevaba sus propias cicatrices. Al escucharla hablar de su familia y de la incertidumbre que sentía, algo dentro de Octojin se agitó. Sabía lo que era sentirse abandonado, saberse diferente, y esa incertidumbre que te carcome por dentro. Intentó hablar, ofrecerle algo de consuelo, pero justo cuando iba a decir algo, Airgid cambió de tema rápidamente, forzando una sonrisa y hablando de su sueño de ser inventora.

Octojin reflexionó sobre lo fácil que era esconder el dolor detrás de una fachada alegre. Había conocido a muchas personas que lo hacían, pero verlo tan de cerca con Airgid le hizo pensar en cuántas personas estarían lidiando con sus propios traumas mientras fingían que todo estaba bien. Se quedó en silencio, sintiendo el peso de esa realidad.

Cuando Airgid le devolvió la pregunta, el gyojin sabía que debía ser sincero.

—No has tenido que pensar mucho la pregunta eh... —dijo, intentando añadir un poco de humor antes de ponerse serio—. Mi deseo sería... que elimináramos el racismo en el mundo. Que todos nos viéramos como iguales.

Hizo un gesto discreto, señalando con la cabeza a tres puntos distintos de la taberna. Si Airgid seguía su mirada, vería a tres hombres que los observaban con una mezcla de desconfianza y desprecio. Era sutil, pero claro.

—Míralos. No pueden dejar de mirarme solo por cómo soy. Mi tamaño, mi forma, el hecho de ser un gyojin. Y eso es en un lugar público. Imagínate lo que ocurre en otros sitios.

Lo cierto es que la vida de gyojin no era sencilla.

—En cuanto a sueños... —Octojin se detuvo unos segundos, reflexionando antes de continuar— No creo que tenga uno. No me he parado a pensar en ello, para ser honesto. Quizá por eso no lo tengo. Solo... vivo el día a día, voy por ahí, haciendo lo que puedo.

La conversación se quedó en el aire durante unos momentos. Ambos sabían que lo que habían compartido era más profundo de lo que se esperaba en una primera conversación. Pero eso era lo interesante de las relaciones inesperadas; a veces, te abrías de maneras que no podías predecir. Incluso decías cosas que no esperabas, o incluso no habías verbalizado nunca.

Finalmente, la comida llegó. Dos hamburguesas enormes rellenas de albóndigas se colocaron frente al escualo, junto con las jarras de cerveza. Airgid tuvo la suya y su refresco de cola, pero Octojin no podía dejar de pensar en lo que ambos habían revelado.

Mientras comían, el tiburón sentía un fuerte deseo de proteger a la joven humana. Se dio cuenta de que, aunque ella intentara mostrarse fuerte, también era vulnerable. La vida no había sido fácil para ninguno de los dos, y aunque su sufrimiento era diferente, compartían algo en común: la lucha por encontrar su lugar en el mundo.

Quizás eso los había unido desde el principio, aunque ninguno de los dos lo hubiera reconocido hasta ese momento.

—Deberíamos hacer esto más seguido —dijo Octojin finalmente, mirando a Airgid con una sonrisa sincera—. Porque, aunque no lo creas, me alegra que me hayas preguntado todas esas cosas.

Y sin más dilación, el escualo volvió a pensar una pregunta reflexiva. Una que hiciese a la humana estrujarse el cerebro. Y dio con una.

—¿Dónde te ves en 5 años?
#19
Airgid Vanaidiam
Metalhead
Por fin Airgid iba a cumplir uno de sus sueños más inmediatos: probar la hamburguesa de albóndigas. Acababa de pedirla, tirando un poco del teatro y la mentira para convencer al camarero de que le ofreciese tremenda bomba alimenticia y le dejó espacio a Octojin para que también pidiera lo que quisiera. Le sorprendió ver que había decidido seguirle la corriente, arrimándose a su misma mentira para pedir un par de hamburguesas más y dos cervezas grandes. Airgid tuvo que contenerse la risa, mordiéndose un poco el labio inferior para no soltarla delante del camarero. ¿Quién cojones se iba a creer que eran hermanos? Al menos de sangre, saltaba a la vista que era una trola como un camión. Pero al tío no pareció importarle mucho, aceptando el encargo y dirigiéndose a la cocina. Aunque finalmente no terminó por reírse. Cuando el camarero se fue volvió a recordar las preguntas de Octojin.

Sus respuestas fueron crudas, la primera más que la segunda. Airgid había abierto una parte vulnerable de ella misma en ese momento, algo que no solía hacer con todo el mundo y menos aún cuando le acababa de conocer prácticamente. Pero por algún motivo lo sintió natural, para nada forzado. Quizás no eran hermanos, como él había dicho en su mentirijilla, pero por un momento sintió que podía confiar en él cómo si fuera uno, y es que el tiburón irradiaba temeridad y fortaleza, pero también protección. Se sentía segura con él, lo suficiente como para sincerarse de esa manera.

Ahora le tocaba a ella preguntar, y la verdad es que lo tuvo muy fácil, ahora quería conocer las respuestas de Octojin a eso mismo que él le había preguntado con tanta curiosidad. Esbozó una sonrisilla pícara cuando el gyojin dejó caer que había ido a lo sencillo, devolviéndosela como una pelota, pero no dijo nada, dejándole espacio para que hablase. Y lo que dijo llamó su atención, mirándole con una nueva expresión de sorpresa. Señaló con la cabeza hacia diferentes lugares y Airgid siguió el gesto con la mirada mientras escuchaba su explicación. Era curioso, Airgid nunca se había dado cuenta de ese tipo de actitudes y de miradas que denostaban racismo, como él decía. Nunca las había vivido, ni ella ninguno de sus amigos, tampoco es como si en su isla natal se relacionara con muchos gyojins o personas de otras razas, por lo que nunca había sido testigo de ese tipo de actitudes. Pero gracias a Octojin, fue capaz de notar la sutil violencia que irradiaban esas miradas, un matiz que antes había pasado por alto. Darse cuenta de repente de cómo debía sentirse Octojin en ese momento, le sentó como una patada en el estómago. Y no pudo reprimir una expresión de asco en su cara. Aunque rápidamente pasó del tema, ignorando a esos asquerosos hombres, centrándose en escuchar a Octojin hablar sobre su sueño. Uno que no tenía del todo claro, pues al parecer era más de vivir el día a día.

Hubo un pequeño silencio tras la confesión de ambos. Airgid le había pedido que fuera sincero con ella y había cumplido con creces con su petición. En ningún momento se esperaría que pudiera hablar de temas tan profundos con aquel tiburón amenazante del vertedero, y eso era un poco la magia de conocer a alguien a nuevo. Ahora sentía un vínculo bastante cercano con él. Antes de que pudiera decir nada, la comida llegó a la mesa.

Olía que te podías morir del gusto. En total, tres hamburguesas de albóndigas, dos jarras de cerveza y una cola extra grande se encontraban frente a ellos, y los dos, como sincronizados, no se demoraron un segundo en poner las zarpas encima. El primer bocado de semejante manjar fue como un besito en todo su cerebro. — Jooodeeegggr... — Susurró la rubia con la boca llena, aunque rápidamente se tapó con la mano, tratando de ocultar su despiste. Estaba tan bueno, tan rico, ¿acaso Airgid había muerto? ¿Era esto el cielo? Se le dibujó una enorme sonrisa, olvidando de repente todas las penas y adversidades que habían compartido y pensado, centrándose solo en aquel delicioso sabor. Intentó no comer demasiado deprisa, no quería terminarse la hamburguesa rápido y quedarse con la sensación de que había sido poco, tuvo que tirar de toda su fuerza de voluntad para ir tranquilita. Miró a Octojin disfrutar de su propia comida y eso solo hizo que sonriera un poco más.

Pero sin darse cuenta, incumplió su propio reto. Se había zampado la hamburguesa entera en un segundo. Le dio un trago a su cola, en parte triste, pero a la vez tan satisfecha. Las palabras de Octojin la pillaron desprevenida, pues eran tan sinceras, que a ella no le salió otra cosa que no fuera responderle con la misma moneda. — A mi también. ¿has visto que ojo tengo? Sabía que había hecho bien al acercarme a ti, aunque fuera con esa amenaza tan tonta. — Se echó una risilla entre un trago y otro de cola. — Que rica estaba la hamburguesa... estoy llenita. Por mí repetimos toas las veces que quieras. — ¿Cómo iba a negarse?

La pregunta de Octojin le sacó una nueva risa, se notaba que estaba de mejor humor después de tener el estómago lleno. — ¿En cinco años? Pue... tendría... — Contó con los dedos, denotando que le costaba un poco el asunto. — Casi veintiún años... coño, ¡sería casi una vieja como tú! — Le sacó la lengua, divertida, metiéndose un poco con él y continuando con la broma anterior. — Já, mmm... la verdá es que no lo he pensao. Dame un sec. — Se tomó un segundo para pensar. Momento en el que la mirada se le desvió sin querer hacia las dos jarras de cerveza. Se veían fresquitas, apetitosas. — ¿Me dá un poquito? — Señaló con el dedo una de las jarras, la que más cerca le quedaba. Acababa de dar a entender que aún era menor de edad, de hecho, no era como si lo ocultase ni nada parecido, puede que eso hiciera que Octojin le negara la bebida, pero Airgid lo intentaría de todas formas. Tampoco es como si fuera la primera vez que probaría el alcohol en su vida, pero obviamente no estaba nada acostumbrada a tomarlo. Y le apetecía un pelín, también por conocer la posible respuesta del gyojin. — A vé, creo que... me veo por ahí, en alguna isla rara, explorando mundo. Espero haber crecío un poco má, haber mejorao mi fuerza... y seguramente tenga novio, sí. O pretendientes, por lo meno. — Soltó tan pancha, con toda la naturalidad del mundo. No es que hubiera nada raro en sus palabras, pero sí que había vuelto a ser tremendamente sincera con sus expectativas. Airgid aún no se había enamorado nunca, pero le encantaba el concepto del amor, el enamorarse tan fuerte y tan intenso que te podías morir de una sobredosis. Si no era así de intenso, no lo quería para nada. — Me toca. — Anunció a su colega. — ¿Te has enamorao alguna vez? ¿Cómo es tu vía sentimental? ¿Ligas mucho? — No pudo evitar esbozar una sonrisa juguetona. No dejaba de ser una adolescente, y ese tipo de temas le generaban curiosidad, de hecho, ocupaban, sin quererlo, un buen espacio en su cerebro. Típico tema un poco tabú que le interesaba porque ella aún no había experimentado en absoluto.
#20


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