Alguien dijo una vez...
Rizzo, el Bardo
No es que cante mal, es que no saben escuchar.
[Autonarrada] ¡Un cocinero se hace en el mar! [T2]
Ragnheidr Grosdttir
Stormbreaker
Día 15 de Otoño del año 714

Ragn siempre había sido un hombre de pocas palabras, pero de gran presencia. ¿Que importaban las malditas palabras cuando podías hablar con acciones? Con sus cinco putos metros de altura, cabello rubio como el trigo y un semblante ferozmente nórdico, no pasaba desapercibido en ningún puerto que pisaba. Su acento delataba sus raíces lejanas, y aunque dominaba varios idiomas, el noruego y la lengua mundana de los humanos (a medias) eran sus favoritos. A pesar de hablar con claridad, cada vez que pronunciaba una "r", la alargaba como si fuera una nota musical en un canto de marineros. Era uno de los últimos de la raza buccaneer (por lo que le habían contado) hombres de fuerza y tamaño colosales, casi míticos, que pocos recordaban. Después de una estancia turbulenta en la isla Dawn, Ragn se encontraba huyendo de un grupo de marines que habían comenzado a seguirle la pista. No era que hubiera hecho algo particularmente ilegal, pero sus orígenes y su aspecto lo hacían sospechoso ante la marina. Era el tipo de hombre que a primera vista parecía estar envuelto en problemas, y más de uno le había hecho pagar el precio de tal prejuicio. Los días transcurrían como una caza, un juego de sombras en el que Ragn sabía que no podía dejarse atrapar. Había pasado casi una semana esquivando a sus perseguidores, aprovechando cada recoveco y escondite que el camino le ofrecía, hasta que llegó al muelle en Dawn.

Ragn se preparó para lo inevitable. Tomó sus puños americanos, una herramienta pesada util que siempre llevaba consigo, y esperó. La noche estaba en calma, pero él sabía que aquello era solo el preludio de la tormenta que estaba por venir. En cuanto el barco marine estuvo a la distancia suficiente, saltó a bordo, rugiendo con una fiereza que resonó por todo el barco. Sus palabras fueron pocas, pero su tono helado y su r que resonaba como un trueno hizo temblar a sus enemigos. — Osarrrán enfrrrentarse a mí, marrrineros? No me querrréis como enemigo. —Gruñó Ragn mientras giraba su cuerpo con destreza. Uno de los marines, más joven y temerario que el resto, avanzó para enfrentarle. Se presentó como el cadete Stark, un hombre hábil y bien entrenado que no se dejaba intimidar fácilmente. Con una espada en mano, lanzó el primer ataque, intentando cortar a Ragn de frente. Ragn esquivó el golpe con una agilidad sorprendente para su tamaño y contraatacó con un golpe brutal que lanzó a Stark por los aires. Sin tiempo para pensar, Stark se reincorporó, lanzándose nuevamente a la ofensiva. Pero Ragn, con la fuerza de un buccaneer y su instinto de supervivencia afilado, no dio tregua. Con un último movimiento, bloqueó el ataque de Stark, y, con un golpe preciso, acabó con su vida.

El resto de los marines, aterrados, decidieron retroceder y dejaron que Ragn escapara. Ragn, por su parte, no se detuvo a mirar atrás. Saltó a su bote y avanzó con un remo con todas sus fuerzas, perdiéndose en la oscuridad de la noche. Después de horas de lucha contra el frío del mar y el cansancio, divisó a lo lejos la costa de la isla. Allí robó un pequeño barco y se lanzó al mar esta vez si con algo más que cuatro maderas, esperando perder a los marines en la vastedad del océano. Pero los marines no lo dejarían escapar tan fácilmente. Una noche, mientras navegaba a la deriva, con las últimas reservas de agua y alimentos agotándose, divisó las luces de un barco de la marina en el horizonte. Sabía que no tenía otra opción más que enfrentarlos.

Unos días despues ...

Ragn llegó al Baratie a la madrugada, agotado y con un hambre voraz. Su cuerpo, acostumbrado a la lucha y el desgaste, necesitaba un respiro. Se arrastró hasta el muelle del Baratie y pidió un poco de agua y comida. Fue en ese momento cuando conoció a Zaza y a su esposa, dos ancianos que, aunque de aspecto frágil, manejaban el restaurante con mano firme y un humor afilado. — ¿Qué clase de hombre gigante y empapado se nos presenta a estas horas? —Preguntó Zaza con una ceja alzada y una sonrisa sarcástica. Era curioso, ya que el hombre no tenía la capacidad de ver, sin embargo su mujer le entregó por lo bajini todos los detalles. Ragn, sin perder tiempo, se disculpó y pidió algo de comida. Su voz resonó en el aire, y aunque Zaza y su esposa (que estaba al lado) no podían entender bien sus palabras al principio, pronto le tomaron el gusto a su peculiar manera de hablar. —Soy Ragn... y tenerrr hambrrre como lobo marrrino. —Comentó, alargando las erres mientras trataba de mantener la compostura. Le salía solo. Al principio, Zaza dudó en contratar a un hombre que parecía estar escapando de algo. Pero la esposa de Zaza, siempre compasiva, le convenció de darle una oportunidad. Al ver que Ragn no parecía tener malas intenciones, los ancianos decidieron ofrecerle un puesto como ayudante de cocina, al menos hasta que pudiera reponer fuerzas y decidir su próximo movimiento. Con el ajetreo del último mes apenas pudo ejercer su profesión el vikingo ... Al fin era hora.

Los primeros días fueron extraños para Ragn, que no estaba acostumbrado a trabajar en una cocina. A menudo cometía errores, tropezaba con los ingredientes y rompía utensilios de cocina. Zaza, que era muy estricto, se enfadaba constantemente y le recordaba que debía aprender rápido si quería quedarse. ¿¡Cómo se movía con tanta soltura si no podía ver!?

Ragn tenía una tenacidad innata, y pronto comenzó a adaptarse a su nuevo rol. Aprendió a cortar verduras, a preparar caldos y a seguir las instrucciones con precisión, todo mientras alargaba las erres de sus diálogos, lo que provocaba las risas de Zaza y su esposa. Con el tiempo, Ragn se ganó el respeto de ambos. Zaza y su mujer empezaron a ver en él a un hombre leal y trabajador, alguien que, pese a su pasado incierto, tenía un buen corazón. A Ragn, por su parte, le gustaba la tranquilidad del Baratie y la camaradería que había entre todos los que trabajaban allí. Aunque aún pensaba en su vida como pirata y los mares que había surcado, la calma de la cocina y el calor de la comida le hicieron sentirse como en casa por primera vez en años. Poco a poco, también fue conociendo a otros miembros del Baratie, entre ellos a Xandros, uno de los cocineros, y aprendió de ellos lo importante que era cocinar con amor y dedicación. Aunque la tentación de volver a su vida de pirata le rondaba la cabeza, Ragn sentía que, por el momento, había encontrado un lugar al que podía llamar hogar.

Un día, mientras pelaba patatas junto a Zaza, el anciano le preguntó qué le había llevado hasta el Baratie. Ragn, con una sonrisa cansada contestó, por supuesto. — Vida serr un marrr cambiante, viejo amigo. — Finalizó con cierta melancolía. Zaza asintió, comprendiendo más de lo que Ragn decía. Desde ese día, los dos hombres se respetaron mutuamente, sabiendo que aunque venían de mundos diferentes, ambos habían surcado olas turbulentas y habían llegado a este rincón del mundo en busca de paz. Con el tiempo, la vida en el Baratie se volvió rutinaria para Ragn, pero él se sentía más tranquilo que nunca. Seguía recordando sus origenes, y de vez en cuando echaba de menos la libertad del mar. Sin embargo, la satisfacción de un trabajo bien hecho y la sensación de pertenecer a un grupo le hicieron decidir quedarse por un tiempo indefinido. Ahora, cuando marines llegan al Baratie, Ragn mantiene su distancia y se cuida de no llamar la atención. Sabe que, en cualquier momento, su pasado podría alcanzarlo, pero también confía en que ha encontrado un lugar donde, al menos por un tiempo, puede descansar sus pesadas botas de vikingo y disfrutar de la calidez de una buena comida y una buena compañía.
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