Airgid Vanaidiam
Metalhead
15-10-2024, 10:01 PM
Airgid caminaba sola por las polvorientas calles del distrito industrial de la Isla Dawn. El sonido de sus botas desgastadas marcando los pasos era solo uno más de todo el estruendo de la zona. Sonidos de martillos, soldadores, grúas y gritos. Todo parecía estar en obras, con las mismas fábricas también ahí. Los cielos de la isla estaban teñidos de gris aquel día, sumado a una ligera niebla que emborronaba toda la zona, además del propio polvo. Las nubes densas se mezclaban con el humo que salía de las fábricas.
Estaba claro que tras lo acontecido, lo más inteligente habría sido huir de la isla lo antes posible, sin mirar atrás. Era peligroso para ella continuar allí, donde alguno de los supervivientes de la Granja podría dar con ella y quién sabe, tratar de vengarse, igual que ya lo habían intentado anteriormente. Pero Airgid estaba decidida a no escapar, no iba con su personalidad. Y aún no había cumplido con su objetivo al poner rumbo a aquella isla: encontrar algún taller donde pudieran enseñarle cosas de ingeniería.
Había oído rumores sobre los ingenieros de la isla, hombres y mujeres que trabajaban con máquinas cada vez más modernas, capaces de construir desde los más pequeños engranajes hasta enormes motores. Airgid no tenía experiencia y siempre había sido autodidacta, dejándose llevar por su curiosidad y experimentando y aprendiendo por su propia cuenta. Pero en el momento en el que encontró un libro sobre ingeniería, un libro que hablaba del tema de una forma seria y formal, descubrió que habían muchos conceptos que se le escapaban. Necesitaba a alguien que la guiara, alguien que pudiera enseñarle los secretos de las máquinas.
Después de horas de caminar y de ser rechazada en diferentes talleres, se detuvo frente a uno que parecía ser algo distinto a los demás. No era tan grande ni tan ostentoso como algunos de los que había pasado antes, pero el lugar desprendía una energía diferente. A través de las ventanas polvorientas, pudo ver destellos de metal y máquinas completamente nuevas para ella. Además, no parecía haber nadie, a excepción de un solo hombre, aunque no podía distinguirlo del todo bien. Sin pensarlo dos veces, empujó la puerta.
El interior del taller estaba repleto de herramientas, engranajes oxidados, y piezas de metal esparcidas por todos lados. Aquel tipo de ambientes hacían que Airgid se sintiera realmente como en casa. Le resultaba acogedor, de una forma muy extraña que seguramente solo ella y los que compartieran su afición podrían entender. En una esquina se encontraba el hombre que había llegado a ver desde la ventana. Tenía el cabello desordenado, barba de unos cuantos días y una multitud de canas en ambos lados que confirmaban que era un hombre entrado en años, aunque no viejo del todo. Tenía una buena musculatura y fuertes brazos, seguramente debido a trabajar con maquinaria pesada. Trabajaba solo, concentrado en una máquina que emitía un sonido rítmico y constante. Airgid carraspeó, intentando llamar su atención. — ¡Hola! Siento interrumpí, yo- — Comenzó, tan dicharachera como siempre, aunque la voz del hombre la interrumpió. — ¿Qué quieres? ¿No ves que estoy ocupado? — Preguntó con un tono brusco y ronco. Alzó ligeramente la vista, posando sus ojos marrones en ella con desconfianza. Parece que quería que fuera directa y que no se andara por las ramas. —Quiero aprender. — Soltó sin darle más vueltas. — Quiero que me enseñes sobre ingeniería, sobre cómo funcionan las máquinas y cómo fabricarlas. — Se notaba que hablaba con más seriedad, pronunciando cada letra de forma correcta, y mirándole con determinación en los ojos. Aunque de poco sirvió. El hombre soltó una carcajada y volvió a concentrarse en su trabajo. — No tienes nada que hacer aquí, niña. Este no es un lugar para alguien como tú. Las máquinas no son juguetes, y yo no acepto aprendices. — Parecía convencido, pero Airgid no iba a rendirse tan fácilmente. Dio un pasito más hacia él. — Sé que solo soy una cría, ¿vale? Pero no soy inexperta del tó, he fabricado cosas, me paso el día haciéndolo. ¡Me flipa! ¡Quiero dedicarme a ello! Es tan satisfactorio, ver cómo lo que te has pegao horas montando finalmente funciona, que to el sudor ha servío pa algo... he aprendío mucho sola, pero hay cosas técnicas que se me escapan y no entiendo. Necesito que alguien me guíe un poco, solo un poco. — Si después de aquello, aún no le convencía, al menos sabía que no había sido por culpa suya. El hombre bufó. — Vete antes de que te hagas daño con algo. — Fue lo único que dijo.
Airgid sintió que la frustración empezaba a burbujear en el interior de su estómago, pero antes de volver a insistir, un fuerte ruido se escuchó en la entrada. La puerta del taller se abrió de golpe, y un grupo de cinco jóvenes entraron riendo y empujándose entre ellos. Iban vestidos de manera desaliñada, marcados con aceite y hollín. Airgid se apartó un poco hacia un costado, girándose para verles venir. No daban muy buena espina. — ¡Eh, viejo! — Gritó uno de ellos. — Ya sabes a qué venimos. Dale a la banda lo que debes antes de que te arrepientas. — Amenazó, sin más. Estaba claro que había historia que Airgid se estaba perdiendo. El hombre dejó caer sus herramientas y se puso de pie, el cansancio en su rostro fue reemplazado por una sutil ira en sus ojos. — Ya os dejé claro que no os debo nada. —Respondió, tenso como la cuerda de una guitarra. La rubia se limitó a observar, aunque ella también empezaba a sentirse incómoda. Los jóvenes intercambiaron una mirada rápida de complicidad entre ellos, sonriendo de manera ligeramente maliciosa. — Entonces lo tomaremos nosotros mismos. — Soltó otro mientras sacaba una barra de metal de entre sus ropas. Entonces el tercero se abalanzó sobre una de las mesas, tirando todas las herramientas al suelo, con violencia, la señal de inicio para que todos los demás comenzaran a destrozar el taller. Y señal también para que Airgid se decidiera a intervenir. Había pasado demasiado tiempo buscando a alguien que pudiera enseñarle, y ahora ese alguien estaba siendo amenazado por una panda de inútiles niñatos que querían sobornarle.
Sin pensárselo dos veces, Airgid lanzó un poderoso puñetazo dirigido al primero de ellos. Puede que no fuera del todo una chica fuerte, pero tampoco sería la primera vez que peleaba contra alguien. Airgid vivía en las calles, estaba acostumbrada a tener que defenderse por su cuenta. El tipo soltó un grito y retrocedió, sorprendido por el ataque. — ¡Pequeña zorra! — Chilló, lleno de rabia, lanzándose ahora a por ella. Pero la rubia era rápida, más rápida que él. Pero Airgid era rápida. Esquivó su ataque y, antes de que el resto de los chicos pudiera reaccionar, le lanzó una llave inglesa al segundo que intervino, impactando contra su cara y seguramente, rompiéndole la nariz. — ¡Esta tía está loca, coño! — Se quejó, llevándose las manos a la nariz, rebosante de sangre. El hombre del taller no pudo evitar esbozar una leve sonrisa ladeada al ver las agallas que tenía esa niña. Y dado que ella estaba luchando por defenderle, decidió intervenir, agarrando una barra de metal — ¡Largaos de una vez, no vais a sacarme nada! — No atacó a ninguno de ellos, al final a sus ojos también eran una panda de críos. Pero su actitud intimidante ya imponía bastante respeto. Mientras tanto, Airgid continuó con sus puñetazos, mezclándolos con patadas. A pesar de encontrarse en inferioridad numérica, tenía una soltura que ellos no. Los jóvenes, al enfrentarse a tal inesperada resistencia, viendo que sus amenazas no surtían efecto y que además se estaban llevando una paliza, comenzaron a retroceder. — ¡Vámonos! No vale la pena. — Comenzaron a correr, algunos más heridos que otros. — ¡Eso, píraos a casita, y no volváis por aquí peazo de gilipollas! ¡Estafaores! ¡Embusteros! — Airgid estaba cabreada, así que se desahogó verbalmente, tirando herramientas a su dirección mientras huían. — ¡Tú ten cuidadito por dónde vas! — Gritaron desde la distancia. Bien, un grupo más de delincuentes que irían a por ella. Tampoco le importaba demasiado.
El hombre respiraba con cierta dificultad, finalmente tosió con fuerza, evidenciando que psar por situaciones así no le resultaban nada satisfactorias. Una vez terminó, miró a Airgid, encontrándose con sus ojos de color miel. Ahora reflejaba una expresión completamente diferente, casi sorprendido. — ¿Por qué has hecho eso? — Preguntó en un tono más suave. — Porque respeto demasiao los talleres, son sitios sagráos, llenos de curro. Y estaba claro que intentaban estafarte, es injusto. — Respondió ella, cruzándose de brazos, se la notaba aún bastante cabreada. Puede que ella misma fuera en ocasiones un poco delincuente, pero nunca se había rebajado a hacerle eso a nadie. — Lo hemos dejao tó hecho unos zorros... — Dijo mirando el suelo, todas las herramientas tiradas, incluso algo de sangre esparcida. Se agachó rápidamente, empezando a recoger lo que encontraba. — Ahora me piro, ¿va? Antes tengo que ayudarte a arreglá to- — El hombre la interrumpió. — ¿Cómo te llamas? — La rubia le miró, deteniéndose por un momento. — Airgid. — Respondió. — Yo soy James. — Dejó la barra de hierro apoyada contra una de las paredes del taller, quedándose en silencio por un momento. Se acarició la barbilla, pensativo. Había algo en ella que le recordaba a sí mismo cuando era más joven, esa actitud, esas ganas por aprender. Suspiró, Airgid mirándole. — Muy bien, ponte en pie. — La chica obedeció sin pestañear. — No soy el mejor maestro, y no tengo ni mucho tiempo ni mucha paciencia, pero te enseñaré un par de cosas. Veremos si realmente tienes lo que se necesita. — Airgid sintió una mezcla de alivio y una tremenda emoción. Su viaje hasta la Isla Dawn había valido la pena. Se le dibujó una enorme y blanca sonrisa en la cara. — ¡Gracias, gracias, gracias! — James le hizo un gesto para que lo siguiera hacia una de las mesas, donde las piezas metálicas esperaban ser ensambladas. Sin más palabras, comenzó a explicarle las nociones más básicas, muchas de ellas Airgid las conocía, pero no era lo mismo aprenderlo por ti misma a que un experto te enseñase y te corrijiera en el momento. El sonido de las máquinas llenó el taller una vez más, pero esta vez era ella la que las manejaba.
Estaba claro que tras lo acontecido, lo más inteligente habría sido huir de la isla lo antes posible, sin mirar atrás. Era peligroso para ella continuar allí, donde alguno de los supervivientes de la Granja podría dar con ella y quién sabe, tratar de vengarse, igual que ya lo habían intentado anteriormente. Pero Airgid estaba decidida a no escapar, no iba con su personalidad. Y aún no había cumplido con su objetivo al poner rumbo a aquella isla: encontrar algún taller donde pudieran enseñarle cosas de ingeniería.
Había oído rumores sobre los ingenieros de la isla, hombres y mujeres que trabajaban con máquinas cada vez más modernas, capaces de construir desde los más pequeños engranajes hasta enormes motores. Airgid no tenía experiencia y siempre había sido autodidacta, dejándose llevar por su curiosidad y experimentando y aprendiendo por su propia cuenta. Pero en el momento en el que encontró un libro sobre ingeniería, un libro que hablaba del tema de una forma seria y formal, descubrió que habían muchos conceptos que se le escapaban. Necesitaba a alguien que la guiara, alguien que pudiera enseñarle los secretos de las máquinas.
Después de horas de caminar y de ser rechazada en diferentes talleres, se detuvo frente a uno que parecía ser algo distinto a los demás. No era tan grande ni tan ostentoso como algunos de los que había pasado antes, pero el lugar desprendía una energía diferente. A través de las ventanas polvorientas, pudo ver destellos de metal y máquinas completamente nuevas para ella. Además, no parecía haber nadie, a excepción de un solo hombre, aunque no podía distinguirlo del todo bien. Sin pensarlo dos veces, empujó la puerta.
El interior del taller estaba repleto de herramientas, engranajes oxidados, y piezas de metal esparcidas por todos lados. Aquel tipo de ambientes hacían que Airgid se sintiera realmente como en casa. Le resultaba acogedor, de una forma muy extraña que seguramente solo ella y los que compartieran su afición podrían entender. En una esquina se encontraba el hombre que había llegado a ver desde la ventana. Tenía el cabello desordenado, barba de unos cuantos días y una multitud de canas en ambos lados que confirmaban que era un hombre entrado en años, aunque no viejo del todo. Tenía una buena musculatura y fuertes brazos, seguramente debido a trabajar con maquinaria pesada. Trabajaba solo, concentrado en una máquina que emitía un sonido rítmico y constante. Airgid carraspeó, intentando llamar su atención. — ¡Hola! Siento interrumpí, yo- — Comenzó, tan dicharachera como siempre, aunque la voz del hombre la interrumpió. — ¿Qué quieres? ¿No ves que estoy ocupado? — Preguntó con un tono brusco y ronco. Alzó ligeramente la vista, posando sus ojos marrones en ella con desconfianza. Parece que quería que fuera directa y que no se andara por las ramas. —Quiero aprender. — Soltó sin darle más vueltas. — Quiero que me enseñes sobre ingeniería, sobre cómo funcionan las máquinas y cómo fabricarlas. — Se notaba que hablaba con más seriedad, pronunciando cada letra de forma correcta, y mirándole con determinación en los ojos. Aunque de poco sirvió. El hombre soltó una carcajada y volvió a concentrarse en su trabajo. — No tienes nada que hacer aquí, niña. Este no es un lugar para alguien como tú. Las máquinas no son juguetes, y yo no acepto aprendices. — Parecía convencido, pero Airgid no iba a rendirse tan fácilmente. Dio un pasito más hacia él. — Sé que solo soy una cría, ¿vale? Pero no soy inexperta del tó, he fabricado cosas, me paso el día haciéndolo. ¡Me flipa! ¡Quiero dedicarme a ello! Es tan satisfactorio, ver cómo lo que te has pegao horas montando finalmente funciona, que to el sudor ha servío pa algo... he aprendío mucho sola, pero hay cosas técnicas que se me escapan y no entiendo. Necesito que alguien me guíe un poco, solo un poco. — Si después de aquello, aún no le convencía, al menos sabía que no había sido por culpa suya. El hombre bufó. — Vete antes de que te hagas daño con algo. — Fue lo único que dijo.
Airgid sintió que la frustración empezaba a burbujear en el interior de su estómago, pero antes de volver a insistir, un fuerte ruido se escuchó en la entrada. La puerta del taller se abrió de golpe, y un grupo de cinco jóvenes entraron riendo y empujándose entre ellos. Iban vestidos de manera desaliñada, marcados con aceite y hollín. Airgid se apartó un poco hacia un costado, girándose para verles venir. No daban muy buena espina. — ¡Eh, viejo! — Gritó uno de ellos. — Ya sabes a qué venimos. Dale a la banda lo que debes antes de que te arrepientas. — Amenazó, sin más. Estaba claro que había historia que Airgid se estaba perdiendo. El hombre dejó caer sus herramientas y se puso de pie, el cansancio en su rostro fue reemplazado por una sutil ira en sus ojos. — Ya os dejé claro que no os debo nada. —Respondió, tenso como la cuerda de una guitarra. La rubia se limitó a observar, aunque ella también empezaba a sentirse incómoda. Los jóvenes intercambiaron una mirada rápida de complicidad entre ellos, sonriendo de manera ligeramente maliciosa. — Entonces lo tomaremos nosotros mismos. — Soltó otro mientras sacaba una barra de metal de entre sus ropas. Entonces el tercero se abalanzó sobre una de las mesas, tirando todas las herramientas al suelo, con violencia, la señal de inicio para que todos los demás comenzaran a destrozar el taller. Y señal también para que Airgid se decidiera a intervenir. Había pasado demasiado tiempo buscando a alguien que pudiera enseñarle, y ahora ese alguien estaba siendo amenazado por una panda de inútiles niñatos que querían sobornarle.
Sin pensárselo dos veces, Airgid lanzó un poderoso puñetazo dirigido al primero de ellos. Puede que no fuera del todo una chica fuerte, pero tampoco sería la primera vez que peleaba contra alguien. Airgid vivía en las calles, estaba acostumbrada a tener que defenderse por su cuenta. El tipo soltó un grito y retrocedió, sorprendido por el ataque. — ¡Pequeña zorra! — Chilló, lleno de rabia, lanzándose ahora a por ella. Pero la rubia era rápida, más rápida que él. Pero Airgid era rápida. Esquivó su ataque y, antes de que el resto de los chicos pudiera reaccionar, le lanzó una llave inglesa al segundo que intervino, impactando contra su cara y seguramente, rompiéndole la nariz. — ¡Esta tía está loca, coño! — Se quejó, llevándose las manos a la nariz, rebosante de sangre. El hombre del taller no pudo evitar esbozar una leve sonrisa ladeada al ver las agallas que tenía esa niña. Y dado que ella estaba luchando por defenderle, decidió intervenir, agarrando una barra de metal — ¡Largaos de una vez, no vais a sacarme nada! — No atacó a ninguno de ellos, al final a sus ojos también eran una panda de críos. Pero su actitud intimidante ya imponía bastante respeto. Mientras tanto, Airgid continuó con sus puñetazos, mezclándolos con patadas. A pesar de encontrarse en inferioridad numérica, tenía una soltura que ellos no. Los jóvenes, al enfrentarse a tal inesperada resistencia, viendo que sus amenazas no surtían efecto y que además se estaban llevando una paliza, comenzaron a retroceder. — ¡Vámonos! No vale la pena. — Comenzaron a correr, algunos más heridos que otros. — ¡Eso, píraos a casita, y no volváis por aquí peazo de gilipollas! ¡Estafaores! ¡Embusteros! — Airgid estaba cabreada, así que se desahogó verbalmente, tirando herramientas a su dirección mientras huían. — ¡Tú ten cuidadito por dónde vas! — Gritaron desde la distancia. Bien, un grupo más de delincuentes que irían a por ella. Tampoco le importaba demasiado.
El hombre respiraba con cierta dificultad, finalmente tosió con fuerza, evidenciando que psar por situaciones así no le resultaban nada satisfactorias. Una vez terminó, miró a Airgid, encontrándose con sus ojos de color miel. Ahora reflejaba una expresión completamente diferente, casi sorprendido. — ¿Por qué has hecho eso? — Preguntó en un tono más suave. — Porque respeto demasiao los talleres, son sitios sagráos, llenos de curro. Y estaba claro que intentaban estafarte, es injusto. — Respondió ella, cruzándose de brazos, se la notaba aún bastante cabreada. Puede que ella misma fuera en ocasiones un poco delincuente, pero nunca se había rebajado a hacerle eso a nadie. — Lo hemos dejao tó hecho unos zorros... — Dijo mirando el suelo, todas las herramientas tiradas, incluso algo de sangre esparcida. Se agachó rápidamente, empezando a recoger lo que encontraba. — Ahora me piro, ¿va? Antes tengo que ayudarte a arreglá to- — El hombre la interrumpió. — ¿Cómo te llamas? — La rubia le miró, deteniéndose por un momento. — Airgid. — Respondió. — Yo soy James. — Dejó la barra de hierro apoyada contra una de las paredes del taller, quedándose en silencio por un momento. Se acarició la barbilla, pensativo. Había algo en ella que le recordaba a sí mismo cuando era más joven, esa actitud, esas ganas por aprender. Suspiró, Airgid mirándole. — Muy bien, ponte en pie. — La chica obedeció sin pestañear. — No soy el mejor maestro, y no tengo ni mucho tiempo ni mucha paciencia, pero te enseñaré un par de cosas. Veremos si realmente tienes lo que se necesita. — Airgid sintió una mezcla de alivio y una tremenda emoción. Su viaje hasta la Isla Dawn había valido la pena. Se le dibujó una enorme y blanca sonrisa en la cara. — ¡Gracias, gracias, gracias! — James le hizo un gesto para que lo siguiera hacia una de las mesas, donde las piezas metálicas esperaban ser ensambladas. Sin más palabras, comenzó a explicarle las nociones más básicas, muchas de ellas Airgid las conocía, pero no era lo mismo aprenderlo por ti misma a que un experto te enseñase y te corrijiera en el momento. El sonido de las máquinas llenó el taller una vez más, pero esta vez era ella la que las manejaba.