Hay rumores sobre…
... una isla del East Blue donde existen dos escuelas de combate enfrentadas. Estas escuelas hacen especial referencia a dos personajes de la obra original.
Tema cerrado 
[Común] Gyojins en apuros
Octojin
El terror blanco
36 de Verano de 724

El sonido del metal resonaba con fuerza en el gimnasio del G-31 de Loguetown. Octojin estaba concentrado, empujando una barra cargada de pesas con una facilidad asombrosa mientras algunos de los presentes observaban entre sus pausas. Sus músculos trabajaban con intensidad, marcando cada fibra mientras el sudor se deslizaba por su piel escamosa buscando caer al suelo, que ya de por sí estaba bastante mojado. Era su rutina diaria, la que le permitía mantener su fuerza en su punto máximo, en el que él creía óptimo. Levantamiento de barra, sentadillas con grandes pesas, flexiones usando la propia estructura del gimnasio; allí tenía todo lo necesario para un gyojin de su tamaño y fuerza.

El bullicio habitual del gimnasio se detuvo cuando un recluta, joven y nervioso, cruzó la entrada y se dirigió directamente hacia él. Octojin lo vio aproximarse por el rabillo del ojo, pero no dejó de lado su ejercicio hasta que el recluta carraspeó, incómodo.

—Octojin, la capitana Montpellier te solicita en su despacho —dijo, con un tono que denotaba urgencia y respeto.

El gyojin dejó la barra de pesas con cuidado en el soporte y se incorporó. Su mirada se posó en el joven, quien tragó saliva al sentir el peso de aquellos ojos negros. Sin decir nada, Octojin asintió y empezó a secarse el sudor con la toalla que había traído consigo. Con un simple gesto con la mano derecha señaló la zona que estaba húmeda de sudor, y ahí entró el departamento de limpieza, que con una mueca de pocos amigos, se acercaron fregonas en mano a limpiar lo que el tiburón había ensuciado. Tras ello, el escualo comenzó a caminar hacia la salida del gimnasio, sus pisadas resonaron en el suelo con un ritmo firme y decidido. El recluta le siguió a una distancia prudente, consciente de la presencia imponente del enorme tiburón.

En pocos minutos, se encontraba frente a la puerta del despacho de la capitana Montpellier. Tomó aire y, con un gesto calmado, abrió la puerta, encontrándose con la figura de la capitana detrás de su escritorio. A su lado, de pie y con los brazos cruzados, estaba Atlas, quien giró la cabeza al verle entrar. La capitana levantó la mirada, con una expresión seria y profesional como solía mantener cuando no estaba dormida.

—Octojin, Atlas, tenemos una situación en Oykot —comenzó la capitana mientras les hacía una seña para que se acercaran. Extendió un informe hacia Octojin, quien lo cogió sin desviar la mirada de la capitana—. Un grupo de piratas está atacando una colonia de gyojins en la isla. Vuestra misión es ir allí y detener el ataque. Todos los detalles están en el informe, no me voy a extender mucho.

El informe que reciben Atlas y Octojin


Octojin permaneció en silencio por un momento, sin apartar sus ojos de Montpellier. Luego, extendió el informe hacia Atlas sin siquiera hacer el amago de leerlo, confiando en que su compañero lo revisaría y le transmitiría los datos importantes. Después de todo, él no sabía leer y aquellas situaciones le incomodaban mucho. El papel crujió entre sus dedos antes de que Atlas lo recibiera. La capitana observó aquel gesto, aunque no le dio más importancia..

—El barco está listo en el muelle tres. Partid cuanto antes —agregó la capitana con voz firme.

Sin más palabras, Octojin asintió y dio media vuelta para salir del despacho, aunque antes se dirigió a su compañero, que debía estar entretenido con el informe.

—En lo que lees eso, Atlas, voy a por mis cosas y me doy una ducha rápida, que llevaba una hora en el gimnasio —le diría a la par que salía por la puerta, casi sin darle tiempo a contestar.

Su mente ya estaba en modo operativo, pensando en lo que necesitaría para la misión. Se dirigió rápidamente a su cuarto, y al llegar, abrió la puerta de un empujón, tomando un respiro profundo antes de entrar.

Comenzó a recoger sus cosas con rapidez y precisión. Cogió su Den Den Mushi, también tomó su dial de agua y sus famosas nudilleras que había dejado sobre la mesa, y todo ello lo metió en la mochila que la marina le había proporcionado. Una que teóricamente era sumergible pero que aún no había tenido tiempo para probar.

Con todo listo, se dirigió al baño. Se quitó la camiseta y se metió en la ducha. El agua fría recorrió su cuerpo, despejando su mente y dándole un impulso renovado. No se entretuvo; una ducha rápida bastaba para quitarse el sudor y prepararse para lo que les esperaba. Salió del baño, se secó y se puso el uniforme. Era el momento de irse.

Atravesó los pasillos de la base con rapidez y se dirigió al muelle. Desde lejos, divisó el barco atracado en el muelle tres, un navío preparado para enfrentar cualquier amenaza en el East Blue. Allí, varios marines ya estaban haciendo los últimos preparativos para zarpar. Atlas ya estaba allí, con el informe en la mano, observando el barco con atención.

Octojin se acercó y sin decir nada, ambos subieron a la embarcación. Mientras los marines terminaban de ajustar las velas y aseguraban las cuerdas, Octojin miró el horizonte. Lo cierto es que nunca se preocupaba de esas preparaciones previas a zarpar. Como si no fuese con él, y por fortuna, nunca le habían dicho nada, pero llegaría el día en el que le tocaría pringar, eso seguro.

Cada vez que estaban a punto de zarpar, su corazón palpitaba con la fuerza de las olas del mar. Sabía que esa misión tenía un significado personal, proteger a sus hermanos gyojin de alguna injusticia, en este caso de unos piratas. Giró la mirada hacia Atlas y le dio un asentimiento. Era momento de partir.

—¡Zarpamos! —gritó uno de los marines, y el barco comenzó a alejarse del muelle, deslizándose suavemente sobre las aguas. La aventura hacia Oykot había comenzado.
#1
Atlas
Nowhere | Fénix
No era habitual que me alegrase después de recibir un aviso para una misión. De hecho, era una rara excepción que sólo aparecía cuando el motivo del regocijo estaba muy lejos de la propia misión. Octojin y yo habíamos tenido un... desencuentro los días posteriores al ataque al ala este del cuartel del G-32 en Loguetown. Durante la recogida de escombros, un comentario completamente desafortunado había desembocado en una discusión, que había dado lugar a una pelea y, en definitiva, a que estuviesen a punto de abrirnos un expediente disciplinario en toda regla. No es que hubiésemos pasado a no tener relación ni mucho menos o que ésta se hubiese enfriado, pero en mi interior continuaba albergando cierto malestar porque, en realidad, sabía que la culpa era mía.

Fue por ello que, sin que sirviera de precedente, cuando esa muchacha de nariz pecosa y ojos azules con evidente tufo a recluta recién incorporada me informó de la situación, no me demoré ni un ápice en acudir al despacho de la capitana Montpellier. Llegué mucho antes que el gyojin, gesto que también sorprendió a nuestra superior.

—¿Desde cuándo te das tanta prisa en acudir cuando te llaman? —inquirió con cierto tono burlón.

—Estaba cerca, capitana.

—Ya, seguro que no tiene nada que ver con el altercado de hace unas semanas...

Nos leía como un libro abierto, la muy condenada. Fuera como fuese, no me dio lugar de replicar porque unos instantes la puerta ya se había abierto y los poderosos y lentos paso del habitante del mar se aproximaban a nosotros. Desde el primer momento había notado a la capitana de lo más seria, pensativa incluso. Conforme el tiburón me tendía el informe y lo iba leyendo, podía distinguir las intenciones que había detrás de la decisión de nuestra superior. Indudablemente quería que solventásemos el problema, pero además quería asegurarse de que las relaciones dentro de la brigada se mantuviesen tan inquebrantables como hasta el momento. Para estar casi todo el día dormida, hilaba muy bien.

No nos mantuvo demasiado tiempo en su puesto de trabajo, sino que enseguida nos ordenó partir. Octojin se apresuró para prepararlo todo y yo hice lo propio, aunque con bastante más parsimonia. Los preparativos tomarían su tiempo aunque ya hubiesen comenzado y porque fuésemos corriendo de una estancia a otra no irían más rápido. En definitiva, me senté tranquilamente a terminar de leer los pormenores del informe, lo doblé y lo llevé conmigo a los barracones, donde lo incluí entre las cosas a llevare por si nos hiciese falta consultarlo en algún momento.

Aun así, de algún modo que nunca llegué a comprender, alcancé a llegar al punto de partida antes que el habitante del mar. En el muelle tres, aquellos que serían los encargados de conducirnos hasta nuestro destino subían cajas, armas, provisiones y de todo. Quieto y calmado, con la naginata en mi espalda y los brazos cruzados, observaba todo con la mochila cargada en el hombro izquierdo.

Octojin nunca había sido demasiado hablador, pero le notaba particularmente taciturno. Mi apreciación fue en aumento cuando, justo antes de partir, el único gesto que realizó en mi dirección fue un asentimiento con la cabeza. Sí, seguramente aquel viaje fuese un buen momento para abrir la bolsa que habíamos cerrado a la fuerza y de la que aún había mucho que sacar si no queríamos que todo se pudriese.

***

Los gyojin en peligro nos estaban esperando en el puerto. La súplica y el anhelo se veía a la perfección en sus ojos, que inicialmente se sorprendieron pero después se iluminaron al descubrir que uno de los enviados era nada más y nada menos que uno de los suyos. Me mantuve a bordo, dejando que fuese mi compañero el primero en tomar tierra para que fuese el primer marine con el que la colonia tuviese contacto. Unos segundos después bajé yo.

—No llevamos aquí demasiado tiempo —explicaba Tiberius, el que hacía las veces de líder de la colonia, mientras nos guiaba en dirección a su hogar. Se trataba de un gyojin merluza bastante entrado en años, de vientre prominente y mirada serena y sabia—. Nos fuimos de nuestros hogares porque empezaba a escasear el alimento y nos dejaron quedarnos en unas cuevas que hay bajo ese peñón —continuó mientras señalaba a un islote situado a varios kilómetros de la zona en la que habíamos desembarcado—. Por lo visto había llegado una plaga de pulpos que estaba acabando con toda la fauna y la flora de la zona como especie invasora. A cambio de encargarnos de ellos, nos dejaron quedarnos allí y no hemos tenido ningún problema con la gente de la zona. El problema es que esos desgraciados se deben haber enterado de algún modo y han comenzado a perseguirnos y atraparnos. Cuando no lo consiguen, intentan acabar con nosotros para al menos sacar algún provecho. Ya han capturado a cuatro miembros de la colonia y han dejado a uno herido de gravedad. Hemos pedido ayuda a las autoridades de la isla, pero nos han dicho que no dan abasto. Ayudadnos, por favor.

Conforme hablaba, sus pasos se iban haciendo cada vez más rápidos en dirección al mar. Cuando quise darme cuenta, él y la pequeña comitiva de tres más de la que se había hecho acompañar ya se habían sumergido.

—Octo, ¿me llevas? —pregunté al tiempo que señalaba hacia la costa contraria.

—No te preocupes, allí hay una zona en la superficie que hemos acondicionado para que pueden quedarse humanos en caso de que sea necesario. El viaje sí puede ser un poco más problemático.

Una vez allí, en una zona en la que, efectivamente, la roca se había dejado domar para formar una pequeña paya de arena, habían erigido dos o tres cabañas perfectamente dotadas para que los humanos pudiesen quedarse en ellas. No pude evitar sentir gran curiosidad sobre cómo sería el asentamiento que hubiesen concebido bajo el mar, pero por desgracia era algo que mis ojos nunca verían.

—Cuando vienen lo hacen sin previo aviso. Lo mismo atacan dos días seguidos que no les vemos el pelo en una semana. No sé cómo lo hacen, pero siempre se las ingenian para aparecer cuando menos los esperamos... Estamos desesperados y no sabemos qué hacer, porque irnos tampoco nos asegura que no nos vayan a perseguir y capturar igualmente.
#2
Octojin
El terror blanco
El ambiente en el muelle estaba cargado de una tensión bastante incómoda. Octojin había llegado con su habitual aire imponente, pero esta vez se notaba un cierto malestar en su mirada. Había estado rumiando la discusión que tuvo con Atlas después del ataque al ala este en el cuartel del G-32, y aunque el tiempo había pasado, el resentimiento aún no se había disipado del todo. Sabía que, tarde o temprano, tendrían que hablarlo, pero no encontraba el momento adecuado.

Lo cierto era que tampoco sabía cómo hacerlo. El gyojin no era de ese tipo de seres que volvía tras una discusión a contrastar los motivos de ésta. Los comentarios del humano le habían molestado en su interior, y eso, sin duda, había desatado un caos del que ahora se sentía sumamente avergonzado. Sus instintos primitivos eran eso, primitivos. Y como tales, no los podía controlar. Debía mejorar eso sin duda, o en breve tendría repercusiones, y probablemente no fuesen sencillas de digerir.

Mientras se encaminaban hacia su destino en el barco, Octojin revisaba mentalmente las palabras que podía usar para retomar el tema. Atlas, por su parte, parecía tranquilo, incluso ansioso por emprender la misión. El tiburón se preguntaba si él también pensaba en su enfrentamiento, o si ya lo había dejado atrás. La situación entre ambos le recordaba las corrientes profundas del mar: a veces serenas en la superficie, pero agitadas y turbulentas en el fondo.

Finalmente, tras unos minutos de silencio, Octojin decidió sacar a relucir el asunto. Necesitaba quitarse ese peso de encima antes de que pudieran concentrarse plenamente en su misión. Tenían un largo viaje, y hacerlo en silencio sería tanto extraño como incómodo para ambos. Mientras el barco avanzaba y las olas chocaban suavemente contra el casco, el tiburón dejó escapar un suspiro y giró la cabeza hacia su compañero.

—Atlas —comenzó, intercalando su mirada fija en el horizonte al propio humano—, tenemos que hablar sobre lo que pasó después del ataque en G-32.

Aquello no era sencillo para el habitante del mar. Sacar unas palabras en aquél momento y mantener la calma recordando todo lo que pasó, fue un ejercicio de autocontrol que parecía ir yendo bien. Quizá Atlas estaba esperando esas palabras, o puede que no las necesitase, aún no conocía demasiado bien al humano.

—Sé que no fue solo tu culpa —continuó Octojin, con sus ojos enfocados en las olas—, pero tampoco fue solo mía. Ambos fuimos demasiado lejos, y lo sabes. No podemos permitir que eso afecte nuestra relación como compañeros, y tendríamos que evitar que vuelva a suceder, por nuestro bien y el de nuestra brigada. Así que... quiero saber cómo lo ves ahora. Quizá es un buen momento para hablarlo.

El silencio se alargó unos instantes, y aunque Octojin sentía el peso de la tensión en el aire, se mantuvo firme, esperando la respuesta de Atlas. Y eso que esperar sin hacer nada no se le daba demasiado bien. Mientras hablaban, el tiburón se dio cuenta de que a pesar de la incomodidad, necesitaban aclarar lo sucedido para poder avanzar como equipo.

El objetivo de aquella conversación era que la atmósfera entre ambos se relajase, aunque aún habría un leve rastro de incomodidad, casi con total seguridad. Todo aquello era un proceso, y el tiburón lo entendía.

Finalmente, si Atlas accedía a hablar, el escualo le respondería con total sinceridad a cualquier duda o inquietud que tuviese. Era el momento de hablarlo.

Octojin observó con atención a los gyojins que esperaban en el puerto una vez llegaron. La desesperación y el miedo eran evidentes en sus ojos, y sintió una punzada de rabia. ¿Cómo era posible que esos piratas se atrevieran a acosar a su gente? Al escuchar la historia de Tiberius, el líder de la colonia, su enfado aumentó. Aquellos desgraciados no solo estaban cazando a los suyos, sino que también los atacaban sin descanso.

El tiburón mantuvo la calma mientras Tiberius explicaba la situación, pero por dentro su sangre hervía. Al ver al merluza y a su comitiva sumergirse en el mar, Octojin sintió el impulso de seguirlos, pero se detuvo al escuchar la voz de Atlas. Su compañero parecía estar preparándose para pedirle ayuda, pero Tiberius le indicó que había una zona acondicionada en la superficie.

—Está bien. Prepárate para una aventura que no olvidarás jamás. Te pondrás sobre mi espalda, con las piernas en el agua, y deberás agarrarte fuerte. Si ves que voy muy rápido, dame un toque en la espalda y disminuiré la velocidad —contestó Octojin a Atlas, mirando la zona a la que Tiberius se había referido. Su mente ya estaba trabajando en un plan. La única forma de ayudar a la colonia era acabar con esos piratas de una vez por todas.

El tiburón dejó unos segundos a Atlas para que se sintiese cómodo en una posición que le diese cierta seguridad dentro de que no iba a poder controlar nada en el trayecto. Y, una vez lo hiciese, pondría marcha hacia la pequeña playa de arena y las cabañas improvisadas que estaban al otro lado, justo donde Tiberius había mencionado. Empezaría yendo relativamente lento, y poco a poco iría metiendo más velocidad. Apretaría el turbo a mitad de recorrido y no pararía a no ser que el humano empezase a golpearle la espalda como si no hubiese un mañana.

Finalmente, y una vez llegasen a la zona habilitada para los humanos, se levantaría y dejaría a Atlas a su lado, esperando que el viaje hubiese sido de su agrado. Y, tras ello, se acercaría al gyojin merluza.

—Bien, ya escuchaste a Tiberius —dijo con firmeza—. Esos piratas saben lo que hacen y tienen experiencia. No serán fáciles de atrapar, pero vamos a darles una lección que no olvidarán. No podemos permitir que sigan persiguiendo a nuestra gente.

Mientras exploraban la zona y escuchaban más detalles sobre los ataques, Octojin mantuvo su mirada fija en el agua. La sensación de estar cerca de su hogar, el océano, le daba fuerzas. Los gyojins necesitaban su ayuda, y él no iba a fallarles.

—¿Crees que podremos tenderles una trampa? —preguntó a Atlas, saliendo temporalmente de sus pensamientos. Octojin había coqueteado con la idea durante el trayecto, analizando las opciones, pero quizá era exponer demasiado a los pobres gyojins.

—Podría funcionar si jugamos nuestras cartas correctamente, pero puede que sea una apuesta grande. Podemos quedarnos en esta zona, ocultos. Los gyojins podrían simular que estan desprevenidos y esperar a que aparezcan. También podemos plantar algunas trampas en el fondo marino, para evitar que los barcos consigan acercarse. Tenemos multitud de opciones, solo hay que elegir las correctas —contestó, clavando su mirada en el horizonte marino—. Si quieren atacar, vendrán a por nosotros. Y cuando lo hagan, los atraparemos.

Se giró hacia Atlas, con una expresión ahora más relajada, pero con una determinación que emanaba de cada fibra de su ser. Tenía muchas ideas, más de las que podía poner en práctica.

—Esta vez, trabajamos juntos, sin discusiones. Nos aseguraremos de que esos piratas paguen por lo que han hecho —afirmó, extendiendo una mano hacia su compañero en señal de acuerdo y una paz que realmente necesitaba.

Por un breve instante, Octojin sintió que las tensiones entre ellos se disipaban, al menos un poco. Tenían una misión, una responsabilidad hacia los gyojins de la colonia, y la cumplirían. Costase lo que costase.
#3
Atlas
Nowhere | Fénix
El viento golpeaba con rudeza mi rostro en la proa de la embarcación. Habíamos partido hacía ya bastantes horas y, según decían los navegantes, los vientos eran favorables y tal vez llegásemos antes de lo previsto a nuestro destino. Aun así, al igual que había notado en Loguetown, continuaba existiendo ese elefante en la habitación que compartíamos Octojin y yo. Una fina tela separaba lo que antes había estado unido. Yo era muy dado a reflexionar acerca de las cosas, quizás incluso en exceso, pero no era tan ducho en el arte de sacarlas fuera de mí. Algo tan simple como un ¿qué te pasa? o ¿está todo bien? eran preguntas que costaba poner en mis labios casi siempre. ¿Quién diría que, esa vez, el callado gyojin fue quien se atrevió a abrir el melón? Eso sí, después de que él rompiera el hielo mi conciencia irrumpió como un huracán.

—Más que tenemos, creo que soy yo quien tiene que hablar. Fueron unas palabras totalmente desproporcionadas y fuera de lugar. Para nada tienen que ver con lo que realmente pienso, no. Al contrario, lo que hablamos aquel día en el muelle de Loguetown es la forma real en la que veo lo que debe ser la Marina, pero después de semejante herida... comencé a lamerme sin importar si mi lengua estaba envenenada o no. Lo siento mucho, Octojin, y lo único que deberías lamentar es que esa primera viga de madera no me diera de lleno en toda la cara. Me habría estado bien merecido, al fin y al cabo. Por mi parte no tengo ningún tipo de rencor o resentimiento hacia ti, porque llevabas toda la razón y la sigues llevando en lo que dijiste. Si puedes perdonarme y permitirme que demuestre que voy en serio con esta misión, me gustaría que volviésemos al punto de inicio. Sí, ahí estaba mucho más cómodo.

Ya lo había vomitado. Estaba hecho y sólo quedaba esperar a comprobar cómo digería el habitante del mar mis palabras. Era curioso cómo de liberado podía sentirse uno después de vaciarse de esa manera. Fuera como fuese, teníamos un cometido importante con el que lidiar, uno que venía que ni pintado para respaldar mis palabras con hechos.

En efecto, el viaje a bordo del tiburón fue una experiencia nueva. Como si fuese en un barco rápido —solo que mucho más rápido que el barco más rápido en el que había estado—, la brisa marina arañaba mis mejillas mientras las gotas de agua levantadas por el tiburón azotaban mi cuerpo. Llevaba las puntas de los pies levemente sumergidas en el mar, lo que me provocaba una gran incomodidad y la sensación permanente de estar cansado y tener sueño, pero era algo con lo que podía lidiar. Aun así, me sentí notablemente aliviado cuando pude poner los pies en tierra firme.

Una vez allí, el tiburón mostró su preocupación por la situación y empezó a lanzar posibles alternativas de cara a la forma en la que podíamos abordar la situación. Estaba claro que debíamos aprovechar el siguiente ataque del enemigo para abordarles y detenerles. De lo contrario, más de aquellos inocentes seres abisales serían dañados o secuestrados. Además, debíamos asegurarnos de no acabar con ellos para que nos pudiesen conducir a los que ya tenían cautivos. Con algo de suerte, aún no los habrían vendido.

—Sí, me parece bien. Si preparamos bien la zona podemos asegurar que a los gyojin no les pase nada y que los secuestradores no puedan hacerles nada. Mira —continué al tiempo que me inclinaba sobre la arena y, con la mano, creaba una zona lisa sobre la que dibujar—. Si encontramos una zona con mucha vegetación y salientes rocosos podemos crear zonas que sean como pequeñas prisiones y repartirlas por todo el lugar. Así podrán refugiarse rápido y nosotros podemos intervenir: tú desde debajo del mar y yo desde el cielo —añadí, señalando a lo más alto del peñón—. Lo más seguro es que cuando los gyojin vayan desapareciendo de su vista y se oculten tras los barrotes cubiertos por algas la avaricia les haga ir a por los siguientes que vean. Podemos permanecer escondidos y en cuando veas el momento anclar su o sus barcos al suelo marino. Entonces apareceré yo desde detrás del risco para rasgar las velas y romper los mástiles. No podrán saltar al agua para escapar, porque estarían perdidos, y en la cubierta no tendrán escapatoria y podremos enfrentarnos a ellos para atraparles. ¿Qué te parece? Si la situación parece controlada, tal vez nuestros amigos incluso podrían ayudarnos desde el fondo marino sin exponerse.

Miré a mi alrededor y a Octojin alternativamente, sin dejar de dibujar los que serían los refugios en cuestión, en busca de alguna reacción por parte de los oyentes. Nos valdría metal o madera por igual, ya que sólo necesitábamos un resguardo. El tema de reunir todas las algas necesarias para ocultarlos sería algo más laborioso, pero por fortuna contábamos con toda una fuerza de moradores de lo profundo para los que el trabajo sería coser y cantar.


—Esta vez...  y todas de aquí en adelante —sentencié, estrechando con fuerza las grandes y duras manos de Octojin. Bueno, el término estrechar se me quedaba grande; más bien fueron engullidas por una mole de escamas y músculo.
#4
Octojin
El terror blanco
Octojin escuchó con atención las palabras de Atlas, sintiendo una mezcla de alivio y comprensión. Necesitaba escuchar algo como aquello, la verdad. Aceptó sus disculpas con un simple asentimiento. A veces un único gesto significaba mucho más que varias frases juntas. Sabía que el humano estaba siendo sincero, y entendía su frustración. Él mismo había sentido aquella impotencia muchas veces.

Está bien, Atlas. Todos perdemos el control a veces —dijo con voz grave, aunque serena—. Lo importante es que sigamos adelante y hagamos las cosas bien a partir de ahora. Y no te voy a negar que no he pensado más de una vez en esa viga partiéndose contra tu cara… Pero eso no importa ahora.

De esa forma, zanjaron el malentendido que había quedado flotando entre ellos. Tan simple como aquello, no hacía falta nada más. El tiburón sentía que el peso en su pecho se aligeraba y que las aguas entre ambos volvían a ser más tranquilas. Después de todo, los lazos en la brigada eran importantes para él, y no quería verlos deteriorarse. Y menos por casos tan puntuales como aquel.

Cuando Atlas empezó a explicar su plan, Octojin lo observó con atención. Se inclinó sobre la arena, siguiendo con los ojos los trazos que su compañero hacía en la superficie para dibujar la disposición de las “pequeñas prisiones”. Cuanto más escuchaba, más sentido le encontraba al plan. Crear refugios donde los gyojin pudieran esconderse mientras esperaban a que los piratas se revelaran… era una estrategia bastante astuta. Aunque no podía negar que llevaría algo de tiempo, aunque si se ponían manos a la obra ya… Sería pan comido.

Me parece un buen plan —afirmó el gyojin, cruzando los brazos—. Podremos crear esas prisiones y cubrirlas con las plantas marinas para ocultarlas. Yo me encargaré de construirlas.

Con la idea clara en su mente, Octojin se puso manos a la obra. Les indicó a los gyojin que se dispersaran y recogieran toda la madera y las plantas necesarias para el plan. Algunos de los habitantes del mar hicieron hincapié en determinadas zonas que ya habían explorado y estaban repletas de plantas, así que un escuadrón se dirigió directamente hacia la zona.

Mientras tanto, él mismo se dirigió a una parte con mucha vegetación y rocas salientes, el lugar perfecto para comenzar a construir las pequeñas prisiones que el humano había mencionado. El plan tenia todo el sentido del mundo, y empezar por allí parecía que también.

Una vez que tuvo suficiente madera y metal traídos por los gyojin, Octojin comenzó a trabajar. Utilizó su fuerza y destreza para levantar estructuras sólidas. Primero, armó un marco básico, clavando los trozos de madera más gruesos en la arena y asegurándolos con pesadas rocas para que tuvieran una base estable. El no disponer de herramientas hizo que tuviese que dar rienda suelta a su imaginación. Emplear una piedra de martillo, dos maderas atravesadas a modo de gato, o su propia mano para ejercer medidas como si de un metro se tratase. Después, fue colocando los barrotes, haciendo que cada “prisión” tuviera un aspecto sólido pero no demasiado obvio. No se trataba de enjaular a nadie, sino de crear escondites que fueran efectivos y discretos.

Luego, con los trozos de metal que habían encontrado, reforzó los barrotes, dándoles más resistencia. Los envolvió con algas y plantas marinas que los gyojin habían traído, creando una especie de cortina vegetal que ocultaba la estructura. De esta manera, las prisiones parecían parte del entorno, perfectamente camufladas entre las rocas y la vegetación del lugar.

Octojin se esforzó en cada detalle, usando la fuerza bruta cuando era necesario, pero también cuidando que todo encajara bien. Utilizó con ingenio los recursos que tenía a mano, asegurándose de que las “prisiones” fueran seguras para los gyojin, pero al mismo tiempo parecieran trampas a los ojos de los piratas.

Esto debería funcionar —murmuró para sí mismo, examinando la primera de las prisiones terminadas.

Luego de un tiempo, había conseguido construir varias de estas estructuras repartidas por la zona, cada una estratégicamente ubicada según el plan que Atlas había trazado en la arena. Satisfecho con su trabajo, Octojin se incorporó, quitándose el sudor de la frente y notando un cansancio incipiente que le instaba a echarse un rato. Miró hacia el horizonte, donde los demás gyojin ya estaban recogiendo más plantas y madera para completar el camuflaje.

—¡Aseguraos de cubrir bien cada prisión con plantas! —les indicó, su voz grave resonando por la playa.

Finalmente, se volvió hacia Atlas y asintió, mostrando que todo estaba listo.

He construido las prisiones tal y como planeamos. Ahora solo queda esperar que los piratas caigan en la trampa —dijo, sintiendo cómo una oleada de anticipación recorría su cuerpo. Sabía que el verdadero reto comenzaría pronto, pero confiaba en que, esta vez, estaban preparados para lo que fuera.
#5
Atlas
Nowhere | Fénix
Y lo mejor de todo, que el proceso al completo —o al menos la mayor parte— tendría que llevarse a cabo en el fondo del mar. ¿Qué implicaba eso para mí, un usuario de Akuma no Mi que no podía sumergirse? Pues que estaría condenado a hacer más bien poco mientras los habitantes del mar se ponían manos a la obra. Corté algún árbol del que luego ellos se encargaron de sacar listones de madera, de acuerdo, pero por lo demás me dediqué a sentarme bajo la sombra de un saliente de piedra en la zona que remedaba una playa. Allí, en paz y armonía, me dediqué a ver cómo seres recubiertos de escamas en toda o casi toda su superficie entraban y salían sin descanso. Octojin fue, con diferencia, quien pasó más tiempo en el fondo.

—Sí, ya sólo podemos esperar a que llegue el momento —respondí.

Por desgracia, el momento no llegó ese mismo día, sino a la mañana siguiente. Ya nos habían advertido de que los muy desgraciados aparecían cuando menos lo esperaban, sin ningún tipo de cadencia ni nada que les delatase o permitiese intuir cuándo golpearían otra vez. Fue por ello que decidimos establecer turnos de vigilancia en los que siempre había alguien oteando el horizonte o recorriendo en silencio las profundidades en busca de alguna quilla sospechosa.

—Vienen desde el sur —dijo Tiberius, el encargado de patrullar a la hora en que los maleantes habían decidido hacer acto de presencia.

—Vale, ya sabéis —dije al tiempo que analizaba por dónde debería subir al risco para evitar que me viesen desde el sur—. Nada de ir solos, siempre en grupos pero no demasiado juntos. Hay que llamar su atención, que parezca que estáis huyendo pero que tampoco dé la impresión de que queréis que vayan hacia algún lado, ¿vale? Una vez estéis lo suficientemente cerca os metéis directamente en las celdas y nos dejáis hacer, ¿vale? No quiero héroes.

Todos aquellos gyojins a los que me dirigía accedieron antes de hacerse al mar siguiendo al corpulento escualo que los encabezaba. Yo, por mi parte, tras tomarme unos segundos para analizar el terreno dejé que dos alas apareciesen en el lugar que antes ocupaban mis brazos. Con un único aleteo comencé a elevarme y, unos instantes después, me encontraba en la cima del risco en mi forma humana. Allí, aguardando en silencio la señal, me quedé en espera de que comenzase definitivamente la operación.

Cuando finalmente el resplandor surgió de la superficie del mar y se propulsó hacia el cielo supe que había llegado mi momento. Aquello indicaba que los seres abisales estaban a salvo y que Octojin había conseguido fijar —o al menos había hecho el intento— el casco del barco al fondo marino. Era mi turno de atacar los mástiles.

Salté desde el borde del precipicio. El viento golpeaba con furia mi cara, azotaba mi piel y agitaba mi ropa mientras descendía en picado. Había recorrido unos veinte metros cuando una llama celeste prendió en mi pecho, creciendo sin descanso y extendiéndose por todo mi cuerpo. Como si consumiese mi piel y allí donde ésta desaparecía surgiese un ave de otro mundo, mi cuerpo se tornó en el de un fénix de cuatro metros de largo que desplegó sus alas cuan anchas eran, frenando en seco la caída y dirigiéndose hacia el objetivo: el barco.

Mis alas segaron la madera empleada para dar forma a los mástiles, que cayeron como lo haría un árbol talado en medio del bosque. Uno cayó directamente al mar, mientras que el otro lo hizo sobre la cubierta. El caos y el desconcierto generados por mi aparición se añadieron a la incomprensión que Octojin había generado previamente con sus maniobras subacuáticas.

Los teníamos.
#6
Octojin
El terror blanco
Octojin escuchó con atención las palabras de Atlas, al igual que lo hicieron el resto de gyojins de la isla. Asintió, sabiendo que la coordinación y el trabajo en equipo serían clave para que la misión saliera bien, como solía ocurrir en cualquier tipo de misión, realmente.

—Lo más importante es que me sigáis, nada de hacerse los héroes, o todo se irá al garete.

Y tras sus palabras, se lanzó al agua, esperando que el resto de sus aliados hiciese lo mismo. La verdad es que su parte del plan no era muy difícil. Actuar en el agua era lo que mejor se les daba a los de su especie, y hundir un barco no suponía un problema extremadamente complejo. Aunque claro, había barcos y barcos. ¿Qué tipo de embarcación traerían aquellos piratas? ¿Sería grande o pequeña? ¿Tendría muchos mástiles? Todo eran incógnitas por el momento.

Una vez bajo el agua, Octojin y el grupo de gyojins empezaron a inspeccionar al zona. Tiberius marcó el ritmo, ya que era el que sabía exactamente donde ir. Lo cierto era que no nadaba nada lento ese gyojin a pesar de su edad. Se notaba la experiencia, estaba claro.

Cuando llegaron a la zona, comenzaron a rodear el barco, manteniéndose a una distancia segura mientras analizaban el objetivo. Octojin, con sus habilidades de carpintero y conocimiento del funcionamiento de los barcos, identificó rápidamente varios puntos débiles en la estructura. Sabía que podrían usarlos más tarde si necesitaban hundir la embarcación, por si algo saliese mal en su plan inicial. Dio la señal, moviendo su brazo un par de veces en la dirección por la cual debían ir sus compañeros e indicando a los gyojins más rápidos que era hora de crear la distracción.

El grupo salió a la superficie en un movimiento ágil, causando una gran confusión entre los piratas. Los marineros, sorprendidos, comenzaron a gritar y lanzar redes y arpones en un intento desesperado por capturarlos. Era curioso que fueran ellos los que estaban en el agua, y, sin embargo, fuesen los humanos los que habían mordido el anzuelo. Mientras sus hermanos de sangre creaban la distracción, el segundo grupo, liderado por él, se movía con rapidez bajo el agua.

Primero golpearon el motor, dejando el barco sin posibilidad de moverse. Luego, Octojin, con su enorme fuerza, agarró el ancla del barco y la lanzó al fondo del mar, inmovilizando completamente la nave. La maniobra fue perfecta, pero justo cuando creía que todo iba sobre ruedas, uno de los mástiles del barco cayó, golpeando a uno de los gyojins de su equipo.

Octojin se detuvo de inmediato, y su preocupación se incrementó.

—¡Llévenlo a un lugar seguro! —ordenó a dos de sus compañeros mientras observaba cómo llevaban al gyojin herido lejos del combate. —Hemos perdido tres efectivos... pero tenemos que seguir. Los del grupo A, ¡que huyan y vuelvan desde las profundidades!

El escualo observó de nuevo los puntos débiles del barco, sabiendo que esos conocimientos serían útiles si la situación se complicaba. Pero entonces, escuchó unos ruidos que parecían truenos. Eran los cañones del barco, y estaban disparando al agua. ¿Cómo podían hacer eso a tan corta distancia? El escualo dirigió la mirada hacia la superficie, y entonces vio que los cañones tenían algún extraño sistema que les permitía descender ligeramente, pudiendo apuntar al agua. No estaban seguros allí, así que el tiburón llamó a los suyos y les ordenó alejarse, señalando la zona a la que debían escapar, cerca de donde se habían llevado al gyojin herido.

Aquello se estaba poniendo feo, los piratas parecían tener respuestas a sus acciones, y eso indicaba que todo podía acabar realmente mal. Inspiró, descendiendo ligeramente para después, flexionar las rodillas e impulsarse a máxima velocidad, saliendo despedido a la superficie y cayendo sobre el barco. Esa maniobra tenía como objetivo, al menos en la mente del tiburón, crear una nueva distración mientras los suyos huían. ¿Qué podía salir mal? Si algo se ponía feo, sólo tenía que volver a lanzarse al agua y sincronizarse con las corrientes para huir. Eso si le dejaban, claro.
#7
Atlas
Nowhere | Fénix
Sí, los teníamos... o eso pensaba yo. La euforia me había invadido inicialmente, pero el transcurso de los acontecimientos no tardó en empezar a contradecir lo que había pensado inicialmente. Después de la sorpresa inicial, el chapoteo de los gyojins en torno al barco se hizo menos intenso. ¿Algo iba mal? Desde mi posición en las alturas, planeando por el momento en torno al navío, no podía distinguirlo. Del mismo modo, los cañones posicionados a ambos laterales del barco se inclinaban hacia la superficie del mar en un ángulo teóricamente imposible. Abrían fuego sin cesar en contra de los moradores de las profundidades. ¿Habrían herido a alguno? Era posible, pero estaba en mi mano que no hubiese más víctimas o afectados por los que lamentarse.

Ascendí a gran velocidad unos diez metros para, acto seguido, plegar las alas, girar sobre mí mismo y precipitarme en picado hacia el enemigo. Cunado me encontré a la altura indicada giré de nuevo, colocándome con las alas completamente abiertas y perpendicular a la superficie del mar de manera que el celeste de mis plumas se deslizó sobre la embarcación. Un profundo tajo nació allí donde mis alas tocaban la madera.

A bordo, el caos se intensificó y los gritos crecieron en número e intensidad. No fueron pocos los cañones que cayeron al mar desde ese lado al perder sus sujeciones y quedar dañada la estructura. Varios piratas se precipitaron por la borda fruto del forzado bamboleo de la nao. Si había problemas desde el fondo del mar, al menos podría intentar compensar yo desde las alturas.

Una vez más, eso pensaba, pero esos condenados iban preparados para lo peor. Saliendo de la puerta que en teoría debía conducir a las bodegas, cuatro tipos emergieron cargando en sus brazos una suerte de cañones en miniatura. Todos ellos fueron orientados hacia mí, abriendo fuego casi al unísono en un intento de anticipar mi trayectoria. El primer impacto me pilló completamente por sorpresa, lanzándome varios metros hacia atrás que, por otro lado, me proporcionaron la distancia necesaria para reaccionar a los otros dos proyectiles. Conseguí fintar en el aire, eludiéndolos mientras el fuego que componía mi cuerpo lamía las heridas hasta hacerlas desaparecer.

—Eso sí que no —me dije en voz baja, ganando algo de distancia antes de encarar de nuevo a los enemigos y, con un feroz movimientos de mis alas, lanzar una onda cortante que comenzó a devorar la distancia que me separaba de mi objetivo. Procuré hacerlo de forma que la longitud de la onda quedase alineada con el eje mayor de la embarcación, puesto que lo último que quería era que ésta se perdiera en el agua e hiriese por error a quienes intentábamos proteger. No tenía duda de que Octojin no tendría problema a la hora de enfrentarse a ella, pero no sucedería lo mismo con sus congéneres.
Deseo Fugaz
SAM401
SAMURAI
Ofensiva Activa
Tier 4
3/9/2024
48
Costo de Energía
2
Enfriamiento
El usuario ejecuta un poderoso movimiento con su arma lo más rápido que puede y ejerciendo todas sus fuerzas para formar un tajo con la misma presión del aire que se libera con el movimiento, emitiendo de esta forma un tajo volador que se desprende del arma hasta alcanzar los 20 metros, viajando con un +5 de [Tasa de Acierto].
Golpe Basico + [FUEx2,6] de [Daño cortante]
#8
Octojin
El terror blanco
Octojin, sumergido en las profundidades, se sentía en su elemento natural, invencible e incansable,  pero en la superficie la cosa cambiaba. Pese a que toda su vida había entrenado para ser superior a los humanos en su propio medio, allí las cosas no eran tan fáciles como en el agua.

Además, los chapoteos y movimientos erráticos de los gyojins habían disminuido, y la intensidad de la batalla en el barco comenzaba a descontrolarse. Su atención fue captada cuando, desde el fondo del mar, vio cómo los cañones del barco se inclinaban en ángulos extraños, disparando con una precisión que no parecía natural. Su impulso para subir hasta la cubierta del barco tuvo un efecto inmediato y los piratas que allí se encontraban pronto centraron sus miradas en él, dejando los cañones en un segundo plano. Tuvo un breve instante para alzar la vista y vio a Atlas en las alturas, luchando contra los disparos de cañones improvisados desde la cubierta del barco.

Aquello le hizo pensar qué sentiría el rubio al sobrevolar la zona y verlo todo desde las alturas. Debía ser una sensación similar a la que él vivía cuando surcaba las profundidades a toda velocidad y veía aquellos preciosos corales marinos, la fauna merodeando la zona e incluso algún que otro resto de naufragio. Pero, como siempre, uno quiere lo que no tiene, y el gyojin deseó en aquél momento poder tener unas alas y salir disparado hacia el cielo para sentir lo que Atlas debía estar sintiendo.

Pero en la superficie la cosa era distinta. Un giro de cuello en seco hizo que el habitante del mar se centrase en lo que tenía delante. Lo que el tiburón pudo sentir allí mismo, era una mezcla de frustración y preocupación cuando desde su posición pudo ver en el mar cómo el gyojin que había recibido el golpe y estaba siendo desplazado hacia una zona segura podía ser visto con relativa facilidad. ¿Llamaría la atención de los piratas?

Con el resto de sus efectivos reorganizándose y huyendo de la zona, Octojin sabía que debían seguir con el plan, solo que ya la acción era para dos, el humano y él. Los marines que habían sido encargados de aquella misión. Si algo necesitaban, era desactivar ese barco, detener la amenaza desde sus entrañas. Pese a que lo habían inutilizado parcialmente, parecía no ser suficiente. Mientras Atlas peleaba con fiereza desde el aire, el tiburón comenzó a moverse hacia los puntos críticos del barco. Sus ojos, entrenados por años de carpintería, rápidamente habían identificado las áreas más vulnerables desde abajo, así que en la superficie tocaba hacer lo mismo.

Pero antes de poder hacer nada, desde la superficie, Octojin vio cómo una onda cortante, lanzada por las poderosas alas de Atlas, cruzaba el aire y se dirigía al barco. Su precisión fue impecable, alineándose con el eje de la embarcación y cortando a través de los cañones que quedaban. A pesar del caos y la violencia, Octojin sintió una chispa de esperanza al ver cómo su compañero fénix demostraba una vez más su habilidad. Su idea era la mejor que podían tomar en ese momento, si desactivaban los cañones, sus hermanos de sangre estarían a salvo.

Sabía que aquél ataque iba a desestabilizar aún más a los piratas, pero no podían bajar la guardia. La batalla aún no había terminado, y el escualo estaba decidido a llevarla hasta el final. Al mirar hacia arriba, buscando a Atlas, vio cómo los disparos de los piratas se intensificaban. Con los cañones de un lateral destruidos, los piratas se dedicaban a usar armas improvisadas, pero Octojin no iba a dejar que eso los detuviera.

—¡Atlas! —gritó desde la superficie, empleando un tono autoritario y alzando al máximo la voz, lo que llamó aún más la atención de los que estaban en cubierta— ¡Tenemos que acabar con esto ya! ¡Desmantela los cañones que quedan y asegúrate de que no vuelvan a disparar!

El tiburón gyojin corrió hacia los humanos que portaban rifles, realizando una serie de fintas con la intención de evadir los disparos que iban hacia él. Lo cierto es que su grito había quitado la atención de algunos piratas sobre Atlas, que se habían centrado en él, pero aún así, otros seguían disparando a aquél ente azulado que sobrevolaba el cielo dejando una elegante a la par que peligrosa estela azulada que indicaba, ni más ni menos, el destino de los piratas. Desde fuera parecía el vuelo de una deidad, con cada movimiento tan perfectamente medido, cada giro adornado por una llama de colores preciosos... Sin duda era un espectáculo digno de mirar.

Pero el tiburón no podía, lamentablemente, centrarse en aquello. Realizó un par de fintas más y llegó hasta los primeros tiradores. Con una serie de combos simples, golpeó diversas partes de los humanos, lanzándolos varios metros hacia atrás y dejándolos inconscientes, pero cuando quiso llegar al tercero, algo pasó.

Una sirena empezó a sonar, procedente del interior del barco. Un sonido tan incómodo para el gyojin que hizo que frenase en seco y cayese de rodillas, tapándose ambos oídos con las palmas de las manos, sin que ello hiciese ningún efecto aparente.

El sonido atravesó los tímpanos del escualo, negando su voluntad e impidiendo que pudiera dar ni un simple paso. Hasta tal punto de obligarle a arrodillarse en mitad de un combate. Pero aquello era un poco extraño, ¿no? Los humanos seguían disparando constantemente, sin parecer sufrir lo que el tiburón estaba sufriendo. Incluso un par se dieron cuenta de la extraña pose de Octojin y le apuntaron, estando próximos a disparar. ¿Por qué aquél sonido solo afectaba al gyojin?
#9
Atlas
Nowhere | Fénix
Por debajo de mi posición, Octojin continuaba combatiendo a los piratas sin descanso; ahora desde la cubierta. Me había convertido en el blanco de los disparos que eran lanzados desde la superficie, logrando ganar altura para esquivar la mayoría de ellos y, para los que no, procurando que mis heridas sanasen a toda velocidad antes de verme en un problema mayor. Sin embargo, ni siquiera el excelente desempeño del habitante del mar parecía ser suficiente para terminar de doblegar al enemigo.

Acababa de realizar un nuevo giro cuando su potente voz llegó hasta mí desde ahí abajo. Tenía razón: debíamos terminar de inutilizar las armas de la embarcación si, por un lado, queríamos tener posibilidades de vencer y, por el otro, pretendíamos que quienes habían solicitado nuestra ayuda sobreviviesen. En consecuencia, volví a virar para encarar una vez el barco y, esta vez a unos cien metros de él, caí en picado para desplegar de nuevo mis alas cuando me encontraba casi a ras del mar. Manteniendo un vuelo bajo y aproximándome desde la proa, desplegué mis alas y pasé junto al navío. En el proceso, mis alas hendieron el casco allí se encontraban las aberturas para que la otra mitad de cañones asomasen. No tuve misericordia con ellos. La madera era cortada como si estuviese en una serrería. En el proceso, las grandes y pesadas armas de fuego se iban desestabilizando y, al igual que había sucedido en el otro lado, caían por la borda una tras otra. Sí, la idea de Octojin había sido todo un éxito. El peligro de que los gyojin fuese alcanzados por los gruesos proyectiles había desaparecido, pero ¿dónde estaba el escualo?

Una vez hube recorrido todo el largo de la embarcación ascendí una vez más. El caos y el desconcierto reinaban en la cubierta, pero aun así los años de experiencia hacían que los tripulantes se moviesen de un lado a otro con sorprendente eficiencia. Los automatismos fruto de la maestría en una disciplina les estaban salvando la situación, de eso no cabía duda, y nos estaban dificultando notablemente la misión.

Y allí, en medio de todo el lío, el tiburón se movía de lado a otro cuan rápido podía para intentar terminar de inutilizar al enemigo. Octojin era un excelente carpintero, ya nos lo había demostrado en numerosas ocasiones, y no era la primera vez que conseguía hundir un barco por sí mismo al identificar a la perfección dónde, cómo y cuándo debía golpearlo. En consecuencia, era sólo cuestión de tiempo que ese amasijo de madera comenzase a hundirse en el fondo del mar.

O eso pensaba yo desde mi elevada ignorancia. Allí, desde las alturas una vez más, pude ver cómo algo afectaba al tiburón. Cuando quise darme cuenta, se había detenido y se llevaba las manos a la cabeza. Había hincado la rodilla en el suelo y parecía incapaz de moverse. ¿Qué le estaban haciendo? El enemigo seguía abriendo fuego sin descanso, aunque la gruesa piel del marine parecía aguantar. Sin embargo, no tenía tan claro que eso fuese a continuar siendo así cuando los pequeños cañones portátiles abriesen fuego contra él.

Me precipité en picado desde el cielo una vez más. En el centro de mi visión estaba el ser abisal y en la periferia los tipos que comenzaban a alzar los cañones contra él. Cuando abrieron fuego, un ave de cuatro metros de largo y no menos de seis de envergadura había aterrizado con estrépito en la embarcación, envolviendo al tiburón con sus alas sin que pareciese haber recibido daño alguno. Nada más lejos de la realidad, por supuesto, porque mis llamas habían tenido que hacer de las suyas a un ritmo frenético para que pudiésemos salir indemnes de semejante ofensiva.

Buscando no darles tiempo a reaccionar, la pequeña fortaleza que había creado con mis alas en torno a Octojin desapareció. En su lugar, las alas que habían sido sus paredes de desplegaron horizontalmente y varios enemigos cayeron heridos como consecuencia de los cortes. Aun así, seguían siendo muchos.

—La verdad es que hemos caído como niños pequeños. ¿No os parece, chicos? —irrumpió entonces una voz desgastada por la edad. Al hacerlo, los enemigos dejaron de atacarnos y se hicieron a un lado durante unos segundos.

Se trataba de un hombre muy entrado en años que, a juzgar por la puerta que quedaba abierta justo a sus espaldas, había salido del camarote del capitán. Tenía el pelo canoso y largo, que organizaba con pequeñas cintas situadas en sus extremos. Empleaba una gabardina de color crema, gruesa y envejecida pero perfectamente cuidada con gran esmero, que combinaba con unas botas de color marrón oscuro mantenidas con el mismo mimo.

—No esperábamos visita, la verdad, y mucho menos de ilustres miembros de la Marina. —Hablaba empleando un tono de voz educado a la par que tremendamente sarcástico; no parecía haber salido de las letrinas de un barrio de mala muerte en alguna isla perdida, como muchos piratas—. Parece que nuestros invitados han conseguido escapar en esta ocasión, ¿qué deberíamos hacer? Nuestro medio de transporte no está en su mejor momento, eso seguro, pero quienes lo han dañado tampoco las tienen todas consigo. ¿Qué opinan, caballeros? —concluyó, mirándonos al tiburón y a mí antes de esbozar una sonrisa sorprendentemente amable.
#10
Tema cerrado 


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