Alguien dijo una vez...
Crocodile
Los sueños son algo que solo las personas con poder pueden hacer realidad.
[Aventura] [T1] La llegada del conde
Silver
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Pueblo de Rostock, Isla Kilombo
Día 42 de Verano del año 724

El sol de la tarde bañaba el puerto de Rostock con una luz dorada, mientras el Vela de Plata, barco de un recién llegado, atracaba lentamente en el muelle de madera. Desde la cubierta, la figura imponente del conde dominaba la vista de los locales, quienes, aunque acostumbrados a los forasteros, no podían evitar dirigir miradas curiosas hacia el recién llegado. Derian, con su andar firme y su capa ondeando suavemente con la brisa marina, observaba el bullicio del puerto, que vibraba con la actividad de los pescadores, comerciantes y marineros.

El aire estaba cargado con el aroma a pescado fresco, sal y humo de tabaco. Los gritos de los mercaderes, regateando precios por frutas, aceite y madera, se mezclaban con el crujido de los barcos y las risas distantes que provenían de las tabernas. Un escenario típico en una isla de tránsito del East Blue, pero el conde sabía que detrás de esa calma aparente siempre se escondían oportunidades para aquellos que supieran ver más allá.

Kilombo, hogar de la Base de la Marina G-23, estaba bajo el control de la Marina, pero eso no significaba que el orden fuera absoluto. Los soldados patrullaban las calles bajo el mando de su sargento, pero siempre había grietas por las que se filtraban las sombras. Y era allí donde Lord Markov, recién llegado y con ambiciones claras, esperaba hacerse un nombre. Para lograrlo, necesitaba conocer el terreno y entender las fuerzas que movían los hilos de aquel puerto pacífico en apariencia.

Los pasos firmes del forastero resonaban en las tablas del muelle. A su izquierda, hombres descargaban cajas de pescado, mientras a su derecha, un par de soldados vigilaban la entrada. Sin embargo, lo que captó su atención fue un pequeño grupo de lugareños cerca de una taberna, susurrando con urgencia.

Uno de ellos, un pescador de mediana edad, gesticulaba nervioso hacia la costa. Derian, gracias a su oído agudo, captó fragmentos de la conversación.

—...dicen que los contrabandistas están tramando algo... si la Marina lo descubre, todo se vendrá abajo... —murmuró el hombre, visiblemente inquieto.

El rumor despertó el interés del conde. Quizá estos contrabandistas, operando al margen de la ley, serían la puerta que necesitaba para comenzar a ganar terreno en la isla. El caos que pudieran causar, o incluso su desaparición, podría abrirle nuevas oportunidades. Sin embargo, sabía que precipitarse sería un error. Antes de actuar, debía obtener más información. ¿Quiénes eran estos contrabandistas? ¿Qué estaban tramando? Y, lo más importante, ¿cómo podía aprovechar la situación en su beneficio?

El sol comenzaba a descender en el horizonte, tiñendo el cielo con tonos dorados y anaranjados. La noche prometía traer consigo tanto oportunidades como peligros.

Información
#1
Derian Markov
Lord Markov
El conde asomó a la borda mientras la tripulación finalizaba el proceso de atraque en el muelle. Acababan de regresar a puerto tras un breve viaje en torno a la isla. A pesar de llevar un par de semanas en Kilombo, los pueblerinos de Rostock parecían seguir sintiéndose impresionados por su presencia. En el condado de Markovia, aquellas miradas curiosas hubiesen valido unos buenos latigazos a quienes osasen mirar a su señor sin la adecuada sumisión. Y, pese a todo, aquella gente seguía sin conocer su nombre. Un cazador estaba por encima de la opinión de las presas, pero el miedo era una herramienta de control. Hacer que su nombre estuviese en boca de todos, susurrado con temor, le daría la capacidad de controlar a la gente de aquella pequeña isla.

En cuanto los marineros completaron la maniobra y la pasarela estuvo conectada al muelle, Derian descendió con paso firme y el viento marino sacudiendo su melena. Observó el puerto con una mirada desapasionada y caminó con aire desinteresado, como si todos los presentes estuviesen por debajo de él. En un sentido literal lo estaban, pues el conde destacaba por encima de la multitud con su estatura. ¿Cómo podía hacer para empezar a llamar la atención? Podía simplemente destripar a alguien en la plaza mayor, pero aquel método carecía de elegancia y cuidado. Cualquiera podía imponerse mediante una demostración de fuerza bruta, pero también se exponía a continuación a crear una cadena de violencia. La fuerza debía ejercerse en el momento correcto, cuando enviase el mensaje apropiado o cumpliese un propósito específico.

Mientras recorría el puerto, una conversación captó su interés. Por el tono del marinero era evidente que no se trataba de una conversación pública, así que el noble fingió leer un cartel de anuncios del puerto mientras prestaba un oído a lo que se decía. Tal vez había descubierto lo que buscaba. Meter sus manos en una red de contrabando podría reportarle beneficios y empezar a extender su influencia sobre Rostock. Para ello, el primer paso sería conseguir la información que buscaba. Así pues, aguardó pacientemente a que la conversación terminase, mientras se paseaba por el puerto como si la cosa no fuese con él.

Su plan era sencillo. No esperaba que un simple pescador fuese a darle muchos problemas, así que no tenía una estrategia muy elaborada. Mantenerlo a la vista, esperar a que se fuese a su casa y emboscarlo en alguna callejuela solitaria. Tenía métodos para hacer hablar a personas reticentes... y aquel plebeyo no sería una opción. Una vez lo hubiera alcanzado, lo avasallaría por pura fuerza física y usaría a su espada, Măcelar, para hacerle entender el mensaje. Una vez tuviese la información que quería... bueno, llegado ese punto, improvisaría. Aquel día aún no se había "alimentado" y empezaba a tener algo de sed. El Otro debía permanecer encadenado.

Personaje

inventario, virtudes y defectos
#2
Silver
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El sol seguía descendiendo lentamente, cubriendo el puerto de Rostock con ese resplandor dorado que bañaba las calles de la pequeña ciudad. El bullicio del día comenzaba a menguar, pero entre los ecos de las conversaciones que flotaban en el aire, los rumores se deslizaban como una corriente subterránea. Los lugareños aún no conocerían el nombre de Markov, pero su presencia no pasaba desapercibida y su imponente figura ya había dejado huella en las mentes de muchos.

El pescador, ajeno a que era el blanco de una mente calculadora, terminó su conversación y comenzó a alejarse del muelle, dirigiéndose por una de las calles empedradas que bordeaban el puerto. Aparentemente, su jornada había terminado. A medida que las sombras se alargaban en los callejones, Markov mantenía su distancia, dejando que el hombre creyera estar solo mientras el conde acechaba en silencio, como un depredador al acecho de su presa.

El camino del pescador lo llevó a una zona menos transitada, lejos del bullicio del puerto. Las tabernas y los puestos de mercancías quedaban atrás, y las lámparas comenzaban a encenderse, iluminando débilmente los callejones oscuros. Fue en uno de esos recodos solitarios donde Derian vio su oportunidad. Măcelar, la espada de hoja ancha que portaba consigo, descansaba pesadamente, pero de momento no habría necesidad de desenfundarla. La intimidación física, junto a su aura autoritaria, serían más que suficientes para someter al pobre desgraciado.

El conde recortó la distancia, apareciendo de repente entre las sombras como una figura fantasmal. Los pasos apresurados del pescador se detuvieron de golpe, y cuando giró, se encontró frente a la imponente figura de Lord Markov. El hombre, aunque de rostro curtido y acostumbrado al trabajo duro, palideció al instante al darse cuenta de la situación en la que se encontraba.

Lo que siguió fue rápido. Markov, sin perder tiempo, lo acorraló con facilidad. Avasallado por la presencia dominante del conde y la sensación opresiva de la espada colgando a su lado, el pescador supo de inmediato que no tendría salida. Un grito de auxilio en ese callejón solitario solo aceleraría su destino.

El interrogatorio no fue un intercambio largo ni diplomático. Bajo la presión implacable del noble, el pescador se derrumbó emocionalmente en cuestión de minutos, balbuceando la información que Markov quería. Con una voz temblorosa, el hombre comenzó a desvelar los detalles sobre los contrabandistas.

—Son... son hombres del norte, mi señor —dijo mientras temblaba—. Los he visto mover cargamentos al caer la noche... pero nadie se atreve a acercarse. La Marina tampoco parece hacer nada al respecto.

Hizo una pausa, jadeando por el nerviosismo.

—Dicen que operan desde una cala oculta al sur del faro, en los acantilados. Utilizan las cuevas para esconder la mercancía... armas, tal vez esclavos, no lo sé. Pero si alguien se entromete... —sus ojos temblaban— no viven para contarlo.

El pescador tragó saliva, mirando fijamente la espada de Derian. La voz del hombre se había vuelto un susurro mientras bajaba la mirada, claramente temiendo por su vida.

—Eso... eso es todo lo que sé. Por favor... déjame ir...

La información estaba sobre la mesa. El conde de Markovia ya tenía lo que necesitaba, pero la verdadera cuestión aún quedaba en el aire: ¿Qué haría ahora con el pescador? Su utilidad había terminado, y en las venas de Derian comenzaba a latir esa familiar necesidad, el impulso que traía consigo la urgencia de "alimentarse". El Otro agitaba sus cadenas, deseando liberarse.

Información
#3
Derian Markov
Lord Markov
El conde acorraló al pescador y apuntó con la punta de su espada a su garganta, silenciando con aquel simple gesto el grito de socorro de su presa. No hacía falta decir nada más, su fría mirada lo decía todo: agota mi paciencia y morirás. Los ojos de Derian se desviaron por un momento al cuello del hombre, donde se le estaba marcando una vena. El hambre azotó su mente como un latigazo, pero haciendo uso de su disciplina, ignoró la imperiosa necesidad de abrir su cuello y beber de él - Los contrabandistas. Habla - el hombre murmuró excusas y palabras vacías, pero Derian no tenía paciencia para él. Podía sentir al Otro revolviéndose en su interior. Aquella presa cumpliría su función o sería su cena. Agarró con la mano izquierda al hombre por el cuello y lo alzó en el aire. Observó impasiblemente cómo se revolvía de manera patética en su férreo agarre, boqueando para intentar respirar y aferrándose a su antebrazo. Tras unos segundos más, dejó caer al hombre al suelo. Aún lo necesitaba vivo.

Su voluntad se quebró, por supuesto. Tal era la naturaleza de las presas. Le contó todo lo que sabía, que no era mucho, pero suficiente para iniciar la caza. Los acantilados... si había una cala, habría un punto de bajada, ¿verdad? Odiaría tener que tomar un bote y dar toda la vuelta a la isla. Eso sería inconveniente, molesto y peligroso. Por otro lado, ir a pie para tener que volver sería incluso más molesto. ¿Tal vez merecía la pena intentarlo? Había botes en la Vela de Plata que podía usar. No llevaría el barco, claro, nada le decía que hubiese el calado suficiente como para desembarcar y además sería demasiado llamativo. La caza requería sutileza.

- Eso... eso es todo lo que sé. Por favor... déjame ir...

La súplica del hombre arrancó al conde de sus pensamientos. ¿Dejarle ir? Haciendo eso perdía una cena fácil. Una oportunidad para acallar la voz del Otro. Sin embargo, odiaba rebajarse a actuar de acuerdo a los deseos de la carne. Con Otro o sin él, seguía teniendo el orgullo de un auténtico cazador. Así que, la pregunta era, ¿quería realmente matar a aquel hombre, o le resultaba más útil vivo? Se recordó cuál era su objetivo, dejar su huella en aquella ciudad. Tal vez incluso aprovechar para imponer su dominio sobre el inframundo local y empezar a hacerse un nombre. Para sus futuro planes necesitaría influencia, dinero y contactos.

La respuesta era clara. Si mataba a todo al que se encontraba, nadie sabría de él. Los muertos no cuentan historias - Te dejaré vivir, pescador. Pero quiero que recuerdes esta noche y prevengas a tus conocidos. Estas calles tienen un nuevo amo. Nadie volverá a hacer negocios en Rostock sin permiso de Derian Markov. Esos contrabandistas serán el ejemplo para el resto de criminales y rateros de esta ciudad: mañana, sus cadáveres adornarán el faro de la isla.

Con aquella ominosa advertencia, el conde se dio media vuelta y se retiró, envainando a Măcelar. ¿Su siguiente destino? El puerto. Caminando con paso decidido y una mirada que no auguraba nada bueno, se dirigió a la Vela de Plata. Velizar, uno de sus marineros, estaba haciendo guardia en cubierta. Cuando Derian apareció a su lado, con el hambre en el rostro y un destello enfermizo en la mirada, se apartó un paso con un escalofrío de terror. Sin embargo, el conde nunca tocaba a sus subordinados. Conseguir marineros hábiles y leales podía ser complicado, especialmente para alguien con sus inclinaciones. No estaban para malgastarlos tontamente, no habiendo presas fáciles en la isla - Despierta a otro de los hombres y que te sustituya en la guardia. Esta noche me llevarás en bote, tengo un viaje que hacer.

Un rato más tarde, tras haber despertado a Dimitri y bajar el bote a las oscuras aguas del puerto, Velizar comenzó a remar en dirección al faro. El conde estaba sentado en la popa, junto al timón, sumido en oscuros pensamientos. El Otro había intentado forzar su mano aquella noche. En denegar su deseo, había hecho que se revolviese en sus cadenas y aún sentía cómo intentaba liberarse, cada vez con un poco más de fuerza. Sin embargo, de haber faltado a su propio código y haberse abandonado a los deseos del Otro, lo habría contenido temporalmente al coste de fortalecerle. "Una Bestia soy para en una Bestia no convertirme" pensó, sintiendo desazón y amargura.

#4
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Acantilados del Faro de Rostock, Isla Kilombo
Noche del día 42 de Verano del año 724

El bote cortaba suavemente las aguas oscuras que rodeaban el faro de Rostock, con el resplandor parpadeante de la luz del faro reflejándose sobre el océano. Derian Markov, sentado en la popa, observaba con una mirada fría y calculadora mientras Velizar, su marinero, remaba en dirección a los acantilados al sur. El faro proyectaba una luz espectral sobre las rocas, dibujando sombras alargadas que se deslizaban en la penumbra.

Había algo en el aire que electrificaba la calma de la noche; quizá era la expectativa, o tal vez el Otro, aún agitándose en su interior. El conde era consciente de que quella misión podría marcar el inicio de su dominio sobre Kilombo. Los contrabandistas, ocultos en cuevas al pie de los acantilados, eran una presa interesante. Si jugaba bien sus cartas, sus cadáveres no solo adornarían el faro al amanecer, sino que su reputación comenzaría a extenderse por la isla.

A medida que el bote se acercaba a la costa rocosa, Markov pudo vislumbrar la entrada de una cueva oculta entre las formaciones rocosas. La marea estaba baja, lo que les permitía un acceso más sencillo. Según la información que había extraído del pescador, aquel debía ser el escondite de los contrabandistas, quienes utilizaban la cueva para almacenar mercancías y organizar sus operaciones. Velizar dejó los remos y observó al conde con nerviosismo, esperando instrucciones.

El viento nocturno soplaba entre las grietas de las rocas, produciendo un aullido que resonaba entre los acantilados. Todo estaba en calma, salvo por una tenue luz proveniente del interior de la cueva. El momento de la caza había llegado. Los rumores sobre contrabando de armas o esclavos indicaban que aquello era más que un simple grupo de bandidos locales; estos hombres probablemente estaban conectados a redes más grandes y peligrosas. Algo que encajaba con lo que había insinuado el pescador.

El conde, sin embargo, no se dejaría intimidar por tales ideas. La sombra de Măcelar a su costado era un recordatorio constante de que cualquier hombre podía caer bajo su espada. Velizar, aún tembloroso, llevó el bote lo más cerca posible de la entrada de la cueva, deteniéndose al final para que su amo desembarcara. La entrada permanecía silenciosa, pero los ecos de voces lejanas dentro de la cueva indicaban que no estaban solos.

—¿Quiere que le espere aquí, mi señor?

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#5
Derian Markov
Lord Markov
Los ojos de Derian destellaron en la oscuridad. Su mano derecha acarició suavemente las empuñaduras de Măcelar y Gheara. Había negado al Otro la muerte del pescador y empezaba a estar inquieto. Ya no era solo la necesidad de mantenerlo encadenado, era el deseo de tomar la sangre de otros. Sangre cálida, espesa y ferrosa. Sangre recién salida de la arteria. El pensamiento martilleaba su mente de manera constante, amenazando con ahogar el resto de sus pensamientos. Inspiró hondo lentamente y se obligó a centrarse en la tarea a mano. Una cueva, voces lejanas, el sutil destello desde el interior. Había encontrado a sus presas.

Podía intentar ser cuidadoso y estudiar el terreno y a sus víctimas antes de golpear. En otro caso, tal vez así lo hubiera hecho. Sin embargo, ¿qué peligro podía esperar de unos pocos contrabandistas de un puerto menor del mar más débil? En su prisa por obtener sangre y su imprudente arrogancia, subestimó a sus presas. Quedaba por ver si, aun en su arrogancia, su estimación había sido acierta o si había mordido más de lo que podía tragar.

- Aguarda aquí - contestó quedamente tras unos segundos de silencio - Echa el ancla en silencio y evita ser visto. Volveré cuando haya terminado.

El noble bajó al agua, sin miedo a mojarse las botas. Echó a caminar hasta la arena y se aproximó hasta la entrada de la cueva. Se trataba de una gruta discreta pero en absoluto pequeña. Tres personas podrían caminar con holgura en su interior e incluso con su elevada estatura, el conde podría caminar con relativa comodidad, asumiendo que evitase las estalactitas. Observó las estructuras calizas del techo y suelo de la entrada y pasó su mano por una de ellas. Había leído sobre aquella clase de formaciones. Aquel tipo de roca no era muy dura. Podía usar eso a su favor, bien destrozándolas si le estorbaban o haciéndolas caer.

Tras un breve instante, se agazapó y comenzó a caminar silenciosamente hacia el interior de la cueva. O al menos, tan silenciosamente como podía alguien con las botas mojadas en terreno desigual. Sin embargo, creía contar con el factor sorpresa. Seguramente sus presas no esperaban compañía, mucho menos alguien buscándoles con intención de darles muerte. Utilizó las estalagmitas como cobertura para aproximarse, buscando el origen de la luz y las voces. Pronto tendría a sus presas en la mira. Pronto. La comisura del labio comenzó a temblarle como única muestra de su anticipación. Le picaban las manos. Pronto volvería a ser un mensajero de la misma muerte.

#6
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Refugio de los contrabandistas, Isla Kilombo
Noche del día 42 de Verano del año 724

La humedad de la cueva envolvía a Derian Markov mientras avanzaba, agazapado entre las estalagmitas que sobresalían del suelo como colmillos de piedra. Los ecos de las voces lejanas aumentaban en intensidad a medida que se internaba más profundamente en la gruta. El aire salado, mezclado con el hedor a sudor y pólvora, indicaba que los contrabandistas no estaban lejos.

El noble avanzaba con paso firme, cada movimiento calculado a pesar de la creciente urgencia que latía en su interior. El ansia de sangre que recorría sus venas amenazaba con romper su autocontrol, pero Markov, siempre disciplinado, sabía que el momento llegaría pronto. Tras deslizarse más hacia el interior, pudo ver finalmente a sus presas.

Ocultos en una sala más amplia de la cueva, iluminada tenuemente por varias lámparas de aceite, al menos seis hombres se movían entre cajas de mercancía y armas, en su mayoría ajenos a cualquier peligro. Hombres sin honor, mercenarios. El tipo de individuos que, por un buen precio, harían cualquier cosa. Las sombras danzaban sobre sus cuerpos mientras uno de ellos, el más corpulento y aparentemente al mando, daba órdenes en voz baja.

Tres de ellos estaban sentados en un pequeño círculo, jugando a los dados y discutiendo en voz alta sobre apuestas, mientras otros dos revisaban armas y mercancías. Cerca de la pared rocosa, apoyado en unas cajas, estaba el líder, un tipo de rostro curtido por años de trabajo sucio. Su mano descansaba sobre el pomo de una espada larga, ajeno al cazador que los observaba desde las sombras. Esos hombres no eran más que presas atrapadas en una red de oscuridad que se cernía sobre ellos.

La cueva no presentaba ninguna salida alternativa visible. Las formaciones de piedra caliza ofrecían la cobertura perfecta para moverse con sigilo o atacar desde una posición ventajosa. Las cajas de contrabando que se apilaban por toda la sala ofrecían más que simple mercancía, también eran un símbolo de su poder. Si esos hombres caían, todo su comercio caería con ellos.

El momento había llegado. Markov lo sabía. Măcelar y Gheara aguardaban el momento de desenvainarse. Los contrabandistas, desprevenidos y confiados, no sospechaban el destino que les aguardaba. El conde tenía la oportunidad perfecta de atacar en cualquier momento, desatando la brutalidad que lo haría conocido en Kilombo.

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#7
Derian Markov
Lord Markov
Măcelar salió de su vaina con un suave silbido. Uno de los contrabandistas escuchó el ruido, pero antes de que pudiera reaccionar, el conde se había abalanzado sobre él y abierto una herida sangrante en su cuello. El hombre se llevó las manos a la arteria abierta, que expulsaba sangre a chorros, mientras Derian le observaba con una expresión atenta y fría. Su presa gritó y trató de echar mano de su pistola, pero el conde destrozó su mano con un rápido tajo y lo agarró del pelo. Ante la expresión aterrorizada de sus compañeros, Derian puso la boca contra la herida del mercenario y bebió un trago. Una sonrisa cruel se dibujó en sus labios manchados. Tiró a un lado al contrabandista herido y comenzó a caminar lentamente hacia sus compañeros.

Tras el impacto y terror inicial, reaccionaron como cabía esperar. En una situación de cinco contra uno deberían haber ganado, o eso habían creído. Los golpes del conde fueron letalmente precisos, nunca buscando matar, solo herir de gravedad. No quería aún que murieran, no tan rápido. Quería tener la oportunidad de ver cómo sus ojos se volvían vidriosos y de beber su sangre aún caliente. El conde se movía entre ellos como una sombra, evitando sus golpes con la etereidad del viento y la elegancia de un bailarín. Măcelar destelló cruelmente una y otra vez, sentenciando las vidas de las presas de Derian cuando por fin caían al suelo, víctimas del dolor.

El Otro había sido complacido. Las presas habían cumplido su función. Así era como debían ser las cosas, mantener un difícil equilibrio entre el monstruo civilizado y el monstruo real. Entre los códigos y normas que movían a Derian y la sed desbocada del Otro. Aquella noche, todo había acabado cayendo en su correcto lugar.

Una vez hubo saciado su sed con ellos, el conde ejecutó a los seis mercenarios y trasladó al exterior tanto sus cuerpos como todo aquello de valor que captó su interés en la cueva. Luego, bajo su atenta mirada, Velizar cargó el bote con su siniestra mercancía y dejaron la cala. La mañana siguiente, Kilombo despertaría con un macabro espectáculo: seis cuerpos apilados frente al faro de la isla. Si el pescador había cumplido su función y transmitido el mensaje, el pueblo de Rostock sabría que el conde había cumplido su palabra.

#8
Moderador OppenGarphimer
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Derian
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#9


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