Alguien dijo una vez...
Crocodile
Los sueños son algo que solo las personas con poder pueden hacer realidad.
Tema cerrado 
[Común] Gyojins en apuros
Octojin
El terror blanco
Octojin se encontraba de rodillas en la cubierta, con las manos apretadas contra su cabeza. Un sonido penetrante, inhumano, lo recorría por completo, como si sus huesos se estuvieran quebrando con cada vibración. Su instinto de supervivencia gritaba que debía moverse, pero el dolor en su cabeza era paralizante. Notó cómo varios disparos atravesaban su cuerpo, uno en el costado, otro en el muslo, y el último cerca del hombro. Quiso moverse, ponerse las manos en las heridas y detener el sangrado, pero no podía. Era como si su cuerpo estuviera atrapado en una prisión invisible.

Justo cuando comenzaba a creer que no saldría de esa, vio una sombra gigantesca cubrirlo. Un fénix, envuelto en llamas azules, aterrizó con estruendo frente a él. Era Atlas, protegiéndolo con sus alas de los disparos que seguían cayendo sobre ellos con su cuerpo, o sus alas mejor dicho. Las llamas del fénix chisporroteaban alrededor, reparando las heridas en el cuerpo de Octojin a una velocidad impresionante, aunque la sensación del dolor y el sonido aturdidor en su cabeza aún lo mantenían inmóvil.

El gyojin intentaba luchar contra ese sonido infernal que lo mantenía paralizado, pero no podía. Finalmente, todos los ataques se detuvieron, y Octojin levantó la vista con esfuerzo cuando una figura apareció. El sonido cesó en ese mismo instante, como si el hombre que había surgido tuviera el control de todo aquello. Respiró hondo, apoyó las manos en el suelo y, con un tremendo esfuerzo, se alzó hasta ponerse de pie, sintiendo la sangre correr por las heridas de bala que había recibido.

—Atlas… están usando algún tipo de sonido para paralizarme. No podía moverme… —murmuró entre dientes, aún algo desorientado—. Creo que eso es lo que utilizan para cazar a los nuestros. No sé si podré seguir luchando si vuelven a usar ese sonido.

El tiburón se hizo un rápido chequeo. Tres disparos. Las heridas no parecían letales, pero el sangrado era considerable, a pesar de la curación que su compañero había usado en él. O quizá era sangre que había salido antes de la propia curación. Apretó los dientes con rabia contenida y clavó su mirada en el hombre que había aparecido. El semblante de Octojin se oscureció, sus ojos mostraban un brillo de furia que difícilmente quitaría.

—Tú… —dijo con la voz más grave y amenazante—. Dinos dónde tienes al resto de los gyojins. No estoy de humor para juegos.

El hombre, que parecía más un comerciante refinado que un pirata vulgar, dio un paso al frente con calma, manteniendo esa sonrisa socarrona que lo había acompañado desde que apareció en la cubierta.

—¿Al resto de los tuyos? —dijo con una ligera risa burlona— Ah, claro, los gyojins. Bueno, si querías salvarlos, me temo que llegas tarde. Ya hemos hecho nuestra parte con ellos, pero, no te preocupes, los que quedan por aquí pronto estarán en las mismas condiciones.

Octojin sintió cómo la ira le subía por el pecho, amenazando con desbordarse. Este hombre tenía una actitud despreciable, trataba la vida de los gyojins como si fueran simples mercancías. El gyojin tiburón dio un paso hacia adelante, acercándose más al hombre, que mantenía la calma, aunque la tensión en el aire crecía.

—Dame una razón para no arrancarte la cabeza ahora mismo —gruñó Octojin, con los puños apretados.

Atlas, siempre observador, se mantuvo cerca, listo para actuar, aunque sabía que la furia de su compañero era difícil de contener. El hombre canoso levantó una mano, aún con una expresión de falsa cortesía.

—Tranquilo, tiburón. Tal vez podamos llegar a un acuerdo... —rió suavemente—. Pero deberías saber que si me tocas, todos los demás también caerán. ¿De verdad estás dispuesto a arriesgar eso?

Las palabras del hombre eran calculadas, buscando desestabilizar la ya furiosa mente de Octojin. El gyojin respiraba con pesadez, consciente de que estaban atrapados en un juego peligroso. Pero, a pesar de su rabia, sabía que tenían que jugar bien sus cartas si querían salvar a los que quedaban.

—Habla. Dime dónde están y te dejaré con vida… por ahora —dijo Octojin, con los dientes apretados, tratando de contenerse.

El hombre sonrió de nuevo, disfrutando de la tensión en el aire.

—Muy bien, parece que tenemos una negociación pendiente...

En ese momento, el gyojin observó a Atlas, esperando que tomase él las riendas de esa negociación. Era eso o liarse a palos contra aquellos humanos. Aunque Octojin era más de esto último, creyó que en la situación en la que se encontraban era mejor negociar. O al menos intentarlo. Quizá al rubio se le ocurría algo mejor, o puede que directamente pasara a la acción. En cualquier caso, el escualo estaba listo para apoyarle.
#11
Atlas
Nowhere | Fénix
La rabia contenida de Octojin casi se podía ver flotando en el ambiente mientras intercambiaba palabras con el sujeto de la gabardina. Había conseguido ponerse en pie de nuevo, explicándome en el proceso que habían empleado un extraño sonido para inutilizarle y que no se pudiese mover. Con herramientas como ésa, desde luego, era difícil que un solo gyojin consiguiera escapar de las garras de aquel grupo de criminales.

Fuera como fuese, parecía que habíamos llegado a un punto muerto. Los captores tenían el barco en unas condiciones lamentables y no podrían irse de allí —al menos no con vida— a menos que se lo permitiésemos. Por otro lado, disponían de un arma capaz de dejar fuera de combate a todo nuestro bando menos a mí. Por si no fuese suficiente, desconocíamos la ubicación en la que mantenían retenidos a los congéneres del tiburón. En consecuencia, tal vez en aquel momento tuviésemos cierta ventaja, pero de cara a la situación global podíamos perder muchísimo. Sí, ellos también, pero la diferencia era que para nosotros debía prevalecer la seguridad y el bienestar de los capturados.

—Estoy seguro de que podemos encontrar un camino intermedio que nos convenza a todos —comencé a decir después del breve diálogo entre Octojin y el que parecía ser el líder de aquellos tipos. Había podido notar a la perfección la mirada del tiburón clavándose en mí, seguramente buscando una actitud menos beligerante que sabía debía imperar pero era incapaz de demostrar—. No tenemos ningún interés en capturaros. No estamos aquí para atraparos, sino para liberar a los gyojins capturados. Si nos decís dónde están, los liberamos y dejáis a esta gente en paz, incluso estoy dispuesto a traeros la madera que necesitéis para las reparaciones y no nos opondremos a que os marchéis.

El anciano comenzó a deambular por la cubierta, haciendo como quien revisa el estado de los nudos que habían realizado los marineros, la limpieza de la cubierta y la forma en que los barriles estaban fijados para que no se deslizasen con el bamboleo del barco. No obstante, todos allí sabíamos que su aparente desinterés escondía una necesidad de ganar tiempo para valorar mi propuesta.

—Vivimos de esto —respondió finalmente—. Si nos dejáis sin nada de mercancía no tendremos cómo subsistir los próximos meses. Liberaremos a la mitad de los peces y nos quedaremos a la otra mitad... Y no nos seguiréis bajo ninguna circunstancia —contrapuso.

—Eso es algo que tenemos prohibido —repliqué rápidamente—. No podemos dejar algunos en vuestras manos y hacer como que aquí no ha pasado nada. Nuestras órdenes son todos o ninguno. Si rechazáis la oferta, estamos obligados a deteneros o acabar con vosotros. Ya después se vería cómo buscar a vuestras presas, pero no tenemos autorización para cumplir la misión a medias —mentí—. Mira la situación. No quedan gyojin en la zona, sólo mi compañero. Podéis detenerle con ese sonido o lo que sea, pero a mí no. No tendría problema en llevármelo de aquí y ni siquiera tendría que pedir refuerzos. Sólo tendríamos que dejar que os murieseis de hambre aquí varados. Si intentaseis escapar por mar, no creo que un tiburón de cuatro metros de largo tuviese demasiados problemas en encontraros y acabar con vosotros uno a uno. Creedme, lo está deseando, pero le pesa más salvar a los suyos. Mi amigo es alguien de palabra. Si accedéis a nuestras condiciones y liberamos a los gyojins, insisto, yo mismo os traeré lo que necesitéis para reparar el barco y os podréis marchar sin que os persigamos, ¿qué me dices? —sentencié, clavando de nuevo mis ojos con insistencia en los de aquel señor mayor que, en el fondo, sabía que no tenía muchas más opciones.

Entretanto, dirigí un par de rápidos vistazos a Octojin para comprobar si mi idea le parecía bien. Detestaba la idea de dejar que se marchasen sin más, pero no se me ocurría nada más para conseguir que nos dijesen dónde mantenían cautivos a quienes habían apresado. Por mucho que tuviesen poco margen de maniobra, debíamos darles algo a lo que aferrarse para lograr lo que pretendíamos. Más adelante, si todo iba bien, podríamos plantear la posibilidad de intentar perseguirles, atraparles e impedir que continuasen desarrollando la nociva actividad de la que se nutrían. Lo más importante era, con diferencia, rescatarlos a todos.
#12
Octojin
El terror blanco
Octojin apretaba el puño con fuerza, clavándose las uñas en su palma mientras escuchaba el intercambio de palabras entre Atlas y el anciano. Mantener la calma en una situación como esa era difícil, casi insoportable para él, especialmente cuando su instinto le gritaba que destruyera a aquellos piratas y terminara con todo de una vez. Sin embargo, sabía que Atlas tenía razón. Para liberar a los gyojins, tenían que ser estratégicos, negociar lo mejor para ambas partes y eso requería más que simple fuerza bruta.

Mientras el humano hablaba, Octojin se obligó a mantener su semblante lo más tranquilo posible, aunque su mandíbula estaba tensa y sus ojos mostraban una mezcla de furia contenida y preocupación. No era el tipo de tiburón que disfrutara de largas conversaciones, menos aún cuando el destino de su gente estaba en manos de una escoria como esa. Aún así, asintió en silencio, apoyando lo que su compañero decía. El fénix tenía una manera de hablar que inspiraba respeto y autoridad, algo que el tiburón admiraba profundamente en él. Sabía que sus palabras eran lo que la situación necesitaba, aunque en su interior, lo único que quería era partirle la cara a ese anciano y a todo su equipo. Y es lo que hubiera hecho en otra situación, pero aquella requería una manera de operar un tanto diferente.

El viejo, que claramente había vivido demasiados años en el mundo del crimen, empezó a deambular por la cubierta, lanzando miradas a sus hombres, que a su señal comenzaron a moverse. Octojin los observó con detenimiento, cada movimiento que hacían, cada gesto. Sabía que estaban calculados, buscando una forma de torcer la negociación a su favor. Pero también sabía que estaban acorralados. No había escapatoria para ellos. No con él y Atlas presentes.

Y entonces, le faltó fuerza para apretar aún más su puño. El viejo trató de mera mercancía a los gyojins, argumentando que si los entregaba, se quedaría sin el pago que habían ofrecido por ellos. Aquello hizo que el marine sintiese aún más asco por aquel estúpido humano.

La rabia volvía a encenderse dentro de él. Era inaceptable. ¿La mitad? Eso no era una opción. Sus manos comenzaron a temblar de pura ira contenida, pero un vistazo rápido a Atlas lo ayudó a centrarse de nuevo. El fénix estaba manejando la situación, manteniendo el control con una calma que Octojin simplemente no poseía. Respiró hondo y mantuvo el silencio, permitiendo que Atlas tomara el liderazgo en ese momento crucial.

Atlas no tardó en responder, rechazando rápidamente la oferta del anciano. Y lo hizo de una manera que incluso el habitante del mar, en su furia, tuvo que admirar. Le gustaba la forma en que su compañero mentía con tal seguridad, asegurando que no podían dejar a ningún gyojin atrás. Por dentro, el tiburón lo agradecía. Sabía que no podían comprometerse. Cada uno de los suyos debía ser liberado, o ese sería el fin de la negociación.

Mientras el anciano meditaba las palabras de Atlas, Octojin observaba con cautela los gestos de los piratas. No le gustaba nada la manera en que se movían, la forma en que sus manos se acercaban a las armas. Su cuerpo estaba listo para saltar a la acción en cualquier momento, pero sabía que aún no era el momento adecuado. Atlas estaba manejando las cosas de la mejor manera posible, y hasta que no fuera absolutamente necesario, el escualo no intervendría.

Finalmente, el viejo se detuvo y lanzó su última oferta, endureciendo su tono de voz. Exigió una cuarta parte del valor de los gyojins a cambio de entregarlos, así como las reparaciones para su barco, y dejó claro que esa era su última oferta. Octojin pudo sentir cómo su ira se intensificaba, pero de nuevo, se contuvo. Este era el momento decisivo, y cualquier movimiento en falso podría costarles caro.

— ¿Una cuarta parte? —susurró Octojin, casi escupiendo de asco. Era una cantidad irrisoria en comparación con lo que realmente valían los gyojins como seres vivos, como personas. Pero sabía que discutir ese punto sería inútil. Los piratas sólo veían a los suyos como mercancía. No había manera de hacerles entender lo que realmente estaban pidiendo.

Octojin miró a Atlas, y se acercó algo más para susurrarle. Tenía que serle sincero, aunque algo en su interior ya sabía que el humano conocía lo que le iba a decir. No era muy difícil entender que no era una situación cómoda para el tiburón y que todo aquello le parecía algo totalmente inaceptable.

—No me gusta esta oferta —dijo con voz profunda y empleando un tono bajo—. Pero por el bien de mi gente, la podría aceptar—hizo una pausa, apretando su mandíbula mientras lanzaba una mirada asesina al anciano, y torció el rostro, mirando a Atlas—. Pero no sé si tenemos autorización por parte de la marina. ¿De cuánto dinero estamos hablando? Igual deberíamos comunicarnos con la central.

El anciano sonreía con una satisfacción apenas disimulada, pensando que había ganado la negociación. Porque desde fuera, que los dos marines susurrasen seguramente era una victoria, al menos parcial. Eso quería decir que, como mínimo se lo estaba pensando.

Sin embargo, Octojin sabía que esa sonrisa pronto se borraría de su rostro. No dejaría que se salieran con la suya tan fácilmente. Una vez que los gyojins estuvieran a salvo, tomaría medidas para asegurarse de que estos piratas no volvieran a poner un pie en el mar sin pagar el precio. O esa era su idea.

Atlas, que estaba siendo el mediador en aquella ocasión, debería tomar la palabra para cerrar el trato, con cualquiera de las opciones propuestas. El escualo, mientras tanto, seguía luchando por mantener la calma. El final de este enfrentamiento estaba cerca, pero aún quedaba mucho por hacer. Y el gyojin no terminaba de fiarse de aquella gente. La verdad es que tenía mil motivos.

El escualo sabía que esa negociación era sólo un paso en un camino mucho más largo y peligroso. Pero vaya negociación.
#13
Atlas
Nowhere | Fénix
El muy condenado sabía lo que se hacía. Era evidente que el tiempo había hecho en él mucho más que marcarle el rostro y el pelo. A pesar de estar en una situación de clara inferioridad, era consciente de que él poseía algo de lo que no podíamos prescindir. Sólo tenía una carta y lo sabía: la vida de los gyojins. Era conocedor de que si se desprendía de ella demasiado pronto todo saldría mal para él y los suyos, de ahí que se afanase en continuar las negociaciones a cualquier costo. Una cuarta parte de su valor podía llegar a sonar razonable para según quién lo escuchase, pero no tenía claro si podríamos tener autorización para algo así.

Como si hubiese estado leyendo mi mente, Octojin se aproximó hacia mí para susurrarme algo. Después de compartir tantas cosas —aunque realmente no nos conocíamos desde hacia demasiado tiempo— me había acostumbrado a ello, pero ver a semejante coloso del mar agacharse hasta la mitad de su estatura por poder decirme algo en voz baja debía ser una imagen de lo más cómica.

Asentí ante su comentario, porque también era lo que yo pensaba, y volví a clavar mis ojos en los del anciano líder del grupo criminal.

—Tenemos que pedir autorización para eso —repliqué sin más, girando noventa grados sobre mis talones y comenzando a caminar.

Había visto cómo los subordinados se movían y posicionaban en función de sus miradas, pero había decidido hacer como el que los ignoraba. Evidentemente, no iba a mantener una conversación con nuestros superiores allí en medio, así que decidí irme a la proa del barco con paso firme y decidido. Tuve que pasar por encima de uno de los mástiles, claro, que había provocado serios daños en la cubierta, pero confiaba en que esa imagen reforzase la idea de que no debían jugar con nosotros.

Aguardé a que Octojin se uniera a mí antes de sacar un Den Den Mushi del bolsillo e intentar establecer comunicación con la central. Quien respondió, para mi sorpresa, no fue otra que la capitana Montpellier.

—Loguetown —dijo sin más con su habitual tono perezoso.

—Aquí Atlas y Octojin, señora —respondí inmediatamente.

—¡Oh, hola! ¿Cómo va el rescate de los gyojins? —replicó en tono afable y ciertamente infantil. La capitana podía ser algo volátil en ocasiones. Habitualmente demostraba una pereza absoluta por todo lo que tenía que ver con la rutina diaria y la burocracia. En determinados días —que debían seguir un patrón que no habíamos logrado identificar— lucía jovial y cercana. Pero nunca, nunca jamás podía ser buena idea enfadarla. Se podría decir que era una mujer accesible y transigente siempre y cuando no pasases la frontera que nunca debía ser cruzada.

—Podría ir mejor. —No tardé en resumir la situación y llegar hasta el momento en que nos encontrábamos.

—Malditos desgraciados —musitó en un tono ya más serio—. Lo peor es que me suena de algo esa forma de actuar. Voy a poner a los chicos a buscar en el archivo, a ver si hay algún grupo que lleve tiempo sin operar por aquí que haya podido volver a las andadas. En cuanto a la propuesta que os hacen... de manera oficial no se puede autorizar un pago por rehenes, un rescate ni nada que implique ceder a un chantaje. —¿Era un "clic" eso que acababa de sonar? Habría jurado que sí y, para más inri, la voz de la capitana se había distorsionado en parte después de escucharlo. ¿Acaso estaba blindando la conversación frente a oídos indiscretos?—. Otra cosa muy diferente es que lo que digáis y lo que después hagáis —susurró—. Lo importante es lo que ellos crean. Ganad tiempo y decidles que os hemos dado permiso. Si es necesario extended algún documento con mis datos, pero aseguraos de que cuando todo acabe sea destruido. Tenéis que buscar un hueco en medio de todo ese lío para averiguar dónde están los gyojins, rescatarlos y acabar con esa panda de malnacidos... y no les podemos dar nada, chicos, lo siento. —Volvió a sonar un "clic"—. En efecto, lo han entendido bien, el Gobierno Mundial no puede ceder un ápice ante el chantaje de unos delincuentes. Su única recompensa puede ser una estancia de larga duración detrás de unos barrotes bien gruesos.

Todo estaba bien claro: teníamos un permiso no oficial que no nos respaldaría si todo iba mal para hacer lo que fuese necesario para rescatar a los habitantes del mar. Ello, por otro lado, implicaba también que en caso de resultar victoriosos la capitana no indagaría más de lo justo y necesario en los métodos empelados para llevar a cabo la misión. Sí, si todo iba bien no tendríamos ningún problema, pero que el resultado fuese satisfactorio dependería única y exclusivamente de nosotros.

—Parece que está bastante claro, ¿no? —dije tras cortar la comunicación, mirando a Octojin de una manera que pretendía transmitirle calma—. Les salvaremos cueste lo que cueste, no te preocupes. Como si nos tenemos que ir a vivir a una isla escondida en el Nuevo Mundo huyendo de la Marina por habernos saltado el protocolo.

Tras dar varios toques de apoyo en el brazo escamoso de mi compañero retorné al lugar del que nos habíamos marchado. Me volví a situar en el centro de todos ellos, demostrando que podían inspirarme muchas cosas, pero no miedo.

—Tenemos autorización para pagar la cuarta parte de su valor en el mercado negro, pero nos tienen que enviar los recursos desde las bases más cercanas. Hasta entonces, decidnos dónde están los prisioneros para poder valorarles y ver si necesitan algún tipo de asistencia médica o algo.

Algo me decía que no sería tan fácil, pero debía intentarlo, ¿no?
#14
Octojin
El terror blanco
Octojin se movió tras los pasos de Atlas, observando cómo todos los piratas del barco les miraban. Si las miradas matasen... Probablemente morirían ellos antes, pues el tiburón no pensaba que pudiesen sentir más ira en aquél momento de la que él mismo sentía.

El escualo observó a su compañero humano mientras descolgaba el Den Den Mushi y hablaba con la capitana Montpellier, que era quien había recogido el teléfono. Allí, cruzado de brazos, con una expresión de contenida frustración en su rostro aguardaba el devenir de la conversación. Cada palabra de su compañero resonaba en su cabeza mientras intentaba mantener su rabia bajo control, intentando no hablar ni interferir en lo que estaba haciendo. Lo cierto es que cada vez iba mejor con el control de su ira. Ya no saltaba a la mínima de cambio y eso era, en parte, gracias a sus compañeros.

Negó un par de veces con la cabeza, intentando volver de sus pensamientos y centrarse en lo que allí estaba ocurriendo. No era solo que las vidas de los gyojins estuvieran en juego, sino también el hecho de que aquellos piratas los utilizaban como moneda de cambio, algo que hacía que le hirviese la sangre. Sin embargo, el gyojin sabía que Atlas tenía razón al tomar un enfoque diplomático. Si dependiera de él, hubiera preferido enfrentarse de inmediato, pero ese no era el camino más eficiente en ese momento, puesto que aunque ganasen, nada les aseguraba obtener la información de dónde estaban sus hermanos de sangre. Así que, con la mandíbula apretada, dejó que su compañero liderara la conversación.

—Gracias por manejar esto, Atlas —dijo con voz profunda, empleando un tono serio pero lleno de gratitud cuando el humano colgó el Den Den—. Prefiero no involucrarme en la negociación. Es un tema que me afecta demasiado.

El tiburón observaba cómo Atlas navegaba la situación con calma y autoridad, algo que admiraba profundamente. Sabía que su compañero estaba haciendo todo lo posible por asegurar el rescate de los gyojins sin que las cosas se salieran de control más aún de lo que ya habían hecho. Octojin había mostrado algunos gestos varias veces durante la conversación, un leve movimiento de cabeza por aquí, una mirada fija por allá, intentando siempre dar apoyo a Atlas, pero no sabía si el humano le había visto o estaba tan centrado en lo que hacía que no tenía constancia de lo que ocurría a su alrededor. Aunque los dos toquecitos que el habitante del mar había recibido por parte del humano fueron más que suficiente como para entender que quizá sí que había sentido su apoyo. Eso, sumado a las palabras que le dijo el rubio sobre salvar a los suyos aunque fuese lo último que hiciesen, le dio la tranquilidad que necesitaba en ese momento.

Cuando volvieron y le comunicaron todo al anciano pirata, sin embargo, este no parecía querer ceder tan fácilmente. Se notaba a la legua que era un arduo negociador. Tras escuchar la oferta de Atlas, se quedó en silencio por unos momentos, observando la reacción de los dos marines. Un silencio incómodo que tardó un rato más en romper. Finalmente, con una sonrisa forzada en el rostro, hizo una mueca y señaló a varios de sus hombres. Con un gesto rápido, los llamó hacia él, susurrándoles algo que Octojin no alcanzó a escuchar del todo. Entonces, el anciano se dirigió a ellos con una sonrisa aún más cínica.

—Aceptamos la oferta —dijo finalmente—. Pero no daré la orden de traer a los gyojins hasta que vea el barco de la Marina llegar. Solo entonces empezaremos a soltarlos. Hasta entonces, los mantendremos seguros, no os preocupéis.

Las palabras del pirata fueron como una daga en el pecho de Octojin. Apretó los puños, sintiendo cómo sus garras se clavaban en la palma de su mano. A pesar de sus intentos por mantener la calma, el tiburón no pudo evitar mostrar su frustración. Dio un paso adelante, intentando controlar su tono de voz, aunque la tensión era evidente. Pensó que quizá había alguna posibilidad de hacer aquello de otra manera. O de obtener algo de información. Un pequeño brillo, algo a lo que agarrarse. Lo necesitaba.

—¿Nos vas a hacer esperar? —preguntó con dureza— Lo menos que podrías hacer es decirnos si están en buenas condiciones. ¿Necesitan atención médica? Porque si es así, estamos a tiempo de pedir una unidad de cuidados.

El hombre lo miró, y tardó poco en soltar una carcajada. Aguardó unos segundos más y, con la sonrisa aún presente, se dignó a responder con un tono más frío del que había dedicado antes.

—No hay necesidad de preocuparse tanto, tiburón. Los gyojins están en buenas condiciones... de momento. Suelo mantener la mercancía en buenas condiciones hasta entregarla, de ello dependen mis pagos.

Aquello le provocó un alivio momentáneo a Octojin, a pesar de hablar así de los suyos. Pero aún sentía que la situación podía desmoronarse en cualquier momento. Respiró profundamente, intentando calmarse, y miró a Atlas antes de continuar. Tenía que pensar dos veces antes de actuar, o de lo contrario, echaría todo a perder.

—El barco tardará unos días en llegar, pero podemos hacer que las cosas vayan más rápido —sugirió, buscando una solución—. Si hacemos la llamada correcta, podemos coordinar para que el barco de la Marina y el de los gyojins lleguen más o menos al mismo tiempo. Así evitamos perder más tiempo del necesario. Calcula unas horas, o incluso un día como mucho de diferencia, de ese modo, no estaremos aquí más tiempo del necesario.

El anciano lo miró con algo de desconfianza, pero no pareció oponerse a la propuesta. Tampoco dio su visto bueno. Octojin esperó la respuesta, incluso esperó que Atlas se pronunciase.

El gyojin sabía que si el barco de aquellos piratas con los gyojins retenidos se acercaba y estaba en un radio de un día, podría dar con ellos. Nadando a gran velocidad no le supondría más de un par de días rodear el diámetro por el cual podían aparecer. Aquello era un plan más al que poder aferrarse. Pero quién sabe si aquello saldría bien o no.
#15
Atlas
Nowhere | Fénix
—De nada, para eso estoy —respondí de forma cálida ante el comentario de Octojin. Para nada teníamos una relación demasiado sentimental en las formas, pero era plenamente consciente de que precisamente aquel tema era el que más profundamente podía herir al tiburón. No había que ser un genio emocional para saber que en aquellos instantes el ser abisal precisaba todo el apoyo que se le pudiera dar. Además, estaba haciendo un ejercicio de autocontrol que jamás había visto en él. Estaba progresando mucho, eso seguro.

No sólo eso, sino que fue capaz de mantener una breve conversación con el líder del grupo al que nos estábamos enfrentando. Fue de lo más tenso, sí, pero sorprendentemente correcto teniendo en cuenta la situación. En un intento por agilizar todo el proceso, había propuesto un traslado hacia un punto intermedio para realizar allí el intercambio. Tal vez aquel tipo pensó que por el hecho de que todo hubiese surgido de forma aparentemente improvisada no existía la posibilidad de que nos aprovechásemos. A lo mejor fue ése el motivo de que, simple y sencillamente, aceptase la oferta de Octojin.

—Mañana tendremos a los gyojins cincuenta millas al norte de esta posición en torno a las doce de la mañana. Si en media hora no ha aparecido ningún barco de la Marina con la suma acordada, sabremos que no hay trato, que vamos a morir y ellos morirán con nosotros.

El tipo lo dijo con la pasmosa tranquilidad de quien ya cree haber vivido todo lo que le correspondía. La amable sonrisa no desapareció en ningún momento de su rostro, aunque los movimientos de cabeza que hizo hacia sus subordinados sí que dejaron claro que por el momento no pensaba atacarnos por la espalda. Las armas de los criminales comenzaron a bajar y ser enfundadas al tiempo que el sujeto se encaminaba de nuevo hacia su camarote.

—Me gustaría poder invitarles a pasar la noche junto a nosotros, pero podrán comprobar que hemos sufrido algunos desperfectos que hacen de nuestro barco un lugar no demasiado acogedor en estos momentos. Como hemos dicho, nos veremos mañana allí.

Y haciendo un gesto con la mano, los malhechores se prestaron a desaparecer de la cubierta para iniciar el proceso de reparación o lo que fuese que tenían encargado hacer. Por mi parte, toqué el hombro de Octojin para indicarle que por el momento no podíamos hacer nada más. En ocasiones era necesario soltar un poco para apretar más después. Sabía que el tiburón era consciente de ello, pero también era consciente de que le costaría hacerlo dado el contexto.

—De momento creo que es importante que le expliques al resto de los tuyos por qué volvemos con las manos vacías. A mí no creo que me vayan a hacer demasiado caso. Intenta relajarles y aprovecha para poner también tú tus pensamientos en orden —sugerí a mi compañero una vez estuvimos lejos del alcance de oídos indiscretos—. Yo me iré a cortar algo de madera para poder llevársela mañana a esta panda de sinvergüenzas. Una vez todos estén a salvo y estemos seguros de que no se queda nadie atrás, iremos a por ellos estén donde estén, como si nos tenemos que pelear con ellos en medio del mar. ¿Qué me dices?
#16
Octojin
El terror blanco
Octojin apretó los puños con una mezcla de rabia contenida y sorpresa. Jamás pensó que su propuesta pudiera ser aceptada tan fácilmente. Estaba convencido de que todo acabaría en un enfrentamiento, una batalla inevitable, pero no. Aquellos tipos tenían como objetivo no pelear, o no al menos de primeras. El líder de los piratas había aceptado la oferta, aunque no sin poner algunas condiciones. El habitante del mar no podía dejar de pensar que, de alguna manera, habían ganado esa pequeña batalla, pero no sin un costo emocional importante. Su fragilidad estaba en un punto que, de seguir así, acabaría cediendo ante la insistencia de los humanos por hacerle caer.

Cuando el viejo se retiró con su grupo de piratas, Octojin miró a Atlas con una mezcla de gratitud y resignación. Recibió unas palmadas en la espalda que le reconfortaron. Sabía que la estrategia del fénix era la mejor en ese momento, pero no le gustaba la idea de negociar con ellos. El gyojin prefería resolver las cosas de manera directa, sin acuerdos con gente que había cazado a los suyos. Sin embargo, Atlas lo había manejado con una calma y autoridad que él mismo admiraba.

—Tienes razón, Atlas —dijo, asintiendo lentamente—. Haré lo que pueda para tranquilizarlos. No será fácil, pero... los tuyos están seguros, y eso es lo que importa. Quedamos mañana al amanecer en el barco, allí estaré.

Dicho esto, Octojin dio un salto hacia el agua, su elemento natural. El contacto con el mar siempre lo relajaba, pero en esa ocasión, incluso el océano parecía estar tenso. Nadar lo calmó un poco, pero el peso de lo que había aceptado hacer seguía presente en su pecho.

Al llegar a la orilla donde todo había comenzado, vio al grupo de gyojins reunidos, todos alrededor del herido. El ambiente era tenso, y las miradas que le dirigieron fueron de pura preocupación. A pesar de sus instintos, Octojin mantuvo la calma. No era el momento para mostrarse nervioso o inseguro. Tenía que proyectar fuerza y confianza.

—¿Cómo está? —preguntó, acercándose al grupo y dirigiéndose al que parecía estar a cargo del cuidado del herido.

—Va a estar bien —respondió uno de los gyojins—. Solo necesita descansar, pero sobrevivirá.

Eso era un alivio, al menos. Octojin se quedó en silencio por unos momentos, observando a sus hermanos y hermanas de raza, que quizá esperaban que dijese algo. Sabía que estaban esperando algo de él, y no solo palabras, estaban esperando algo en forma de solución. Tragó saliva y decidió que lo mejor era ser honesto.

—Hemos hablado con ellos —dijo finalmente—. Nos han dado una oportunidad para salvaros a todos. El trato es simple: los liberarán mañana al mediodía a cambio de una parte de su botín y algunas reparaciones para su barco. No me gusta, no quiero hacerlo, pero es la única manera de sacaros de aquí sin más derramamiento de sangre. Cuando esto acabe, seréis todos liberados y me encargaré personalmente de que la marina cuide de vosotros.

El silencio que siguió a sus palabras fue incómodo. Hasta un punto en el que le dolía. Podía sentir las dudas en el aire, el miedo y la desconfianza. Sabía que algunos de ellos querían luchar, enfrentarse a los piratas, pero también sabía que la mayoría solo quería sobrevivir. No pedían mucho, la verdad. Simplemente que les dejasen vivir en paz, lejos de cazadores, humanos racistas y situaciones fuera de control. Solo ellos, el agua y su vida. Era lo justo.

—No tenemos otra opción —añadió con voz más suave—. Si luchamos ahora, no solo podríamos perder, sino que pondríamos en riesgo a quienes ya están heridos. No es lo que queremos, ¿verdad?

El grupo asintió lentamente, aunque algunos aún parecían inseguros. Octojin no podía culparlos. Incluso él tenía dudas. Pero se esforzó por mantener el semblante firme y decidido. Era lo que esperaban de él, y se limitó a ser así.

—Confío en que todo irá bien —dijo con más firmeza de la que realmente sentía—. Mañana, cuando todo haya terminado, seremos libres. Y después, podremos hacer que esos piratas paguen por lo que han hecho. Pero primero... primero tenemos que asegurarnos de que todos estén a salvo.

Una vez dichas esas palabras, el ambiente pareció relajarse, aunque solo un poco. Algunos habitantes del mar parecían muy convencidos de las palabras del escualo, mientras que otros se notaban bastante menos receptivos. Los gyojins empezaban a aceptar la situación, entendiendo que Octojin y Atlas estaban haciendo lo correcto, o al menos lo que podían. Ciertamente, no era lo que todos deseaban, pero era la vía para conseguir que todos estuviesen juntos de nuevo. Ver que depositaban su confianza en él, aunque fuera de manera tímida, hizo que la responsabilidad que sentía se hiciera aún más pesada.

Sabía que al día siguiente tendría que estar a la altura de esas expectativas. Y no sabía, en ese momento, como podría abordar la situación.
#17
Atlas
Nowhere | Fénix
Hacía ya muchas horas que el sol se había terminado de poner, pero allí seguía yo. Octojin se había marchado para poner a los suyos al día de los avances y la situación en la que nos encontrábamos. En ese aspecto poco o nada podía hacer yo. Eran humanos —piratas, sí, pero humanos— quienes les habían obligado a abandonar sus hogares. También eran humanos quienes les había estado dando caza como si no mereciesen el más mínimo respeto o consideración. Podría argumentar ante ellos desde mi posición que yo no era ellos, que todos los humanos no éramos iguales. Seguramente tendría toda la razón del mundo al hacerlo, pero al ponerme en su lugar no podía evitar entender que no me concediesen toda la credibilidad que creía merecer.

Darme cuenta en mi fuero interno de ese hecho, así como la cara de amable satisfacción de ese auténtico hijo de puta con lacitos, era lo que me mantenía en medio de aquella arboleda en el punto más alto del peñón. El sudor y el calor habían provocado que me desprendiese de la parte de arriba de mi uniforme hacía ya un buen rato. Blandía mi naginata una y otra vez, sin descanso, contra los árboles que osaban ponerse frente a mí. Caían uno tras otro y los iba apilando a un lado antes de continuar con mi trabajo. ¿Trabajo? No, con la mitad de los que llevaba habría sido más que suficiente para reparar dos barcos como ése. El motivo de que continuase repitiendo aquella suerte de ritual era que de alguna forma tenía que liberar mi frustración.

El tiburón, a pesar de estar haciendo unos progresos formidables en ese campo, tenía problemas para templar su carácter. Era así en situaciones mundanas del día a día, ¿cómo podría ser si la captura de sus congéneres era el tema que estaba encima de la mesa? Desde el primer momento había sido consciente de que me correspondía a mí y sólo a mí serenar el ánimo e intentar discurrir de la forma más sensata posible. Sin embargo, mientras tragaba mi bilis y mis ganas de mandar a todos esos desgraciados a la celda más oscura y húmeda, un fuego insoportable había prendido en mi pecho. Al contrario que el que manaba de mis alas y estaba empleando para continuar con mi labor, éste sí quemaba e inflaba el globo de la ira que tan bien había contenido durante las negociaciones.

Fuera como fuese, pensando con más calma aquel tipo había dicho la posición en la que se encontrarían los gyojines al día siguiente. Su barco estaba inutilizado, por lo que la única opción viable para que pudiese cumplir su parte era que su grupo no sólo tuviese una embarcación, sino más de una, así como métodos para establecer comunicaciones entre ellas. Sonaba razonable. Además, un grupo dedicado a la compraventa de vidas tenía que poder dividir sus esfuerzos y efectivos casi que por necesidad.

—Espero que al menos no sean demasiados —me dije en voz baja, derribando el que sería el último árbol con el que descargaría mi furia. De esa forma, allí, tumbado al lado de la montaña de troncos y sin molestarme en cubrir de nuevo mi cuerpo, finalmente me tumbé y me dediqué a descansar.


Día 37 de Verano del 724

Desperté mucho antes de que los rayos de sol pudiesen acariciar mi rostro. Juraría que las responsables fueron las cosquillas en las que se transformó aquel fuego una vez me hube relajado un poco. Era un día importante. Para los gyojins. Para Octojin. Para mí. Para todo lo que tenía que ver con la justicia y lo que estaba bien. Y esa responsabilidad caía en los hombros de mi compañero y en los míos.

Sin perder tiempo, me vestí de nuevo y adopté la forma de un gran ave fénix de cuatro metros de largo y no menos de seis de envergadura para transportar el material acordado. Tuve que dar varios viajes para dejar sobre la cubierta de los criminales todo lo que necesitaban. La primera vez me aseguré de dejarlos caer con estrépito. Sí, un gesto tal vez bastante infantil, pero era mi pequeña venganza inicial por todo lo que habían hecho. Continué proporcionándoles lo que me pedían hasta que me confirmaron que era suficiente. Para ese momento, el sol ya había salido y la hora acordada para la entrega estaba próxima.

—Espero que no nos tengamos que volver a ver nunca —dije al líder antes de irme. Ni siquiera le había preguntado su nombre, porque no me importaba. Ya tendría tiempo de identificarle cuando estuviese a punto de tirarle al fondo de una celda.

El tipo, por su parte, me devolvió otra de sus amables sonrisas en las que, curiosamente, no era posible ver un solo atisbo de sarcasmo o triunfo. No sabía si aquel tipo era un verdadero maestro del autocontrol y del lenguaje no verbal, si realmente todo aquello le daba absolutamente igual o si, por el contrario, realmente era ése su estado interno permanente.

Fuera como fuese, no tenía tiempo que perder. Octojin necesitaría mi apoyo —al menos en la parte menos... violenta— y tendríamos que comprobar el estado de los gyojin antes de decidir que era el momento de partir en busca de aquella panda de desgraciados. Se habían puesto manos a la obra en cuando el primer tronco había caído sobre el barco. Además, debía admitir que los encargados se habían movido de manera eficiente y parecía que sabía lo que se hacían. En consecuencia, daba por hecho que para cuando llegase el momento de iniciar la persecución ya habría pasado un buen rato desde que abandonasen la zona.
#18
Octojin
El terror blanco
Tras todo aquello que dijo las esperanzas no eran muy altas en el grupo de gyojins. El tiburón estaba un poco preocupado. Bueno, bastante a decir verdad, y el sentimiento parecía ser parte del conjunto de habitantes del mar. Uno de ellos, fingiendo una tímida sonrisa, le ofreció una cama donde dormir al escualo, que aceptó con gusto.

Lo cierto es que el asentamiento no era nada del otro mundo. Es más, era bastante precario. La construcción estaba a medias, y no habían podido terminar algunos detalles que se hacían básicos en cualquier lugar como aquél. Pero claro, Octojin no era nadie para quejarse de aquello. Suficiente que le habían dejado una cama donde descansar y poder intentar dejar de darle vueltas a todo aquello que rondaba su cabeza.



El tiburón se despertó después de unas horas de sueño algo interrumpido, con pensamientos revoloteando en su mente y una ligera presión en el pecho. Por mucho que intentara dormir, sus pensamientos siempre acababan en la misma dirección: los gyojin capturados, el riesgo de que se dispersaran al ser liberados, la estrategia para salvarlos sin más contratiempos... Aquello era demasiado complicado. No veía una salida que pudiera ser correcta para todos. Y aquello hacía que la frustración que sentía por tener que colaborar de alguna manera con aquellos piratas, le produjese un dolor en el pecho. Sin embargo, sabía que aquello era lo más prudente, aunque la rabia por toda esa injusticia aún le hervía en las venas. El gyojin estaba hecho un mar de dudas, del cual no sabía si podría salir pronto.

Aun así, se levantó y, tras unos momentos de reflexión, se dirigió a entregar su den den mushi a Tiberius, uno de los gyojins más confiables del grupo. Le pidió que mantuviera la comunicación abierta con Atlas y que también informara de cualquier novedad. Era básico en cualquier operativo el poder tener una buena comunicación, y con aquél gesto, Octojin pensó que la podrían tener. Entonces, le contó su plan, para que posteriormente Tiberius hiciese lo mismo con el resto de hermanos de sangre. Todos estaban descansando y no merecían ser despertados.

La idea del habitante del mar no era compleja. Como ya sabían una distancia aproximada donde el barco  pirata con los gyojins capturados aguardaría la señal del capitán pirata, tan solo tenían que mandar a unos exploradores a ojear el perímetro y ver dónde se encontraba el barco, cuántos había, tipo de embarcación, la cantidad de gente abordo... En fin, eran muchas incógnitas.

Luego, se sumergió en el agua en dirección al barco de los piratas, con la intención de reunirse con Atlas y coordinar la estrategia en persona. El trayecto fue sereno y reconfortante; en el agua, sentía algo de calma y control, al menos por unos momentos.

Al llegar a la zona, divisó el vuelo de un fénix enorme que transportaba madera hasta la cubierta del barco pirata. Sin perder tiempo, siguió a Atlas hasta la costa, aprovechando cada brazada para acortar distancias hasta que finalmente pudo llamar su atención.

—¡Atlas! —exclamó, asomando la cabeza fuera del agua, salpicando ligeramente mientras agitaba el brazo— Tenemos que hablar sobre el plan y las distancias. No podemos arriesgarnos a fallar. Tenemos que estar preparados para lo que sea.

Le hico más señas para indicarle a Atlas, que aún seguía transformado en su forma de fénix, donde debía descender para reunirse, quedando aún cerca de la orilla. Al verle, Octojin notó que llevaba consigo una firme determinación, y aquel fuego, tanto figurado como literal, parecía haberse atenuado un poco. Sin embargo, seguía siendo cauteloso. Ambos intercambiaron miradas cargadas de tensión y expectativa, con la inminencia del plan que estaba por ponerse en marcha.

Octojin se tomó un momento para explicar los detalles de su propuesta, que creía que era la mejor, aunque sabía que al humano tampoco se le daba nada mal el tema de la estrategia, así que quizá había pensado algo que podía hacer de aquél plan uno más completo.  Empezó mencionando la información obtenida y la necesidad de crear un perímetro de búsqueda para identificar la localización exacta de los barcos de los piratas. Si lograban mantener a los enemigos a la vista, sería más fácil idear un ataque rápido y sin margen de error, liberando a los gyojin con un golpe decisivo.

Octojin apreciaba la serenidad y la autoridad que irradiaba su compañero mientras evaluaba los puntos estratégicos. La precisión y calma con la que Atlas procesaba cada idea le recordó que, aunque él mismo ardía por dentro, no podía permitirse actuar con ira.

Cuando le contó todo el plan, haciendo también hincapié en las preocupaciones de las incógnitas que tenía, esperó a que le diera una respuesta, una aprobación o cualquier mejora a su plan. Todo parecía ir encaminado a terminar pronto, pero no había ninguna certeza de que aquello fuera a salir bien. Igual era buena idea empezar a crear un plan B.

En cualquier caso, ambos deberían prepararse para los últimos pasos de la operación, sabiendo que en breve darían inicio a la búsqueda. Octojin, sintiendo cómo las tensiones se disipaban en ese instante de calma, se preparó mentalmente para lo que vendría.
#19
Atlas
Nowhere | Fénix
Tenía bastante claro que la solución más sencilla era a menudo la más fácil de ejecutas y la mejor. Fue por ello que, cuando Octojin me comentó las ideas que había tenido para que la operación resultase exitosa, no pude sino estar de acuerdo con él. Claro que había un sinfín de detalles que intentar matizar, pero el núcleo del plan estaba más que claro. Nunca llegaría un barco de la Marina cargado con oro y joyas para los piratas. No, eso no sucedería y en cuanto llegase la hora los criminales se darían cuenta de que algo no iba bien. Para cuando ese momento llegase los gyojins ya debían haber sido liberados. Era así de sencillo y, al mismo tiempo, así de complejo.

Había descendido desde las alturas para aterrizar junto a la orilla en una posición en la que el enemigo no nos podía divisar —al menos en teoría, claro—. Allí dirimimos cuáles eran los aspectos claves a resolver: en efecto, debíamos establecer un perímetro de búsqueda en torno al punto de encuentro para encontrar la embarcación en la que los secuestradores habrían de transportar a los seres abisales. Lo que me preocupaba en ese sentido era el peligro al que podían exponerse los propios habitantes del mar. Aquellos tipos estaban más que acostumbrados a tratar con seres submarinos. Seguro que tenían métodos para detectarlos incluso cuando no estaban intentando capturarlos. El área a cubrir era demasiado grande, por lo que dudaba que Octojin pudiese cubrirla por completo antes de que llegase el momento indicado.

—¿Hay algún problema? —interrumpió Tiberius, que se había aproximado para intentar averiguar qué era lo que dotaba nuestros rostros de esa imagen de preocupación.

—Octo es una bala, pero es demasiado terreno como para que lo pueda cubrir él solo —apostillé.

—No está solo. Yo mismo puedo colaborar, y no son pocos los chicos que se han ofrecido para lo que haga falta. No somos marines ni militares —continuó sin dejar que le interrumpiese—, por eso hemos pedido vuestra ayuda, pero eso no significa que no estemos dispuesto a sacrificarnos por proteger a los nuestros si es necesario. Además de mí hay otros cuatro o cinco nadadores extremadamente rápidos en la colonia. Podemos dividirnos la zona entre todos y cubrirla en un periquete. Además, llevamos un tiempo viviendo aquí y conocemos los islotes como la palma de nuestra mano. Sabremos mucho que mejor que Octojin dónde se pueden esconder barcos en espera de que llegue la hora acordada para un encuentro.

Tiberius no estaba dispuesto a ceder ni un ápice. La calmada y serena determinación de sus facciones así lo indicaba. Miré al tiburón, asintiendo para tratar de confirmar que ambos estábamos de acuerdo.

—Muy bien, pues resuelto ese contratiempo podemos continuar con la idea de Octojin. Tenemos una hora hasta el momento del encuentro. Para dentro de como mucho treinta minutos debemos saber dónde demonios mantienen a vuestros amigos y si están todos juntos. Me imagino que si tienen en mente hacer un intercambio los habrán reunido a todos, pero no me fío de ese viejo. Parece tener muchos tiros dados y no me extrañaría que tuviese alguna jugarreta preparada por si acaso. La tenga o no, no tenemos más remedio que ir a por todas. Hemos descubierto las cartas y hay que llegar hasta el final.

Tiberius asintió, marchándose a continuación en busca de sus chicos para delimitar las áreas que cada uno cubriría. Usando la arena del mismo modo que la había empleado yo en la primera ocasión, dibujamos un hexágono cuyo centro era el punto de encuentro. Trazando líneas desde el centro hasta los vértices conformamos seis zonas triangulares de tamaño idéntico, que serían las que se repartirían entre los veloces gyojines y Octo. A él se le asignó la zona situada más al norte.

Con las ideas claras, me dirigí al punto donde debería aguardar para dar comienzo a la operación. Con el fin de actuar de la forma más eficiente posible, no nos volveríamos a reunir y a partir de ese momento todas las comunicaciones se realizarían a través de Den Den Mushi. Octojin y los suyos se reunirían después de acabar el barrido y sacarían conclusiones. Una vez eligiesen el objetivo, se me indicaría y yo me incorporaría al ataque desde los cielos. Aunque me viesen despegar del peñón, para cuando informasen al barco —o los barcos— en cuestión el ataque por mar ya habría iniciado. Sí, todo estaba claro. Ya sólo restaba tener un poco de suerte que redondease el esfuerzo invertido.
#20
Tema cerrado 


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