Alguien dijo una vez...
Crocodile
Los sueños son algo que solo las personas con poder pueden hacer realidad.
[Autonarrada] [T1] Pasado - El eco del rencor
Airok
La Reina Rubí
Personaje


   La noche envolvía la mansión McCombac, imponente y silenciosa en la oscuridad. Airok avanzó sin vacilar en silencio mientras bordeaba el perímetro de la casa. Recordaba demasiado bien las rutas de entrada y salida, los escondites y las zonas vulnerables de la propiedad. Había escapado de ese lugar en su juventud, pero ahora regresaba por una razón distinta.

   Airok había perdido todo lo que le importaba tras el motín hacía tan solo un par de días atrás. Su única familia, Syxel, estaba en manos de esclavistas. Si alguien tenía información sobre sus compradores en el North Blue, ese era su padre.

   Con destreza, forzó una de las ventanas del despacho y se deslizó al interior. La única luz que iluminaba la estancia era la de la luna, que se colaba por las ventanas altas, proyectando sombras alargadas sobre los muebles y las paredes.
   Había visto miles de veces a su padre trasnochar o incluso levantarse en plena madrugada para regresar a su despacho, tratando de conciliar el sueño revisando cuentas y papeles. Esa obsesión era una maldición que, al mismo tiempo, le había dado el éxito en cada negocio que iniciaba. Pero esa noche, la rutina de Connor McCombac sería su perdición.

   Airok se sentó en la silla frente al escritorio, aguardando pacientemente. Sabía que él no tardaría en llegar. De pronto, una tenue luz de vela comenzó a avanzar desde el pasillo. La figura de Connor apareció en la puerta sólo acompañado por el sonido de sus pies al arrastrarlos. Sin revisar la estancia, Connor entró, dejó la vela en una esquina de la enorme mesa principal de su despacho y, exhausto, se dejó caer en la silla, sin percatarse de la presencia de su hija, que esperaba en las sombras. 

   Airok soltó una carcajada como si de un impulso involuntario se tratase, rompiendo el silencio de la estancia y revelando su posición. Connor dio un respingo, incapaz de procesar de inmediato la escena frente a él. 
   —Es impresionante cómo mantienes las mismas rutinas — dijo Airok con un tono burlón, mientras se levantaba y se acercaba lentamente a la mesa — Como si no tuvieras nada que temer.
   Connor la miraba como si acabara de ver un fantasma, la respiración agitada y los ojos desorbitados. — A… Airok… — Su voz temblaba mientras miraba hacia los lados, como buscando una salida, alguien o algo que lo salvara— ¿Qué haces aquí? — Airok sacó una daga de detrás de su espalda, haciéndola girar entre sus dedos mientras se acercaba. Una sonrisa fría y calculadora se dibujó en sus labios. —Te… te están buscando —continuó Connor, intentando retomar el control de la situación.
   Airok avanzó sin decir una palabra más, y con un movimiento rápido clavó la daga en la mesa. La hoja brilló bajo la luz de la vela, mientras el silencio se apoderaba de nuevo de la estancia. —No he venido a charlar, viejo —le escupió Airok, con un tono inquebrantable y lleno de desprecio— Quiero que me hagas una lista de los esclavistas del este con los que trabajas.
  Connor frunció el ceño y cambió su expresión, tratando de recuperar la compostura. —¿De qué me estás hablando niña? —su voz destilaba veneno— No sé en qué lío estás metida, pero no es mi problema. ¿Sabes el escándalo que causaste? ¿Sabes lo que me ha costado mantener las apariencias después de tu… “escapadita”? —
   Airok no respondió. Desclavó la daga de la mesa y, en un movimiento veloz, la hundió en la mano de Connor, quien soltó un grito desgarrador que resonó en las paredes del despacho. Él la miró, horrorizado, pero la advertencia en los ojos de Airok fue suficiente para que callara sus lamentos. Respiraba agitado, mordiéndose los labios para no gritar mientras ella observaba con fría satisfacción. Se inclinó hacia él, sus ojos verdes ardiendo con una determinación implacable. 
  —Voy a repetírtelo solo una vez más, y te sugiero que escuches bien —dijo, su tono tranquilo y relajado, casi como si hablara de un simple negocio— Quiero que me hagas una lista de los esclavistas del este con los que trabajas. — 
   Connor, que apenas podía soportar el dolor, soltó una risita amarga y temblorosa. —Tú… tú no eres más que una deshonra para esta familia —susurró, con una voz entrecortada por el dolor— Nunca debiste volver. — Pero la mirada de Airok no flaqueó. 
   Connor entendió en ese instante que no podía ganar. Suspiró y, con su mano libre, señaló un cajón del escritorio. —Allí… allí tienes lo que buscas —murmuró entre jadeos, derrotado. 

   Airok sacó el documento y lo abrió para asegurarse, una lista cuidadosamente organizada de nombres y contactos. Guardó el papel en su chaqueta, asegurándose de que cada nombre quedara grabado en su mente. Recogió la daga y se giró dispuesta a marcharse de una vez de aquel lugar, pero Connor, sujetándose la mano herida, le lanzó una última mirada llena de amargura. —Siempre fuiste una decepción, Airok —escupió, con la voz distorsionada por el dolor, pero sin renunciar a su tono despectivo— Si hubiera sabido lo que ibas a hacer… si te hubieras quedado donde pertenecías, con William, nada de esto habría ocurrido. Él solo intentaba… ponerte en tu lugar, hacer de ti alguien decente. Pero tú… tú nunca quisiste entender.
   
   El desprecio en su voz era más hiriente que cualquier golpe. Las palabras de su padre golpearon algo profundo en ella que ya creía muerto. El recuerdo de cómo él había revelado su intento de fuga a William la noche del incendio volvió a su mente, un acto de traición que la había condenado a años de encierro y vigilancia constante. Connor siempre había sido la raíz de sus sufrimientos, y aún ahora se atrevía a justificar sus acciones, como si su vida no hubiera tenido valor alguno. Airok se giró lentamente y se devolvió sobre sus pasos, sus ojos verdes destilando una furia contenida. 
   —¿Así que aún te atreves a decirme lo que debía haber hecho? — Su voz era baja, pero cada palabra era un veneno que destilaba con una frialdad implacable mientras se acercaba cada vez más a él— Tú me vendiste, Connor, en varias ocasiones. Tú y tus lecciones de obediencia… me entregaste a él para vivir como su prisionera... Por tu empresa. —Connor trató de responder, pero Airok ya no escuchaba.

   En un momento, arrastró la silla de Connor, y se sentó encima inmobilizándolo por completo. Le agarró la cara con fuerza e introdujo la daga en su boca mientras el viejo intentaba zafarse sin éxito. Clavó la daga en la lengua de su padre en un movimiento rápido y preciso. Connor intentó gritar, pero el sonido se ahogó con la sangre, y el pánico en sus ojos fue el único reflejo de su dolor. Airok entonces se levantó con calma y observó cómo aquel miserable intentaba contener el grito, sus ojos llenos de terror y lágrimas de desesperación. 
   Airok se inclinó de nuevo hacia él, su voz un susurro helado: —Este es el único regalo que te queda de mí, Connor: tu silencio y tu vida. — 

   Connor apenas podía respirar entre escupitajos de sangre, mocos y babas, calló al suelo mientras vomitaba en la alfombra. Ella lo miró un instante más observándolo con una mezcla de lástima y satisfacción. — Ahora… veamos si puedes aprender algo de lo que significa perder lo único que te daba poder.

   Dejó la estancia en completo silencio, sin mirar atrás, su figura oscura fundiéndose con la noche mientras el eco de los pasos desaparecía. En sus manos llevaba la lista y, en el recuerdo de lo que había dejado atrás, una venganza pendiente para la cual cada paso la acercaba a Syxel.
#1
Moderadora Lola
La Despechada
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