Hay rumores sobre…
... que existe una isla del East Blue donde una tribu rinde culto a un volcán.
[Aventura] [T2] Hay deudas que saldar (Parte 2)
Silver D. Syxel
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El Trago del Marinero, Loguetown
Verano del año 724

La taberna El Trago del Marinero vibraba con el incesante bullicio de los viajeros que, después de días en alta mar, buscaban en el puerto una bebida y un descanso. Las paredes de madera oscura estaban cubiertas de carteles gastados y antiguas manchas de ron, y una bruma de humo y polvo flotaba en el aire como si fuera parte del propio mobiliario. La luz era escasa; una serie de lámparas de aceite emitían destellos parpadeantes que proyectaban sombras caprichosas sobre los rostros de los presentes.

A lo largo de la barra, los hombres bebían y reían entre bocados de pescado salado y pan duro. Al fondo, en una esquina oscura, un par de músicos desafinados tocaban una melodía arrastrada que apenas podía escucharse sobre el ruido de las conversaciones. En el centro del local, las camareras se movían como sombras, esquivando a clientes ebrios mientras cargaban bandejas de cervezas espumosas.

En medio de aquel caos controlado, los ojos de Airok, también conocida como la Reina Rubí, observaban la escena con un desinterés calculado. Se encontraba cerca de la barra, jugueteando de forma natural con una de sus joyas. Esta brillaba a la tenue luz como si fuera un pequeño sol en aquel entorno oscuro y, aunque la pirata parecía ajena a las miradas, era difícil pasar desapercibida con aquella mezcla de elegancia y peligro… Aunque, dicho sea de paso, ¿quién la llamaba así? A saber de dónde venía el apodo.

Cerca, una figura felina y discreta permanecía en la penumbra, observando a su alrededor con una expresión calmada y enigmática. Bora, la Jujin de mirada dorada, se movía con una fluidez que parecía imitar la de los grandes depredadores. Sus ojos se detuvieron por un instante en las joyas de Airok, evaluándolas como quien mide el valor de un trofeo de caza. Parecía una simple visitante en la taberna, pero su postura, sus movimientos y la forma en la que sus dedos rozaban sutilmente el borde de su cinturón revelaban a alguien acostumbrado a obtener lo que desea sin levantar sospechas.

Ambas mujeres ignoraban el bullicio a su alrededor. El ruido de la taberna continuaba, pero para ellas, el mundo se reducía a ese juego de cazador y presa, aunque no estaba claro quién ocupaba cada rol. La noche en Loguetown apenas comenzaba, y para esas dos extrañas, parecía que el verdadero desafío apenas estaba por empezar.

Información
#1
Airok
La Reina Rubí
Personaje


   Desde una de las mesas cercanas a la barra, con una jarra en una mano y el colgante del collar en la otra, Airok observaba el lugar con la calma de quien tiene el control de la situación. Había dormido bien y estaba descansada, quizás más de lo que hubiese deseado. La noche anterior había salido a la caza de cualquier desconocido lo suficientemente atractivo y ebrio como para invitarla a su cama sin hacer demasiadas preguntas. En esta ocasión, había tenido suerte con una joven de pelo azabache y piel tan blanca como las propias sábanas. Las primeras luces del alba la sorprendieron en una casa de camas blandas y mantas cálidas, pero con la misma facilidad con la que había entrado en la vida de aquella joven, había salido por la mañana, dejando tras de sí solo el recuerdo de una noche más.

   Ahora, volvía al trabajo. Durante la tarde de ayer y parte de la mañana, había estado recorriendo algunos de los lugares que Marlow mencionó, fingiendo ser una clienta de los puestos del mercado y del puerto mientras atendía a conversaciones ajenas. Rodrik el Flaco, el líder de esos malnacidos, era astuto pero cobarde, y había hecho de los callejones de Loguetown y del almacén rojo junto al puerto su territorio de extorsión y amenazas. Según Marlow, Rodrik se movía con unos pocos hombres, y aunque no respondían a ninguna banda mayor, causaban suficientes problemas a la gente del puerto, algo que también había confirmado con algún que otro comentario de los mercaderes.

   En uno de esos rincones sórdidos, Airok escuchó algo interesante: dos de los hombres de Rodrik se reunirían en la taberna a la hora de la comida. Decidió confiar en aquel dato y, con un poco de suerte, podría seguirlos hasta su guarida y acabar con el problema en un solo ataque. Si a las cuatro aún no los detectaba, iría directamente al muelle a preguntar por Rodrik; a veces, el mejor plan B era “patear el avispero” y sabía perfectamente que no podría pasar desapercibida otra tarde más husmeando por allí, así que mejor adelantarse, ya era más que probable que los bandidos reparasen en ella si efectivamente se reunirían allí. Así que de momento tocaba esperar y relajarse en El Trago del Marinero.

   Consciente de las miradas que atraía, mantuvo su actitud despreocupada y elegante en todo momento. Su atención se dividía entre la puerta y las mesas al fondo de la taberna, interrumpida sólo por algún marinero desubicado que intentaba ligar con ella o invitarla a algún trago y al que rechazaba de manera lo más tajante y directa posible, con tal de no perder más tiempo de la cuenta. De entre todas las miradas sobre ella, una le llamó especialmente la atención. Se encontró con una presencia felina observándola desde una distancia prudente. Airok le lanzó una mirada fugaz antes de devolver su atención a la barra, su expresión imperturbable, como si aquella sombra fuera apenas un detalle más en el bullicio de la taberna.
#2
Bora
la cazadora dorada
El trato con Rodrik aún resonaba en la mente de Bora, cada palabra afilada como una promesa velada. Rodrik, el líder de la banda de extorsionadores, le había ofrecido algo invaluable, una llave capaz de abrir los grilletes explosivos a cambio de una pieza muy concreta, una joya que sus hombres habían avistado, de la que hablaban con codicia. En otra ocasión, robar una pieza de esta naturaleza habría sido un trabajo sencillo: infiltrarse en una casa de la zona o interceptar una caravana de mercaderes desprevenidos. Pero esta joya en particular no descansaba en una vitrina ni viajaba oculta en cofres; se encontraba, en cambio, deslizándose grácilmente entre los dedos de una despampanante pelirroja, quien movía sus manos con la confianza de quien sabe perfectamente el valor de lo que porta.

Desde las sombras de la taberna, Bora estudiaba a la mujer, capturando cada gesto, cada sutil movimiento que destilaba control. Esa mujer poseía algo más que una simple joya: tenía un propósito oculto, uno que quedaba reflejado en su mirada calculadora y en el aire de calma tensa que la rodeaba. Para Bora, que sabía reconocer a los cazadores de los meros oportunistas, aquel era un desafío que no iba a subestimar. La dificultad solo añadía un matiz de emoción a la tarea, la caza se volvía, de golpe, mucho más interesante.

Bora comprendió que, para arrebatarle aquella joya, tendría que recurrir a un golpe de astucia. Ninguna maniobra común le permitiría burlar la atención de esa mujer, tan consciente de lo que sucedía a su alrededor. Justo en ese instante, la puerta de la taberna se abrió y dos hombres entraron, buscando con sus ojos pequeños y evaluadores algún indicio de una conversación de interés. Bora los reconoció al instante: eran dos de los matones de Rodrik, aquellos mismos que no habían dejado de insinuar que “el Flaco” podría sacarle una ganancia extra si la vendía a algún esclavista, prescindiendo de cualquier trato o acuerdo.

Observó la reacción de la pelirroja. El cambio en su expresión fue apenas perceptible para cualquiera menos observador, pero Bora captó el leve ensanchamiento de sus fosas nasales, la mirada aguda que ahora seguía los movimientos de los hombres de Rodrik como si fueran presas en un tablero cuidadosamente dispuesto. La joven había encontrado algo que despertaba su interés, y Bora, en un instante de lucidez, supo que acababa de hallar su distracción.

Los hombres avanzaron hacia la barra, pero la pelirroja ya los estudiaba con la fijeza de una cazadora en plena concentración. Aquel par de mercenarios eran ahora un cebo improvisado, y Bora podía casi sentir el vértigo de la oportunidad en sus manos, mientras ellos se convertían en el objetivo de la pelirroja, Bora se deslizaría en la penumbra, deslizándose entre los clientes de la taberna como un susurro invisible.

Con la mirada clavada en la escena, Bora respiró hondo, dejando que su cuerpo se relajara, sus sentidos agudizados por la emoción de lo desconocido. La presa estaba atenta a sus propios objetivos, y, en la oscuridad, Bora se preparó para ejecutar el último movimiento, un gesto silencioso y preciso que le daría aquello que Rodrik tanto ansiaba. Para la pelirroja, los hombres de Rodrik eran ahora el centro de su atención… y mientras tanto, ella misma se había convertido en la presa de Bora, aunque aún no lo supiera.
#3
Silver D. Syxel
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El Trago del Marinero, Loguetown
Verano del año 724

La taberna parecía tan caótica como siempre, pero en medio de aquel tumulto de voces y movimiento, el aire estaba cargado con una tensión apenas perceptible para la mayoría. Los dos hombres de Rodrik se acomodaron cerca de la barra, ajenos a las miradas que se posaban sobre ellos. Uno era bajo y robusto, con el cabello grasiento recogido en una coleta, mientras el otro, más alto y delgado, llevaba una chaqueta que apenas ocultaba la empuñadura de un arma de filo. Ambos intercambiaban palabras a media voz, vigilando de reojo el ambiente, aunque ninguno parecía percatarse de las figuras que los observaban desde la penumbra.

Airok había seguido el movimiento de los hombres desde el momento en que cruzaron la puerta. Su objetivo estaba claro, y su mente trabajaba con la precisión de una estratega, evaluando cómo seguirlos sin levantar sospechas o cómo sacarles información allí mismo. La pelirroja no ignoraba el peligro de la situación, pero era evidente que aquello no la intimidaba, sino que la estimulaba. Sin embargo, entre su concentración, la figura de Borah no había desaparecido de su radar. Había algo en la joven Mink que se mantenía en el borde de su atención, una sombra que no terminaba de encajar del todo en el panorama.

Por su parte, Borah aprovechaba la atención de Airok sobre los hombres para moverse con una destreza felina. Su postura, relajada pero alerta, la hacía prácticamente invisible para quienes no sabían dónde mirar. Los pasos de los subordinados del Flaco parecían haberle otorgado una oportunidad dorada, y mientras la pelirroja mantenía sus ojos en ellos, Borah calculaba el momento exacto para moverse. Pero algo en su interior le decía que aquella joya no sería fácil de arrebatar. Y, si los matones de Rodrik notaban algo, podría convertirse en un juego mucho más peligroso del que había anticipado.

La situación comenzó a cambiar cuando uno de los recién llegados golpeó la barra con un gesto de impaciencia, llamando al camarero. Su tono era lo suficientemente alto como para atraer la atención de los más cercanos, aunque sus palabras, por ahora, no contenían nada comprometedor. Sin embargo, el ambiente a su alrededor parecía cargarse aún más.

Entonces, ocurrió algo inesperado. Uno de los clientes habituales de la taberna, un viejo pescador con más ron que sangre en las venas, tropezó con la silla de uno de los rufianes. El golpe derramó parte de su bebida sobre la chaqueta del más alto, que se levantó de un salto, agarrando al pescador por el cuello de la camisa.

—¡Mira por dónde caminas, viejo! —espetó el hombre, atrayendo algunas miradas en el local.

La escena era un hervidero esperando estallar. Airok, desde su lugar, podía percibir que el conflicto estaba a punto de escalar. Los hombres de Rodrik no parecían ser del tipo que dejara pasar una oportunidad para mostrar su fuerza, aunque fuera contra alguien indefenso. Para Borah, la creciente atención en los matones representaba tanto una oportunidad como un riesgo: si el ambiente se calentaba demasiado, las cosas podrían complicarse rápido. La noche, que había comenzado como un juego de estrategia silencioso, ahora parecía estar al borde de convertirse en un caos abierto.

Información
#4
Airok
La Reina Rubí
Personaje


Airok permaneció en su lugar, con la mirada fija en los dos hombres de Rodrik mientras su jarra descansaba entre sus manos. El pescador, un hombre decrépito con más ron que cerebro, tambaleándose, y el rufián de Rodrik aprovechando la oportunidad para marcar territorio, era un espectáculo que Airok había visto demasiadas veces, y le provocaba una mezcla de repulsión y hastío.

Desde su mesa tenía una vista perfecta de la barra y de los dos subordinados, suficiente para evaluar cada uno de sus movimientos. Sabía que con hombres como esos, la paciencia era la clave. Si intervenía demasiado pronto, podría arruinar la oportunidad de seguirlos hasta el resto del grupo. Pero si dejaba que las cosas escalaran demasiado, podría complicarse su plan.

Mientras dejaba que la escena se desarrollase con naturalidad, de soslayo controlaba a quien no le quitaba el ojo de encima. La Mink no se mezclaba del todo con el entorno, pero tampoco llamaba la atención de forma obvia. Sin embargo, había algo en su postura y movimientos que la hacían destacar lo suficiente como para mantenerse en el radar de Airok.

De pronto, el rufián de Rodrik empujó al pescador contra una silla, y el hombre cayó pesadamente, soltando un gruñido de dolor. La taberna, llena de bullicio hasta hacía unos instantes, cayó en un silencio tenso. Las miradas se giraron hacia la barra, expectantes, como si todos aguardaran el desenlace inevitable.

Airok, desde su mesa, no hizo ningún movimiento para levantarse. Ni siquiera apartó las manos de su jarra. En cambio, dejó que el silencio se asentara un par de segundos más antes de hablar, su voz clara y firme cortando el aire como un cuchillo.
Qué impresionante. Dos hombres grandes y rudos mostrando su fuerza con un borracho inútil —dijo, con un tono cargado de sarcasmo— De verdad, debe de ser un logro para recordar.

Las palabras parecieron detener el aire en la sala. El matón, el más alto de los dos, giró la cabeza hacia ella, frunciendo el ceño mientras su compañero lo miraba con una expresión inquisitiva.
Airok mantuvo su posición relajada, recostada en la silla y con la jarra aún en la mano. La luz tenue de la taberna jugaba con los destellos de la joya que llevaba al cuello, atrayendo más atención hacia su figura.
Si estáis buscando problemas, tal vez deberíais intentarlo con alguien que pueda responderos. Aunque, claro, entiendo que prefiráis a alguien más... manejable. —La última palabra la acompañó con un gesto deliberado hacia el pescador, sin apartar los ojos del hombre.

El ambiente estaba tenso, pero Airok sabía que tenía la ventaja: si manejaba la situación con suficiente confianza, podría redirigir la atención sin perder el control de su verdadero objetivo. Quizás picándolos un poco podría conseguir que se delatasen y la llevasen frente a Rodrik directamente.

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#5


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