Hay rumores sobre…
... que en una isla del East Blue puedes asistir a una función cirquense.
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[Común] [C-Presente] Mareas de cambio / Octojin
Asradi
Völva
Entre bromas y picándose ligeramente, habiendo pedido el gyojin un trozo más de carne, ambos disfrutaron de aquel momento de intimidad y calidez. A Asradi solo le bastaba aquello. Un lugar tranquilo y la compañía de Octojin a su lado. Con eso y era completamente feliz. Era en ese momento en el que quería centrarse ahora mismo y no pensar en nada más que en ellos dos, sin preocuparse a futuro de la despedida. Algo que, por desgracia, sabía que estaba más cerca de lo que a ella le gustaría. De lo que a ambos les gustaría, en realidad.

Comieron y bebieron, y aunque la sirena protestó en primera instancia cuando el grandullón decidió pagar toda la cuenta, solo pudo aceptarlo con un suspiro.

¡No es justo, ni siquiera me diste tiempo! — Le “regañó” en primer lugar. Ella se había quedado a medio camino de agarrar su monedero para cuando el escualo ya había entregado el dinero. Y, ahora, él le venía con esa promesa. No, con ese reto. ¿No sabía Octojin cuán competitiva podía ser su sirena? Iba a descubrirlo poco a poco. Y ese era un ligero comienzo. La sonrisa de la pelinegra se ensanchó, casi de manera retadora por igual, pero también divertida por ello. — ¿Estás seguro de ello, grandullón? Encontraré un lugar mejor que este.

Asradi infló un poco el pecho con ciertos aires, antes de echarse a reír. Se notaba que estaba disfrutando aquello. Que aquellos momentos eran los más importantes que quería atesorar. Así pues, tras terminar de comer y beber, y ya con la comida pagada, ambos decidieron salir de la taberna. La cálida luz de la tarde les recibió, así como una suave y agradable brisa que Asradi no tardó en disfrutar. Tenía toques marinos gracias a la cercanía con puerto, y eso le llenaba también el corazón.

Sintió la fuerte, pero amable, mano de Octojin sobre uno de sus hombros, y ella buscó caminar un poco más a su lado, disfrutando de la cercanía con el escualo y de todo lo que, en tan poco tiempo, estaba significando para ella. No quería que aquello se torciese, ese buen momento que estaban teniendo. Pero sentía que, en el momento en el que tuviese que irse, una parte de sí se quedaría allí, en Loguetown. Con él. Y, al mismo tiempo, era tan doloroso que le corroía las entrañas. No deseaba cargarle con un peso más ahora mismo.

En realidad, sí me queda una cosa. — Murmuró, tras haber estado en silencio quizás más tiempo del habitual tras la pregunta formulada por Octojin.

Le tironeó suavemente de la ropa, y con un gesto también, para que se agachase a su altura. La diferencia de tamaños era graciosa y a veces un poco incómoda para algunas cosas, quizás. Pero a ella no le importaba en lo absoluto. Una vez Octojin hiciese eso, Asradi también aprovechó para erguirse un poco más y que el escualo no estuviese en una postura muy comprometida. Y le susurró algo al oído.

Cada vez que me eches de menos, ve al mar y contempla las olas. Quizás me escuches cantar a través de ellas. — Murmuró, como una confidencia tan solo para él.

Por su parte, la sirena procuraría llevarle noticias. Tenía unos buenos aliados entre las profundidades marinas. Podía aprovecharse de su facilidad para comunicarse con los peces para intentar mandarle mensajes o cosas similares a Octojin, se encontrase donde se encontrase. Y, claro, siempre y cuando el pez en cuestión lograse sobrevivir.

Pero había muchos peces en el mar, al fin y al cabo.

Te amo. — Susurró al fin.

Tras eso, le dió un beso plagado de sentimiento en la mejilla, cerca de la comisura de los labios. Durante tal proceso, Asradi solo cerró los ojos para poder sentir más aquel contacto, para disfrutarlo y para aprovechar eses cortos instantes en los que duraba el proceso, queriendo que ese momento fuese para siempre.
#61
Octojin
El terror blanco
Mientras compartían aquel último trozo de carne, Octojin intentaba no pensar en la despedida inminente, pero era difícil. Miraba a Asradi con una calidez que no recordaba haber sentido nunca, y en esos momentos se sentía completamente en paz. Cada bocado, cada risa compartida, era como un ladrillo más en una muralla que estaba construyendo para no dejar que el dolor de la separación lo invadiera.

Pagó la cuenta, a pesar de la protesta de Asradi, y se rió ante su pequeña "reprimenda". Sabía que no iba a dejarlo ganar en ese aspecto tan fácilmente, y esa competitividad en su mirada le hizo sonreír, ya que era una parte que empezaba a conocer y que amaba profundamente. Se imaginaba en un futuro, riendo y discutiendo por quién pagaba, en una rutina que, por un segundo, le parecía tan real y alcanzable que le dolía profundamente.

Al salir de la taberna, el aire marino de la tarde los envolvió en una suave brisa, y Octojin la miró caminar a su lado, como si intentara grabar cada detalle de ese momento en su memoria. Caminaban en silencio, y en ese mutismo compartido, sentía que estaban comunicándose sin necesidad de palabras. Sabía que ambos estaban pensando en lo mismo, en la despedida que se acercaba implacable como las olas del mar.

Cuando ella le tironeó suavemente de la ropa, él sintió que el corazón le daba un vuelco. Sabía que iba a ser difícil, pero no estaba preparado para la ternura en su rostro, ni para las palabras que Asradi le susurró al oído. Al oír sus palabras, Octojin sintió que algo en su interior se rompía en mil pedazos. Por más que trató de mantener la compostura, sus ojos se llenaron de lágrimas y tuvo que abrazarla, buscando refugio en ella mientras luchaba por no perder el control.

Se tomó un momento en aquel abrazo para calmarse, tratando de memorizar el calor de su cuerpo, la sensación de sus brazos alrededor de ella, el sonido de su respiración. Las lágrimas que caían las disimulaba frotando su cara en su hombro, y cuando se separaron un poco, intentó sonreírle y no decir nada, de lo contrario dejaría su evidente voz quebrada.

Llegaron al muelle casi sin darse cuenta, y Octojin se dejó caer sobre el borde, dejando que sus pies colgaran sobre el agua mientras su trasero se apoyaba sobre la madera del final del camino, aquél que pretendía llevarte a un barco, sin embargo, no había ninguno allí. Ellos no lo necesitaban. Miraba el horizonte, tratando de ordenar las palabras que quería decir, pero le costaba; era difícil hablar cuando sentía el corazón tan pesado. Se llevó una mano al rostro, cubriéndose mientras decía algo, sin mirarla.

—Te quiero, Asradi… —Su voz era apenas un susurro, como si temiera que las palabras le hicieran daño— No hay nada en el mundo que desee más que verte feliz… y que sepas que estaré esperando siempre por ti.

Finalmente, giró un poco la cabeza, lo suficiente para captar el brillo de sus ojos. Le dolía mirarla, porque sabía que aquella mirada era la última en quién sabe cuánto tiempo. Era como si cada vez que intentaba mirarla, una punzada de tristeza lo obligara a apartar la vista. Se sentía tan vulnerable como pocas veces en su vida, y se esforzaba por no perder la compostura, aunque todo en su interior gritara por retenerla.

Asradi, con sus palabras y con su amor, le había dado una razón para ser alguien mejor, para seguir adelante y construir un futuro digno de ella. Le había mostrado que podía ser más que un guerrero solitario y que en el amor había fuerza, una fuerza inmensa que no había conocido hasta ahora. Le daba miedo perder esa conexión, pero también sabía que ella le había dejado algo eterno, algo que siempre le recordaría que había sido amado y que aún había alguien en el mundo que lo esperaba.

Cuando la brisa marina sopló una vez más, como si la misma naturaleza se hiciera eco de su dolor, Octojin suspiró y, en un último impulso, le dijo algo con el corazón en la mano.

—No tengo ninguna duda, Asradi… Volveremos a vernos, y todo será aún mejor de lo que es ahora. —Forzó una sonrisa, aunque le temblaran los labios—. Viviremos juntos y felices, lo prometo.

Entonces, el silencio cayó entre ellos. Se quedó mirando el agua, recordando sus palabras: que, cada vez que la extrañara, mirara al mar y escuchara las olas. Sabía que sería una promesa que cumpliría cada día; cada ola, cada susurro del océano le traería su voz y su recuerdo.
#62
Asradi
Völva
Asradi sabía que iba a ser duro, pero no pensó que tanto. Cuando Octojin reaccionó con los ojos llenos de lágrimas y abrazándola de aquella manera, la sirena sintió como también se le aguaban los ojos y le dolía el pecho de esa manera tan característica. Asradi no dudó en acoger, contra su menudo cuerpo, al tiburón. Notaba uno de sus hombros húmedos, producto de las lágrimas contrarias que se derramaban. Asradi se mordió el labio inferior, obligándose por no llorar delante de él, aguantándose y siendo ella el soporte en ese momento. No podía derrumbarse, debía ser fuerte por él. Por la promesa que le había hecho. Pero era terriblemente duro verle así, estar ambos en esa situación. Un suspiro quebrado brotó de los labios de la pelinegra, arrimando su mejilla al rostro contrario, cerrando los ojos y tan solo murmurando algunas palabras de consuelo, al igual que las suaves caricias que dirigía a la nuca de Octojin con una de sus manos. Si por ella fuese, nada de eso estaría sucediendo. No tendría porqué haber una despedida. Pero le quería tanto, tanto que no podía permitir el ponerle en peligro, mucho menos por algo por lo que el gyojin no tenía la culpa.

La sirena permaneció también así. No solo por el tiempo que Octojin necesitase, sino también por el que a ella le hacía falta. Porque no sabía cuando le volvería a ver, aunque haría todo lo posible para que fuese pronto o, al menos, para que ambos pudiesen tener noticias el uno del otro. El rostro de ella se medio refugió en el cuello contrario, cerrando los ojos y simplemente sintiendo. Sintiéndole a él, su cercanía, su respiración y su calor. El aroma natural de su cuerpo que tanto le gustaba y, sobre todo, su presencia con la que tan segura se sentía. Tan querida. Asradi inspiró aire y plagó de pequeños besos la mejilla contraria. No dijo nada en ese momento, no era necesario. Solo cuando Octojin fue capaz de separarse, Asradi le sonrió. Era una sonrisa suave pero quebrada, y la mirada que ella le dedicaba a él, aunque dulce, evidenciaba también el dolor que la fémina sentía. Elevó una mano solo para acariciar una de las mejillas del habitante del mar y, con ello, enjugarle alguna lágrima furtiva.

El camino continuó en silencio. No era algo incómodo, pero sí sentimental, porque ambos eran conscientes de que el tiempo que les quedaba juntos se iba acortando de manera inexorable. ¿Cómo podía consolarle? De hecho, ¿había consuelo para aquello? Sentía la punzada de la culpabilidad horadándole cada vez más y más. Podía recular en su decisión y, simplemente, quedarse con él. De repente se sentía terriblemente egoísta por eso y, al mismo tiempo, sentía que era necesario. No por hacerle daño, sino porque, ahora mismo era la única forma que ella conocía para cuidarle. Para mantenerle a salvo.

Cuando llegaron al muelle y el arrullo del mar les recibió, Asradi se quedó al lado de Octojin cuando éste se sentó en el borde. Fue la sirena quien se apoyó sobre su amplio hombro y tuvo que apretar los labios con tales palabras. Ni un solo sonido salió, inicialmente de ellos, pero no pudo evitar que un par de furtivas lágrimas se derramasen por sus mejillas. Había intentado contenerse todo lo posible, pero le dolía en demasía.

Nos irá bien, somos más fuertes de lo que creemos. Tú sobre todo. — Hizo acopio de toda su entereza, limpiándose dichas lágrimas con una mano, para luego regalarle una sonrisa sincera y cálida, aunque no exenta de esa tristeza por la pronta separación. — Y, en cuanto menos lo esperemos, estaremos juntos de nuevo. Aunque nuestros caminos se separen ahora...

Tomó aire unos segundos, acariciando con extremo cariño el hombro contrario.

… Nuestro destino es volver a encontrarnos. Y el océano está de testigo. — No importaba qué sucediese, cuánto tuviese que padecer. Haría todo lo posible para arreglar su situación y regresar al lado del gyojin al que quería.

El sonido de las gaviotas mientras sobrevolaban el puerto acompañaban al arrullo de las olas rompiendo también en las cercanías. Los ojos azules de ella se desviaron un momento y, durante un par de segundos, los cerró con dolor, antes de volver a abrirlos. Le tomó ambas mejillas con ambas manos y le miró directamente a los suyos, con todo el sentimiento que podía plasmar y entregar en ese momento.

Nunca lo olvides. Lo eres todo para mi. — Murmuró en un tono intimo y confidencial, únicamente para él.

Acto seguido, fue un beso el que le dedicó. Uno suave, cargado de ese mismo sentimiento. Era algo agridulce que la sirena intentó alargar todo lo posible, saboreando los labios contrarios, empapándose de su aroma como algo que quería recordar cuando estuviese en sus peores momentos. Una lágrima volvió a escapársele y antes de que el nudo en su garganta amenazase con desatar el llanto que estaba aguantándose, se dejó caer al agua sin más. De espaldas, únicamente para poder mirarle a los ojos y, regalarle una esplendorosa sonrisa para que, al menos, el recuerdo fuese algo agradable.

Y se hundió en lo profundo, a toda la velocidad que su cola le permitía, sintiendo el constante retumbar de su corazón y el llanto que no pudo contener y del que solo el mar fue testigo en ese momento.

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