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[Aventura] [T3] Una enfermedad incurable (Parte 2)
Silver
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Zona Este, Reino de Oykot
Día 6 de Verano del año 724

El aire en la zona Este de Oykot estaba tan cargado como siempre, una mezcla sofocante de salitre, aceite de ballena y el humo que ascendía de las chimeneas de los talleres. A lo lejos, el río que atravesaba la ciudad continuaba su lento recorrido hacia el sur, arrastrando consigo el reflejo de las luces de la central hidroeléctrica en construcción. Pero para quienes vivían en este lado de la isla, esas luces representaban un lujo distante, algo reservado para los ricos que habitaban al otro lado del río.

Marvolath caminaba por las estrechas calles que bordeaban el puerto ballenero. El sonido de las olas rompiendo suavemente contra los muelles de madera se mezclaba con los ecos de los pescadores regresando tras largas jornadas de trabajo. La actividad en la zona no parecía haber disminuido, pero algo en el ambiente era diferente. En las últimas semanas, las enfermedades respiratorias se habían disparado, y ni siquiera los tratamientos más cuidadosos parecían suficientes para contener el avance de los síntomas.

El hospital improvisado en el que trabajaba seguía repleto de pacientes, y aunque Marvolath había hecho todo lo posible para estabilizarlos, el empeoramiento de la situación era evidente. Algunos balleneros decían que el aire estaba más pesado que nunca, otros que el agua con la que lavaban las herramientas tenía un color extraño. Pero la realidad era más simple: la gente se estaba muriendo, y nadie sabía con certeza por qué. Rael, el sanador con el que había colaborado anteriormente, se le acercó con el rostro cansado pero sin perder la determinación.

—La familia Greffen, en el puerto, ha empeorado —dijo en voz baja, para que no lo escucharan los pacientes—. El niño apenas puede respirar, y su madre... no creo que sobreviva a esta noche.

Rael hizo una pausa, como si meditara las palabras que venían a continuación.

—Esto es más grande de lo que pensamos. Ya no es solo el aceite de ballena. —Su tono era sombrío, y sus ojos revelaban una inquietud que pocas veces había mostrado—. He escuchado rumores, Marvolath... Hay contenedores que llegan por la noche, no parecen tener nada que ver con el pescado. Algunos dicen que vienen de fuera de la isla. Quizás estén relacionados.

La mirada de Rael se mantuvo fija en Marvolath, esperando una reacción. El sanador ya se había percatado de que el pequeño médico no era de los que dejaban un problema sin resolver. Si alguien podía hacer algo para ayudarles, era él.

El ambiente en el puerto ballenero estaba cargado de incertidumbre, y el creciente número de enfermos solo añadía presión. Sin embargo, algo en las palabras de Rael y los hechos vividos desde su llegada a la isla, hacían que Marvolath intuyera que este no era un simple malestar pasajero. Lo que estaba en juego era mucho más grande, y la única manera de llegar al fondo de la verdad era investigando.

Información
#1
Marvolath
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Personaje

Virtudes y defectos

Inventario

Vio su rostro reflejado en una lámpara de aceite que iluminaba unas de las calles. Ni el dorado color del latón conseguía disimular la palidez de su rostro, lívido por el agotamiento; ni la tenue luz de la llama arrojaba suficientes sombras que ocultasen las ojeras que le oscurecían sus ya oscuros ojos. Se pasó la mano por el rostro, dando un pequeño descanso a su vista. ¿Cuántos días llevaba en la ciudad? Cuatro... no, cinco días. ¿Y cuándo fue la última vez que durmió? ¿Había dormido?

Los días habían pasado con rapidez, pero a la vez le parecía que había sido un único día infinito que no acababa. El trabajo era inagotable, y así debía serlo él si quería salvar cuantas vidas fuera posible con los escasos recursos de los que disponían. Sus conocimientos, unos escasos medicamentes, y Rael... quién suplía su falta de experiencia y conocimientos con determinación y energía.

Unos balleneros, que acudían ebrios de anticipación a la taberna de siempre, tropezaron con él. Le increparon, tomándolo por un niño de la calle; y se disculparon avergonzados cuando lo reconocieron. Para bien o para mal su trabajo no había pasado desapercibido entre los locales, que le mostraban agradecimiento. Aunque no tanto como para ayudar en el hospital, claro, donde siempre faltaban manos. 

Dando por finalizado el escaso descanso que se había permitido regresó al trabajo, donde Rael lo abordó en la misma entrada con la pena en el rostro y un susurro en los labios. El desagradable mensaje que escuchaba día tras día: otra familia se sumaba a la triste lista de afectados, quizá la última pues pocas más podían quedar sanas en aquel lado de la isla. Y algo más, esta vez algo nuevo: contenedores que llegaban al puerto con regularidad, pero que nadie sabía qué contenían. En grandes puertos sería lo habitual, pero en pequeñas comunidades como aquella los misterios eran escasos: si nadie sabía nada era porque alguien se aseguraba de ello.

- Encárgate de los Greffen. Prueba el remedio habitual, pero aumenta la concentración otro diez por ciento. Estamos dando dosis demasiado altas, pero cuando la alternativa es la muerte ningún riesgo es demasiado alto. - ordenó con su característica neutralidad, ni amable ni soberbia, como si su cabeza estuviera a otra cosa y no pudiera perder el tiempo en pensar en qué tono usar - Yo visitaré los puertos. Quizá pueda averiguar de dónde vienen, a dónde van, o qué relación tienen con todo esto. - hizo una pequeña pausa, elaborando rápidamente un plan y repasando qué podría serle útil. Recordó a los balleneros que habían tropezado con él - Mis ropas son demasiado reconocibles, necesitaré algo más común... tomaré prestada la muda de algún paciente. Preferiblemente oscura.

Recogió lo que necesitaba, dejó el resto a buen resguardo en el hospital, y afianzó lo que llevaba para que no hiciera ruido antes de dirigirse a la zona del puerto que le había indicado Rael. Su pequeño tamaño y su gran agilidad le habían sido de realmente útiles para escabullirse de muchos problemas a lo largo de su vida, y con unas ropas oscuras confiaba en pasar desapercibido entre los cargamentos.

Resumen
#2
Silver
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La oscuridad envolvía el puerto ballenero cuando Marvolath se escabulló entre las sombras. El ambiente nocturno no era muy distinto del diurno en cuanto a su carga pesada: el mismo olor a aceite de ballena, la misma bruma pegajosa que parecía impregnarse en la piel y la ropa, solo que ahora los sonidos eran distintos. En lugar de los gritos de los trabajadores, había susurros, murmullos y el crujir de la madera mientras los barcos, mecidos por las olas, golpeaban suavemente los muelles de madera desgastados.

Se escondió tras unos barriles apilados junto a un almacén en desuso, el lugar perfecto para observar sin ser visto. El puerto estaba tranquilo a simple vista, pero no tardó en notar algo fuera de lugar: una carreta tirada por un par de caballos esperaba junto al muelle más alejado, su conductor cubierto por una capucha y sin ningún tipo de símbolo o bandera que indicara su procedencia. La discreción de aquella figura contrastaba con la naturaleza ruidosa de los trabajadores de la zona.

Pasaron unos minutos de tenso silencio hasta que un pequeño barco llegó al puerto, con las velas recogidas y sus luces apagadas. Cuatro hombres descendieron del navío, todos vestidos de manera sobria, pero el sonido metálico de sus botas resonaba en la calma de la noche, como si fueran más que simples trabajadores. Sus pasos eran demasiado calculados, y los contenedores que cargaban, aunque de tamaño medio, eran movidos con excesiva precaución. Estaban cerrados con gruesas cadenas, lo cual indicaba que su contenido no solo era valioso, sino posiblemente peligroso. A pesar de su tamaño, parecía que contenían algo más pesado de lo esperado, pues los hombres los manipulaban con esfuerzo.

Uno de los hombres, más robusto que los otros, no paraba de echar vistazos nerviosos a su alrededor mientras cargaban la carreta. Estaba claro que temían ser observados. Desde su escondite, el pequeño médico captó fragmentos de la conversación que mantenían en susurros mientras transferían los contenedores a la carreta.

—No olvides asegurarte de que nadie lo toque... el patrón ha dejado claro que estos contenedores no pueden caer en las manos equivocadas. No podemos arriesgarnos. Todo tiene que estar listo antes de su llegada.

El conductor de la carreta asintió lentamente, aunque no dijo nada. Con un gesto de su mano, indicó que la carga estaba lista para moverse. Uno de los hombres del barco se acercó al conductor para entregarle un sobre sellado, probablemente el pago por el trabajo, antes de regresar al navío. Mientras lo hacía, su mirada escaneaba de nuevo el área, como si presintiera que algo estaba fuera de lugar. Pero no vio a Marvolath, ni su pequeño cuerpo oculto tras las sombras.

La carreta comenzó a moverse lentamente. Los caballos tiraban del peso considerable de los contenedores, adentrándose en las oscuras calles que conectaban el puerto con el resto de la ciudad. Al mismo tiempo, los hombres del barco parecían empezar a relajarse, aliviados de haber completado la primera parte de su trabajo. Sin embargo, uno de ellos, posiblemente el líder del grupo, permanecía alerta, vigilando el muelle con una expresión tensa. Aún no había señales de que fueran a zarpar, lo cual le daba tiempo.

Mientras observaba la escena, se le presentaban varias opciones. Podía seguir a la carreta para intentar averiguar hacia dónde llevaban esos contenedores, aunque quizás sería complicado seguirla sin ser visto en las calles más estrechas de la ciudad. Si lo hacía, tendría que ser extremadamente cauteloso, utilizando los callejones y sombras a su favor.

Por otro lado, el barco seguía anclado en el muelle, y los hombres parecían haber bajado ligeramente la guardia. Podía intentar acercarse para investigar más sobre el origen de los envíos. Quizá podría obtener más información sobre lo que contenían los contenedores, o sobre el misterioso patrón que mencionaron. Sin embargo, debía tener cuidado: si los hombres del barco lo descubrían, no dudarían en usar la fuerza para silenciarlo.

La noche ofrecía oportunidades, pero también riesgos. Debía elegir su siguiente movimiento con cuidado. ¿Seguiría la carreta para averiguar más sobre su destino o se arriesgaría a investigar el barco y descubrir más sobre el origen de los contenedores? O quizá, la mejor opción sería permanecer oculto un poco más, esperando que los hombres abandonaran el barco para poder investigar sin ser detectado.
#3
Marvolath
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La entrega de mercancía había sido muy diferente de lo que aquel puerto acostumbraba a ver, donde ninguna mercancía tenía suficiente valor como para merecer tal despliegue. Las fuentes de Rael, cualesquiera que fueran, estaban en lo cierto. Ahora se le presentaban dos oportunidades: el navío en el que había llegado la mercancía, y la carreta que tomaba el relevo.

Estudió primero el navío. Tenía pocas rutas de entrada, un número desconocido de tripulantes, y tampoco sabía su distribución ni si tendría espacio donde esconderse. Necesitaría sigilo y suerte para no ser detectado el tiempo suficiente como para averiguar el origen y quizá la mercancía que transportaban.

Después, dirigió la vista a la carreta, que comenzaba a girar rumbo a alguna calle. Sería sencillo reducir al único hombre que parecía ir en el carro, y quizá interrogarlo o investigar por su cuenta el contenido de la mercancía y el sobre. O podría seguirlos hasta su destino, arriesgándose a que quedase fuera de su alcance.

Decidió adentrarse en la ciudad, sirviéndose de las sombras para ocultarse de la vista de los marineros del barco. Incluso si averiguase el origen de la mercancía no tenía los medios para llegar hasta él, y mucho menos para hacerles frente estando solo. Además, le llevaría un tiempo que los enfermos de Oykot no disponían. Tendría que actuar a nivel local, aunque fuese una solución temporal.

Siguió la carreta a una distancia prudencial, refugiándose en las sombras hasta verla girar en una de las frecuentes esquinas de la caótica ciudad antes de alcanzarla con una rápida carrera. El aceite de ballena era demasiado preciado como para derrocharlo en mantener toda la ciudad debidamente iluminada a altas horas de la noche, proveyendo de una ventajosa oscuridad tanto a los transportistas de sustancias ilegales como a sus perseguidores.

Cada esquina que giraba incrementaba su preocupación: ¿sería esa la última en la que podría alcanzar a la carreta? ¿Y si se encontraba con refuerzos, o entraba en algún local demasiado protegido? ¿Merecía la pena el riesgo? Si atacaba la carreta podría obtener información, pero alertaría a los demás y aumentaría la seguridad. Pero si la dejaba escapar... Sacudió la cabeza, apartando las dudas. En una operación las dudas cuestan la vida del paciente más a menudo que cualquiera de las posibles opciones, y así debía de actuar ahora. Asaltaría la carreta, obtendría un nuevo hilo del que tirar, y se enfrentaría a los nuevos peligros.

Cambió su ruta, subiendo a los tejados y saltando de azotea en azotea buscando interceptar a la carreta en algún punto oscuro del camino. El siguiente cruce era con una calle más ancha, con la separación suficiente para que la luz de las lámparas en los edificios que la franqueaban crease un pasillo de oscuridad. Esperó en lo alto de la esquina, calculando el momento, repasando y preparando mentalmente los pasos.

Se dejaría caer junto al conductor de la carreta. La sorpresa debería de darle el tiempo necesario para reducirlo y obtener el sobre. Debía de asumir que alguien les habría visto, y empezaría la cuenta atrás hasta que acudiese alguien en auxilio del carretero. Seguramente lo más sensato sería conducir él mismo hasta algún callejón donde los ojos curiosos fueran menos, o incluso amistosos si eran de alguno de los ciudadanos que habían sido tratados por el hospital. Interrogar al conductor, inspeccionar las cajas...

- O improvisar cuando todo salga mal, como siempre. - se dijo en su susurro, justo antes de dejarse caer.

Resumen
#4
Silver
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El silencio nocturno solo era roto por el leve crujir de las tejas bajo los pies del pequeño médico, quien se movía con sorprendente precisión y agilidad para alguien de su oficio. Desde las alturas, el puerto y las estrechas calles de Oykot le ofrecían un laberinto de sombras donde podía moverse sin ser detectado. La carreta avanzaba con lentitud, y cada esquina que giraba parecía acercarla un poco más a su destino, obligándole a acelerar su plan.

Cuando el vehículo se adentró en una de las calles más amplias, las luces de las lámparas formaban un angosto pasillo de penumbra, justo lo que había esperado. Aprovechando la oscuridad, se dejó caer junto a la carreta con un movimiento fluido, aterrizando con apenas un sonido. El conductor ni siquiera tuvo tiempo de reaccionar antes de que el pequeño médico se moviera, golpeando con precisión el costado del hombre, dejándolo aturdido. El hombre se desplomó sin hacer demasiado ruido, más sorprendido que herido.

Ahora, el carruaje estaba bajo su control. Su corazón le latía con fuerza, pero había logrado la primera parte de su plan sin complicaciones. Tenía la carreta, pero no mucho tiempo: en cualquier momento, alguien podría notar la ausencia del conductor y salir a buscarlo. Desde su posición, incluso podía oír el eco lejano de voces y pasos al otro lado de la calle, que parecían hacerse eco en la penumbra y lo instaban a actuar.

Debía decidir rápido. Podía optar por arrastrar el cuerpo del conductor a un callejón cercano y, al amparo de las sombras, abrir uno de los contenedores, para investigar el contenido ahora que lo tenía en sus manos. Esta opción le permitía estudiar la mercancía sin moverse y sin riesgos de que el carro llamase la atención en la calle. Pero abrir el contenedor sin mover la carreta podría alargar demasiado su presencia en el lugar. Y, si alguien se acercaba, tendría pocas salidas.

La otra opción sería conducir la carreta hasta un lugar seguro y más apartado del puerto, donde el riesgo de ser descubierto sería menor y tendría el control completo de la situación. Sin embargo, el ruido de la carreta al moverse y la necesidad de guiarla a través de las estrechas y oscuras calles de Oykot también conllevaba un riesgo. Un sonido inusual, un destello de movimiento en la penumbra… cualquier detalle podría delatarlo en pleno trayecto.

A su alrededor, las sombras de Oykot lo envolvían en un manto de discreción, pero no durarían para siempre. En una ciudad con callejones tan estrechos y miradas curiosas siempre al acecho, la sutileza era clave. Quizás tendría una oportunidad para obtener respuestas, pero la decisión debía tomarla ya.

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#5
Marvolath
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El plan estaba en marcha, y ya no había vuelta atrás. El caballo, sobresaltado por la caída del kobito sobre la carreta, trató de huir, pero como la mayoría de bestias de tiro, era de carácter dócil y fue sencillo dominarla. Marvolath acomodó al conductor sobre el respaldo del asiento, como si durmiese, y trató de continuar con la calma de quien tiene la decencia de no querer despertar a la ciudad y la prisa de quien quiere llegar pronto a casa.

Aunque había pasado la mayor parte del tiempo ocupado en el hospital, atendiendo pacientes y organizando a los escasos voluntarios, a menudo recorrió la ciudad. A veces visitando a enfermos que no podían acudir al hospital, otras aconsejando mejoras en la ciudad para hacerla más salubre, y, por qué ocultarlo, para pasear y despejar la cabeza del pesado ambiente hospitalario. Y en esas salidas había ido conociendo la ciudad, poco más que las calles principales y algunos callejones donde residían enfermos. Fue a uno de éstos a donde se encaminó.

El rítmico traqueteo de los cascos y el suave murmullo de las ruedas fue llenando la calle, poco más que un espacio entre casas demasiado estrecho para que alguien intentase construir en él, a medida que el carro se adentraba con lentitud, tratando de no golpear las paredes en la oscuridad. El caballo acabó negándose a avanzar, y una sombra de un tono más claro le hizo saber al pequeño conductor que había llegado al final. Observó brevemente la entrada, esperando ver alguna silueta recortada contra las luces de la calle por la que había venido.

Habiendo perdido más tiempo del que tenía, empezó rebuscando entre las ropas del conductor. Confiaba en encontrar la carta que, con la prisa, no había asegurado cuando lo saltó al carro; y deseaba encontrar también alguna llave para retirar el candado que pudiera liberar las cadenas para inspeccionar las cajas. Fue entonces cuando el conductor comenzó a recobrar la conciencia, y antes de que estuviera lo suficientemente despierto como para pedir auxilio le tapó la boca.

- No hagas ningún ruido. No sería seguro. - preguntó con frialdad quirúrgica - Asiente si has entendido. - hizo una breve pausa, intentando decidir si había asentido, temblaba, o forcejeaba débilmente - Te haré tres preguntas: una por tu vida, una por tu salud, una por tu libertad. ¿A quién o a dónde llevabas esta mercancía? ¿Qué contiene? ¿De dónde viene?

Se temía que fuera una simple mula, alguien a quien pagaban para mover mercancía y no hacer preguntas. Pero menos sabría sin preguntar, y ya que en cualquier caso debía reducirlo nuevamente valía la pena probar suerte. Aflojó lentamente la fuerza, preparado para actuar si respondía más alto que un susurro o si intentaba alguna tontería.

En el peor de los casos no aprendería nada de él, ni encontraría nada con qué abrir las cajas. La carta y las cajas serían su única pista. Y siendo cajas tan grandes y pesadas tendría que forzarlas, fuera el candado, las cadenas, o la propia caja; aun con el riesgo de no saber lo peligroso que podía ser su contenido. Pero sin una muestra que analizar todo sería en vano.

Resumen
#6
Silver
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La oscuridad en el callejón era casi absoluta. Solo una tenue línea de luz amarillenta proveniente de una lámpara de aceite cercana llegaba hasta la carreta, creando sombras largas y distorsionadas en las paredes de piedra. Tras una rápida búsqueda, Marvolath encontró un sobre sellado entre las pertenencias del conductor. Su peso y tacto sugerían que contenía documentos o instrucciones, pero por el momento lo guardó con cuidado, concentrándose en lo inmediato.

Cuando el hombre comenzó a recobrar la conciencia, Marvolath le tapó la boca y le dirigió unas palabras con voz baja y precisa, lo suficiente para que comprendiera la seriedad de la situación. El conductor, aún algo aturdido, asintió con un leve temblor al notar la frialdad en la mirada del médico. Era un hombre tosco y de edad media, con marcas de quemaduras en las manos y un rostro gastado, el típico aspecto de un trabajador sin más oficio que el que le ofrecían en el puerto. Jadeando, apenas tuvo fuerzas para responder, pero el temor lo hizo hablar.

—A mí solo me pagan para llevar los envíos. Los recojo aquí y los llevo… —dudó por un segundo, mirando de reojo el callejón, como si temiera que alguien pudiera estar escuchando—. … los llevo a los puntos que me indican. A veces por la ciudad, a por los alrededores. No sé qué hay dentro, nadie nos deja abrir los contenedores. Solo sé que al final los... los dejamos donde nos mandan.

No dio más detalles. El conductor apenas conocía los puntos exactos, pero una cosa estaba clara: aquellos envíos no parecían tener un destinatario particular. Era posible que el contenido solo tuviera valor para deshacerse de él. Sin embargo, las rutas no eran las mismas cada noche; los puntos de entrega cambiaban, como si quisieran evitar que alguien sospechara de la carga y de su destino.

Tras escucharlo, Marvolath volvió su atención hacia los contenedores. Eran robustos y asegurados con cadenas pesadas y un candado sencillo que no le dio problemas para forzar. La tapa chirrió al abrirse, y en el interior encontró dos barriles de tamaño medio, perfectamente sellados. A simple vista, parecían bastante comunes, pero un olor acre se filtró apenas rompió el primer sello, lo que le hizo sospechar. Estaba familiarizado con ciertos aromas industriales, y lo que emanaba de aquellos barriles le dio una pista.

El hedor recordaba al tipo de residuos que se podrían encontrar cerca de áreas industriales: desechos químicos y materiales de desecho. Aunque no podía precisar su composición con exactitud, todo indicaba que era el tipo de carga de la que alguien buscaría deshacerse de manera discreta.

Sin embargo, quedaba una pregunta: ¿por qué traer esos residuos aquí, a Oykot, en lugar de desecharlos en otra isla? La respuesta aún no estaba clara, pero algo en el contenido de esos barriles y la cuidadosa distribución de los "puntos de entrega" en el mapa que mencionaba el conductor sugería que esto no era un simple descuido. Marvolath había encontrado una pieza importante, pero el rompecabezas aún estaba lejos de completarse.

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#7
Marvolath
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El descubrimiento del contenido de las cajas era una noticia mucho peor de lo que había esperado. Ya había llegado a la conclusión de que alguna clase de veneno estaba afectando a la población, y que lo más probable es que estuviera en el agua o comida que consumían, y había supuesto que ese envenenamiento sería un efecto colateral de alguna actividad. El destino o el contenido de las cajas podría haberle ayudado a encontrarla, y avanzar en su investigación. Pero si lo que transportaban era directamente un desecho sólo podía significar que lo vertían de forma intencional. Alguien quería envenenar a la ciudad de Oykot o, al menos, a la población del lado Este, pues no había escuchado de ningún caso al otro lado del río.

Sacó un pequeño tubo de muestras, tanteando su pequeño tamaño con decepción. Había esperado un producto más puro, donde una pequeña muestra fuese suficiente para conocer su composición. Este desecho contendría impurezas, por lo que tendría que realizar más pruebas para llegar a alguna conclusión. Aunque lamentaba haber dejado la mochila en el hospital, sabía que el riesgo de perder su posesión más preciada en una infiltración era demasiado alto. Apretó con firmeza el pequeño tubo, y se alegró de poder llevarse al menos una muestra.

Llenó con cuidado hasta donde pudo, y lo selló con fuerza. Cada gota era preciosa, y aunque no lo fuese no querría que se le derramase encima. Rompió el sello del segundo barril, dejando intencionadamente que parte del contenido se volcase en el interior de la caja. Con un ágil movimiento volvió junto al conductor.

- Si descubren lo que ha pasado los dos estaremos en problemas, pero yo tengo la ventaja de que no saben quién soy. - empleó el mismo tono frío que cuando lo amenazó. Suspiró, y lo suavizó - Has respondido a mis preguntas y te creo, así que intentaré ayudarte. Escucha con atención: estaba oscuro, te golpearon, escuchaste voces discutiendo, te robaron, y se fueron. La historia de gente desesperada tratando de conseguir dinero de una carreta desprotegida en mitad de la noche es plausible. Dependerá de ti que se la crean, pero si recuperan su mercancía quizá estén contentos.

Esperó una confirmación, antes de despedirse con una palmada en el hombro y corrió hacia la calle por la que había venido, para poco después volver a los tejados, a una azotea desde la que pudiese vigilar el callejón de la carreta. Si la carreta salía podría seguirla, estudiar el intercambio, y seguir el rastro. O a quien viniese a buscarla. En el peor de los casos, si los vecinos decidían actuar quizá tuviese que intervenir. Y mientras esperaba podría estudiar los documentos que habían entregado al conductor.

Resumen
#8
Silver
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El callejón permanecía en silencio, y Marvolath, oculto entre las sombras de una azotea cercana, podía observar sin ser visto. Desde su posición, mantuvo la vista fija en la carreta y en el conductor, quien, aún desconcertado y dolorido, parecía intentar asimilar la situación. El hombre se frotaba la cabeza, y tras un rato de indecisión, se mantuvo quieto, resignado a esperar algún rescate o ayuda.

Aprovechando el momento de calma, Marvolath sacó el sobre sellado que había recuperado de las pertenencias del conductor. Al abrirlo, encontró unos documentos escritos en un lenguaje técnico y preciso, con órdenes específicas sobre la recolección y entrega de "contenedores de desecho" en diversos puntos de la zona Este y sus alrededores. Las fechas de entrega eran irregulares, pero en todos los documentos se especificaba que cada cargamento debía terminar en una ubicación diferente a la anterior. Sin embargo, algo más llamó su atención: varias rutas terminaban en el mismo lugar, una vieja edificación abandonada en las afueras de la ciudad.

El contenido de uno de los documentos parecía señalar este lugar como un "entro de procesamiento y descarga". Aunque, por lo que sabía, Oykot no tenía una infraestructura de este tipo en funcionamiento. Por lo que podría asumible que alguien había reutilizado el lugar para esconder o quizás redirigir los desechos. Un sitio que, en efecto, estaría en desuso y lo suficientemente apartado de las miradas curiosas.

Mientras leía los documentos, un nuevo sonido en la calle llamó su atención. Dos figuras emergieron de la penumbra, sus voces eran apenas un murmullo mientras se acercaban a la carreta. Parecían estar inspeccionándola con cautela, sus movimientos eran precisos y calculados, demasiado profesionales para ser simples ladrones. Uno de ellos se inclinó hacia el conductor, interrogándolo en un tono bajo pero amenazante.

—¿Qué ha pasado aquí? ¿Dónde está la mercancía? —la voz del hombre era firme, y el conductor, aún nervioso, empezó a balbucear la historia que Marvolath le había indicado.

Los recién llegados parecieron evaluar la situación por un momento, intercambiando miradas tensas. Entonces, uno de ellos dijo algo que captó la atención de Marvolath:

—No podemos perder más tiempo. El patrón quiere el cargamento en el complejo. Nos encargaremos allí.

Las palabras confirmarían las sospechas del médico. Ese lugar abandonado podría ser la clave de todo. Y si querían mover la carga hacia allí de inmediato, eso significaba que el lugar estaba activo, y probablemente vigilado. La oportunidad de interceptar el próximo paso de la operación se presentaba ante él, pero no sin riesgo.

Con un último vistazo a los hombres y al conductor, que ahora parecían preparar la carreta para su partida, Marvolath podía optar por seguirlos en su ruta hacia el complejo industrial. O bien, con la información en sus manos, podía trazar un plan de acción para infiltrarse en el sitio sin llamar la atención.

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#9
Marvolath
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En la oscuridad de la noche las notas eran apenas sombras sobre sombras, pero con tiempo y esfuerzo fue capaz de descifrar lo principal. Los residuos se repartían en múltiples localizaciones menores, posiblemente tapaderas que se deshacían del material discretamente, sin saber qué hacían realmente. Una engranaje más de la maquinaria, como el infeliz carretero al que había interrogado minutos antes. Pero una de las localizaciones destacaba, no sólo por su nombre - "Centro de procesamiento y descarga" - sino por ser el final de ruta de los envíos.

Concentrado como estaba en descifrar los documentos no se percató de la llegada de las dos nuevas figuras hasta que interrogaron al conductor.

No parece que hayan quedado convencidos. Parece que no me ha mencionado, pero lo hará cuando las preguntas sean más convincentes. - pensó con preocupación.

El reloj seguía corriendo, y sus acciones no pasarían desapercibidas mucho más tiempo. Debía de actuar con rapidez, y salir antes de que supieran de él. Desde la azotea tenía una buena vista de la ciudad y el río, y no le costó orientarse para encaminarse hacia el edificio abandonado. Igual que había hecho al emboscar la carreta, se sirvió de su agilidad para recorrer los tejados, lejos de miradas curiosas tras las ventanas y de las lámparas de aceite que mantenían a raya la tan provechosa oscuridad.

El aire cálido y pesado de la ciudad le sofocaba al correr, y aún no había llegado a las afueras cuando sintió como el sudor le humedecía la piel. Poco a poco los edificios fueron escaseando, obligándole a continuar a pie. Sentía el tacto blanco de la tierra y la hierba mientras recorría dos finas franjas de hierba, que supuso habrían creado las carretas en su ir y venir. El viento, libre de la prisión de los edificios, soplaba como una brisa que aligeraba el cargado aire de la ciudad. Se sintió renovado y fresco, como si pudiera correr toda la noche tras llevar días de incómodo reposo.

Casi sin darse cuenta, acabó por encontrar un edificio que encajaba con la descripción del almacén, excepto por la vigilancia que atisbaba a ver desde la distancia y las luces en el interior, poco comunes en edificios abandonados. Sirviéndose nuevamente de la oscuridad, su tamaño, y su agilidad, se acercó con cuidado, evaluando la seguridad y buscando posibles rutas de entrada.

Si quería conocer la actividad del interior debía de entrar con sigilo, sin llamar la atención. Podía asumir que un negocio tan discreto no podría emplear a muchos trabajadores y pasar desapercibido, quizá unos cuantos empleados que sirviesen a su vez de guardia. Con algo de suerte, algunos tendrían información importante, o tuviesen documentos como el que había conseguido del conductor.

Si tardaba mucho llegaría la carreta, que si bien podría ser una distracción útil para entrar, también podría traer noticias del incidente y quizá les pusiera en alerta. Si la situación se llegaba a torcer... confiaba en su habilidad para defenderse, o para huir si fuera necesario.

Resumen
#10


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