¿Sabías que…?
Si muero aquí, será porque no estaba destinado a llegar más lejos.
[Autonarrada] [T2] Confianza donde había remordimientos
Atlas
Nowhere | Fénix
Día 36 de Verano del 724

Confianza donde había remordimientos

La operación no había salido mal del todo si teníamos en cuenta cuál era nuestro objetivo inicial. Nos habían reclamado en Oykot —después de una suerte de golpe de estado con la participación del Ejército Revolucionario— para rescatar a varios miembros de una colonia de gyojins que habían tenido que huir de sus hogares. Se habían afincado en un peñón no muy lejano del Reino de Oykot, pero un grupo de traficantes de esclavos había comenzado a darles caza tras descubrir su presencia. Las autoridades locales no podían hacer nada dada la convulsa situación política local, así que nos había tocado a nosotros.

Habíamos partido todos hacia el lugar. Todos los miembros de la brigada viajábamos en la embarcación, incluidos los más nuevos, pero sólo Octojin y yo habíamos sido enviados al terreno inicialmente. El motivo era muy simple: el barco no tenía dónde atracar en el peñón donde residían los seres abisales y debía ser dejado en la isla donde se asentaba la capital del reino. Allí, dado el régimen que se acababa de instalar, era indispensable que una escolta poderosa se quedase junto al barco. El tiburón y yo, y quizás Ray y Alexandra, éramos quienes más facilidad tendríamos en un momento dado para cruzar el mar. Ray era el líder y juzgamos que debía permanecer con el grueso del grupo. Alexandra, por su parte, se acababa de incorporar y la misión que teníamos entre manos no era la más indicada para que se estrenase.

Fuera como fuese, el caso es que habíamos conseguido liberar a los miembros de la colonia sin pagar una sola moneda a los criminales. Además, todos los rescatados se encontraban en buen estado de salud a pesar del maltrato sufrido. Todo habría salido a pedir de boca de no ser porque parecía ser que había más cautivos cerca. Ése era el motivo de que se hubiesen prestado a negociar con nosotros sin apenas oponer resistencia: tenían mucha más mercancía con la que ganar dinero. Paradójicamente, habían intentado usar nuestro objetivo para desviar nuestra atención de algo mucho más grande que había escondido detrás.

Al descubrirlo, tanto Octojin como yo habíamos tenido claro que la operación comenzaba a adquirir unas dimensiones que tal vez escaparan a nuestro control. Era por ello que nos encontrábamos en pleno camino de vuelta a la isla principal del Reino de Oykot. Íbamos en busca de nuestros compañeros para, en primer lugar, exponer la situación. Posteriormente la intención era proponer un asalto de toda la brigada al lugar donde se hubiesen instalado esos desgraciados, atraparles, liberar a los prisioneros y volver directamente a Loguetown con los criminales bajo el brazo.

Al igual que habíamos hecho en el camino de ida, el trayecto entre Oykot como tal y los peñones lo iba haciendo sentado sobre la espalda de Octojin. Las dimensiones del tiburón eran tales que podía sentarme con las piernas cruzadas perfectamente y me sobraba espacio. Además, su portentosa musculatura proporcionaba el balance perfecto entre rigidez y comodidad. Sobre su espalda y mientras se iba aproximando el final del día, no podía dejar de pensar en lo que había variado nuestra relación una vez más en apenas unos días.

Habíamos llegado ambos a Oykot después de un enfrentamiento de lo más peligroso en el que Camille había salido dañada por intentar detenernos. Nuestra confianza se había visto resentida como consecuencia de mis desafortunados comentarios. Los había lanzado al aire en un momento de desesperación y frustración, pero eso no era excusa. En mi fuero interno me había recriminado una y mil veces esas palabras. Más allá de eso, incluso me había cuestionado si no serían en realidad un reflejo real de mi interior silenciado por mi conciencia.

Sin embargo, si algo había sacado de aquella última experiencia era la certeza de que eso no era así. Había viso en los ojos de mi compañero que un morador de lo profundo podía ver a un amigo en alguien sin escamas tapizando su cuerpo. Había apreciado a la perfección la gratitud y la percepción de salvación en las miradas suplicantes de los gyojins mientras los liberábamos. No me lo había pensado ni un instante a la hora de interponer mi cuerpo en la trayectoria de los disparos que pretendían acabar con los congéneres de Octojin. Sí, podía dudar de muchas cosas después de todo lo acontecido, pero no de mis convicciones en lo referente a la libertad de todos los seres.

No obstante, aquello no había acabado. Aún quedaban cautivos que rescatar de las garras de esos criminales. Ese fuego en mi pecho que me empujaba a tomar esa misión con el mismo ímpetu que había tomado la de los miembros de la colonia me indicaba una cosa: señalaba una característica que me era propia e iba más allá de dudas puntuales en momentos de desesperación. En aquellos momentos salvar a esas personas era mi prioridad absoluta. Únicamente la seguridad de mis compañeros podría evitar que diese todo lo que estuviera en mi mano en cada momento por sacarlos vivos de allí. Entonces, ¿cómo demonios podía haber insinuado, aunque fuera por un solo instante, que tal vez la posibilidad de una justicia única y absoluta no fuese tan descabellada? A decir verdad, no me entraba en la cabeza por muchas vueltas que le diese.

De cualquier modo, por el momento tampoco tenía la posibilidad de continuar reflexionando al respecto; ya lo haría más adelante. La aleta dorsal de Octojin comenzaba a elevarse frente a mí, saliendo más del mar y comenzando a permitir que viese más partes de la anatomía del gyojin. Era un detalle en el que había reparado también en la ida. Indicaba que poco a nos íbamos acercando a tierra. Cuando lo hacíamos el tiburón se iba preparando —no sabía si de manera consciente o inconsciente— para que fuesen sus pies y no sus aletas los encargados de permitir su movilidad. Se acababa el tiempo de introspección y búsqueda de verdades personales, pero tenía claro que más tarde o más temprano volvería sobre el mismo tema en mi fuero interno. ¿Qué  podía ver más enriquecedor que comprenderse a uno mismo? Dudaba muchísimo que pudiese haber más cosas capaces de dar tanta paz.
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Moderador OppenGarphimer
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