Hay rumores sobre…
...un hombre con las alas arrancadas que una vez intentó seducir a un elegante gigante y fue rechazado... ¡Pobrecito!
[Aventura T1 - Autonarrada] Cuestión de perspectiva
Atlas
Nowhere | Fénix
Cuestión de perspectiva.

La sirena del navío comenzó a sonar como si el fin del mundo se cerniese sobre nosotros de manera inminente. ¿Qué demonios estaba pasando? Apoyé uno de los extremos de mi arma en el suelo y aguardé unos instantes por algún tipo de noticia. Nos encontrábamos en uno de los salones de adiestramiento que se habían mandado instalar en la embarcación mucho ante de nuestra incorporación a la Marina. Estaban destinados a servir para instruir a los nuevos reclutas en tácticas iniciales de combate y, sobre todo, a permitir que nos familiarizásemos con el arma que habíamos seleccionado o se nos había asignado.

Por mi parte, había intentado escaparme de las sesiones de entrenamiento desde el primer momento. No obstante, lo que yo había concebido como una inmersión en algo parecido en un panal de abejas, con tanta gente pululando de aquí para allá sin ton ni son que sería difícil seguirme la pista, se había tornado en una suerte de calabozo a base de férrea disciplina militar. Desde luego, por aquel entonces todos mis planes se estaban yendo al traste. A los recién incorporados nos habían repartido en camarotes cuyos integrantes conformaban los grupos de entrenamiento, cada uno compuesto por ocho reclutas a cargo de un sargento instructor. ¿Que cuántos oficiales y suboficiales había en el barco? A saber, contarlos era imposible.

En cualquier caso, había sido atrapado en pleno escaqueo y me habían arrastrado literalmente al área de entrenamiento desde el primer momento. Inicialmente me asignaron un arma que me presentaron como naginata, de filo y bastante pesada, seguramente con intención de usarme como ejemplo para hacer algo de mofa a mi costa y disuadir a cualquier otro que se plantease quitarse de en medio de vez en cuando. Cuál fue mi sorpresa al comprobar que, contra todo pronóstico, aquella arma se amoldaba a mí a la perfección y yo a ella, mostrándome enseguida como alguien bastante diestro en su manejo.

A decir verdad, tanto control me había hecho plantearme seriamente si aquél era mi lugar. Atendiendo a lo que contaban los reclutas en mi aldea natal, me había imaginado la Marina como un lugar donde poder vivir bien haciendo la justo. No me había planteado en ningún momento si la institución en sí me parecía buena o mala para el mundo, tampoco cuáles eran mis conceptos de bien, mal o libertad. Ni siquiera sabía si aquellas cosas importaban.

De cualquier modo, el sargento Klowitz, un tipo calvo, de facciones hoscas y no menos de dos metros y medio de altura, tampoco nos daba margen para reflexionar demasiado. Fue su voz la que, en tono de alarma y extremadamente potente, gritó a pleno pulmón desde la entrada a la sala:

—¡Todos preparados para entrar en combate! —exclamó para sorpresa de todos.

Según nos habían explicado, aquel buque servía como base para reclutar y realizar la instrucción básica necesaria de cuantos marines conseguía incorporar a sus filas, tras lo cual eran —éramos— enviados a nuestros primeros destinos. Se suponía que no debíamos entrar en conflicto con enemigo alguno. ¿A qué venía aquello?
La incomprensión se hizo dueña y señora de los rostros de mis compañeros —probablemente también del mío—, para luego dar paso al miedo y la duda. No podía estar pasando. Un estruendo de pisadas que subían escaleras de metal y voces de mando pasó a imperar en la embarcación. Las caóticas pisadas de los reclutas que aún no sabían formar se alejaban hacia la superficie, en dirección al punto que señalaban los temblorosos dedos de los suboficiales.

Klowitz seguía gritando y las venas de su cuello amenazaban con explotar de un momento a otro, así que nosotros también nos apresuramos y nos dirigimos a cubierta, en parte porque debíamos cumplir las órdenes y en parte porque necesitábamos una explicación. Fuimos uno de los últimos grupos en llegar a la posición asignada. No demasiado lejos se podía divisar una isla, la isla Kolima, una de las integrantes de las islas Gecko, con columnas de humo procedentes de llamas que, tras devorar un sinfín de viviendas locales, amenazaban con engullir el mismísimo cielo.

—¡La justicia no entiende de excepciones ni de momentos idóneos! —exclamó entonces una aguda voz desde la proa del barco.

Allí, erguida sobre varias cajas, la capitana Jabelle, una mujer entrada en la sesentena, no más de metro y medio de altura y pelo rojo, corto y rizado, pasaba su mirada con severidad de un recluta a otro. No la habíamos visto demasiado hasta ese momento, pero sabíamos que, ya veterana, era la oficial a cargo del buque. Y según decían era extremadamente buena en la tarea que le había sido asignada.

—¡Hemos recibido un aviso de la central! Al parecer los Cowboy Pirates intentaron saquear ayer la isla a la que nos dirigimos, ésa que veis arder. Nada nuevo bajo el sol. Normalmente nosotros continuaríamos nuestra ruta y otro barco, uno pensado para ello, les perseguiría y les daría caza en alta mar. ¡Pero la gente de este lugar ha decidido que no quiere volver a ser pisoteada y se han resistido al saqueo! ¡Desde ayer esos desgraciados se han olvidado del vino y el dinero y solo quieren acabar con los habitantes del pueblo para dar un aviso a cualquiera que ose enfrentarse a ellos! No hay tiempo de desviar a nadie hacia aquí y somos el efectivo más cercano al conflicto. Me gustaría no tener que pediros esto, ¡pero necesitamos que luchéis por la libertad de cuantos sólo quieren vivir en paz en estas islas!

Aquella oda la deber de los militares que estaban frente  ella levanto el espíritu de los presentes, coincidiendo casi a la perfección con el momento en que se soltaron las amarras y se desplegaron las pasarelas para que los tripulantes pudiésemos tomar tierra. Azuzados por las palabras de la capitana, los marines se abalanzaron sobre los primeros miembros de los Cowboy Pirates, que al ver el barco aproximarse se habían dirigido al puerto para frenar el avance enemigo. No obstante, no fueron suficientes y la primera oleada de uniformados arrasó con la resistencia del puerto, pero aún quedaba mucho por hacer.

Del mismo modo que habíamos sido de los últimos en llegar a cubierta, fuimos de los últimos en bajar del barco. El grueso de nuestras fuerzas se dispuso a enfrentarse al frontalmente al enemigo, mientras que nosotros flanqueamos el núcleo del conflicto y escogimos callejones laterales.

—Nosotros llegaremos hasta las últimas líneas del enemigo para impedir cualquier retirada —explicó Klowitz en voz baja sin demasiada convicción. Parecía que a él tampoco le terminaba de agradar la idea de ir en grupos reducidos hacia donde presumiblemente habría más enemigos concentrados, pero obedecía como buen soldado.

En nuestro camino pasamos junto a la plaza central, donde tenía lugar lo más cruento de la batalla origina. Los lugareños habían construido barricadas improvisadas como buenamente habían podido, ocupando también callejones aledaños y enfrentándose como eran capaces a los saqueadores. Por desgracia, todo hacía ver que los esfuerzos estaban siendo insuficientes. Los cadáveres se amontonaban en torno a la batalla. Aquellos menos afortunados en vida, solos. Aquellos algo más afortunados eran acunados por seres queridos que, entre lágrimas, se negaban a aceptar la pérdida. El olor a quemado y sangre inundaba por completo mis sentidos, llevándome a la fuerza a un mundo del que cualquiera querría huir.

Fue en esos  momentos, mientras seguía con cautela los pasos de Klowitz, cuando sin ser yo del todo consciente de ellos una idea asentó con fuerza en lo más profundo de mi ser. Entonces no lo sabía, pero pasaría a conformar un elemento central en mi vida y mi forma de ver el mundo.

Aquello no era tolerable. No se podía permitir que nadie, abanderando una supuesta libertad, decidiese según su antojo qué podía o no hacer, qué podía tomar o a quién podía llevarse por delante para ello. Definir a un portador de la verdad o un emisario del bien era algo muy atrevido, pero cualquier podría saber que lo que mis ojos presenciaban era puro mal e injusticia. Aunque probablemente imperfecto, debía existir algo o alguien que garantizase que actos como aquél no sucediesen, que quien los cometiera tuviera su justo castigo y que brindase por la libertad y la seguridad de los más débiles. Sí, esos que yacían en los alrededores.

Mis pensamientos se detuvieron en seco cuando la firme mano de Klowitz sobre mi pecho me frenó. Habíamos llegado a nuestro destino. En una amplia plaza de la que, por supuesto, se habían adueñado, un tipo con gran sombrero de ala ancha daba órdenes a los rufianes que tenía alrededor. Aquel tipo era el capitán sin duda alguna y parecía que estaba organizando a sus efectivos para preparar la retirada. ¿Habían previsto una acción así antes incluso de atracar? Todo apuntaba en esa dirección, porque si no era difícil explicar el movimiento que habíamos realizado.

No dio tiempo de hacer muchas consideraciones más, porque desde los callejones que servían de acceso a la plaza comenzaron a manar marines que, como nosotros, habían sido movilizados para flanquear al enemigo. Los gritos no tardaron en imponerse a cualquier otro ruido. Piratas y uniformados comenzaron a caer, alcanzados por impacto de armas de fuego, golpes, cortes o estocadas. Cuando quise darme cuenta me movía por puro instinto, rodeado por aliados y enemigos que se movían en un vórtice carente de sentido.

Blandí mi arma, produciendo un profundo corte diagonal en el torso de un corsario, que no tardó en desplomarse. Era curioso cómo, fruto de la adrenalina y el miedo, cualquier duda o miedo quedaba silenciada. En aquel momento no era algo que estuviese teniendo en cuenta, pero más adelante aquel momento me haría reflexionar mucho.

Dos de los chicos con los que había estado compartiendo el camarote cayeron a mis espaldas, fulminados por sendos proyectiles disparados casi a quemarropa. Como una presa acorralada, blandí mi naginata asiéndola con fuerza por un extremo y la proyecté con violencia a ellos, que quedaron ensartados uno tras el otro. El combate se prolongó durante un tiempo que posteriormente nunca pude precisar. Era mi vida o la suya, así que no cupo espacio para la duda. Seguí cortando, ensartando y haciendo cuento fue necesario para defenderme, para impedir que aquellas personas siguieran maltratando a quienes vivían pacíficamente en aquella zona de la isla. Pude hacerlo con bastante soltura hasta que un golpe dotado de una violencia que nunca jamás había experimentado golpeó mi espalda, lanzándome por los aires y provocando que fuese a aterrizar sobre la pared de una de las viviendas que rodeaban la plaza.

Me levanté como pude, comprobando que no era otro sino el capitán de los piratas quien me había seleccionado como su objetivo. Me miraba con una profunda rabia en sus ojos. El nada desdeñable número de criminales que de forma casi automática había ido eliminando parecía una justificación más que suficiente. Me alcé como pude, asustado y dispuesto a defenderme a partes iguales. Interponiendo mi arma entre los dos en un gesto amenazados, flexioné las rodillas levemente y, tras unos segundos, me lancé al ataque. La serie de estocadas que lancé fueron evitadas sin mayores complicaciones por su parte. La última de ellas fue desviada con una patada lanzada en dirección a mi brazo izquierdo, tras lo cual sobrevino un poderoso golpe con el codo directamente en la cara. Volví a salir despedido.

Y me volví a levantar.

La secuencia se repitió en varias ocasiones. No me tomé la molestia de contarlas, aunque tampoco tenía claro que me encontrase en condiciones de hacerlo. De lo que sí estoy seguro es de que mi insistencia comenzó a resultar tremendamente irritante para ese tipo, que cada vez se aprestaba a pegarme más rápido y más fuerte con la intención de noquearme o acabar conmigo. Lo hizo hasta que, una de las veces, no pude evitar comenzar a tambalearme. La sangre goteaba por mi rostro y caía como lo haría el agua desde una cornisa un día lluvioso. Mi visión comenzó a nublarse, avisándome de que había llegado al límite. Finalmente se desplomé, no sin antes acertar a intuir cómo un pequeño zapato de tacón bajo e intenso color negro golpeaba directamente la mejilla del capitán pirata.

***

—Adelante —dijo una seria voz de mujer al otro lado de la puerta después de que la golpease con los nudillos en tres ocasiones.

Accedí al despacho de la capitana Jabelle con cierta duda. No sabía si mis repetidos intentos de librarme de los entrenamientos en el pasado habría llegado hasta sus oídos. No tendría demasiado sentido que después de la batalla que había tenido lugar hacía apenas dos semanas se me castigase por eso, pero a saber. Seguro que en el mundo había muchas personas extremadamente estrictas y nada me garantizaba que ella no fuera una de ellas.

Era un despacho de lo más austero. Muy luminoso y con una excelente vista que permitía ver en todo momento lo que había frente al navío, la decoración consistía en un escritorio, un par de estanterías y media docena de cómodos sillones individuales tapizados en lo que parecía seda verde. De los últimos catorce días, diez me había tenido que mantener inmóvil en la enfermería como consecuencia de las heridas sufridas durante la batalla.

—¿Sabes quién es este tipo? —dijo entonces el sargento Klowitz, que se encontraba a la izquierda de la capitana. Las heridas aún eran visibles en él también, pero se mostraba mucho más entero que yo. Su dedo índice derecho señalaba un cartel con un gran "Wanted" en él y, en el centro, la cara de un tipo familiar que vestía un sombrero de ala ancha—. Sí, se trata de Frei Luke, el capitán de los piratas Cowboy ¡al que tuviste la desfachatez de enfrentarte en las islas Gecko! Estás vivo de milagro. Si no fuese por la capitana...

La reprimenda se detuvo cuando Jabelle alzó una mano, sin dejar de ojear en ningún momento los dosieres que, a cientos, se apilaban en su escritorio.

—Es una lástima la muerte de Shei y Takayashi, eran reclutas muy prometedores —comentó al tiempo que dejaba mi fotografía a la vista al exponer el dosier—. Hemos perdido una veintena de chicos y chicas en las islas Gecko, ¿sabes? —Se mostraba fría, pero su voz transmitía emociones que ocultaba de forma hábil—. Casi todos tenían familiares y gente esperando en casa por su llegada. Personas que les querían y deseaban que llegasen las navidades para volver a verles. Algunos eran todo un orgullo en una familia con pocos recursos... Odi ha dejado siete hijos en Goa. —¿Acaso aquella mujer nos conocía a todos? Si apenas la habíamos visto durante todos los días que había durado la instrucción. No terminaba de entender qué estaba sucediendo—. ¿Sabes la diferencia entre un inconsciente y un héroe, entre un temerario y un salvador? La capacidad real de proteger a los demás, de enfrentarse a cualquier enemigo o adversidad con un poder verdadero y real puesto al servicio de los demás. Piensa qué es lo que necesitas para dejar de ser un inconsciente y convertirte en un salvador, porque todos los segundos fueron los primeros alguna vez.

Un carraspeo interrumpió la conversación. No me había fijado, pero un caracol aguardaba su momento con los ojos bien abiertos frente a la capitana Jabelle. Ésta le dio la vuelta para que pudiese contemplarlo.

—Atlas "Nowhere" Monogusa, ¿verdad? —dijo una voz de mujer—. Mi nombre es Tina Hiori, secretaria de la capitana Montpellier. Nos ponemos en contacto con usted para informarle de que su próximo destino, ahora que ha finalizado la instrucción, será Loguetown.

Fue un mensaje escueto pero claro. La comunicación se cortó enseguida y mis superiores no tardaron en enviarme de vuelta a mi camarote para preparar todo lo necesario para incorporarme a las filas de la Marina en Loguetown.

—¿Por qué lo de Nowhere? —preguntó la capitana Jabelle justo antes de que me fuese.

—Es una broma de mis compañeros —respondí—. Las primeras semanas... digamos que tardé en adaptarme al día a día abordo y no tardaron en comenzar a decirme que así no llegaría a ninguna parte.

—Ya veo —sonrió antes de dejarme salir.

¿Qué me esperaría en Loguetown? Eso sólo el tiempo lo podría decir.
#1
Moderador Kinemon
Moderador Freelance
¡AVENTURA COMPLETADA!

Te felicito por el desarrollo de la aventura, donde ha habido una evolución del personaje, y no ganas porque sí a cualquier enemigo. Eres consciente de tu nivel y roleas adecuadamente en base a ello. 


Al user por una se le entrega:
  • Experiencia: De 110 a 140 [+30]
  • Nikas: De 0 a 1 [+1]
  • Berries: De 0 a 200.000 [+200.000]
  • Reputación: De 0 a 5 (+5 Buena Reputación) [+5]

Nota: Mira los mensajes privados, te envié uno al respecto de tus peticiones administrativas. 


Sin duda, eres alguien capaz de ayudarme a salvar a Wano...
#2


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