Dharkel
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02-11-2024, 09:05 PM
El gran astro se iba apagando lentamente mientras se escondía en el horizonte, entre las maltrechas tejas de los edificios de la periferia de Loguetown. Una suave brisa marina aromatizaba el atardecer con un tono salado. El día estaba cada vez más cerca de terminar, y con él el merecido descanso del espadachín que se había visto obligado a teñir su katana de rojo en múltiples encuentros hostiles con el único objetivo de recuperar un cargamento de armas, la última esperanza de un viejo herrero de salir adelante y no tener que cerrar su negocio. Y con ello también su recompensa, el aprendizaje condensado de décadas de trabajo. De maestro a aprendiz.
Echó la llave y buscó un sitio donde dejarse caer. No había ninguna opción fácil, pero había pernoctado en sitio bastante peores. Dejó la caja con las armas tras el mostrador, a buen recaudo, y extendió un trozo de tela junto al cargamento. Se tumbó sobre el desgastado tejido boca arriba. Las vistas también eran altamente mejorables, pero al menos tenía cuatro paredes en las que guarnecerse aquella noche.
- ¡Adivina lo que me he encontrado en la calle! – dijo con una sonrisa al reconocer el desgastado escudo de madera de la tienda. Pero no obtuvo respuesta. Ninguna luz salía de su interior.
Aceleró el paso, cuestionándose si le habría pasado algo y cambiando su sonrisa por una mueca de preocupación mientras recordaba las amenazas que se habían hecho sobre su propia vida y la del viejo. Al cruzar el umbral se topó con una sala cerrada y oscura. La única luz que había en el interior era la de la propia calle a través de la puerta, proyectando la sombra del espadachín a lo largo de toda la estancia.
Rápidamente y poniéndose en lo peor dejó el cargamento a un lado. ¿Quién dejaría su negocio abierto a ladrones y sin ningún tipo de vigilancia? Deslizó una cerilla hasta uno de los dos candiles que adornaban el marco de la entrada y esperando no ver ningún cadáver iluminó la estancia. Vitrinas destruidas, estantes rotos, armas oxidadas colgando a duras penas de las paredes o esparcidas por el suelo, acumulando suciedad. Grandes capas de polvo se acomodaban por todas partes, especialmente en el que parecía ser el mostrador principal y, el único intacto. Cúmulos de rastros de pisadas se habían formado en el suelo, como una danza y dando a entender señales de pelea. Un par de ellas se dirigían en tramos irregulares hacia el interior, tras unas cortinas de mimbre.
El ambiente era relativamente frío y estaba muy cargado, llegando incluso a ser espeso. A cada paso que daba para investigar la zona, leer las huellas o intentar discernir qué había podido ocurrir una pequeña nube de humo se levantaba, revoloteando a su alrededor.
- ¿Cuánto tiempo lleva sin limpiarse esto? – dijo en un susurro para sí mismo, planteándose incluso la idea de haberse equivocado de local.
Se llevó un trozo de su camisa a la nariz y a la boca con el objetivo de evitar asfixiarse con la polvareda. Poco a poco se fue internando más, sosteniendo con la diestra la lámpara y con la zurda el mango de una katana que permanecía enfundada, pero alerta.
Sus pasos eran lentos pero seguros, intentando no hacer ruido. No escuchaba ningún ruido proveniente del interior, pero sí se podía ver una leve luz titilando tras la cortina. En momentos como aquel desearía tener el Kenbunshoku Haki que poseía su capitán. Sin duda una gran herramienta para evitar emboscadas como en la que parecía estar entrando.
Desenfundó su arma y hundió suavemente un par de centímetros el filo de su hoja en el mimbre y con la misma gentileza lo movió hacia un lado para apartarlo. Sin moverse del sitio oteó la habitación que había tras el mostrador.
Un poco de luz del atardecer entraba por una pequeña ventana que permanecía abierta. Las formas de una fragua, una mesa de trabajo, algunas estanterías e incluso un par de maniquíes dibujaban su tímida silueta en la penumbra. Junto a la temblorosa y débil voz se encontraba un camastro de paja y una pequeña mesita de madera sobre la que descansaba una vela y un vaso de cerámica. Sobre la cama yacía el anciano. No parecía haber nadie más en su interior.
Enfundó la katana, esta vez más relajado, aunque aún alerta y reanudó el paso lento hacia el interior del cuarto apartando esta vez la cortina con su mano. Se acercó al hombre que reposaba en el catre y con la corta distancia pudo observar cómo su pecho se inflaba y desinflaba a un ritmo constante.
Dharkel abandonó la sala con el mismo sigilo con el que había entrado. Una vez en la zona del local cerró la chirriante puerta con premura pues hacerlo lentamente haría el proceso más largo y agónico, aumentando las probabilidades de despertar a su futuro maestro. Se quedó quieto durante un par de segundos, atento a cualquier ruido que pudiese provenir del interior. Pero no ocurrió nada.