Alguien dijo una vez...
Crocodile
Los sueños son algo que solo las personas con poder pueden hacer realidad.
[Autonarrada] El ego de la juventud, es altamente explosivo [T.2.]
Lance Turner
Shirogami
La vegetación de DemonTooth era tan densa que, por momentos, parecía que la selva misma intentaba envolverme mientras caminaba. A cada paso, iba analizando cada elemento que allí había, siendo consciente de los peligros que acechaban. Me había criado moviéndome entre los bosques, algo relativamente parecido, pero la jungla era algo completamente distinto, e incluso más peligroso. Las ramas de los árboles colgaban como brazos retorcidos, y las raíces sobresalían del suelo, obligándome a mirar dónde ponía los pies para no tropezar. Entre la maleza, se escuchaban los sonidos de animales que nunca antes había oído, aunque la mayoría debían de tratarse pájaros por su tono. Sin duda, esta parecía ser una isla interesante. Se sentía salvaje, como si escondiera secretos que aún hoy día esperaban ser descubiertos, y eso me encantaba.

Al acercarme a la Villa Shimotsuki, la vegetación comenzó a ceder un poco, dando paso a senderos de tierra bien cuidados. La villa en sí parecía un remanso de paz, un lugar habitado por personas que respetaban sus tradiciones, heredadas de generación en generación, y muy probablemente, en armonía con la naturaleza que tenían a su alrededor. La influencia de los dojos en las montañas era evidente en cada detalle de la villa; los habitantes caminaban con la postura erguida y una expresión de respeto. En su mirada se notaba la disciplina, como si cada uno fuera un guerrero en formación. Era admirable dar con un lugar que desprendía tanta sensación de honor y rectitud.

Decidí detenerme en la taberna local, buscando un momento de descanso y algo de sake. Al entrar, el ambiente era cálido y tranquilo. Los aldeanos charlaban en voz baja y algunos reían mientras bebían de sus copas. Me senté en una mesa junto a la ventana y observé cómo la luz del atardecer se filtraba a través de las ramas de los árboles, proyectando sombras en el suelo de madera. La tranquilidad era casi palpable, como un refugio en medio de la vegetación indomable. Perfecta para acompañarla con un buen Sake, sin embargo, esa paz no duraría mucho, irrumpiéndome antes de poder tomar siquiera una gota.

Justo cuando comenzaba a relajarme, dos jóvenes comenzaron a elevar la voz en una esquina de la taberna. No pude evitar escuchar su conversación, que iba subiendo de tono rápidamente.

- El taekwondo es el verdadero arte de combate - Decía uno de ellos, un muchacho con una postura firme y los ojos llenos de determinación. - Hace falta un auténtico entrenamiento del cuerpo día a día, puliendo la habilidad en las piernas y disciplina en el cuerpo y mente. Los que usan katanas se esconden tras una hoja de acero.

Al otro lado de la mesa, su contrincante en la discusión, era un joven que llevaba una katana al cinto, este fruncía el ceño con desdén.
- No tienes idea de lo que hablas, Rozo. El arte de la katana es el único digno de un verdadero guerrero. No se trata solo de habilidad, ¡¡Sino de una conexión profunda entre el espadachín y su arma!! - Replicó con orgullo, apretando los puños.

Sus nombres llegaron a mis oídos mientras discutían, ayudándome así a identificarlos en ese improvisado espectáculo que nos estaban dando. Rozo, el defensor del taekwondo, y Jinsan, el seguidor del arte de la espada. La taberna, que antes estaba sumida en la calma, se había llenado de miradas incómodas dirigidas a los dos jóvenes. Los aldeanos parecían molestos, probablemente ya hartos de escuchar la misma discusión sobre cuál era el estilo superior. Finalmente, el dueño de la taberna, un hombre mayor y robusto, se acercó a ellos con la paciencia ya agotada.
- ¡Basta ya de discusiones aquí dentro! - Dijo con voz firme. - Si van a seguir con su disputa, háganlo afuera.

Ambos jóvenes se miraron desafiantes y, tras intercambiar algunas palabras mordaces, salieron de la taberna, seguidos por la mirada desaprobadora de los demás. No pude evitar sentirme curioso, así que dejando mi copa de sake en la mesa junto a unas monedas, salí detrás de ellos, esperando ver en qué terminaría todo esto.

Una vez fuera, Rozo y Jinsan continuaron discutiendo acaloradamente. Cada uno defendía su arte con argumentos muy típicos sobre menospreciar al estilo del otro, y enaltecer el de uno mismo, mencionando las virtudes de sus técnicas y criticando las debilidades del otro. Era evidente que ambos habían bebido un poco más de la cuenta, y el alcohol parecía avivar su deseo de probar cuál de los dos era el mejor.
- Fíjate bien, Jinsan - Dijo Rozo, poniéndose en posición de combate. - No necesitas una espada para ganar una pelea. Mis patadas pueden romper cualquier defensa, ¡¡Incluso la tuya!! - Le gritó desafiante buscando una clara confrontación directa. 

Jinsan, lejos de entrar en razón o calmar al tal Rozo, desenfundó su katana con un movimiento fluido y sonrió con una arrogancia palpable. No había duda de que esto iba a terminar muy mal. 
- Y yo puedo cortarte esas piernas tuyas antes de que me toquen. - Respondió, adoptando una postura agresiva, con la espada apuntando hacia Rozo.

Era una declaración bastante polémica, no era lo mismo partir una espada que cortarle las piernas a otra persona, era a todas vistas una respuesta desmedida. Sin embargo, era bien conocido que los espadachines que estaban casados con su estilo de combate, valoraban sus propias armas más que a sus vidas, siendo estas la representación de sus almas. Si estos valores estaban claramente inculcados en el joven Jinsan, para él era una respuesta comedida, o mejor dicho, una respuesta igual de significativa. 

Los demás aldeanos se habían reunido alrededor, observando con expresiones de preocupación, pero sin intervenir. Según pude alcanzar a escuchar, no era la primera vez que sucedía algo así entre jóvenes de los dojos rivales. Sin embargo, pocas veces solía llegar hasta estos niveles. La tensión en el aire indicaba que ninguno de los dos estaba dispuesto a detenerse.

La pelea comenzó de inmediato. Rozo lanzó una serie de patadas rápidas y ágiles, que Jinsan esquivaba o bloqueaba con la espada a duras penas. Los golpes de Rozo eran fuertes y precisos, pero Jinsan respondía con movimientos igualmente veloces, cortando el aire cada vez que intentaba contraatacar. La lucha era intensa, y aunque ambos eran hábiles en sus respectivos estilos, ninguno parecía obtener la ventaja.

Con el paso de los minutos, el combate siguió desarrollándose, cada uno aplicaba distintas técnicas de sus combates que muy seguramente habían aprendido de sus Dojos, cometiendo la imprudencia de dejar así en evidencia al Dojo que representaba cada uno. No obstante, parecía que ninguno estaba entrenado realmente para largos combates donde ponías en juego tu vida, ya que ambos comenzaron a mostrar signos de agotamiento. Rozo ya tenía varios cortes en los brazos y piernas, mientras que Jinsan empezaba a acumular moratones en el rostro y el torso, teniendo incluso un ojo algo hinchado. A pesar del daño, ninguno daba señales de rendirse. De repente, en un grito lleno de desafío, ambos levantaron sus armas y declararon al unísono:
- ¡¡La muerte decidirá cuál es el mejor estilo!!
- ¡¡La muerte decidirá cuál es el mejor estilo!!

Fue en ese momento cuando decidí intervenir. Vi cómo ambos se lanzaban, dispuestos a terminar la pelea de una vez por todas. Tenían un nivel similar de combate, así que cualquier cosa podía pasar. En un rápido movimiento, me desplacé de un salto hacia el frente, colocándome entre ellos dos. Lo primero que hice, fue bloquear la katana de Jinsan con mi propia espada, desviando su golpe, y al mismo tiempo, propiné una fuerte patada a Rozo, deteniendo su ataque en seco. Ambos me miraron, sorprendidos, mientras yo mantenía la guardia, evaluando sus reacciones.

- ¿Qué demonios creéis que estáis haciendo? - Les espeté, observando sus rostros cansados y marcados por la pelea. - Ustedes dos están peleando como niños llorones y caprichosos.

Jinsan, con una clara rabia en su rostro, intentó protestar, aún con la katana en la mano.

- Él insultó el arte de la espada... - Me reclamó Jinsan con una clara frustración en su rostro, pero sin soltar en ningún momento la katana de su mano. Ante ello, decidí interrumpirlo de inmediato.

- Y tú insultaste el taekwondo - Respondí, mirando a ambos con desaprobación. - Ambos creen que su estilo es superior, pero ¿De qué les sirve si ni siquiera pueden controlar sus impulsos? Están peleando bajo los efectos de un orgullo frágil como el papel, y del alcohol, poniendo en ridículo todo lo que sus maestros les enseñaron.

Los dos jóvenes parecían afectados por mis palabras, bajando la mirada de inmediato. Parecía que mis palabras comenzaban a entrarles en la cabeza, así que continué.

- Los verdaderos guerreros no se arriesgan tontamente. La muerte no es una broma, y tampoco lo es la disciplina que vuestros maestros intentan enseñarles. Cada estilo tiene su propio valor, y la fuerza de un guerrero no está en la técnica que usa, sino en el respeto que muestra hacia los demás y hacia sí mismo.

Los aldeanos, que habían estado observando en silencio, comenzaron a asentir y a murmurar en aprobación. La lección parecía resonar en ellos tanto como en los dos jóvenes.

- Pensaron que probar quién es más fuerte resolvería algo. - Agregué, envainando mi katana y tomando una posición más relajada. - Pero al final, solo demostraron que ninguno de los dos tiene la madurez para comprender la verdadera esencia de sus artes. Si de verdad quieren pelear, háganlo cuando estén sobrios y puedan pensar con claridad. Pero si lo que desean es demostrar quién es mejor, entonces compitan en algo que los haga crecer, no que los destruya.

Los dos jóvenes asintieron, todavía un poco avergonzados. Se miraron entre ellos, y luego a mí, en señal de reconocimiento. Sabían que, en el fondo, yo tenía razón. Ambos bajaron sus cabezas, respirando profundamente para calmar sus ánimos y recogiendo el orgullo que aún les quedaba.
- Mirad a vuestro alrededor. - Dije mientras señalaba a toda la población que nos rodeaba. - Toda esta gente ha crecido en esta villa, han vivido muchísimo más que vosotros, y les habéis molestado con vuestras arrogancias. Además, podríais haber terminado con vuestras familias llorando vuestras pérdidas, manchando además a la escuela que tanto tiempo os ha dedicado. Haced el favor de no ser tan estúpidos, y tomaros realmente en serios vuestras vidas. ¡Haced algo de valor con ellas!

Al final, la multitud de aldeanos comenzó a aplaudir, rompiendo la tensión y llenando el ambiente de una energía más agradable. Les dediqué una sonrisa a los dos jóvenes y me volví hacia la taberna, dándoles la espalda con la confianza de que habían aprendido la lección.

- Al menos hoy no terminarán matándose por una estupidez - Comenté en voz alta mientras caminaba de regreso a la taberna, donde el dueño me recibió con una sonrisa de aprobación.

Al sentarme de nuevo en mi mesa, la paz de la taberna parecía restaurada. El sake sabía mejor después de una lección bien impartida, y mientras los aldeanos comentaban sobre lo ocurrido, yo solo podía sonreír, satisfecho de haberles dado a esos dos un pequeño recordatorio de lo que significa ser un verdadero guerrero.
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Moderador OppenGarphimer
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