Alguien dijo una vez...
Donquixote Doflamingo
¿Los piratas son malos? ¿Los marines son los buenos? ¡Estos términos han cambiado siempre a lo largo de la historia! ¡Los niños que nunca han visto la paz y los niños que nunca han visto la guerra tienen valores diferentes! ¡Los que están en la cima determinan lo que está bien y lo que está mal! ¡Este lugar es un terreno neutral! ¿Dicen que la Justicia prevalecerá? ¡Por supuesto que lo hará! ¡Gane quién gane esta guerra se convertirá en la Justicia!
[Diario] Un día más...
Lance Turner
Shirogami
Hay días en que uno se despierta pensando que el universo tiene un mensaje especial guardado para él. No es que lo busque, claro. A veces, simplemente surge de la manera más inesperada y en el lugar menos pensado. Así fue hoy, en una de las tantas islas que descubrí en el East Blue, cuyo nombre ni siquiera recuerdo bien. Era un lugar pequeño, tranquilo, con un aire que olía a frutas frescas y el sonido constante de las olas rompiendo en la costa.

Decidí pasar la mañana explorando el mercado local. Me perdí entre puestos de pescadores y tenderos que vendían especias y objetos curiosos, todos de aspecto rústico y exótico. Disfrutaba el ritmo pausado de la gente que caminaba, hablando en voz baja, saludándose con sonrisas sinceras. Después de unos minutos, terminé por detenerme en un puesto de té. El vendedor, un hombre anciano y encorvado, me miró con esos ojos que parecían capaces de ver a través de uno.

- Supongo que no eres de por aquí. - Dijo, mientras preparaba una taza de té caliente. Asentí, sonriendo.

- Es difícil esconderlo, ¿no? - Respondí riéndome un poco mientras aceptando el té que me ofrecía. El anciano solo rió en silencio.

Nos quedamos allí, bebiendo en calma. No había prisa, y yo disfrutaba del raro placer de no estar en movimiento, de sentirme como parte de la cotidianidad de ese lugar aunque fuera solo por un rato. Entonces, de repente, llegó un niño corriendo al puesto. Su ropa estaba rasgada, y su expresión mostraba una mezcla de pánico y desesperación.

- ¡Abuelo, abuelo! ¡Han robado el tarro de monedas de la familia! - Gritó el niño, con la voz entrecortada. El anciano se giró hacia él con serenidad.

- Siempre lo dejas cerca de la entrada, Shiro. ¿Cuántas veces te he dicho que lo guardes mejor? - Le respondió, sin perder la calma.

Pero el niño parecía devastado. Asumí que aquel tarro tendría poco dinero viendo la reacción del abuelo, aunque para el niño era el tesoro familiar. Seguramente, sería alguna hucha que le darían al chico para enseñarle a cuidar las cosas de valor. Me puse de pie, decidido a ayudar. No tenía ningún plan claro, solo el deseo de hacer algo al respecto. Tal vez fue la expresión en la cara del niño, o simplemente una manera de romper con la paz que me estaba adormeciendo. El anciano me miró, asintiendo en silencio, como si comprendiera mi intención sin que tuviera que explicarlo.

Seguí al niño hasta el lugar donde supuestamente había visto a la persona que tomó el tarro. Me guio por callejones y senderos entre casas de madera, hasta que finalmente nos topamos con un hombre joven, de aspecto desaliñado, que sostenía el tarro de monedas en sus manos. No pareció sorprenderse al verme, y mucho menos al ver al niño. Era evidente que no esperaba enfrentarse a nadie que lo detuviera.

- ¿Qué tienes ahí, amigo? - Le pregunté, manteniendo el tono tranquilo. Él me miró con recelo.

- Nada que te importe - Respondió, apretando el tarro contra su pecho. Pude notar cómo su mano temblaba.

- No parece que sea tuyo. ¿Por qué no lo devuelves y evitamos problemas? - Propuse, dando un paso hacia él.

El ladrón dudó por un momento, miró al niño y luego a mí, pero no hizo ademán de soltarlo. Algo en su mirada, algo oscuro, como si llevara una carga más pesada de lo que parecía. Pude ver que tenía hambre y cansancio acumulado, signos que cualquiera que haya pasado hambre alguna vez reconocería. 

Al final, suspiré y me acerqué un poco más, manteniendo la calma. Sin embargo, el hombre dio un paso atrás, claramente dispuesto a correr si era necesario.

- Escucha, no tienes que hacer esto. - Le dije, intentando mantener un tono más suave. - Si necesitas ayuda, siempre hay otra forma de conseguirla. Esta gente aquí es generosa, y si te acercas con sinceridad, podrían ayudarte.

Él me miró fijamente, como si intentara encontrar una razón para creerme. Por un momento, pareció dudar, pero luego negó con la cabeza.

- Es fácil decirlo cuando uno tiene opciones - Contestó, con un tono de amargura. Entonces vi en sus ojos lo que realmente le dolía: la desesperación de alguien que siente que ya no tiene nada que perder.

Sin otra opción, di un paso al frente, preparándome para desarmarlo si intentaba algo. Él vio mi determinación y, sabiendo que no podía ganar, terminó dejando caer el tarro al suelo. Las pocas monedas que quedaban dentro hicieron un ruido metálico al tocar el suelo, y el niño se apresuró a recogerlo. Sin embargo, antes de irse, el hombre me miró con una mezcla de rencor y resignación.

- No te creas tan bueno, amigo. Si estuvieras en mis zapatos, tal vez harías lo mismo. - Dijo, y se marchó sin volver la vista atrás.

El niño, agradecido, me abrazó sin decir una palabra. Cuando regresamos al mercado, el anciano me esperaba, sonriendo con esa misma calma que había mantenido todo el tiempo. Me ofreció otra taza de té, y yo la acepté, aunque ahora el sabor se sentía distinto, como si tuviera un toque amargo.

- No siempre es fácil hacer lo correcto. - Dijo el anciano, mirándome con esos ojos que parecían saber más de lo que decían. - A veces, uno se enfrenta a decisiones que no tienen un claro bien o mal.

Asentí, comprendiendo lo que quería decir. Ese hombre había robado porque sentía que no tenía opciones, y, aunque había hecho lo correcto al devolver el tarro, no pude evitar pensar en la amargura que había visto en sus ojos. A veces, la línea entre lo bueno y lo malo se difuminaba, y me preguntaba si, en otras circunstancias, habría sido yo quien hubiera tomado el tarro.

Al final, me despedí del anciano y del niño. Sabía que había hecho algo bueno, pero también entendí que la vida era complicada, y que no siempre tenía respuestas fáciles. Mientras dejaba el mercado y me dirigía hacia el puerto, me llevé una lección conmigo: no todos los actos nobles tienen un final claro y satisfactorio. A veces, el bien y el mal son apenas matices, reflejos de circunstancias difíciles.

No sé si volveré a ver a ese hombre, pero hoy comprendí que, en el fondo, todos llevamos nuestras propias luchas. Y aunque intentemos ser héroes en los caminos que elegimos, no siempre es fácil ver la diferencia entre ser un salvador o alguien que simplemente impone su visión de lo correcto.
#1


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