Ragnheidr Grosdttir
Stormbreaker
01-11-2024, 08:38 PM
Ragn observó en silencio mientras Airgid sacaba el anillo y el resto del brazo de entre las fauces del pez. Su expresión apenas cambió al ver el miembro descompuesto, aunque en sus ojos brilló una mezcla de sorpresa y curiosidad. No era la primera vez que se encontraba con restos humanos en las profundidades del mar, pero ver un brazo, aún con el anillo intacto, era algo que no sucedía todos los días. Para él, aquello no era simplemente un hallazgo macabro, era un signo de las historias, muchas veces trágicas, que se ocultan bajo la superficie del océano. Por eso era necesario el abrazo de Nosha en su viaje. Algo en ese brazo parecía contar una historia de naufragio o batalla, fuera como fuera, alguien había perdido más que un simple anillo en aquellas aguas. Asradi, con su entusiasmo natural, se acercó para observar el anillo y el brazo sin mostrar asco, lo cual era algo de esperar en alguien con tanta afinidad por el mundo marino. Ella, siendo mitad sirena y mitad tiburón, no tenía los mismos escrúpulos que cualquier humano ante los restos de una posible víctima. Ragn sonrió ante la reacción de Airgid, quien a diferencia de Asradi no ocultaba su repulsión. “Qué puto asco” había dicho ella, mirando el brazo con el ceño fruncido, y aunque parecía medio en broma. El vikingo dejó que ambas discutieran sobre si el pez sería seguro para comer mientras él observaba el anillo y el brazo sin expresión alguna. Tomó la joya en sus manos y, aunque estaba desgastada por la sal y el tiempo en el mar, aún mantenía un grabado que apenas se distinguía entre la suciedad. Las letras eran arcaicas, pero Ragn había visto muchas inscripciones en su vida, y su instinto le decía que esta pertenecía a una nobleza o a un clan perdido en algún punto de los mares del sur.
— Trilobetus Morian. — Dijo finalmente en voz baja, repitiendo el nombre del pez que había pronunciado antes con una claridad inusual para él. Sabía que esa criatura era extraña en aquellas aguas, aunque no era un gran pescador, su conocimiento del mar iba más allá de lo superficial. No era un pez común, y tampoco era la primera vez que había escuchado rumores sobre el Trilobetus. Este tipo de criatura solía rondar aguas donde las corrientes fuertes arrastraban restos de naufragios o de antiguos pecios sumergidos. Había historias de estos peces comiendo trozos de armaduras y joyas, como si coleccionaran los objetos de las almas que quedaban atrapadas en el fondo del océano. Ragn sonrió para sí mismo ante la idea de que quizás el mar guardaba sus propios tesoros, sus propios recuerdos, a través de criaturas como esta. — Quién llevarrr anillo, ya no estarrr con nosotrrros. Así que no imporrrtarrrr. — Comentó en voz alta, sus palabras resonando con esa gravedad y lentitud características suyas. Miró de reojo a Airgid, quien aún tenía la expresión de disgusto en el rostro. — Y no... No prrroblema con comerrr. — Agregó, calmando sus preocupaciones con una mueca de complicidad. Sin embargo, Ragn comprendía por qué Airgid dudaba, no era extraño que el temor a consumir algo que pudiera estar "contaminado" viniera de una reacción instintiva de supervivencia. Sin embargo ... Ragn era capaz de limpiar cualquier puto pescado sobre la tierra.
El vikingo comenzó a examinar el pez con más detenimiento, consciente de que aún quedaban misterios que desentrañar en aquella extraña criatura. La pregunta de Asradi sobre el sabor del Trilobetus le hizo sonreír, y mientras lo giraba con cuidado, observó las escamas de color cobrizo que reflejaban la luz del sol. Su carne probablemente tendría un sabor fuerte y mineral, era un espécimen robusto, diseñado por la naturaleza para resistir en aguas profundas y entre los escombros del mar. Aquella bestia habría visto muchos secretos sumergidos en su vida, y Ragn estaba seguro de que probar su carne sería una experiencia diferente a la de cualquier otro pescado. — Podrrríamos cossinarr con alga negrrra, algo de limón y un toque de...— Empezó a decir, pero se interrumpió a sí mismo, perdido momentáneamente en la idea de cómo prepararlo. Para Ragn, aquel pez no era solo una pieza más para el menú, era una oportunidad para rendir homenaje al océano y a la vida que existía en sus profundidades. Aquella carne era un tributo de los misterios marinos, y cocinarlos bien era, en cierta manera, una forma de respetar esos secretos. Aún con el pez entre sus manos, Ragn se dirigió hacia la improvisada cocina del barco. Aunque solo contaba con un fogón y una pequeña mesa de madera, había aprendido a hacer magia con pocos recursos. Mientras preparaba los utensilios necesarios, recordó las viejas recetas que su madre le había enseñado de niño, aquellas que combinaban la simpleza de los ingredientes marinos con la complejidad de los sabores. Ragn siempre había sentido una conexión con el mar, y cocinar criaturas como esa era, para él, una especie de rito sagrado. Aunque su vida había cambiado mucho desde entonces, aún llevaba consigo la esencia de esas tradiciones.
Mientras preparaba todo, escuchaba la conversación animada de sus compañeras. Asradi y Airgid seguían charlando sobre la peculiaridad del pez y sus dientes afilados. Al notar la admiración en los ojos de la sirena, Ragn se sintió complacido, sabía que Asradi veía al mar con una fascinación similar a la suya, aunque desde una perspectiva muy distinta. Para ella, cada criatura marina era un amigo potencial, un habitante de un mundo que conocía mucho mejor que ellos. Aunque también era consciente de que, como buena sirena tiburón, tenía la capacidad de consumir esas mismas criaturas sin ningún problema. Verla allí, con ese brillo en los ojos, le recordaba cuánto valoraba tenerla en el equipo. Mientras cortaba y preparaba el pescado con el cuidado que siempre ponía en sus platos, comenzó a pensar en la historia del anillo. Sabía que el océano guardaba muchos secretos y que, por cada pez extraño que salía a la superficie, existían cien más ocultos en las profundidades. La pieza, el anillo que había sacado del pez, aún estaba en su bolsillo. Algo en ese objeto resonaba con él, como si la joya fuera un eco de historias pasadas, de gente que había recorrido el mar y cuya historia ahora formaba parte de las aguas. De repente apareció Pepe, ladrando y pidiendo algo. Ragn le lanzó algo de pescado crudo, bien limpio. Tenía improvisada una cocina en el exterior. No todos estaban de acuerdo, ya que eso dejaba olores varios que no a todos gustaban, pero eso tenía trabajar la comida. También había una cocina interna, pero Ragn adoraba cocinar al aire libre.
Ragn observó el pez que tenía frente a él con una atención casi reverencial. Aunque no todos en el barco compartían su entusiasmo por la cocina al aire libre, donde los aromas de los ingredientes se mezclaban en el viento y llenaban el aire con sus olores crudos. Ragn lo prefería así. Sentía que cocinar en el exterior era una forma de rendir tributo al mar y al sol, y que los alimentos adquirían un carácter especial bajo el cielo abierto. Tenía una cocina improvisada en una esquina de la cubierta, un espacio que él y Asradi habían adaptado con herramientas básicas pero bien afiladas, un par de tablas de madera resistentes y algunas especias cuidadosamente guardadas en frascos de vidrio. El ambiente era ideal para preparar el trofeo que Airgid había capturado de manera tan sorprendente. Con manos firmes, tomó el Trilobetus Morian, ya inconsciente, y lo depositó sobre la tabla de cortar. El pez era robusto, con escamas de color cobre que brillaban débilmente bajo la luz del sol. Cada línea de su cuerpo estaba diseñada para resistir el ambiente hostil de las profundidades, y Ragn podía notar que aquellas escamas ofrecían una protección formidable. Con un gesto suave, desenvainó un cuchillo largo y afilado que tenía una hoja de acero inoxidable, pulido hasta el brillo. Era su herramienta favorita para cortar carne y pescado, aunque no tenía el lujo de un chef, había invertido tiempo en forjarla él mismo, ajustando su filo para que cortara sin esfuerzo. Ragn comenzó por sujetar firmemente la cabeza del pez, asegurándose de que el cuchillo estuviera en el ángulo adecuado. Con un movimiento fluido y seguro, deslizó el cuchillo desde detrás de la aleta pectoral, cortando sin titubeos hasta la base de la cola. El sonido del cuchillo cortando a través de la carne era limpio y preciso, sin desgarrar la piel, solo un susurro apenas perceptible mientras la hoja dividía el pescado en dos mitades perfectas. La primera parte era la piel, debajo de ella, la carne blanca se presentaba en un tono brillante y saludable. Con un movimiento igualmente certero, separó la cabeza y la dejó a un lado, aunque no con la intención de descartarla. En otra ocasión, podría utilizar esa parte para hacer un caldo, un tributo a todo lo que aquel pez había aportado en vida.
El siguiente paso fue quitar las vísceras. Aunque algunos encontrarían desagradable esta parte, para Ragn era fundamental. Con dedos precisos y movimientos rápidos, extrajo cuidadosamente las entrañas, apartándolas en un recipiente pequeño. Ya libre de las partes indeseables, la carne del Trilobetus estaba lista para ser fileteada. Ragn observó las dos mitades y decidió que este pescado en particular tenía una textura idónea para el crudo; era firme, y su color rosado indicaba frescura, con una textura ligeramente traslúcida que prometía un sabor a mar profundo e intenso. Lentamente, comenzó a cortar cada mitad en filetes. Para ello, colocó el cuchillo en un ángulo de quince grados, de modo que pudiera crear cortes finos y uniformes. La hoja del cuchillo se deslizó con una precisión tal que cada filete caía delicadamente sobre la tabla de cortar. La técnica de Ragn era refinada y meticulosa; cada corte estaba pensado para ofrecer a sus compañeras una experiencia visual y gustativa. Los filetes eran lo suficientemente delgados como para que cada uno capturara la esencia del pescado sin ser demasiado pesado, permitiendo que los sabores fluyeran de manera equilibrada. Colocó cada porción sobre un plato de madera, dispuesto de una forma atractiva y ordenada, creando casi una espiral de finos filetes que, con su brillo natural, reflejaban el esfuerzo puesto en cada movimiento. Con los filetes ya preparados, Ragn se dispuso a añadirles el toque final. Sacó una pequeña botella de aceite que él mismo había infusionado con hierbas y algas marinas, un secreto de su repertorio culinario que le daba a los platos un sutil toque salado y aromático. Vertió unas gotas con cuidado sobre cada filete, asegurándose de que el aceite potenciara el sabor natural del pescado sin sobrecargarlo. ¡Era un friki de la comida! A medida que el aceite se distribuía sobre la superficie del pescado, las finas láminas de carne comenzaban a relucir bajo el sol, dando al plato un aspecto aún más apetitoso.
A continuación, sacó uno de sus frascos de especias. Había preparado una mezcla especial para este tipo de pescados, una combinación de pimienta negra molida gruesa, un poco de sal marina, ralladura de limón seco y un toque de jengibre. Era una mezcla sencilla pero cuidadosamente balanceada para realzar el sabor del pescado y darle un toque de frescura que combinaba bien con el ambiente marítimo. Tomó una pizca y espolvoreó la mezcla sobre cada filete, asegurándose de que cada trozo tuviera una cantidad uniforme de especias. El contraste del negro de la pimienta y la ralladura dorada del limón contra el rosado del pescado añadía un detalle visual que hacía el plato aún más atractivo a la vista. Una vez que la comida estuvo listo, Ragn levantó el plato y dio un paso hacia Asradi y Airgid, quienes lo miraban con ojos expectantes seguramente. Ragn sonrió ligeramente al ver sus reacciones y colocó el plato entre ellas. — Lisssto. Estarr en su saborrr purrro. — Dijo con emoción, con ese acento gutural que le daba un toque de solemnidad a cada palabra.
— Trilobetus Morian. — Dijo finalmente en voz baja, repitiendo el nombre del pez que había pronunciado antes con una claridad inusual para él. Sabía que esa criatura era extraña en aquellas aguas, aunque no era un gran pescador, su conocimiento del mar iba más allá de lo superficial. No era un pez común, y tampoco era la primera vez que había escuchado rumores sobre el Trilobetus. Este tipo de criatura solía rondar aguas donde las corrientes fuertes arrastraban restos de naufragios o de antiguos pecios sumergidos. Había historias de estos peces comiendo trozos de armaduras y joyas, como si coleccionaran los objetos de las almas que quedaban atrapadas en el fondo del océano. Ragn sonrió para sí mismo ante la idea de que quizás el mar guardaba sus propios tesoros, sus propios recuerdos, a través de criaturas como esta. — Quién llevarrr anillo, ya no estarrr con nosotrrros. Así que no imporrrtarrrr. — Comentó en voz alta, sus palabras resonando con esa gravedad y lentitud características suyas. Miró de reojo a Airgid, quien aún tenía la expresión de disgusto en el rostro. — Y no... No prrroblema con comerrr. — Agregó, calmando sus preocupaciones con una mueca de complicidad. Sin embargo, Ragn comprendía por qué Airgid dudaba, no era extraño que el temor a consumir algo que pudiera estar "contaminado" viniera de una reacción instintiva de supervivencia. Sin embargo ... Ragn era capaz de limpiar cualquier puto pescado sobre la tierra.
El vikingo comenzó a examinar el pez con más detenimiento, consciente de que aún quedaban misterios que desentrañar en aquella extraña criatura. La pregunta de Asradi sobre el sabor del Trilobetus le hizo sonreír, y mientras lo giraba con cuidado, observó las escamas de color cobrizo que reflejaban la luz del sol. Su carne probablemente tendría un sabor fuerte y mineral, era un espécimen robusto, diseñado por la naturaleza para resistir en aguas profundas y entre los escombros del mar. Aquella bestia habría visto muchos secretos sumergidos en su vida, y Ragn estaba seguro de que probar su carne sería una experiencia diferente a la de cualquier otro pescado. — Podrrríamos cossinarr con alga negrrra, algo de limón y un toque de...— Empezó a decir, pero se interrumpió a sí mismo, perdido momentáneamente en la idea de cómo prepararlo. Para Ragn, aquel pez no era solo una pieza más para el menú, era una oportunidad para rendir homenaje al océano y a la vida que existía en sus profundidades. Aquella carne era un tributo de los misterios marinos, y cocinarlos bien era, en cierta manera, una forma de respetar esos secretos. Aún con el pez entre sus manos, Ragn se dirigió hacia la improvisada cocina del barco. Aunque solo contaba con un fogón y una pequeña mesa de madera, había aprendido a hacer magia con pocos recursos. Mientras preparaba los utensilios necesarios, recordó las viejas recetas que su madre le había enseñado de niño, aquellas que combinaban la simpleza de los ingredientes marinos con la complejidad de los sabores. Ragn siempre había sentido una conexión con el mar, y cocinar criaturas como esa era, para él, una especie de rito sagrado. Aunque su vida había cambiado mucho desde entonces, aún llevaba consigo la esencia de esas tradiciones.
Mientras preparaba todo, escuchaba la conversación animada de sus compañeras. Asradi y Airgid seguían charlando sobre la peculiaridad del pez y sus dientes afilados. Al notar la admiración en los ojos de la sirena, Ragn se sintió complacido, sabía que Asradi veía al mar con una fascinación similar a la suya, aunque desde una perspectiva muy distinta. Para ella, cada criatura marina era un amigo potencial, un habitante de un mundo que conocía mucho mejor que ellos. Aunque también era consciente de que, como buena sirena tiburón, tenía la capacidad de consumir esas mismas criaturas sin ningún problema. Verla allí, con ese brillo en los ojos, le recordaba cuánto valoraba tenerla en el equipo. Mientras cortaba y preparaba el pescado con el cuidado que siempre ponía en sus platos, comenzó a pensar en la historia del anillo. Sabía que el océano guardaba muchos secretos y que, por cada pez extraño que salía a la superficie, existían cien más ocultos en las profundidades. La pieza, el anillo que había sacado del pez, aún estaba en su bolsillo. Algo en ese objeto resonaba con él, como si la joya fuera un eco de historias pasadas, de gente que había recorrido el mar y cuya historia ahora formaba parte de las aguas. De repente apareció Pepe, ladrando y pidiendo algo. Ragn le lanzó algo de pescado crudo, bien limpio. Tenía improvisada una cocina en el exterior. No todos estaban de acuerdo, ya que eso dejaba olores varios que no a todos gustaban, pero eso tenía trabajar la comida. También había una cocina interna, pero Ragn adoraba cocinar al aire libre.
Ragn observó el pez que tenía frente a él con una atención casi reverencial. Aunque no todos en el barco compartían su entusiasmo por la cocina al aire libre, donde los aromas de los ingredientes se mezclaban en el viento y llenaban el aire con sus olores crudos. Ragn lo prefería así. Sentía que cocinar en el exterior era una forma de rendir tributo al mar y al sol, y que los alimentos adquirían un carácter especial bajo el cielo abierto. Tenía una cocina improvisada en una esquina de la cubierta, un espacio que él y Asradi habían adaptado con herramientas básicas pero bien afiladas, un par de tablas de madera resistentes y algunas especias cuidadosamente guardadas en frascos de vidrio. El ambiente era ideal para preparar el trofeo que Airgid había capturado de manera tan sorprendente. Con manos firmes, tomó el Trilobetus Morian, ya inconsciente, y lo depositó sobre la tabla de cortar. El pez era robusto, con escamas de color cobre que brillaban débilmente bajo la luz del sol. Cada línea de su cuerpo estaba diseñada para resistir el ambiente hostil de las profundidades, y Ragn podía notar que aquellas escamas ofrecían una protección formidable. Con un gesto suave, desenvainó un cuchillo largo y afilado que tenía una hoja de acero inoxidable, pulido hasta el brillo. Era su herramienta favorita para cortar carne y pescado, aunque no tenía el lujo de un chef, había invertido tiempo en forjarla él mismo, ajustando su filo para que cortara sin esfuerzo. Ragn comenzó por sujetar firmemente la cabeza del pez, asegurándose de que el cuchillo estuviera en el ángulo adecuado. Con un movimiento fluido y seguro, deslizó el cuchillo desde detrás de la aleta pectoral, cortando sin titubeos hasta la base de la cola. El sonido del cuchillo cortando a través de la carne era limpio y preciso, sin desgarrar la piel, solo un susurro apenas perceptible mientras la hoja dividía el pescado en dos mitades perfectas. La primera parte era la piel, debajo de ella, la carne blanca se presentaba en un tono brillante y saludable. Con un movimiento igualmente certero, separó la cabeza y la dejó a un lado, aunque no con la intención de descartarla. En otra ocasión, podría utilizar esa parte para hacer un caldo, un tributo a todo lo que aquel pez había aportado en vida.
El siguiente paso fue quitar las vísceras. Aunque algunos encontrarían desagradable esta parte, para Ragn era fundamental. Con dedos precisos y movimientos rápidos, extrajo cuidadosamente las entrañas, apartándolas en un recipiente pequeño. Ya libre de las partes indeseables, la carne del Trilobetus estaba lista para ser fileteada. Ragn observó las dos mitades y decidió que este pescado en particular tenía una textura idónea para el crudo; era firme, y su color rosado indicaba frescura, con una textura ligeramente traslúcida que prometía un sabor a mar profundo e intenso. Lentamente, comenzó a cortar cada mitad en filetes. Para ello, colocó el cuchillo en un ángulo de quince grados, de modo que pudiera crear cortes finos y uniformes. La hoja del cuchillo se deslizó con una precisión tal que cada filete caía delicadamente sobre la tabla de cortar. La técnica de Ragn era refinada y meticulosa; cada corte estaba pensado para ofrecer a sus compañeras una experiencia visual y gustativa. Los filetes eran lo suficientemente delgados como para que cada uno capturara la esencia del pescado sin ser demasiado pesado, permitiendo que los sabores fluyeran de manera equilibrada. Colocó cada porción sobre un plato de madera, dispuesto de una forma atractiva y ordenada, creando casi una espiral de finos filetes que, con su brillo natural, reflejaban el esfuerzo puesto en cada movimiento. Con los filetes ya preparados, Ragn se dispuso a añadirles el toque final. Sacó una pequeña botella de aceite que él mismo había infusionado con hierbas y algas marinas, un secreto de su repertorio culinario que le daba a los platos un sutil toque salado y aromático. Vertió unas gotas con cuidado sobre cada filete, asegurándose de que el aceite potenciara el sabor natural del pescado sin sobrecargarlo. ¡Era un friki de la comida! A medida que el aceite se distribuía sobre la superficie del pescado, las finas láminas de carne comenzaban a relucir bajo el sol, dando al plato un aspecto aún más apetitoso.
A continuación, sacó uno de sus frascos de especias. Había preparado una mezcla especial para este tipo de pescados, una combinación de pimienta negra molida gruesa, un poco de sal marina, ralladura de limón seco y un toque de jengibre. Era una mezcla sencilla pero cuidadosamente balanceada para realzar el sabor del pescado y darle un toque de frescura que combinaba bien con el ambiente marítimo. Tomó una pizca y espolvoreó la mezcla sobre cada filete, asegurándose de que cada trozo tuviera una cantidad uniforme de especias. El contraste del negro de la pimienta y la ralladura dorada del limón contra el rosado del pescado añadía un detalle visual que hacía el plato aún más atractivo a la vista. Una vez que la comida estuvo listo, Ragn levantó el plato y dio un paso hacia Asradi y Airgid, quienes lo miraban con ojos expectantes seguramente. Ragn sonrió ligeramente al ver sus reacciones y colocó el plato entre ellas. — Lisssto. Estarr en su saborrr purrro. — Dijo con emoción, con ese acento gutural que le daba un toque de solemnidad a cada palabra.