Dharkel
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10-11-2024, 03:16 AM
Dharkel dejó salir un hilillo de humo de entre sus labios y nariz, pensando en cuál sería su siguiente movimiento. Echó la vista atrás, observando las mesas y los taburetes donde en días anteriores había compartido una jarra de licor con Rocket y Lemon mientras discutían acaloradamente el plan para acceder al Plut-0, un local exclusivo, en búsqueda de quien parecía ser un secuaz de la familia esclavista Blackmore y que respondía bajo el nombre de Walsh.
Pero actualmente no tenía hilos de los que seguir tirando. El tedio y la longevidad de los segundos hacía que su espíritu inquieto se viese alterado. Los minutos se prolongaban hasta la saciedad. Las horas de aquel verano interminable se hicieron eternas. Se planteó volver a visitar al viejo artesano que hacía pocas lunas le había ayudado a mejorar su propia técnica tras un accidentado encargo, revelándole algún pequeño, pero extremadamente útil secreto que tan solo la experiencia misma era capaz de otorgar.
Agitaba una pierna con nerviosismo mientras intercalaba perezosamente el tabaco y la cerveza, cuestionándose cuándo sus compañeros volverían a recogerle, a vivir extrañas y bizarras aventuras juntos. Los días en la abarrotada isla los sentía con especial soledad en su corazón. Las horas pasaron en el Trago del Marinero, las jarras vacías que poco a poco se iban retirando se apilaban en una inestable torre y, el cenicero a rebosar dejaba caer sobre la barra los restos quemados con cada golpecito que el espadachín daba con el cigarro para deshacerse del tabaco ya consumido. Hasta que finalmente la noche se impuso al atardecer, ocultando el gran astro y dando paso a los candiles que calentaban e iluminaban la sala.
- ¿Cuántos días llevo aquí? – preguntó con desgana a la mujer que estaba tras la barra.
- A penas llevas unas horas. Si te refieres a una pregunta existencial no puedo ayudarte – respondió con una fingida sonrisa y encogiéndose de hombros mientras le servía más licor.
Dharkel suspiró y con un leve movimiento de cabeza en forma de agradecimiento le dio un trago al contenido de la jarra. Acto seguido giró el taburete sin levantarse con un ágil movimiento que le dejó mirando en dirección a la puerta. Apoyó los codos en la barra de madera y se quedó expectante, observando a los transeúntes y parroquianos que poco a poco iban entrando en el local con intención de ahogar los problemas en alcohol tras un arduo día de trabajo. En su experiencia era en aquellas horas de penumbra donde la diversión y los negocios de verdad se llevaban a cabo.
Un par de marineros entraron con vítores, manifestando una desbordante alegría y asegurando que por fin sus miserables días de penuria habían terminado, invitando a todos los presentes a una ronda. Dharkel levantó la jarra sin moverse de su sitio y silbó, acompañando el festivo cántico que empezó a resonar en el interior de la taberna. Algún asiduo se levantó, tendiéndoles la mano mientras que otros les daban palmadas en la espalda a modo de felicitación y un pequeño grupo permanecía impasible, maldiciendo la suerte de los marineros y su propia desgracia.
La ropa desgastada y parcialmente rota, las visibles cicatrices en cara y brazos y evidentes signos de heridas sin terminar de cicatrizar que denotaban una pelea relativamente reciente contrastaban en su opinión con el estado de ánimo de aquella pareja, volviendo así veraz la historia que se disponían a contar. Subiéndose encima de una mesa uno de ellos empezó a narrar dramáticamente mientras el otro se limitaba afirmar en silencio.
- El calor del sol. La salada brisa marina golpeando nuestra endurecida piel se embraveció junto a unas enormes olas. Las velas se tensaron junto al mástil y lo que parecía que iba a ser un simple día de pesca más acabo convirtiéndose en un día legendario. Unas colosales fauces de más de veinte metros de largo emergieron del océano, intentando engullir nuestro pequeño bote. Pero por suerte pudimos virar el barco a tiempo, desencadenando en una brutal batalla contra nada más y nada menos que un rey del mar. – El silencio imperó en la sala, tan solo roto por los murmullos en la distancia. – Sí, como lo oís. Nos enfrentamos a la enorme bestia y tras una cruenta y despiada batalla con las manos desnudas conseguimos abatirlo. Seguimos el cadáver durante tres días, alimentándonos de lo que podíamos pescar y almacenando el agua de lluvia en los barriles. Tres días… Pero finalmente fue arrastrado hasta la costa, donde armándonos tan solo con antorchas y nuestro valor nos metimos en las tripas del enorme bicho. Y allí encontramos un tesoro enorme.
- ¡Uno que nos hará inmensamente ricos! – interrumpió el compañero.
- El tesoro ya está a salvo, escondido en una ubicación secreta que sólo nosotros conocemos – puntualizó al ver cómo varios se ponían de pie, dispuestos a buscar los restos del rey del mar en las playas de la isla. - ¡Pero esta noche bebéis gratis!
Los gritos de emoción volvieron, pero esta vez no para celebrar la cuestionable hazaña de sus paisanos si no para festejar el alcohol gratis, algo con lo que Dharkel podía sentirse identificado. Minutos más tarde, cuando la histeria colectiva estaba en descenso, el arqueólogo saltó del taburete con jarra en mano y dirigió sus pasos hacia sus generosos anfitriones. Se dejó caer sobre una silla sin derramar una sola gota de cerveza y se encendió un cigarro, ofendiéndoles uno dejando la pitillera abierta frente a ellos. El que más tiempo había permanecido en silencio aceptó uno.
- Así que un rey marino, ¿eh? No ha tenido que ser fácil – dijo señalando las heridas más recientes con el cigarro. – No quiero haceros perder el tiempo, y mucho menos en un día de celebración como este, pero debéis saber que soy un artesano y para convertirme en el mejor estoy dispuesto a pagar un buen precio por cualquier tipo de joyería o metal que hubiese en vuestro merecido botín. – Dio una profunda calada al cigarro, exhalando una densa nube de humo grisáceo. – Obsidiana, pirita, esmeraldas, zafiros, rubís… - comenzó a enumerar una serie de minerales – e incluso plata de baja calidad me valdría.
- Verás…
- ¡No! – le cortó. – No estamos vendiendo piedras preciosas ni joyería. Se trata de algo muy superior… algo que no podemos contar. Salvo teniendo un pago por adelantado, claro.
- Entiendo. Lamentablemente no llevo la cantidad necesaria encima. Es peligroso llevar tanto dinero encima en estos días que corren. Mucho pirata y delincuente suelto. – Miró a los lados como si buscase a alguien que coincidiese con el perfil descrito para reforzar su engaño. – Pero dejadme que os traiga más vino y ya hablaremos de negocios mañana. – Con una sonrisa dibujada en su rostro se levantó, buscando un par de jarras que poder llevarse a la mesa.
Horas más tarde, cuando el marinero que llevaba la voz cantante estaba inconsciente sobre la mesa y su compañero intentaba mantener la compostura a duras penas retomó la conversación inicial, intentando sacarle más información.
- Creo que ya somos amigos – dijo el espadachín con un fingido tono de ebriedad. – Podéis confiar en mi y contarme lo que encontrasteis en el tesoro.
- Es mejor que te lo enseñe. Si te lo cuento no me creerías. – Se intentó poner en pie, pero debido a su estado de alteración tanto física como mental se tambaleó, cayendo nuevamente sobre la desgastada silla.
- Déjame ayudarme. – Se incorporó actuando torpeza y cuando llegó hasta él le rodeó con el brazo y lo levantó. – Vamos a tomar aire para despejarnos y así me lo enseñas. ¿Qué te parece?
- Espléeendido – dijo mientras se limpiaba el vómito que acababa de liberar con su manga.
Dharkel no se atrevió a cuestionarle, pues había estado en sus zapatos infinidad de veces durante una oscura época de su vida que trataba de olvidar dejándola atrás. Ahora intentaba ser mejor persona, especialmente para sí mismo y ver la vida con mayor optimismo e incluso llegar a luchar por otras personas o causas que su propia brújula moral considerase justa. Pero eso no lo hacía buena persona. El paso de los años había tapado cualquier rastro de bondad y recuperarla no sería fácil.
Con pasos torpes y mal acompasados, tras varios mareos y caídas y un largo camino, finalmente llegaron hasta una gruta marítima cercana a una playa en el sur de la isla. La ubicación y elevación de la caverna hacía que fuese difícilmente inundable, algo que Dharkel debido a su fobia agradeció enormemente para sus adentros. Con el frío del mar a su espalda y un marinero que sufría desmayos ocasionales bajo su brazo se internó en la cueva, encendiendo una de las antorchas que estaban preparadas en la entrada.
- ¿Vivís aquí? - musitó sin esperar recibir respuesta.
Acostó suavemente al farsante sobre un improvisado camastro y comenzó a rebuscar entre cajas podridas por la humedad y sacos rotos hasta que finalmente dio con un pequeño cofre. Sabía que no podía confiar en la palabra de quienes trataban de exagerar sus propias historias, tratando de convertirlas en falsas leyendas, pero aun así no pudo evitar decepcionarse.
Arqueando una ceja abrió el arcón y su rostro cambió radicalmente, iluminándose y mostrando una sonrisa de alegría que no le cabía en la cara. Su pulso se aceleró enormemente e incluso unas lágrimas de emoción salieron de sus ojos. Por fin lo había conseguido. Después de tantos años de búsqueda inútiles, de seguir pistas que en el mejor de los casos acababan en emboscadas, de frustración reprimida y abusos físicos y mentales. Finalmente había conseguido la herramienta que le permitiría recuperar su dignidad y salir en búsqueda de la venganza que se le debía. Uno de los mayores poderes de todos los mares se encontraba frente a sus ojos: una Akuma no Mi.
El chasquido del martillear de una pistola le devolvió a la realidad. Dejó el cofrecito en el suelo y se levantó despacio con las manos en alto, aunque sin poder contener la euforia que sentía.
- Eso no es tuyo – dijo el marinero que había recuperado levemente la lucidez.
El estruendo de la pólvora al explorar recorrió la cueva con un ensordecedor eco. El disparo había errado el blanco, pero no puedo evitar llevarse ambas manos a los oídos, al igual que hacía el marinero mientras dejaba caer el arma al suelo.
- Pensé que éramos amigos. – Los nudillos de Dharkel se hundieron en la nariz de aquel hombre, rompiéndola y volviendo a dejarle inconsciente.
Agitó la mano del dolor sufrido al chocar hueso contra hueso y sin tomar las precauciones que normalmente llevaría a cabo se comió la extraña fruta. No podía correr el riesgo de llevarla encima, de perderla o de que se la robasen. No después de tantos años buscando. Confiaba que los poderes que le otorgaría compensarían su temeridad.
Pero actualmente no tenía hilos de los que seguir tirando. El tedio y la longevidad de los segundos hacía que su espíritu inquieto se viese alterado. Los minutos se prolongaban hasta la saciedad. Las horas de aquel verano interminable se hicieron eternas. Se planteó volver a visitar al viejo artesano que hacía pocas lunas le había ayudado a mejorar su propia técnica tras un accidentado encargo, revelándole algún pequeño, pero extremadamente útil secreto que tan solo la experiencia misma era capaz de otorgar.
Agitaba una pierna con nerviosismo mientras intercalaba perezosamente el tabaco y la cerveza, cuestionándose cuándo sus compañeros volverían a recogerle, a vivir extrañas y bizarras aventuras juntos. Los días en la abarrotada isla los sentía con especial soledad en su corazón. Las horas pasaron en el Trago del Marinero, las jarras vacías que poco a poco se iban retirando se apilaban en una inestable torre y, el cenicero a rebosar dejaba caer sobre la barra los restos quemados con cada golpecito que el espadachín daba con el cigarro para deshacerse del tabaco ya consumido. Hasta que finalmente la noche se impuso al atardecer, ocultando el gran astro y dando paso a los candiles que calentaban e iluminaban la sala.
- ¿Cuántos días llevo aquí? – preguntó con desgana a la mujer que estaba tras la barra.
- A penas llevas unas horas. Si te refieres a una pregunta existencial no puedo ayudarte – respondió con una fingida sonrisa y encogiéndose de hombros mientras le servía más licor.
Dharkel suspiró y con un leve movimiento de cabeza en forma de agradecimiento le dio un trago al contenido de la jarra. Acto seguido giró el taburete sin levantarse con un ágil movimiento que le dejó mirando en dirección a la puerta. Apoyó los codos en la barra de madera y se quedó expectante, observando a los transeúntes y parroquianos que poco a poco iban entrando en el local con intención de ahogar los problemas en alcohol tras un arduo día de trabajo. En su experiencia era en aquellas horas de penumbra donde la diversión y los negocios de verdad se llevaban a cabo.
Un par de marineros entraron con vítores, manifestando una desbordante alegría y asegurando que por fin sus miserables días de penuria habían terminado, invitando a todos los presentes a una ronda. Dharkel levantó la jarra sin moverse de su sitio y silbó, acompañando el festivo cántico que empezó a resonar en el interior de la taberna. Algún asiduo se levantó, tendiéndoles la mano mientras que otros les daban palmadas en la espalda a modo de felicitación y un pequeño grupo permanecía impasible, maldiciendo la suerte de los marineros y su propia desgracia.
La ropa desgastada y parcialmente rota, las visibles cicatrices en cara y brazos y evidentes signos de heridas sin terminar de cicatrizar que denotaban una pelea relativamente reciente contrastaban en su opinión con el estado de ánimo de aquella pareja, volviendo así veraz la historia que se disponían a contar. Subiéndose encima de una mesa uno de ellos empezó a narrar dramáticamente mientras el otro se limitaba afirmar en silencio.
- El calor del sol. La salada brisa marina golpeando nuestra endurecida piel se embraveció junto a unas enormes olas. Las velas se tensaron junto al mástil y lo que parecía que iba a ser un simple día de pesca más acabo convirtiéndose en un día legendario. Unas colosales fauces de más de veinte metros de largo emergieron del océano, intentando engullir nuestro pequeño bote. Pero por suerte pudimos virar el barco a tiempo, desencadenando en una brutal batalla contra nada más y nada menos que un rey del mar. – El silencio imperó en la sala, tan solo roto por los murmullos en la distancia. – Sí, como lo oís. Nos enfrentamos a la enorme bestia y tras una cruenta y despiada batalla con las manos desnudas conseguimos abatirlo. Seguimos el cadáver durante tres días, alimentándonos de lo que podíamos pescar y almacenando el agua de lluvia en los barriles. Tres días… Pero finalmente fue arrastrado hasta la costa, donde armándonos tan solo con antorchas y nuestro valor nos metimos en las tripas del enorme bicho. Y allí encontramos un tesoro enorme.
- ¡Uno que nos hará inmensamente ricos! – interrumpió el compañero.
- El tesoro ya está a salvo, escondido en una ubicación secreta que sólo nosotros conocemos – puntualizó al ver cómo varios se ponían de pie, dispuestos a buscar los restos del rey del mar en las playas de la isla. - ¡Pero esta noche bebéis gratis!
Los gritos de emoción volvieron, pero esta vez no para celebrar la cuestionable hazaña de sus paisanos si no para festejar el alcohol gratis, algo con lo que Dharkel podía sentirse identificado. Minutos más tarde, cuando la histeria colectiva estaba en descenso, el arqueólogo saltó del taburete con jarra en mano y dirigió sus pasos hacia sus generosos anfitriones. Se dejó caer sobre una silla sin derramar una sola gota de cerveza y se encendió un cigarro, ofendiéndoles uno dejando la pitillera abierta frente a ellos. El que más tiempo había permanecido en silencio aceptó uno.
- Así que un rey marino, ¿eh? No ha tenido que ser fácil – dijo señalando las heridas más recientes con el cigarro. – No quiero haceros perder el tiempo, y mucho menos en un día de celebración como este, pero debéis saber que soy un artesano y para convertirme en el mejor estoy dispuesto a pagar un buen precio por cualquier tipo de joyería o metal que hubiese en vuestro merecido botín. – Dio una profunda calada al cigarro, exhalando una densa nube de humo grisáceo. – Obsidiana, pirita, esmeraldas, zafiros, rubís… - comenzó a enumerar una serie de minerales – e incluso plata de baja calidad me valdría.
- Verás…
- ¡No! – le cortó. – No estamos vendiendo piedras preciosas ni joyería. Se trata de algo muy superior… algo que no podemos contar. Salvo teniendo un pago por adelantado, claro.
- Entiendo. Lamentablemente no llevo la cantidad necesaria encima. Es peligroso llevar tanto dinero encima en estos días que corren. Mucho pirata y delincuente suelto. – Miró a los lados como si buscase a alguien que coincidiese con el perfil descrito para reforzar su engaño. – Pero dejadme que os traiga más vino y ya hablaremos de negocios mañana. – Con una sonrisa dibujada en su rostro se levantó, buscando un par de jarras que poder llevarse a la mesa.
Horas más tarde, cuando el marinero que llevaba la voz cantante estaba inconsciente sobre la mesa y su compañero intentaba mantener la compostura a duras penas retomó la conversación inicial, intentando sacarle más información.
- Creo que ya somos amigos – dijo el espadachín con un fingido tono de ebriedad. – Podéis confiar en mi y contarme lo que encontrasteis en el tesoro.
- Es mejor que te lo enseñe. Si te lo cuento no me creerías. – Se intentó poner en pie, pero debido a su estado de alteración tanto física como mental se tambaleó, cayendo nuevamente sobre la desgastada silla.
- Déjame ayudarme. – Se incorporó actuando torpeza y cuando llegó hasta él le rodeó con el brazo y lo levantó. – Vamos a tomar aire para despejarnos y así me lo enseñas. ¿Qué te parece?
- Espléeendido – dijo mientras se limpiaba el vómito que acababa de liberar con su manga.
Dharkel no se atrevió a cuestionarle, pues había estado en sus zapatos infinidad de veces durante una oscura época de su vida que trataba de olvidar dejándola atrás. Ahora intentaba ser mejor persona, especialmente para sí mismo y ver la vida con mayor optimismo e incluso llegar a luchar por otras personas o causas que su propia brújula moral considerase justa. Pero eso no lo hacía buena persona. El paso de los años había tapado cualquier rastro de bondad y recuperarla no sería fácil.
Con pasos torpes y mal acompasados, tras varios mareos y caídas y un largo camino, finalmente llegaron hasta una gruta marítima cercana a una playa en el sur de la isla. La ubicación y elevación de la caverna hacía que fuese difícilmente inundable, algo que Dharkel debido a su fobia agradeció enormemente para sus adentros. Con el frío del mar a su espalda y un marinero que sufría desmayos ocasionales bajo su brazo se internó en la cueva, encendiendo una de las antorchas que estaban preparadas en la entrada.
- ¿Vivís aquí? - musitó sin esperar recibir respuesta.
Acostó suavemente al farsante sobre un improvisado camastro y comenzó a rebuscar entre cajas podridas por la humedad y sacos rotos hasta que finalmente dio con un pequeño cofre. Sabía que no podía confiar en la palabra de quienes trataban de exagerar sus propias historias, tratando de convertirlas en falsas leyendas, pero aun así no pudo evitar decepcionarse.
Arqueando una ceja abrió el arcón y su rostro cambió radicalmente, iluminándose y mostrando una sonrisa de alegría que no le cabía en la cara. Su pulso se aceleró enormemente e incluso unas lágrimas de emoción salieron de sus ojos. Por fin lo había conseguido. Después de tantos años de búsqueda inútiles, de seguir pistas que en el mejor de los casos acababan en emboscadas, de frustración reprimida y abusos físicos y mentales. Finalmente había conseguido la herramienta que le permitiría recuperar su dignidad y salir en búsqueda de la venganza que se le debía. Uno de los mayores poderes de todos los mares se encontraba frente a sus ojos: una Akuma no Mi.
El chasquido del martillear de una pistola le devolvió a la realidad. Dejó el cofrecito en el suelo y se levantó despacio con las manos en alto, aunque sin poder contener la euforia que sentía.
- Eso no es tuyo – dijo el marinero que había recuperado levemente la lucidez.
El estruendo de la pólvora al explorar recorrió la cueva con un ensordecedor eco. El disparo había errado el blanco, pero no puedo evitar llevarse ambas manos a los oídos, al igual que hacía el marinero mientras dejaba caer el arma al suelo.
- Pensé que éramos amigos. – Los nudillos de Dharkel se hundieron en la nariz de aquel hombre, rompiéndola y volviendo a dejarle inconsciente.
Agitó la mano del dolor sufrido al chocar hueso contra hueso y sin tomar las precauciones que normalmente llevaría a cabo se comió la extraña fruta. No podía correr el riesgo de llevarla encima, de perderla o de que se la robasen. No después de tantos años buscando. Confiaba que los poderes que le otorgaría compensarían su temeridad.