Hay rumores sobre…
... que en cierta isla del East Blue, hubo hasta hace poco tiempo un reino muy prospero y poderoso, pero que desapareció de la faz de la tierra en apenas un día.
[Boda] Gertrudis Longbottom & Tofun Threepwood
Galhard
Gal
Galhard se quedó quieto por un momento, procesando el caos a su alrededor. Entre los efectos del disfraz de plátano, la sorpresa de ver a Asradi de nuevo, y el descontrol provocado por el gigante vikingo, la boda se estaba convirtiendo en algo mucho más surrealista de lo que había anticipado.

Asradi lo había hecho sonrojar, como siempre. Su capacidad para sacarlo de su centro con una simple risa no parecía haber cambiado desde la última vez que se vieron en Kilombo. "Un año ya", pensó, mientras le devolvía una sonrisa tenue. La mirada juguetona de Asradi lo desarmaba, pero era el enorme Ragnheidr, con su bandeja repleta de comida y su imponente figura, lo que realmente lo sacaba de su zona de confort.

Ragn estaba en su propio mundo, devorando canapés como si fuera su última comida, sin ningún pudor. Galhard intentó mantenerse al margen, observando la dinámica entre los amigos de Asradi con cierta fascinación. "¿De dónde sacó a esta gente?", se preguntaba, con una mezcla de desconcierto y diversión.
Cuando el vikingo le lanzó un par de pedazos de comida mientras hablaba, Galhard frunció el ceño y retrocedió apenas un paso, sin perder del todo la compostura. "Un año fuera de la línea de combate, y así es como vuelvo a la acción: cubierto de comida en una boda", pensó, intentando mantener la calma mientras Asradi tomaba el control de la situación, regañando al gigante con la misma naturalidad que lo hacía todo.

—No, no soy el novio —respondió finalmente Galhard, mirando al descomunal Ragn con una mezcla de paciencia y resignación— Aunque si sigues escupiendo comida, podrías conseguir que lo sea solo para poner orden aquí.—Añadió con un tono de broma mientras se limpiaba de los trozos de comida que Ragn disparaba al comer. 

Ragn no captó la broma. O si lo hizo, no lo mostró. Airgid, por su parte, miraba desde lo alto del hombro del vikingo, claramente entretenida con el caos que su amigo estaba provocando. El disfraz de piruleta de la rubia no ayudaba a que la escena pareciera menos surrealista. Galhard notó cómo Asradi quitaba con gracia unas migas de su cabeza, sin perder el ánimo festivo, mientras le guiñaba un ojo con picardía.

—Ya veo que no has perdido el toque —comentó Galhard, refiriéndose a la forma en que Asradi manejaba todo con ese encanto suyo, capaz de domar hasta a las bestias más salvajes, incluso a este vikingo gigante. Había pasado demasiado tiempo siendo el marine serio, el estratega calculador, y tal vez esta boda era la oportunidad perfecta para relajarse, aunque fuera un poco.

—Hace tiempo que no veía a alguien comer con tanta… dedicación —dijo, mirando a Ragn de reojo mientras el gigante seguía engullendo todo a su paso —Creo que deberíamos tomar nota, Asradi. En la próxima escapada necesitamos imitar a alguien con tanta energía.— Añadió Galhard con una breve risa.

La risa de Asradi le recordó por qué siempre había disfrutado de su compañía. Había algo liberador en su despreocupada forma de ser, algo que le permitía a Galhard soltar parte de la tensión que cargaba constantemente. Pero el caos a su alrededor, desde la piruleta en el hombro del vikingo hasta los tentempiés voladores, lo hacía sentirse como si estuviera en medio de un combate… aunque uno mucho más festivo.

—Supongo que será interesante ver cómo termina todo esto —dijo finalmente, tomando un canapé de la bandeja de Ragn con una sonrisa —Mientras tanto, me alegra volver a verte, Asradi. Incluso si significa estar cubierto de comida.— Finalizó intentando darle un abrazo a su amiga sin incomodarla o deshacer su disfraz de nigiri
#21
Umibozu
El Naufragio
La boda prosiguió con ríos de alcohol y toneladas de comida. No había estado en muchas, pero dudaba que todas las fiestas fueran como la que El Largo había montado. Debía admitir que él sí que sabía como montar una fiesta. Todavía no dejaba de sorprenderme como alguien tan pequeño podía contener tantas sorpresas en su interior. Cierto era que sesenta y cinco años de vida daban para mucho, pero toda esa experiencia y habilidades debían guardarse en algún lado. Especialmente sorprendente resultaba el asunto si teníamos en cuenta que la mitad de su vida la había pasado preso en Kilombo.

El lugar era un hervidero de actividad y desenfreno. A medida que el tiempo iba pasando, el nivel de locura iba en aumento. Desde mi posición en el acantilado iba observando a los presentes. Con excepción de los amigos tontattas de Tofun, permanecer ahí me permitía estar a la misma altura que el resto. Esto hacía que prefiriera no subir, pues de lo contrario la mayoría de presentes corrían el riesgo de morir aplastados y lo último que quería era convertir la boda en una masacre accidentalmente. Mentiría si no decía que me sentía algo fuera de lugar, pues no conocía a nadie y Tofun estaba más ajetreado de lo que había previsto en un inicio. Normal por otra parte, pues era el anfitrión de toda esta gente y debía atenderlos a todos. No obstante corría de aquí para allá, como un gnomo hiperactivo o unos alevines juguetones, tratando de saludar a todos, pero sobre todo de impedir que ninguna copa estuviera nunca vacía. Su particular habilidad era ideal para situaciones como la de ahora y la alergia al mar era un pequeño precio a pagar en momentos como este.

Las membranas del cuello se abrieron y cerraron varias veces violentamente como velas arriadas al viento feroz. Lo hacían con total independencia de mi voluntad, como si tuvieran vida propia y su propia voluntad. De algún modo así era. Aquello no era más que el vestigio de mi cautiverio. Una acción desarrollada para mantener la cordura que se había arraigado tan fuertemente en mi subconsciente que ya me era del todo imposible eliminarla. Saqué mi pipa de hueso de ave y la hierba seca de alga, la coloqué en el pocillo y prendí la hierba para comenzar a fumar. Continuaría bebiendo y fumando, tratando de hacer figuritas con el humo. Tiempo después, avanzada ya la fiesta saldría a nadar un rato. Ya había estado demasiado tiempo con demasiada gente y bullicio y necesitaba un poco de silencio. Más concretamente de ese silencio que tan solo el fondo del mar sabía crear. La suave presión en los tímpanos, la oscuridad casi total en noches sin luna… Me despedí temporalmente de Tofun; no quería que se ofendiera. También me disculpé con la banda de Los Piezas diciéndoles que necesitaba un rato. Más tarde, por supuesto, volvería para acabar de cerrar la fiesta, pero ahora necesitaba ese rato.

Sí, definitivamente necesitaba ese silencio.
Resumen

OFF

VyD

#22
Ragnheidr Grosdttir
Stormbreaker
La fiesta continuaba a su alrededor, un caos burbujeante de risas, aplausos y música que sonaba demasiado fuerte como para que Ragn, en su estado, pudiera entender una sola nota. Cada intento de paso era una lucha entre la torpeza y el peso de la bandeja monumental que había secuestrado para su viaje. Y ahí, tambaleándose como un barco en una tormenta, se encontraba el vikingo, con la jarra casi vacía y los labios manchados de todo tipo de comida, mientras la rubia Airgid seguía encaramada en su hombro como si nada, riéndose de vez en cuando de sus desvaríos.— ¡Mirrra tú, a lo que me arrrrastrrrráis todos! — Rugió Ragn, alzando su voz como si aún pudiera impresionar a la multitud, pero nadie le prestó demasiada atención. Su garganta ya no tenía esa resonancia poderosa que solía atemorizar, y el tono era más el de alguien al borde de quedarse dormido. Las piernas le flaqueaban a ratos y un leve mareo se arremolinaba en su estómago. Había ya vaciado cuatro jarras de algún licor oscuro y picante, y en algún momento había olvidado lo que bebía. Recordaba vagamente haber gritado en honor a los dioses y haber agitado su jarra en dirección al cielo; después, solo neblina.

De repente, en su recorrido improvisado, un anciano de barba larga y trenzada, cubierto por un abrigo de pieles viejas, lo observó con ojos serenos y escrutadores. Era el tipo de mirada que uno podría sentir incluso con los ojos cerrados, un análisis que se clavaba hasta el alma. El hombre se acercó con una calma inesperada, como si estuviera acostumbrado a lidiar con guerreros tambaleantes y ebrios. — Hijo, me da la impresión de que necesitas algo de ayuda —Dijo, su voz pausada y grave, que contrastaba con el tono caótico del ambiente. Ragn, con los ojos entrecerrados, enfocó lentamente la figura del viejo que ahora tenía delante. Intentó hacer una reverencia, pero todo lo que logró fue balancearse hacia un lado, amenazando con tumbarse por completo en el proceso. Airgid se agarró a su hombro y soltó una risa descontrolada.— ¡Yo... no... Nessessitarrr ayuda! —Comentó con palabras que se derretían antes de llegar a sus labios, aunque con el mismo orgullo vikingo de siempre.— Sólo estarrr ... evaluando... Terreno.

El anciano sonrió, divertido. Sabía reconocer cuando un guerrero se había pasado de tragos. Extendió una mano, en un gesto que parecía contener un hechizo invisible, y sin que Ragn comprendiera cómo, el contacto con la mano del anciano pareció estabilizarlo. Al menos, hasta el siguiente paso. — Vamos, muchacho. No querrás que esta boda acabe contigo inconsciente en una mesa o, peor, en el suelo como otros tantos en el pasado. — Esbozó una sonrisa afable. — Eeeh... — Ragn parpadeó y miró a Airgid como buscando aprobación.— ¿Quién errrres? ¿Y porrr qué me ayudas? Yo poderr... llegarrr... solo.— Pero el anciano ignoró sus dudas. Con una paciencia digna de un druida, pasó el brazo libre de Ragn sobre sus propios hombros y comenzó a guiarlo hacia la salida, despacio, cuidando de que no tropezara ni derramara más comida sobre los invitados. Con cada paso, el vikingo sentía que el suelo se hacía más incierto y fluctuante, como un barco a punto de volcar. El viejo lo sostuvo con firmeza, observando el titubeo de sus pies como quien ya había guiado a muchos por caminos similares. Ragn mascullaba palabras que ni él mismo entendía, murmullos de batallas, nombres de antiguos compañeros, juramentos a dioses y un par de amenazas a enemigos invisibles que quizás alguna vez existieron. — Entonsses... dissess... Airgid... ¿dónde está casa de la rrrrubia? —Casi le vomita encima.— Cálmate, gigante. Te llevaremos hasta allá. Está cerca, lo prometo. —respondió el anciano, manteniendo la serenidad.

El camino estaba oscuro, y la luna se alzaba sobre las colinas, iluminando vagamente las sombras que, para el vikingo borracho, tomaban formas fantasmales que apenas distinguía. Ragn siguió andando mientras la voz del anciano se le hacía un eco lejano, como si ya no estuviera seguro de si seguía allí o si era otro fragmento de su embriaguez. En algún punto se tropezó y cayó de rodillas, llevándose consigo al anciano.
Ragn se levantó tambaleante, usando una rama caída a un lado del camino como apoyo, y, cuando menos lo esperaba, el anciano le puso una especie de bastón en la mano. Lo ayudaba a sostenerse mientras avanzaba hacia la casa de Airgid. El frío de la noche se hacía notar, pero el vikingo no parecía percibirlo. Todo su cuerpo seguía impregnado de calor y sudor, la mente a medio camino entre el sueño y la embriaguez. En algún momento, la voz del anciano le hizo regresar a la realidad. — Aquí estamos, amigo. Ésta es la casa de Airgid, o al menos así me han dicho que la llaman.

El anciano rió suavemente y asintió, observando cómo el vikingo cruzaba el umbral y cerraba la puerta tras de sí. La casa estaba en completo silencio, y el único sonido era el de la respiración pesada de Ragn mientras se dejaba caer en el suelo, apoyado contra la pared. Su cabeza comenzó a inclinarse lentamente hasta que los ojos se le cerraron por completo, entregándose al sueño.En la madrugada, cuando los primeros rayos de luz cruzaron la ventana, Ragn se despertó. La resaca le daba una bienvenida poco amable, recordándole cada trago que había dado la noche anterior. Al intentar levantarse, sintió el mismo hormigueo que había sentido cuando bebió el chupito en la boda, pero esta vez lo atribuyó a su cuerpo cansado y, sobre todo, a su mente aturdida. Con un gruñido, se levantó, caminó hasta la puerta y miró hacia el camino. No había señales del anciano que lo había ayudado a llegar.


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