¿Sabías que…?
... existe una isla en el East Blue donde el Sherif es la ley.
[Común] Fiesta de fin de curso.
Irina Volkov
Witch Eye
8 de Otoño del 723

El caminar de los tacones de Irina iba abriendo camino entre el populacho. Los civiles se iban apartando al ver pasar a la mujer de rojo. Vestía un deslumbrante vestido de seda rojo, con tacones del mismo color, al igual que el color de su pintauñas y labios. Era literalmente un diablo de rojo. Hoy no portaba gafas, dejando a plena vista sus trastornados ojos ... Aquellas pupilas que si las mirabas demasiado tiempo daban la sensación de comenzar a correr en círculos como un vórtice, atrapándote en ellos. Aquel día era especial, Daryl había convencido a la agente Irina para tomarse algo antes de iniciar la misión de infiltración que deberían haber ejecutado hace días ya. Daryl era un verdadero desastre y dejarse llevar por él no se consideraría muy común en la peli rosa. Pero de vez en cuando a un hombre había que darle lo que quería, porque si no, no funcionaban bien. Irina era un ente libre, conforme pasaba delante de alguien que llamaba su atención, adoptaba sus gestos. Si veía a una mujer reír de una manera que le gustaba, ella reía de la misma manera, aunque nadie le hubiera soltado una gracieta. Adoraba mimetizarse así. Le encantaba por la simple razón de que ella era un cuenco vacío en este aspecto.

Se chocó con una mujer que se podría considerar lo contrario a ella. En lo que a vestimenta se refiere. Pues su color dominante era el negro. — ¡Uy! te pido mil disculpas, joven. — Esbozó la sonrisa más sarcástica que tenía. — ¡Uy! te pido mil disculpas, joven. — Respondió, con la segunda sonrisa más sarcástica del día. Imitó su postura corporal e incluso, apoyó el brazo en el aire, tal cual lo tenía la otra mujer, solo que esta si tenía apoyo en su marido. Ambos se quedaron confundidos al tiempo que los taconazos de Irina se adelantaban hasta alejarse de la escena. Posó su delicado trasero en una silla sin dueño y se cruzó de brazos. Para ser una fiesta, había poco agente. Aunque eso era difícil de saber, pues iban de paisanos hoy, como ella, vamos. Tan solo que la espalda recta como el metal y la mirada intensa de la Volkov no podían cerrar un día festivo, iban con ella a todas partes. — ¡Uy! Te pido mil disculpas. — Dijo a la nada. La señora que estaba en la mesa de al lado, alargó una mirada sospechosa, sin entender nada. Pues Irina estaba sola en su mesa. Se asustó en el momento en el que Irina centró su demoníaca mirada en la señora. El susto casi la hace caer de la silla. Para qué mentir, le solía pasar la primera vez que miraban sus ojos.

¡Uy! Te pido mil disculpas, jovencita. — La escena comenzó a volverse algo tétrica. Irina gesticulaba demasiado, como alguien que ha perdido la razón. No tardó en levantarse y sentarse en alguna mesa más lejana, donde no tuviera contacto visual con Irina. — Donde estás, Daryl ... — Susurró, mordiéndose el labio inferior con tanta fuerza que casi se provoca una pequeña herida. — ¿Qué hago aquí? tendría que estar estudiando el informe de la misión para no dejar detalles en el aire. ¿Los chicos provocan esto en las chicas? ¿cuándo dejas de presionarlos, buscan hacerte perder el control? — Se mordió el labio más fuerte, esta vez sí, provocándose un hilo de sangre que no se molestó en limpiar.


Imagen de Irina
#1
Daryl Kilgore
-
Hoy era uno de esos pocos días en los que Irina había accedido, más o menos, a hacerle algo de caso a Daryl. Tampoco es que le hubiera pedido nada extremadamente raro: solo salir un rato a tomarse algo, vestirse de paisanos y disfrutar un rato en un ambiente más distendido antes de empezar la misión que les esperaba por delante. No tenían prisa tampoco, venían de una buena racha de misiones completadas con éxito, pero la verdad es que Irina no solía dejar demasiados días de descanso. Por no decir ninguno. Sin embargo, el casino parecía una buena idea para ello. Daryl no acostumbraba a beber prácticamente nunca, y tampoco apreciaba demasiado los juegos de azar, pero quizás un ambiente tan... humano, traía algo de la humanidad de Irina de vuelta.

Daryl se encontraba pidiendo un par de copas de vino tinto en la barra, pues sabía que ese alcohol le gustaba especialmente a la mujer. Vestía con una camiseta de manga corta de dos colores, blanca y verde, junto con unos pantalones negros, gran cinturón, guantes del mismo color y el cabello recogido en una corta coleta, dejando algunos mechones libres sobre la frente. Junto con su chapa metálica colgada al cuello. Y siempre, acompañado de una cara de mala hostia que parecía inmutable en su rostro, como si nunca hubiera conocido otra expresión. Lo cierto es que lucía más cabreado de lo normal porque la barra estaba petada de gente. La gente le ponía nervioso. Hizo todo el esfuerzo que su paciencia le otorgó para no apartar a unos cuantos con sus armas y una vez tuvo las copas entre sus manos, se marchó del lugar rápida y silenciosamente.

Ahora solo quedaba ver dónde estaba Irina. Ella elegía mesa, cómo no. Aunque conociéndola, se podía hacer una idea del lugar que había elegido. Así que tratando de no cruzarse con nadie, se dirigió al lugar con grandes zancadas, todo lo que sus piernas le ofrecían. Era un hombre alto, Daryl, medía más de tres metros y ya no solo eso, sino que era también bastante ancho por su espalda y sus hombros, los músculos de sus brazos, así que inevitablemente llamada la atención. Menos mal que a Daryl le daba todo bastante igual, tanto llamar las miradas de la gente como no. Mientras nadie hiciera el ademán de acercarse, todo bien.

Finalmente la encontró, gesticulándole a la nada más absoluta. Tampoco le sorprendió, la conocía desde hace años y ya estaba acostumbrado a sus manías. Sin decir nada, dejó las dos copas sobre la mesa, sacó la espada de su cintura y la dejó apoyada contra la madera. Entonces se sentó. — Dicen que es el mejor vino tinto que tienen. — Mencionó, refiriéndose al vaso que le acababa de acercar. Él alcanzó su propia copa y se la aproximó a los labios, pero sin beber, solo por oler su aroma. Dentro de sus criterios, no tenía un mal olor. Pero los de Irina eran tremendamente refinados. Finalmente le dio un leve sorbo antes de volver a dejar la copa sobre la mesa. — ¿Quieres que nos apostemos algo? — preguntó, refiriéndose a participar en alguno de los juegos de azar que ofrecía el casino. — Puede ser divertido. — ¿Qué estaba diciendo? Estaba claro que Irina se negaría, o que en el caso de aceptar, montaría alguna de sus escenitas. Pero para eso mismo estaban ahí, para intentar que Irina encontrase alguna forma de divertirse que no implicara siempre el trabajo. O el asesinato.


Imagen de Daryl
#2
Ares Brotoloigos
Se chupó una de las garras de la mano mientras se abría paso entre la gente, elegantemente vestida, que copaba el interior del casino. Unos cuantos le veían y se apartaban inmediatamente de él. Y no era solamente por su altura o sus llamativas escamas blancas. Sino que era, precisamente, por los restos de sangre fresca que manchaban dichas escamas. Había vuelto a meterse en una pelea en la que, por supuesto, no solo había salido ganando, sino que había logrado saciar parcialmente sus ganas de dar una buena tunda a alguien. Y, lo más importante, su apetito. No le habían dejado arrancar ningún dedo esta vez, pero al menos estaba satisfecho. Por ahora.

Los ojos rojos del diablos barrieron el interior del bullicioso lugar mientras se adelantaba a su acompañante. Tenía sed. Y necesitaba unas cuantas copas que le ayudasen a bajar un tanto el mal sabor de boca que se le había quedado. No por el hecho de que todavía sintiese el fuerte sabor de la sangre en su lengua y paladar. Eso era una exquisitez. Sino, más bien, por el hecho de que el maldito guaperas no le hubiese dejado ensañarse más.

Pfff... Aburrido. — El gruñido salió gutural desde el fondo de su garganta para cuando se aproximó a la barra, mientras fruncía un poco los labios reptilianos dejando ver la hilera de afilados dientes. No había tenido ningún tipo de reparo en apartar, casi a empujones, a los pobres que no se habían percatado de su avance. Y eso que era bastante llamativo. Para cuando llegó a dicho lugar, apoyó uno de los antebrazos en la mesa, haciéndose un temporal hueco mientras pedía cualquier licor fuerte que le satisfaciese. No era nada refinado para esas cosas, por lo que se conformaba prácticamente con cualquier cosa que fuese bebible y fuerte.

No se hizo con un vaso, ni con una copa. En cuanto lo tuvo al alcance, le arrancó la botella de la mano al pobre camarero que ahora tragaba saliva cuando el par de ojos rojizos de la criatura reptiliana parecieron tragarlo por un momento. Dió, inmediatamente, un trago directo a la botella, sin ningún tipo de decoro, y luego se apartó de la barra apenas un poco.

Iba ataviado con ropas oscuras con algunos adornos en dorado, dejando que el cuero y las telas se ciñesen cómodamente a sus escamas. Sobre los párpados óseos llevaba entre dos y tres aros a modo de piercings. Las muñequeras, también de cuero, que portaba, se habían impregnado también de sangre, al igual que parcialmente sus manos. Su larga y fornida cola, de fantasmagóricos colores albos también, se movía de manera muy sutil, como un pequeño vaivén depredador a medida que su mirada volvía a rastrear el lugar. Demasiada gente, demasiado fino todo. No le terminaba de gustar ese sitio. Demasiado refinado para alguien como él.

Pero hubo algo que le llamó la atención. Un par de presencias conocidas, quizás. Sobre todo el más alto. La peculiar lengua de Ares apenas asomó, para luego relamerse los dientes, con una sonrisa oscura. Le dió otro trago a su bebida de la cual, todo sea dicho, ni se había fijado en qué le habían dado. Solo reconocía las etiquetas por los dibujitos. Y bueno, el contenido por el sabor, claro. Se le escapó una especie de “ronroneo” gutural que tan solo era el inicio de lo que se podía presagiar como algo malo.

Generalmente.

Los ojos de Ares se clavaron en aquella espalda ancha y se separó de la barra entonces, esta vez en su totalidad. Había encontrado una nueva presa. Esperaba que más entretenida. Con pasos seguros y pesados, en contraposición a un balanceo ligero y tremendamente medido, de sus hombros y el resto de su cuerpo, fue acortando distancias para con aquel hombre. Un tipo fornido, igual de alto que él y que, ahora mismo, se encontraba de espaldas. La sonrisa se le fue afilando a medida que estaba cada vez más cerca, como también podía escucharse, muy sutil, el crujido de uno de sus puños manchados, cerrándose. Las nudilleras estaban impolutas y pendían de su cinturón. No le habían hecho ni falta con el mindundi de fuera.

Pero qué tenemos aquí. — El gruñido casi se sintió en la nuca de Daryl, antes de que la criatura reptiliana mirase un poco por encima del hombro del otro varón. — Irinabelle y su perro faldero.

Lo dijo sin reparo alguno, sin ningún tipo de consideración y con ese tono irritante y chulesco que no podía evitar en ocasiones. La mano que había comenzado a alzar, aparentemente de manera amenazante al inicio, bajó suavemente hasta que su mano pasó por un costado de Daryl, sin más, para alcanzar la botella de vino y servirse una copa. Había dado la inicial sensación de que fuese a tocarle o a darle algún par de palmadas, pero había evitado eso con total naturalidad.

A propósito. Lo había hecho totalmente a propósito. Era consciente del “problemita” de Daryl. Y generalmente le importaba poco y nada. Pero, a pesar del trato, era una especie de camaradería a su manera.

Imagen de Ares
#3
Angelo
-
Angelo soltó un silbido que se prolongó durante unos segundos mientras oteaba con los ojos muy abiertos el interior del casino. La decoración, la calidad de los materiales, las luces, el sonido de las maquinitas y de la bolita girando en la ruleta. Todo cuando había allí era un espectáculo visual. Incluso la gente iba vestida como si se fuera de boda. Bueno, como bodas de verdad, porque las cuatro últimas a las que había asistido, siendo suyas tres de ellas, no se parecían en lo más mínimo a eso.

—¿Ves? Te dije que iba a poder pasar así sin problemas. Te preocupas demasiado, sister —le dijo a Iris a su lado, encogiéndose de hombros—. Es verdad que lo del lagartón mazado ese y el otro pringao' quizá haya ayudado, pero ya sabes lo que dicen. Si la vida te da limones...

No se acordaba de cómo terminaba aquel dicho, pero tampoco importaba mucho. Lo verdaderamente importante allí era decidir cuáles iban a ser sus próximos movimientos tras conseguir, gracias a una pelea convenientemente provocada, colarse en el Casino Missile de Loguetown. Entrar ahí era tan solo el primer paso de un minucioso y cuidado plan con el que conseguirían agenciarse un dineral. ¿En qué consistía ese plan? Bueno, lo cierto es que aún no lo había pensado mucho, por no decir nada, pero todos sabían que él era un hombre de acción y no de ciencia.

En fin. El caso es que, de momento, todo estaba saliendo a pedir de boca. Es cierto que había algunas personas que le dedicaban miradas de disgusto, a veces solo de confusión, lo que supuso que se debía a sus pintas. Porque sí, se había plantado allí con su chupa de cuero, los pantalones rotos, las botas y todos aquellos pinchos tan poco sutiles. Por suerte, Iris se había vestido para la ocasión y probablemente pudiera pasar por su guardaespaldas o algo de eso.

—Ya que estamos aquí, podríamos jugar a algo, ¿no crees? —Su sugerencia, más que eso, pareció una súplica. Carraspeó un poco, tratando de disimular el tono—. Quiero decir, es un casino, podríamos divertirnos aparte de dar un buen palo...

¿Se iban a arriesgar a dar un golpe en uno de los negocios más chanchulleros que podían encontrarse en el East Blue? ¿En mitad de una isla que contaba con una de las bases de la Marina más grandes de ese mar? ¿Potencialmente rodeados de seguratas, marines y gente influyente con contactos que podrían hacerles picadillo? Bueno, es posible que sí. En peores plazas habían toreado —a veces literalmente—, de eso estaba seguro, pero por el momento convendría que guardasen un perfil bajo. Después de todo, no tenían ninguna prisa y estaba seguro de que aquel sitio no cerraría hasta bien entrada la madrugada... si es que cerraba a alguna hora del día. Tal vez no.

Sin mucho disimulo, extendió el brazo y se agenció un par de copas que llevaba un camarero sobre una bandeja dorada. Le tendió una a Iris y le ofreció un brindis.

—Un poco cutres, ¿no? Tanto dinero y pomposidad y te ponen esta mierda de copitas. Necesitaría al menos siete u ocho para ponerme a tono —se quejó, olisqueando con una ausencia total de finura el interior de la copa antes de bebérsela de un trago. No sabía qué era eso, pero prefería el ron o la ginebra—. Puag... 

Lanzó la copita a uno de los camareros que pasó cerca de él, el cual apenas alcanzó a cogerla al vuelo por los pelos tras soltar un sonoro «¡¿Pero qué hace?!». Algunas personas se giraron, pero no parecieron darle mayor importancia. Después de todo, el cliente siempre tenía la razón, ¿no? El caso es que, tras dar unas cuantas vueltas, mezclarse entre la gente e ir abriéndose paso como buenamente pudo, tardó unos minutos en darse cuenta de que había perdido por completo a Iris. Bueno, quizá Iris le había perdido a él, más bien. «Pues está la cosa como para encontrarla entre toda esta chusma», se dijo, rascándose la nuca y encogiéndose de hombros a continuación.

De perdidos al río. Tarde o temprano volverían a encontrarse: la mujer tenía una habilidad innata para dar con él cuando se extraviaba. O, en su defecto, él tenía un talento único en llamar la atención como para facilitarle el trabajo. Haría algo de tiempo hasta que eso sucediera, y no había mejor forma de pasar el tiempo que con un poco de bebida. Se puso a buscar en las proximidades a algún camarero, dando con una chica del personal que llevaba una bandeja en alto por encima del gentío. En esa zona parecía haber un montonazo de gente, lo que dificultaba muchísimo avanzar. Iba apartando a quien se le ponía en el camino con la sutileza de un elefante en una cacharrería, sin prestarle demasiada atención a las quejas que iban saltando aquí y allá.

Tras unos tortuosos minutos, ya casi había llegado hasta la camarera y tan solo tenía que estirar el brazo un poco para alcanzar su tan ansiada bebidas. Sin embargo, terminó estirándose tanto que al final trastabilló y le pegó un manotazo a la bandeja, con la mala suerte de que le cayó encima a un pedazo de hombretón que había por allí. La que había liao' el pollito. Madre mía.

—¡Aibá! —exclamó el peliverde, poniéndose junto al afectado que, todo sea dicho, le sacaba unas cuantas cabezas—. Joder, vaya liada tío —le empezó a decir al tiempo que le atusaba con la mano para tratar de quitarle, de alguna forma, la bebida que le había tirado encima. Bueno, lo cierto es que estaba haciendo poco menos que darle de sopapos en el brazo y espalda a mano abierta y sin mucha delicadeza—. Si es que el servicio no sabe ni por donde anda. Ya les vale, ya les vale...

Sus ojos se apartaron del moreno para echarle un ojo a sus acompañantes. Para su sorpresa, el lagartujo que les había servido de distracción para colarse en el Casino formaba parte de ese grupo. Pero, mucho más importante que esto, una señorita de cabello rosado y vestido revelador estaba por allí también disfrutando de... ¿Vino?

—Pues sí que estás en buenas manos sí. ¿Os importa que me siente? La peña de este sitio es un muermo —y, ni corto ni perezoso, se sentó en la mesa entre el moreno y la pelirrosa. Acto seguido, chasqueó los dedos en alto—. ¡Camareros! Unas copillas para mis nuevos amigos, que vaya liada le habéis hecho al pobre muchacho. ¡Ah! Y para mí una botella de... ¿Ron? ¿No? ¿No hay ron? Bueno, pues de lo que tengáis.

Igual la bebida no era muy buena, pero la compañía pintaba a que sí. Al menos, toda esa peña parecía interesante de cojones, aunque no entendía muy bien por qué el armario empotrado que tenía a su lado le estaba mirando tan mal. En fin, ¿qué se le iba a hacer? Apoyó el codo en la mesa y ladeo el cuerpo hacia la mujer, con la cabeza apoyada sobre la mano.

—¿Y venís mucho por aquí?
#4
Iris
La bala blanca
Joder como se las gastaban en el East Blue, este casino no tenía nada que ver con los que Iris solía frecuentar en su isla natal. Incluso su vestido y tacones parecían fuera de lugar en comparación con los demás. Pero eso a ella le daba igual. Además, Angelo atraía todas las miradas. 

—No te flipes— Le contestó a su amigo — Solo has pasado porque el grandullón se ha metido en una buena pelea. 

La verdad es que había gente interesante, justo lo que la chica esperaba. Llevaba tiempo con ganas de una buena fiesta, no había ido a ninguna desde que habían salido corriendo de Jaya y en cuanto le llegó a sus oídos que esa noche el casino albergaba una no pudo resistirse a ir. Aunque quizás debería tener cuidado con su amigo, podría endeudarles y tendría que buscarse un barco y toda la mandanga para huir de otra isla más. 

— Oye, ¿como que dar un buen palo? A que coño te refi... — Y ya había dejado de prestarle atención. 

Iris suspiró mientras aceptaba la copa que Angelo le ofrecía. No podían tener una sola noche de diversión, no, la cabecita de su amigo ya estaba planeando una manera de meterles en algún lio. Aunque bueno... Probablemente se le olvidaría a los cinco minutos. En fin, brindó con la copa que le había ofrecido. Estaba asquerosa. 

—Y que lo digas, vaya mierda de bebida, no hay nada como el buen calimocho de la tía Abby. Eso si que te da un buen pelotazo. 

Dejo la copa en una bandeja y intentó encenderse el cigarro mientras ojeaba la sala: Sin duda ellos llamaban la atención pero no eran los únicos ya que en una mesa se encontraba el reptil que había creado todo el follón a la entrada —Debería darle las gracias— junto con el chaval más fuerte que probablemente hubiera visto nunca, y detrás de ellos una chica de extraña mirada. Puto mechero, se le había escacharrado. 

¿Y dónde coño se había metido Angelo? ¿Ya había vuelto a perderse? Donde estaba cuando le necesitaba. Si no se fumaba ese piti iba a empezar a enfadarse. De repente escuchó un estruendo que provenía de la mesa que había estado observando segundos antes. Ahí estaba, como no, dando el cante. 

Se movió ágilmente entre las distintas personas hasta que llegó a su altura. 

—Angelo, tío, ¿tienes fuego?— Dijo, ignorando completamente a los demás y la, probablemente incomoda, situación que se estaba desarrollando hasta su llegada. 

Se dio cuenta de que quizás había interrumpido una conversación importante, y como no quería dar una mala impresión sonrió y apoyó su mano delicadamente sobre el hombro del armario que tenía a su lado. 

— Me llamo Iris, disculpad el comportamiento de mi amigo, a veces es un poco... pasional.

Joder como necesitaba que alguien le encendiera el puto cigarro.

Iris
#5
Johnny King
-
Viniendo desde... algún lugar donde el café es más fuerte que la motivación, pesando... lo justo para pasar desapercibido, aquí está el eterno campeón del descanso... ¡Johnny King!



Johnny King cruzó el umbral del Casino Missile con una sonrisa despreocupada y una actitud que decía “he venido a perder el tiempo y, si puedo, el sueldo también.” 

Ajustó sus gafas de sol mientras observaba la decoración. Luces centelleantes, el sonido de las máquinas tragaperras, y el tintineo de las fichas… todo parecía invitarlo a relajarse. Pero no demasiado, no fuera a ser que alguien pensara que se estaba tomando en serio eso de apostar. Ajustando su sombrero de días de descanso entró con la mayor pasividad al mood del lugar.

Bueno, aquí va la paga — murmuró para sí, dando una palmadita al bolsillo haciendo resonar algunos berries.

Ya tenía en mente su primera compra: un cromo raro de un supuesto héroe marine de hace veinte años, que aseguraba ser de colección y venía en una funda de plástico más cara que el propio cromo. Johnny lo miró con el mismo respeto que si fuera una obra de arte. Sabía qué para algún pirado eso valdría muchos berries. El toque de glamour que le faltaba.

Mientras paseaba por el casino, su andar relajado y mirada vaga lo hacían destacar, y pronto divisó a alguien que parecía encajar perfecto en su plan: un tipo con pintas que llamaban tanto la atención como el mismo Johnny. Sin pensarlo mucho, el marine decidió que este desconocido sería su mejor aliado en una misión vital:

No hacer absolutamente nada productivo.

A paso lento, el oni se acercó al hombre que, con una pinta de tipo duro y una chaqueta llena de pinchos, parecía el complemento perfecto para una noche de decisiones cuestionables. Sin previo aviso, le echó un brazo sobre el hombro con una familiaridad. Johnny soltó un suspiro dramático, haciéndose el pensativo mientras observaba las ruletas girando y el sonido de las fichas tras sus brillantes gafas de sol.

Tío, no sé tú, pero yo pienso que si la suerte está de nuestro lado, ni falta hace mover un dedo. Mi técnica es bien sencilla: apuesto todo en lo primero que veo y dejo que el destino haga su trabajo. Y, si el destino no trabaja, pues… mejor para mí, menos estrés.

En ese momento, Johnny divisó a un camarero con una bandeja de copas doradas y, ni corto pero si perezoso, se estiró hasta alcanzar una sin mucha ceremonia.

¿Champán, eh? — comentó, tomando un sorbo y haciendo una mueca — Si no fuera porque es gratis, diría que esto es un crimen contra el paladar. Pero, en fin. ¿A quién le importa el sabor?

El camarero, incrédulo, observo a Johnny King beber de su copa, carraspeando, y con un acento de una isla algo odiada, comentó:

Excusez-moi, messieu, pero... le champán no es gratuito, comprenez-vous? dijo el camarero con un acento francés exagerado, alzando la barbilla con un aire de absoluta superioridad mientras le quitaba la copa de entre los dedos.

Johnny lo miró, sorprendido, y luego señaló hacia el resto con el pulgar a medio levantar desde el hombro de Angelo hasta llegar a Ares, que estaba a su lado con cara de haberse pegado con alguien hace poco, tampoco se sorprendió por ello, aprovecho para saludar con un leve cabeceo a todos, ya le conocían, le daba flojera, además, tenía que cuidarse de los dolores cervicales.

Oh la la, claro, invita él. Merci, monsieur, qué generoso eres.

Le dio una mirada significativa a su nuevo amigo Angelo sin quitarle el brazo de encima antes de alzar sin levantar del todo el brazo ni su copa en un brindis improvisado.

Por lo que sea qué haya que brindar, colega. ¿Qué celebramos hoy?


Drip de Johnny King
#6
Irina Volkov
Witch Eye
La espera se estaba haciendo eterna. Daryl pagaría por eso. Las uñas de la mano derecha de Irina, particularmente extensas, pero hoy, increíblemente delicadas, caían sobre la madera vieja de la mesa, iniciando un número musical que daba la bienvenida a un enfado. Otro más que le generaba Daryl. Eso sí, no lo exteriorizaría, la pasivo agresividad era lo suyo, generalmente. Irina observaba todo el espectáculo con una mezcla de desprecio y diversión apenas disimulada. Allí estaba, sentada elegantemente en la mesa mientras todo tipo de personajes se iban sumando a su alrededor en un caos en aumento. Contemplaría por su lado izquierdo como el brazo sin fin de su compañero aparecía, seguido de un tintineo de sus cadenas. Irina ni lo miró, tan solo tomó la copa de vino, dándole un pequeño sorbo. Muy pequeño. Pero muy muy pequeño. Se levantó, se giró, miró a los ojos de Daryl, buscando su intimidación rutinaria. Después en un jovial salto muy impostado, alargó la mano con mucha rapidez y golpeó el rostro de Daryl con bastante más fuerza de lo que podría parecer, haciendo caer el cuerpo del grandullón al suelo de una sentada. Aquello, para desgracia de Irina- pues le supondría una risa- rompería de cuajo cualquier posterior contacto con el hombre de cualquier personaje. Sin buscarlo, le ayudaba, es que Irina era la mejor.

¡Uy! Te pido mil disculpas.— Diría, cayendo al suelo con mucha delicadeza. Levantó la copa nuevamente, dándole otro sorbido. Demasiados eran ya, pero es que había tanto ambiente, tanto marine perdedor celebrando vete a saber que de otro agente. Aquella fiesta solo la podía organizar un marine, que duda cabe. Y estar allí era culpa de Daryl, cómo había sido también llegar tarde, se lo tenía ganado. — No voy a jugar a nada contigo. — Se sentó, se cruzó de piernas y le daría la espalda a su compañero. Cualquier persona se sentiría mal por aquello, pero Irina no. Ella conocía en lo más profundo de su ser que Daryl agradecía que ella fuera dura con el, era un agradecimiento silencioso, casi imposible de ver, pero estaba ahí claramente. — Después de dejarme completamente abandonada entre esta ... Esta ... — Miró alrededor, repleto de mujeres y hombre medio borrachos ya, muchos con gafas y sombrero ¡y estábamos en un lugar cubierto! — Chusma. — Terminó diciendo, tan solo le faltó escupir al acabar. Lo peor es que todos eran compañeros, al menos, casi todos. Dentro de lo que había Daryl se presentaba como una figura lejanísima de Irina, pero lo más cercano posible a un ser humano medio ordenado. Con una delicadeza casi aniñada, apartó una silla para que pudiera sentarse Daryl. Sin embargo, no fue el quién se sentó.

El primer en hacer aparición fue alguien a quien sí tenía situado en su radar la Volkov. El gigantesco dragón. — Hola, marine. — Sonreiría, con una ironía que desbordaba su propia copa de vino. Para ella llamar "marine" a un marine, era peor que decirte hijo de puta, tal era el desprecio que tenía por estos. Irina se reiría para sí misma, de su propio comentario. Solo ella era capaz de hacerse reír. — Ten cuidado o te pueden confundir con uno de los animales que están usando para el menú principal. — Volvió a beber. Le estaba empezando a subir y esto era algo que comenzaba a notar por la simple razón de que estaba más parlanchina que de costumbre. Normalmente con "marines" no cruzaba más de dos palabras, solía ser perder el tiempo con personajes hundidos en ocios varios. Para uno que trabajaba como debía, había diez que holgazaneaban. Y pensar que Daryl podría haber acabado siendo uno de no ser por Irina.

La silla fue ocupada por un joven que fue veloz. Tenía el cabello verdoso y era uno de los avispados que iba con gafas. Sus palabras hicieron reír a Irina o por lo menos eso parecía. La realidad es que se estaba riendo porque ya iba medio borracha. Resultó ser la típica persona que no dejaba de hablar. Un hombre, con todas las palabras. En su mayoría casi todos pecaban de aquello, del abuso de confianza o de creer que podían poner los huevos en todos los nidos. Que podía ponerse gafas en un recinto cerrado y creer que joder, había tenido una idea genial. Se abrían dos caminos para Irina, escupir o reír. El primero era el más transitado, la cantidad de anormales a los que había dado el placer de sentir sus babas en la cara de puro desprecio. Pero hoy era un día especial, hoy estaba bebiendo. Hoy sí se había dejado llevar por el ocio mundano de desinhibirse. — Jijiji. — Ríe, tapándose la boca con dos dedos. — No, no. Estos momentos de perder el tiempo no los tengo muy a menudo. Ni que fuera marine. O sea ... El.— Señaló al draco. Soltó otra gracieta. Estaba en racha, algo nunca visto. Iris apareció, disculpando a su amigo. Irina tomó del cuello (sin apretar) a Angelo, mirándolo con intensidad. — ¿Es tu novia? — Sonreía por inercia. Yo qué sé, no puedo narrar nada que haga Irina sin que parezca sacada de un manicomio, es así.

Después apareció en escena el último. Irina le soltó el cuello a Angelo y se llevó de nuevo dos dedos para frenar la risa de nuevo. Aquel tipo rubio tenía completamente la misma vibra que Angelo. — ¿Tu hermano? — Volvió a reír. Era increíble como cada risa escondía un desprecio genuino por lo que representaban. Pero aquel día habían tenido suerte, porque Irina tenía una copa en la mano.
#7
Daryl Kilgore
-
Daryl dejó las copas sobre la mesa y se dispuso a sentarse, pero la mirada repentina de Irina le dejó inmóvil. Puede que otros no supieran interpretar los gestos aparentemente erráticos de la mujer, puede que ni siquiera se esforzaran por tratar de comprenderla, de aprender sus complicados patrones. Por que los tenía. La mayoría simplemente se excusaban en que estaba loca, desentendiéndose por completo. Pero Daryl llevaba años estudiando aquellas miradas, aquellos gestos, la sutileza de cada uno de sus movimientos. Aprendiendo a captar los mensajes detrás de las palabras. Y supo enseguida que estaba cabreada.

Así que no llegó a sentarse, la pelirroja se levantó de su asiento, dando un rápido salto solo con el fin de plantarle un puñetazo a Daryl en todo el rostro. El demonio ni si quiera hizo el intento de esquivarlo o de bloquearlo, o de nada en general. Recibió el impacto, retrocediendo un poco debido a aquella fuerza que la mujer ocultaba detrás de su esbelta apariencia, pero aguantando el tipo lo suficiente como para no llegar a caer. No sería la primera vez que Irina le pegaba alguna hostia, ya ni siquiera se lo tomaba como algo personal, se podría decir que estaba acostumbrado a aquel tipo de trato, no solo por ella, sino durante toda su vida. Al fin y al cabo, había nacido y se había criado como un demonio, rodeado de otros demonios, que la manera que tenían sus padres de demostrarle cariño era molerle a palizas. Así que los golpes de Irina no le ofendían. Era algo que solo le permitía a ella.

Toda la isla está plagada de chusma. Este es solo un sitio más. — Respondió ante el mal humor de la mujer. ¿Que la había dejado abandonada? Decidió no entrar en eso, siquiera. Y lo cierto es que daba igual el lugar que Daryl propusiera, porque todos le parecerían a Irina una absoluta mierda, llena de gente infecta y una gigantesca pérdida de tiempo. No merecía la pena discutir por ello. Realmente casi nunca discutía con Irina, simplemente le daba la razón y seguía para delante. Estuvo cerca de sentarse, ahora, sí, a la mesa, pero la aparición de un tercero le interrumpió una vez más. Esa asquerosa voz sibilina y reptiliana le atravesó por la nuca, sabiendo perfectamente a quién le pertenecía. Instantáneamente, se llevó la mano a la cintura, agarrando la empuñadura de su espada. Su mera presencia era una amenaza, una invitación a la pelea, y es que Ares tenía un gusto especial por ser un absoluto dolor de huevos. No era ningún secreto el hecho de que Daryl despreciaba la cercanía física, había llegado incluso a matar a personas por pasar el límite que Daryl les permitía, y la verdad es que el demonio era tan imponente e intimidante por culpa de su tamaño y su rostro que pocos eran los que intentaban traspasar sus límites. Pero Ares era uno de ellos, jugando constantemente con la línea de fuego. Se giró para mirarle, viendo cómo su mano pasaba de largo en lugar de tratar de tocarle, regodeándose. Se sirvió una copa mientras Irina le daba la bienvenida. Él no soltaba la mano de su espada. — Hablando de chusma... — Soltó mientras le miraba de arriba abajo, con el desprecio reflejado en la cara. Aquel lagarto era uno de los pocos hombres que conocía que midiera lo mismo que él, lo cual ya despertaba en el interior del demonio una extraña sensación de competencia. Lo bueno es que físicamente se le notaba bastante más debilucho, menos ancho, más parecido a una serpiente.

Y ahora llegaban otros dos más. El hombre, vestido con una chupa de cuero y gafas de sol dio un manotazo contra una bandeja llena de copas, ensuciando parte de la mesa y sobre todo el suelo, cerca del sitio en el que se habría sentado si no hubiera sido por el puñetazo de Irina. Al final tendría que darle las gracias y todo. La cosa es que, ni ancho ni perezoso, tomó asiento como si estuviera en su casa y se pidió una bebida. Madre del amor hermoso, Daryl estaba empezando a necesitar alcohol en la sangre si de verdad iba a tener que soportar aquella doble invasión. Triple, cuando la mujer de los cabellos blancos apareció, pidiéndole fuego al que parecía ser su amigo. Era increíble observar cómo la expresión de Daryl se torcía más y más según iban pasando los segundos e iba apareciendo más gente que o no le caía bien, directamente, o no conocía de nada. La peliblanca hizo el gesto de acercarse a él, pero Daryl no dudó en retroceder, dejándola a un medio camino. Al menos ella se presentó, cosa que su colega obvió por completo. Era guapa, llamaba la atención con aquel vestido oscuro y sus afiladas facciones, y parecía ser todo lo contrario al chico al que acompañaba.

Antes de que Daryl abriera siquiera la boca, se centró en las reacciones de Irina. Parecía curiosamente divertida, seguramente por culpa del alcohol que estaba ya haciéndose paso a través de su torrente sanguíneo. Estaba siendo sarcástica e hiriente pero solo de una forma que ella entendía, y sí, había pillado al tipo de la chupa por el cuello, pero ni siquiera había apretado. Estaba de buen humor, se podría decir. Lo que le hizo dar un paso a presentarse. — Daryl. — Mencionó sin mas, seco y mustio como un puto cactus, que es lo que le caracterizaba. Sobretodo cuando encima, también, apareció la bala perdida de Johnny, el compañero inútil de Ares. Y es que tanto Daryl como Irina tenían una visión bastante desagradable de los marines en general, a sus ojos eran débiles e indisciplinados, sobre todo ellos dos. Tomó su copa, por fin, y se la bebió de un trago, dejando el vaso vacío sobre la bandeja de uno de los camareros que pasó por ahí. El demonio era una persona de pocas palabras, que prefería actuar antes que la palabrería, así que dio un paso atrás en ese sentido. Quedándose pendiente y alerta por si ocurría lo que fuera. Sobre todo, vigilaba con especial interés a Ares, por si se atrevía a hacer cualquier cosa.
#8
Ares Brotoloigos
Por supuesto, no se esperaba otra cosa de Irina cuando se dirigó hacia él con ese tono que disimulaba lo despectivo. Esa mujer estaba loca de remate. Pero le caía en gracia precisamente por eso. Al fin y al cabo, todos los allí presentes tenían sus taras, en mayor o menor medida. Al menos los otros tres que él conocía. La expresión del lagarto de níveas escamas se alargó en una sonrisa afilada y atroz. Estaba habituado, y medio conocía, el trato de la mujer hacia los demás.

¿Qué hay, ojos bonitos? — Aunque no lo pareciese, no era un piropo al uso. Era verdad que los ojos de Irina solían llamar la atención, y quizás no para bien. Pero eso era lo de menos para él. Se sirvió una copa y le dió un buen trago a ese vino. No era el tipo de bebidas que solía acostumbrar pero no estaba malo del todo. Como tampoco le importaba la opinión que ese par pudiese tener por los Marines. A él le daba reverendamente igual.

Eran todos, al fin y al cabo, miembros gubernamentales.Y era verdad que, a sus ojos, la Marina a veces era demasiado laxa imponiendo leyes o, más bien, ejecutándolas. Pero para eso también se había metido él a ello. El olor a chusma estaba en todos lados. Marina y CP por igual. Y hacia el par de agentes, en concreto, fue que dirigió una mirada rojiza y oscura a la vez.

Que lo intenten. Quizás terminen siendo sus manos las que sirvan de aperitivo o de postre, según tenga apetito. — Y él siempre tenía apetito, en el mal sentido sobre todo.

Notaba, percibía, sentía la mirada y la tensión de Daryl cerca suyo. Ambos eran igual de altos. Uno más fornido que el otro. Mientras que Ares era más ligero, por decirlo de alguna manera, Daryl era un gorila sin cerebro a ojos del lagarto. El perro faldero de Irina que haría lo que ella le pidiese, seguramente sin pestañear. A decir verdad, a Ares le encantaba provocarle. Le resultaba tremendamente satisfactorio ver esa bola de músculos tensarse y estar en guardia. Miró, de hecho, de reojo la mano a la que el otro varón había llevado hasta la empuñadura de la espalda. Y lo único que hizo, con eso, fue entrecruzar la mirada con él y esbozar una sonrisa sibilina antes de tomar un trago tranquilo de su copa, hasta terminarla. Tras eso, la dejó tranquilamente encima de la mesa, sin más.

Pero veo que habéis hecho nuevos amigos, ¿hm? — La atención del diablos de piel escamosa, blanca como la de un fantasma en la noche, se cirnió sobre el par de recién llegados que no conocía de nada. — Eso es algo nuevo, sobre todo en ti, Daryl.

Un tipo bajito, pequeño y endeble peliverde que se había acoplado al lado de Irina después de haber hecho un ruidoso desastre con una bandeja de bebidas las cuales, ahora, yacían desperdigadas por la mesa y el suelo. Ares movió sinuosamente la cola escamada, como si estuviese tanteando el terreno. O, simplemente, con un mero gesto entretenido. ¿Tendría buen sabor, al menos? Por fortuna para el mocoso, había logrado meterse algo al buche antes de irse para allí. No lo suficiente, pero era mejor que nada. La chica peliblanca, por su parte, tenía un aspecto más refinado y que no pegaba para nada, con el muchacho que parecía sacado de un circo de feria.

En silencio echó una mirada de reojo a Daryl. Con científico interés por ver cómo el grandullón reaccionaba. Con un poco de suerte, esa noche corría la sangre. En la otra mano todavía tenía la botella de licor que le había birlado al pobre camarero de la barra, dándole otro trago amplio. Uno que no concretó cuando Johnny llegó, tan a su bola como siempre y dejó caer algo de un pago o una invitación.

El ser reptiliano se medio atragantó y tosió un poco, mirando ceñudamente a Johnny.

¿De qué carajos estás hablando? No voy a invitar a lo que... sea que estás bebiendo. Y mucho menos a esta panda de enajenados. — Aunque quizás enajenados ya lo estaban todos de por sí. Pero algo le resultaba entretenido en toda aquella situación. Quizás demasiado bizarra para lo que se hubiese imaginado en un principio.

¿De dónde has salido tú, tapón? — Se dirigió expresamente a Angelo, sin ningún tipo de reparo.
#9
Angelo
-
Tal y como tenía en mente, su numerito para acoplarse de la forma más sutil y delicada posible entre aquel peculiar grupito había salido a pedir de boca. ¿Tendrían pasta o algo de valor encima? Debían estar forrados de cojones por las pintas de pijo que le llevaban, ¿no? Bueno, el escamoso quizá no, que ese olía a tener calle que tiraba para atrás. Tendría que andarse con ojo, porque encima era un pedazo de bigardo de tres pares de cojones.

Fuera como fuese, había logrado sacarle una risita al pibón de vestido rojo. Por sus palabras, que no se correspondían demasiado con lo que había demostrado hasta el momento, parecía que no tenía muchas ganas de estar allí. Perder el tiempo, había dicho. Miró de reojo a sus acompañantes con acusación, aunque como tenía las gafas de sol puestas tampoco se notó demasiado. No es que él fuera un experto en delitos —que, de hecho, sí. Cargaba con alguno a la espalda—, pero estaba seguro de que no saber entretener apropiadamente a una chica como esa debía considerarse uno. Suspiró, casi indignado, negando con la cabeza.

—Bueno, tan solo es perder el tiempo si te juntas con la gente equivocada —respondió sin cortarse ni un pelo, dedicándole una sonrisilla picarona. Justo después arqueó una ceja con confusión—. ¿Marine? —Y clavó su mirada sobre el lagartijo. Tuvo que contener una carcajada al imaginárselo de uniforme—. ¿En serio? Bueno, supongo que todo el mundo tiene sus hobbies.

Pero no, en serio, eso descuajeringaba un poco los planes. Seguía pensando que la pelirrosa se estaba quedando con él, pero si esa mole de fauces peligrosas era un representante de la Marina, quizá sería más prudente ahuecar el ala y buscarse otro grupo más fácil de timar. Aunque, claro, eso le llevaría lejos de esa mesa. Es decir, lejos de ella. Bueno, ya se buscaría las mañas si la cosa se complicaba.

Aún absorto en estas vicisitudes, salió de sus pensamientos en cuanto su sister hizo acto de presencia, justo en ese preciso instante. Debía reconocer que la jodía tenía un don para dar con él en cualquier lugar y ambiente, aunque estaba seguro de que, en esta ocasión, tenían más culpa sus peculiares acompañantes que él mismo. Seguro que la cochina ya le había echado alguna miradita indiscreta a los dos armarios empotrados que tenía delante. ¿Quién era él para juzgarla, si también lo había hecho? El caso, que tuvo que dejar de prestar atención por un momento a sus nuevos amigos para atender a Iris, a la que saludó con una sonora palmada en el brazo.

—¡Hola sister! ¿Dónde te habías metido? Te he estado buscando por todas partes —¿Que cómo podía tener tanta jeta? Años de práctica—. ¿Fuego? Claro, sabes que siempre llevo.

Esperó a que la albina le acercase el cigarrillo y, acto seguido, acercó la mano y chasqueó los dedos. Se produjo una pequeña ignición, como un pequeño petardo de esos que explotan cuando los arrojas con fuerza hacia el suelo. Unas pocas chispas por aquí y por allá y el cigarro quedó encendido. Un truquito simple que siempre dejaba al personal con la boca abierta. Le había llevado bastantes meses controlar su poder lo suficiente como para no hacer saltar por los aires todo a la mínima, pero ahí estaba el resultado de tanto esmero: un truquito cutre para encender el cigarrillo.

Se giró hacia la pelirrosa entonces, que sin comerlo ni beberlo le agarró del cuello y se acercó, mirándole con esos enormes ojos dorados. Ojos de loca. Y joder, cómo le gustaba a él una buena loca del coño.

—¿Novia? —Se levantó las gafas de sol para mirarla directamente a los ojos, desviando su atención tan solo por un breve instante a Iris, aún sin borrar la sonrisilla que había mantenido todo ese tiempo—. Qué va, es mi sister. Nada de lo que te tengas que preocupar —Y le guiñó, antes de volver a bajarse las gafas.

La mujer le soltó entonces. Debía reconocer que le había gustado un poquito, pero no era el momento de descontrolarse. Aún no, al menos. Y, entonces, apareció el... ¿sexto? En discordia: un rubiales grandote, aunque no tanto como el resto de maromos que había ahí reunidos. Aun así le sacaba fácilmente medio metro, así que no era nada desdeñable. Pero su altura no era lo importante, sino lo que surgió entre él y Angelo prácticamente desde el primer instante en que cruzaron miradas. Pudo verlo a través de las gafas de sol de ambos, confirmando sus sospechas en el momento en que el recién llegado le echó el brazo por los hombros con familiaridad: ese tío era su mejor amigo. ¿Qué digo? Desde ese mismo instante contaba con un nuevo brother. Un hermano de otro coño. Encima le estaba invitando a satisfacer la necesidad que llevaba rumiando en su cabeza desde que cruzó el umbral de la entrada: dejarse lo más grande en todas esas maquinitas, ruletas y luces de colores.

—Brother, me has leído la mente —miró a Irina y señaló al rubio—. Lo es, desde hace cinco segundos. Y vamos a fundirnos lo más grande en este antro. ¡¿Es o no?! —y no solo le correspondió el medio-abrazo, sino que le dio una, dos y hasta tres sonoras palmadas en la espalda antes de dejar la manita quieta—. Pondremos a prueba tu táctica. Si no, seguiremos la de Iris. No veas la jodía qué ojo tiene para las apuestas.

Sin comerlo ni beberlo, Angelo se sentía como en casa. Bueno, no exactamente porque eso no sería positivo, pero entendéis por dónde voy. En lo que no debían haber sido más de cinco minutos, se había forjado cuatro nuevas amistades que, estaba seguro, le durarían toda la vida. De esas que aparecen cuando estás en problemas o para meterte en ellos. Con los que ríes y lloras pero, sobre todo, con los que te vas de fiesta. Buah, menuda noche les esperaba.

Pero entonces, un comentario del escamoso le hizo fruncir el ceño y soltar a su hermano Johnny, apoyándose sobre la mesa y reclinándose hacia él. ¿Qué le había llamado la lagarta esa?

—¿Yo? Del coño de mi madre, creo. Supongo que no a todas se las ha follao' un cocodrilo. —Ni idea de lo que era ese tío, pero estaba seguro que podría pasar—. ¿Por qué no quitas esa jeta de meapilas y te enrollas un poco, tío? Por ejemplo, podrías aprender de tu colega y presentarte como es debido, no sé. —Se quedó unos segundos en silencio, mirándole fijamente hasta que algo pareció hacer «clic» en su mente. Se rio un poco—. Ah, hostias, es verdad. Me llamo Angelo. ¿Vosotros?
#10


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