¿Sabías que…?
... existe la leyenda de una antigua serpiente gigante que surcaba el East Blue.
[Autonarrada] [Aut-T2] ¡Esa Pluma es Mia!
Mayura Pavone
El Pavo Real del Oceano
Pueblo de Rostock, Isla Kilombo, Día 23 de Verano del Año 724…
 
El sol de la tarde proyectaba una luz dorada sobre el empedrado de las calles del pueblo de Rostock, bañando la escena con un resplandor cálido y tentador. Mayura, el Pavo Real del Océano, caminaba por la calle principal con su habitual elegancia, disfrutando del ambiente veraniego y del leve tintineo de sus propios adornos. Su andar reflejaba la satisfacción de una noche productiva, recordando su reciente encuentro con Alpha, que lo había dejado con pensamientos intrigantes y un extraño cosquilleo de emoción por el futuro. Sin embargo, mientras caminaba, notó un pequeño revuelo en una esquina cercana.
 
Dos sujetos de aspecto rudo, vestidos con ropas de cuero desgastadas y con miradas furtivas, discutían en voz baja mientras examinaban un objeto que brillaba intensamente bajo la luz del sol. Al acercarse, Mayura distinguió que lo que sostenían no era otra cosa que uno de sus pendientes de esmeraldas, un delicado accesorio en forma de pluma, cuyo valor no residía solo en las gemas que lo adornaban, sino en su significado personal. Era una pieza de su colección, una extensión de su propia belleza y, para él, una prueba tangible de su elegancia y estilo únicos. Al parecer, el pendiente había caído la noche anterior mientras regresaba de su encuentro, y ahora esos hombres lo sostenían entre sus dedos, ignorando que pertenecía a alguien mucho más digno de poseerlo.
 
Con una sonrisa serena, Mayura se acercó a los hombres, irradiando un aire de confianza que podía confundir a cualquiera. Acomodó su postura, colocó una mano sobre su cadera y esperó a que notaran su presencia. Los sujetos, al verlo, intercambiaron miradas, y uno de ellos sostuvo el pendiente más cerca de su pecho, como si lo estuviera protegiendo de cualquier intento de arrebato. — Caballeros, disculpen la interrupción. — Empezó Mayura, con su tono característico de cortesía irónica — Pero es obvio que tienen algo que me pertenece. — Señaló el pendiente con una inclinación leve de cabeza, sus ojos brillando con una intensidad que dejaba claro que no estaba bromeando.
 
Uno de los hombres, un tipo de hombros anchos y barba desaliñada soltó una risa burda y miró a su compañero con complicidad. — ¿Esto? — dijo, agitando el pendiente en el aire como si fuera una baratija cualquiera. — Lo encontramos nosotros, así que diría que ahora es nuestro, rarito. — Su tono era pedante y dejaba claro que no consideraba a Mayura una amenaza. Mientras, el segundo hombre, más delgado y con una cicatriz que le cruzaba la mejilla miro con desprecio a Mayura. — Hemos oído hablar de un ave divina que deja caer plumas como joyas. Este debe ser uno de esos tesoros. — Sus ojos brillaban de codicia al observar la esmeralda en el pendiente, claramente convencido de que tenían en sus manos un objeto valioso.
 
Mayura alzó una ceja, manteniendo su compostura a pesar del evidente desdén de los hombres. La idea de que ellos, unos vulgares plebeyos, osaran apropiarse de una de sus pertenencias era una ofensa que no podía dejar pasar. Se llevó una mano al pecho en un gesto dramático, como si la insolencia de los hombres le causara un dolor profundo y personal. — ¿Un ave divina, dices? — replicó, esbozando una sonrisa cargada de sarcasmo. — Debo decir que tienes razón en algo: este es un tesoro, aunque, algunos consideran el pavo real como un ave divina, lamentablemente aun no llego a ese punto. — Dio un paso hacia adelante, dejando que su presencia se hiciera más imponente. — Sin embargo, querido, ese pendiente pertenece al único Pavo Real digno de portar tal belleza. — La mirada de los hombres pasó de la sorpresa a la burla, y el de la barba soltó una carcajada.
 
¿Así que tú eres esa “ave divina”, amigo? — dijo con un tono de burla, moviendo el pendiente frente a Mayura como si lo retara a quitarselo. El pirata permitió que su sonrisa se desvaneciera lentamente, reemplazada por una mirada fría y calculadora. El brillo en sus ojos había cambiado, ya no había rastro de amabilidad en su expresión, solo una intensidad que sus oponentes eran incapaces de comprender del todo la situación en la que estaban. Para el Pavo Real del Océano, esa pluma no era solo un adorno y cualquiera que intentara arrebatárselo debía enfrentar las consecuencias.
 
Caballeros... — dijo en tono cortante, dejando caer el tono melódico de su voz con el ruido del metal afilado. — Les he dado la oportunidad de devolverme lo que me pertenece. Lamento que no hayan comprendido la magnitud de su error. — terminó finalmente con una mirada fría y desgarradora, algo poco común en el elegante pirata. Así como, antes de que los hombres pudieran reaccionar, se movió con la velocidad y precisión de un depredador. Su mano alcanzó el mango de una de sus katanas, y, en un solo movimiento fluido, la desenvainó. El filo de la hoja relució bajo la luz del sol mientras Mayura ejecutaba una estocada rápida y certera, dirigida al hombre de la barba.
 
El desagradable sujeto apenas tuvo tiempo de soltar un gruñido de sorpresa antes de que la katana se hundiera en su abdomen. Su compañero, el de la cicatriz, intentó retroceder, pero Mayura ya había previsto su movimiento. Con un giro de muñeca y un paso lateral, lanzó una patada que derribó al segundo hombre, haciéndolo caer al suelo con fuerza. El hombre de la cicatriz intentó alcanzar su propia arma, pero Mayura fue más rápido. Se inclinó sobre él con una elegancia casi teatral, su katana apuntando directamente a su cuello. — Se los advertí. — Murmuró, con una frialdad que contrastaba con su habitual tono melodioso.
 
Nadie, absolutamente nadie, toca lo que es mío sin sufrir las consecuencias. — su ira era palpable y con un movimiento final silenció al hombre, su expresión inmutable mientras sus ojos reflejaban la satisfacción de haber recuperado lo que era suyo. Guardó su katana y recogió el pendiente, limpiando con delicadeza cualquier mancha antes de admirar su brillo una vez más. Satisfecho, se colocó el pendiente en la oreja que le faltaba, y tras un último vistazo a los cuerpos en el suelo dio media vuelta y se alejó.
 
Espero que esta lección quede clara para los próximos… — murmuró como si hablara con aquellos cadáveres, ignorando la presencia de los pocos espectadores que presentaron el asesinato de los dos hombres. Concluyó con una sonrisa de satisfacción mientras se alejaba, esa sonrisa característica como de cualquier protagonista que había triunfado en su obra. En el mundo del Pavo Real del Océano, aquellos que intentaban robarle su esplendor no merecían piedad alguna y era momento de que todo el mar del este se fuera enterando de ello, aun si se traducía en aumentar el precio existente por su cabeza.
#1


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