Alguien dijo una vez...
Rizzo, el Bardo
No es que cante mal, es que no saben escuchar.
[Autonarrada] [A-T1] Trapeando en Kilombo
Kullona D. Zirko
Payaza D. Zirko
Había una vez, en la remota isla de Kilombo, un rincón olvidado del East Blue, una base de la Marina conocida como G-23. Aquella base era famosa por sus hazañas heroicas ni por entrenar a los más fuertes, era un lugar donde la disciplina se respiraba en cada esquina… o al menos eso pensaba Zirko-chan. Era un día como cualquier otro, con el sol asomando tímidamente entre las nubes, cuando Zirko, la gigante recién llegada, apareció por primera vez.

Desde su llegada, Zirko había causado una impresión difícil de ignorar. Su tamaño descomunal hacía que todo a su alrededor pareciera de juguete, las puertas eran demasiado pequeñas, las camas parecían colchoncitos para mascotas, y hasta el uniforme más grande que tenian le quedaba ridículamente ajustado, tanto que no podía usarlo. Sin embargo, sus ojos brillaban con una mezcla de inocencia y determinación que desarmaba a cualquiera. Ella quería encajar, demostrar que podía ser tan útil como cualquier otro recluta, aunque su tamaño siempre terminara jugando en su contra.

Esa mañana, en una oficina desordenada y cargada de papeles acumulados, un instructor lidiaba con la rutina de siempre. Un soldado raso se presentó con un informe - ¡Señor! Los ejercicios matutinos están en marcha, y la unidad asignada ya salió al entrenamiento de campo
- Perfecto, avísame luego cómo les va. - respondió el instructor sin siquiera levantar la vista.
- Señor, también tenemos una nueva recluta. ¿Qué hacemos con ella?
- ¿Nueva recluta? Ah… no sé, mándala a limpiar. Que haga algo útil.
- Señor, pero es una giga...
- ¡Haz lo que te digo! - cortó el instructor, irritado y sin prestar atención.

Aquella mañana, el bullicio habitual de los entrenamientos se detuvo por un momento cuando Zirko, con toda la energía del mundo, trató de unirse a las filas. El inicio de los ejercicios matutinos fue un espectáculo aparte. Zirko trataba de seguir las instrucciones con la mejor de las intenciones, pero su cuerpo gigante resultaba una dificultad insalvable. Cada salto durante los jumping jacks resonaba como un pequeño terremoto, alarmando a los reclutas. Los burpees resultaron un desastre, cada vez que descendía, el impacto hacía vibrar el suelo como si se tratara de un cañonazo, chocando su pecho contra el suelo torpemente cada vez que decencia, Zirko no solo era enorme, si no que, además, era torpe, no se le daba bien el ejercicio, se notaba su falta de experiencia en ellos. A mitad de la rutina, la detuvieron para evitar más estragos, y ella, algo avergonzada, terminó sentada en una colina cercana, observando con añoranza cómo sus compañeros continuaban su entrenamiento.

¡Zirko! - gritó uno de los soldados con un megáfono - ¡Necesitamos que limpies la base después del entrenamiento!
Cuando Zirko recibió la orden, lo hizo con entusiasmo desbordante. Se cuadró inmediatamente, sus movimientos firmes y ceremoniosos, pero también algo torpes.
¡SEÑOR! ¡NO ESCUCHÉ NADA! - gritó, de pie y mirando al frente, su voz potente y llena de energía.
El soldado, resignado, tomó un megáfono para explicarle.
- ¡Zirko! Necesitas agacharte un poco. ¡Te han pedido que limpies la base después del entrenamiento!
Ella, emocionada, se inclinó tanto que casi tocó el suelo con su nariz.
- ¡SI SEÑOR! ¡Dejaré todo reluciente! - exclamó con una sonrisa que podía iluminar cualquier rincón.

Con los ejercicios concluidos, llegó la hora de limpiar. Zirko se encontró con un problema evidente, no había herramientas diseñadas para alguien de su tamaño. Aun así, se negó a rendirse. Agarró un par de traperos normales y, sujetándolos con unos troncos como si fueran palillos de sushi, intentó limpiar a través de las ventanas. El esfuerzo era evidente, pero el resultado era... cuestionable. El agua salpicaba por todas partes, y cada movimiento suyo, aunque delicado para ella, resultaba descomunal. A pesar de su empeño, nada parecía salir bien. La situación era bastante cómica, una gigante inclinada, vertiendo agua cuidadosamente con sus manos enormes y usando una lona, originalmente destinada a cubrir suministros, como un trapo gigante para los tejados, limpiando con estos palillos improvisados por las ventanas, tratando de no romper nada, tratando de hacer todo lo humanamente posible.

Aquella lona que habia encontrado para limpiar era un cobertor de suministros, pero para ella era apenas un pañuelo. Mojaba sus manos en un lago cercano y esparcía agua con cuidado, pero todo era muy difícil. Cuando trató de limpiar el interior de la base, descubrió que ni siquiera podía meter un dedo por las puertas del primer piso. Fue entonces cuando la frustración la venció.

Sentada junto a la base, Zirko escondió el rostro entre las manos. Las lágrimas comenzaron a caer, formando pequeños charcos a su alrededor. Se sentía inútil, incapaz de realizar siquiera una tarea sencilla. ¿Cómo iba a encajar en la Marina si ni siquiera podía trapear? El desconsuelo la envolvía mientras sus compañeros la observaban desde las ventanas de la base.

Fue un recluta quien rompió el silencio.
- ¡Tú puedes, Zirko! ¡No te rindas! - gritó con fuerza - ¡Mi primer día tampoco fue fácil! ¡Derrame mi comida sobre la cabeza de un oficial!
Uno a uno, los demás comenzaron a unirse.
- ¡Vamos, Zirko! ¡tu puedes! ¡todos te ayudaremos! ¡Lanza agua y nosotros trapeamos por dentro!
Zirko alzó la mirada, sorprendida. Sus compañeros la animaban, y con una sonrisa sincera, encendió nuevamente su determinación. Se secó las lágrimas, asintió con energía y volvió a intentarlo.

Con una sonrisa renovada, tomó agua del lago y la llevó hacia la base. Derramo mucha agua en el camino, y lo que para ella parecía apenas un puñado, para sus compañeros era un torrente suficiente para llenar piscinas. Los reclutas, en el interior, corrían de un lado a otro, trapeando con rapidez y entusiasmo mientras Zirko trabajaba en las paredes exteriores. La lona gigante resultó ser más útil de lo que esperaba, y cada movimiento suyo arrancaba manchas de mugre que llevaban años incrustadas.

Al cabo de unas horas, el trabajo estaba hecho. La base G-23 no había estado tan limpia en años. Los reclutas, exhaustos pero felices, se reunieron con Zirko en el patio para compartir bebidas y reírse del caos que habían provocado juntos. Zirko, con su sonrisa gigante y el rostro iluminado, agradeció entre risas los ánimos que la habían ayudado a superar su frustración.

Cuando el instructor salió de su oficina, quedó boquiabierto al ver el resultado.
- ¿Qué pasó aquí? ¿Cómo es que la base está tan limpia? - preguntó, incrédulo.
- Señor, fue gracias a Zirko y al equipo - respondió el soldado que le había informado antes.
- ¿Gracias a Zirko? ¡¿Y por qué nadie me dijo que era una gigante?! ¡Y miren cómo anda vestida! ¡Parece un payaso!
- Señor, no tenemos uniformes de su tamaño. El único que conseguimos le queda pequeño.
El instructor suspiró, sacudiendo la cabeza.
- Que la midan y pidan uno especial. Y que no vuelva a trapear, carajo. Esto es ridículo.
- Señor, nunca habíamos visto la base tan reluciente. - añadió el soldado con una sonrisa.

El instructor, aún incrédulo, miró hacia el patio. Zirko y los reclutas compartían risas y camaradería, sus rostros reflejando orgullo y satisfacción. Al final, no pudo evitar sonreír. Tal vez esa gigante torpe tenía un lugar en la Marina después de todo.
#1


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