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Ragnheidr Grosdttir
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15-11-2024, 10:33 PM
(Última modificación: 16-11-2024, 09:43 AM por Ragnheidr Grosdttir.)
El sol ascendía lentamente en el horizonte, su resplandor dorado iluminando las playas de la isla. Ragn permanecía inmóvil al borde de la selva, su silueta recortada contra el cielo matinal. Cada músculo de su cuerpo parecía tensarse con propósito, un monumento viviente de fuerza y determinación. Tras días de batallas y desafíos, había decidido permanecer en la isla para fortalecerse, para transformar su cuerpo y su espíritu en herramientas aún más potentes. La lucha contra la Marina había dejado cicatrices físicas, pero también un nuevo entendimiento de sus límites, y ahora estaba decidido a superarlos. La isla, con su abundancia de terrenos diversos y vida salvaje, era un campo de entrenamiento natural. Desde las montañas que se alzaban como guardianes ancestrales hasta las playas abiertas que enfrentaban al vasto océano, Ragn veía oportunidades en cada rincón. Sin pronunciar una sola palabra, comenzó su jornada.
Cada día iniciaba antes del amanecer. Mientras la oscuridad aún envolvía la isla, Ragn se levantaba, impulsado por un hábito que había desarrollado durante años de lucha. Antes de que el primer rayo de luz cruzara el cielo, ya estaba de pie, descalzo sobre la arena húmeda. El aire salado llenaba sus pulmones mientras cerraba los ojos y permitía que sus sentidos se agudizaran. Podía sentir el latido del mundo a su alrededor, el rumor de las olas, el crujido de las hojas en la selva cercana, el murmullo distante de las criaturas nocturnas que se retiraban a sus guaridas. Este momento era su conexión con la naturaleza, un recordatorio de que, por más poderoso que fuera, seguía siendo una parte de un todo mayor. Ragn comenzaba con una serie de movimientos controlados que combinaban flexibilidad y fuerza. Inspirado por las técnicas de guerreros de tierras lejanas, había aprendido que la preparación física no solo dependía de los músculos, sino también de la elasticidad y la coordinación. Cada movimiento fluía al siguiente, como una danza brutal. Se agachaba, saltaba, giraba y aterrizaba con precisión letal, desafiando a su cuerpo a superar la rigidez y a moverse como una bestia cazadora.
Después de su calentamiento, Ragn dirigía su atención a las montañas. Estas eran su verdadero campo de pruebas. La roca fría y áspera era un desafío constante para sus manos y pies desnudos, pero él las escalaba con una intensidad casi feroz. Sin cuerdas ni equipo, dependía únicamente de la fuerza de sus extremidades y su capacidad para calcular cada movimiento con precisión. El ascenso era un duelo entre él y la montaña, y cada victoria le recordaba que su voluntad podía superar cualquier obstáculo. En las alturas, el aire se volvía más delgado y frío, pero Ragn lo aprovechaba para entrenar su resistencia. En la cima de las montañas, cargaba rocas enormes que apenas podía sostener y las llevaba de un lado a otro, obligándose a mantener el equilibrio en terrenos inestables. Cada paso lo hundía más en el agotamiento, pero no se detenía. Su rostro estaba marcado por el esfuerzo, sus dientes apretados mientras su mente repetía un mantra: fuerza a través del sacrificio.La selva de la isla también desempeñaba un papel crucial en su entrenamiento. Aquí, Ragn se enfrentaba a los depredadores y aprendía a usar el entorno como una extensión de su cuerpo. Durante el día, rastreaba a las criaturas más grandes y peligrosas, enfrentándolas en combates que no solo fortalecían su cuerpo, sino también su instinto de supervivencia. Se enfrentaba a jaguares que lo emboscaban desde las sombras y a enormes serpientes que intentaban envolverlo con sus cuerpos. Cada victoria era un recordatorio de su lugar en la cadena alimenticia, un depredador entre depredadores.
La vegetación densa también se convirtió en una herramienta para su entrenamiento. Usaba troncos caídos como pesas improvisadas, levantándolos por encima de su cabeza hasta que sus músculos ardían de agotamiento. Saltaba de un árbol a otro, desafiando a su cuerpo a mantener el equilibrio en ramas inestables. Incluso las raíces traicioneras que serpenteaban por el suelo eran una oportunidad para mejorar su agilidad, obligándolo a esquivarlas y mantener un ritmo constante mientras corría a través de la jungla.
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Ragnheidr Grosdttir
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16-11-2024, 09:41 AM
(Última modificación: 16-11-2024, 09:43 AM por Ragnheidr Grosdttir.)
Al amanecer del tercer día, Ragn se internó aún más en la selva, dejando atrás las playas y las montañas que ya conocía. Adentrarse en el corazón del bosque era un desafío en sí mismo; allí, la vegetación era tan densa que los rayos del sol apenas lograban filtrarse entre las copas de los árboles. El aire estaba cargado de humedad, y cada respiro parecía más pesado que el anterior. Sin embargo, para Ragn, este lugar era perfecto. El aislamiento, el peligro latente y los interminables obstáculos que la naturaleza ofrecía eran la arena ideal para templar su cuerpo y su espíritu. La primera tarea de Ragn fue establecer un campo de entrenamiento improvisado. Encontró un claro rodeado de árboles altos y raíces retorcidas. Allí, usando su fuerza bruta, arrancó troncos caídos y los dispuso en una formación que servía como su pista de obstáculos personal. Cada tronco tenía un propósito: uno sería usado para practicar saltos, otro como peso para levantar, y los más grandes como estructuras para trepar. Ragn comenzó levantando troncos pesados que apenas podía rodear con sus brazos. Sus músculos se tensaban al máximo mientras cargaba las enormes piezas de madera y las trasladaba de un extremo del claro al otro. Cada paso era una prueba de su resistencia, y las raíces del suelo, que constantemente amenazaban con hacerlo caer, añadían un nivel extra de dificultad. El sudor caía por su frente y se mezclaba con la tierra que ya cubría su cuerpo. Cada vez que su agarre fallaba o un tronco caía de sus manos, Ragn simplemente lo levantaba de nuevo, sin pausa, como si el fracaso fuera solo un estímulo más para continuar. Cuando sus brazos y su espalda no podían más, se inclinaba y cargaba los troncos sobre sus hombros, fortaleciendo sus piernas y su equilibrio.Después de los ejercicios de fuerza, Ragn centraba su atención en la agilidad. Usando las ramas bajas de los árboles cercanos, construyó una red improvisada de sogas y troncos, un recorrido elevado que le obligaba a moverse con precisión. Saltaba de una rama a otra, asegurándose de no perder el equilibrio, y si una rama cedía bajo su peso, simplemente volvía a subir y lo intentaba de nuevo. A medida que avanzaba, incorporaba movimientos de combate en su recorrido. Con sus manos desnudas, golpeaba los troncos mientras se movía, cada impacto resonando como un eco en la selva. Sus golpes eran contundentes, y el dolor que sentía en los nudillos lo empujaba a endurecer su técnica. Al final de cada sesión, sus manos estaban llenas de astillas y sangre seca, pero Ragn no se detenía. El corazón de la selva no era un lugar deshabitado. En su entrenamiento, Ragn encontraba criaturas que lo enfrentaban, ya sea por proteger su territorio o por considerarlo una amenaza. Entre estas bestias, los jaguares y las serpientes gigantes eran los más comunes.
Cuando un jaguar saltó desde las sombras, Ragn no retrocedió. Bloqueó el ataque con su antebrazo y, con movimientos rápidos, desvió al animal antes de atraparlo por el cuello. La criatura rugió, arañando su piel, pero Ragn mantuvo el control. Con un giro rápido, lo lanzó contra un árbol, dejándolo inconsciente. En cada encuentro, se esforzaba por dominar a sus oponentes sin matarlos, respetando el equilibrio de la selva. Las serpientes gigantes representaban un desafío diferente. Cuando una de ellas intentó envolverlo con su cuerpo, Ragn utilizó su fuerza para romper el agarre. Con ambas manos, la sostuvo firmemente mientras el reptil luchaba por liberarse. Su entrenamiento no era solo una prueba de fuerza, sino también una lección de paciencia; sabía que cada movimiento debía ser calculado. La selva ofrecía más que animales y obstáculos físicos; el entorno mismo se convirtió en una parte integral de su entrenamiento. Durante la tarde, cuando el calor se volvía sofocante, Ragn se adentraba en los pantanos que se encontraban más profundos en la isla. Allí, el lodo dificultaba cada paso, obligándolo a usar toda su energía para moverse. Arrastraba enormes troncos a través del pantano, cada uno más pesado que el anterior. Sus pies se hundían hasta los tobillos en el lodo espeso, y cada paso requería una concentración absoluta. Los mosquitos y otros insectos lo acosaban, pero Ragn no se detenía. El barro cubría su cuerpo, protegiéndolo parcialmente de las picaduras, pero también aumentaba la carga sobre sus músculos.Cuando la lluvia tropical llegaba, no buscaba refugio. En lugar de eso, usaba el aguacero como una oportunidad para entrenar bajo condiciones extremas. La lluvia lo cegaba, el suelo se volvía resbaladizo, y los truenos resonaban como tambores de guerra. Ragn corría a través de la selva, sorteando ramas caídas y saltando sobre riachuelos que crecían rápidamente. Una tarde, mientras recolectaba ramas para fortalecer su pista de obstáculos, Ragn encontró un árbol caído con madera especialmente resistente. Inspirado, decidió construir un arma que complementara su estilo de combate. Con paciencia, talló una enorme maza improvisada, una extensión de su propia fuerza. La maza, tosca y pesada, se convirtió en una parte crucial de su entrenamiento. La usaba para romper rocas, cortar ramas gruesas y enfrentar a los troncos que antes golpeaba con los puños. Cada vez que la levantaba, sentía que estaba extendiendo los límites de su fuerza.
Al caer la noche, Ragn terminaba cada jornada con un ritual de meditación en el claro que había transformado en su hogar temporal. Encendía una fogata con los restos de madera que había utilizado durante el día y se sentaba frente a las llamas, dejando que el calor aliviara sus músculos tensos. En este estado de calma, repasaba los eventos del día. Cada movimiento, cada golpe, cada instante de dolor se convertía en una lección que incorporaba a su ser. Sus cicatrices, tanto nuevas como antiguas, eran mapas de su progreso, recordatorios de que cada herida lo hacía más fuerte. La voz de Nosha todavía resonaba en el fondo de su mente, un eco que parecía mezclarse con los sonidos de la selva. Pero en lugar de ignorarla, Ragn aprendió a aceptarla como una parte de sí mismo, una fuerza que podía usar a su favor. Con el crepúsculo cediendo paso a la oscuridad, Ragn apagaba la fogata, dejándose envolver por las sombras de la selva. Acostado sobre la tierra húmeda, bajo un dosel de estrellas apenas visible, Ragn cerraba los ojos y permitía que su cuerpo descansara. La selva lo había desafiado, pero él estaba más fuerte que nunca. El siguiente día sería otra batalla, otra oportunidad para superarse. Y mientras escuchaba el murmullo de la naturaleza, Ragn sabía que, en lo profundo de la selva, estaba renaciendo como el guerrero indomable que estaba destinado a ser. Con cada amanecer, Ragn profundizaba en los secretos de la selva. Su propósito ya no era solo físico, sino espiritual. Había comprendido que enfrentarse a los elementos, a las criaturas y a sus propios límites le estaba transformando en algo más que un guerrero; lo estaba convirtiendo en un hombre en sintonía con su entorno y sus propios demonios. No buscaba solo sobrevivir, sino dominarse a sí mismo en un mundo que no ofrecía concesiones.
El cuarto día de su entrenamiento comenzó con el sonido de un río cercano, cuyo flujo se había intensificado tras las lluvias nocturnas. Guiado por el ruido del agua, Ragn llegó a un caudal turbulento que se abría paso entre las rocas y raíces de la selva. El agua cristalina, fría como el hielo, rugía con fuerza, y era evidente que atravesarlo sería peligroso. Sin embargo, para Ragn, el peligro era una invitación. Amarró una cuerda improvisada hecha de lianas a un tronco cercano, asegurándose de que, si la corriente lo arrastraba, tendría una oportunidad de salir. Luego, sin vacilar, se sumergió en el río. El frío mordió su piel, pero él se enfocó en avanzar contra la corriente. Cada brazada era una batalla, los músculos de sus brazos y piernas trabajando al límite mientras el agua lo empujaba hacia atrás. En el centro del río, una roca sobresalía, y Ragn la utilizó como punto de descanso temporal. Se aferró a ella, jadeando, pero con la mirada fija en la otra orilla. Sabía que no podía quedarse allí mucho tiempo; las fuerzas del río podrían arrancarlo en cualquier momento. Con un rugido que se perdió en el estruendo del agua, lanzó su cuerpo hacia adelante, alcanzando la orilla opuesta tras un esfuerzo titánico. No satisfecho con simplemente cruzar, Ragn regresó al punto de partida, repitiendo el ejercicio varias veces. Sabía que esta prueba no era solo para sus músculos, sino también para su voluntad. Por la tarde, Ragn decidió enfrentarse a otro elemento: el fuego. Usando ramas secas y resina, construyó un círculo de llamas en el claro. Este no era un entrenamiento físico, sino un ritual diseñado para fortalecer su resistencia mental. De pie en el centro del círculo, dejó que el calor lo envolviera, sintiendo el aire arder en sus pulmones y las gotas de sudor evaporarse antes de tocar el suelo. Se mantuvo allí durante horas, inmóvil, dejando que su mente vagara entre los recuerdos de batallas pasadas y las palabras susurradas de Nosha. A veces, el fuego parecía tomar forma, mostrándole figuras de aquellos a quienes había perdido o de enemigos caídos en combate. No apartó la mirada, enfrentándose a esas visiones con la misma determinación que mostraba en combate.Cuando las llamas finalmente se extinguieron, Ragn emergió del círculo, cubierto de cenizas pero con una nueva claridad en sus ojos. La diosa de la muerte podía hablarle todo lo que quisiera; él decidiría si la escucharía o no. El quinto día marcó una nueva etapa en su entrenamiento. Ragn había detectado la presencia de una criatura inmensa que habitaba en lo profundo de la selva: un oso colosal, más grande y feroz que cualquier otro que había enfrentado en la Montaña Alfa. Este animal, cuya existencia parecía casi mítica, se convirtió en su objetivo.
Rastrear a la bestia fue un desafío en sí mismo. El terreno era traicionero, con raíces que sobresalían como trampas y pantanos ocultos que amenazaban con tragárselo. A cada paso, encontraba señales de la presencia del oso: árboles con marcas de garras profundas, excrementos recientes y un rastro de ramas rotas.Finalmente, en un claro rodeado de altos helechos, Ragn lo encontró. El oso era un monstruo de músculos y pelaje oscuro, con ojos que reflejaban una inteligencia primitiva y una hostilidad despiadada. La bestia lo miró fijamente durante unos segundos antes de rugir con tal intensidad que las aves en los árboles cercanos emprendieron el vuelo. Ragn no esperó. Corrió hacia el oso, esquivando un zarpazo que habría destrozado a cualquier hombre común. Usó su maza improvisada para golpear el costado de la criatura, pero el impacto, aunque fuerte, apenas hizo retroceder al animal. El combate se volvió una danza brutal, un intercambio de golpes y movimientos en el que ambos luchadores mostraban su ferocidad. El oso logró herir a Ragn en varias ocasiones, sus garras dejando cortes profundos en sus brazos y pecho. Pero el guerrero no se detuvo. Con un rugido propio, cargó contra el animal y logró derribarlo con un golpe devastador que resonó en todo el claro. Aprovechando la ventaja, rodeó el cuello del oso con sus brazos y aplicó toda su fuerza hasta que la criatura, finalmente, quedó inmóvil. Ragn se levantó, sangrando y agotado, pero victorioso. No mató al oso; en su lugar, lo dejó allí, respetando la vida de un oponente digno. Sabía que este encuentro no solo había fortalecido su cuerpo, sino también su conexión con la naturaleza y su comprensión de la fuerza bruta. Una mañana más ... Ragn se detuvo en el claro que había convertido en su hogar. Miró a su alrededor, a las marcas de su entrenamiento grabadas en los árboles, las piedras y el suelo. Sabía que pronto tendría que abandonar la selva para regresar con sus compañeros, pero quería dejar algo detrás. Usando las herramientas rudimentarias que había creado, talló símbolos en los troncos que lo rodeaban: runas de fuerza, resistencia y valentía. Estos grabados, aunque simples, representaban su viaje personal y las lecciones que había aprendido. Quería que, si alguien más llegaba a este lugar, pudiera sentir la energía de su esfuerzo y sacrificio. Al terminar, se arrodilló en el centro del claro y cerró los ojos. Respiró profundamente, dejando que los sonidos de la selva llenaran sus sentidos por última vez. Cuando se levantó, era un hombre renovado. La selva lo había desafiado y, en respuesta, él había renacido.Con su maza al hombro y una determinación aún más firme en su mirada, Ragn emprendió el camino de regreso hacia la costa. El guerrero que había llegado a la isla no era el mismo que ahora se marchaba; era más fuerte, más sabio y más preparado para enfrentarse a cualquier desafío que el destino pusiera en su camino.
Había pasado más de una semana desde que Ragn había comenzado su entrenamiento en la selva. Su cuerpo estaba cubierto de cicatrices recientes, sus músculos tensos, y su energía comenzaba a flaquear. Había empujado sus límites una y otra vez, cada vez más allá de lo que creía posible. Pero incluso él, con su fuerza titánica y su determinación inquebrantable, tenía un punto de ruptura. Fue durante el octavo día, mientras cruzaba un barranco traicionero bajo la sombra de un dosel denso. El calor era opresivo, y cada paso que daba lo acercaba más al límite de su resistencia. Al intentar escalar una pared rocosa cubierta de musgo, su agarre falló, y cayó varios metros hasta el suelo de piedra. El impacto fue brutal. Sintió cómo el aire escapaba de sus pulmones, y luego, la oscuridad lo envolvió.
En su mente
Cuando abrió los ojos, ya no estaba en la selva. A su alrededor había un vacío, un espacio nebuloso teñido de tonos grises y plateados, como si estuviera atrapado entre el mundo de los vivos y algo más. Frente a él, emergiendo de las sombras, apareció una figura que reconoció de inmediato: Nosha, la diosa de la muerte.
La figura irradiaba una presencia imponente. Su rostro, enmarcado por una melena oscura que parecía absorber la luz, mostraba una mezcla de serenidad y severidad. Sus ojos, dos abismos infinitos, lo observaban con una intensidad que atravesaba su alma.
Ragn se arrodilló instintivamente, no por sumisión, sino por respeto. Había sentido su presencia antes, en el campo de batalla, cuando la muerte rondaba cerca. Pero esta vez, ella estaba aquí, tangible, en su mente.
—Ragn, hijo del acero y la voluntad —Dijo Nosha, su voz resonando como un eco en el vacío— Has desafiado la vida y la muerte más veces de las que puedo contar. Y, sin embargo, aquí estás, al borde de ambos mundos, dudando de ti mismo.
—No dudo —Respondió Ragn, su voz ronca pero firme— Solo busco ser más fuerte.
Nosha se inclinó hacia él, su rostro apenas a unos centímetros del suyo. Una sonrisa ligera, enigmática, apareció en sus labios.
—¿Más fuerte para qué? ¿Para aplastar a tus enemigos? ¿Para proteger a los tuyos? ¿O para demostrar que puedes desafiar incluso a mí?
Ragn no respondió de inmediato. Sus puños se cerraron mientras las palabras de Nosha atravesaban sus defensas mentales. Sabía que ella podía ver a través de sus máscaras, desnudando su esencia hasta lo más profundo.
—Para no fallar. —Finalmente, su respuesta surgió como un susurro. Sus ojos se levantaron para encontrarse con los de ella— Fallé a muchos antes. No puedo permitir que eso vuelva a suceder.
Nosha lo observó en silencio por un momento que pareció eterno. Luego extendió una mano y tocó su frente. Al hacerlo, imágenes comenzaron a surgir en la mente de Ragn: recuerdos de sus compañeros caídos, de momentos en los que su fuerza no había sido suficiente. Pero entre esas escenas también vio destellos de sus triunfos: los enemigos que había derrotado, las vidas que había salvado, y los momentos en los que había superado lo imposible.
—Tu carga es pesada, guerrero —Dijo Nosha, su tono más suave— Pero no estás solo en esto. Cada cicatriz que llevas es un testimonio de tu resistencia, y cada caída es una lección que te ha hecho más fuerte.
Ragn sintió un calor que se extendía desde el lugar donde Nosha lo había tocado. Era una sensación extraña, como si su espíritu, desgastado por el esfuerzo, estuviera siendo renovado.
—Recuerda esto, Ragn —continuó Nosha— La fuerza no es solo músculo ni voluntad. Es la capacidad de levantarte una y otra vez, incluso cuando el mundo intenta aplastarte. Tú eres más que un guerrero; eres un faro para aquellos que te siguen, una chispa en un mundo que a menudo se sumerge en la oscuridad.
Ragn inclinó la cabeza, aceptando las palabras de la diosa. Por primera vez en días, una calma desconocida lo envolvió.
Cuando Ragn despertó, estaba tendido en el suelo rocoso de la selva. La luz del sol se filtraba a través de las hojas, iluminando su rostro. Su cuerpo dolía, pero en su interior, algo había cambiado.Se puso de pie lentamente, sus piernas tambaleándose al principio. Luego, cerró los ojos y respiró profundamente. Sentía el peso de las palabras de Nosha aún en su mente, como un eco distante que lo empujaba hacia adelante.No podía fallar. No fallaría. Con renovada determinación, Ragn continuó su entrenamiento, sabiendo que cada paso que daba lo acercaba a su verdadero potencial. En su mente, la imagen de Nosha permanecía, un recordatorio constante de que su fortaleza no provenía solo de su cuerpo, sino también de su espíritu.
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Ragnheidr Grosdttir
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17-11-2024, 07:50 AM
El sol comenzaba a descender, tiñendo la selva de un dorado profundo, cuando Ragn continuó su camino. Su cuerpo estaba marcado por cortes recientes, arañazos profundos y hematomas oscuros que cubrían su piel curtida. Cada músculo le dolía como si hubiera cargado el peso del mundo entero durante días, y cada paso que daba parecía arrancarle un poco más de energía. Pero su rostro permanecía inmutable, con los labios apretados y una mirada fija en el horizonte. Ragn era un coloso, su físico una escultura viva de resistencia y fuerza. Sus hombros anchos estaban surcados por venas prominentes, y sus brazos, que ahora colgaban pesadamente a sus costados, mostraban las cicatrices de las batallas que había librado contra la selva misma. Había adelgazado ligeramente, sus músculos definidos al extremo debido al desgaste y a las constantes pruebas de fuerza que se había impuesto. El sudor formaba un brillo sobre su piel bronceada, mezclándose con la tierra y las cenizas que aún se adherían a él como testigos de su lucha. En su mente, las palabras de Nosha resonaban como un eco distante pero constante. "No estás solo en esto", había dicho la diosa, y aunque Ragn era un hombre acostumbrado a enfrentar los desafíos en soledad, no podía negar la fuerza que esas palabras habían encendido en él. Cada paso que daba lo sentía como una confirmación de su propósito, como si el espíritu que Nosha había tocado lo empujara hacia adelante, negándose a dejar que se detuviera.
A pesar de su determinación, un pensamiento se filtró en su mente mientras avanzaba. No era sobre la muerte, ni sobre la fuerza, sino sobre Airgid. Su rostro apareció en su memoria, nítido y vívido, como si el tiempo no hubiera transcurrido desde el último momento que la había visto. El tono plateado de su cabello, sus ojos llenos de vida, y el calor de su piel contra la suya eran sensaciones que el guerrero no podía desterrar. Durante semanas había enterrado esos recuerdos bajo el peso de su entrenamiento y sus responsabilidades, pero ahora, en este momento de vulnerabilidad física, el recuerdo de Airgid regresaba como una ráfaga inesperada. —¿Qué pensaría de mí ahora?— reflexionó brevemente mientras subía una colina llena de raíces resbaladizas. —¿Vería en este cuerpo marcado y agotado al mismo hombre que compartió esos instantes con ella?— Aunque no permitía que sus emociones gobernaran sus acciones, Ragn no podía evitar anhelar su presencia, su voz, y la paz que había sentido, aunque fuera breve, al estar con ella.
Ragn había aprendido que la selva no daba tregua. Mientras recorría un área más elevada, notó señales de advertencia, ramas partidas, huellas profundas en el barro y el olor acre que anunciaba la presencia de depredadores territoriales. No pasó mucho tiempo antes de que escuchara el gruñido bajo y gutural que confirmaba lo que temía. Un grupo de gorilas agresivos emergió de entre la maleza. Eran enormes, cada uno más alto que él, con brazos que parecían capaces de arrancar árboles jóvenes de raíz. Sus ojos reflejaban inteligencia y furia, un recordatorio de que, aunque eran animales, también eran guardianes de su hogar. Ragn se preparó, tensando sus músculos y tomando su maza improvisada con ambas manos. El primer gorila cargó con una velocidad que desmentía su tamaño. Ragn esquivó por poco el golpe de un brazo masivo, usando la maza para golpear a la criatura en el costado. El sonido del impacto resonó, pero el gorila apenas titubeó antes de girar y lanzar otro ataque. Dos más se unieron, rodeándolo en un frenesí de movimientos rápidos y brutales. La batalla fue feroz. Ragn luchaba con todo lo que le quedaba, utilizando su fuerza y agilidad para evitar los ataques mientras devolvía golpes certeros. Su cuerpo ya cansado se resentía con cada movimiento, y las heridas que recibía parecían acumularse sin cesar. Sin embargo, su voluntad lo mantenía en pie. Un golpe de su maza derribó a uno de los gorilas, y con un rugido propio, Ragn cargó contra otro, usando su hombro para derribarlo antes de aplicar una llave que inmovilizó a la criatura.Finalmente, después de lo que parecieron horas pero no fueron más de minutos, los gorilas restantes retrocedieron, evaluando al hombre que los había enfrentado con una mezcla de respeto y cautela. Ragn permaneció inmóvil, respirando pesadamente, observándolos desaparecer en la espesura. Había ganado, pero el costo era evidente en su cuerpo: nuevos cortes, hematomas y un agotamiento que apenas podía soportar.
Consciente de que no podía seguir avanzando en su estado, Ragn decidió establecer un campamento temporal. Encontró un pequeño claro en el corazón de la selva, rodeado de árboles altos y protegidos por una barrera natural de rocas. Allí, utilizando los restos de su maza y los recursos que la selva ofrecía, comenzó a construir un refugio rudimentario. Tomó cuatro troncos grandes y los clavó firmemente en el suelo, creando una estructura básica que serviría como soporte. Usando lianas y hojas anchas, tejió un techo improvisado que lo protegería de la lluvia. Aunque el resultado era tosco, cumplía su propósito. En el centro del refugio, encendió una pequeña fogata con las ramas secas que había recolectado, agradeciendo la calidez que ofrecía en medio del frío que comenzaba a asentarse. Se desplomó junto a la fogata, dejando que el calor aliviara parcialmente sus músculos doloridos. Su mente divagaba entre el presente y el pasado, alternando entre las palabras de Nosha, el rostro de Airgid y los desafíos que había enfrentado en la selva. Sabía que el día siguiente traería nuevos obstáculos, pero por ahora, dejó que la tranquilidad momentánea lo envolviera. Mientras la noche caía, Ragn se recostó en el suelo, mirando el dosel de hojas que apenas dejaba entrever las estrellas. Sentía que la selva, a pesar de su dureza, también le ofrecía una conexión única con el mundo que lo rodeaba. Aquí, en este lugar hostil y hermoso, había encontrado una claridad que pocas veces había experimentado. Las palabras de Nosha seguían presentes, pero ahora eran un recordatorio de lo que había superado y de lo que aún le quedaba por conquistar. A medida que sus ojos se cerraban lentamente, Ragn sintió que su cuerpo pesado finalmente cedía al descanso. Su refugio, aunque frágil, lo protegía, y la selva, que lo había tratado como un enemigo, ahora parecía aceptar su presencia. Por primera vez en días, durmió profundamente, sabiendo que cada herida, cada cicatriz, y cada recuerdo eran pruebas de su viaje hacia la grandeza.
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21-11-2024, 06:26 AM
Un nuevo amanecer se filtró a través de las copas de los árboles, proyectando un mosaico de luz y sombra sobre el suelo de la selva. Ragn se despertó con el cuerpo pesado y adolorido, pero su mente estaba enfocada. Era su último día de entrenamiento en este lugar , y aunque su cuerpo clamaba por descanso, su espíritu no le permitiría ceder. Este era el día para consolidar todo lo que había aprendido, para superar los límites que creía insuperables, y para emerger como una versión más poderosa de sí mismo. Se levantó lentamente, sintiendo cómo cada músculo protestaba con un dolor punzante. Las cicatrices y hematomas eran testigos de su ardua lucha contra la selva, pero también eran trofeos de su perseverancia. Bebió de un pequeño manantial cercano, el agua fría revitalizándolo momentáneamente, antes de prepararse para las pruebas que había planeado. Cada desafío que enfrentaría hoy sería una culminación de sus semanas de entrenamiento, una síntesis de fuerza, resistencia, agilidad y, sobre todo, voluntad. La primera tarea de Ragn era una prueba de resistencia pura. Había encontrado una enorme roca, casi del tamaño de su torso, durante sus exploraciones previas. La roca era irregular, con bordes que cortaban la piel si no se manejaba con cuidado. La había marcado como el núcleo de su entrenamiento final: debía cargarla hasta la cima de una colina cercana, una pendiente empinada cubierta de raíces y barro resbaladizo. Ragn se agachó y rodeó la roca con ambos brazos, sus bíceps tensándose al máximo mientras intentaba levantar el peso muerto del suelo. Sus piernas se flexionaron, y con un rugido de esfuerzo, la levantó hasta su pecho. El primer paso fue el más difícil, sus pies hundiéndose ligeramente en el terreno fangoso. Cada paso que daba requería un equilibrio cuidadoso para evitar caer o perder el control de la roca.
El sudor comenzó a empapar su cuerpo en cuestión de minutos, mezclándose con la suciedad que cubría su piel. La pendiente se hacía más pronunciada con cada metro, obligándolo a detenerse brevemente para recuperar el aliento. Su respiración era pesada, y cada exhalación formaba pequeñas nubes de vapor en el aire fresco de la mañana. Su mente, sin embargo, permanecía enfocada. — Un paso más.— Se repetía una y otra vez, como un mantra que lo mantenía en movimiento. A medida que ascendía, las raíces de los árboles se convertían en obstáculos, pero también en herramientas. Utilizó una raíz gruesa para impulsarse hacia adelante, sus piernas temblando bajo el peso de la roca. La cima parecía inalcanzable al principio, pero con cada metro recorrido, la distancia se acortaba. Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, llegó a la cima. Con un último grito de esfuerzo, arrojó la roca al suelo, donde se estrelló con un estruendo sordo. Ragn cayó de rodillas, jadeando, pero con una chispa de satisfacción en sus ojos. Había superado la primera prueba. Sin darle mucho tiempo a su cuerpo para recuperarse, Ragn se dirigió a un área cercana donde los árboles jóvenes crecían en abundancia. Había identificado un grupo de troncos del grosor de su muslo, lo suficientemente resistentes para representar un desafío, pero no imposibles de partir. Esta prueba era simple en su concepto pero brutal en su ejecución: debía partir al menos diez troncos con sus propias manos, utilizando únicamente su fuerza bruta y su maza improvisada. Tomó su maza, cuyos bordes estaban desgastados por el uso constante, y se posicionó frente al primer tronco. Sus manos, ya endurecidas por semanas de trabajo, se cerraron firmemente alrededor del mango. Con un rugido que reverberó en la selva, descargó el primer golpe. La madera crujió, pero no se partió. Ragn retrocedió, ajustó su postura y golpeó de nuevo, esta vez con más fuerza y precisión. El tronco finalmente cedió, partiéndose en dos. Cada tronco requería un esfuerzo monumental. A medida que avanzaba, su cuerpo respondía con mayor lentitud, los músculos adoloridos acumulando ácido láctico. Pero su mente permanecía enfocada, impulsada por una determinación férrea. Golpe tras golpe, tronco tras tronco, su respiración se volvía más pesada y su maza más difícil de manejar. Al llegar al último tronco, sintió que su cuerpo estaba al límite. Sin embargo, con un grito final, descargó un golpe devastador que partió el tronco en dos mitades limpias.
Ragn dejó caer la maza, sus manos temblando por el esfuerzo. Su pecho subía y bajaba rápidamente mientras intentaba recuperar el aliento. Se permitió un breve momento para observar su obra: una pila de madera partida que simbolizaba no solo su fuerza física, sino también su capacidad para perseverar ante el agotamiento. La siguiente prueba era un circuito que había diseñado durante los primeros días de su entrenamiento. Era una carrera a través de un terreno accidentado, lleno de obstáculos naturales como raíces, ramas bajas, y troncos caídos. La ruta también incluía un tramo donde debía trepar por una pared rocosa y otro donde debía cruzar un río angosto pero caudaloso. Ragn comenzó la carrera con un sprint, sus pies golpeando el suelo con fuerza mientras esquivaba raíces y ramas. Cada paso era una prueba de su equilibrio y coordinación, habilidades que había mejorado enormemente durante su tiempo en la selva. Al llegar al tramo de la pared rocosa, se lanzó hacia arriba con una explosión de fuerza, sus manos encontrando agarres pequeños pero seguros en la superficie. Sus brazos y piernas trabajaron al unísono, impulsándolo hacia la cima con movimientos rápidos y fluidos. El tramo más desafiante fue el río. La corriente era más fuerte de lo que recordaba, y las piedras resbaladizas bajo sus pies complicaban el cruce. Utilizó un palo largo como apoyo, clavándolo en el lecho del río para estabilizarse. Cada paso era una lucha contra la corriente, pero finalmente llegó al otro lado, empapado pero ileso. Cuando cruzó la línea imaginaria que marcaba el final del circuito, Ragn se desplomó contra un árbol cercano, jadeando. Había completado la prueba, pero cada fibra de su ser estaba agotada. Después de las pruebas físicas, Ragn sabía que debía fortalecer también su mente. Encontró un lugar tranquilo junto a un estanque, donde se sentó con las piernas cruzadas y cerró los ojos. La meditación no era algo que viniera naturalmente a él, pero había aprendido a apreciarla como una herramienta para calmar su mente y recuperar el enfoque. Con cada respiración, visualizó los desafíos que había enfrentado ese día y los transformó en lecciones. Recordó el peso de la roca, el impacto de la maza, y el frío del río, permitiendo que cada experiencia se integrara en su ser. Las palabras de Nosha volvieron a su mente, recordándole que no estaba solo en su viaje. Esta conexión con algo más grande que él le dio una sensación de paz que rara vez experimentaba.
Cuando el sol comenzó a ponerse, tiñendo la selva de un dorado cálido, Ragn supo que había completado su entrenamiento. Su cuerpo estaba agotado, cubierto de sudor, sangre y tierra, pero su espíritu era inquebrantable. Había enfrentado y superado las pruebas más duras que podía imaginar, forjándose en el crisol de la selva.
Se dirigió a su campamento una última vez, donde encendió una fogata y se preparó para descansar. Mientras observaba las llamas danzar, permitió que una sonrisa ligera cruzara su rostro. Había llegado al límite y había salido victorioso. Mañana comenzaría un nuevo capítulo, pero hoy celebraría el guerrero en el que se había convertido.
Aspirante
338 Reputación
Perfil
31.795.060
863 / 863
910 / 910
430 / 430
Ragnheidr Grosdttir
Stormbreaker
Hace 10 horas
cuando los rayos del sol apenas lograban atravesar las densas copas de los árboles. El aire estaba cargado de humedad, y el canto de los pájaros resonaba como una sinfonía que anunciaba el inicio de un nuevo desafío. Ragn despertó lentamente, sintiendo cada músculo de su cuerpo como si estuviera hecho de piedra. Sin embargo, sus ojos brillaban con determinación; sabía que su entrenamiento en la selva estaba llegando a su fin, y este día sería crucial para consolidar su transformación. Después de lavar el sudor y la suciedad acumulada en un arroyo cercano, se preparó mentalmente para una serie de pruebas diseñadas para superar no solo sus límites físicos, sino también sus barreras mentales. El guerrero ajustó los vendajes en sus heridas, reforzó las suelas de sus botas improvisadas con tiras de corteza, y tomó un desayuno sencillo de frutas y raíces que había recolectado la tarde anterior. Con una última mirada a su campamento, se adentró en la espesura de la selva. El primer desafío del día consistía en perfeccionar su sigilo y capacidad de caza. La selva estaba llena de vida, pero también de criaturas altamente alertas y difíciles de capturar. Su objetivo era atrapar un pequeño cervatillo que había observado en días previos. Era rápido, escurridizo y extremadamente atento a cualquier señal de peligro. Ragn sabía que no podía confiar únicamente en su fuerza; necesitaba ser paciente y preciso. Avanzó lentamente, pisando con cuidado para evitar crujir ramas bajo sus pies. Cada movimiento era deliberado, sus sentidos afinados al máximo. Escuchaba el murmullo del viento, los crujidos lejanos de la fauna y el movimiento casi imperceptible de su presa. Cuando finalmente localizó al cervatillo, comenzó su acecho. Se movió de arbusto en arbusto, utilizando el terreno como su aliado. Cada paso lo acercaba más, hasta que estuvo a una distancia suficiente para lanzar una lanza improvisada que había fabricado con madera endurecida al fuego. El lanzamiento fue rápido y certero. La lanza alcanzó al cervatillo en el flanco, derribándolo sin causar un sufrimiento innecesario. Ragn se acercó con respeto, agradeciendo en silencio a la selva por su sacrificio. Aunque este ejercicio era un entrenamiento, también era un recordatorio de la delicada relación entre el hombre y la naturaleza. La carne del animal serviría para reponer sus fuerzas, y su piel sería utilizada para mejorar su equipo. Así, todo tenía un propósito.
Con el éxito de la caza, Ragn se dirigió hacia una formación rocosa que había identificado anteriormente. Entre dos acantilados había una grieta profunda que descendía hacia una garganta donde corría un río turbulento. El desafío consistía en cruzar esa grieta utilizando solo un puente de cuerdas improvisado que él mismo había construido días atrás. Las lianas y ramas que formaban el puente eran resistentes pero rudimentarias, y cualquier error podría ser fatal. Ragn inspeccionó el puente antes de cruzarlo, asegurándose de que las lianas estuvieran tensas y los nudos firmes. Con un profundo suspiro, se aferró a las cuerdas y comenzó a avanzar. El puente oscilaba con cada paso, y el viento que soplaba desde la garganta hacía que la estructura crujiera. Sus manos, endurecidas por semanas de trabajo, se cerraban firmemente alrededor de las cuerdas, mientras que sus pies buscaban apoyo en los listones improvisados. A mitad del cruce, una de las cuerdas laterales comenzó a ceder, debilitada por el desgaste. Ragn reaccionó rápidamente, ajustando su peso y utilizando toda su fuerza para estabilizarse. Cada movimiento era calculado, su mente despejada de cualquier distracción. Finalmente, tras lo que parecieron horas, alcanzó el otro lado. Se permitió un breve momento para recuperar el aliento antes de continuar. El siguiente reto lo llevó a uno de los árboles más altos de la selva, un gigante cuya copa parecía tocar el cielo. Su objetivo era simple: alcanzar la cima. La escalada no solo pondría a prueba su fuerza, sino también su resistencia y agilidad. El tronco del árbol estaba cubierto de musgo resbaladizo y nudos difíciles de manejar, lo que hacía la tarea aún más desafiante. Ragn se quitó las botas para tener mejor agarre y comenzó el ascenso. Sus manos y pies trabajaban en sincronía, buscando grietas y protuberancias que le permitieran avanzar. Cada metro ganado requería un esfuerzo monumental, sus músculos ardiendo mientras luchaba contra el cansancio acumulado. El sudor corría por su rostro, mezclándose con la tierra que cubría su piel.
A medida que ascendía, la brisa se hacía más fuerte, y la vista de la selva se expandía ante él. Finalmente, después de una hora de esfuerzo continuo, alcanzó la copa. Desde allí, podía ver el horizonte teñido de tonos dorados y verdes, un recordatorio de la inmensidad del mundo que lo rodeaba. Ragn tomó unos momentos para disfrutar de la vista, sintiendo una conexión única con la selva. El último desafío del día era el más peligroso. Había preparado un tramo de terreno donde había encendido varias hogueras controladas, dejando un camino estrecho entre ellas. El objetivo era atravesar el camino sin detenerse, utilizando su agilidad para evitar las llamas y su resistencia para soportar el calor intenso. Ragn se paró frente al camino, observando cómo el fuego danzaba con un rugido ensordecedor. Inspiró profundamente, permitiendo que el aire llenara sus pulmones, y luego comenzó a correr. Cada paso era una combinación de velocidad y precisión. Saltaba sobre brasas y esquivaba las llamas que se alzaban a su paso. El calor era abrumador, y su piel sentía el ardor a pesar de la distancia. Cuando finalmente emergió al otro lado, su cuerpo estaba cubierto de sudor y hollín, pero había superado la prueba. Se dejó caer al suelo, mirando hacia el cielo con una mezcla de agotamiento y orgullo. Ragn regresó a su campamento al atardecer. Preparó una comida sencilla con la carne que había cazado y dejó que el calor de la fogata relajara sus músculos tensos. Mientras observaba las llamas, reflexionó sobre el día. Cada prueba había sido una lección, cada desafío una oportunidad para crecer.
Sabía que su tiempo en la selva estaba llegando a su fin. Su cuerpo estaba agotado, pero su espíritu era inquebrantable. Mientras las estrellas comenzaban a aparecer en el cielo, Ragn permitió que el sueño lo reclamara, sabiendo que estaba más cerca que nunca de alcanzar la grandeza que tanto anhelaba.
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