Alguien dijo una vez...
Monkey D. Luffy
Digamos que hay un pedazo de carne. Los piratas tendrían un banquete y se lo comerían, pero los héroes lo compartirían con otras personas. ¡Yo quiero toda la carne!
[Autonarrada] [T1] Contra todo pronóstico
Jack Silver
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Capítulo 1: Un sueño imparable

La brisa del mar traía consigo el olor a sal, mezclado con el eco de las voces de los oficiales y el sonido de los cadetes entrenando en el patio del cuartel. Para Jack Silver, recién llegado al cuartel de la Marina en el North Blue, este era el primer día del resto de su vida.

¡Muy bien, Jack! —se dijo a sí mismo, inspirando profundamente y ajustándose su vieja gorra de la Marina—. Has llegado hasta aquí, ¡y no hay vuelta atrás!

Con paso firme, aunque un poco torpe debido a su prótesis simple, avanzó por la entrada del cuartel. Las miradas de los otros aspirantes se clavaron en él casi al instante. Algunos cuchicheaban, otros simplemente lo observaban de arriba abajo, con una mezcla de curiosidad y confusión. Y es que no todos los días veían a alguien intentando unirse a la Marina con media pierna, un solo brazo y un parche improvisado cubriendo su ojo izquierdo.

El joven sonrió de oreja a oreja, saludando a todo aquel que cruzaba en su camino como si fueran viejos amigos. Sin perder un segundo, se dirigió a la mesa de recepción, donde un oficial de rostro severo y bigote espeso lo miraba con las cejas fruncidas.

—¿Puedo… ayudarte? —preguntó el oficial, tratando de no sonar incrédulo.

¡Sí, señor! —respondió con entusiasmo—. Vengo a inscribirme como recluta. ¡Prometo que seré el mejor marine que haya pisado este cuartel!

El oficial lo observó de arriba abajo, claramente sin saber cómo reaccionar. Tras un momento de silencio incómodo, sacudió la cabeza y resopló.

—Mira, muchacho… ¿Estás seguro de que esto es para ti? —dijo, intentando ser lo más diplomático posible—. El entrenamiento de la Marina no es precisamente… fácil. Quizás podrías considerar otra función, algo en lo que no sea necesario…

Jack soltó una carcajada antes de que el hombre terminara la frase.

¿Otra función? —repitió, todavía sonriendo—. ¿Está sugiriendo que sería mejor para mí estar detrás de un escritorio? Con todo respeto, señor, ¡no vine hasta aquí para encargarme del papeleo! —y, con una mirada decidida, añadió— Yo vine para defender la justicia, dar golpes cuando haga falta y proteger a los inocentes. ¡Y me basto con un solo brazo para eso!

El oficial frunció el ceño nuevamente, aunque se mostraba claramente sorprendido por tanta determinación. Sin embargo, antes de que pudiera decir algo más, otro superior apareció en la puerta del cuartel y levantó la voz.

—¡Todos los reclutas en fila! —ordenó—. ¡Ahora!

El chico no perdió tiempo y se dirigió hacia el grupo de aspirantes, poniéndose al final de la fila. Uno de los aspirantes frente a él, un joven alto y delgado, se dio la vuelta y lo miró de reojo.

—Oye… ¿vas en serio? —le susurró el joven, sin ocultar su escepticismo—. Este entrenamiento es brutal. Si ya vienes así de casa... ¿no te preocupa que te rompan las extremidades que te quedan?

Una risa fuerte escapó de su garganta, tanto que varios en la fila voltearon a verlo.

¡Amigo, soy Jack Silver! —respondió con tono despreocupado—. ¡Si pierdo el otro brazo, lucharé con la cabeza! —Y, como si fuera lo más lógico del mundo, añadió— ¿No sería increíble?

El chico no supo qué responder y solo asintió, aún sin saber si el recién llegado bromeaba o si realmente estaba loco. Pero, antes de que pudiera procesarlo, los oficiales comenzaron a repartir las primeras instrucciones.

Un rato después, la fila de reclutas se movió hacia el área de entrenamiento físico. Nuestro futuro marine estaba emocionado; había esperado este momento durante mucho tiempo. Y sin duda alguna, había entrenado tanto o más que cualquier otro de los allí presentes. Observó a su alrededor, viendo cómo los otros aspirantes estiraban sus brazos y piernas, preparándose para las flexiones y los saltos que vendrían. A su lado, el mismo chico alto y delgado de antes le lanzó una mirada mezcla de respeto y preocupación. O quizás solo fuese preocupación y curiosidad.

—Realmente debes estar loco —murmuró el chico.

La respuesta vino con una sonrisa y una palmadita en la espalda.

Nah, solo tengo ganas de demostrar que puedo hacerlo —dijo—. No importa cuántas extremidades me falten, ¡la voluntad sigue intacta!

La primera prueba era sencilla para los otros reclutas: una serie de flexiones para medir la fuerza y resistencia de sus brazos. Sin embargo, él tuvo que improvisar. Mientras los demás bajaban ambos brazos al suelo para cada repetición, Jack se mantenía sobre un solo brazo, inclinando su cuerpo de forma inusual pero logrando completar cada flexión. Esto atrajo las miradas de los instructores y de los otros reclutas, que observaban, sorprendidos, cómo aquel muchacho realizaba cada flexión con esfuerzo, pero sin quejarse ni una sola vez.

Al terminar, resopló, limpiándose el sudor de la frente.

¡Listo! ¿Qué sigue? —exclamó, recuperando el aliento pero sonriendo con orgullo.

Uno de los oficiales que supervisaba las pruebas se le acercó, todavía algo incrédulo, y le hizo un gesto para que se acercara.

—Mira, chico… No sé de dónde sacas esas ganas, pero te va a costar mucho seguirle el ritmo a todos aquí. Tal vez…

Una mano levantada lo detuvo.

No se preocupe, señor —dijo, sonriendo con más confianza de la necesaria—. Estoy aquí para quedarme. No vine a rendirme y no pienso hacerlo. Aunque quede el último en cada prueba, pienso superarlas.

El oficial levantó una ceja y lo observó en silencio por un momento. Luego, se encogió de hombros.

—Muy bien, Silver. Pero no te quejes cuando te hagas daño. Y te aseguro que solo estamos calentando.

Asintió con entusiasmo, mientras los demás reclutas volvían a formar filas para las siguientes pruebas. A pesar de sus limitaciones, mantenía la sonrisa y una actitud que pretendía dejarle claro a todos que, sin importar las dudas, estaba allí para darlo todo.

En su mente, recordó por qué había llegado hasta ahí: la promesa que se hizo a sí mismo después de perder a sus padres. Iba a demostrar que no importaban las heridas, ni las extremidades que le faltaran; iba a convertirse en marine, fuera como fuera.

Y así, con una sonrisa irreductible y una actitud inquebrantable, se preparó para el siguiente desafío. Sin importar lo que viniera, estaba listo para enfrentarlo con todo lo que tenía… o mejor dicho, con todo lo que le quedaba.
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