Alguien dijo una vez...
Monkey D. Luffy
Digamos que hay un pedazo de carne. Los piratas tendrían un banquete y se lo comerían, pero los héroes lo compartirían con otras personas. ¡Yo quiero toda la carne!
Tema cerrado 
[C- Presente] Over the Boardwalk, Beyond the Sunset | Priv. Asradi
Alistair
Mochuelo
Día 13 de Verano, Año 724

El viento carga consigo ningún susurro, soplando gentil y arrastrando consigo cada ser que se beneficie de sus involuntarios movimientos. Las nubes, desde su privilegiada posición, observan sublimes al gigante azul que se extiende bajo ellas. Parecían escasas, aunque definitivamente presentes; pocas probabilidades de lluvia, o al menos ese era su veredicto dentro de su infinita ignorancia por la climatología. No era un hombre de mundo más que para ver nuevas vistas, nuevos paraísos. Su enfoque estaba más en los pequeños seres, en las pequeñas reacciones e interacciones, en aquel diminuto que amenazaba con un día ser grande. 

El brillo del sol estaba en su punto, el ambiente no daba señas de mostrarse estruendoso y todo había salido bien, sin imprevistos. Hoy iba a ser un buen día, todo apuntaba a ello. 

Había llegado tan solo hace unos días a Isla Kilombo, y el lugar le había recibido con los brazos abiertos y un cálido recibimiento. Al menos tanto como podía recibirse a un Lunarian operativo de la Armada Revolucionaria -un dato que no divulgaría hasta que fuera necesario, por supuesto-. Su tez clara, irregular al resto de su gente, ayudaba a despistar a los mas incautos. Las tinturas en su cabello pálido como el alabastro, ahora coloreado para imitar una llama viva ardiendo con fuerza, eran una muy bienvenida ayuda adicional al punto anterior. Lo único que quedaba... Las gigantescas alas sobre su espalda, de un inconfundible color ébano que era imposible disimular completamente. 

Para su fortuna, el mundo estaba lleno de personas lo suficientemente crédulas como para tragarse una u otra excusa. Experimentos de un científico con poca presencia social, maldiciones de brujas, o disfraces para festividades con nombres impronunciables, su repertorio de excusas ya había crecido tanto que ni podía seguirle el ritmo a todas. Tenía que anotarlas en notas separadas por isla, tal que no mezclara información y acabara colocándose la soga al cuello. Quizá literalmente, si iba sin cuidado. Siempre que no fuera tan descuidado como para hablar de más, o tan torpe como para encender una llama sobre su espalda, todo era un proceso que ya había repetido un millar de veces. 

Su tarea para la Armada en el lugar era cuanto menos peculiar. "Agente encubierto" era la mejor forma de ponerlo. Pasar un tiempo mezclado con la población, vivir entre ellos, pero sobre todo tomar tantas notas como le fuera posible de la base Marine presente en la isla. Sin una designación concreta ni órdenes de infiltrarse en la misma (pues esto sería más que un suicidio), su tarea consistía en escudriñar toda la información que pudiera conseguir de la Marina sin levantar sospechas y pasar la voz en informes diarios a la base revolucionaria. Si además conseguía amasar unos cuantos fondos para la causa, esto seria más que ideal. 

La vista desde el muelle era una maravilla, a falta de palabras mas descriptivas. Era un pequeño lugar en el que adoraba sentarse en el borde y observar a la lejanía sin perseguir un punto en concreto, tan solo limitándose a admirar el sol a la distancia; especialmente bello al atardecer, cuando el naranja predominaba por los cielos y se reflejaba imponente sobre el cuerpo de agua debajo de él. Una vista que, además, era gratamente estimulante a su creatividad, arrojándole un aluvión de ideas que eventualmente reduciría hasta quedarse con una única la cual poner a prueba. La naturaleza era su musa y su proveedora, y se encargaba de retribuir el favor de tanto en tanto en la medida de lo posible.

Pero esta vez estaba por mucho más que una vista inspiradora. En esa ocasión, su propósito era mucho mas íntimo y con historia. Un pequeño ritual si podía permitirse llamarlo así, hábito que lo había acompañado desde que escapó de sus captores y se enlistó en la Armada. Una búsqueda que se permitía considerar exclusivamente propia, y que pretendía ver hasta el final sin importar hasta dónde le llevara.

Descendió lentamente hasta acabar sentado sobre la madera del muelle casi al final de éste, con sus piernas cruzadas y ubicadas de tal manera que el empeine de cada una acababa sobre los gemelos. Sus manos, por su parte, se juntaron a la altura de su frente en rezo mientras que sus párpados se cerraban y lo privaban por un instante del escenario que tanto adoraba.

-Algún día daré con ustedes, lo prometo. Solo esperen por mí, donde sea que estén.

Sin recuerdos memorables, todo polluelo ansiaba ver a los halcones que lo vieron crecer.
#1
Asradi
Völva
Los rumores eran algo cotidiano en el día a día de muchas personas. Sobre todo en el de gente trabajadora y sencilla como de los pescadores. Allí en el muelle, mientras faenaban, había conversaciones varías. Desde el precio de la captura del día, hasta otros hablando sobre fulanito o sobre cuándo pensaban jubilarse y dejar el negocio familiar a los hijos. Lo que vendría siendo normal en un pueblo costero como aquel. Acostumbrado a la presencia de turistas y de piratas, para bien o para mal. Pero uno de los rumores que estaba ganando fuerza era sobre algo, o alguien, que se había pertrechado en una cala no demasiado lejana, a tres o cuatro kilómetros del pueblo principal.

Los rumores, generalmente, no solían ser más que eso, rumores. La mayoría simples invenciones. Aunque ese no estaba falto de razón.

Llevaba un par de días acomodada en el interior de esa cueva marítima. Se había quedado ahí porque había escuchado, de los lugareños, que era un lugar maldito, donde varias almas habían fallecido a causa de las corrientes marinas. Mucho mejor para ella. No que se muriesen, claro, sino el hecho de que tuviesen miedo de aproximarse a ese lugar. No tendría que lidiar con humanos que quisieran, probablemente, capturarla. Ya había tenido experiencias desagradables al respecto. Y lo mejor era ser precavida por ahora. Solo salía lo justo y lo necesario y, al estar el lugar tan pegado a la playa, podia aprovechar para huír rápidamente si la ocasión lo ameritaba. Era un incordio tener que vivir así. Pero debía hacerlo por dos factores. Uno, solo por el hecho de ser una sirena. Y dos, por la marca que, a fuego, le habían hecho en la espalda y que la señalaba como una “pertenencia” de los Dragones Celestiales. Pensar en eso le arrancaba un escalofrío de temor y de indignación a partes iguales.

Fuese como fuese, tenía que salir ese día. De forma imperativa. Necesitaba no solo abastecerse de víveres, sino también de hierbas medicinales. Se había terminado con gran parte de sus suministros durante el viaje. Y un descanso también le vendría bien. Así pues, se atrevió a abandonar la seguridad que aquel lugar le confería. Por suerte la orilla no estaba lejos, y había rocas grandes con musgo marino que podía recolectar, al menos para ir empezando.

Eso fue, literalmente, lo que hizo. Armada con su mochila, donde solía resguardar esas cosas, comenzó a recolectar, con la confianza de que, por suerte, nadie aparecería por eses lugares. Aunque no solía bajar la guardia, los ladrones y matones siempre estaban a la orden del día. Y no le apetecía tener un encontronazo cuando por fin lograba un poco de tranquilidad.
#2
Alistair
Mochuelo
Cuán útil podría ser siquiera un fragmento de memorabilia en estos momentos era algo que nunca acabaría de superar en su cabeza. Algo más que simples trozos de pesadillas esporádicas y rotas, algo tangible con lo cual empezar. Por suerte, encontrar un par de Lunarians era lejos de la tarea mas ardua que el universo podía colocar sobre sus hombros, o él a sí mismo; estar emparentados era secundario, una cosa podía conducirlo a la otra. Y tanto para bien como para mal, sabía que no era la única persona con tales objetivos de búsqueda en mente; debía recordarse a sí mismo mantenerse tenaz en su meta, y utilizar la desconocida cantidad de tiempo en sus manos de manera sabia.

Sus manos se separaron finalmente, dejándose descansar un momento sobre su regazo mientras sus ojos, ahora abiertos, nuevamente se permitían disfrutar de la vista frente a él por seguramente última vez en el día. Su expresión seria y meditativa, tal como una llama encendiéndose con una chispa, se avivó en un instante para ahora ser sobrescrita por una expresión radiante acompañado de una sonrisa a juego, permitiéndose resaltar los ojos naranja de búho que tenía irremediablemente pegados al rostro. Y no es que lo lamentara, sino muy por el contrario; cualquier ave gusta de un sano juego de plumas radiantes en su vestimenta, ¿por qué él no se enorgullecería de sus vivos colores?

-¡Bien! Tanto como me encantaría quedarme aquí a pensar un poco más, va siendo hora de regresar a casa.- Y por supuesto, sería bueno no tener esperando a la base por el informe diario. Un revuelo por un descuido de horarios es lo último que él quisiera en su historial, o en las consecuencias para otros.

Miró hacia los lados rápidamente, apenas suficiente para asegurarse que no hubiera nadie mirando de reojo, y una vez estuviera seguro se levantó de un salto impulsado por un disimulado batir de sus alas. De pie, extendió los brazos frente a él para estirarse un poco, y cómo no, las extremidades de vuelo junto con éstos. Jamás se acostumbraría a cuán placentero era no solo poder estirar las alas hasta su límite, sino el poder moverlas sin miramientos aunque fuera por solo un instante.

Lo que su mirada dejó escapar, su olfato no. El aire arrastró consigo un aroma agradable que atrajo su atención, que en realidad era una mezcla de olores fáciles de descomponer en capas. Lavanda, una generosa cantidad de menta, albahaca... Y un desconocido aroma a agua salada que, de alguna forma, se diferenciaba del gigante azul a su lado. No, no era el mar en sí mismo sino... Su curiosidad le superó. Para estas cosas era un Golden Retriever en alma: Muy buen olfato, muy curioso y probablemente metiéndose en cuatro problemas por saciar lo segundo. Probablemente un Mink en una vida pasada, o un can directamente, no descartaba nada.

Un paso a la vez, cada uno dejaba tras de sí la forma de su calzado en la arena, desplazándola y tomándose su sagrado tiempo persiguiendo lo que, para su nariz, era como de una franja de colores cambiantes dibujada frente a él. Se sentía idéntico a una relajante caminata a lo largo de la orilla con la promesa de un premio al final, tan solo le quedaba cruzar los dedos porque fuera uno bueno, y que ese proverbial lanzamiento de moneda no acabara en el lado incorrecto. 

Hasta que finalmente llegó a su punto de destino, tan solo unos minutos después de partir. O mas bien, quedó a unos cuantos pasos de ella, el origen del aroma cautivador. 

Levantó su mano en un saludo amistoso, acompañado de la expresión sonriente que ya era de facto en su rostro cuando la seriedad no pesaba por encima de todo lo demás. Cortesía ante todo; la primera persona en interactuar debía arrojar el primer saludo. 

-¡Hola, señorita! Dime, ¿por casualidad cargas algunas plantas medicinales contigo?- Prioridades: Primero quería saciar su curiosidad. 

Sus intenciones eran amigables cuanto menos, y si no amigables, completamente inocentes e inofensivas, intentando transmitirlo con transparencia absoluta en su lenguaje corporal. A esta intención ayudaba haber dejado su katana en casa, pues había quienes veían con mala cara llevar un arma adherida a la cintura. Le facilitaba la vida, y si podía evitar un conflicto, conseguía lograr dos beneficios por un sacrificio tan pequeño como temporal.

¡Además! Siempre le agradaba llegar a conocer a una cara nueva, mas aún cuando se trataba de una raza de la que aún solo escuchaba cuentos y descripciones de libro. Conocer a una nueva persona ya era bueno por sí solo, conocer a una sirena era una muy bien recibida sorpresa adicional.
#3
Asradi
Völva
No creía que nadie apareciese por ahí a esas horas. Generalmente, había descubierto que los lugareños evitaban ese lugar desde que los rumores se habían esparcido. Para ello eso era muy conveniente, porque así ni la molestaban ni tampoco se arriesgaba a que pudiesen atacarla o a cualquier otra cosa parecida. Y, por fortuna, seguía estando lo suficientemente cerca del mar como para poder huír si era necesario. Ya había recorrido los límites del bosque que se encontraba sobre el acantilado, subiendo un sendero semi pedregoso. En su mochila descansaban varias plantas tales como lavanda, albahaca y similares. Conocía esas plantas de las superficie. Generalmente muchos las usaban como aromáticas para algunos guisos o comidas similares. Pero también tenían propiedades medicinales. Algo que Asradi pensaba aprovechar.

Sus manos recorrían, lentamente, la roca ante la cual se encontraba, impregnada de la salitre marina y del musgo verde y húmedo que chorreaba agua entre sus dedos. Las algas, las mejores algas, estaban en el fondo oceánico, así que luego se encargaría de ir a por ellas. Mientras se afanaba en recolectar el verde de la roca, con esmero y con cuidado, una sonrisa suave se asomó en los sonrosados labios de la sirena. Se encontraba lo suficientemente relajada como para permitirse un momento de asueto.

Lentamente su voz comenzó a alzarse en un tarareo suave, una canción sosegada que contrastaba y acompañaba al murmullo del mar. Era suave y potente al mismo tiempo, en un idioma desconocido y antigüo que solo unos cuantos conocían. La gente de Elbaf eran uno de ellos, así como otros de los mares del norte. Aunque las entonaciones más antigüas no estaban al alcance de todos. Como si algunas palabras se hubiesen perdido a lo largo de siglos y siglos.

Su voz se elevó por sobre el romper de las olas contra las rocas y sobre la orilla de la playa, dejando que la brisa marina acariciase e hiciese ondear suavemente sus cabellos, negros como las plumas de los cuervos. Gotas salpicaban su dermis, así como la cola escamada y plateada que representaba a la de un tiburón azul. Libre y poderosa, capaz de recorrer distancias oceánicas largas en poco tiempo. El agua se agitaba en las cercanías, como si entendiese cada palabra ancestral que brotaba de entre los labios de la sirena. Un cántico a los antiguos caídos, donde las völvas como ella, eran capaces de invocar a eses seres provenientes de otroras leyendas.

El canto fue apagándose y, de hecho, se cortó abruptamente cuando escuchó pisadas en las cercanías. Y, sin más, una voz que se dirigía hacia ella. Asradi salió de aquel trance, teniendo que parpadear un par de veces. De inmediato, al percatarse de que ya no estaba sola, todo su cuerpo se tensó, y sus pupilas se dilataron unos segundos, casi formando una fina línea antes de volver a ensancharse, como las propias de un tiburón.

La había visto.

¿Plantas...? — Su voz salió con un tono algo confuso, cauteloso más bien. Por inercia se puso frente a frente con aquel sujeto. Llamativos ojos y cabellos. Y más todavía el par de alas que portaba en sus espaldas. Grandes, emplumadas. Hermosas como el sol que coronaba el cielo azul en eses momentos.

¿No era humano? No importaba, no podía bajar la guardia. No podía permitírselo.

Tengo unas pocas, ¿las necesitas para alguna dolencia en específico? — Preguntó mientras, por inercia, buscaba acercarse a la orilla de manera disimulada.

El chico no parecía violento, pero nunca se sabía. Y echándole una visual rápida por encima, no veía que portase arma ninguna. Hasta parecía amigable y todo. No era humano, eso era más que obvio, a juzgar por las alas que poseía. Asradi se mordió el labio inferior unos momentos. No quería prejuzgar a nadie, pues no era algo que le gustaba.

Tomó aire intentando relajarse. Quizás el chico no tenía malas intenciones. Eso o era muy bueno intentando engañar a la gente. Por ahora se limitaría a esperar y a observar, a ver cómo avanzaba aquello. Pero al menos no le mentía: sí tenía hierbas medicinales que, de hecho, había recolectado hacía nada. Y unas cuantas más que descansaban, resguardadas, en la mochila que pendía a sus espaldas.

No lo veía herido. No de buenas a primeras. Pero podía necesitarlas para otra cosa. O para otra persona que sí estuviese lastimada.

Canción
#4
Alistair
Mochuelo
Una melodía angelical fue lo primero que recibió al joven alado. Aún cuando su olfato era su mejor sentido, no requería el poderoso sentido auditivo de un animal para apreciar en demasía cómo los armoniosos tonos lo envolvían en emociones que, de convertirse en colores, podría quizá permitirle observar vistas que nunca jamás había concebido. Para un aventurero de corazón como él, era una sensación más que espectacular que querría repetir múltiples veces, lo más seguido que fuera posible si podía forjarse la oportunidad de conseguirlo. Sin siquiera percatarse, su cuerpo se detuvo por un instante y sus ojos se cerraron, permitiéndose gozar de esa pizca de momento hasta que su cerebro lo despertara de un tirón y le rememorara su propósito a la mano.

Era vigorizante, cada nota cargaba consigo cierta inexplicable energía que le provocaba un arrebato de energía, como si el escuchar esa voz entonando esas frecuencias lo revitalizara y le concediera una energía oculta de la cual no conocía nada. Y aun así era... extraño. Aunque escuchaba cada palabra y sentía la intención tras ellas, para sus oídos cada parte de la canción era completamente ininteligible. Inclusive el acento usado era completamente desconocido para él, y por una vez estaba en absoluto desconocimiento de por dónde empezar a identificarlo; poco sabía del mundo actual de todas maneras, así que no era algo completamente inesperado. Era lo que tenía vivir media vida con un collar al cuello, preso de los Dragones Celestiales. Pero tal desconocimiento solo lo motivaba a querer saber más, y más. 

El origen musical además coincidió con la persona hacia la cual su olfato lo guió. Amaba las coincidencias así, tan fantásticas como improbables. Era inevitable para él sacar una carcajada ante la idea, aunque por una ocasión esta fuera interna, reservada para sí mismo en los remotos interiores de su cabeza. 

Se lamentaba de haber provocado que se cortara el cántico, pero ya era tarde para echarse para atrás. Y siempre había sido una persona que prefería echarse para adelante. 

-No, para nada.- Negó con la cabeza en medio de sus palabras. -Tan solo era una corazonada persiguiendo un aroma familiar. Me gusta experimentar con ellas, ver qué mezcla de hierbas puedo crear para curar dolencias. Aunque por el momento soy un novato que prefiere conseguir su medicina de manos más expertas.- Dejó salir una risa pequeña ante su propia confesión. No le molestaba admitirlo; algún día tendría las habilidades para tratar a personas en sus peores momentos, con o sin medicina en mano. 

Aunque no conseguiría percatarse de cada uno de los indicadores corporales de la sirena en cuanto a su precaución sobre el chico, los pocos que sí capturó con su mirada le permitieron entender la posición femenina con cierta claridad. Y con toda razón: El acercamiento inesperado de un total desconocido ya era justificante suficiente para tener la guardia en alto, mas aún si ya existía tensión previa por... Bueno, virtualmente cualquier cosa. Cada persona era un mundo, y en cada mundo había una equivalente cantidad de razones para mantener un mínimo de alerta a cualquier hora del día. A ello respondió de la mejor forma que se le ocurrió: Se sentó en la arena. Sus alas hicieron un único aleteo instintivo al tocar con la parte más baja la arena, pequeño pero suficiente para apartar a un lado los granos sobre los que reposaban, para evitar que varios de estos se metieran entre cada una de sus plumas. Con eso y sin quererlo, ella podría confirmar la veracidad de su raza: No era humano, sino lejos de ello. 

Cruzado de piernas y con sus brazos reposando parcialmente sobre sus muslos, el Lunarian asumió una pose vulnerable de relajación total. No existía músculo tenso en su cuerpo, ni mala intención en su cabeza o corazón, y pretendía comunicárselo de la forma mas inconfundible posible en su situación. -Descuida. Sé que tienes tus razones para desconfiar, y estás en todo tu derecho. Pero de verdad no tengo malas intenciones en lo absoluto.- Su expresión no cambió: Su sonrisa duradera seguiría allí, sin inmutarse. -De hecho, ahora que tengo tu atención. Tienes una voz hermosa, ¿sería muy atrevido pedirte que por favor me dejaras escuchar cómo continúa la canción?- Después de todo, una obra así no debía finalizar abruptamente, interrumpida por el arribo súbito de un espectador sin invitación.
#5
Asradi
Völva
Sí, todo en los gestos y movimientos de Asradi clamaban por cautela, por desconfianza. No era culpa del chico en sí, sino del mundo en general. De lo que ella había vivido y cómo. Todo había ido bien hasta que había sido, casi literalmente, vendida a los dragones celestiales como futura consorte de uno de ellos. Se había negado en rotundo inicialmente, pero había tenido que acallarse por no poner en peligro a los suyos. Al final, la presión había sido lo suficientemente agobiante como para hacerla huír. Se arrepentía en parte y los remordimientos la reconcomían en algunas noches. Solo esperaba que su clan todavía se mantuviese en pie. Quizás la odiasen, quizás no. Pero ahora no podía echarse atrás cuando ya estaba hecho.

El tener ese hándicap, ese sentimiento persecutorio, le hacía desconfiar del mundo en general, al menos en primera instancia. Sirena y propiedad de los dragones celestiales. Era una combinación peligrosa en la superficie. Por fortuna, hasta ahora, había logrado ir escondiendo ambas condiciones, en mayor o menor medida. Aunque su condición de sirena había sido vista más veces, quizás, de las deseadas. Pero ese, en realidad, era un mal menor. En ocasiones.

Asradi apretó ligeramente los labios mientras continuaba mirando hacia el chico de ojos y cabellos llamativos. Sus colores eran vibrantes, hermosos como un día soleado. Como el fuego mismo. Un elemento tan contrario al que ella estaba habituada: el agua. Eran, en ese aspecto, polos totalmente opuestos. La sirena le siguió con la mirada, mientras él le explicaba que no tenía tanta experticia en el tema de las hierbas medicinales, que solo quería experimentar con ellas. Eso podía ser bueno o malo. Porque una hierba, dependiendo del uso que se le diese, podía ser un medicamento o un veneno. Ella lo sabía bien.

Tenía cierta mano al respecto. Todavía tenía mucho que aprender, aún así.

Entonces, ¿no te sería mejor acudir a un médico o un herborista en el pueblo? Aquí no creo que vivan demasiados. — No pudo evitar esbozar una muy breve sonrisa. Era un tono un poco irónico, pero no lo había dicho tampoco con maldad.

Pero, efectivamente, en ese lugar apartado no creía que el chico pudiese encontrar lo que buscaba. O quizás sí y aún no lo supiese. Asradi podría enseñarle, mostrarle algunas cosas, pero la cautela todavía estaba latente en aquella preciosa mirada azul, tan cambiante como el caprichoso océano.

Vió como el muchacho se acomodaba a una distancia prudencial de ella, respetando su espacio personal y la distancia que la sirena misma había impuesto. Le relajó un poco cuando él se sentó, demostrando que, aparentemente, no tenía malas intenciones. Al menos por ahora. La postura tensa de la pelinegra pareció aflojarse un poco. Incluso exhaló un pequeño suspiro, casi imperceptible. Se permitió, ahora, contemplar con más detalle al hombre frente a sí. Definitivamente, no era humano. Esas enormes y preciosas alas emplumadas lo definían como otra cosa. ¿Lo qué? No lo sabía. Había demasiadas especies en el mundo que ella no conocía.

Y le estaba pidiendo que continuase la canción. Asradi enarcó apenas una ceja. No se esperaba una petición similar por lo que se sintió un tanto azorada. Por norma general no era tímida, pero aquello le había tomado un poco por sorpresa. Contempló de nuevo la mirada contraria, perdiéndose en ella por unos segundos. El murmullo de la brisa marina se arremolinaba en torno a ambos, creando una escena única entre dos criaturas provenientes de mundos tan diferentes. Y, probablemente, tan iguales que ellos todavía no lo supiesen. El viento arreboló la arena de manera sutil, tanto como las plumas delicadas de aquella criatura como los cabellos ébano de la criatura del océano.

No muchos le hacían esas peticiones. Por no decir nadie, abiertamente. No había entablado relaciones duraderas, al fin y al cabo. Era un sentimiento de soledad al que, por desgracia, ya se había acostumbrado. Dudó unos momentos, dejando entrever ese sentimiento con la mirada. Pero, al final, pareció meditarlo y asentir brevemente para sí. ¿Qué daño podía causar?

Es una extraña petición, pero... — Finalmente, una muy suave sonrisa terminó por adornar su faz. — Está bien.

Aceptó al final.

Tomó aire unos segundos, buscando de nuevo esa conexión espiritual con el mar. Era sencillo al encontrarse tan cerca del mismo. Y, una vez más, aquella melodía casi mística se dejó escuchar, en un tono ahora vibrante. Dudoso al principio, pero que fue ganando fuerza a medida que la seguridad de la sirena se iba afianzando conforme los acordes continuaban. Solo se escuchaba eso y el murmullo del océano rompiendo en la orilla, con la vastedad del mismo como único testigo entre aquellas dos criaturas.
#6
Alistair
Mochuelo
La risa pequeña acompañaba más que solo sus propios comentarios. Escucharla a ella comentar sobre acudir a un médico en el pueblo provocó en él un atisbo de sonrisa, que pronto creció hasta convertirse en otra carcajada de corta vida que se perdió entre los sonidos del océano a tan solo unos pasos de ellos. La mirada era una ventana al alma, y observar los de ella le hacía sentir que no había malicia en sus palabras. Pero, por supuesto, esto al final del día tan solo era una corazonada que existía en la mente del Lunarian -¡Debería! Pero nunca he sido de permanecer demasiado tiempo en un mismo lugar, así que permanecer con un tutor que no sea un texto es algo complicado.- Su sonrisa se reemplazó temporalmente por una expresión de duda, acompañada por su mirada desviándose temporalmente a los cielos; haría una corrección pequeña. -¡Bueno! Quizá en un futuro llegará la hora de escoger un lugar para quedarme, pero aún falta para dar con esos días.

Una alegría indescriptible se apoderó de él al escuchar una positiva sobre su petición: La escucharía cantar nuevamente, llegando hasta el final de la aventura que había sido escucharla la primera vez. Y ahí estaba nuevamente, sin falta. Esa melodía que conseguía envolver su mente sin fallo, que lo llenaba de energía y provocaba en él un impulso repentino de estirar las alas y volar tan alto que consiguiera tocar las nubes. Evocaba en él un sentimiento cálido del cual no quería despegarse, mientras en el interior de su psique volaba en un mar de nubes bajo sus pies, blanco por donde sea que intentara ver, y un mar azul completamente despejado por encima de él. Si tan solo pudiera capturar ese momento eternamente... Ja. No era tan poco soñador como para vivir de un único momento. Pero tanto como pudiera, quisiera disfrutar éste. 

Sus manos empezaron a hacer golpeteos tan pequeños como suaves sobre sus propios muslos, siendo sutiles intentos inexpertos a la mejor de sus capacidades para seguir el tempo que la chica marcaba con su melodía. Era un milagro si conseguía sincronizarse con tres o cuatro notas en el momento correcto. Y aun así no dejaba de intentarlo, a pesar de saber el fallo que cometía desde el primer momento. 

Bastaba un vistazo a su rostro para leer su corazón, con una amplia sonrisa dibujada en medio siendo fiel prueba de sus emociones. Su amplia mirada estaba fija en ella, ensimismado casi sin parpadear, quemando en su cabeza a modo de recuerdo ese preciso instante como si se tratase de un valioso recuerdo; apreciaba a quien dedicaba un minuto de su vida para concederle un capricho espontaneo. ¿Por qué no podría serlo? Hasta ahora la predicción del buen día se había cumplido, por pronto que fuera para decirlo.

Tal que solo hizo más agridulce el momento en el que la melodía finalizó, algo que recibió desde el primer instante con aplausos; había que reconocer el mérito donde éste era capaz de demostrarse con tal claridad. Quería otra. Definitivamente quería otra, pero... No llegó a hacerlo, no porque no quisiera, sino porque su impulsividad tomó control de sus labios, vocalizando palabras muy diferentes a la petición de una nueva canción. Dijeron... 

-Dime, ¿Qué se siente poder nadar libremente por el océano?- Su curiosidad, nuevamente, tomó la dirección de sus acciones. Y aquello por lo que preguntó era una genuina curiosidad que hace mucho había vagado por su mente, sino que nunca había encontrado un momento correcto para salir a la superficie. Era la primera persona del mar que conocía de primera mano, y mas aún la primera que envolvía de tal manera el concepto del agua como lo era la esplendorosa sirena. 

-Si no es molestia que te lo pregunte, por supuesto. Solo que... Siempre he sentido curiosidad por cómo es la vida bajo el gigante azul que siempre veo desde arriba. Es melancólico pensar que hay todo un mundo allá abajo, tan variado como el de la tierra o entre las nubes, pero que es completamente inalcanzable para mí. Y me encantaría poder verlo algún día con mis propios ojos... - O al menos eso era lo que pensaba; le costaba imaginarse a sí mismo en las profundidades marítimas. Su tono tenía un tono más bajo de lo usual, y no se requería demasiado esfuerzo para notar una furtiva melancolía añorante en él, algo que inmediatamente cubrió con una sonrisa radiante y el tono radiante de siempre; solo en descuidos bajaría tanto la guardia como para mostrarse completamente transparente. -¡Bueno! Supongo que llegará la oportunidad algún día, o eso quisiera soñar. Y si no, ¡siempre habrá algo más!-
#7
Asradi
Völva
No era un secreto, no para ella al menos, el hecho de que solía perderse cada vez que cantaba. No perderse físicamente, sino más bien concentrarse y disfrutarlo tanto que era como si su mente y su cuerpo se olvidase de todos a su alrededor. Sus problemas incluídos. Por eso lo disfrutaba tanto, porque también le servía para evadirse, al mismo tiempo que conectaba con sus ancestros de alguna manera. La melodía era suave, pero el significado era potente. Solo las mujeres de su clan, y pocas, poseían un don como el que Asradi tenía, heredado en generaciones salteadas. Nunca se sabía cuándo iba a nacer una sirena con la afinidad como para comunicarse con los ancestros. Con los espíritus oceánicos o de aquellos que vivían por y para el mar.

El murmullo de las olas rompiendo cerca de donde ambos se encontraban hacía la escena todavía más idílica y salvaje, si eso era posible. Esa conexión con el océano que Asradi no solo mantenía, sino que también trataba de compartir con aquellos de buen corazón. Poco a poco, y tras varios minutos, la melodía fue finiquitando, acabando en un susurro silencioso hasta que tan solo se podía escuchar el sonido ambiente. Los ojos de la sirena, cuando miraron al de llamativos cabellos, permanecían todavía azules, pero con una profundidad cristalina, señal de que poco a poco también salía de aquel trance en el que se había sumido. La sirena tomó aire ligeramente y, al final, esbozó una suave sonrisa. Casi tímida en ese momento, se diría.

El silencio se apoderó de ellos durante unos momentos, hasta que el varón lo rompió con aquella pregunta.

No es ninguna molestia. Supongo que es una curiosidad habitual. — La misma curiosidad que, quizás, ella también tenía por la superficie. Eran dos mundos tan diferentes y, creía, al mismo tiempo tan iguales. Por eso, lo poco que había conocido de los habitantes de la tierra, a veces no entendía porqué había tanto racismo entre especies. El odio inherente entre gyojins y humanos, sobre todo.

Su postura volvió a relajarse, moviendo apenas la punta de la cola de tiburón, como lo haría un gato que está tranquilo pero en guardia al mismo tiempo.

De todas maneras, en los tiempos que corren, ya casi no se puede nadar de manera libre. Muchos han invadido los mares, para bien o para mal. — No pudo evitar mencionar, con un suspiro resignado y apesadumbrado. — Los de mi especie somos perseguidos. Y, generalmente, a las sirenas solo nos quieren como objetos decorativos en una pecera.

Sabía que no todo el mundo era así, pero había visto casos. Había escuchado. Ya fuese por su aspecto exótico o las leyendas que siempre habían rodeado a las mujeres de su especie, las sirenas siempre habían sido una especie de ensoñación romántica o sexual entre los hombres, sobre todo los de la superficie. Como un premio a obtener, del cual presumir.

Los Dragones Celestiales eran, en ese aspecto, los más peligrosos. Durante siglos habían esclavizado a los suyos de diferentes maneras, sin ningún tipo de consecuencia. Lo habían libremente, como si tuviesen derecho sobre las vidas de otras criaturas. ¡Ni siquiera respetaban a los de su propia especie!

Aún así, decidió apartar eses funestos pensamientos de su mente y, ahora, se fijó mejor en las llamativas alas de aquel chico.

Creo que es la primera vez que veo a alguien con alas. Son bonitas. — Halagó con una suave sonrisa.
#8
Alistair
Mochuelo
El no encontrar resistencia al realizar sus preguntas -aunque aun así se aseguraba de preguntar de antemano- era una muy agradecida característica que apreciaba en la chica. Después de todo, no era infrecuente para él encontrarse con personas que, al contrario, eran bastante más reservados con la forma de responder las preguntas que el rubio podía plantearles, por simplonas que pudieran ser, como si ocultasen alguno que otro secreto bajo la mesa. Y lo comprendía, pues todos tenían su manojo de trastos sucios que preferían apartar bajo el tapete o encerrar bajo llave que sacarlos al mundo exterior. Lo comprendía, y aun así... Todo sería tan increíblemente fácil y bello si nadie tuviera que guardar secretos entre dientes. Pero aquel tema era mucho más complicado que una tierra de sembrado para semillas idealistas. 

La chica reveló una triste realidad, una que lo hizo acompañarla en su suspiro con uno de idéntica naturaleza. Entrecerró los ojos y desvió su mirada hacia abajo por un instante, entristecido; le hubiera encantado ver los mares en sus años mozos, o al menos en la visión maravillosa en la que las criaturas marinas podían recorrer cada cuerpo de agua con tanta libertad como las aves podían surcar los cielos. -Ya veo... Siento que sea así, parece que las sirenas tienen que sufrir bastante por culpa de personas bastante podridas.- Comentó, ligeramente decaído. 

Pero pronto, su sonrisa hizo su mejor esfuerzo por regresar a su rostro. Intentaba regresar la conversación amistosa a su mejor punto, queriendo repeler cualquier angustia y tristeza que brotara en medio. Mas aún cuando esas emociones negativas afloraban de algo que, tristemente y de momento, no podían hacer nada al respecto. -Aunque he escuchado que hay un grupo de personas dedicadas a ayudarlas. A quienes sufren por las personas avaras como quienes lastimarían a las sirenas, quiero decir. Así que dentro de todo esto, puede haber un lado bueno y quizá una esperanza de que las cosas sean mejores después.- Una sutil mención a los revolucionarios, y un intento por abordar la situación en una luz más positiva. Con tiempo y esfuerzo, sabía que la era en la que vivían cambiaría para bien. 

Pronto, sus alas fueron el objetivo de la palabra femenina. ¡Y de un cumplido, nada menos! Uno bien recibido, debía añadir. Dejó salir una pequeña risa que no llegó a durar mas de medio segundo, una pequeña alegría que escapaba de su interior y se hacía escuchar en todo el lugar, aunque palideciendo ante el sonido de las mareas a pasos de ellos. -¡Gracias! Es la primera vez que escucho a alguien comentar sobre ellas, y me alegra que fuera algo bueno.- Extendió sus alas a los costados al finalizar la oración, dejando que las plumas de ébano pudieran lucirse en todo su esplendor en contraste con la luz del sol, colándose pequeñas estelas de luz entre los casi inexistentes espacios entre pluma y pluma; al demonio con la precaución, ya había verificado dos, tres y hasta cuatro veces que no había ojos curiosos en la escena o detrás de ella. 

-Aunque son mi mayor enemigo a la hora de la ducha, o si tengo la mala suerte de caer en agua. ¿Puedes imaginar cuánto pesan al estar completamente empapadas?- Rió mas fuerte y extenso esta vez, admitiendo esa pequeña desgracia con una carcajada mientras las recogía de vuelta. La verdad: Era como llevar dos personas más a cuestas. -Pero cada pluma queda sorprendentemente suave al tacto una vez se seca del todo, como pequeñas almohadas de la mejor calidad. Las llevo con orgullo, y seguiré haciéndolo hasta mi último día.- Sus palabras pronto lo llenaron de un agradable calor en su pecho, un sentimiento que atesoraba; eran su mas apreciada reliquia familiar. 

-¡Ah! Acerca de algo que me produce mucha curiosidad. Tu canción... ¿Qué es lo que dice realmente? Me apena un poco admitir que no he podido entender nada.- Se rascó suave la mejilla con su yema, acompañando sus palabras con gesticulación. -He podido... sentir tu canción, por extraño que pueda sonar, pero la letra es un misterio para mí. Y realmente quisiera saber si tiene algún significado oculto, o quizá solo improvisabas en un momento de inspiración.- Y aún restaba el misterio del idioma por el cual no entendía nada, pero no quería pedir demasiado en tan poco tiempo. Infería que aún quedaba cierto recelo comprensible en ella, y lo último que querría era ahuyentarla mediante un bombardeo incesante de preguntas que inclinaran la conversación en una única dirección. Dar y tomar, era lo justo.
#9
Asradi
Völva
Era inevitable no fijarse, y admirar, aquellas alas ébano, tan oscuras como el océano más profundo. Grandes y llamativas. Suponía que, al igual que ella con su cola, tendría también problemas para esconderlas. Si es que era necesario que lo hiciese, claro. No conocía absolutamente nada de la especie del chico, y eso también le llamaba la atención. Despertaba su curiosidad y su sed de conocimiento por todo lo que tuviese que ver con las criaturas de la superficie. Se quedó contemplando las preciosas plumas un poco más, aunque tratando de que su inquisitiva y azul mirada no fuese algo incómoda para él.

Me llamo Asradi. — Se presentó finalmente. Eran tan solo tres palabras, simples y sencillas. Pero que, para ella, eran un signo de confianza, el haberle dicho su nombre. Generalmente era una criatura esquiva y solo unos pocos podían granjearse ese privilegio, por llamarlo de alguna manera.

Una nueva sonrisa adornó los labios de la sirena quien, ahora, parecía mucho más relajada que al principio. El no saberse en peligro o que el otro pudiese tener malas intenciones también ayudaba. Además de que era muy notoria la genuina emoción que el otro mostraba con el hecho de ver una sirena. De hablar con ella con naturalidad sin verla como una forma de hacer dinero o algo peor.

Me imagino que tienen sus ventajas y sus desventajas, como todo. — Sonrió con algo de gracia, mientras contemplaba de nuevo las grandes y oscuras alas emplumadas, ahora extendidas en todo su esplendor. — A mi esta cola me sirve muy bien para moverme bajo y en el agua. Pero en la superficie, soy muy torpe con ella.

No tenía ni la agilidad ni la soltura propia que tendría nadando. Y eso era más que obvio si alguien se paraba un poco en ver como se movía: a saltitos. Ahora bien, el ver y saber que él portaba con orgullo aquellas alas, le hizo asentir de manera suave. Le pasaba lo mismo con lo que era ella, aunque a veces tuviese que esconderse. Pero lo hacía por un mero instinto de supervivencia. No quería volver a ser esclavizada de nuevo. Ese pensamiento le arrancó un ligero escalofrío que no pudo evitar. El hecho de escuchar, por otro lado, que había personas dedicadas a ayudar a aquellos que sufrían, hizo que la expresión de Asradi se tornase un poco más incrédula.

¿De verdad hay gente así? Es decir, no me malinterpretes... — Suspiró un poco, como si se tomase ese pequeño tiempo para buscar las palabras correctas. Tenía un conflicto de confianza con la gente, pero no podía evitarlo. — … Es solo que, hasta ahora, casi no he encontrado gente que ayudase de manera genuina. No digo que todos sean malos o unos aprovechados. Pero, por desgracia, son los que más abundan. ¿Por qué alguien más iba a arriesgarse por otras personas?

Ella no solía ser egoísta, pero ese instinto de supervivencia la hacía ser bastante cerrada en según qué tipo de temas.

Volvió a mirar al chico de manera más abierta. Le había despertado cierta curiosidad ese hecho. ¿De verdad había un grupo de gente ayudando o colaborando con aquellos que no podían defenderse? Al final, miró a Alistar casi con un suspiro.

No me importaría conocer a esa gente, de existir. — Bromeó un poco, solo para aligerar el ambiente que se había quedado con eso.

Algo que también hizo él, al preguntarle sobre su canción. Esa curiosidad sana y casi infantil le provocó un deje de ternura, junto con una suave sonrisa de la misma índole y también con un deje divertido. Entretenido y juguetón, en realidad.

Si la has podido sentir, como dices, entonces eso es lo más importante. A veces no es el hecho de entenderla o escucharla. Lo primordial es sentir algo. Porque te llega al corazón. Muchos escuchan, pero no oyen. — Explicó pacientemente, pero también halagada de que alguien preguntase al respecto. — No improvisaba. Es una canción muy antigua que ha ido pasando de generación en generación entre las de mi clan. — No era nada malo, al menos, comentarle eso. — Te conecta con tus ancestros, con el mar en sí.

Era, simplemente, algo cultural.
#10
Tema cerrado 


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