¿Sabías que…?
... Oda tenía pensado bautizar al cocinero de los Mugiwaras con el nombre de Naruto, pero justo en ese momento, el manga del ninja de Konoha empezó a tener mucho éxito y en consecuencia, el autor de One Piece decidió cambiarle el nombre a Sanji.
[A-T1] Conociendo a un gigante.
Octojin
El terror blanco
El sol se filtraba suavemente a través de las nubes mientras Octojin surcaba las tranquilas aguas del East Blue. Llevaba varios días nadando con una calma extraña en aquellos mares que guardaban constantes sorpresas. El gyojin tiburón se encontraba en un estado de paz que pocas veces lograba experimentar en los últimos meses. El suave balanceo de las olas bajo su cuerpo le recordaba su conexión natural con el océano, y cada brazada que daba le hacía sentir una libertad que solo los hijos del mar podían comprender.

Había sido una travesía larga, pero sumamente tranquila, y justo eso era lo que Octojin necesitaba tras sus últimas aventuras llenas de tensión y lucha. El agua era clara, y cada tanto veía un cardumen de peces nadando en perfecta sincronía, que parecían no tener miedo del escualo. También se encontraba de vez en cuando alguna manta raya deslizándose suavemente por el fondo marino. A veces, Octojin los acompañaba durante un rato, nadando junto a ellos solo por el placer de estar rodeado por la vida marina. Sin prisas, sin preocupaciones. La soledad le venía bien casi siempre, pero en algunas ocasiones el sentirse rodeado de más vida le hacía valorar de diferente manera la travesía.

El viaje había comenzado desde una pequeña isla que apenas era un punto en el mapa, y ahora se dirigía a Tekila Wolf, un archipiélago famoso por sus puentes colosales y su diversidad de climas. Octojin había oído hablar de las tres islas que componían Tekila Wolf: Ginebra Blues, la capital urbanizada; Wine Ballery, un vasto desierto con una torre coliseo; y Vodka Shore, un paraíso para los turistas y los jugadores. Su destino, sin embargo, era Ginebra Blues, la más al sur de las islas y donde esperaba encontrar una taberna para descansar y beber algo antes de decidir su próximo rumbo. Y quién sabe qué se encontraría allí. Bien era sabido por los intrépidos viajeros todo lo que se podía originar en una taberna. Desde hacer amigos a enemigos. De beber hasta caer rendido a rendirse ante la diosa de la fortuna.

A medida que se acercaba al archipiélago, la brisa marina se volvió más fría, y pudo ver los enormes puentes que conectaban las tres islas. Las estructuras eran impresionantes, alzándose majestuosas sobre el mar, como si fuesen caminos colgantes que unían los cielos con la tierra. El tiburón paró unos minutos a observar aquella instantánea. Al fondo, la silueta urbanizada de Ginebra Blues comenzaba a definirse con mayor claridad. Edificios altos, construcciones modernas y puertos llenos de actividad le dieron la bienvenida.

Octojin sintió una leve punzada de incomodidad. Aunque siempre había preferido el mar a la tierra firme, sabía que era necesario descansar y reabastecerse. Tras salir del agua, caminó por las concurridas calles del puerto, sintiendo las miradas curiosas y a veces recelosas de los humanos. A pesar de la creciente aceptación de los gyojin en algunas partes del mundo, había lugares donde todavía no eran bien recibidos. Ginebra Blues parecía ser uno de esos sitios, muy a su pesar. Empezó devolviendo las miradas con asco, pero finalmente creyó que aquello le traería más problemas que soluciones.

Caminó durante un rato antes de divisar una taberna. El cartel de madera en la entrada rezaba "El Barril del Capitán". Parecía un lugar discreto y perfecto para relajarse. Entró, y al hacerlo, notó cómo las conversaciones cesaban brevemente, pero pronto volvieron a su ritmo habitual. Era evidente que su presencia había causado cierta tensión, pero Octojin estaba acostumbrado y no le dio mayor importancia. Sabía lo que producía su presencia, y más en aquel sitio que parecía no querer recibirle demasiado bien.

Cruzó la estancia y se sentó en una esquina donde pudiera observar el lugar sin llamar demasiado la atención, aunque aquello estaba claro que era difícil. La taberna era cálida y acogedora, con mesas de madera desgastadas por el uso y lámparas de aceite que colgaban del techo, iluminando el espacio con una luz tenue y anaranjada. El ambiente estaba lleno de humo de tabaco, risas y el tintineo de jarras de cerveza, que parecía no faltar. En la barra, dos camareros no paraban de servir más y más cerveza en enormes jarras. El gyojin pensó que solo servirían aquello, pero también vio pasar alguna bandeja de comida, así que se alegró, sabiendo que allí podría alimentarse tras la travesía.

Ordenó tres jarras de cerveza y dos platos del día, que resultó ser muslo de rey marino. Aunque viendo el precio, claramente no lo era. Demasiado barato… El gyojin se había dado cuenta que era una tendencia vender carne de rey marino sin serlo. ¿Acaso aquello era legal? ¿No había algún tipo de control o denominación de origen?

Mientras esperaba su bebida, una figura en la parte más alejada de la taberna captó su atención. Sentado en una mesa adaptada para su descomunal tamaño, había un gigante. El ser medía al menos veinte metros de alto, a ojo, ya que estaba sentado y era difícil hacer una estimación. Y a juzgar por el peso, debía pesar, por lo menos, dos mil kilos. Ocupaba un tercio del lugar, y aun así, parecía estar haciendo todo lo posible por no estorbar a nadie. El gigante, con el cabello rubio y largo que caía en trenzas, y una barba espesa que le llegaba al pecho, tenía una mirada calmada y bondadosa mientras bebía de una jarra del tamaño de un barril de vino, que incluso resultaba pequeña en sus manos.

Octojin no pudo evitar sentir una conexión inmediata. Y tampoco pudo parar de observarle. Ahí entendió lo que los humanos sentían con él. No dejaba de ser extraño ver a un gigante en un sitio como aquel, al igual que lo era ver a un gyojin. Aquello cambió un poco la percepción que el escualo tenía sobre los humanos. Quizá la curiosidad no se había dado en él con los propios humanos, pero sí con el gigante. Quizá esa curiosidad le pedía hacer exactamente lo que detestaba que hicieran con él.

Como él, el gigante era una raza poderosa e imponente, pero también frecuentemente malinterpretada por los humanos. Su fuerza y tamaño podían infundir miedo, pero en realidad, no era eso lo que definía a un gigante o a un gyojin. Mientras observaba, Octojin vio en el gigante una familiaridad, una comprensión mutua sin necesidad de palabras. Ambos compartían la experiencia de ser diferentes, de tener una fuerza que a menudo intimidaba a quienes no los conocían, pero también de tener una bondad intrínseca que solo aquellos que se atrevían a acercarse podían ver. Y ambos estaban allí solos, lo que les recordaba que al fin y al cabo estaban en territorio enemigo. O al menos no en uno muy amigable, a juzgar por las miradas que recibían.

Y el tiburón pensaba eso porque no todos los humanos tenían bondad en el interior de su ser. Muchos parecían compartir un terrible odio hacia lo diferente. Desde una mesa cercana, un grupo de humanos comenzó a murmurar entre ellos. Al principio, los comentarios eran apenas audibles, pero poco a poco, la voz de uno de los hombres se alzó sobre las demás.

—¡Mira al grandullón ahí sentado! ¿Qué hace un monstruo como él aquí? —dijo el hombre cuya voz empezaba a sonar con más fuerza, un tipo bajo y robusto, con una cicatriz en el rostro. Su tono era burlón, y pronto otros de su grupo comenzaron a reírse, siguiendo su ejemplo.

—¿Acaso no sabe que aquí no caben los animales? —añadió otro, provocando más risas.

Octojin sintió cómo una chispa de ira comenzaba a encenderse en su interior. Miró al gigante, que seguía bebiendo tranquilamente, ignorando los insultos como si no tuviera intención de responder. A pesar de su tamaño y evidente fuerza, el gigante no parecía dispuesto a entrar en una confrontación. Pero Octojin no podía permitir que aquellos hombres continuaran.

Se levantó de su asiento con calma y se acercó al grupo de humanos, cada paso suyo resonó en el suelo de madera de la taberna, provocando sonoros crujidos. Los hombres dejaron de reírse cuando vieron al enorme gyojin aproximarse. Uno de ellos incluso retrocedió ligeramente, aunque trató de mantener una expresión de valentía.

—¿Hay algo aquí que les moleste? —preguntó Octojin, con voz grave pero tranquila, empleando un tono ligeramente amenazante.

El hombre de la cicatriz lo miró con desprecio, aunque su sonrisa arrogante vacilaba.

—¿Qué pasa? ¿Te molesta que nos burlemos de tu amigo gigante? —preguntó, cruzando los brazos como si intentara recuperar el control de la situación.

—Solo quiero saber —respondió Octojin, acercándose un poco más, hasta estar justo delante del hombre—, ¿por qué es tan divertido insultar a alguien solo por su tamaño?

El hombre intentó mantener su postura desafiante, pero los otros comenzaron a alejarse un poco. No estaban preparados para enfrentarse a alguien como Octojin, y mucho menos en defensa de un gigante.

—No te metas en esto, pez —espetó el hombre, dando un paso atrás y llevándose la mano derecha a la empuñadura de su espada, aunque trató de disimular su nerviosismo.

Octojin lo miró por un largo momento, y entonces, una sonrisa se dibujó en su rostro.

—Podría aplastarte en este mismo instante —dijo, con un tono más bajo, solo lo suficiente para que el hombre lo oyera—. Pero eso no es lo que hago. Ahora, os sugiero que os larguéis antes de que cambie de opinión.

El hombre titubeó, mirando a sus compañeros en busca de apoyo, pero estos ya estaban alejándose, conscientes de que la situación se estaba poniendo seria. Finalmente, el hombre de la cicatriz gruñó algo ininteligible y se dio media vuelta, saliendo de la taberna con los otros detrás de él.

Octojin volvió a sentarse en su lugar, mirando al gigante, quien le dedicó una mirada de agradecimiento desde su mesa. El gyojin asintió en respuesta. No necesitaban decirse nada, la comprensión entre ellos era silenciosa, pero profunda.

El resto de la tarde transcurrió con más calma. Octojin disfrutó de su bebida, y aunque estaba rodeado de humanos, se sentía más cómodo de lo que esperaba. La conexión que había sentido con el gigante le había recordado algo importante: aunque él fuera un gyojin y el otro un gigante, ambos compartían una lucha similar en este mundo dominado por humanos.

Cuando Octojin finalmente decidió que era hora de irse, se acercó al gigante, quien lo miraba con una sonrisa serena.

—Gracias por intervenir —dijo el gigante con una voz profunda, pero amable—. No quería problemas.

—No fue nada —respondió Octojin, cruzando los brazos—. A mí tampoco me gustan los problemas, pero a veces, hay que defender lo que es justo.

El gigante asintió lentamente mientras bebía un trago más de alcohol. ¿Qué sería lo que estaba bebiendo?

—Mi nombre es Helgar —dijo, extendiendo su gigantesca mano hacia el escualo.

—Octojin —respondió el gyojin, tomando la mano de Helgar en un gesto firme.

Mientras salía de la taberna, Octojin se permitió sonreír. La travesía lo había llevado a Tekila Wolf, una isla que no esperaba que le ofreciera mucho, pero había encontrado más de lo que buscaba. La paz que había experimentado con Helgar eran cosas raras en su vida, y aunque sabía que sus caminos probablemente no volverían a cruzarse, se sentía satisfecho de haber conocido a alguien que, en cierto modo, entendía lo que significaba ser visto como un monstruo por la gente común.

Pero entonces algo se torció. Cuando iba de camino al muelle, en busca de trabajo de carpintero, algo que solía hacer en cada isla a la que llegaba, el sonido de un disparo lo aturdió. No pasó ni un segundo desde que escuchó el sonido hasta que notó cómo algo perforaba su antebrazo izquierdo. El dolor fue de más a menos, y no pudo evitar llevar su mano derecha a la zona impactada, de la cual salía sangre. Se volteó, mirando hacia la zona desde donde había salido ese disparo. Y, como no, eran aquellos estúpidos humanos que se habían metido con el gigante.

—Veremos si ahora eres tan valiente —comentó el que sostenía el rifle con el que el tiburón pensó que le habían disparado—. ¡A por él!

Y tras su orden, el hombre volvió a apuntar al habitante del mar mientras cuatro humanos corrían hacia él. Dió un paso hacia atrás y posicionó su pierna derecha detrás, adoptando una pose defensiva. Los humanos se abalanzaron sobre él con agilidad. Dos de ellos portaban una especie de puño americano, mientras que los otros dos usaban una especie de katanas algo raídas.

Juntando los brazos en cruz, el escualo los endureció, creando una defensa más sólida que pudo repelear a los luchadores, haciendo que cayesen al suelo derribados mientras que los espadachines resistieron la defensa y continuaron la ofensiva creando surcos en el aire con la intención de cortar al habitante del mar. Mientras, en la lejanía, el tirador apuntaba sin disparar aún. Quizá porque sus aliados y el escualo estaban demasiado cerca como para jugársela.

Con un par de ágiles movimientos Octojin consiguió zafarse de la ofensiva de los dos humanos, aunque recibió en el transcurso un par de cortes poco profundos en los costados. Fue entonces cuando, adoptando una pose de karateka, se preparó para su ofensiva. Con el pie izquierdo atrás, las manos hacia alante a la altura del pecho y una mirada con suma determinación, empleó su querido Gyojin Kárate.

Dió un par de pasos hacia el primer espadachín y realizó un corte seco con gran potencia. La palma de su mano derecha golpeó la boca del estómago de su rival, que salió despedido varios metros hacia atrás. Sin dar tiempo a que el otro humano reaccionara, hizo lo propio con la palma izquierda. Esta vez golpeó un poco más arriba, sobre el pecho, y el humano salió despedido varios metros más atrás que el anterior.

El habitante del mar se lanzó al suelo, realizando una pequeña voltereta cuando observó que el tirador empezaba a disparar. Aquello le hizo evadir dos balas y llegar hasta los enemigos derribados. Golpeó el pecho del primero, que seguía derribado en el suelo. Un golpe seco que le recordó cuando cortaba leña en el bosque para reparar los barcos del muelle. Y cuando iba a por el último humano de los cuatro que se habían lanzado contra él, notó de nuevo cómo una bala atravesaba su cuerpo. Esta vez en la pierna derecha, a la altura del muslo. Su cara se giró casi por instinto, y el latigazo que notó le recorrió toda la longitud de la pierna. Aquella, por alguna razón, le dolió bastante más.

Cuando se levantó vió al tirador recargando su arma, mientras que el último humano acababa de reincorporarse. Estaba a diez metros del tiburón. Con un gran esfuerzo, el gyojin dió un par de pasos lentos, para ver el estado de su pierna. No podía apoyarla completamente, pero sentía que aún tenía unos minutos antes de que el dolor fuese aún mayor y no la pudiera mover. Sin pensárselo, se lanzó con enorme brutalidad al humano y le placó, golpeándole repetidas veces en el rostro. Cuando paró, observó al tirador apuntando de nuevo, y por inercia se tapó con el cuerpo del humano. El primer disparo dió de lleno en él, así que el gyojin se creyó que usarlo de escudo era una buena idea. Corrió hacia el tirador sin pensarlo, hasta que la física le quitó la razón. El humano que llevaba de improvisado escudo podía medir entre uno ochenta a dos metros, y el tiburón algo más de cuatro. Las matemáticas no fallan, y con el humano apenas cubría la mitad de su cuerpo. Había decidido cubrir el rostro y el pecho, intentando minimizar así los impactos en zonas vitales, pero el tirador pese a que era un fanfarrón no era tonto. Tras dar dos disparos al que era su compañero, lanzó otros tres a la zona inferior del cuerpo de Octojin, dando dos balas en sus piernas. Una en la izquierda, y otra que se sumaba a la que ya tenía en la derecha. Aquello hizo que el gyojin sintiese dos punzadas dolorosas que le hicieron frenar en seco, a escasos quince metros de su último enemigo.

Con el rostro serio y notando cómo la sangre brotaba por sus piernas, el escualo lanzó el humano hacia el tirador con fuerza. Pese a que su puntería no era muy buena, su fuerza sí que lo era. El humano pasó a escasos centímetros del tirador, algo que al menos bastó para que se moviera hacia el otro lado y dejase de apuntar. Unos segundos que valían oro. Entonces el gyojin dió un potente impulso y sintió cómo sus piernas respondían a su orden con ciertos problemas, pero lo hacían. Llegó hasta el tirador y volvió a placarlo. El arma de fuego cayó al suelo y se disparó, pero por fortuna no lo hizo en la dirección de ninguno de los dos combatientes.

La mano derecha del escualo agarró el cuello del humano y empezó a apretar. Durante ese momento, multitud de cosas pasaron por su cabeza. ¿Debía acabar con la vida de aquél hombre? No dudaba en que de ser al contrario y ser el tirador el que tenía la sartén por el mango, apretaría el gatillo. Pero él no era así. Su odio venía de acciones así, de humanos llenos de ira y odio a lo distinto. No podía alimentar aquello en lo que tanto evitaba convertirse. Así que con una mano levantó el cuerpo del humano y lo lanzó con fuerza hacia el suelo, notando cómo éste crugía y el hombre caía incosciente al suelo. Tras ello, se sentó allí, observando cómo los cinco humanos estaban totalmente derrotados. Sus heridas, por otro lado, deberían ser atendidas con brevedad, o en caso contrario, se vería en problemas.

Helgar, junto a varios humanos salieron de la taberna, quizá con curiosidad por los disparos. Y sus rostros fueron de completa sorpresa. Aquel panorama seguramente no se lo imaginaban. Un tiburón sentado, lleno de sangre y heridas y cinco humanos repartidos por la zona, ensangrentados e inscoscientes.

—No empecé yo —se limitó a decir antes de que nadie dijese nada —. ¿Hay algún médico por ahí?

Y mientras el sol comenzaba a ocultarse en el horizonte, Octojin esperó a que alguno de los presentes le atendiese. Tras ello, y una vez recuperado, se limitaría a continuar su camino, sabiendo que aún le quedaban muchas aventuras por vivir en los vastos mares de ese mundo.
#1
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