Hay rumores sobre…
... una plaga de ratas infectadas por un extraño virus en el Refugio de Goat.
[Autonarrada] [A-T2] Entrenando con un gigante
Octojin
El terror blanco
El sol se colaba débilmente por las ventanas del pequeño hospital de Tekila Wolf, iluminando el modesto cuarto donde Octojin yacía recuperándose. La luz acariciaba su escamosa piel, resaltando las cicatrices de sus últimas batallas, hacía ya unas horas. El olor a medicinas y hierbas llenaba el ambiente, y el murmullo suave de los médicos y enfermeras se filtraba a través de la puerta entreabierta. El tiburón sentía el peso de sus heridas recientes, pero no podía negar que, gracias al buen trato recibido, su recuperación había sido más rápida de lo que esperaba. Eso y que no pasó ni media hora desde que le encontraron hasta que empezaron a tratarle en el hospital.

En su mente, seguían resonando los ecos del combate que había tenido días atrás con aquellos estúpidos humanos que habían osado a insultar al gigante de la taberna. Había sido una pelea brutal, un duelo de fuerza y resistencia algo desigualado en número, pero que con suerte, había acabado del lado del escualo. Aquello era algo que no podía permitir. Que la gente se metiese con los que eran diferentes podía decirse que era su talón de Aquiles.

A pesar de su largo entrenamiento a lo largo de los años, había subestimado a sus oponentes. Quizá porque eran humanos, o puede que porque se sentía sumamente confiado. Sin embargo, lo que más le había sorprendido no era la pelea en sí, sino lo que sucedió después. Tras la batalla, había sido él gigante quien, sin dudarlo, se había ofrecido a pagar el tratamiento de Octojin y le había llevado hasta allí. La preocupación genuina en sus ojos cuando lo dejó en el hospital aún estaba grabada en la mente del escualo, que no podía sino agradecer lo que había hecho por él.

—No te preocupes, amigo. Me aseguraré de que te recuperes pronto —había dicho el gigante, colocando su enorme mano sobre el hombro de Octojin, con una suavidad que no esperaba de una criatura tan imponente. No la separó hasta que la respiración del habitante del mar volvió a unos niveles medianamente normales.

Durante los siguientes días, el gigante visitaba a Octojin en el hospital con frecuencia, siempre con una sonrisa en el rostro y una actitud cálida. Se sentaba a su lado, compartiendo historias de sus viajes, sus batallas y su vida en las tierras de Elbaf, a las cuales invitó al habitante del mar en numerosas ocasiones. El gigante, de nombre Helgar, como así se había presentado en la taberna, era un tipo que a pesar de su tamaño y fortaleza, irradiaba una bondad inusual. Se había ganado el respeto de Octojin —y de todos los presentes en la taberna, a decir verdad— no solo por su fuerza, sino también por su nobleza.

Helgar había llegado a Tekila Wolf unas semanas antes que el escualo para buscar una vida más tranquila, lejos de los constantes conflictos de su tierra natal. Aunque aún conservaba su amor por el combate, prefería ahora entrenar y perfeccionar sus habilidades sin la necesidad de matar o destruir. Era evidente que el gigante no encontraba placer en la violencia sin sentido. Algo que hizo que el gyojin le diese todo su respeto. Había renunciado a emplear la violencia incluso cuando se estaba sintiendo atacado. Allí, en la taberna, habría experimentado con total seguridad una denigración que pocos habrían pasado por alto como él. Aquello sin duda, decía mucho de su forma de ser.

—Sabes, Octojin —dijo una tarde mientras ambos se sentaban en el jardín del hospital, algo que acostumbraron a hacer durante su recuperación—, los más fuertes no siempre son los que ganan las batallas. A veces, la fuerza real está en saber cuándo no luchar, o cuándo merece la pena retirarse.

Octojin asintió, aunque en el fondo sabía que, para él, la fuerza era una herramienta crucial en su vida como cazador de maleantes. Aun así, no podía dejar de admirar la perspectiva del gigante.

Días después, cuando Octojin finalmente se sintió lo suficientemente recuperado para moverse con libertad, Helgar le propuso una idea que lo tomó por sorpresa. Algo que no se podía esperar pero que hizo que toda aquella recuperación mereciese la pena.

—Ahora que estás bien, ¿qué te parece si entrenamos juntos? —preguntó el gigante con una sonrisa—. No te preocupes, será solo un entrenamiento amistoso. Nada que te vuelva a mandar al hospital.

Octojin no pudo evitar sonreír. Aceptó la propuesta con unas ganas tremendas, emocionado por la oportunidad de medir su fuerza una vez más, y por primera vez contra un gigante. ¿Acaso podría hacerle frente? No estaba acostumbrado a pelear con alguien que tuviese un tamaño superior al suyo, y el gigante lo superaba con creces. Aquello, sin duda, sería una aventura de por sí sola.


El día del entrenamiento


El cielo estaba despejado y el sol brillaba intensamente sobre el despejado campo donde se llevaría a cabo el entrenamiento. Tekila Wolf no era un lugar conocido por su paz, pero en aquel rincón apartado de la civilización, los sonidos de la ciudad quedaban muy lejanos. El aire olía a salitre y el viento acariciaba la piel de los combatientes. Helgar y Octojin se preparaban, cada uno en un extremo del campo. Aunque el ambiente era visiblemente amistoso, ambos sabían que aquello no sería un simple juego y que el orgullo de ambos prevalecería sobre todo, haciendo que la batalla fuese mucho más intensa de lo que cabría esperar de un entrenamiento.

Helgar, con su imponente figura, se estiraba lentamente, haciendo que sus músculos gigantescos se tensaran bajo su piel. Era una verdadera montaña de músculo, pero sus movimientos eran sorprendentemente ágiles para alguien de su tamaño. Mientras tanto, Octojin hacía lo mismo, asegurándose de que cada parte de su cuerpo estuviera lista para el esfuerzo que se avecinaba. Si alguien lo estaba viendo desde fuera, parecía como si padre e hijo estuviesen intentando hacer lo mismo, aunque claramente no era así. El gigante lucía más imponente que el gyojin, y aquello quizá empezaba decantando la balanza moral del lado de Helgar. Aunque las heridas del habitante del mar estaban curadas, podía sentir una ligera tensión en una de ellas, un recordatorio de lo que había sucedido en su último enfrentamiento. Algo que sin duda, lo mantendría aún más alerta.

—Recuerda, esto es solo un entrenamiento —dijo Helgar—. No necesitamos destrozarnos. Ante cualquier problema, avisa y paramos.

Octojin asintió, pero sabía que una vez que la adrenalina comenzara a fluir, ambos darían lo mejor de sí. Y la cabezonería del escualo no era moco de pavo. Tendrían que tumbarle para que se diese por vencido.

El combate comenzó con una intensidad inesperada. Helgar, a pesar de su tamaño, se movía con una rapidez impresionante. Sus pasos hacían temblar el suelo mientras avanzaba hacia Octojin con la fuerza de un alud. Octojin, por su parte, confiaba en su agilidad y conocimiento del combate. Sabía que no podía enfrentarse directamente a la fuerza bruta del gigante, así que optó por esquivar y esperar el momento adecuado para contraatacar.

El primer intercambio de golpes fue feroz. Helgar lanzó un golpe descendente con su enorme puño, dirigido directamente hacia la cabeza de Octojin. El gyojin reaccionó en el último segundo, esquivando hacia un lado y lanzando un golpe rápido con su puño cubierto de haki hacia el costado del gigante. El impacto resonó como un tambor, pero Helgar apenas se inmutó.

—Buen golpe, tiburón —rió el gigante—, pero vas a necesitar más que eso.

Antes de que Octojin pudiera responder, Helgar ya estaba sobre él de nuevo. Esta vez, el gigante lanzó una patada baja que Octojin apenas logró esquivar. El pie del natal de Elbaf se hundió en el suelo, levantando una nube de polvo. Aprovechando el momento, Octojin lanzó una serie de rápidos golpes al torso del gigante, buscando debilitar su resistencia. Pero cada golpe parecía tener poco efecto, como si estuviera golpeando una muralla de acero.

Entonces, Helgar tomó la iniciativa. Con un rugido, lanzó un puñetazo hacia adelante que Octojin apenas pudo bloquear con ambos brazos. El impacto fue devastador. Aunque había logrado detener el golpe, la fuerza del impacto hizo que sus piernas se hundieran en el suelo y sintiera cómo sus brazos temblaban bajo la presión.

Octojin sabía que no podía continuar enfrentándose a Helgar directamente. Tenía que aprovechar su agilidad. Saltó hacia atrás, poniendo distancia entre él y el gigante. El gyojin se movía con gracia, como si estuviera nadando en el agua, mientras Helgar lo seguía de cerca con los ojos, como un depredador concentrado buscando el momento idóneo para atacar.

El siguiente intercambio fue aún más intenso. Octojin se lanzó hacia adelante con una velocidad impresionante, utilizando su haki para fortalecer su cuerpo y aumentar la potencia de sus golpes. Esta vez, logró conectar varios impactos en las piernas de Helgar, obligando al gigante a retroceder. Pero Helgar, mostrando una resistencia sobrehumana, lanzó un golpe con su enorme puño que Octojin apenas pudo esquivar. El aire alrededor del puño del gigante pareció vibrar con la fuerza del golpe.

El tiburón continuó con su ofensiva haciendo gala de su enorme cabezonería, moviéndose en círculos alrededor de Helgar, buscando un punto débil. Pero cada vez que lograba conectar un golpe, el gigante respondía con una fuerza aplastante. Entonces, ocurrió lo que Octojin temía. Uno de los golpes del gigante impactó en su costado, justo donde una de sus heridas anteriores se había producido. Sintió un dolor agudo atravesar su cuerpo y supo que algo no estaba bien. Pero no podía detenerse. No en ese momento.

—Eres rápido, tiburón —dijo Helgar, con su voz resonando como un trueno—, pero no podrás esquivar para siempre.

Octojin sabía que el gigante tenía razón. Sus fuerzas estaban comenzando a agotarse. Cada movimiento dolía más que el anterior, y su respiración se volvía cada vez más pesada. Pero no podía rendirse. Con un último esfuerzo, lanzó un poderoso golpe hacia el rostro del gigante. Helgar lo vio venir y, con una velocidad sorprendente, bloqueó el golpe con su antebrazo y lanzó un contragolpe devastador.

El puño de Helgar impactó de lleno en el estómago de Octojin. El tiburón sintió cómo el aire escapaba de sus pulmones y, antes de que pudiera reaccionar, su vista se oscureció. Helgar había puesto todo su poder en ese golpe, y el cuerpo del escualo no pudo soportarlo. El gyojin cayó al suelo con un estruendo.


De vuelta en el hospital


Cuando el habitante del mar abrió los ojos de nuevo, se encontraba de regreso en el hospital. La luz del sol se filtraba por la ventana, y el olor familiar de las medicinas le hizo saber que había vuelto al mismo lugar donde había estado recuperándose anteriormente. Sintió el dolor en su cuerpo, pero también una extraña sensación de calma. Por un momento se preguntó si todo aquello había sido un simple sueño.

A su lado, sentado en una silla, estaba Helgar, quien lo miraba con una sonrisa preocupada.

—Lo siento, amigo —dijo el gigante—. Creo que me dejé llevar un poco. Pero no te preocupes, ya estás en camino a recuperarte. Eres más fuerte de lo que pensé.

Octojin intentó sonreír, pero el dolor en su cuerpo se lo impidió. A pesar de todo, no podía evitar sentirse satisfecho. Había dado lo mejor de sí, y aunque había perdido el combate, había ganado algo más valioso: el respeto y la amistad de un gigante.

—Tendremos nuestra revancha algún día —respondió el tiburón, notando su voz ronca, quizá fruto del cansancio.

Helgar soltó una carcajada.

—Eso espero, amigo. Eso espero.
#1


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