Alguien dijo una vez...
Bon Clay
Incluso en las profundidades del infierno.. la semilla de la amistad florece.. dejando volar pétalos sobre las olas del mar como si fueran recuerdos.. Y algún día volverá a florecer.. ¡Okama Way!
[Autonarrada] [A-Presente] Preparando la caza [T2]
Derian Markov
Lord Markov
CAMAROTE PRINCIPAL DE LA VELA DE PLATA

Rostock, 54 de verano del año 724. Por la mañana

- Lord Markov, su periódico y la correspondencia - el marinero hizo una reverencia mientras le entregaba los documentos. El conde dejó su lectura de lado, un tratado sobre lenguas muertas y cogió los papeles. Pasó las hojas con desinterés, hasta ver algo que le llamó la atención - Tal vez sea estas presas tengan algo interesante que ofrecerme, aunque sea sus vidas. Dimitri, consígueme recipientes para el viaje. Y avisa al señor Hunter. Nos vamos de caza.

- A sus órdenes, señor conde.

El marinero salió del camarote cerrando la puerta. En cuanto Derian estuvo solo, se reclinó en la silla, se llevó una mano a la cara y los hombros empezaron a temblarle ligeramente de excitación. Una sonrisa macabra se dibujó lentamente en sus labios y, al principio conteniéndola, empezó a reír. No fue una risa alegre, provocada por el humor o la felicidad. Era una siniestra risa que exudaba maldad, sed de sangre y ansias de matar. El conde había encontrado una oportunidad para matar, alimentar su sed y escribir su nombre en el mundo en rojo sangre. Y estaba terriblemente feliz y excitado. Tanto que le costaba mantener su habitual fachada de frialdad y falta de emociones. Tan solo pensar en cómo podría liberar sus deseos impunemente sobre decenas de presas hacía que le picasen las manos con las ganas de matar. Necesitaba sentirse vivo. Necesitaba hacer a otro suplicar por su existencia y sentir el poder sobre su vida al arrancársela lentamente. Se relamió los labios y llamó - ¡Dimitri! ¡Tráeme al prisionero de la bodega! Voy a... terminarlo.

Mediodía y tarde

El primer paso en toda cacería es la preparación. El cazador debe saber en qué terreno va a operar. Debe saber cuál es su presa, cómo se mueve, cuáles son sus costumbres. Debe idear un plan y escoger un método de acción. Derian era muy consciente de todo esto y no quería dejar al azar su futuro divertimento en las Islas Gecko. Debía enterarse de quién era ese Trent al que querían muerto y qué había ocurrido hasta entonces en las islas. Con estos planes en mente, dejó el barco tras comer un sobrio almuerzo y empezó su recopilación de información. Compró periódicos viejos que mencionasen acontecimientos en las islas, preguntó a tenderos, habló con marineros en el puerto buscando gente que hubiese estado hace poco en las islas... descubrió algunas cosas en el proceso. Se enteró de que una banda pirata, los Sin Calzone, habían estado unas semanas atrás en el archipiélago y quemado el astillero de Kolima. Supo que había cierta rivalidad entre el astillero de Kolima, con carpinteros más hábiles y buenos leñadores que sabían tratar la madera, y el astillero de Syrup, dotado de más dinero y medios técnicos. Todo parecía indicar que la rivalidad había trascendido la simple competencia comercial y llegado a un conflicto, aún no abierto.

Derian podía entender a McCoy. Es decir, su opinión de él era mala. Era lo bastante inepto y débil como para tener que depender de otros para solucionar sus problemas. Un gobernante fuerte sabía cómo usar los recursos a su disposición para mantener a la chusma a ralla. McCoy era incapaz de lidiar con unos pocos leñadores y había tenido que pedir a mercenarios que se encargasen por él de sus problemas. A ojos del conde, era una simple presa que se creía poderosa por tener un puesto y dinero. Pero el poder sin voluntad carece de dirección y la voluntad sin poder es inútil. Ambas situaciones eran propias de presas. Sin embargo, más allá de esas consideraciones, el conde comprendía al alcalde. Era molesto que unos pueblerinos vecinos se entrometiesen en sus negocios una y otra vez. Si alguna lección de su padre había merecido la pena, las de cómo tratar con la chusma merecían tal consideración. El pueblo solo entiende el miedo. Sé complaciente con ellos y te perderán el miedo. Empezarán a pedir más y a exigir estar a tu altura. Una presa enardecida se cree fuerte y valiente. Muchas presas enardecidas forman una turba que pierde temporalmente el miedo. En cambio, siembra el miedo entre tus súbditos y no se atreverán a cuestionarte. Rige con justicia pero dureza y aprenderán a respetarte y agachar la cabeza.

Noche

No podía con la emoción. Durante todo el día, sus manos le habían picado constantemente. Había asesinado mentalmente a cada persona con la que había hablado. Había fantaseado con abrir sus arterias y beber su contenido desenfrenadamente. Matar al último prisionero de la bodega no había sido suficiente. Necesitaba beber sangre y necesitaba matar o se volvería loco de expectación. No podría dormir tranquilo hasta que hubiese saciado al menos una parte de aquel sentimiento. Hasta que, una vez más, encontrase el sentido de su existencia en la humillación y muerte de otros. El Otro Yo estaba casi a flor de piel. Si no lo contentaba, pronto saldría a la luz y entonces lidiaría con consecuencias más graves. No le apetecía que El Otro matase a su tripulación. Eran hombres leales y temerosos de su persona que le habían acompañado desde el North Blue.

Salió de nuevo de la Vela de Plata con Măcelar en su mano, listo para matar. Sin embargo, no quería cualquier presa. Sus manos le pedían sangre fuerte. Llevaba ya un tiempo en el East Blue y su nombre aún no era conocido. A diferencia de en su condado, la gente no susurraba su nombre con temor. La gran mayoría ni siquiera lo había oído nunca. Eso debía cambiar.

Su primera presa fue el sargento de una patrulla marine. Emboscó a la patrulla y dio cuenta de los cuatro reclutas con rápidos cortes. Cuando el sargento reparó en él, Derian avanzaba hacia él con el arma ensangrentada en la mano y la muerte en los ojos. Para decepción del conde, el hombre gritó y huyó. No. Aquella noche no quería una caza tan sencilla. Quería una presa que le diese un combate digno. Frustrado y enfadado, decidió castigar al marine. Lo capturó y, tras beber de su sangre sin abrir una arteria para no matarlo, le arrancó los ojos y le rompió las rodillas. Con su víctima inconsciente por el dolor, se cargó el marine al hombro y fue en busca de una presa mejor.

Tras esconder a su primera víctima en un barril, encontró algo más prometedor en una taberna del puerto. Un pirata alardeando de sus éxitos y de la recompensa de dos millones que habían ofrecido por su cabeza, una jugada arriesgada (sino estúpida) en una isla con una base marine. Derian no se quedó con su nombre. No era lo que quería de él. Todo lo que quería era que le diese una cacería excitante y le hiciese sentir la muerte cerca. Aquella descarga de energía al saberse en peligro, esa sensación que hacía que el corazón latiese más fuerte, el tiempo se ralentizase y el cuerpo se volviera ligero. No hizo falta mucha provocación. Las presas, al fin y al cabo, son seres simples. Le bastó con cuestionar su historia y su virilidad. Suficiente para que el pirata sacase sus pistolas y le ofreciese salir a la calle a demostrárselo. Derian aceptó con gusto.

El pirata era un buen tirador, pero quedó claro que era mejor con la lengua que con las armas. Logró, sin embargo, herir al conde. Lejos de enfadarle o amedrentarle, el dolor de las heridas dibujó una sonrisa en los labios de Derian. Lo que siguió a continuación hizo que el grupo de curiosos que habían salido de la taberna huyesen despavoridos. Los gritos de dolor del pirata resonaron por todo el puerto.

Su última presa fue una vigilante anónima. Una mujer que, armada con una espada, había salido con el explícito objetivo de matarle. Desconocía si era debido a sus alimentaciones y secuestros de las noches previas, pero sospechaba que ese era el caso. A diferencia de los otros dos, Derian sintió respeto por esta persona. Tenía el valor y la voluntad de buscar a un enemigo poderoso a sabiendas. Tal vez incluso podía considerarla una cazadora y no una presa. Pero el conde era cruel y artero. Por mucho que la mujer le hubiese despertado simpatías, Derian no jugaba limpio. Tras un duro intercambio de golpes en el que la vigilante demostró ser una enemiga mucho más dura que sus presas previas, el conde cambió de arma. Măcelar era el arma que empleaba para las presas débiles. La consideraba más una herramienta para conseguir sustento que un arma real. En su lugar desenvainó a Gheara. Usando el terreno a su favor, Derian fingió huir y se metió en un callejón. En el momento en que su perseguidora apareció doblando la esquina, el conde derribó una pila de cajas encima de ella de una patada. Mientras la mujer recuperaba el equilibrio, Derian le cortó la mano derecha en un rápido corte. Entonces, en una muestra de respeto por una rival digna, le dio una muerte rápida decapitándola, en lugar de alargar su tormento y jugar con ella.

Amanecer

Rostock despertó con un macabro espectáculo en su plaza principal. Tres personas mutiladas aparecieron junto a la fuente del centro, en diferentes poses. Una era una mujer sentada con las piernas agarrando su propia cabeza y con una katana "enfundada" en su esófago. Otro era un hombre, un pirata menor de la zona, al que habían cortado los genitales y se los habían colocado en la mano. En el pecho desnudo tenía escrito con cortes "he aquí mi virilidad". El tercero aún estaba vivo. Un sargento marine, atado y amordazado contra la estatua de la fuente. Le habían destrozado las piernas y cegado.

Pero lo peor de aquella mañana no fue la visión de la obra del demente asesino. Fueron las palabras que salieron de los labios del marine al quitarle la mordaza: "¡Derian! ¡Derian Markov! ¡Conoced mi nombre, pues un día volveré!" fueron las palabras que gritó entre sollozos y gemidos. Una promesa y una amenaza.

Mientras tanto, la Vela de Plata se alejaba ya de la isla, dirigiéndose a su nuevo destino, donde el conde liberaría sus horrendo apetitos sobre nuevas presas.
#1


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