Alguien dijo una vez...
Monkey D. Luffy
Digamos que hay un pedazo de carne. Los piratas tendrían un banquete y se lo comerían, pero los héroes lo compartirían con otras personas. ¡Yo quiero toda la carne!
[Autonarrada] Crispación en la vida de un currante [T2]
Ragnheidr Grosdttir
Stormbreaker
Día 29 de Otoño del año 714

Ragn había encontrado un inesperado refugio en el Baratie, ¿donde había estado este maldito lugar antes?. La primera semana allí transcurrió de forma inusualmente tranquila, sin apenas sobresaltos. Le parecía casi increíble que aquel restaurante flotante, pintoresco y lleno de vida, fuera ahora su refugio. Su tamaño colosal y su ferocidad latente parecían fuera de lugar entre ollas y cucharones, pero incluso los hombres más grandes podían encontrar la paz en los lugares más insospechados.Durante las primeras semanas, Ragn se dedicó a aprender los rudimentos de la cocina. Zaza y su esposa le enseñaron con paciencia, y pronto él comenzó a adaptarse. Le había costado al principio, y más de una vez destrozó platos o cuchillos bajo la presión de sus manos, que, acostumbradas a manejar armas, se sentían torpes y fuera de lugar al sostener cucharones. ¡Pescar siempre se le había dado bien! e incluso manejar pescados al fuego, pero no otras comidas ... Sin embargo, la compañía de los trabajadores y la rutina le ayudaron a asimilar el nuevo entorno, y el barco restaurante comenzó a sentirse menos como un lugar de paso y más como un refugio seguro. Ragn formó una particular camaradería con tres personas en especial. La primera era Xandros, un hombre alto y delgado, con una melena negra y brillante que siempre mantenía recogida en una coleta baja. Xandros había sido cocinero en el Baratie por años y se había ganado el respeto de todos por su destreza y rapidez. A pesar de su aspecto esbelto, tenía una fuerza sorprendente, y Ragn se encontró a menudo entrenando con él, intercambiando golpes amistosos antes del amanecer. Xandros había pasado años trabajando en tabernas de todo tipo antes de llegar al Baratie y tenía una destreza que solo se ganaba con experiencia. Sus tatuajes de anclas y nudos marineros adornaban sus brazos, recordándole a Ragn las promesas del mar.

Luego estaba Clea, una mujer menuda y de voz suave, cuyo cabello rojo destacaba como el fuego. Aunque su presencia era discreta, Ragn pronto descubrió que era la jefa de los suministros en el Baratie. Con una mente aguda y una capacidad impresionante para organizar, Clea se encargaba de que todo en la cocina funcionara a la perfección. Era conocida por su habilidad para negociar con los mercaderes y conseguir los mejores precios y productos. A Ragn le fascinaba la manera en que Clea podía sostener una conversación con los comerciantes más difíciles, consiguiendo lo que necesitaba sin levantar la voz ni una sola vez. De vez en cuando, ella le contaba historias de su infancia en una pequeña aldea pesquera, y Ragn encontraba en su calma y paciencia un remanso de paz que le hacía olvidar el constante peligro al que estaba acostumbrado. Por último, estaba Jarek, un joven lavaplatos de mirada intensa y una energía contagiosa. Ragn le recordaba mucho a sí mismo en sus primeros años. Jarek era un muchacho robusto, con una cicatriz en la ceja derecha que siempre le daba un aspecto temerario. Había llegado al Baratie tras una serie de incidentes que involucraban a la policía local, y aunque era un simple lavaplatos, sus ambiciones eran mucho mayores. Ragn le enseñó algunos movimientos básicos de combate, y pronto se volvió una especie de mentor para él. Entre sus pausas y ratos libres, los dos se enzarzaban en simulacros de combate, y aunque Jarek carecía de técnica, su ímpetu y determinación le recordaban a Ragn su propia juventud. Esta gente era increible ...

A medida que los días pasaban, Ragn se sentía más a gusto con sus nuevos amigos y el trabajo en el Baratie. Su vida de pirata parecía, por momentos, un recuerdo lejano, aunque no pasaba un día sin que sus pensamientos vagaran hacia el océano y la libertad que este le ofrecía. A menudo, se encontraba a sí mismo mirando al horizonte, sintiendo cómo su corazón latía al ritmo de las olas, preguntándose si algún día regresaría a ese estilo de vida o a la mismísima Elbaf. Sin embargo, la rutina de la cocina y las bromas de sus compañeros le ayudaban a calmar esa nostalgia. En su interior, sabía que este era un descanso merecido, una pausa en su vida de persecución y peligro. A las dos semanas de su estancia en el Baratie, una noche tranquila cambió el rumbo de su vida en aquel lugar. Un grupo de marines llegó al restaurante, acompañados de un oficial de aspecto serio y su familia. A Ragn le resultó extraño ver a un hombre de la marina fuera de servicio cenando allí, y más aún en compañía de su esposa e hijos. Sin embargo, se concentró en su trabajo, ayudando a Xandros a preparar los platos y asegurándose de que todo marchara bien en la cocina.

No fue hasta que el oficial se levantó para ir al baño y pasó cerca de Ragn que el peligro se hizo evidente. El marine se detuvo en seco, observándole fijamente. —Tú...— Murmuró el oficial, y Ragn sintió que el aire se hacía pesado a su alrededor. La mirada de reconocimiento y asombro en los ojos del marine fue suficiente para confirmar sus peores temores. Aquello que tanto temía, lo que había evitado al mantener un perfil bajo, se había materializado. —Eres el vikingo, el buccaneer. ¡Sabía que no había sido una coincidencia verte aquí!— Exclamó el oficial, llevando su mano hacia el sable que colgaba de su cinto. Los demás comensales se detuvieron al oír el grito, y el restaurante se sumió en un silencio tenso. Ragn no tuvo tiempo para pensar. Actuó por instinto, lanzándose hacia el oficial antes de que pudiera desenvainar su arma. En un abrir y cerrar de ojos, se desató un violento intercambio de golpes. El marine era hábil, pero no era rival para la fuerza bruta y la experiencia de Ragn. Los empleados del Baratie se retiraron rápidamente, algunos refugiándose en la cocina, mientras otros intentaban calmar a los clientes que observaban con horror.

Xandros intentó intervenir, pero Ragn le hizo una seña para que se mantuviera alejado. Sabía que no podía poner en peligro a sus nuevos amigos, esta era su batalla. En medio del combate, el marine consiguió lanzar un corte que le rozó el brazo, pero Ragn apenas sintió el dolor. Con un rugido, contraatacó, lanzando un golpe que hizo que el marine cayera pesadamente al suelo.Ragn aprovechó la confusión para correr hacia la puerta trasera. Sabía que no tenía tiempo. Apenas escuchaba las voces que le llamaban detrás, lo único que le importaba era escapar antes de que llegaran refuerzos. Sin detenerse a mirar atrás, se dirigió hacia un pequeño bote amarrado al muelle. En un movimiento rápido, cortó las amarras y se lanzó al mar, remando con todas sus fuerzas.El sonido de los gritos se desvaneció a medida que se adentraba en la oscuridad del océano. La adrenalina corría por sus venas mientras se perdía en el mar abierto, una vez más. La luna iluminaba su camino, y aunque sabía que había dejado atrás el Baratie y a sus amigos, sentía que había tomado la única decisión posible. Remó durante horas, hasta que el amanecer comenzó a teñir el horizonte de tonos anaranjados. Exhausto, se recostó en el bote, mirando el cielo y recordando los días tranquilos que había vivido en el restaurante flotante. La paz que había encontrado allí era efímera, como una brisa pasajera, pero había valido la pena. Ahora, con el sol asomando sobre el horizonte, Ragn sabía que su vida de huida y aventura continuaba. Aún no era tiempo de descansar. El mar, vasto e infinito, le esperaba una vez más. Y aunque el peligro le perseguía, sentía en el fondo de su ser que aquella era su única y verdadera libertad.

Días después ...


Ragn pasó los siguientes días en una rutina sencilla pero llena de propósito, ayudando a Bjorn y a Eirik en cada faena del día. Cada mañana, el frío salado del amanecer le despertaba con un vigor renovado, y a pesar de la dureza de su travesía, sintió que la monotonía de la pesca, los sonidos rítmicos del mar, y el esfuerzo físico necesario lo revitalizaban de maneras que no había experimentado en años. Las tareas, aunque simples, requerían concentración y fuerza, y eso le permitía enfocar su mente en el momento presente, lejos de los recuerdos oscuros que lo perseguían. Bjorn, el curtido pescador que parecía no temerle a nada, se convirtió en un mentor informal para Ragn. Le enseñaba a limpiar el pescado con precisión, a reconocer cuándo el viento cambiaría y cómo ajustar las velas para aprovechar al máximo cada brisa. Entre anécdotas y risas, Bjorn le contaba sobre los días en los que la pesca era más próspera, y de cómo había perdido a tantos amigos en el mar, historias que relataba sin dramatismo, como si fueran simples sucesos del pasado. Aunque mantenía su habitual semblante duro, Ragn notaba que había algo de nostalgia en los ojos de Bjorn al recordar aquellos tiempos. En sus ojos se percibía el amor eterno que sentía por el océano, a pesar de todo lo que le había arrebatado. Por otro lado, Eirik, más callado y observador, estaba siempre atento a los movimientos de Ragn, como si intentara descifrarlo. A pesar de su juventud, era rápido y eficiente en su trabajo, y aunque no tenía la experiencia de Bjorn, su instinto natural para reconocer las corrientes y las señales de la naturaleza era evidente. Sin embargo, a Ragn le parecía que Eirik guardaba una reticencia, quizás una duda o un temor que lo hacía menos confiado. Poco a poco, Eirik comenzó a hacerle preguntas discretas sobre su vida anterior, en conversaciones breves mientras limpiaban redes o esperaban el próximo tirón de pesca.

Una noche, después de una larga jornada, Bjorn, Ragn y Eirik compartieron una cena modesta a la luz de un farol. Había pescado asado y un pan duro, casi incomible, pero el hambre y el ambiente cálido lo hicieron más que suficiente. Bjorn, después de una pausa, rompió el silencio. —Uno no termina en medio del mar sin una buena razón, Ragn.— Comentó Bjorn con su voz grave, mirándolo directamente a los ojos. Ragn bajó la vista y se quedó en silencio unos segundos, sopesando si debía compartir al menos una parte de su historia. Respiró hondo y, sintiendo la confianza que había comenzado a desarrollar con ellos, decidió hablar. —Hasse mucho tiempo que no tenerrr un lugarrrr al que llamarrrr hogarrrr.— Dijo Ragn con voz baja, casi para sí mismo, mientras la tenue luz del farol iluminaba su rostro cansado. Eirik y Bjorn intercambiaron una mirada de comprensión. No necesitaban saber detalles, ambos eran hombres del mar y sabían bien que cada persona que acaba en las aguas tiene una historia que lo llevó hasta allí. No hicieron más preguntas, respetando el silencio de Ragn. Esa noche, el aire entre ellos se volvió más cálido, y aunque la desconfianza inicial de Eirik no había desaparecido del todo, parecía haberse suavizado. Con el paso de los días, Ragn comenzó a formar una rutina con sus compañeros pescadores. Se levantaban al amanecer y se preparaban para el trabajo. Ragn se acostumbró al peso de las redes, a las manos mojadas y a los dedos entumecidos. A menudo, cuando el sol apenas comenzaba a asomar sobre el horizonte, Bjorn le enseñaba algunos trucos antiguos de marinero: cómo medir el tiempo según las estrellas, cómo escuchar los cambios en el viento y cómo usar un sextante.

En una de esas madrugadas, Eirik decidió acompañarlo a lanzar las redes. Al principio, el joven no hablaba mucho, pero con el tiempo, las palabras se deslizaron entre ellos de manera más natural. Eirik compartió que había dejado a su familia en tierra firme, en un pueblo que apenas recordaba. Su vida en el mar era una manera de huir de la monotonía que le esperaba si se quedaba. El joven soñaba con viajar, conocer nuevos puertos y tal vez, algún día, tener su propio barco. Conforme pasaban las semanas, las faenas diarias se volvieron mecánicas para Ragn. Una mañana, mientras el sol aún era bajo y las olas estaban tranquilas, divisaron una isla en el horizonte. Era una pequeña extensión de tierra, poco más que un peñasco, pero Bjorn decidió que era momento de acercarse para reabastecerse. A medida que se acercaban, Ragn sintió un impulso extraño, una mezcla de temor y curiosidad por aquel pedazo de tierra desconocido. Al llegar a la costa, Bjorn y Eirik desembarcaron, dejando a Ragn a bordo para cuidar del barco. La isla era un lugar solitario, con apenas unas rocas y una escasa vegetación. Mientras esperaba, Ragn aprovechó la quietud para observar el horizonte. Desde allí, veía la inmensidad del océano, y una sensación de soledad se apoderó de él. ¿Cuánto tiempo seguiría escapando? ¿Sería posible encontrar un lugar en el mundo donde su pasado no lo persiguiera? De pronto, un ruido en la orilla lo sacó de sus pensamientos. Bjorn y Eirik regresaban con algo de leña y unos peces que habían atrapado. Al verlos acercarse, Ragn sintió una extraña paz. Su lugar aún no estaba definido, pero aquellos hombres le habían dado un pequeño refugio en medio de la tormenta. El tiempo en el barco se extendió más de lo que Ragn había previsto. Los días se convirtieron en semanas, y el invierno comenzó a asomarse con un aire cada vez más frío y cortante. Ragn se volvió parte del equipo, casi sin notarlo, y su fuerza física era un recurso invaluable para Bjorn y Eirik. En más de una ocasión, Ragn fue quien sujetó las redes cuando una tormenta repentina azotó el barco, o quien tiró del ancla cuando las aguas se volvían traicioneras. Los tres hombres comenzaron a trabajar en una sincronía natural, una que solo se consigue después de pasar días y noches juntos en el mismo espacio reducido, enfrentando los mismos peligros.

Una noche particularmente fría, cuando el viento rugía y las olas se elevaban peligrosamente, Bjorn le confió a Ragn que en sus días de juventud también había tenido que huir de su propio hogar.
#1
Moderador Condoriano
Condoriano
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#2


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