Hay rumores sobre…
... un algún lugar del East Blue los Revolucionarios han establecido una base de operaciones, aunque nadie la ha encontrado aun.
[Autonarrada] [T2] Espadas robadas. Parte 2.
Dharkel
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No había tenido mucho tiempo para reunir la información necesaria de aquellos dos rufianes que se había puesto en su camino. La falta de tiempo y la presencia casi inmediata de la Marina en las inmediaciones, así como los lugareños que observaban la escena había dificultado enormemente la tarea de extraerles información. En su poder tan solo estaban pistas vagas como almacenes, periferia y algo sobre un contrato legítimo. También pudo observar que en el antebrazo de uno de ellos había un tatuaje de una salamandra roja.

<< ¿Podría ser el símbolo de la banda? >>, pensó dando por hecho que si no todas, la gran mayoría de ellas solían tener un símbolo asociado y normalmente como muestra de lealtad lo miembros de la misma se lo tatuaban. Sonrió irónicamente al pensar en uno de sus propios tatuajes: el símbolo de Pirate Bizarre Adventures.

Pasó varios minutos llamando a puertas, preguntando en las calles y locales sobre aquella salamandra de tonos flamígeros, mas no obtuvo pista alguna. Innumerables puertas se cerraron en su nariz, le echaron de varios negocios bajo el pretexto de intento de alteración del orden y el derecho de aceptación o simplemente caminaban pasando de largo. Aquellos parroquianos parecían saber algo, pues el comportamiento unánime era altamente sospechoso.

<< ¿Quizás sea una verdad que todo el mundo conoce, pero deciden ignorar por conveniencia personal? >>, se planteó parándose un momento a reflexionar.

Se sentó en un banco de un parquecillo a la sombra de un árbol. A varios metros de distancia se encontraban varios niños que jugaban inocentemente al marine y el pirata con espadas de madera y trozos de cuerda a modo de grilletes. Extrajo el tabaco de uno de sus bolsillos, lo pasó por su nariz para disfrutar de su aroma y sacando fósforos de otro, lo encendió dando una profunda calada que finalizó en forma de enorme nube de humo.

Se quedó observando a aquellos chiquillos, quienes parecían vivir una vida sin preocupaciones ni amenazas y deseando para él mismo un pasado tan aparentemente alegre y feliz, pues él ni si quiera había tenido una infancia. No podía cambiar el pasado, pero sí decidir quién quería ser. Cuando apenas le quedaban dos caladas al cigarro escuchó algo que le llamó la atención. Se inclinó levemente hacia delante, aún sentado en el banco de madera, como si aquello le ayudase a escuchar mejor. Entre los niños apareció una nueva facción que se hacía llamar los Salamandra y aparentemente, según el guión del juego, venían de su base de operaciones en el norte para robar a toda la isla.

Dharkel saltó del banco, poniéndose de pie y apagando en cigarro de un pisotón tras tirarlo al suelo. Se acercó a los críos en un intento de confirmar la veracidad de esas palabras.

- ¿Un almacén en el norte habéis dicho?

- ¿Eh? ¡Lárgate viejo si no quieres que llame a mi mamá! – dijo el que parecía ser el cabecilla del grupo tras golpearle en la espinilla con el palo. Los demás niños se rieron.

- ¿Quieres probar lo que se siente al ser golpeado por una espada de verdad? – preguntó amenazante mientras daba un par de pasos al frente llevándose la zurda a la empuñadura de la katana.

Debido a su porte intimidante y la seriedad de sus palabras varios infantes salieron corriendo mientras lloraban y gritaban buscando a sus padres o madres. El presunto líder se desplomó en la arena sobre sus posaderas, dejando caer el trozo de madera que portaba como arma y cambiando su actitud de altanería por una bastante más dócil.

<< ¿Me habré pasado? >>, se cuestionó. Estaba acostumbrado a tratar con maleantes, mendigos, trabajadores del placer, traficantes y en general delincuentes de la peor calaña. Al fin y al cabo, a pesar de no ser conocido aún, él mismo era un pirata. El trato con civiles, especialmente con niños que vivían entre seda y algodón no era precisamente su punto fuerte.

- ¡Eh, eh, tú! – Dharkel se volteó hacia un lado para ver de dónde venían las voces. - ¡Este parque es para niños! ¡¿Qué te crees que estás haciendo?! – increpó finalmente uno de los padres que se acercaba a pasos agigantados hacia él.

Pensó en dar ejemplo de aquel hombre para extraer la información requerida, pero seguramente solo serviría para causarle un trauma a aquellos niños. No quería privarles de lo que él no tuvo. Dio un suspiro mezcla de asco y decepción y relajó la mano izquierda, liberando la empuñadura de la katana y poniendo pies en polvorosa en dirección norte.

No le costó mucho encontrar la guarida de la banda de las Salamandras, pues se encontraban festejando frente a la puerta de un almacén que, si bien es cierto que no estaba en ruinas, estaba bastante lejos de estar en sus mejores días. Varios barriles de metal oxidado ardían cada pocos metros, con una rejilla metálica sobre alguno de ellos y varios pedazos de carne. Bailaban, bebían y comían sin preocupaciones. Parecía que incluso los dos maleantes con los que se cruzó ya se habían reincorporado a la fiesta de celebración, siendo un total de ocho. Hizo uso del kenbunshoku haki brevemente, cubriendo un total de trescientos metros, para confirmar que no había ninguna presencia oculta dentro del edificio o vigilando en las esquinas. Uno de ellos tocaba intensamente una especie de instrumento de cuerda mientras otro le seguía con unos timbales improvisados. A uno de los lados, ajeno a las miradas de los ladrones, se encontraba la caja de armas que el viejo quería recuperar.

Se acercó a paso lento, pero firme hasta ella. Observó durante unos segundos el panorama. Parecía que nadie se había dado cuenta de su presencia, a pesar de que ni si quiera había tratado de ocultarla. Encogiéndose de hombros se encaró hacia la caja, la cargó sobre su hombro derecho y comenzó a deshacer el camino. Cuanto antes volviese a la tienda, antes empezaría a aprender los secretos de la herrería del anciano. La caja pesaba más de lo que el espadachín había previsto, aunque no lo suficiente como para frenarle demasiado el ritmo.

- ¡Charles, Charles! ¡Se llevan el cargamento!

Dharkel giró sobre sus talones, enfrentándose al grupo. El ruido del festejo había sido intercambiado por un profundo silencio que solo era alterado por el crepitar el fuego y el sonido del viento entre las tejas. Finalmente, un señor bajito con barba de un par de semanas, con la mitad de la cabeza quemada y la otra mitad rapada y anaranjada dio la orden.

- ¡A por él chicos! – gritó mientras le señalaba con un pincho moruno. Los ladrones soltaron las bebidas y comenzaron a buscar sus armas.

- ¡Espera, espera! – gritó a su vez Dharkel. Todos se volvieron a congelar, parando lo que estaban haciendo. – Para hacerlo justo, usaré solo una mano.

Sin soltar el cargamento, lo acomodó sobre el hombro, afianzó sus pies al suelo y agarró el sheng biao que descansaba sobre su cintura, al lado opuesto de la katana y comenzó a girarlo, al principio a penas un metro a un lateral, pero aumentando drásticamente su alcance a medida que lo iba elevando sobre su cabeza. No estaba acostumbrado al uso de aquella arma y aquellos bribones tenían pinta de ser buenos objetivos de práctica.

El primero en caer fue debido al estado de embriaguez al calcular mal la distancia de amenaza del espadachín, quien vio el dardo desestabilizado al cortar la carne del incauto que ahora yacía en el suelo, a varios metros de distancia. El alcance efectivo del arma le sorprendió incluso a su portador. El resto de compañeros se lanzaron a la carga sin pensar demasiado al ver que uno de los suyos había sido derrotado.

Dharkel continuó moviendo la cuerda con movimientos giratorios y oscilantes al encontrarse con sus enemigos. Algunos conseguían dar un paso atrás a tiempo o desviar el dardo con sus propias armas, que constaban principalmente de trozos de chatarra como tuberías o palos de hierro.

Vio una oportunidad en el uso de la cuerda, más allá del dardo. La impulsó hacia atrás y con violencia y a modo de látigo la dejó caer sobre el arma de uno de sus oponentes, quedando enredada. Volvió a tirar con fuerza hacia atrás, desarmándole y cuando estuvo a la altura de su propio pie, le propinó una patada con el empeine al dorso del dardo, quien nuevamente salió despedido rápidamente hacia delante, encontrándose con el torso del bandido que había desarmado. Una mueca de felicidad se dibujó en su rostro. No solo el arma tenía un potencial de peligrosidad enorme, si no que además estaba encontrando diversión en su uso.

<< ¿Cómo será usarla con ambas manos? >>, pensó cuestionándose el potencial real del sheng biaio. << Quedan ¿cuatro? >>, se cuestionó al ver que los dos maleantes a los que previamente les había dado una paliza no habían hecho ni el amago de levantarse.

Intentó repetir la misma jugaba contra Charles, quien con una sonrisa temeraria se encontraba al frente. Necesitaba repetir una y otra vez los mismos movimientos para aprenderlos adecuadamente y que a futuro fuese la memoria muscular quien de forma inconsciente hiciese el trabajo. Pero Charles, lejos de ser un enemigo poderoso era más avispado que el resto por lo que tras enredar su arma fue él quién tiró con violencia hacia atrás, desarmando a Dharkel y quemándole la mano con la cuerda en el proceso.

- Has arruinado mi diversión. Ahora tendré que ponerme serio. – Frunció el ceño, desenvainando la katana.

Girando sobre sí mismo a gran velocidad formó un pequeño tornado cortante que engulló a los oponentes que quedaban. Poco a poco fue frenando el ritmo. Al ver que se había desecho de la amenaza envainó la espada y recogió el sheng biao, satisfecho de la prueba realizada. Tiró la caja encima de Charles, para que algo blandito amortiguase su caída y caminó perezosamente hacia los dos que quedaban.

- Parece que la banda se ha disuelto. – Echó la vista atrás durante un segundo, observando la vorágine de sangre y destrucción. - ¿Me vais a contar para qué queríais las armas? ¿O preferís acabar como el resto? Esta vez no hay civiles ni marines que me contengan.

- E… eEeeEssStt…Aaa bBi… bbIi…eEnnN – dijo uno de ellos con el pánico dibujado en su rostro.

- Eh, eh, tranquilízate, que no te va a pasar nada si me cuentas lo que sabes.

- NnnnoosSs connn…trrRaaAtarrOon pa…pParaaA rRoobb…aArlLo. – Sus pantalones cambiaron de color en la zona de la entrepierna debido al líquido que salió de uno de ellos.

- Venga, ¿quién os contrató? No me hagáis sacaros la información a trozos.

- Unseñorquequierequitarselacompetenciadeencima – dijo el otro tan rápidamente que apenas se le entendió.

- ¿Monopolio? Ya veo… ¿Estará relacionado…? – Se llevó la mano a la barbilla, inquisitivo. – Mirad, me habéis dado pena – dijo mirando el charco de orina que se había formado a los pies de uno de ellos. – Largaos antes de que cambia de idea. Y no me habéis visto. Ni me conocéis. Habéis podido observar de primera mano de lo que soy capaz. Imaginaos la gente que está por encima de mí. – Al terminar su amenaza se encogió de hombros. Ambos delincuentes se levantaron torpemente y salieron corriendo, perdiéndose entre los callejones.

Con una renovada tranquilidad y un trabajo parcialmente completado, se acercó a uno de los llameantes barriles y se encendió otro cigarro. Dejándolo entre sus labios volvió a cargarse la caja a hombros y fue a encontrarse con el herrero. Tenía un oficio que seguir mejorando.
#1


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