¿Sabías que…?
Si muero aquí, será porque no estaba destinado a llegar más lejos.
[Autonarrada] [Aut-T1] El Pavo Come Bolas de Arroz
Mayura Pavone
El Pavo Real del Oceano
Día cuarenta y siete, verano del año setecientos veinticuatro

La Villa Shimotsuki, en la Isla Demontooth, estaba bañada por la tenue luz de la tarde cuando Mayura, el Pavo Real del Océano, caminaba con su característica elegancia por las calles empedradas. Había pasado ya un par de días desde que se separó de sus compañeros al llegar a la isla, y aunque no había planeado quedarse mucho tiempo, la atmósfera de la villa tenía cierto encanto que siempre le había llamado la atención. Los habitantes parecían amables, aunque Mayura no podía evitar notar ciertas miradas desconfiadas que se deslizaban en su dirección, como siempre sus ademanes, modo de andar y ropajes llamativos siempre atraían la atencion de los pueblos que visitaba, algo a lo que ya estaba más que acostumbrado.
 
Sin embargo, aquella tarde, mientras disfrutaba de un paseo por el mercado, algo inusual ocurrió. Desde el otro extremo de la plaza, un hombre de aspecto rudo y expresión desafiante se le acercó, atrayendo miradas curiosas de los aldeanos y comerciantes. Era un espadachín robusto, con una postura firme y una mirada que reflejaba un ego desbordante. Al ver a Mayura, frunció el ceño y cruzó los brazos, como si la mera presencia del elegante pirata fuese una ofensa.
 
¡Eh, tú! — vociferó el hombre, su profunda y grave voz resonando en la plaza. — ¿Quién te crees que eres para pavonearte por aquí como si fueras alguien importante? ¡Con ese aspecto emplumado! — soltó, enfatizando las últimas palabras con una risa burlona.
 
Mayura se detuvo, arqueando una ceja mientras observaba al bocón con un destello de desdén en su mirada. No era la primera vez que alguien intentaba provocarlo con comentarios insolentes, pero algo en la actitud de aquel hombre despertaba en él un cierto interés… y también una ligera molestia. La multitud comenzó a congregarse, disfrutando del espectáculo que prometía un posible enfrentamiento.
 
Ah, querido, ¿acaso estás molesto porque mi estilo opaca tu… falta de estilo? — respondió Mayura, en tono calmado y con una sonrisa afilada. Sus palabras eran como pequeñas dagas, diseñadas para cortar sin necesidad de alzar la voz.
 
El hombre, cuyo rostro se tornó rojo de furia, desenfundó sus tres espadas, acomodándolas de una forma que Mayura reconoció de inmediato. El estilo de tres espadas, un estilo complejo y peligroso cuando era dominado por espadachines de gran destreza. Pero, al observar la postura de su oponente, Mayura comprendió que este hombre estaba lejos de si quiera estar a su nivel. Su técnica carecía de la fluidez y precisión que caracterizaban a los verdaderos expertos. Aun así, el hombre parecía convencido de que, con solo tener tres espadas, su habilidad era indiscutible.
 
¿Qué? ¿Crees que tú puedes superarme? ¡Te demostraré que no eres más que un farsante engreído! — exclamó el espadachín, arremetiendo hacia Mayura con una velocidad moderada pero cargada de fuerza bruta. Mayura sonrió, complacido por el desafío. Sin más demora, desenvainó sus propias katanas, dos en sus manos y una entre sus dientes, adoptando una postura impecable que reflejaba su entrenamiento y gracia natural. Sin embargo, en sus ojos había un brillo de desinterés; aquel hombre, aunque ostentaba el mismo estilo, estaba claramente por debajo de su nivel.
 
El primer choque entre ambos fue rápido y contundente. El sonido metálico de las espadas resonó en la plaza, atrayendo aún más curiosos que se arremolinaban para observar el enfrentamiento. El espadachín bocón lanzó un ataque en diagonal, intentando sorprender a Mayura con su fuerza, pero el elegante pirata lo bloqueó con facilidad, desviando el ataque hacia un lado y dejando a su oponente expuesto. Con una leve sonrisa en los labios, Mayura lanzó un contragolpe, realizando un onigiri que cortó el aire con precisión letal.
 
Es un error suponer que todos los que usan tres espadas pueden considerarse iguales, querido. — murmuró Mayura, su tono burlón y lleno de provocación. Su oponente, herido, no se detuvo. Volvió a cargar contra Mayura, esta vez con más desesperación, como si sus ataques fueran impulsados por la rabia en lugar de la estrategia. Pero el Pavo Real del Océano se mantenía tranquilo, cada movimiento fluía con una gracia que le hacía parecer más un bailarín que un guerrero. Los aldeanos comenzaron a murmurar, algunos fascinados por la destreza de Mayura, otros preocupados por el destino del bocón que había osado provocarlo.
 
Fue entonces cuando, en medio de uno de sus intercambios, el espadachín decidió lanzar su propio onigiri, un ataque que imitaba al de Mayura pero sin la misma destreza. El elegante pirata, en un acto reflejo, respondió con otro onigiri, y ambos ataques colisionaron en un estallido de fuerza. Sin embargo, la diferencia de nivel quedó clara en ese instante. La fuerza del impacto rompió el equilibrio del espadachín y lo lanzó hacia atrás, haciéndolo chocar con una pared cercana. La estructura, vieja y frágil, no resistió el golpe, y parte de la pared se derrumbó, causando un caos en el negocio adjunto.
 
El espadachín cayó al suelo, en mal estado y apenas consciente, mientras Mayura observaba la escena con una mezcla de sorpresa y resignación. No había tenido la intención de causar tal destrozo, pero el resultado era claro: el bocón estaba derrotado y el negocio en ruinas. Los aldeanos, que al principio habían disfrutado del espectáculo, ahora miraban a Mayura con desconfianza, murmurando sobre el daño que había causado. — Vaya, parece que alguien no estaba preparado para la lección… — dijo Mayura en voz baja con desinterés, limpiando sus espadas antes de enfundarlas de nuevo. Sabía que aquella escena no lo dejaría en buena posición con los habitantes de la villa. Las miradas que le dirigían no eran amables, y algunos ya comenzaban a alejarse, susurrando entre ellos sobre el “pirata destructivo” que había causado aquel alboroto.
 
Sin más que decir, Mayura dio un último vistazo al hombre derrotado antes de girarse y alejarse del lugar, consciente de que su reputación en la Villa Shimotsuki había quedado manchada por el incidente. Tal vez aquella noche tendría que buscar un lugar más discreto para alojarse, lejos de las miradas acusadoras y del ruido que sin duda se propagaría rápidamente por el pueblo. La próxima vez, se recordó a sí mismo, debería ser más cuidadoso al aceptar desafíos de aquellos que no eran más que sombras de su propia habilidad. Sobre todo, cuando había llegado hace poco con sus compañeros a la isla.
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