Anmitsu Uguisu
Mitsu- Silencio Nocturno
27-07-2024, 07:45 AM
35 de Primavera (Hace un año)
Mitsu se hallaba en las encantadoras islas Gecko, concretamente en la diminuta Isla Manantial, un oasis de lujo donde la naturaleza se unía armónicamente con el alma humana. Era un sitio en el que el tiempo parecía detenerse, como si las inquietudes del mundo exterior no encontraran su lugar entre las altas palmeras que se balanceaban suavemente al compás de la brisa marina. El aire estaba colmado del dulce aroma de flores exóticas que florecían con valentía, entrelazándose con la frondosidad que las rodeaba, como si cada hoja y pétalo quisieran compartir con Mitsu su propia narrativa vital.
Delante de ella, el océano se desplegaba como una tela interminable, pintada con matices que oscilaban entre profundos azules y verdes esmeralda, una maravilla que cautivaba a cualquiera. Las olas rompían suavemente en la orilla, produciendo un sonido rítmico que parecía susurrar secretos antiguos cada vez que se retiraban, dejando un suave abrazo de espuma blanca y sal. Mitsu sentía que cada ola traía ecos de su historia, recuerdos de días soleados en los que surcaba el agua junto a su madre, cuando el cielo despertaba en un azul vibrante y la brisa traía risas que ahora sonaban lejanas, como murmullos de un pasado que no regresaría.
Sentada en una roca, envuelta en el suave abrazo de la tela que la mecía con gentileza de un lado a otro, como si estuviera esperando algo, la brisa la acariciaba con dulzura. Cada inspiración la llenaba del aroma marino y floral que la rodeaba, pero también de un anhelo profundo que se alojaba en su pecho, un peso ligero que a veces se volvía pesado. Habían pasado ya un par de años desde que su madre dejó este mundo, dejándola con el eco de sus enseñanzas y el legado de su amor. Aunque el dolor se había suavizado con el tiempo, había un secreto en su corazón, un lazo de sangre con Anko que resonaba en cada latido. Sin embargo, ese día, rodeada de la apacible serenidad de la Isla Manantial, Mitsu solo deseaba disfrutar de esos momentos de desconexión y paz que el lugar prometía.
El sol comenzaba a descender en el horizonte, tiñendo el cielo de matices anaranjados y morados, un espectáculo digno de un artista celestial. Mitsu se sumergió en el paisaje, dejando que el momento la abrazara. Cerró los ojos y se dejó llevar, permitiendo que el murmullo del océano y el susurro del viento le devolvieran algo de la calma que tanto había anhelado. En ese instante, parecía como si las memorias de su madre se entrelazaran con el murmullo de las olas, brindándole destellos de sabiduría, momentos de risa y instantes de ternura que iluminaban la neblina de su tristeza.
Tras un rato, Mitsu decidió pasear por la playa, sintiendo la arena cálida entre sus dedos descalzos. Cada paso la acercaba más a la serenidad que tanto necesitaba. Se detuvo frente al océano, permitiendo que las pequeñas olas acariciasen sus pies, sintiendo cómo el frío del agua contrastaba con el calor del sol en su piel. En ese momento, sus pensamientos se clareaban, libres del peso del pasado. - Quizás este sea el lugar donde puedo honrar su memoria, donde las lecciones de mi madre resuenan, Nyan- , reflexionó mientras sonreía, como si finalmente encontrara la manera de mantener viva esa conexión.
Mitsu se hallaba en las encantadoras islas Gecko, concretamente en la diminuta Isla Manantial, un oasis de lujo donde la naturaleza se unía armónicamente con el alma humana. Era un sitio en el que el tiempo parecía detenerse, como si las inquietudes del mundo exterior no encontraran su lugar entre las altas palmeras que se balanceaban suavemente al compás de la brisa marina. El aire estaba colmado del dulce aroma de flores exóticas que florecían con valentía, entrelazándose con la frondosidad que las rodeaba, como si cada hoja y pétalo quisieran compartir con Mitsu su propia narrativa vital.
Delante de ella, el océano se desplegaba como una tela interminable, pintada con matices que oscilaban entre profundos azules y verdes esmeralda, una maravilla que cautivaba a cualquiera. Las olas rompían suavemente en la orilla, produciendo un sonido rítmico que parecía susurrar secretos antiguos cada vez que se retiraban, dejando un suave abrazo de espuma blanca y sal. Mitsu sentía que cada ola traía ecos de su historia, recuerdos de días soleados en los que surcaba el agua junto a su madre, cuando el cielo despertaba en un azul vibrante y la brisa traía risas que ahora sonaban lejanas, como murmullos de un pasado que no regresaría.
Sentada en una roca, envuelta en el suave abrazo de la tela que la mecía con gentileza de un lado a otro, como si estuviera esperando algo, la brisa la acariciaba con dulzura. Cada inspiración la llenaba del aroma marino y floral que la rodeaba, pero también de un anhelo profundo que se alojaba en su pecho, un peso ligero que a veces se volvía pesado. Habían pasado ya un par de años desde que su madre dejó este mundo, dejándola con el eco de sus enseñanzas y el legado de su amor. Aunque el dolor se había suavizado con el tiempo, había un secreto en su corazón, un lazo de sangre con Anko que resonaba en cada latido. Sin embargo, ese día, rodeada de la apacible serenidad de la Isla Manantial, Mitsu solo deseaba disfrutar de esos momentos de desconexión y paz que el lugar prometía.
El sol comenzaba a descender en el horizonte, tiñendo el cielo de matices anaranjados y morados, un espectáculo digno de un artista celestial. Mitsu se sumergió en el paisaje, dejando que el momento la abrazara. Cerró los ojos y se dejó llevar, permitiendo que el murmullo del océano y el susurro del viento le devolvieran algo de la calma que tanto había anhelado. En ese instante, parecía como si las memorias de su madre se entrelazaran con el murmullo de las olas, brindándole destellos de sabiduría, momentos de risa y instantes de ternura que iluminaban la neblina de su tristeza.
Tras un rato, Mitsu decidió pasear por la playa, sintiendo la arena cálida entre sus dedos descalzos. Cada paso la acercaba más a la serenidad que tanto necesitaba. Se detuvo frente al océano, permitiendo que las pequeñas olas acariciasen sus pies, sintiendo cómo el frío del agua contrastaba con el calor del sol en su piel. En ese momento, sus pensamientos se clareaban, libres del peso del pasado. - Quizás este sea el lugar donde puedo honrar su memoria, donde las lecciones de mi madre resuenan, Nyan- , reflexionó mientras sonreía, como si finalmente encontrara la manera de mantener viva esa conexión.