¿Sabías que…?
... Este foro se abrió el día de One Piece?
[Diario] [D-Pasado] Observa y aprende
John Joestar
Jojo
5 de primavera de 724

Desde lo alto de Oykot, la vista se extiende como un lienzo pintado con los colores vibrantes de la vida. Nunca había visto nada igual. Las edificaciones, delgadas y esbeltas, se alzan hacia el cielo, como si cada una tratara de tocar las nubes. Son de un material brillante, casi etéreo, que refleja la luz del sol creando destellos multicolores. Las calles, laberintos serpenteantes, están llenas de vida; las risas y voces de las personas resuenan como una melodía que nunca parece detenerse.

Los habitantes de Oykot son un espectáculo por sí mismos. He visto a mujeres con largos cabellos trenzados llenos de flores exóticas y hombres con vestimenta de tonos vivos que conversan animadamente sobre el último artefacto volador que alguien ha diseñado. La gente aquí trabaja en una mezcla de oficios; hay ingenieros construyendo nuevos sistemas de propulsión, artistas que transforman sus ideas en impresionantes murales en las paredes de los edificios, y vendedores ambulantes que ofrecen todo tipo de manjares desconocidos para mí, como empanadas rellenas de frutas brillantes y jugos de sabores que nunca había imaginado.

Al dar mis primeros pasos por estas calles, me sentí como un niño en un mundo de maravillas. Sin embargo, lo que realmente me llevó a sentir que pertenecía a Oykot fue el momento que decidí volar. Me puse una de las alas que había encontrado, un artefacto de plumas y metal que parpadeaba como si tuviera vida propia. Con un poderoso impulso, me lancé al vacío y, en un instante, la gravedad se convirtió en una caricia en mi espalda. Volar me hizo sentir libre, ligero, y mientras me elevaba sobre la ciudad, la vista me dejó sin aliento. Vi los techos de los edificios, las calles llenas de gente, y el enorme mercado donde se intercambian no solo mercancías, sino también sueños.

Finalmente, aterricé suavemente frente a una taberna, uno de esos lugares que prometen buena compañía y historias tan ricas como la cerveza que ofrecen. La taberna, de madera oscura y suelo de piedra, emanaba un aire acogedor. Al cruzar la puerta, un tintineo de campanillas me recibió. El olor a especias y pan recién horneado llenó mis sentidos. Las voces eran amenas, risas y charlas sobre aventuras y desventuras llenaban el espacio.

Me senté en una esquina, pidiendo un tanque de la famosa cerveza de Oykot. Mientras esperaba, observé a la gente: un grupo de aventureros discutía sobre un viaje reciente a una isla remota, mientras un anciano contaba historias de tiempos antiguos, cuando Oykot aún estaba en sus cimientos. Todo el mundo parecía unirse en un canto de camaradería.

En ese momento, comprendí que no solo había volado entre las nubes, sino que también había encontrado un hogar entre los corazones de los que compartían esta maravillosa ciudad. Aunque había llegado como un extraño, sabía que en Oykot, cada día traería una nueva aventura, un nuevo vuelo y, por supuesto, nuevas historias que contar.

Desde lo alto de los cielos, sentía la calidez del sol sobre mis alas mientras planeaba por encima de las místicas tierras de Bajo Oykot. La ciudad se extendía ante mí como un mapa vibrante de colores, una mezcla armoniosa de piedra y madera, con edificios que se elevaban en diferentes direcciones, cubiertos de hiedra y flores silvestres que florecían en cada rincón. Al acercarme, la melodía del bullicio urbano comenzó a invadir mis sentidos: risas, charlas animadas y el inconfundible tintineo de metales chocando.

Bajo Oykot era un lugar único, donde la gente parecía moverse al ritmo de un antiguo compás. Los comerciantes de la plaza central exhibían sus productos con orgullo: hierbas frescas, finos tejidos y joyas labradas por hábiles manos. Cada día, pasaba frente al bullicioso mercado, donde los rostros de los vecinos se iluminaban al sellar tratos y compartir historias. Era un crisol de culturas y tradiciones, donde cada persona tenía su lugar. Los ancianos compartían sabiduría en la sombra de los grandes árboles, mientras los niños corrían libres, persiguiendo mariposas con risas contagiosas.

Cuando finalmente decidí aterrizar, mis alas se pliegaron suavemente a mis costados. Caminé por las estrechas calles empedradas, saludando a los vecinos que conocía de vista. Hoy iba a disfrutar de una de mis actividades favoritas: visitar "La Taberna de La Brisa", un lugar donde el aire siempre olía a pan recién horneado y especias exóticas.

Al abrir la puerta de la taberna, el sonido del crujir de la madera me recibió, seguido de un cálido abrazo de risas y conversación. El lugar estaba lleno de luces tenues y el aroma reconfortante de platos recién preparados. Las mesas de madera, desgastadas por los años, estaban ocupadas por grupos de amigos, aventureros y relatos compartidos. El posadero, un hombre robusto y de risa fácil, siempre tenía una sonrisa lista y una historia que contar.

Me dirigí a mi rincón preferido al lado de la ventana, donde podía observar el movimiento de la ciudad mientras disfrutaba de un jarro de hidromiel. La camarera, una joven de cabello rizado y ojos curiosos, se acercó con una sonrisa, trayendo una sopa caliente y un trozo de pan. "Hoy ha sido un buen día para volar, ¿verdad?", me preguntó. Asentí, sintiendo el cosquilleo de la libertad aún recorriendo mi piel.

Mientras saboreaba cada bocado, empecé a escuchar las historias que resonaban a mi alrededor. Un viejo marinero hablaba de sus viajes lejanos, una pareja discutía sobre la mejor manera de cultivar su jardín, y un grupo de músicos probaba nuevos acordes, llenando el ambiente con melodías celestiales. La taberna, con su bullicio y su calidez, se convirtió en el corazón de Bajo Oykot.

En ese momento, comprendí que cada vuelo, cada aventura y cada encuentro en esa ciudad mágica iban moldeando la historia de mi vida. Podía volar alto en el cielo, pero era en lugares como este, donde las historias y las almas se entrelazaban, donde realmente encontraba mi hogar.
#1


Salto de foro:


Usuarios navegando en este tema: 1 invitado(s)