Octojin
El terror blanco
08-11-2024, 03:23 PM
Día 29 de Verano del 724
Octojin estaba sentado en la fría sala de la enfermería de la base de la Marina en Loguetown, con los brazos cruzados sobre el pecho y los ojos fijos en el suelo. Para él no había nada más que su conciencia y el remordimiento que se cernía sobre él. El sonido de los aparatos médicos y la respiración pausada de Camille, quien yacía en la cama junto a él, eran las únicas señales de vida en el lugar. Ella seguía inconsciente, y cada segundo que pasaba allí junto a su compañera sin poder disculparse en persona lo hacía hundirse más en sus propios pensamientos. Quién le iba a decir que instantes antes le había tirado una viga a la cabeza y había intercambiado multitud de golpes con ella.
El combate había terminado hacía una horas, pero la marca de sus propios errores seguía fresca en su mente, como una herida que no terminaba de cerrar. A pesar de sus esfuerzos, no lograba dejar de repasar lo ocurrido, intentando comprender cómo su furia había llegado a tal punto. Atacar a sus aliados, aquellos a quienes respetaba, incluso apreciaba… La situación se le hacía incomprensible, absurda y completamente fuera de lugar. No era un error más en la historia del tiburón. Era el error que le podía costar acabar fuera de la marina. Y es que no era para menos. En vez de hacer caso a sus instrucciones de seguir reconstruyendo el ala afectado de la base marina, decidieron enzarzarse en una estúpida pelea que tuvo como objetivo ver quién llevaba razón.
Se frotó las sienes, como si con ese gesto pudiera aliviar la presión que le oprimía la cabeza. No podía recordar con claridad el momento exacto en que había perdido el control, pero sí recordaba que había comenzado a sentir una irritación intensa, como si cada palabra de Atlas se clavara en su mente como una espina, irritándolo hasta el borde de la razón. Había escuchado las palabras de Atlas en varias ocasiones, siempre desde su perspectiva calmada y calculadora, casi analítica. Pero esta vez, algo había sido diferente. Algo había encendido una chispa en su interior. Había ciertos temas que le hacían perder las formas, y el rubio había tocado uno de ellos.
Mientras reflexionaba, Octojin se dio cuenta de que el problema no era Atlas, ni siquiera las palabras que había pronunciado. El problema era él mismo. Su forma de reaccionar, de tomarse tan a pecho cualquier frase en contra de algo que él estimaba que era crítico para él.
Desde pequeño, había aprendido a defenderse y a vivir de una forma brutal y directa. Los gyojin, especialmente los que vivían en los márgenes de la sociedad, como él lo había hecho antes de unirse a la Marina, eran constantemente menospreciados y acosados. La violencia, la respuesta rápida y brutal, había sido su manera de protegerse y de afirmar su derecho a existir en un mundo que parecía estar en su contra. Había sido una herramienta, su manera de hacerse fuerte, de ser respetado. Había sido su manera de sobrevivir. Y aquello, por mucho que quisiera, no se borraba con una simple intención de cambiar. Aquello estaba inmerso en su manera de proceder, en su forma de pensar, y, sobre todo, en su manera de actuar.
Pero ahora… ahora había atacado a sus compañeros. Sus amigos. La imagen de Camille, inconsciente en la cama, le devolvía una realidad dolorosa y difícil de asimilar. ¿Cómo podía haberse dejado llevar así por la rabia? El pensamiento lo atormentaba. Y cada vez que cerraba los ojos, veía el rostro de Camille, sus heridas, las marcas de la batalla que había sido en gran parte su culpa. Veía cada golpe que le había dado, la brutalidad de sus movimientos. Y ella sólo había querido separarles. Sin embargo, se había llevado la peor parte del enfrentamiento.
“Si tan solo hubiera podido detenerme a pensar…” se decía una y otra vez, como si esa frase fuera una plegaria que pudiera aliviar su dolor y culpa. Pero sabía que no había forma de retroceder en el tiempo. Había actuado de manera impulsiva, había respondido al instinto en lugar de a la razón, y el resultado estaba allí, en la cama junto a él.
—Nunca… —murmuró en voz baja, con los puños cerrados sobre las piernas. Nunca había querido hacerles daño, y menos a Camille o a Atlas. Pero cuando había escuchado las palabras de Atlas, recordando lo ocurrido en su vida, sintió que le exigían ser diferente, y esa exigencia parecía anular todo lo que él había construido para sobrevivir. No. No podía responder con violencia cada vez que alguien le desafiaba. Aquello estaba muy lejos de lo que quería el tiburón. Daba igual las formas, las palabras o el momento en el que se empleasen. Aquello no podía permitirse.
El gyojin apretó la mandíbula al recordar esas palabras. En el momento, no había sido capaz de escuchar el verdadero mensaje de Atlas. En su lugar, solo había sentido que estaban cuestionando quién era él y los suyos, y eso había hecho que una llama de rabia se encendiera en su pecho. Pero ahora, en la tranquilidad fría y solitaria de la enfermería, Octojin podía ver que Atlas no le estaba pidiendo que dejara de ser él mismo; le estaba pidiendo que aprendiera a ser mejor.
“Debo cambiar… tengo que hacerlo” pensó, y la idea comenzó a afianzarse en su mente con una claridad que nunca había tenido antes. Sabía que no sería fácil; sus impulsos estaban profundamente arraigados, y la violencia había sido su lenguaje durante demasiado tiempo. Pero era necesario, porque si continuaba en ese camino, no solo lastimaría a sus enemigos. Terminaría lastimando a todos los que le importaban, como Camille, que yacía allí por su culpa.
Octojin se acercó a la cama, observando el rostro apacible de Camille mientras dormía. Se sentía un completo idiota. Había tenido suerte de que Atlas y Camille lo consideraran digno de su confianza a pesar de sus defectos, y de que le dieran la oportunidad de pertenecer a algo más grande, a algo importante. Y allí estaba él, arriesgando todo eso por no poder controlar su maldito temperamento.
—Perdóname, Camille… —susurró, sintiendo un nudo en la garganta que amenazaba con romperse en cualquier momento. Apretó los puños y miró hacia el techo, como si en algún lugar entre las vigas de la enfermería pudiera encontrar la fuerza para no quebrarse. Pero no lo encontró. En cambio, sintió las lágrimas rodar por su rostro, y, por primera vez en mucho tiempo, no intentó detenerlas.
Sentía una necesidad urgente de disculparse con ella cuando despertara, de decirle lo mucho que lamentaba lo ocurrido, pero también sabía que las palabras no serían suficientes. Las disculpas de nada servirían si no hacía algo para corregir lo que estaba mal en él. Esa era su nueva misión.
Con una respiración profunda, Octojin comenzó a idear un plan. Un plan para trabajar en su autocontrol. Cada vez que sintiera la ira arder en su pecho, intentaría recordar ese momento, esa habitación, el rostro sereno de Camille mientras descansaba, inconsciente. Recordaría que sus acciones tenían consecuencias, y que esas consecuencias no eran solo físicas, sino también emocionales. Recordaría que cada vez que atacaba sin pensar, estaba poniendo en riesgo la confianza de quienes lo habían acogido y respetado. Y eso era lo más importante. Mucho más que cualquier dolor que unas palabras pudieran hacer en él.
Decidió que también le pediría ayuda a Atlas. Sabía que al principio iba a ser difícil, que pedir ayuda para controlar su temperamento podía parecerle una debilidad, pero esta vez estaba dispuesto a dejar de lado su orgullo. Atlas tenía un dominio sobre sí mismo que Octojin siempre había admirado, aunque rara vez lo admitía en voz alta. Tal vez, con su guía y la determinación de mejorar, podría aprender a canalizar su ira de manera constructiva.
—No puedo seguir siendo el tipo que ataca primero y piensa después. No puedo ser ese tipo si quiero que confíen en mí… —murmuró para sí mismo, con una renovada convicción en sus palabras. La mirada perdida de Octojin comenzó a endurecerse con una firmeza resuelta. Sabía que iba a ser un proceso largo, lleno de pruebas y de momentos difíciles, pero estaba decidido a intentarlo.
Lentamente, volvió a sentarse junto a la cama de Camille. Su mirada se posó una vez más en ella, en su respiración pausada y tranquila. Sabía que en cuanto ella despertara tendría que hablar con ella, tendría que enfrentar lo que había hecho, y se prometió que no volvería a traicionar la confianza de sus compañeros. Haría lo necesario para convertirse en alguien que pudiera controlar su temperamento y dejar de ser un riesgo para los suyos.
Por primera vez en mucho tiempo, Octojin dejó de pensar en sus propios impulsos y deseos, y se comprometió a ser un mejor compañero.