Henry
El Tirano Carmesí
08-11-2024, 07:46 PM
Verano del año 724
Día 38
Día 38
Aquél fué un día que cambiaría la forma en la que vería el mundo para siempre. Pues obtendría un poder... una maldición con la que, a cambio de quedar más maldito qué el número 13, tendría el poder de acabar con todo lo que se me asignace. Esto pasó al siguiente día de entregar a aquél malandro a la justicia, habiéndome reportado directamente ante el suboficial Rodgers.
Aquella mañana fue una de pura tortura, pues las heridas de cortes y estocadas aún hacían mella en mi cuerpo vendado. Aunque había algo bueno en ser el héroe del momento y era que el servicio era de diez. Luego de despertarme por completo, decidí levantarme de aquella cama, pues jamás me quedaría un día entero vagueando en aquella cama.
En mi caminata por los pasillos del cuartel, me sorprendía la cantidad de reclutas y soldados que me saludaban y agradecían, aunque por mi parte, yo no tenía ni idea de porqué. Digamos que era uno de esos días en los que estaba medio despistado, sin querer meterle mucha cabeza a las cosas. Puesto a que estaba "herido", tenía la libertad de disfrutar de las facilidades del cuartel, por lo que decidí pasarme por la cocina del Chef Gravy.
Oler una buena sazón a la distancia significaba que el se encontraba en la cocina, su sofrito nunca paraba de sorprenderme. — ¡Chef Gravy! ¿Como está la demanda por la mejor comida del G-23? — El escuchar música voz hizo que este le diera un stop a todo lo que estaba haciendo. — ¡Pero mira a quién tenemos aquí! ¡El peor cocinero que Kilombo ha parido hahahaha! — Su sentido del humor era... algo fuera de lo normal, pero se le quería de igual forma. — Venía a comprobar de que todo estuviera bien, estaba asustado de que tuviera que salvarte el trasero nuevamente hahahaha! —
Aquella fue una buena charla, pues el humor entre dos chefs marines era como experimentar un campo de batalla a las nueve de la mañana. Justo después de visitar a Gravy decidí ir al gran patio del cuartel, donde los soldados entrenaban en conjunto y los reclutas terminaban con sus tareas. Era una vista inspiradora, pues en frente de mis ojos estaba la nueva generación de marines, la cual, junto a mí, ayudarían a librar a este mundo de la peste llamada piratas.
Con ganas de respirar algo de verdadero aire libre, me encaminé a las afueras del cuartel, cerca de la formación de meseta que le da al G-23 una posición estratégica muy importante. Saliendo del cuartel no pude evitar mirar al muro lateral izquierdo, donde dos reclutas habían perdido la vida antes de que pudiera ayudarles. Pero aquél no era momento para lamentos, pues ahora como subordinado del suboficial Rodgers, estaba directamente asignado a investigar ese caso.
En mi reflexiva caminata por aquellos hermosos pastos veía árboles por doquier, los cuales parecían estar dando algunos frutos. Como cocinero y amante de la comida aquello era algo que se me hacía imposible de evitar. Tomé algo de velocidad para llegar a aquellos grandes árboles, los cuales daban frutas a grandes cantidades. Pese a esto, una de aquellas frutas tenía una forma y color diferente a las demás. — ¿Estará mala? — Estuve un buen rato examinando mis posibilidades con aquella fruta, pues estaba bastante baja en altura a comparación de las demás.
Luego de pensarlo por un buen rato se me ocurrió una idea, me sacaría mi pullover y lo usaría como bolsa para guardar tantas frutas pudiera sostener. Luego de un buen rato recolectando todas las frutas que tuviese a mano (incluyendo a la fruta rara) me dirigí a una zona donde pudiera hacer picnic y comer todas aquella frutas con tranquilidad.
Al terminar con todas aquellas maravillas de la naturaleza solo quedaba una más. No sabía si darle un mordisco o no, aunque acordándome de algunas cosas que se dicen en la cocina, las frutas algo pasadas pueden fermentar y dar el efecto del alcohol. En mi mente de simple cocinero aquello era algo que debía de comprobar por mi mismo y en aquél momento.
Luego de un pequeño suspiro, le di una buena mordida a aquella fruta y luego de unos segundos masticando... — ¡¡¡Que p**o asco!!! — Pese a que estuve a nada de vomitar, mis principios como cocinero no me lo permitían, pues ni en cien vidas echaría a perder toda aquella fruta que había devorado hasta ahora.
Pero para mi sorpresa, aquello solo sería el comienzo de una paranoia para mi. De repente, mis manos se turnaban rojas, emitiendo un gran calor hasta el punto de derretirse. — ¿¡Aaahhhh pero que carajos!? — Pese a mis gritos de dolor, realmente no sentía nada. Toda aquella situación era imposible de comprender para mí, ahora, de repente, sentía que tenía el poder del magma, un poder proveniente de la misma naturaleza.
— Esto... no puede ser. Soy... un... MONSTRUO!!! — Mi primera reacción ante este poder no fue muy buena, pues sentía como si hubiera renunciado a mi propia humanidad. Tras pasar un rato intentando no quemar todo el ecosistema, pude calmarme tras unas horas de reflexión. Después de pensarlo, llegué al punto de que no debía de pensar solo en mi y que aquél poder, aunque fuese una maldición, sería yo el que lleve aquella maldición por el bien de la justicia.
Aquella mañana fue una de pura tortura, pues las heridas de cortes y estocadas aún hacían mella en mi cuerpo vendado. Aunque había algo bueno en ser el héroe del momento y era que el servicio era de diez. Luego de despertarme por completo, decidí levantarme de aquella cama, pues jamás me quedaría un día entero vagueando en aquella cama.
En mi caminata por los pasillos del cuartel, me sorprendía la cantidad de reclutas y soldados que me saludaban y agradecían, aunque por mi parte, yo no tenía ni idea de porqué. Digamos que era uno de esos días en los que estaba medio despistado, sin querer meterle mucha cabeza a las cosas. Puesto a que estaba "herido", tenía la libertad de disfrutar de las facilidades del cuartel, por lo que decidí pasarme por la cocina del Chef Gravy.
Oler una buena sazón a la distancia significaba que el se encontraba en la cocina, su sofrito nunca paraba de sorprenderme. — ¡Chef Gravy! ¿Como está la demanda por la mejor comida del G-23? — El escuchar música voz hizo que este le diera un stop a todo lo que estaba haciendo. — ¡Pero mira a quién tenemos aquí! ¡El peor cocinero que Kilombo ha parido hahahaha! — Su sentido del humor era... algo fuera de lo normal, pero se le quería de igual forma. — Venía a comprobar de que todo estuviera bien, estaba asustado de que tuviera que salvarte el trasero nuevamente hahahaha! —
Aquella fue una buena charla, pues el humor entre dos chefs marines era como experimentar un campo de batalla a las nueve de la mañana. Justo después de visitar a Gravy decidí ir al gran patio del cuartel, donde los soldados entrenaban en conjunto y los reclutas terminaban con sus tareas. Era una vista inspiradora, pues en frente de mis ojos estaba la nueva generación de marines, la cual, junto a mí, ayudarían a librar a este mundo de la peste llamada piratas.
Con ganas de respirar algo de verdadero aire libre, me encaminé a las afueras del cuartel, cerca de la formación de meseta que le da al G-23 una posición estratégica muy importante. Saliendo del cuartel no pude evitar mirar al muro lateral izquierdo, donde dos reclutas habían perdido la vida antes de que pudiera ayudarles. Pero aquél no era momento para lamentos, pues ahora como subordinado del suboficial Rodgers, estaba directamente asignado a investigar ese caso.
En mi reflexiva caminata por aquellos hermosos pastos veía árboles por doquier, los cuales parecían estar dando algunos frutos. Como cocinero y amante de la comida aquello era algo que se me hacía imposible de evitar. Tomé algo de velocidad para llegar a aquellos grandes árboles, los cuales daban frutas a grandes cantidades. Pese a esto, una de aquellas frutas tenía una forma y color diferente a las demás. — ¿Estará mala? — Estuve un buen rato examinando mis posibilidades con aquella fruta, pues estaba bastante baja en altura a comparación de las demás.
Luego de pensarlo por un buen rato se me ocurrió una idea, me sacaría mi pullover y lo usaría como bolsa para guardar tantas frutas pudiera sostener. Luego de un buen rato recolectando todas las frutas que tuviese a mano (incluyendo a la fruta rara) me dirigí a una zona donde pudiera hacer picnic y comer todas aquella frutas con tranquilidad.
Al terminar con todas aquellas maravillas de la naturaleza solo quedaba una más. No sabía si darle un mordisco o no, aunque acordándome de algunas cosas que se dicen en la cocina, las frutas algo pasadas pueden fermentar y dar el efecto del alcohol. En mi mente de simple cocinero aquello era algo que debía de comprobar por mi mismo y en aquél momento.
Luego de un pequeño suspiro, le di una buena mordida a aquella fruta y luego de unos segundos masticando... — ¡¡¡Que p**o asco!!! — Pese a que estuve a nada de vomitar, mis principios como cocinero no me lo permitían, pues ni en cien vidas echaría a perder toda aquella fruta que había devorado hasta ahora.
Pero para mi sorpresa, aquello solo sería el comienzo de una paranoia para mi. De repente, mis manos se turnaban rojas, emitiendo un gran calor hasta el punto de derretirse. — ¿¡Aaahhhh pero que carajos!? — Pese a mis gritos de dolor, realmente no sentía nada. Toda aquella situación era imposible de comprender para mí, ahora, de repente, sentía que tenía el poder del magma, un poder proveniente de la misma naturaleza.
— Esto... no puede ser. Soy... un... MONSTRUO!!! — Mi primera reacción ante este poder no fue muy buena, pues sentía como si hubiera renunciado a mi propia humanidad. Tras pasar un rato intentando no quemar todo el ecosistema, pude calmarme tras unas horas de reflexión. Después de pensarlo, llegué al punto de que no debía de pensar solo en mi y que aquél poder, aunque fuese una maldición, sería yo el que lleve aquella maldición por el bien de la justicia.