¿Sabías que…?
... Eiichiro Oda empezó la serie con la idea de terminarla en 5 años, pero se dio cuenta de que en esos 5 años que la trama ni siquiera llegaba al 50%.
[Diario] Cool guys don't look at explosions
Angelo
-
30 de Verano del año 723, alta mar, rumbo al East Blue

La verdad es que su marcha de Jaya no había sido como se la había imaginado. Durante toda su infancia y adolescencia, Angelo se había imaginado el momento de escapar del que había sido su hogar durante tantos años como algo emotivo; épico incluso. Darle una paliza al imbécil de su jefe, reventarle el local y marcharse con su barco. Incluso le dedicaría una última mirada a aquella isla de mala muerte, manteniendo una pose victoriosa en el proceso desde la cubierta; tal vez incluso ocultando las lagrimillas que pudieran escapársele tras sus gafas de sol o echándole la culpa a una lluvia inexistente. Porque los hombres no lloran, evidentemente, y él era un machote.

Sin embargo, su «sister», Iris, le había dicho que cómo cojones se iba a marchar por ahí con un barco si no tenía ni puta idea de navegar. No solo eso, sino que tenía un sentido de la orientación tan nefasto como lo era su capacidad de pasar inadvertido. Vamos, que era nulo. Y a ver, esa guarra cuando tiene razón, tiene razón.

En fin, el caso es que había que tirar con el plan B, que era mucho menos divertido y épico pero que igual no les llevaba a acabar en el fondo del mar. Qué coño, Iris era una puta aguafiestas. También es cierto que igual llevaría muerto un buen puñao’ de años si no lo fuera, así que tampoco se lo tendría muy en cuenta.

A decir verdad, el plan B tampoco es que plantease demasiados giros de guión: el único cambio sustancial estaba en cómo se escaparían de Jaya. La paliza a su jefe y reventarle el local, por supuesto, seguían formando parte del rumbo a seguir. Luego tendrían que ubicar un barco que asaltar, pero no a hostias, sino discretamente. Otro rollo, vamos. Se colarían de polizones sin que nadie les viera y esperarían a que el barco zarpase hacia… donde fuera que se dirigiese. Total, el destino no importaba tanto como salir de esa mojón de islote. Además, Iris ya había localizado un barco ideal para el plan: pertenecía a unos mercantes y salían justo esa misma noche, así que les venía como polla al ano.

¿Su parte? Realmente no había ninguna. En realidad, lo suyo tan solo iba a complicar el marcharse de allí, pero es que no iba a poner un pie fuera de Jaya sin desquitarse con el mamón de su jefe. Ese gordinflón alopécico le había amargado la existencia desde que estaba bajo sus órdenes. ¿Que le pagaba y le había dado algo que hacer con su vida? Sí. Que eso no quitaba que se aprovechara de él para lucrarse lo más grande? También. Esa noche le iba a dejar las cosas bien claritas, vaya que sí. Y ya que estaba, iba a joderle el local.

Se presentó allí en cuanto el Sol se puso en el horizonte. El barrio olía, como siempre, a meado de perro y borracho mezclados. Frente a la puerta, un par de gorilas a los que ya conocía perfectamente: los hermanos Brandon. Entre los dos no sumaban ni media neurona, pero hacían su trabajo bastante bien y la verdad es que se corrían unas fiestas de puta madre. En el fondo le caían bien, pero no tenía pinta de que su amistad fuera a durar para toda la vida.

—Qué pasa brothers, ¿cómo va la noche? —saludó en cuanto los tuvo a mano, dándoles hasta tres palmadas a cada uno en los hombros. La primera vez que les hizo eso le habían dado una paliza, pero ya los tenía más que resignados.

—Coño Angelo, ¿qué hostias haces aquí? ¿No tenías un trabajillo para hoy? —le dijo Aron, el mayor de los dos.

—Eso, el jefe no te esperaba esta noche —añadió Thomas, el menor.

—Joder, ¿por qué pollas os creéis que estoy aquí? Ya está apañao’. Vengo por el cobro.

Ambos hermanos se miraron.

—Aaaah, pues haberlo dicho antes, hombre. El jefe está un poco liado hoy, pero… supongo que no pasa nada, ¿no?

—Nah, que pase y se pire.

Y le abrieron la puerta.

El garito de Manganello —que así se llamaba el jefe— era un antro de mala muerte, más cerca de un almacén cochambroso que de una casa franca o el centro logístico de una organización criminal. Tampoco se le podía reprochar, no había mucha diferencia entre la suya y la del resto de chanchulleros. Al menos ahí dentro no olía mal.

Angelo se fijó en que había unas cuantas cajas por la sala principal, aunque la mayoría estaban vacías. Tenía pinta de que había llegado un nuevo cargamento esa misma tarde, así que supuso que no les había dado tiempo a recoger. En cualquier caso, Manganello no estaba por allí, así que lo más seguro era que se encontrase en su despacho dándoselas de importante, como siempre. Se encaminó con paso decidido, dándole vueltas a lo que le iba a decir antes de partirle el jetapio, porque eso era lo primero de todo: cantarle las cuarenta y recriminarle todo lo que llevaba guardándose los últimos años. Asió el pomo y abrió la puerta, entrando de golpe.

—¡Jefe! —gritó, buscándolo con la mirada tras sus gafas de sol. Sí, las llevaba de noche, ¿qué pasa?

El gordo se encontraba en una esquina del despacho, rebuscando en un archivador con papeles. Dio un brinco que por poco se da una hostia contra el techo del susto.

—¡Hostia puta, Angelo! ¿Quieres que me de un putísimo infarto? Llama antes de entrar, cojones.

—Ah, sí, perdona jefe… —Se disculpó, rascándose la nuca y riéndose un poco durante unos segundos, antes de torcer el gesto—. No espera, qué perdona ni qué hostias. ¡Tenemos que hablar! —Sus ojos se centraron entonces en algo que tenía sobre la mesa. El cabrón se había agenciado algo de fruta—. Pero antes te voy a pillar un poco del papeo, eh.

—¿Qué…?

La verdad es que había ido sin merendar ni cenar, y todo matón sabía que una buena paliza no se podía dar con el estómago cerrado. El gordinflón debía haberse puesto a dieta para perder esa barriga que se gastaba de una vez, porque era la primera vez que veía fruta sobre esa mesa. Bueno, solo era una, pero tenía que ser cara de cojones porque no había visto ninguna con esa forma en su vida. ¿Sería de importación? A saber.

Angelo la tomó despreocupadamente, sin fijarse en el cofre y los papeles que había alrededor de esta ni plantearse siquiera lo que era, antes de acercarla a la boca.

—¡No, no! ¡Espera puto gilipollas, eso es…! —empezó a gritar Manganello como un histérico.

Pero nada, que antes de que acabase la frase ya le había pegado un buen ñasco. Fácilmente media fruta para el buche. Pero, ¡hostia puta! ¡Qué putísimo asco! ¿Por qué coño sabía eso tan mal? Sintió como si le hubieran metido una bomba en el estómago o le hubieran soltado un puñetazo en la boca del mismo.

—¡JODER! Qué putísimo asco, hermano. ¿Qué coño te estabas comiendo? —inquirió con una mueca de desagrado, antes de escupir sobre la mesa un japo. No había restos, porque por desgracia se los había tragado.

Y entonces fue cuando ocurrió. En el momento en que su saliva entró en contacto con la mesa de Manganello, la sala se iluminó y se produjo un chispazo que estalló con violencia, reventando por completo el despacho y la pared hasta abrir un boquete en el edificio.

—¡HOSTIA PUTA —gritó Angelo, pegando un brinco hacia fuera de la sala y cayendo de culo.

Los hermanos Brandon entraron alarmados para ver qué había pasado, justo en el momento en que el culo del peliverde se golpeaba contra el suelo. Y boom, la sala principal reventó en otra explosión, llevándose a los hermanos por delante en el proceso. Salió de entre los escombros y el humo, arrastrando los restos de los cuerpos de Thomas y Aron para ver si había algo salvable… pero no tenía pinta.

—Joder, no tenía nada contra vosotros mis brothers. ¿Qué coño ha sido eso? —se giró para observar el antro de Manganello, que había sido arrasado por quién sabe qué y cómo—. Bueno, supongo que estoy en paro.

Y, sin dilatarlo más en el tiempo, salió por patas hacia los muelles para reunirse con Iris y salir pitando de Jaya.

Petición
#1


Salto de foro:


Usuarios navegando en este tema: 2 invitado(s)